Creyentes esféricos

El hincha global. El viernes comenzó el Mundial 2006 en Alemania. Un total de 32 selecciones tratan de conseguir el ansiado trofeo. El fútbol ha rebasado los límites del deporte, del negocio, del espectáculo y de la comunicación para convertirse en una religión global que une personas y salta fronteras. Todos somos hinchas

FRANCESC-MARC ÁLVARO - 11/06/2006

Puede ser cristiano, musulmán, judío, budista o ateo, pero durante un mes sólo creerá en el dios balón y en sus profetas, los futbolistas que admira. Este creyente tiene todos los colores imaginables de piel, habla todas las lenguas, es millonario y miserable y habita todos los grados intermedios de riqueza y pobreza, tiene doctorados por las mejores universidades y es analfabeto. Sus sueños son todos los habidos y más. Pero este creyente esférico está unido por una de las pocas realidades realmente planetarias: el fútbol. Ante el gran deporte espectáculo desaparece el choque de civilizaciones y caen todas las barreras culturales, políticas, económicas y sociales. Surge una sola ilusión, una sola pasión y una sola forma de entender la vida: ganar o perder, meterla o no meterla. ¿Simple? No lo debe ser tanto.

La tele es su altar. Gracias a la tele sigue el Mundial. Si no hay tele, hay radio, hay internet, hay teléfono móvil. Lo único necesario es que exista alguna máquina de narrar la gesta. Seguir las hazañas de sus ídolos se convierte en algo parecido a respirar. Primero está su equipo de toda la vida, los colores de sus amores por los que se desvive. Pero ahora se trata de otra cosa, de equipos que dicen representar la esencia balompédica de las naciones (mejor decir de los Estados), que es lo contrario a la verdad mercenaria del gran club, que es siempre crisol de talentos de muchas geografías bailando a un mismo compás. Verbigracia el Barça de nuestras abundantes alegrías. En cambio, una selección es un no-equipo, una suma de individualidades repescadas para improvisar una cohesión y una complicidad que no siempre acaba de fraguar. Verbigracia la actual selección española de Luís Aragonés.

El hincha es idéntico en espíritu, sea de donde sea. Por eso, cuando se encuentran cara a cara, los seguidores de dos selecciones se reconocen y se admiran en el otro. La alteridad es ahora un espejo esférico y lleno de clavos, como las botas de los héroes. El festival se convierte en una guerra de símbolos y de marcas, de algo incruento pero más peligroso que una carga de la brigada ligera. Lo cual no excluye, como nos enseñó en sus reportajes el maestro Kapuscinski, que la guerra del fútbol derive en guerra a secas. Todas las masas son susceptibles de inflamarse si se las combina de mala manera con gases pesados.

Orillados hoy los análisis marxistas que relacionaban los estadios con la alienación de las clases populares, el creyente esférico ya no se siente culpable de serlo, al contrario. Ahora, el poeta, el científico, el artista y el místico se acercan a las canchas para escuchar el sonido de la hierba acariciando el balón. El arte que desprende una jugada maravillosa es puro misterio y ante tal potencia hay que quitarse el sombrero y adherirse a la fascinación general. Los políticos, que son como moscas a la miel, acostumbran a saber que nada mejor para la moral de los pueblos que una buena ración de goles. ¿Simple ¿Sí, pero sigue funcionando. En el norte y en el sur.

El hincha pasará un mes de especial densidad, con ratos buenos y malos. Si su equipo cae pronto, escogerá otra selección como preferida para seguir en la ceremonia con más ganas. Si los suyos avanzan, llegará un momento en que olvidará todo lo que le rodea para entregarse a su verdad. El creyente futbolístico ama como nadie nuestro planeta porque sabe que éste no es más que un balón perdido que espera la gran patada final. Le vale también si es un penalti.