La pintura románica era decorativa. En forma de frescos, miniaturas, tablas, madera, tallas o mosaicos, se caracterizaba por su naturaleza simbólica y por su falta de preocupación por las convenciones o por la naturalidad de las figuras representadas. Sus personajes tenían casi todas las mismas proporciones y gestos. La importancia se la daban en el dibujo, las siluetas y los perfiles en trazo negro.
Se denota la poca composición: las figuras se colocan unas al lado de las otras en un mismo plano. Si se quiere resaltar la importancia de una de ellas, se aumenta su tamaño desproporcionándola de otras. Se muestra frontalidad, sobre todo si son figuras importantes, para estimular el respeto del público hacia estas figuras.
Con frecuencia se usaban colores vivos, incluso violentos, creando imágenes muy expresivas. Los colores eran pigmentos, acompañados de diversos aglutinantes líquidos, la mayoría a base de colas de animales.
En el caso de los temas religiosos, la pintura perseguía una finalidad didáctica: transmitir plásticamente los episodios bíblicos, las vidas de santos o las enseñanzas del Evangelio a una sociedad funamentalmente analfabeta e inculta.
En primer lugar, el artista preparaba su cartón, los dibujos con los contornos precisos, y tenía que ocuparse de situar las luces y las sombras convenientmente. No utilizaba otra cosa que colores naturales; los trituraba y los diluía con agua, para obtener los tonos que deseaba, y colocaba cada uno en un recipiente. Cuando todo estaba preparado, se procedía a calcar con sumo cuidado el dibujo sobre el fresco blanqueado y se aplicaban los colores.
La decoración mural se realizaba con pinturas al fresco, es decir, extendiendo los colores en el agua encima de una capa fresca de cal y arena fina sobre la cual, y antes que se seque, se pintaba el tema;  esta capa absorbía los colores. Otra técnica era a la greca donde había diversas capas de cal; en las superiores se les añadía manteca que prolongaba el secado. Y una tercera era la pintura humedecida, donde se reblandecía continuamente la pintura humedeciéndola lentamente.
La elaboración sobre soporte de tabla, madera o tallas se hacía a partir de una fina capa de yeso muerto, aglutinado con colas animales y extendido sobre la madera alisada, que recibía la capa de pintura normalmente ejecutada al temple de huevo y algunas veces protegida por trozos de tela (lino) en las  juntas de madera o bién por láminas de pergamino.
Las miniaturas se hacían sobre pergamino. Una vez pintadas, el iluminador pulía el fondo dorado con un bruñidor. En algunos lugares, el blanco  se obtenía a partir de una preparación de huesos calcinados; el azul oscuro, con plata tratada con zumo de girasol.