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El
pan del hombre amarillo
No existe planta alguna tan estrechamente vinculada, con la cultura de una
zona geográfica determinada como el arroz. Éste es un producto
típico del monzón; los vientos constantes que,soplan del SO.
sobre el océano Indico desde junio hasta octubre, aportan al
Continente cantidades inmensas de humedad atmosférica.
Fig. 28. Plantaciones de arroz
en Asia
Por eso en las tierras de los monzones el período
de calores estivales coincide con el período de las lluvias, creando
así la condición básica e ideal para el cultivo del
arroz. Si es cierto que existe un «arroz de montaña »
que exige menos humedad que el « arroz de pantano », también
lo es que la calidad de aquél es muy inferior a la de éste,
aparte de que el rendimiento de las cosechas es menor.
Se ha encontrado arroz silvestre en África
y NO. de Australia ; pero no cabe duda de que fue en la China del Norte donde
empezó a cultivarse, pasando de allí al Japón, a las
islas de Indonesia y, hacia el Oeste, a la India y al actual Afganistán.
Desde aquí se difundió siguiendo el camino ordinario de las
plantas de cultivo, es decir, por el valle de Fergana a las provincias pérsicas
limítrofes del mar Caspio, hacia Gilán y Masenderán,
Transcaucasia y Siria. Ahí lo conoció Alejandro Magno. Los
griegos de Tesalia lo cultivaron ya ; pero para los romanos fue un raro y
costoso producto de importación que utilizaron en Medicina.
Europa no debe su arroz a los griegos ni a los romanos, sino a los árabes.
En la Antigüedad esta planta no se cultivaba ni en Palestina ni en Egipto
; los documentos egipcios y caldeos no la mencionan siquiera, como no la
mencionan tampoco el Antiguo ni el Nuevo Testamento. Sólo con los
árabes penetra en Egipto el cultivo del arroz y, a través de
la costa septentrional de África, llega al mediodía de España,
desde donde se extenderá por Italia con los ejércitos de Carlos
I, estabilizándose en la llanura del Po. En cambio, los introductores
del arroz en los Balcanes fueron los turcos.
La gloria de haber difundido el arroz en el Nuevo Mundo no corresponde a
los españoles, sino a los ingleses o, mejor aún, a los holandeses.
En 1647 llegó a Virginia un saco de arroz y fué entregado al
gobernador. Sembrado todo aquel grano, dió una cosecha de 16 sacos;
buen principio, en apariencia. No obstante, toda la producción se
destinó al consumo, sin que nadie cuidase de sembrar para una nueva
cosecha ; el porqué de ello, nadie lo sabe. Según un historiador,
por haberse opuesto el gobernador, sir William Berkeley, hombre terco, conocido
por su crueldad e intolerancia religiosa. Pero si sir William era terco,
no era tonto ; por eso fuerza es admitir que debió de existir alguna
razón poderosa que le hizo oponerse al cultivo de tan valioso cereal.
Cincuenta años más tarde, un nuevo saco de arroz llegaba a
manos de otro gobernador, Tomás Smith, quien lo sembró en su
jardín, en lugar húmedo y apropiado. La planta creció
perfectamente, y los colonos de la localidad, siguiendo el ejemplo de su
jefe, empezaron a cultivarla. ¿Por qué hubo de ser el segundo
saco y no el primero la base del cultivo de arroz en Norteamérica?
La historia de este segundo saco nos ofrece la respuesta.
El gobernador Smith lo recibió en calidad de obsequio del capitán
de un buque holandés que, según los historiadores, hizo escala
en Virginia en «su viaje de regreso de Madagascar a Holanda ».
Como puede verse, el capitán había escogido para volver a su
patria una ruta singularísima; no puede decirse que Norteamérica
se cruzase en el camino. No obstante, comprenderemos mejor su proceder recordando
que en el siglo XVII salían de Madagascar y de las costas africanas
cargamentos de negros destinados a las plantaciones de tabaco y algodón
de América. Así es que el capitán llevaba a Virginia,
no solamente un saco de arroz, sino también esclavos para su cultivo.
Este hecho aclara la incógnita del fracaso del primer saco : el «
malo » de sir William Berkeley no disponía de la mano de obra
necesaria para poder utilizarla en aquella nueva función; en cambio,
el «buen» sir Tomás Smith contaba, medio siglo más
tarde, con un contingente de negros de Importación, suficiente para
atender a ella.
Este relato nos lleva al principal de los problemas del cultivo del arroz.
De todas las plantas que sirven al hombre de alimento, el arroz es la que
requiere mayor esfuerzo. Antes de empezar la explotación del suelo
debe procederse a crear un sistema de riegos, por primitivo que sea. El campo
donde va a sembrarse el arroz debe ser ahondado en forma de artesa de bordes
elevados e inundado después. El terreno, así « reblandecido
», convertido en una masa pesada y fangosa en la que se hunden los
pies de hombres y animales, se labra y allana. Antes de sembrarlos, los granos
se hacen germinar en el agua, para dejarlos crecer luego en semilleros especiales
hasta que, salidos ya los brotes, se plantan en el campo. A este efecto,
algunos días antes se restringe el suministro de agua, para reanudar
con toda intensidad el riego en cuanto ha terminado la labor de trasplantación.
El arrozal no se dejará ya secar hasta el momento de la siega.
Mientras dura el período de cultivo (dos meses largos, los hombres
deben permanecer desde la mañana hasta la noche en el campo, hundidos
los pies en el fango y con agua hasta la rodilla. Y otra particularidad aún:
durante todo aquel tiempo el agricultor ha de cuidar de cada grano, de cada
planta, una por una. Como los brotes tiernos se plantan individualmente,
más tarde, cuando llegue la cosecha, cada tallo habrá de ser
cortado a nivel de la espiga ; la paja se segará después, sola.
¿Acaso el campesino que cultiva trigo o centeno ha de sujetarse a
procedimiento tan meticuloso y delicado?
El método de trabajo que acabamos de describir se refiere al cultivo
del arroz en Java. En otras regiones se observan ciertas diferencias, si
bien las fatigas que representa son las mismas en todas partes, ya que se
trata de una planta que no prospera si no es objeto de minuciosos cuidados.
Cuando los arrozales se hallan por debajo del nivel del río, el riego
es relativamente fácil. En la mayoría de los casos, empero,
las circunstancias se invierten, y así es cómo una práctica
milenaria ha creado diferentes métodos encaminados a elevar las aguas,
desde el primitivísimo sistema del cubo de mano hasta la bomba eléctrica
de California. Entre estos dos extremos existen docenas de procedimientos
intermedios : el «elevador de rosario» del campesino siamés,
movido día y noche con el pie por todos sus hijos y demás familiares;
el malacate accionado por búfalos, de China y Filipinas ; y, finalmente,
la noria, presente dondequiera que el agua alcance determinado nivel. ¿Quién
sería capaz de calcular el trabajo que suponen las fabulosas terrazas,
que, semejantes a espejos, cubren todas las laderas de la isla de Bali? ¿Qué
son, al lado de esos arrozales « colgantes », los jardines suspendidos
de Semíramis en el delta del Eufrates, los cuales, aunque también
regados artificialmente, ni tenían la extensión de aquéllos,
ni suponían tanta cantidad de agua?
Por este motivo el cultivo del arroz es el que exige un esfuerzo más
intenso. En comarcas escasamente habitadas puede afirmarse que es imposible
; el campesino, para atender a sus arrozales, debe poseer una familia numerosa
; no importa que sean chicos o viejos, todos encuentran ocupación.
No obstante, si el labrador aumenta su familia, habrá de aumentar
también la cosecha de arroz ; pero ésta tiene límites,
y así sobreviene una superpoblación, como puede observarse
en todos los países donde el cultivo de la planta que nos ocupa es
tradicional. No hay cereal alguno que estimule el afán de reproducción
en tan alto grado como el arroz, y las regiones más pobladas del Globo
son aquellas en donde este vegetal tiene su asiento : India, China, Indonesia.
En Bélgica, el país de más densa población de
Europa, viven 273 habitantes por kilómetro cuadrado ; en Java, en
cambio, se cuentan 266, y en algunas otras zonas de arrozales la población
se apretuja más que en muchas de las capitales europeas. En el distrito
de Keboemen, «la residencia»de Kodve, en Java, el rincón
agrícola del mundo entero más densamente habitado, se acumulan
903 personas por kilómetro cuadrado, mientras que las cifras correspondientes
se elevan para Berlín a 4.554, para Hamburgo a 2.775 y para Brema
a 1.314. Vemos, pues, que el distrito de Keboemen no queda muy atrás
respecto de esas ciudades, debiendo observar que no solamente aloja a sus
habitantes, sino que incluso los alimenta. En dicho territorio la cosecha
anual de arroz viene a representar unos 182 kg. por habitante. Cierto que
no es para engordar, pero sí lo suficiente para sostener. En Oriente
son muchas las regiones cuya población vive exclusivamente de arroz
; en ellas consume el hombre, según sus posibilidades económicas,
entre 100 y 250 kg. anuales (el promedio para el Japón alcanza los
200 kg.). Tal es el famoso «standard del arroz», es decir,
la capacidad que posee el hombre de raza amarilla de sostenerse con una cantidad
de alimento que, suministrada al de raza blanca, acabaría muy pronto
con él.
Fig. 29. Standard de arroz y de pan
Durante la guerra rusojaponesa, los prisioneros rusos
escribían a sus familias que los adversarios les hacían pasar
hambre, y cuando una Comisión neutral quiso comprobar la denuncia,
vióse que la ración de arroz que se suministraba a los cautivos
era el doble de la que recibían los soldados nipones.
De todas las regiones arroceras la menos poblada es la de la baja Birmania,
donde el número de habitantes no excede de 30 por kilómetro
cuadrado. Esta densidad resulta insuficiente para el cultivo del arroz. En
un sistema de explotación agrícola donde puede decirse que
no interviene el ganado, el cultivo del arroz en gran escala no es posible
desde el momento en que la cifra de habitantes desciende a menos de 60 a
70 por kilómetro cuadrado ; precisamente en las regiones densamente
pobladas de Birmania se produce el arroz destinado a la exportación.
Comparando ahora con ellas las cifras de población de las comarcas
trigueras de los Estados Unidos, obtendremos 4 personas para Dakota septentrional
y meridional, 6 para Nebraska y 9 para Kansas, En el Canadá, la densidad
es todavía menor.
Con todas sus cualidades, el arroz no deja de presentar serias deficiencias
desde el punto de vista de la alimentación popular. En primer lugar,
contiene poco nitrógeno, es decir, poca albúmina, substancia
que tanto valor nutritivo da a nuestros demás cereales; además,
con la cáscara pierde también las vitaminas, y las personas
que se alimentan exclusivamente de arroz, contraen la enfermedad llamada
beriberi.
El cultivo del arroz suele traer aparejada una segunda enfermedad. Durante
largo tiempo creyóse en Europa que el arroz producía la malaria
o paludismo, debido a que, dondequiera que crece esta planta, se forman pantanos.
En 1860 dictóse en España una ley por la cual el cultivo del
arroz no podía practicarse sin una autorización especial, autorización
que se concedió únicamente para aquellas regiones que no admitían
otro cultivo, es decir, comarcas pantanosas. Todas esas medidas preventivas
redujeron la producción de arroz sin disminuir el número de
casos de paludismo. Según demostró después la experiencia,
la causa de la enfermedad no era el arroz, sino los mosquitos. Cuando se
desarrolló intensamente el cultivo de esta planta en la provincia
italiana de Novara, pudo comprobarse que menguaban simultáneamente
los casos de malaria. Antes de la guerra, el índice de mortalidad
por dicha dolencia era, en Italia, de 14 habitantes por 100.000 ; en las
provincias de Novara y Pavía, las principales comarcas arroceras,
aquella cifra no excedía de 2,4. Explicóse el hecho atribuyéndolo
a que los arrozales eran regados con aguas corrientes y admitiendo que el
sistema de irrigación favorecía incluso el desecamiento de
los pantanos. En cambio en California, donde escasea el agua, los americanos
la economizan dejándola encharcar en los campos, lo cual da lugar
a que se formen verdaderos pantanos, y sin embargo, en aquellos parajes no
se conoce la malaria. Todo el secreto está en que allí, a la
vez que se cultiva el arroz, se procede a la destrucción de las larvas
de los mosquitos anofeles, a cuyo efecto se rocia el agua con petróleo,
el cual forma luego una tenue capa que se extiende por la superficie y ahoga
las larvas. Dos cultivadores europeos de arroz descubrieron hace tiempo que
el mosquito es la causa de todo el mal y, para combatirlo, en Italia y Hungría
se crían en los arrozales carpas y otros peces pequeños y gambusias,
todos ellos muy ávidos de las larvas de aquel insecto.
Para el hombre amarillo el arroz es el pan de cada día, como lo es
para nosotros el trigo o el centeno. A la vez, se halla aureolado por leyendas
religiosas y tradiciones populares, y la literatura que trata de él
es inagotable. Importantes Institutos científicos estudian y comprueban
las propiedades de las 2.000 variedades de arroz que el hombre de raza amarilla
ha obtenido en el transcurso de su larga historia. El campesino oriental
es pobre y está esclavizado ; y así fue siempre, a pesar de
lo cual ha logrado elaborarse una refinada técnica de cultivo. Ya
mucho antes del comienzo de nuestra Era, el chino abonaba sistemáticamente
sus campos de arroz e ideaba instalaciones de riego. Cierto es que esa técnica
ha progresado muy poco desde entonces ; hoy, como mil años atrás,
el chino solicita de sus huéspedes el honor de evacuar en su propiedad
sus respetables abdómenes de lo que para ellos es un estorbo y para
el anfitrión un valiosísimo e imprescindible abono.
El arroz es más sedentario que los demás cereales; sus instalaciones
de riego deben ser objeto de continuos cuidados, como los diques holandeses
; generaciones enteras trabajan en ellas, con un esfuerzo que no conoce los
días festivos ni la jornada de ocho horas. Como todos los pueblos
cuya prosperidad depende de grandes construcciones de riego, un Estado productor
de arroz tiende también a la centralización y a la monarquía
absoluta. Para poder movilizar en un momento dado a toda la población
y aprestarla a la lucha contra las aguas indómitas, precisa la presencia
de un poder fuerte e indiscutible. Una pugna en torno a la autoridad entre
el Emperador y el Papa, que debilitase al poder, significaría la inundación
o la sequía para un país arrocero. Pero si los «monarcas
de tierras secas» se conformaron con pasar por «ungidos del Señor»,
los de «tierras regadas» fueron mucho más lejos: fueron
descendientes directos de la divinidad misma, hijos del cielo, faraones o,
como los califas, «Emperador y Papa» en una sola persona.
Copeland, el americano tan entendido en cuestiones arroceras, sostiene que
los pueblos productores de arroz se han distinguido «siempre»
por su amor a la paz. No obstante, la historia de la China antigua y la del
Japón moderno no corroboran tal afirmación. El criterio de
K. Haushofer está mejor fundamentado ; este tratadista pone de relieve
la gran vulnerabilidad de las instalaciones de riego, para las cuales una
acometida enemiga es mil veces más funesta que para los cultivos de
centeno o de trigo. El adversario ni siquiera tiene necesidad de destruir
las referidas instalaciones ; con dejar de proceder a su limpieza y reparación
durante dos o tres años, puede contar con que al cuarto año
se producirá la carestía. Por esta razón, los pueblos
productores de arroz se preocupan siempre más que los productores
de trigo de la protección de sus fronteras. Siempre se ha notado en
los primeros la tendencia a rodearse de una «muralla china»,
y precisamente por el mismo motivo se distinguen esos pueblos por su desconfianza
hacia los extranjeros. Los norteamericanos lograron que se abriesen a los
blancos las puertas del Japón hace solamente ochenta años,
y aun hubieron de recurrir a la guerra. El acceso a la China no data de mucho
antes.
Los sabios chinos sabían muy bien el peligro que para ellos entrañaba
el «monocultivo», es decir, la dependencia absoluta de un solo
cultivo agrícola. Hubo un período en que llegó incluso
a prohibirse a los terratenientes que cultivasen exclusivamente arroz. En
el Templo de la Tierra y del Cielo, en Pekín, existía un «campo
sagrado» (hoy diríamos «campo de experimentación
») que el Emperador en persona labraba con sus propias manos y en el
cual sembraba después los cinco frutos sagrados : arroz, mijo, trigo,
cebada y habas. Todo eso, empero, no restó al arroz importancia alguna
como fuente principal de alimentación del pueblo.
Por mucho que el Oriente se defendiera contra el «diablo blanco»,
al fin hubo de sucumbir. Solamente dos Estados arroceros de Asia consiguieron
mantenerse independientes: Japón y Siam. Pero, ¿qué
se hicieron de aquellos arrozales que alimentan a la humanidad amarilla?
Fig. 30.
Actualmente, el arroz no se cultiva sólo en
el Extremo Oriente, sino también en el Cercano, en África,
Europa y América. El principal productor europeo, Italia, cosecha
algo menos de 700.000 toneladas ; España, aproximadamente, 300.000;
la Rusia Soviética y Egipto, 400.000 toneladas cada uno, y los Estados
Unidos, unas 900.000 toneladas. En menores proporciones se produce también
arroz en Portugal, Estados Balcánicos, Hungría, en el Cercano
Oriente en algunas colonias africanas (especialmente Madagascar). Sin embargo,
todos estos países no suministran más que del 2 al 3 % del
arroz necesario para alimentar a los 600 millones de personas que lo comen
; el resto lo produce el Asia oriental. La cosecha india asciende a 48 millones
de toneladas ; la japonesa (incluyendo Formosa, Corea y Manchu-kuo), de 11
a 12 millones. El montante de la cosecha china es imposible precisarlo, pero
puede admitirse que equivale a la india ; Siam produce más de 5 millones
de toneladas. Así, pues, los dos Estados asiáticos independientes,
Siam y Japón, suministran juntos, aproximadamente, la sexta parte
del arroz que se produce en todo el mundo y del cual consume el Oriente del
97 al 98%.
Si examinamos las cifras de importación, veremos que la cuarta parte
del arroz que falta a los países orientales para su consumo se la
suministra Siam ; otra cuarta parte llega de la Indochina francesa y el resto
procede de la Birmania inglesa.
Estas cifras caracterizan con toda elocuencia el «equilibrio de fuerzas»
de Oriente. El hombre amarillo ha entregado al blanco la llave de su despensa;
ahí radica en alto grado la posición preponderante de nuestra
raza en aquellas tierras. Cuando Tokio, en el Extremo Oriente, convoca a
la formación de una « Liga de pueblos asiáticos»,
su llamada se dirige, ante todo, a las razas que se alimentan de arroz y
representa para ellas la lucha por su cereal.
Trigo y arroz, Occidente y Oriente, dos filosofías, dos culturas,
dos almas. ¿Quién se atrevería a decidir cuál
de las dos es más «trascendental » y más «
necesaria » para la Humanidad? El trigo nos impele hacia lo lejano;
el arroz nos recuerda la eternidad.
"Las riquezas de la tierra, geografía
económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.