2. Las andanzas de
La familia de Pascual Duarte


    2.1. Camilo José Cela. Andanzas europeas y americanas de Pascual Duarte y su familia.
    2.2. Camilo José Cela. Pascual Duarte, de limpio




2.1. Andanzas europeas y americanas de Pascual Duarte y su familia


PASCUAL Duarte anduvo poco por América y no dio un solo paso por Asia, por Àfrica, ni por Oceanía. Pascual Duarte - ¡quién lo había de decir!- me salió turista europeo.

Por Europa sí anduvo algo, y a mi pobre títere, por mor de los traductores, le han obligado a hablar las lenguas más dispares y más extrañas y enrevesadas. ¡Pobre Pascual, con lo tranquilo -es un decir- que había vivido en la llana y badajoceña Torremejía, rodeado su mirar de olivos centenarios, acunada su alma por malos quereres milenarios y tostados sus cueros por un sol inclemente y viejo como el mismo mundo!

Para escribir estas líneas de hoy, me voy a apoyar en la Breve historia de esta Novela, que publiqué como prólogo a la edición que me hizo Zodíaco, de Barcelona, en 1946.

A fines de 1941 -decía en aquella ocasión, y ya sigo el hilo del relato- caí enfermo. Entonces creí que de muerte, aunque después vi que no, y que morirse, eso que parece tan fácil, es, a veces, más difícil de lo que uno se imagina. Mi novela estaba no sé si ya casi terminada o aun por su mitad, o poco más. Lo cierto fue que el día de Reyes de 1942 llamé a mi madre, le pedí los cuadernos donde la iba escribiendo y redacté -para poner punto final- las cartas del cura y del guardia civil. Estas cartas fueron, más tarde, unas de las páginas de más éxito de mi novela. Eugenio d'Ors, en su glosa Mímesis o de las artes de imitación, publicada en "Arriba", de 2 de julio de 1944, y recogida en el Novísimo glosario, M. Aguilar, editor, Madrid, 1946, página 244, dice: En el Pascual Duarte hay una carta de un guardia civil que es un modelo. No sé si todavía me gusta más que mi pregón.

Quería dejar la cosa un poco redondeada, no fuera a hacer el diablo que me marchase por el otro mundo, como un pajarito, dejando el manuscrito no más que como un triste e inútil recuerdo familiar. Después no he querido tocarlo; me pareció más honrado dejarlo como estaba, y así lo publiqué.

El manuscrito durmió, sin que lo conociesen más que algunos amigos, hasta los últimos días de 1942, en que salió la primera edición.

A Fernando Vela, amigo de mi padre, que me había prestado, casi en mi niñez, los volúmenes de "El espectador", de Ortega, le envié una copia para que la viese. Me contestó con una carta muy cariñosa donde se me aclararon muchos conceptos sobre la novela, como género literario, conceptos que entonces sólo intuía. Fernando Vela, en su carta, de fecha 11 de febrero de 1942, me decía entre otras cosas: Novela es la descripción de un círculo completo de vida, sin huecos ni vacíos, como es el que realmente rodea a cada uno de nosotros, el mundo propio de cada cual. Puede que tenga razón.

En su carta, Fernando Vela también me hablaba de la edición. El tema -me decía- puede asustar acaso por demasiado terrible, lo que si para mi juicio crítico es menos evaluable, acaso lo sea para otros aspectos: edición, censura, etc. En las actuales dificultades de papel, será algo más difícil encontrar editor, pues éstos prefieren utilizar sus menguadas existencias en autores consagrados, reediciones de éxito, etcétera. Esta es la impresión que aquí mismo he recogido. El aquí mismo a que se refería Fernando Vela era "Revista de Occidente", editorial con la que después, andando el tiempo, tuve muy amistoso trato.

Le mandé otra copia a Ramón Ledesma Miranda, pero mi novela no le gustó. Él tiene otros puntos de vista.

Antes, en 1940, había leído algunos trozos sueltos -conforme los iba escribiendo- a algunos amigos. En agosto leí unos capítulos en el Café Gijón, a Lula de Lara, Eugenia Serrano, José María García Cernuda, Víctor Ruiz Iriarte, Federico Muelas, el pianista Luis Galve, Eugenio Mediano y Enrique Azcoaga. Entonces aún no conocíamos nosotros a García Nieto y al grupo que había de reunir, más tarde, alrededor de "Garcilaso", Teníamos por aquellas fechas una tertulia en el Bar Capitol, después la trasladamos al Café Lys y, por ultimo, al sótano del Gran Vía. Al final lo fuimos dejando poco a poco y la tertulia murió.

Una tarde estábamos invitados al estudio del pintor Moreno Díaz para ver sus últimas cosas. Quedamos citados algunos amigos para ir juntos- en el Café Europeo, en la Glorieta de Bilbao -, y a Ruiz Iriarte le prometí que si acababa La familia de Pascual Duarte antes de un año se la dedicaría. En casa de Moreno Díaz empezó la reunión a las cinco de la tarde y acabó a las ocho de la mañana del día siguiente. Habíamos sido invitados a merendar, pero la cosa se fue liando y allí nos pasamos la noche. Se bebió mucho, se armó bastante escándalo, se rompieron algunas cosas, se cantó flamenco y se compusieron versos. Lo cierto fue que a aquella casa no volvieron a invitarnos. Yo creo que hicieron bien.

La novela la había ido escribiendo, cuando podía, en la cocina del Sindicato Textil, en la calle de la Princesa, número 14, donde yo tenía una mesa de escribiente de quinientas pesetas al mes, jornada de ocho horas y dos pagas extraordinarias. Guardo un grato y respetuoso recuerdo de mis dos jefes de entonces, don Pedro Gual Villalbí y don Augusto Matons, los dos barceloneses. Los cuadernos en que la escribí se los regalé a José M.ª de Cossío, uno de los primeros lectores de mi novela. Un día fui a Espasa a ver a Cossío, acompañado por mi amigo Francisco Mota, a quien después dediqué Pabellón de reposo; como la novela se la dediqué poniendo sólo las iniciales, hubo mucha gente que se creyó que me refería a Federico Muelas. No; Pabellón de reposo se lo dediqué a Mota, que entonces me tenía mucho cariño -y en la edición de veinticinco ejemplares que hice, aprovechando el plomo de "El Español", donde la había publicado en folletón, aparece el nombre completo -; a Muelas le dediqué El Lazarillo, donde lo saco a él.

Cossío me recibió muy bien; ya nos conocíamos, aunque, entonces, nuestro trato era todavía escaso. Yo había publicado muy poco, exactamente, dos poemas, el año 35, en "El Argentino", diario de La Plata, con una autopresentación donde no decía demasiados disparates y un dibujo que me hizo Luis Enrique Délano, compañero mío en la Facultad de Filosofía y Letras y secretario del Consulado de Chile, con Gabriela Mistral y Pablo Neruda, a quienes me presentó. También, por él, conocía a un pintor suramericano que se llamaba Isaías Cabezón y que era un tipo muy bueno.. Una vez Isaías Cabezón me dijo:

-Ahora tengo unos días libres; te voy a hacer un retrato. Te llevaré poco, veinte mil pesetas.

En aquella época, mi madre me daba todos los domingos dos duros. Entre semana le sacaba, a veces, seis u ocho pesetas.

El año 1936 publiqué un poema que se titulaba Amor inmenso, en el número 2 de la revista "Fábula", que salía también en La Plata, dirigida por Marcos Fingerit.

EI año 1937 di, en la misma revista, otro poema titulado Desconocimiento.

El 38, y en el mismo sitio, publiqué el canto final de mi Himno a la muerte, último poema de mi libro Pisando la dudosa luz del día.

En España no publiqué nada hasta el año 40. Lo primero fue un artículo titulado Fotografías de la Pardo Bazán, que apareció en "Y"; lo hice sobre unas fotos de la Pardo Bazán, inéditas, que le robé a mi prima, la Marquesa de la Solana. Me pagaron quince duros. En "Horizonte" apareció una poesía mía titulada Elegía y dedicada a Lydia Alexandrovna, una chiquita rusa de los ballets de Montecarlo, a quien tuve que pagarle tres meses en Davos, en el año 37, para que se muriese tranquila; no estoy arrepentido.

En 1941 empecé a publicar algún cuento. En "Medina" trabajaban Alberto Crespo, Federico Muelas y Eugenio Mediano, que me animaron a escribir un cuento. Primero les hice Don Anselmo; después, como les había gustado, les hice Marcelo Brito, Don David y Catalinita. En "Alegría y Descanso", donde estaba Azcoaga, publiqué El misterioso asesinato de la rue Blanchard.

Ya en el 42 publiqué en "Medina" mi cuento Don Juan. Todos los tengo recogidos en un tomito titulado Esas nubes que pasan. En una revista muy pintoresca, que se llamaba "Santo y seña" -me refiero a su segunda época, cuando ya la habían dejado Adriano del Valle y Eduardo Llosent-, publiqué dos artículos bajo el lema Cuaderno de bitácora. Mi primera publicación en la prensa diaria fue un artículo un tanto divagatorio aparecido en "Arriba", el 3 de octubre del 42, y titulado ¿Vocación? ¿Aptitud? Después apareció la primera edición de La familia de Pascual Duarte. Juan Aparicio me publicó un capítulo en "El Español", en la sección "Libros sin abrir".

Digo todo esto para situar un poco, dentro de mi carrera, el momento de la aparición de mi novela.

A lo que íbamos. Cossío me recibió muy bien; me dijo:

-Déjeme usted las cuartillas. Tengo que ir a Zaragoza a dar una conferencia y me las llevaré para leer en el tren.

Cuando volvió a Madrid yo fui otra vez a verle.

-Me ha gustado mucho; está muy bien.

Yo me quedé de una pieza. La verdad es que iba dispuesto a escuchar todo lo contrario.

-Sí, muy bien. Pero me equivoqué; no es una lectura buena para el tren.

Yo, entonces, empecé a buscar editor. Para sacar mi libro a flote hice dos gestiones, aparte de la que ya dije de Fernando Vela. La primera me salió mal y la segunda bien. La primera fue con Fermina de Bonilla, la propietaria de las Ediciones Cigüeña, que entonces vivía en el Hotel Victoria, en la Plaza del Angel. Fermina de Bonilla, cuando le hablé de mi libro, me dijo:

-Mire, su libro está muy bien, pero yo no se lo puedo editar; ahora tengo otras cosas entre manos. Además, debo serle sincera: de su libro no se venderían más allá de los diez o doce ejemplares, no nos engañemos.

Las cosas que Fermina de Bonilla traía entre manos, y que después editó, eran el Libro de las siete damas, de Eugenia Serrano, que salió en abril de 1943, y la Melodía italiana, de Eugenio Montes, que apareció en enero de 1944. Sin duda alguna son dos libros muy finos y bien escritos, y sus autores demuestran tener un espíritu sagaz y delicado. El libro de Eugenia Serrano lleva un bello prólogo de Eugenio Montes. El impresor -la verdad sea dicha- hizo un poco lo que le dio la gana, y el libro está lleno de erratas, algunas graciosas; a doña Blanca, por ejemplo, la hermana de doña Berenguela y de doña Urraca, la hace nacer en 1878, unos años después de morir el Padre Claret. Así, por este estilo, hay varias más.

Me marché bastante alicaído, y recordé a mi amiga Felisa Aldecoa, con quien coincidí un verano en Torrelodones. Fui a ver a su hermano Rafael -que corría entonces con la editorial-, le di mis cuartillas, y al día siguiente, en el hotel Alfonso, de la Gran Vía, que era donde vivía, me dijo:

-No lo pienses más, yo te lo edito.

Quiero que conste aquí mi agradecimiento a los Aldecoa, mis primeros editores.

Mientras tanto, Cossío había hablado con José Janés, quien de no haber estado por aquellos días en Madrid Rafael Aldecoa, hubiera sido, quizás, mi editor. Estábamos por octubre de 1942.

Pascual Duarte nació, para mi que soy su padre, el 28 de diciembre de 1942, día de los Santos Inocentes, en un garaje que hay en la calle de Alenza, número 20, ya casi al final, y que se llama Continental-Auto, Esto de Continental-Auto es una línea de autobuses que hace el servicio de Madrid a Burgos y de Burgos a Madrid, llevando y trayendo viajeros, equipajes y paquetes. En la Breve historia de esta novela digo que todo esto pasó el día 7, pero después, haciendo memoria y repasando cartas, he visto que no había sido el 7, sino el 28. Después de todo, una diferencia de veinte días es algo que poco puede importar.

El libro me hizo una impresión extraña, mezcla de alegría y de tristeza, como los entierros de los amigos a quienes se les quería un poco y se les odiaba otro poco. Me enviaron cien ejemplares de la edición corriente y diez en mejor papel, pero sin justificación de tirada, El libro estaba presentado con sencillez y con limpieza. La portada era bonita; la hice sobre la carpeta que Domingo Viladomat -el pintor que después se metió a director de cine- me había dibujado para que guardase las cuartillas originales.

Esta primera edición de Pascual Duarte fue impresa en Burgos, en la imprenta Aldecoa, Diego de Siloe, 20, al lado del chalet donde vive el dueño.

En la imprenta habían guardado el plomo, por si acaso, y acertaron, porque, con los mismos moldes, hicieron la segunda edición al año siguiente. Esta segunda edición es en todo igual a la primera, menos en la cabeza de las páginas y en la portada. La portada de la segunda edición no es que sea fea, es que es lamentable. Las letras, la composición y el recuadro morado que le pusieron, son de mal gusto.

Esta edición salió en noviembre de 1943, y fue la que recogió la censura. A los dos años y pico, el Pascual Duarte fue otra vez autorizado.

Algunos ejemplares de la primera edición, y todos los de la segunda, llevaron una faja con una opinión de Baroja, que sacamos de una interviu que le hizo el pobre Federico Izquierdo Luque, y que se publicó en "El Español" de 2 de enero de 1943. La frase de Baroja decía así: Después de la guerra he leído poco. La gente vieja no lee el último libro. Sin embargo, conozco una novela, muy buena, de Camilo José Cela. Se titula "La familia de Pascual Duarte". Yo a Baroja le había pedido un prólogo, pero no quiso hacerlo. Después me alegré porque vi que era más elegante aparecer en cueros en la primera edición. Baroja se salió como pudo.

-No; mire -me dijo-, si usted quiere que lo lleven a la cárcel vaya solo, que para eso es joven. Yo no le prologo el libro.

A la cárcel no fui, pero la novela fue retirada. La verdad es que no encontraron muchos ejemplares, porque -cuando esto sucedió- la segunda edición iba casi agotada y de la primera no quedaba ni rastro por ningún lado.

Un día, don Ignacio Zuloaga me pidió un ejemplar para su señora, que estaba entonces en París. Yo se lo di a Claude Popelin, que lo veía casi todos los días, pero a éste se le fue olvidando y no se lo dio a don Ignacio.

Otro día que me lo encontré volvió a pedirme el libro.

-Déme usted un ejemplar de la primera edición, mi mujer colecciona primeras ediciones.

Yo, por más que busqué no pude complacerle.

Fragmento de Andanzas europeas y americanas de Pascual Duarte y su familia de CAMILO JOSÉ CELA, texto incluido en la edición de 1951 de La familia de Pascual Duarte, Barcelona, 1951.

2.2. Camilo José Cela: Pascual Duarte, de limpio



Pascual Duarte, a fuerza de llevar tiempo y tiempo sin mudarse de ropa, estaba sucio y casi desconocido. Muy limpio, lo que se dice muy limpio, no lo fuera nunca, bien cierto es, pero tan sucio como últimamente andaba tampoco era su natural. Los libros que tienen muchas ediciones acaban siempre por ensuciarse y de cuando en cuando, conviene fregotearles la cara para volverlos a su ser. Esto de la higiene es arte capcioso pero necesario, arte que si bien debe usarse con cautela para no caer en sus garras, fieras como las del vicio, tampoco es prudente huirlo ni despreciarlo. En Orense vivía un señor que se llamaba don Romualdo Vaqueriza Duque, quien motejaba al bidet de cabeza de puente de la masonería en la vetusta civilización hispana; la gente, como no sabía bien lo que quería decir eso de vetusta, lo dejaba hablar. Don Romualdo, que era muy aparente, murió de un incordio anal que, según la ciencia, quizás hubiera podido desprendérsele con jabón. A mí no me agradaría que el recuerdo de Pascual Duarte - ¡pobre Pascual Duarte, muerto en garrote! muriese, como don Ronulaldo, de resultas de su miedo al agua.

Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejarnos al cuidado de los editores quienes, quizás por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenernos quien, como es más bien haragán, manda a un vecino. El resultado es que, al final, al texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes.

Los libros, con frecuencia, mejoran con esta gratuita y tácita colaboración, pero los autores rara vez nos avenirnos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habitados por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito.

A veces pienso que escribir no es más que recopilar y ordenar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a escribirlos y aun después de ponerles su punto final. La cosecha de las sensaciones se tamiza en la criba de mil agujeros de la cabeza y cuando se siente madura y en sazón, se apunta en el papel y el libro nace. Lo que sucede es que el libro, después de nacer, sigue creciendo - armónico o desordenado - y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la imaginación o el sentimiento de los lectores y, por descontado, en las páginas de sus ulteriores ediciones.

Estos crecimientos no son de la misma substancia, bien es verdad, pero todos le hacen crecer. Un niño crece de diferente manera que un cáncer, pero el cáncer - y eso es lo malo también crece.

Con el Pascual Duarte casi he tenido -en esta ocasión- que recurrir a la cirugía para podarle lo que le sobraba tanto como para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena jabonadura. Aunque ahora, al releerlo al cabo de los años, me entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud, he preferido dejar las cosas -en lo fundamental- como estaban y no andarle hurgando. No la hurgues, que es mocita y pierde -oí decir por el campo de Salamanca, algo más arriba del paisaje extremeño de Pascual Duarte-. Además, mi cabeza no es la misma de hace veinte años y este libro es producto de mi cabeza aquella y no de mi cabeza de hoy. Seamos respetuosos con el calendario.

Montaigne llamaba al orden virtud triste y sombría. Probablemente, Montaigne confundió el orden con su máscara, con su mera apariencia; es actitud frecuente entre gentes de orden, entre quienes llaman orden a lo que no es ritmo sino quietud y, a fuerza de no distinguir entre el culo y las cuatro témporas, acaban tomando el rábano por las hojas. Yo pienso que el orden es algo alegre, vivo y luminoso; lo que es triste y muerto y opaco es lo que suele darse, fraudulenta y enfáticamente, por orden, cuando en realidad no pasa de ser un vacío. El firmamento es un hermoso prodigio de orden. El orden público, por el contrario, no es más cosa, con harta frecuencia, que un caos silencioso al que se fuerza a fingir el límpido color del orden aunque, claro es, nadie acabe creyéndoselo.

Pero si a veces pienso que escribir y ordenar son una misma cosa, otras veces sospecho lo contrario y hasta llego a creer en la inspiración de que nos hablan los poetas románticos -esos grandes mixtificadores- y los críticos románticos -esos denodados paladines de la confusión-. Entiendo saludable -no sé si sabio- no pensar siempre lo mismo en lo adjetivo y sí, en cambio, variar poco en lo substantivo y permanente. Lo digo a cuenta de que tampoco me extrañaría poder llegar a incluir a la inspiración en la órbita del orden.

A mi novela La familia de Pascual Duarte, después de lo mucho que sobre ella he trabajado, voy a procurar no tocarla más. Su texto original queda fijado (quizás fuera menos pedante decir: establecido) en esta edición y a ella procuraré remitirme siempre que lo necesite. Sus traducciones habrá que admitirlas tal como están, salvo que mis futuros traductores prefieran ajustarse al texto de hoy, cosa que habría de agradecerles. Como es de sentido común, las traducciones casi siempre he tenido que darlas por buenas porque, para revisarlas y comentarlas, precisaría de unos conocimientos que estoy muy lejos de poseer. En mis tiempos de La Coruña conocí y admiré mucho a un guardia municipal que se llamaba Castelo y que llevaba bordadas en la manga siete banderitas, una por cada país cuya lengua hablaba. No es mi caso y no me duelen prendas al reconocer que no hubiera podido servir para guardia urbano o, al menos, para guardia urbano coruñés; a lo mejor, en Jaén o en Cáceres exigen menos requisitos y sabidurías.

En fin: Pascual Duarte está de limpio, que es lo importante. Ahora se dispone a empezar a morir de nuevo, poco a poco.

Palma de Mallorca, 23 de agosto de 1960.

CAMILO JOSÉ CELA, Pascual Duarte de limpio, nota del autor a la 13ª edición de la novela.