Feliz Navidad

LA NAVIDAD NO ha cambiado tanto si perdura el sentimiento navideño en sus aspectos más positivos

CRISTINA SÁNCHEZ MIRET - 25/12/2005

No porque sea Navidad hay que hablar de ella, pero lo cierto es que merece la pena hacerlo. No deja de ser un placer escribir sobre la Navidad y la tentación es grande de sólo observar aquello de positivo que aporta a nuestras vidas. Como en las películas típicas de esta época en las que todo acaba bien, todo el mundo es feliz y todos encuentran solución a sus problemas.

Ojalá en este mundo real en el que vivimos también fuera así. Lo cierto es que no lo es. Los que se quedan en el paro siguen estándolo por Navidad, los que no tienen dinero para llegar a fin de mes siguen sin tenerlo - por mucho que el anuncio de la lotería diga lo contrario- aquellos que están enfermos no dejan tampoco de estarlo por Navidad y mucha gente muere, también en Navidad. Por tanto podríamos afirmar que la felicidad que acompaña a la Navidad es sólo supuesta, un mero espejismo de la leyenda que precede a estas fiestas. Pero no creo que esta afirmación sea totalmente cierta. Hay algo más. Algo hay que hace a la Navidad distinta de muchas otras de nuestras celebraciones colectivas. La Navidad - para esta parte del mundo en la que vivimos- es la fecha fetiche por excelencia de todo lo bueno y lo positivo. Mucho más que Fin de Año o Reyes, o cualquier otro día causa de los muchos que proliferan últimamente y que ya son más de un centenar: de la no violencia y de la paz, de la infancia, del sida, del cáncer...

El último día que trabajamos antes de las vacaciones de Navidad nos despedimos de los compañeros de manera distinta que en el resto de vacaciones, aunque volvamos al cabo de tres días. Aunque nos quejemos repetidamente del tedio que supone ir de mesa en mesa, por estas fechas - muchas veces y más de uno de nosotros- reconsideramos los agravios sufridos de familiares y amigos con tal de que no falte nadie a la comida o a la cena de Navidad. Incluso se piensa más que en otras épocas del año en todos aquellos que están solos y cuesta menos hacerles un hueco - la mayoría de veces sólo momentáneo-, en nuestras vidas. Tampoco es extraño que tengamos más paciencia y seamos más amables - con amigos y enemigos- de lo que lo somos habitualmente.

Aunque sin duda alguna cómo celebramos la Navidad va cambiando y se desdibuja el estereotipo trasnochado que de ella tenemos. En primer lugar, cada año se adelanta un poco más, especialmente es así si nos atenemos a la parte estética de la misma - luces, adornos, villancicos en la calle- que anuncian las buenas nuevas ya en noviembre. También se ha adelantado el fervor de las compras con todos los festivos abiertos para facilitar el abastecimiento en tan señaladas fiestas. Paralelamente, de año a año, uno empieza a tener compromisos de Navidad cada vez más pronto, porque si no es imposible, a tenor del alto número de comidas y cenas con compañeros de todo tipo - trabajo, amigos, gimnasio, padres de la escuela...-, cumplir el calendario. Tampoco resulta ya extraño que la Navidad no se celebre en familia y que se aprovechen los días de fiesta para hacer uno de los muchos viajes soñados. Y un sinfín de otras novedades que pueden hacer pensar a algunos que la Navidad ya no es lo que era.

Pero no ha cambiado tanto, aunque cada uno la vaya convirtiendo en aquello que más le convenga, si perdura - aunque sea mínimamente- el sentimiento navideño en sus aspectos más positivos: más amor hacia los demás del que es habitual, más respeto hacia los demás, más solidaridad hacia los demás y más buenos propósitos para todos, también para nosotros mismos. Bon Nadal.

CRISTINA SÁNCHEZ MIRET, socióloga