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La leyenda del petróleo


Lo  que  cuentan  los  yanquis

En 1934 celebróse solemnemente en los Estados Unidos el setenta y cinco aniversario del nacimiento de la industria petrolera. En tal ocasión los norteamericanos relataron lo siguiente :

A mediados del siglo pasado el petróleo se conocía ya, tanto en los Estados Unidos como en otros países, habiendo surgido la idea, en muchos de ellos, de la lámpara de petróleo. Ya en 1830 el químico Reichenbach recomendó en Alemania dicho producto para fines de alumbrado. Los yanquis, empero, nada sabían de ello, hasta que un canadiense llamado Abraham Gesner se ingenió en construir una lámpara que funcionaba con un aceite mineral destilado que extrajo de unos esquistos oleaginosos. El coronel norteamericano A. E. Ferris se hizo célebre en toda la costa del Atlántico por haber lanzado al mercado una lámpara a petróleo de su invención. Había aparecido, pues, la lámpara, pero se disponía de muy poco combustible.

En aquella época el petróleo era conocido principalmente como un preparado medicinal; llamábase « aceite de Séneca », no por cierto en honor de Séneca el filósofo latino, sino del nombre de una tribu de pieles rojas llamada Séneca y que utilizaba el producto como medicamento. A nadie le extrañará que hubiera un audaz boticario de Pittsburgo que se aventurase a valorizar los descubrimientos de la Farmacología india. El tal boticario, Samuel Kier, empezó a perforar y, habiendo llegado a una profundidad de 400 pies, dio con la nafta, mezclada con agua. Kier comenzó su propaganda.

Por aquel tiempo la lámpara del coronel Ferris gozaba de tal aceptación, que la elaboración del petróleo aparecía ya como un « negocio ». En New Haven se había constituido una sociedad dedicada a su explotación; pero ¿de dónde sacar esa nafta? La Compañía la adquiría donde le era posible encontrarla, extrayéndola de los pozos por medio de cubos, y casi podríamos decir que a cucharadas de los charcos. El negocio iba mal, cuando el gerente de la sociedad, G. H. Bissel, emprendió en 1856 un viaje a Nueva York, donde, para llenar una hora libre, se fue a deambular por el Broadway. Y he aquí que atrajo su mirada el escaparate de una farmacia en el cual se exaltaban las excelencias del « remedio maravilloso » de Kier. El anuncio representaba los precursores de las torres de perforacióu que todos conocemos por las fotografías. «¡Eureka!», exclamó el preocupado y ya satisfecho liisscl. Para la exploración petrolífera apareció el hombre apropiado en la persona de un tal míster Drake, quien ha pasado a la historia con el nombre de «coronel Drake». En realidad, toda su preparación militar se reducía a los servicios que había prestado como conductor del ferrocarril de New Haven. Sin embargo, resultó hombre de gran inventiva; trasladóse a Titusville y comenzó a perforar su pozo no lejos de la «fábrica» del boticario Kier.

Drake hubo de trabajar largo tiempo; al fin, un sábado, el día 27 de agosto de 1859, alcanzó la profundidad de 69,5 pies. El día siguiente, dominigo, era fiesta; y he aquí que cuamdo el «tío» Billy Smith, ayudante de Drake, salió, después de comer, para ir a ver si ocurría algo nuevo en la barraca, encontróse con que el agujero estaba lleno de nafta casi hasta la superficie de nivel. A la rnañana siguiente empezaron a vaciarlo por medio de cubos; después instalaron una bomba que, en un día, extrajo el petróleo suficiente para llenar 24 toneles, es decir, más de 3 toneladas. Pocos meses más tarde alzábase en aquella localidad un verdadero bosque de torres de perforación y se abría un nuevo capítulo en la historia de la Economía universal.

Cuando, en 1861, brotó el primer gusher (manantial), cuyo rendimiento ascendía nada menos que a 300 barriles diarios, las gentes perdieron la chaveta. ¡Conque no había sino practicar un orificio y colocar un tonel a su lado para entrar en posesión de riquezas sin fin! Todos los que habían llegado a California demasiado tarde se precipitaron a Pensilvania. Quien tuvo audacia venció. El ex conductor Drake se había convertido en un gran señor, y todo el mundo se quitaba el sombrero y se inclinaba respetuosamente al paso del hombre que poco tiempo antes había sido la risa de la mayoría. Drake se había lanzado a los negocios, compraba terrenos, perforaba, buscaba... Después su biografía se esfuma. La prosperidad de la nafta avanzó al principio hacia el NE., en el Estado de Nueva York; después se inclinó hacia el SO., en los Estados de Ohío y Virginia occidental, y hacia el año 1880 abarcaba ya toda la región de los Apalaches. Por aquella época los cronistas mencionan otra vez el nombre del « coronel » Drake; el Estado de Pensilvania, en reconocimiento de sus servicios y en consideración de su absoluta carencia de recursos, le asignaba una renta mensual de 125 dólares.


Lo que cuentan los demás

Todo lo dicho es lo que cuentan los yanquis en relación con su fiesta conmemorativa. No obstante, no todos los méritos deben apuntarse a los americanos; por eso será conveniente que escuchemos relatos que, provenientes de otros puntos, cambian un poco el panorama descrito.

En primer lugar aparecen los polacos, cuya leyenda del petróleo comienza también con un boticario. En 1852 el farmacéutico Ignacio Lukasiewitz, de Cracovia, ideó un método para destilar la nafta, y el 31 de julio de 1853 alumbró por primera vez el Hospital municipal de la localidad con lámparas de petróleo construídas por él mismo. Más tarde abasteció de « aceite de alumbrado » a la ciudad de Viena y a los ferrocarriles austríacos.

Surgen en segundo lugar los checos, quienes, si bien es verdad que no descubrieron la nafta (por la sencilla razón de no haberla en su país), en 1836 alumbraron la ciudad de Praga con lámparas de petróleo, lo cual significa que ya entonces sabían proceder a la destilación de la nafta. Sin embargo, esta operación se hacía de manera deficiente; el aceite de alumbrado llevaba en suspensión elementos ligeros (bencina), y la mezcla explotaba con mucha frecuencia. Los moradores de Praga opinaron que era mejor estar a oscuras que bajo bombas incendiarias... y apagaron sus lámparas.

« ¡Tenga la bondad de no olvidarnos! », exclaman los rumanos. « Nuestra nafta podría ser mejor que la de Galitzia ». (Y en realidad es así.) « Nuestros escritores afirman, ya a fines del siglo XVIII, que se extraía la nafta y que se la utilizaba para iluminación ».

Tras los rumanos vienen los rusos, quienes declaran que la primera instalación destinada a la destilación de la nafta fue fundada en Rusia en 1823 por dos ingeniosos comerciantes, los hermanos Dubinin, en la pequeña localidad de Mosdok, en el Cáucaso septentrional, no lejos de Grosny. Para los dos hermanos las dificultades empezaron el día en que se propusieron llevar su producto al mercado. En Mosdok no existía un solo consumidor del nuevo aceite, y la población más cercana que ofrecía posibilidades de venta se hallaba a varios centenares de kilómetros. Nadie tenía la más mínima idea de la existencia de lámparas petroleras.

Alemania es pobre en petróleo y, sin embargo, sus naturales han demostrado que en su país descubrióse aquel producto antes que en Rusia. En efecto, fue en 1670 cuando los habitantes del pueblo de Wietze, situado a 18 millas de Celle, encontraron petróleo en la misma región, en la zona petrolera hannoveriana donde se centra hoy la máxima explotación del Reich. Cierto que no hubo allí torres de perforación; pero el jesuíta Atanasio Kircher, que no era conductor ni «coronel», sino un sabio arqueólogo y químico, propuso la idea de conducir el petróleo mediante tuberías de plomo, es decir, que se anticipó en doscientos cincuenta años a la idea de las pipe-lines.

Pero no acaba aquí la cosa. «Todo eso es pura jactancia», decían los japoneses. «Nosotros extrajimos petróleo de nuestros pozos de Chigo, en la isla de Hondo (donde hoy se explota todavía), en el siglo XII de la Era cristiana. Y este petróleo se empleó en el alumbrado del palacio imperial ».

En realidad — sostienen los griegos —, fue nuestro Alejandro Magno el descubridor del petróleo. Cuando a principios del siglo IV antes de Jesucristo llegó a orillas del Oxus, el Amu-Daria de nuestros días, sus guerreros encontraron el petróleo, el cual se rezumaba de la tierra. Llevaron unas muestras a los sacerdotes, quienes dedujeron de su análisis que era el signo de una campaña gloriosa, pero penosa y dura. (Por lo visto los sacerdotes estaban ya hartos de seguir a su caudillo a través de las interminables estepas asiáticas, pero no se atrevían a manifestar abiertamente su disgusto.) «Además, Alejandro descubrió también la nafta mesopotámica, ya que pudo ver alrededor de Babilonia fuegos inextinguibles y asfalto natural ».

— Vuestra historia  es bella como las rosas de Shiras y los tapices de Tauris — observaron los persas al escuchar la narración de los helenos — ;  pero,  sintiéndolo  mucho, hemos de permitirnos algunas  rectificaciones. De vuestra interesante relación se desprende que ni el gran Alejandro ni sus sacerdotes comprendieron lo que era la nafta, ni pensaron que podía tener alguna utilidad. Y no obstante, toda la discusión se reduce a eso.

— Exacto — asintieron  vivamente los  yanquis—.  Lo importante no es quién fuera el descubridor de la nafta, sino quién tuvo la ocurrencia de venderla.

— Ahora bien — replicaron los persas—; probablemente Alejandro estuvo muy atinado en no querer negociar con el petróleo, puesto que es probable que lo hubiera vendido como aceite comestible y el negocio habría sido ruinoso. Según nos cuenta Plutarco, los griegos quedaron en extremo admirados a la vista del petróleo en un país que no poseía olivos...

I,a discusión se iba alargando, debido a que se presentaban a cada momento nuevos pretendientes que se atribuían el mérito del descubrimiento. Los italianos declararon que también en las tierras de sus antepasados latinos del Norte de la Península habían ardido aquellos fuegos eternos, mientras los albaneses, por su parte, afirmaban que el Nympheum con sus fuegos inextinguibles estuvo en su territorio. A su vez los representantes peruanos sostuvieron que mucho antes de la invasión española los incas empleaban ya el asfalto como material de construcción.

La noble contienda no habría terminado nunca, a no decidirse a intervenir, finalmente, el alto comisario británico de Palestina.

— Ladies and Gentlemen — dijo secamente —, el petróleo fue empleado por vez primera de un modo útil en Palestina, Egipto y Babilonia. En Babilonia, es decir, en el territorio ocupado hoy por el reino del Irak, utilizóse el asfalto en calidad de mortero para la construcción de paredes, de igual manera qué se usó, evidentemente, en la erección de la torre de Babel. Yo opino que el fracaso de aquella interesante empresa debe achacarse a la escasa consistencia del material y al desconocimiento de la lengua inglesa por parte de los constructores.  Ladies and Gentlemen,  no ignoramos tampoco que, al nacer Moisés, su madre lo depositó en un cesto de mimbre que abandonó a la corriente del Nilo; no obstante, para evitar que el cesto se sumergiese, hubo de untarlo cuidadosamente con pez y resina, es decir, con asfalto o nafta condensada y parafinada,  procedente  de la península del Sinaí. Finalmente, todavía hoy existe en Palestina el mar Muerto, en cuyas orillas, así como en el fondo, hay asfalto. Ahora   bien; como el país últimamente mencionado es, por acuerdo de la Sociedad de las Naciones, un Mandato del Imperio británico, y como los otros dos, Egipto e Irak, tienen vínculos de estrecha amistad con el Gobierno de Su Majestad — ¿no es cierto, señores?...

— Claro que sí, ¡qué duda cabe! — apresuráronse a asentir los egipcios y los irakeses.

— ...por eso declaro que el privilegio del descubrimiento, la explotación, refinería y venta de la nafta, nos corresponde a nosotros, los ingleses, representados por la Irak Petroleum Co. y la Anglo-Persian  Oil Co. Y con esto doy por terminada la discusión.


Mares muertos

Al prescribir los médicos pieles rojas la nafta a sus pacientes, es más que probable que éstos pensaran que se les suministraba una poción grasienta y repugnante, y es de creer que esta idea aumentaba el respeto que les merecían los doctores. Ya los primeros teóricos de la nafta observaron que el producto tenía cierto parentesco con la grasa, y uno de ellos, pastor protestante de renombre, llegó incluso a sentar la tesis teológica de que el petróleo es una grasa que abonó en su día el suelo paradisíaco, razón por la cual era éste tan sumamente feraz. Expulsado del Paraíso el primer hombre, aquella grasa se encerró nuevamente en el seno de la tierra, de donde emergía ahora de nuevo. Un argumento que habla en favor de la citada teoría es el hecho de la existencia de grandes campos petrolíferos, propiedad hoy de la Mossul Oil Fields Ltd., en el territorio que parece haber ocupado el Edén; en cambio, hay otro argumento que la impugna, y es el de que las localidades donde se presenta esta «grasa » no siempre se distinguen, ni mucho menos, por su fertilidad; aparte de que no hallamos explicación satisfactoria a la ciicunstancia de que se haya restituido al hombre el paradisíaco abono, cuando la humana criatura no ha vuelto a su estado de prístina inocencia.

La parte « química » de la teoría se acerca mucho más a la verdad; el petróleo es de origen graso, según ha demostrado el sabio alemán C. Engler. Al efecto, tomó grasas animales, las calentó, encerradas en un recipiente herméticamente cerrado, a altas temperaturas, a la vez que las sujetaba a fuerte presión, y obtuvo petróleo.

Como en la formación de la hulla, el agua desempeñó también en la del petróleo papel importantísimo; fue, podríamos decir, como la tapadera del caldero: comprimió la materia separándola del aire. La materia estaba constituida por plantas y cadáveres de animales, y aunque primitivos, animales marinos de tipo inferior, en gran número.

Desde los días del « coronel» Drake se ha extraído de la tierra tanto petróleo, que podría formarse con él un cubo de 10 km. de lado. « ¡Qué masa tan enorme! », exclamó mi amiga Anneliese, al oír mis palabras. Entonces le expliqué que si se esparciese sobre toda la superficie de la Tierra, aquel petróleo no formaría sino una capa de 2 mm de espesor. «¡Qué insignificancia!», volvió a exclamar, decepcionada, «y, además, todo eso es muy fastidioso. Creí que ibas a hablarme de los mares muertos ».

Paciencia, amiga mía; a los mares muertos voy, aunque para ti serían preferibles las fuentes vivas... Pero, escúchame.

La nafta acumulada en el seno de la tierra pugna por salir a la superficie, por diversos motivos. Debajo de la tierra hay siempre gran cantidad de agua, y como la nafta es más ligera que ésta, tiene tendencia a subir. Por otra parte, desprende un gas, el cual se acumula en la región superior y ejerce presión cuando no encuentra salida; pero, al encontrar una grieta o hendidura, presiona la nafta obligándola a salir. Cuando la nafta penetra en la superficie del suelo y se acumula en una fosa, la bencina es la primera en evaporarse por la acción del calor solar; después, más lentamente, se evapora también el petróleo, más denso, o bien es arrastrado por el agua de lluvia, aunque dejando las partes más viscosas y pesadas, las cuales se depositan formando montoncitos que van creciendo a medida que la nafta va rezumándose por las paredes del suelo... Si un día, pongamos por ejemplo, llegan allí los exploradores de Alejandro Magno, al encontrarse frente a aquella parafina solidificada, la contemplan embobados dando vueltas a sus pulgares y, al fin, dicen : «¡Qué cosa tan rara!; diríase que es cera, y sin embargo no se ve una abeja en todos estos contornos, aparte de que el olor es sospechoso ». Nuestros hombres llevan las espesas tabletas a sus sacerdotes, quienes a su vez se rompen la cabeza para descifrar el enigma, hasta que al fin, tras unas cuantas ridiculas ceremonias, avanzando con semblante grave, anuncian: «Esto es ozoquerita,..es decir, cera olorosa, o-zo-que-ri-ta» —. ¡Ah! exclaman los felices descubridores, dándose por satisfechos. Y ahí tenéis el nombre de « ozoquerita » aplicado para siempre al producto.

Si en lugar de esa materia los guerreros hubiesen llevado a los sacerdotes aquella otra masa negra, pesada y pegajosa, los venerables personajes habrían declarado, tras las mismas ceremonias, que se trataba de « asfalto », lo cual, en griego,  es tanto  como decir  «seguro,  firme »; no tan liviano como la bencina o el aceite de alumbrado.

Claro está que para las necesidades de las carreteras y otras vías de nuestros tiempos no es suficiente el asfalto natural. Hoy la mayor parte de dicha materia se fabrica con los residuos de la refinación del petróleo y del alquitrán de hulla, mientras el asfalto natural no constituye sino una ínfima capa de la que cubre nuestros caminos; a él solo debe su fama el mar Muerto, fama que adquirió en tiempos en que no se conocía aún el asfalto artificial. Por eso los árabes y, más tarde, los italianos, lo llamaban «pez-judía» (betún de Judea).

El más interesante de todos los mares  muertos (pues hay varios) es el que se halla situado en la isla de Trinidad, en la costa venezolana. Cuando, en 1595, sir Walter Raleigh llegó a aquellos parajes, se admiró extraordinariamente al ver un lago negro distante cosa de medio kilómetro de la costa, que brillaba como una bota recién lustrada y parecía completamente muerto. Aquel lago está formado por asfalto puro; se extiende en una superficie de 0,5 km2, y la capa de asfalto tiene una profundidad de más de 50 m. Los ingleses comenzaron su explotación a mediados del siglo XIX. Hasta el año 1920 habían extraído de él 4 millones de toneladas, sin que el nivel del lago hubiera bajado más de 4 m. Según estos datos, puede afirmarse que hay allí una reserva de 46 millones de toneladas de asfalto.

A escasa distancia de aquel lugar, aunque ya en el Continente, del lado opuesto del golfo de Paria, existe otro « mar muerto », el lago Bermúdez, que a su vez comenzó a ser explotado en 1891. Hasta la fecha van extraídas de él un millón de toneladas de asfalto, quedando aún existencias considerables...

—...¿No tendrían aquellos sacerdotes largas barbas negras?...— preguntó Anneliese, con aire soñador...


Adoradores del fuego

Todo eso no parece interesarte mucho... Por ello será mejor que te hable del gas de la nafta. En muchos puntos de nuestro Planeta brota del suelo y basta acercarle una chispa para encenderlo, y en este caso arde sin extinguirse hasta que cesa la aportación de gas; es lo mismo que ocurre con los mecheros de nuestros hornillos de cocina. Este gas de nafta se denomina «metano » y posee una propiedad singularísima: es un bufón. Sólo con olerlo un poco, el hombre más triste se pondrá repentinamente alegre. Pero no hay que fiarse; unos minutos después sentirá zumbarle los oídos, luego le sobrevendrán dolores de cabeza y, finalmente, es muy posible que pague su inesperada alegría de un momento con la vida, víctima de intoxicación por gas.

Entre los más abundantes manantiales de nafta cuéntanse los del Asia Anterior, Persia y península de Apsheron, no lejos de Bakú. En épocas pretéritas hubo allí infinidad de templos donde los adoradores del fuego — los parsis — mantenían en los altares el fuego eterno. Cuando, en el siglo VII de nuestra Era, los árabes conquistaron el antiguo Imperio de Persia, la situación para los parsis se agravó mucho. Los dóciles se pasaron al Islam; los recalcitrantes fueron aniquilados; los que pudieron salvarse se dispersaron, dirigiéndose parte de ellos hacia el Norte, a la región llamada hoy Azerbaiján, en las proximidades de Bakú, mientras el resto se trasladaba a la India, donde viven hoy en número de unos 100.000.

Los parsis encontraron en el Azerbaiján el fuego eterno en extraordinaria abundancia. Hasta que, hacia el año 1880, el Gobierno ruso promulgó un Decreto contra aquellas sectas, los parsis tuvieron allí sus modestos templos o, a falla de éstos, reuniéronse los adeptos en torno a las grietas por donde brotaba el gas ardiente, pasándose días enteros absortos en su contemplación. Aquellos fuegos no se extinguieron hasta hace poco, cuando el gas, aprisionado en las tuberías, comenzó a utilizarse para el trabajo. Hoy existen todavía esos fuegos en la Persia septentrional; la ciudad de Yezd se ufana en haber alimentado sin interrupción la llama desde la época de Zoroastro.

En la India arden los eternos fuegos de nafta en el Punjab y en Birmania, a pesar de que los parsis no llegaron tan lejos. Estableciéronse en Bombay, revelándose como habilísimos comerciantes; hoy las mayores empresas textiles del país se hallan en sus manos, y los modernos adoradores del fuego estudian en Oxford y en Berlín.

Pero con eso no termina la historia del fuego eterno, la cual se continúa en América, donde los modernos « adeptos » rinden también culto al fuego, si bien a su manera, en las fábricas de gas.

Los adoradores del fuego yanquis empiezan por buscar un lugar donde el metano brote en abundancia del suelo. Entonces aprisionan este gas en tuberías, lo envasan así en recipientes especiales, desde donde, a través de otras cañerías, lo transmiten a las casas y fábricas, del mismo modo que se hace con nuestro gas del alumbrado, con la sola diferencia que antes purifican el producto, operación que supone una actividad verdaderamente remuneradora. En efecto: el gas de la nafta contiene con mucha frecuencia vapores de bencina, los cuales se separan, siendo vendida aparte la bencina resultante; además, se obtiene también negro de humo, empleado en la elaboración de tintas y pinturas. Los yanquis extraen de la tierra tal cantidad de gas en estado de utilización que, si se tuviese que fabricar en los talleres ordinarios, se necesitaría consumir de 40 a 50 millones de toneladas de carbón al año.
"Las riquezas de la tierra, geografía económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.