En estas páginas descartaremos las teorías sobre la inexistencia de un teatro
castellano. El Auto de los Reyes Magos será mucho más que una excepción, venida de fuera de la Península, incapaz de probar una tradición dramática castellana.

La situación ha cambiado, gracias a nuevos descubrimientos y al estudio comparado de nuestro teatro con el románico medieval. Además, los hallazgos son siempre posibles y pueden modificar nuestro análisis.

Con todo, desconocemos qué obras se destinaban realmente para la representación y cuáles eran textos para una lectura más o menos animada.

La tradicion ha señalado, entre los muchos textos posibles, los que pudieron
representarse y los que no. Seguimos la autoridad de los investigadores al exponer
esta visión del teatro medieval, conscientes de la provisionalidad de los datos. Esta
autoridad es la que nos hace prolongar la cronología más allá de 1500: hasta 1513
para el teatro medieval y más aún para los epígonos de La Celestina.

Ni siquiera de esta Tragicomedia de Calisto y Melibea, nuestra obra maestra
teatral, podemos afirmar mucho acerca de su valor dramático como obra
representable. Sirvan estas páginas de orientación.


 

 

El teatro medieval castellano cuenta con testimonios confusos, escasos e irregulares,
hasta el punto de haberse puesto en duda su existencia hasta finales del siglo XV.
Después de que los autores cristianos destierren el teatro clásico, la Edad Media
recupera formas teatrales a partir de los tropos, melodías ampliadas hasta crear pequeñas escenas dialogadas, como el Quem quaeritis latino, en que los apóstoles visitan el sepulcro de Cristo resucitado. Los tropos se enriquecen con ludi y otras
ceremonias, hasta desembocar en el drama litúrgico, pequeña representación de un episodio de la vida de Cristo adaptada al curso de la Misa. Sus variantes más elaboradas serán el drama sacro o el drama escolar, sobre vidas de santos y redactadas por estudiantes. Hasta aquí se escribe en latín y nuestra Península conserva escasos testimonios de estos textos.

De la segunda mitad del siglo XII consideramos el primer ejemplo de teatro castellano. Es el Auto de los Reyes Magos, procedente de la Catedral de Toledo, copiado en las páginas sobrantes de cierto manuscrito.


Página primera del Auto de los Reyes Magos.

Aunque incompleto, su contenido es representativo:
Los Reyes Magos piensan cómo distinguir que el Niño Jesús es Dios. Si elige el incienso frente al oro y la mirra, mostrará su naturaleza divina. Preguntan a Pilatos, que, alarmado, pide consejo a sus sabios y rabíes traidores. La lengua del fragmento desconcierta y apunta a una posible fuente francesa.

Página última del Auto de los Reyes Magos

Es probable que en la Península se hayan perdido más textos de representaciones teatrales que de otros géneros literarios.Algunas leyes de Alfonso X o normas de sínodos eclesiásticos apuntan a manifestaciones dramáticas imprecisas, realizadas por juglares de diversa formación.

No sabemos qué textos podrían representarse en la Edad Media. Difícilmente serían dramáticas obras de debate, como las disputas de los siglos XIII y XIV o ciertas manifestaciones épicas.

En el siglo XV observamos un auge de la orden franciscana, para cuyos conventos componen personajes de importancia.

El palentino Gómez Manrique (1412-1490), tío del autor de las Coplas a la muerte de su padre, escribe para su hermana una Representación del nacimiento de Nuestro Señor entre 1458 y 1468, antes de ser corregidor de Toledo. Deriva del género latino del Officium pastorum y muestra a pastores y ángeles dispuestos a adorar a Jesús.
Debieron dramatizarse también sus [Lamentaciones] hechas para la Semana Santa, en que la Virgen María y San Juan lloran la Pasión de Cristo, junto a otras obras dialogadas.

También de un convento franciscano conservamos el Auto de la huida a Egipto,
fechado entre 1446 y 1512 y anónimo: entre la ida y vuelta de la Sagrada Familia a
Egipto, San Juan Bautista, ermitaño, convierte a un peregrino a la fe de Cristo.

Durante el siglo XV se desarrollaría una importante actividad dramática en
torno a catedrales como León o Córdoba, con dramas relacionados con la Sibila.
En Toledo la fiesta del Corpus deja algún testimonio de fines de este siglo.
Conocemos el esquema de un Auto del Emperador, que no se ha conservado.

El más importante es el Auto de la pasión, escrito entre 1486 y 1499, año en que
muere su autor, Alonso del Campo. El texto conservado parece un borrador,
copiado al final de un libro de cuentas. Narra la pasión de Cristo, basada en algunos versos de la Pasión trovada (anterior a 1480) de Diego de San Pedro.

Comienza con la oración de Jesús en el huerto y su diálogo con un ángel, tras lo cual se dirige a los apóstoles, que duermen. Judas lo traiciona. Una mujer reconoce a San Pedro, que niega a su Maestro e inicia un planto, seguido de otro de San Juan. Tras la sentencia de Pilatos, San Juan consuela a María, cuyo planto cierra el auto.

La Égloga de Francisco de Madrid, secretario de Juan II y de los Reyes Católicos, escrita hacia 1495, presenta un diálogo entre Evandro -la Paz-, Peligro -Carlos VIII de Francia- y Fortunado -Fernando el Católico-. Sobre un tema pastoril, como el de las Coplas de Mingo Revulgo, nuestra obra presenta a Fortunado, defensor de la paz y la Iglesia frente a Peligro. Evandro avisa a los pastores del desastre que se avecina.

Ignoramos qué textos dialogados pudieron ser teatrales. Consideramos
dramática alguna obra de Fray Íñigo de Mendoza o la de Rodrigo de Cota,
Diálogo del amor y un viejo, las Coplas de Puertocarrero o la Querella del
Comendador Escrivá y, probablemente, el confuso testimonio sobre un auto
amoroso, origen de la Triste deleitación -obras todas de la segunda mitad del siglo
XV-. Incluso la Danza de la muerte, de finales del siglo XIV, parece representable.
Tampoco olvidaremos las traducciones de clásicos latinos como Plauto, Terencio o Séneca, que influyeron en el desarrollo teatral. La frontera entre representación y lectura sigue oscura en una obra como La Celestina.

A finales de este siglo, publica sus representaciones quien consideramos
padre del teatro castellano: Juan de Fermoselle, conocido como Juan del Encina (1469-1529), nacido en Salamanca y discípulo de Nebrija. Trabajó al servicio de los duques de Alba, a quienes elogia en su obra.

Cancionero de Juan del Encina

Imprime en 1496 su Cancionero, al final del cual leemos ocho representaciones.
Su estructura se complicará, desde una primera exaltación de los duques de Alba con dos personajes, pasando por una representación de Navidad con cuatro personajes:
los Evangelistas. En la tercera un padre y un hijo presentan a Verónica y conocen la Pasión de Cristo, para dramatizar en la cuarta cómo Jesús se aparece de cuatro formas distintas. La quinta y sexta representación tratan el tema de antruejo o carnaval. La primera lamenta la incorporación a la guerra del duque de Alba y la segunda incluye una batalla de Carnaval y Cuaresma. La séptima y octava forman una sola trama: la pastora Pascuala elige al cortesano Gil frente al pastor Mingo, casado con Menga. La situación, semejante a los poemas de debate medievales, se resuelve a favor del cortesano, que en la octava representación propone llevar a la corte a los demás personajes.
Las representaciones concluyen con un villancico de quien fue un músico tan
brillante como Juan del Encina.

En el Triunfo del Amor o Representación ante el Príncipe don Juan (1497) muestra cómo un pastor puede ser blanco de los dardos amorosos. La Égloga de las grandes lluvias (1498) alude a las aguas torrenciales de ese año y al fracaso de nuestro autor en sus oposiciones a cantor de la Catedral de Salamanca, ganadas por Lucas Fernández. La obra concluye como una égloga de Navidad.
El Auto del repelón, de esos mismos años, representa un ejemplo de las agresivas
burlas de estudiantes a aldeanos. Mientras Piernicurto y Johan se cuentan en dialecto sayagués -variante coloquial, quizá artificial, del leonés- sus desgracias, un estudiante intenta repetirlas y es rechazado.

Las églogas posteriores de nuestro autor están marcadas por su viaje a Roma hacia 1499, donde aprende nuevas técnicas: La Égloga de Cristino y Febea muestra cómo aquél es castigado por su pretensión de hacerse ermitaño: Febea lo enamora, haciéndole abandonar la religión. la Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio (anterior a 1509) representa el suicidio por amor del primero, al no ser consolado por el perezoso Zambardo ni por Cardonio, enamorado de otra pastora.
Su última obra es la más ambiciosa: la Égloga de Plácida y Vitoriano (h.1513)
representa en 2.500 versos el desamor de esta pareja y suicidio de la dama, que, ante las oraciones sacroprofanas de su arrepentido amante, recibe de Venus el premio de volver a la vida. La obra se adorna con breves escenas costumbristas de sabor celestinesco.

Compañero, rival y admirador suyo sería el también salmantino Lucas Fernández (1474-1542), cuya obra resulta difícil de fechar, aunque se supone realizada hacia 1500. La edición de sus Farsas y églogas aparece en 1514 en Salamanca.

Presenta tres comedias de tema amoroso. Introduce este término en nuestro teatro,
acaso porque la primera de ellas recuerda el argumento de la comedia elegíaca latina medieval. En las otras dos nombra representaciones de Juan del Encina, sin permitir una datación segura. En ellas plantea como debate el amor del pastor y el del caballero. Una alusión a Celestina se encuentra en una de sus dos églogas o farsas del nacimiento. Su producción se completa con un brevísimo Diálogo para cantar y con el célebre Auto de la Pasión, acaso el mejor de su género.
Lucas Fernández parte de presupuestos próximos a los de Juan del Encina, pero
prolonga el número de versos y de personajes de cada representación. Introduce el
término comedia y mantiene el dialecto sayagués de sus pastores.

Se han perdido, creemos, muchos de los autos que se debieron representar a lo largo del siglo XV. Un códice de la segunda mitad del siglo XVI, al que llamamos Códice de Autos Viejos conserva numerosas obras religiosas y algunas profanas, representadas en muy diversos lugares de la Península, que podrían ser reelaboraciones de estos textos medievales, tal vez no definitivamente perdidos.


 

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