LA MAESTRA

 

CARLOS

 

Carlos y sus dos hermanos representaban el 25% de los niños de la clase, de la escuela y de un pueblo, al pie del Montsant, que en verano triplicaba la población, de 125 habitantes, que tenía el resto del año.

La escuela nacional mixta era espantosa: una clase, un pequeño pasillo, con montones del orujo de aceituna que usábamos como combustible para la estufa, y un servicio sin lavabo ni ventana. Tenía goteras en el techo, grietas en las paredes y un suelo, de láminas de madera, lleno de agujeros por los que, en los momentos de calma, asomaba la cabeza algún ratoncito. El técnico de la administración educativa emitió un informe favorable según el cual no era necesaria ninguna actuación.

Carlos era una de las personas más desastres que he conocido. Nadie como él para engancharse la ropa en todas partes, para llevarse por delante cualquier objeto, para romper páginas cada vez que borraba algo y para que, “sin saber cómo ni porqué”, se le reventasen los bolígrafos en el bolsillo. Pero era genial: conocía todas las plantas y cualquier tipo de bichos -que le encantaban-, se le ocurrían juegos y excursiones que podía compartir toda la clase, era un manitas encendiendo la estufa y no había problema de Matemáticas que se le resistiera.

Un día se puso a llover. Como siempre empezamos a colocar estratégicamente los botes, pero cada vez llovía más y más fuerte y las goteras se multiplicaban. Sentí una mezcla de ira y ganas de llorar y entonces Carlos me miró.

- Voy al Ayuntamiento a buscar al Secretario -y cogiendo el paraguas desapareció bajo la lluvia.

Creo que el Secretario no ha olvidado aún lo que le dije cuando llegó. Yo sí, pero recuerdo su cara, cada vez más roja, las de los niños, muy serias, y la de Carlos, serio también pero con una chispita de guasa y complicidad en los ojos.

Al día siguiente unos albañiles repararon las goteras. Durante aquel verano se renovó completamente el edificio de la escuela.

Y yo aprendí, para siempre, a encender estufas, que las Matemáticas pueden ser divertidas y que, a veces, los métodos expeditivos funcionan.

 
 
 
© MCAV. 2007