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Fallece el poeta José Hierro

Comprometido y vital, logró para su poesía un gran eco popular

Primero es el sentimiento, luego la sensación y, al fin, las palabras.” Así resumía su arte José Hierro, uno de los poetas españoles más leídos del siglo XX, fallecido ayer en el hospital Carlos III de Madrid a los 80 años a causa de su crónica insuficiencia respiratoria.

José Hierro, que sumaba a su condición de poeta la de académico y la de hombre comprometido, fue reiteradamente encuadrado en las filas de la poesía social, con Gabriel Celaya y Blas de Otero. Sin renunciar a este título, Hierro se reclamaba como un escritor movido ante todo por su espíritu, por los sentimientos, por el impacto de la vida en su propia existencia; y también, desde la modestia de alguien que redactó buena parte de su obra en la cafetería La Moderna de Madrid, entre el humo de sus cigarrillos y las palomitas de chinchón, se tenía por un ciudadano indigno del sillón de académico, por un “autor mediocre”, algo que desmentían sus libros y sus muchos lectores.

Nacido en Madrid, José Hierro pasó buena parte de su existencia en Cantabria, comunidad a la que se sentía muy vinculado y que ayer, a su muerte, decretó un día de luto oficial. Hierro publicó sus primeros poemas en la adolescencia y consolidó su vocación en la cárcel, donde ingresó al término de la Guerra Civil, y en la que permaneció hasta 1944. Las distinciones a su obra no se hicieron esperar: en 1947 obtuvo el premio Adonais, con “Alegría”; a dicho galardón le sucedieron varios Nacionales de Poesía y Crítica, en los años 1953, 1958 y 1965. Y, en fechas más recientes, los principales premios literarios que concede el Estado español.

Entre los títulos de Hierro se cuentan, además, “Tierra sin nosotros”, “Con las piedras, con el viento”, “Quinta del 42”, “Estatuas yacentes”, “Cuanto sé de mí”, “Libro de alucinanciones” y, sobre todo, “Cuaderno de Nueva York”, publicado en los noventa, el mismo decenio en que el autor recibió una auténtica lluvia de distinciones y premios: el de las Letras en 1990, el Cervantes en 1998, el Nacional de Poesía en 1999 y el de la Crítica ese mismo año. Casi dos décadas antes, en 1981, había obtenido el Príncipe de Asturias de las Letras. Estos merecidos y frecuentes galardones, su presencia en los medios y su inconfundible fisonomía –cráneo rasurado, bigote y brillante mirada– no hicieron sino acrecentar su popularidad y su número de lectores.

Algunos poemas de J. Hierro:

El enemigo

Nos mira. Nos está acechando. Dentro
de tí, dentro de mí,nos mira. Clama
sin voz, a pleno corazón. Su llama
se ha encarnizado en nuestro oscuro centro.

Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro
dentro de tí. Aúlla, ruge, brama.
Huyo, y su negra sombra se derrama,
noche total que sale a nuestro encuentro.

Y crece sin parar. Nos arrebata
como a escamas de octubre el viento. Mata
más que el olvido. Abrasa con carbones

inextinguibles. Deja devastados
días de sueños. Malaventurados
los que le abrimos nuestros corazones.

Cuanto sé de mí (1957)

Pasos

¡Si ellos estuvieran muertos!

Si yo supiera de fijo
que ya se habían borrado
para siempre de la tierra,
que ya estaban enterrados;
si tuviera la certeza
de que pasaron,
¡qué hermosa mi marcha entonces
por la noche de los campos,
sin oírlos, a mi espalda,
paso a paso,
jadear en el silencio
con el pecho ensangrentado!

Semimuertos, semivivos,
semiolvidados.
A la roca de mis sueños
encadenados,
sin poder matar al águila
que los viene atormentando.

¡Si ellos estuvieran muertos!

Tierra sin nosotros (1947)

Renunciación

Lo quiso todo o nada.
Por eso dejó todo:
para tenerlo todo.

Qué sentirá. Qué cifra
ordenará su mundo,
revelará sus seres.

Qué esfinge arranca ahora
al arpa sideral
arquitecturas músicas

Y cómo ramas, nubes
granos de sol, enjambres
de lluvia, romperán

contra su trono de oro,
salpicarán su báculo
del alba de las nadas ...

La noche


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