LA MAESTRA

 

JORGE

 

Fue la primera persona en quien me fijé porque realmente llamaba la atención. No sólo porque era visiblemente de más edad que el resto sino porque estaba muy serio, aislado y como ausente del jolgorio que el primer día de clase había generado a su alrededor. Pensé que, como yo, era un nuevo que acababa de llegar y me dirigí a él con intención de hablarle.

-¡No me pegues! –Gritó, echando con violencia la silla hacia atrás y tratando de cubrirse la cara con un brazo.

Luego me dijo que se llamaba “el Chino”, aunque no supo explicarme el porqué. En realidad se llamaba Jorge pero sólo en clase le llamábamos así, porque todos, hasta su familia, se dirigían a él por su apodo. Casi no sabía leer ni escribir, las buenas maneras no eran su fuerte, le gustaba mucho dibujar y lo hacía bien: al principio era la única forma de expresarse con la que tenía éxito en la escuela.

Aquel colegio nacional, como la mayoría de los del cinturón barcelonés, tenía nombre propio, era enorme y, para mí, como un palacio con calefacción, comedor, gimnasio, biblioteca, laboratorio, despachos, un conserje... y especialmente con un montón de compañeros maestros con los que trabajar.

Allí conocí a muchos de mis mejores amigos y con ellos compartí mucho más que el trabajo: en las clases, en el bar, en la facultad, en las manifestaciones, en las fiestas, en la vida entera de un tiempo de ilusiones y esperanza para nosotros mismos, nuestros alumnos y nuestro país.

Jorge también lo vivió. Poquito a poco aprendió a leer, a escribir, a interesarse por sus compañeros y a que sus compañeros se interesasen por él. También pintó decorados para la actuación del coro, aprendió bailes tiroleses y fue mi ayudante en los entrenamientos del equipo de balonmano.

Antes del partido definitivo, que nos llevaría a la medalla de bronce del campeonato, Jorge sacó un envoltorio del bolsillo.

- ¿Te gusta? Yo creo que es muy chulo. Te lo he hecho para ti.

Era un anillo -un aro metálico que llevaba pegado un enorme caracol de mar de color marrón- que yo llevé en mi dedo anular durante muchos años.

Y aprendí, aunque a veces se me olvida, que una escuela también puede ser como un hogar y como una familia.

 
 
 
© MCAV. 2007