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FILOSOFIA A TRAVÉS DELS TEXTOS

Manel Codina
 

Textos Sòcrates

   

3.1Plató: Per què alguns atenesos volien mal a Sòcrates?


"Pensad por qué digo estas cosas; voy a mostraros de dónde ha salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: "¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito." Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: "Éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo." Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes." Platón, Apología de Sócrates 21 b-e

 


3.2 Plató: La filosofia pretén millorar l'ànima

Y si, además, me dijerais: «Ahora, Sócrates, no vamos a hacer caso a Anito, sino que te dejamos libre, a condición, sin embargo, de que no gastes ya más tiempo en esta búsqueda y de que no filosofes, y si eres sorprendido haciendo aún esto, morirás»; si, en efecto, como dije, me dejarais libre con esta condición, yo os diría: «Yo, atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al dios más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz, es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciéndole lo que acostumbro: "Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y, en cambio no te preocupas ni te interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?".» Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino que le voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco. Haré esto con el que me encuentre, joven o viejo, forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto más próximos estáis a mí por origen. Pues, esto lo manda el dios, sabedlo bien, y yo creo que todavía no os ha surgido mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: «No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos. Si corrompo a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían dañinas. Pero si alguien afirma que yo digo otras cosas, no dice verdad.» A esto yo añadiría: «Atenienses, haced caso o no a Anito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a hacer otra cosa, aunque hubiera de morir muchas veces.»
Platón, Apología de Sócrates 29c-30c

 

 

 

3.3 Plató: Sòcrates no té por a la mort

“Doncs témer la mort, atenesos, no és altra cosa que pensar-se ésser savi sense ser-ho; pensar saber una cosa que ningú no sap. Ja que ningú no sap què és la mort, ni sap si és el més gran de tots els béns, però els homes la temen com si sabessin del cert que és el més gran de tots els mals [...] Però el que sé, és que fer el mal i desobeir al millor, sigui déu o bé home, és dolent i vergonyós. “ Plató. Apologia de Sòcrates. 29a-b

 

 

 

 

 

3.4 La fugida és un acte injust

 

“Sòcrates— I bé, considera això. Si estant a punt de fugir — o com vulguis anomenar-ho — les lleis i el comú de la Ciutat s'aixequessin davant de nosaltres i ens diguessin: Digués-nos, Sòcrates, quina en portes de cap? Et proposes res més, amb la feta que t'emprens, que destruir-nos a nosaltres, les lleis i la Ciutat, en conjunt, en el que depèn de tu? O és que et sembla que pot subsistir i no ensorrar-se un Estat, on les decisions judicials no tenen cap força, ans els particulars les invaliden i les destrueixen? Què respondríem, Critó, a aquestes preguntes i a altres per l'estil?.[...]

[Les lleis continuen interpel·lant a Sòcrates]

Parla, ¿Quins retrets tens a fer contra nosaltres i contra la Ciutat, per a intentar destruir-nos? Primerament, ¿no fórem nosaltres que et donàrem naixença i no fou mitjançant nosaltres que el seu pare prengué la teva mare per muller i t’engendrà? [...]

Però a aquell que de vosaltres roman, havent vist com administrem la justícia i com governem la Ciutat, ja diem que ha reconegut de fet que el que nosaltres ordenem s’ha de fer, i el qui no obeeix que és culpable triplement, [...].”

Platò. Critó. 50b-51b. Fundació Bernat Metge

 

 


3.5 Plató: La refutació a Laques

"Sòcrates: Intenta definir el valor, Laques.
Laques: Vatua, Sòcrates, fes-me preguntes més difícils! L’home que s’allista a l’exercit i que, quan s’ha d’enfrontar amb l’enemic, no fuig corrents, pots estar segur que és valent.
Sòcrates: A la batalla de Platees, segons diu la història, els espartans van atacar [els perses], però no van poder resistir el contraatac de l’enemic i es van haver de retirar. Els perses van trencar files per perseguir-los, però, aleshores, els espartans van girar en rodó, van lluitar com si fossin la cavalleria i van acabar guanyant la batalla. “
Plató, Laques.

 

3.6 Plató: Els dolors de la refutació de Menó

 

"Sócrates: Por tanto, excelente amigo, no creas tú tampoco que, mientras se está aún investigando qué es la virtud en su conjunto, vas tú, contestando por medio de partes de ella, a ponerle a nadie en claro la virtud, o cualquier otra cosa con este mismo tipo de definición, sino que de nuevo habrá que hacer la misma pregunta: ¿Qué es esa virtud de la que así hablas en tu definición? ¿O te parece que no tiene valor lo que estoy diciendo?
Menón: Me parece que tienes razón.
Sócrates: Responde entonces otra vez desde el principio: ¿Qué afirmas que es la virtud, tú y tu amigo?
Menón: Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de conocerte que tú no haces otra cosa que confundirte tú y confundir a los demás; y ahora, según a mí me parece, me estás hechizando y embrujando y encantando por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión. Y del todo me parece, si se puede también bromear un poco, que eres parecidísimo, tanto en la figura como en lo demás, al torpedo, ese ancho pez marino. Y en efecto, este pez, a quienquiera que se le acerca y le toca, lo hace entorpecerse, y una cosa así me parece que ahora me has hecho tú; porque verdaderamente yo, tanto de alma como de cuerpo, estoy entorpecido, y no sé qué contestarte. Y, sin embargo, mil veces sobre la virtud he pronunciado muchos discursos y delante de mucha gente, y muy bien, según a mí me parecía; pero ahora ni siquiera qué es puedo en absoluto decir. Y me parece que haces bien en no querer embarcarte ni viajar fuera de aquí; porque si siendo extranjero en otro país hicieras tales cosas, quizá te detuvieran por mago."
Plató. Menón 79d - 80b


3.7 Plató: La maièutica

"Sócrates. ¡Qué extraño que nunca hayas oído que soy hijo de una partera, una apacible y saludable mujer, llamada Fenarete!
Teeteto. Lo he oído.
Socr. ¿Te han dicho que yo también practico el mismo arte?
Teet. No, nunca.
Sócr. Sin embargo, es verdad; pero no divulgues mi secreto. No se sabe que yo poseo esa habilidad, y es así que los ignorantes me describen como un excéntrico que reduce a las personas a una perplejidad sin esperanza. ¿Te han dicho eso?
Teet. Sí.
Sócr. ¿Quieres que te diga la razón?
Teet. Sí, por favor.
Sócr. Considera, entonces, lo que ocurre con todas las parteras. Lograrás así comprender lo que quiero decir. Creo que sabes que ellas sólo atienden a otras mujeres en sus partos cuando ya no pueden engendrar hijos ni criarlos, puesto que están demasiado viejas para ello.
Teet. Por supuesto.
Sócr. Dicen que eso ocurre porque Artemisa, la diosa de los nacimientos, no tiene hijos. De ese modo, si bien ella no permitió que las mujeres estériles fueran parteras, porque excede el poder de la naturaleza humana el ser hábil en algo sin tener ninguna experiencia en ello, confirió tal privilegio a las mujeres que ya no podían criar hijos, en razón de su semejanza con ella.
Teet. Es probable.
[…]
Sócr. Todo esto, pues, cae dentro del campo de la partera; pero sus logros son inferiores a los míos. No es propio de las mujeres el dar a luz unas veces a criaturas reales y otras a meros fantasmas, de manera que resulte difícil distinguir a los unos de los otros. Si llegara a suceder semejante cosa, la más elevada y noble tarea de la partera consistiría en distinguir lo real de lo irreal. ¿No es cierto?
Teet. Naturalmente.
Sócr. Mi arte mayéutica es, en general, como el de ellas; la única diferencia es que mis pacientes son hombres, no mujeres, y que mi trato no es con el cuerpo sino con el alma, que está en trance de dar a luz. Y el punto más elevado de mi arte es la capacidad de probar por todos los medios si el producto del pensamiento de un joven es un falso fantasma o está, en cambio, animado de vida y verdad. Hasta tal punto me parezco a la partera, que yo mismo no puedo dar a luz sabiduría, y el reproche usual que se me hace es cierto: a pesar de que yo pregunto a los demás, nada puedo traer a luz por mí mismo, porque no existe en mí la sabiduría. La razón es la siguiente: el cielo me obliga a servir como partera, pero me ha privado de dar a luz. De modo que por mí mismo no tengo ninguna clase de sabiduría ni ha nacido nunca de mí descubrimiento alguno que fuera criatura de mi alma. Algunos de quienes frecuentan mi compañía parecen, al principio, muy poco inteligentes; pero, a medida que avanzamos en nuestras discusiones, todos los que son favorecidos por el cielo hacen progresos a un ritmo tal que resulta sorprendente tanto a los demás como a sí mismos, si bien está claro que nunca han aprendido nada de mí; las numerosas y admirables verdades que dan a luz las han descubierto por sí mismos en sí mismos. Pero el alumbramiento, en cambio, es tarea del cielo y mía.
La prueba de esto es que muchos que no han sido conscientes de mi asistencia, pero que gracias a mí han dado a luz, creyendo que toda la tarea había sido exclusivamente de ellos, me han dejado antes de lo que debían, ya sea por influencia ajena o por propia determinación, por lo que fueron malogrando, en lo sucesivo, su propio pensamiento al caer en malas compañías. Han ido perdiendo los hijos que yo les había ayudado a tener, porque los educaron mal, al atender más a los falsos fantasmas que a lo verdadero; y así, finalmente, tanto los demás como ellos mismos fueron conscientes de su falta de entendimiento. Eso fue lo que ,sucedió con Arístides, hijo de Lisímaco, y con muchos otros. Cuando vuelven, y buscan reanudar nuestro trato invocando extravagancias, la advertencia divina que llega hasta mí, a veces, me lo prohíbe. En otros casos, me lo permite, y entonces ellos comienzan nuevamente a progresar. En otros términos, quienes buscan mi compañía tienen la misma experiencia que una mujer con su hijo: sufren los dolores del parto y, tanto de noche como de día, están llenos de padecimientos mucho mayores que los de una mujer; y mi arte tiene el poder de producirlos o de evitarlos. Eso es lo que les pasa a alguno; otros, en cambio, Teeteto, pienso que en sus mentes nunca han concebido nada. […]"
Platón.Teeteto, 149-151b.

 

 

3.8 Plató: La ironia de Sòcrates

"- ¡Por Hércules!, tenemos a Sócrates otra vez con su acostumbrada ironía... esto es, que no sea él quien conteste y que, al ser otro el que conteste, tome él la palabra y le refute...
- Pero, ¿cómo podría contestar?, querido amigo -dije yo (Sócrates)- quien, no sabiendo nada de antemano, acepta que realmente no sabe, ... Es más razonable que hables tú, ya que dices que sabes y que tiene cosas que decir."
Platón. República, 337-338.

 

 

 

 

3.9 Plató: L'intel·lectualisme moral

"- Por tanto, dije yo, hacia los males nadie se dirige por su voluntad, ni hacia lo que cree que son males, ni cabe en la naturaleza humana, según parece, disponerse a ir hacia lo que cree ser males, en lugar de ir hacia los bienes. Y cuando uno se vea obligado a escoger entre dos males, nadie elegirá el mayor, si le es posible elegir el menor."

Platón. Protágoras 358d

 

 

"-Sócrates: Fuerza será, por tanto, que el alma mala dirija y gobierne mal y que la buena haga bien todas estas cosas.
-Trasímaco: Fuerza será.
-Sócrates: ¿Y no convinimos en que la justicia era virtud del alma y la injusticia vicio?
-Trasímaco:En eso convinimos, en efecto.
-Sócrates: Por tanto, el alma justa y el hombre justo vivirá bien; y el injusto mal.
-Trasímaco:Así aparece conforme a lo argumento -dijo.
-Sócrates: Y, por otra parte, el que vive bien es feliz y dichoso, y el que vive mal, lo contrario.
-Trasímaco:¿Cómo no?
-Sócrates: Y así, el justo es dichoso; y el injusto, desgraciado.
-Trasímaco:Sea -dijo.
-Sócrates: Por otro lado, no conviene ser desgraciado, sino dichoso.
-Trasímaco:¿Qué duda tiene?
-Sócrates: Por tanto, bendito Trasímaco, jamás es la injusticia más provechosa
que la justicia."

Platón. República. Libro I. 354a