LAS POSICIONES ANTICONTAGIONISTAS ANTE LA EPIDEMIA DE FIEBRE AMARILLA DE BARCELONA EN 1821


Pasqual Bernat
Societat Catalana d'Història de la Ciència i de la Tècnica

 

 

INTRODUCCIÓN

Una de las consecuencias de la epidemia de fiebre amarilla registrada en Barcelona durante el verano y el otoño de 1821 fue la división de la comunidad médica de la ciudad. Se establecieron dos grupos conopiniones opuestas: por una parte, los contagionistas, partidarios del origen exótico de la epidemia y de su naturaleza contagiosa y, por otra parte, los anticontagionistas, defensores del origen local de la enfermedad y de su carácter no contagioso. El antagonismo de las posiciones de ambos bandos generó un vivo debate que en ocasiones alcanzó altas cotas de tensión.
El objetivo de este trabajo es el de mostrar cuáles fueron las opiniones de los médicos anticontagionistas y qué argumentos esgrimieron en su defensa. Para ello se parte del análisis y contextualización del manifiesto que este colectivo médico expuso a la opinión pública en febrero de 1822.
En todo momento se ha procurado mantener una actitud "aséptica", hacer tabula rasa de todo aquello que hoy conocemos sobre la fiebre amarilla. Creo que de esta manera el lector tendrá una visión más exacta de la concepción que en aquel momento tenían los médicos barceloneses sobre la enfermedad en cuestión.

LA FIEBRE AMARILLA: ENFERMEDAD ENIGMA

Hasta finales del siglo XVII la fiebre amarilla permaneció circunscrita en los focos endémicos americanos. En la región de las Antillas, por ejemplo, la enfermedad se manifestaba durante todo el año. En La Habana la primera epidemia se sufrió en 1649, haciéndose desde entonces endémica. A partir de 1693 la enfermedad comenzó a expandirse a lo largo de la costa Este de los EE.UU, manteniéndose los brotes epidémicos durante los siglos XVIII y XIX (1).
En Europa, los primeros brotes epidémicos se registraron a principios del siglo XVIII. El incremento de los contactos entre las áreas endémicas y los puertos europeos contribuyó de forma decisiva a que las epidemias de fiebre amarilla fueran cada vez más frecuentes.
Sin embargo, fue durante la primera mitad del siglo XIX cuando la enfermedad adquirió su máxima intensidad en el continente europeo, tanto por la gravedad de las epidemias como por la distribución geográfica que alcanzaron. Brest, en 1802, y Marsella, en 1821, se vieron afectadas por brotes epidémicos. Pero, donde la fiebre amarilla tuvo sus episodios más frecuentes fue en las ciudades costeras de la Península Ibérica. Cádiz en 1800, 1804, 1810 y 1819; Gibraltar en 1810, 1813 y 1828; Málaga en 1803, 1804, 1813 y 1821; Sevilla en 1800 y 1804; Murcia y Cartagena en 1804 y 1810-1812; Barcelona, Tortosa y Palma de Mallorca en 1821 y Pasajes en 1823 son ejemplos claros de la asiduidad con que la enfermedad visitó el territorio peninsular (2).
Esta irrupción de la enfermedad provocó un cierto desconcierto entre la clase médica europea y americana. La enfermedad era una novedad en el panorama epidemiológico conocido hasta entonces. El origen y la naturaleza de la enfermedad constituían un verdadero enigma. En un principio, la hipótesis contagionista, que también preconizaba el origen exótico de la enfermedad, fue la que dominó, pero a medida que se sucedían los diferentes brotes epidémicos fueron muchos los médicos que vieron en el no contagio y las causas locales la caracterización más factible de la fiebre amarilla (3).
El contagio era visualizado como el paso directo de algún agente físico o químico desde una persona enferma a una víctima susceptible por contacto o a una corta distancia a través de la atmósfera. La experiencia demostraba que los brotes epidémicos, en muchos casos, se producían sin la citada "influencia" y que muchas veces se producía el brote y la expansión de la enfermedad sin haberse dado ningún caso previo. La adición del concepto de transmisión a larga distancia a través del agua o del aire no supuso mayor aceptación de esta hipótesis (4).
Los médicos anticontagionistas, imbuidos del espíritu crítico de la época, tildaron las tesis contagionistas de trasnochadas y obsoletas. Apelando a la necesaria objetividad de la ciencia, acusaron a los defensores del contagio de basar su teoría en meras especulaciones. Las experiencias y las observaciones de numerosos facultativos constituían el principal aval de esta crítica (5).
Durante la epidemia de 1821, los médicos barceloneses no fueron ajenos a la controversia que acabamos de comentar. Las dos posiciones contaron con fieles seguidores que pronto se enfrentaron en enconadas discusiones. Esta división también tuvo su reflejo en las instituciones sanitarias de la ciudad. Por una parte, la Academia Médico-práctica, el Colegio de Cirugía, la Junta Municipal de Sanidad y la Junta Superior de Sanidad de Cataluña se decantaron hacia las posiciones contagionistas, mientras que la Subdelegación de Medicina de Cataluña optó abiertamente por los postulados contrarios al contagio. Esta diferente adscripción institucional hizo que las tesis de los contagionistas fueran las asumidas por las autoridades gubernativas que en consecuencia tomaron todas las medidas habituales en caso de enfermedad contagiosa.
En todo momento, los detractores del contagionismo no cesaron de mostrarse hostiles. La publicación del manifiesto anticontagionista en febrero de 1822 fue el punto culminante de las críticas que este colectivo médico preconizaba. Seguidamente, pasaremos a analizar el contenido de este documento.

EL MANIFIESTO ANTICONTAGIONISTA DE BARCELONA

Una de las consecuencias inmediatas de la epidemia de Barcelona fue el replanteamiento que el gobierno se hizo acerca de la legislación sanitaria vigente. Se iniciaron los trámites para la elaboración de una nueva ley orgánica de salud pública. Con el objeto de recabar información para preparar el proyecto de ley que el Congreso debería debatir, el gobierno, mediante la Real Orden de 19 de enero de 1822, pidió a las corporaciones médicas de la ciudad condal que se pronunciasen sobre el origen y la naturaleza de la epidemia sufrida el año anterior(6). En respuesta a esta demanda la Academia Médico-práctica y la Corporación de Cirugía Militar elaboraron dictámenes que avalaban abiertamente los presupuestos contagionistas(7) . Al mismo tiempo, una reunión libre de médicos locales y extranjeros elaboraron un manifiesto que abogaba plenamente por las posiciones anticontagionistas(8) .
Los médicos que firmaron este último documento constituyeron una reunión independiente de cualquier corporación sanitaria de carácter oficial. Su procedencia y adscripción profesional era diversas. Firmaron el documento: Charles Maclean y Jean Rachoux venidos de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, para observar directamente la epidemia; Pierre Lassis miembro de la comisión enviada por el gobierno francés para estudiar la naturaleza de la epidemia; Francesc Piguillem, Ignasi Porta, Josep Riera y Josep Calveras, miembros de la Subdelegación de Medicina y fundadores de la Sociedad de Salud Pública de Cataluña; Salvador Capmany, médico militar encargado del lazareto durante la epidemia; Antoni Maymer, catedrático de Obstetricia y Ginecología y enfermedades infantiles en el Colegio de Cirugía: Bonaventura Sahuc, Joan López y Raimond Duran, médicos del Hospital de la Santa Creu y Francesc Salvá, catedrático de clínica en la Academia Médico-práctica.
El contenido del Manifiesto, al procurar dar respuestas a la citada Real Orden, se divide en dos partes bien diferenciadas. En primer lugar, se aborda el tema del origen de la epidemia, para después, en una segunda parte, pasar a exponer las ideas de los firmantes del documento sobre la naturaleza contagiosa o no contagiosa de la enfermedad.
Para los anticontagionistas, el origen de la epidemia era local. Por ello, todos sus esfuerzos se encaminaron a desbancar la idea de un origen exterior. En este sentido, no es de extrañar que el Manifiesto se inicie con la exposición minuciosa de toda una serie de pruebas(9) que según sus autores invalidaban las afirmaciones de los contagionistas. Aseguraban que cuando el convoy de barcos procedente de La Habana, y al que los contagionistas atribuían el origen de la enfermedad, salió de la capital cubana no existía en esta ciudad ningún caso de fiebre amarilla(10) . Además, algunos de estos barcos, como los bergantines Tallapiedra y Gran Turco, desembarcaron varios pasajeros de Cádiz y Cartagena sin que en estas ciudades, de condiciones climáticas y latitud similares a las de Barcelona, sufrieran ningún tipo de enfermedad epidémica. Se preguntaban cómo podía sostenerse que después de tres meses, desde la salida del convoy de La Habana en abril hasta la aparición de los primeros enfermos en agosto, tiempo más que suficiente para verificar dos cuarentenas, no se había registrado el desarrollo de la enfermedad. Ponían de relieve las contradicciones de la Junta Superior de Sanidad al afirmar que según las actas de esta institución el primer foco de la epidemia se atribuía a una polacra napolitana anclada en el puerto desde el 23 de abril y que nunca había estado en Cuba. Dudaban de la profesionalidad de los médicos contagionistas cuando afirmaban que:

No habiendo coincidido la primera aparición del mal con la llegada de los buques de La Habana, hubiese sido más expedito atribuirla a una introducción clandestina por el contrabando, recurso al que han recurrido los patronos de la importación cuando no han podido señalar positivamente la procedencia(11) .

Para los anticontagionistas, el estado insalubre del puerto y las cloacas de la ciudad junto con unas condiciones meteorológicas adversas eran las únicas causas de la enfermedad. Aseguraban que la policía sanitaria había actuado desde hacía mucho tiempo negligentemente en la inspección de la red de cloacas y que por eso su estado era lamentable. El Rec Comtal, acequia que discurría por la zona oriental de Barcelona, con un caudal reducido a causa del estiaje y donde se vertían los residuos del matadero municipal y de varias fábricas, era un punto de infección evidente. Además, según el informe de la comisión de limpieza del puerto, la desembocadura de esta acequia estaba obstaculizada por una barra de arena que causaba el estancamiento de las aguas provocando un enorme charco que despedía gran pestilencia. A todo esto añadían el efecto de las últimas obras del puerto. Unas obras que habían convertido este lugar en un verdadero pantano, difícil de limpiar y foco constante de infección(12) .
Para los firmantes del Manifiesto, las condiciones meteorológicas reinantes en Barcelona durante el verano de 1821 habían sido determinantes en el origen de la epidemia. Sin el concurso de unas condiciones atmosféricas favorables el brote infeccioso que surgía del puerto y de las cloacas no habrían alcanzado su magnitud. El carácter estacional de la enfermedad era evidente. Su inicio en agosto, su máxima virulencia en octubre y su total desaparición hacia diciembre era algo que acostumbraba a suceder en casi todas las epidemias similares que con anterioridad se habían registrado en la Península. Todo esto demostraba que el curso de la enfermedad tan sólo obedecía a factores estrechamente relacionados con las variaciones metereológicas estacionales.
Estas opiniones alineaban a los anticontagionistas barceloneses junto a los médicos europeos que defendían el papel decisivo de las condiciones climáticas y metereológicas en el origen de las enfermedades epidémicas. Esta doctrina, que había experimentado un fuerte impulso con el neohipocratismo del siglo XVIII(13) , gozó durante las primeras décadas del siglo XIX de un momento de esplendor. Reflejo de esta situación fue la proliferación de topografías médicas, donde los factores ambientales y climáticos de una localidad concreta eran estudiados exhaustivamente en aras de comprobar su influencia en el origen de las enfermedades(14) . Precisamente, la Sociedad de Salud Pública de Cataluña inscribiéndose en este movimiento, se marcó como principal objetivo el estímulo y promoción de estudios locales que permitiesen conocer el suelo que pisamos como elemento imprescindible para prevenir y combatir las enfermedades(15) .
Por lo que se refiere a la naturaleza contagiosa o no contagiosa de la enfermedad, las posiciones anticontagionistas eran taxativas: la calentura de Barcelona no había sido contagiosa. Calificaban la tesis del contagio como una mera quimera. Según ellos, la infección se había extendido gracias a las emanaciones que surgían del foco principal situado en el puerto. Estas emanaciones se habían distribuido por la ciudad siguiendo el rumbo sur-este, "serpenteando" por calles y plazas(16) .
Los anticontagionistas se preguntaban cómo podía ser posible que poblaciones tan cercanas a Barcelona como Sants o Gràcia, cuyos habitantes habían tenido numerosos contactos con los de la capital durante la epidemia, no habían resultado afectadas. Este hecho debía ser definitivo. La no-expansión de la calentura por la comarca de Barcelona confirmaba el alcance limitado de la infección y convertía en desestimable la hipótesis del contagio.
La hipótesis anticontagionista separaba tajantemente los conceptos de "infección", cuando se producía la intervención atmosférica y de "contagio", cuando intervenía un principio material no volátil que exigía el contacto para transmitirse. Para los anticontagionistas barceloneses esta disociación era fundamental, no creían necesaria la hipótesis del contagio para explicar la aparición de la epidemia, bastaba con aceptar una extensión sucesiva de focos de infección(17) .
Como consecuencia de sus concepciones sobre la naturaleza de la enfermedad, los firmantes del Manifiesto criticaron con dureza las medidas tomadas por las autoridades sanitarias de la ciudad. Consideraron el aislamiento de la ciudad como una medida inútil y de gran crueldad para sus habitantes. Para nada había servido la instalación de controles y aduanas, tantas veces transgredidas. Solamente se mostraron de acuerdo con una medida de las autoridades. Se trata del recurso al traslado de parte de la población barcelonesa y su alojamiento temporal fuera del recinto amurallado. Esta era la medida más idónea, aunque adoptada demasiado tarde. De alguna manera, con la emigración, las autoridades acababan dándoles la razón. Solamente alejando la población del foco de infección se hubiera evitado una mortandad tan elevada.


NOTAS

1- DUFFY, J., "El curso de la fiebre amarilla en el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica", Ensayos científicos escritos en homenaje a Tomás Romay, La Habana, 1968, pp 199-211.

2- GUIJARRO OLIVARES, J., "La fiebre amarilla en España durante los siglos XVIII y XIX", Ensayos científicos escritos en homenaje a Tomás Romay, La Habana, 1968, pp 175-198; CARRILLO. J.L y GARCÍA-BALLESTER, L., Enfermedad y sociedad en la Málaga de los siglos XVIII y XIX, I La Fiebre amarilla (1741-1821), Málaga, Universidad, 1980.

3- WESERMAN, M.J y MAYFIELD, V.K., "Nicolas Chervin's yellow fever survey, 1820-1822". Journal of History of Medicine, 1971, nº 26, pp 39-51.

4- WINSLOW, E.A., The conquest of epidemic disease, Nueva York, 1967.

5- ACKERKNECHT, E.H., "Anticontagionism between 1821 and 1867", Bulletin of the History of Medicine, Baltimore, 1948, Vol 22, pp. 562-593.

6- Dictamen acerca el origen, curso, propagación contagiosa y extinción de la calentura amarilla que ha reinado en Barcelona en 1821 presentado el excelentísimo Señor Jefe Superior Político de Cataluña en cumplimiento del decreto de las Cortes extraordinarias comunicado a la Nacional Academia Práctica de dicha ciudad, Barcelona, 1822.

7- Dictamen dado por la Corporación de Cirugía Médica de la plaza de Barcelona al excelentísimo Señor Jefe Superior Político de la provincia de Cataluña, acerca el origen y carácter contagiosos de la calentura amarilla padecida en la Península, a que ha sido invitada en virtud de la Real Orden de 19 de enero del corriente año de 1822. Barcelona, 1822.

8- Manifiesto acerca el origen y propagación de la calentura que ha reinado en Barcelona en 1821. Presentado al Augusto Congreso Nacional por una reunión libre de médicos extranjeros y nacionales. Barcelona, 1822.

9- "Indicación de los documentos que sirven de base al manifiesto que publicó la reunión libre de médicos extranjeros y nacionales y que refutan completamente otros varios manifiestos relativos al contagio de la calentura que reinó en esta capital el año próximo pasado". Periódico de la Sociedad de Salud Pública de Cataluña, Vol 1, 1822, pp 368-375.

10- Diario de Barcelona, 14 de agosto de 1821

11- Manifiesto acerca el origen... o. cit.

12- Manifiesto acerca el origen... o. cit.

13- DESAIVE, P., Médecins, climat et epidemies à la fin du XVIIIe. siècle, París, S.E.V.P.E.N., 1972.

14- ROSEN, G., A history of public health, Nueva York. M. D. Publications, 1998.

15- PROSPECTO., Prospecto del Periódico de la Sociedad de Salud Pública de Cataluña, Barcelona, Imprenta de Antonio Brusi, 1821.

16- Manifiesto, 1822.

17- RODRÍGUEZ OCAÑA, E., "Medicina y epidemia. De la racionalización del mito al mito de la racionalización", Boletín de la Asociación de demografía histórica, 1993, Vol 11, nº 3, pp 207-224.


ESTUDIOS DE HISTORIA DE LAS TECNICAS, LA ARQUEOLOGIA INDUSTRIAL Y LAS CIENCIAS (SALAMANCA, JUNTA DE CASTILLA Y LEON, 1998).

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