Dos Españas, o ¿quizá tres?
Los grandes cambios en la distribución de la población están desequilibrando el territorio

El 96%de la población española se concentra hoy en la mitad del territorio nacional. Esa concentración ha dado lugar a ciudades con sus suburbios donde se concentran los servicios y las alzas de precios mientras las zonas rurales, deflacionistas y patrimonialistas, se vacían. Un reequilibrio del territorio es complicado.

La mitad de la población española reside hoy en 119 ciudades de más de 50.000 habitantes  
El reequilibrio del territorio aparece difícil porque en las zonas despobladas faltan servicios  

JOSÉ LUIS NUENO - 11/06/2006

Dos Españas, una grande y vacía y otra pequeña y congestionada ¿o lo dejamos en tres? Un reciente estudio de la fundación BBVA ha analizado los cambios de la localización de la población española a lo largo del siglo XX; entre censos (1900 vs. 2001) los españoles hemos protagonizado grandes migraciones interiores que han hecho que el 40% de la población resida en tan sólo 1% del territorio. Un fenómeno así ha creado las grandes ciudades y sus extrarradios, las ciudades medianas y las poblaciones rurales, cada una con su forma de vivir y malvivir.

En 1900 los españoles habitaban fundamentalmente en localidades de entre 1.000 y 5.000 habitantes y sólo existían ocho ciudades mayores de 50.000 habitantes. Hoy hay 119, y en ellas reside la mitad de nuestra población (21 millones). Si a ello añadimos las áreas metropolitanas de estas grandes ciudades, su peso aumenta aún mucho más.

Detrás de estos cambios poblacionales encontramos varios fenómenos. En primer lugar, las revoluciones tecnológicas. Vizcaya ostentaba por ejemplo el récord de concentración de población durante casi medio siglo a causa de su industria, que se desplegó allí porque había puerto. La población se traslada también al litoral mediterráneo desde el centro y el norte de la Península porque es donde se concentran los medios de transporte, y donde como consecuencia de esa concentración sus costes se hacen más bajos. El transporte es por tanto causa y efecto.

Si bien la migración ya se producía en etapas anteriores, lo que empezó a no suceder es que el equilibrio poblacional se compensara con las elevadas tasas de natalidad rurales ya que el campo se desertiza -a pesar de su mayor calidad de vida en muchos sentidos, de más espacio y tiempo- al migrar los más fecundos: los jóvenes. Sólo cuando se agoten estas reservas rurales se ralentizará el proceso de trasvase a las grandes urbes. O cuando las personas mayores de las macrociudades se vean atraídas por los cielos clásicos en vez de por neones.

Como resultado de todo esto, 95,9% de la población se concentra en la mitad del territorio nacional, en tanto que la otra mitad alberga al 4,1% restante, dándose un desequilibrio tan pronunciado como constatable. Sobrevolar Italia por la noche es hacerlo sobre una alfombra uniforme de puntos luminosos que en España se dan sólo en las costas y en su centro geográfico.

Esta es la situación que plantea la emergencia de las Españas. Existe una primera España que es la de las grandes ciudades. En 2001, según el estudio, las 15 ciudades de mayor tamaño del país albergan al 25% de su población. Si añadimos a ellas las de más de 50.000 habitantes, han pasado de 18 con 2,6 millones de habitantes en 1900 (13,7% de la población) a 119 con 20,7 millones (50,6% de la población).

Un segundo contingente de poblaciones es el de las medianas, las que cuentan entre 10.000 y 50.000 habitantes. En 1900 había 204 y en ellas residían 3,5 millones de españoles. En 2001 son 531 con 10,5 millones, otro 25% de la población.

El tercer grupo lo forman los radicados en municipios de entre 1.000 y 5.000 habitantes (37,7% en 1900), asentados en 3.204 municipios que, a principios del siglo XXI se han visto reducidos en número hasta 1.997 municipios y tan sólo el 3.8% de la población de 2001. La mayoría de ellos son hoy de menos de 1.000 habitantes. Son la otra España. Los primeros dos grupos, el de las grandes ciudades y sus satélites, son hoy la España que crece.

Por tanto, en nuestro país se dan dos grandes realidades, hasta tres si se analiza detenidamente. Existe una España de las grandes ciudades. Si prestamos atención a donde se trabaja, donde se pasan más horas conscientes, las grandes ciudades son las protagonistas porque ahí están los empleos y en consecuencia, los empleados: los jóvenes y por ello siguen llegando ahí. Esquilmados los stocks rurales de jóvenes, ahora llegan de otros puntos del globo y muchos de ellos posiblemente de origen agrario.

Si atendemos a dónde viven, además de las grandes capitales hay que incluir las ciudades que las rodean. Unas son lugares en los que se trabaja y otras en los que se duerme, aunque en muchos casos se hacen aún las dos cosas. En estas primeras realidades poblacionales además de empleo y jóvenes encontramos servicios de todo tipo y prestatarios públicos y privados. Por otra parte, aquí se forman las familias y se crean los hogares, por tanto este es un mercado sin burbujas o con menos que en otros donde la oferta inmobiliaria supera la demanda.

La otra realidad es una bien diferenciada. Es la de un número decreciente de municipios de entre 1.000 y 5.000 habitantes, que ha pasado en un siglo de albergar al 37% de la población a dar cobijo a sólo 3,8% de la población de nuestro país. De hecho, estos municipios menguantes son hoy de menos de 1.000 habitantes. Esta España de pueblos desiertos es una sin jóvenes, sin empleos, sin servicios, sin burbujas y sin inflación.

¿Es imaginable que esta progresión poblacional que pone en relieve el estudio de BBVA invierta su signo en el futuro? Es difícil pensar que pueda ser así. En primer lugar, hay un obstáculo que es el de la ausencia de servicios. Por debajo de 5.000 habitantes se hace muy difícil prestar servicios educativos, sanitarios y de todo tipo de forma eficiente. Por otra parte la revolución tecnológica que protagonizó esta desertización no cesa. Las telecomunicaciones, los idiomas, el transporte y la redistribución de la renta son variables que juegan hacia una mayor concentración de la población en el futuro.

El reciente revuelo provocado por la concentración de vuelos de Iberia alrededor de la T4 de Madrid es exponente de esta fuerza centrífuga que ejerce el progreso sobre la población, máxime cuando se llega a acumulaciones infraestructurales socialmente improductivas. Poco a poco vamos a una España polarizada. A una, a la de los jóvenes, le interesa todo aquello que le favorezca: tipos de interés bajos, típicos de las llamadas economías de flujo, en las que las rentas vienen del empleo, las viviendas se deben financiar de forma económica y el crédito al consumo debe permitir entramparse. A otra, la de mayores, tipos de interés altos, para que regresen a los pueblos y puedan vivir de sus ahorros y de sus pensiones, repoblando zonas que ellos o sus antepasados abandonaron y cuando una masa crítica que permita que regresen los servicios, y con ellos algunos jóvenes. ¡Qué delicia sería!