LA PEDAGOGÍA DEL AGUJERO |
Una joven profesora de terza elementar ( 3er primària )
que desde hacía tiempo colaboraba con el laboratorio de nuestra sección, vino
un día a vernos para pedirnos ayuda a causa de un problema muy especial. De
vuelta de las vacaciones de verano, algunos niños habían traído a la escuela
algunas conchas con un curioso agujero redondo, pidiendo explicaciones sobre quién
lo había hecho y por qué. La profesora no conocía la respuesta, pero siendo
como es una buena maestra puso en práctica rápidamente la acostumbrada
metodología , devolviéndole a los alumnos la pregunta: “ Según vosotros, ¿
cómo se produjo el agujero en las conchas ? “ Se lanzaron varias hipótesis,
algunas de las cuales fueron comprobadas aunque sin un resultado satisfactorio,
y del trabajo desarrollado nació un panel que contenía aún muchos
interrogantes. El verdadero problema era que la profesora y otros colegas
suyos que venían frecuentemente a nuestra Sección, habían preparado un
proyecto común de educación científica que comprendía un conjunto de visitas
con fines naturalistas, la construcción de micro ambientes y la captura y cría
de pequeños animales, para permitir el estudio cada vez más profundo del medio
ambiente observado, según una metodología semejante a la que se describirá más
adelante. Los agujeros de las conchas, que tanta curiosidad habían suscitado en
los niños, amenazaban con retrasar el inicio del programa previsto. Por eso,
aquel día, la profesora se presentó en nuestro laboratorio: para que le explicásemos
quién era el responsable de aquellos agujeros y cómo los había
realizado. Una vez obtenida la respuesta deseada podía volver a la clase, y por
fin, dar comienzo al nuevo programa de educación científica. Naturalmente, en primer lugar tuvimos que satisfacer
su curiosidad y un colega biólogo le mostró cómo un animal parásito
se adhiere a la concha y, con un ácido, logra corroer la concha, practicar un
orificio y, a través de éste, comerse a su legítimo propietario. En ese momento, sin embargo, nos sentamos y hablamos
largamente con la profesora. Ella contaba con un elemento fundamental y nada fácil
de crear en el proceso de aprendizaje: la curiosidad de los chavales, su deseo
de saber. Sus alumnos tenían por tanto una puerta abierta hacia el saber, hacia
ese extraño mundo animal capaz de realizar agujeros en unas conchas tan duras.
Si hubiera regresado a la escuela y hubiera desvelado el nombre del autor de los
agujeros, ese nombre difícil habría satisfecho toda la curiosidad, la habría
agotado; habría cerrado la puerta. Así pues, ¿ por qué no abrir otras
puertas ?. La idea era simple, salir con la clase a buscar todos los
agujeros que se pueden encontrar en la naturaleza: los agujeros de la madera, de
las hojas, de la tierra, del papel, de la piedra... La búsqueda podía
continuar individualmente, fuera del horario escolar y luego, en la escuela, se
podrían recoger, comparar y catalogar
todos los “ agujeros” encontrados. Probablemente, durante la recogida, se podrían encontrar
a algunos responsables de aquellos agujeros. No es difícil encontrar detrás de
una hoja al gusanillo causante del orificio. En ese caso se podían llevar a la
escuela hoja y gusano, construir un insectario y observar el crecimiento del
animalillo hasta su metamorfosis en mariposa. Era suficiente con observar bien
la hoja que se estaba comiendo y recoger algunas de ellas, periódicamente para
garantizar su supervivencia. Como se puede observar, el programa alternativo,
nacido de las motivaciones expresadas por los propios alumnos, se podía
conectar con el programa ideado previamente con los demás profesores. El
laboratorio de la escuela podría albergar también otros pequeños criaderos de
“autores de agujeros”, otras orugas, carcomas de la madera, polillas de los
tejidos, pececillos de plata del papel, etc. La observación directa y continua
del comportamiento de estos pequeños animales, podía suscitar nuevas hipótesis
sobre los instrumentos usados para realizar los “agujeros”; el
estereomicroscopio podía llevar mucho más lejos esta observación mediante un
estudio analítico de los aparatos bucales y otras interesantes informaciones se
podían obtener al comparar sus distintas estructuras. El
laboratorio de los agujeros Quedaban aún otras puertas por abrir. Se podía poner en
funcionamiento un verdadero laboratorio de los agujeros, un pequeño taller en
el que se pudieran efectuar orificios en los distintos materiales: papel, madera
de diferentes durezas, piedra, concha, etc. Junto con los niños y frente a los
distintos materiales, una vez explorados los pocos instrumentos disponibles (
dedos, clavos, palitos) había que buscar aquellos adecuados para
practicar agujeros en los distintos materiales, y naturalmente, siguiendo
también los modelos proporcionados por algunas
actividades artesanas, se podrían encontrar los instrumentos mejores , los más
adecuados para cada material examinado. Comparando la información recogida sobre los instrumentos
naturales que poseen los distintos animales observados con los conocimientos
adquiridos sobre los instrumentos utilizados nos podíamos acercar mucho a las
respuestas de las preguntas formuladas al principio por los niños. Puede que,
tras meses de trabajo, una vez agotada la actividad, no hubiera surgido aún la
respuesta a la pregunta primitiva. Si esto sucedía, perfectamente se les podía
dar la respuesta que, por otra parte, abría otra interesante puerta: algunos
animales no usan medios mecánicos sino sustancias químicas para relacionarse
con el mundo exterior. Se hubiera podido comenzar una posterior búsqueda de
todos los animales que conocemos y que utilizan sustancias químicas para
agredir, para defenderse, para construir... Y se podía pasar al veneno de las víboras,
a la bufonina del sapo, a la secreción pegajosa de la cigarrera e incluso al ácido
de nuestro piojo. No resulta difícil notar
la gran diferencia que existe entre un procedimiento de este tipo y la
satisfacción inmediata de la curiosidad de los niños producida por una rápida
respuesta del profesor. La diferencia sustancial es haber elegido un recorrido
largo, científico, de búsqueda e investigación, como alternativa al breve y
magistral reservado al profesor. Tratemos de aprovechar este ejemplo para hacer
algunas observaciones. La
prisa por dar respuestas, por cerrar puertas El primer error que la profesora estaba cometiendo y que
ha logrado evitar es el de la prisa: dedicar a un tema de estudio cualquiera el
tiempo más breve posible para pasar a otra cosa, para continuar con el
programa, ( en su caso se trataba más bien de comenzarlo ). En la tradición
escolar, empezar un tema nuevo es siempre sinónimo de eficacia y los alumnos se
hacen portavoces de ello cuando dicen orgullosos: ya hemos llegado a .... ( a
los Cartagineses , al imperfecto de subjuntivo, a las divisiones con decimales,
a la región de la Basilicata, a los invertebrados...). Es curioso, sin embargo,
cómo en la actividad científica, empezar un nuevo tema es caso siempre un
signo de inconstancia o de fracaso. El buen investigador, generalmente, dedica
toda su actividad a argumentos siempre bien definidos y delimitados, operando
cada vez más en profundidad en lugar de en rapidez. Esta manera de seguir el programa con rapidez está
caracterizado por el papel que tradicionalmente asume el profesor de único
depositario del saber, de poseer siempre la respuesta correcta, de satisfacer rápidamente
la curiosidad de los alumnos, y si ello es posible, de adelantarse
incluso a sus preguntas. No sólo las indicaciones del profesor, incluso las
indicaciones del libro de texto se adelantan a la curiosidad de los niños y los
relegan a un papel de oyentes y “recordadores”. Por el contrario, enseñar a
los niños a preocuparse más de la formulación de las preguntas , del
planteamiento de los problemas que de la obtención de las respuestas es
ayudarlos a recorrer el difícil pero fascinante camino del pensamiento científico.
La objeción más frecuente que se le hace a esta manera de proceder es el
riesgo de desarrollar sólo un pequeña parte de los programas escolares. Dicha
preocupación persiste incluso cuando los mismos programas indican que todo lo
que se hace en la escuela debería estar encaminado al logro de algunos
objetivos en función de los cuales deberían
ser valoradas las actividades, su variedad y su duración. Emplear largos períodos de tiempo, abrir nuevas puertas y enseñar a formular preguntas La decisión de dedicar mucho tiempo a un tema de trabajo
y de estudio siempre lleva las de ganar. Esta, naturalmente, no es una regla válida
sólo para las ciencias sino también para la lengua, las distintas actividades
expresivas, etc. Detenerse quiere decir girar en torno a algo, afrontar
un mismo argumento desde distintos puntos de vista, permitiendo a cada uno ver
con sus propios instrumentos privilegiados, incorporar los nuevos conocimientos
en la trama formada por lo que ya se conoce y confrontar el propio saber con el
de los demás. Detenerse quiere decir también profundizar, utilizar una
metodología cada vez más correcta y más cercana a la del investigador. Para
el profesor, como es lógico, dedicar largos períodos de tiempo a algo
significa actuar de manera que la motivación de los alumnos dure mucho tiempo
sin obligarlos a tratar un tema hasta que se cansen. Ello exige la capacidad de
utilizar todas la señales de interés para saber cuando es el momento de
suspender o de retomar el estudio de un determinado argumento. Ello significa,
por tanto, saber comprender cuándo ha llegado el momento de abrir nuevas
puertas que aporten espacios nuevos, y , al mismo tiempo, nuevos incentivos para
las curiosidades de los niños. (...) La respuesta del profesor sobre el molusco
“agujereador” habría cerrado para siempre el tema mientras que la respuesta
de la búsqueda de otros agujeros y del laboratorio de los agujeros relanzó su
interés, enriqueció el procedimiento y llevó más lejos los conocimientos de
los alumnos.
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Comentaris
Tot llegint el text ens adonem de moltes i diferents situacions que són essencials dins del procés Marta, 13/11/00 |
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