- ¡Vale profe! No me “ralles” que estoy agobiada.
Estaba agobiada y diariamente se enfrentaba al mundo -su novio Raúl, sus padres, sus amigos sus profesores- en un combate que dejaba de los nervios y agotados a todos sus contrincantes y a ella, las más de las veces, hecha un mar de lágrimas o un basilisco, según cuadrase.
Era una rebelde y, en parte, con causa. Vivía la reforma educativa, que le había tocado inagurar, en un edificio que era un cúmulo de despropósitos. Antes que IES había sido escuela de primaria, extensión de instituto de bachillerato, y centro de formación profesional. Nevera en invierno, sauna en primavera, persianas fijas, acústica en estéreo, cuatro pisos, escalera estrecha, poco material y menos espacio donde ponerlo, sin aulas suficientes ni espacios comunitarios.
Pero Natalia sobrevivió. No sin tropiezos todos sobrevivimos a los continuos cambios, a las materias curriculares de un trimestre, a los contenidos, los procedimientos y los valores, a los créditos variables, a la evaluación (inicial, sumativa, formativa, continua), y a todo lo demás.
Hoy he coincidido con ella al salir del instituto.
- Oye Carmen, mañana traigo el trabajo para encuadernarlo pero hoy me lo llevo para enseñárselo a Raúl. Es que no me puedo creer que ya esté terminado, que haya sido capaz de currármelo tanto. Seguro que tú tampoco lo tenías muy claro, con la lata que te he dado todos estos años. Era tremenda ¿eh?, pero eso es porque era joven, aunque reconozco que menudo palo aguantarme. A veces se lo digo a mi madre: ¡qué paciencia!. Oye he pensado que, antes de que se acabe el curso, podríamos irnos las dos, -bueno las tres, que Marisa también se apunta- a comer por ahí, así hablamos y eso. Es que me hace ilusión, como el curso que viene ya no voy a estar aquí...
Y aprendí, una vez más, a tener la esperanza de que todavía me queda mucho por aprender.
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