La
coartada política de las utopías tecnológicas
Para dejar intacto nuestro modo de vida
Entre los intereses político-económicos
y los imperativos medioambientales el divorcio es completo. Prueba de ello
es el fracaso de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático,
que ha finalizado el 18 de diciembre de 2004 en Buenos Aires con la decisión
de convocar un seminario informal en Bonn en mayo de 2005. En el centro de
los debates el protocolo de Kyoto, que constituye un paso infinitamente modesto
hacia la estabilización de las emisiones de gas con efecto invernadero.
Este tratado, al que están adheridos hoy en día 132 Estados,
entrará en vigor el 16 de febrero de 2005 y se prolongará hasta
el 2012. Con la oposición categórica de la Administración
de Bush y de lobbies de los que es portavoz, también se oponen á
él, aunque toman en cuenta la necesaria disminución del consumo
de hidrocarburos, algunos países petroleros con Arabia Saudí
a la cabeza. Se está muy lejos de una consciencia compartida de los
peligros próximos, de la penuria de energía, de las conmociones
climáticas. El presidente argentino, Néstor Kirchner, ha señalado,
con precisión, que la responsabilidad colectiva en este campo debería
traducirse en una verdadera solidaridad Norte-Sur y por tanto, entre otras
cosas, en la anulación de la deuda pública de los países
en vías de desarrollo como compensación por la reducción
de sus emisiones de gas con efecto invernadero.
Benjamín Dessus *
Petróleo a 50 dólares el barril, recalentamiento del clima,
alerta por el terrorismo nuclear, contaminación urbana: se han encendido
todas las luces rojas en materia de energía. Y como en todos los periodos
de crisis, aparecen los nuevos profetas que proclaman su intención
de salvarnos del desastre anunciado. Su inspiración proviene, evidentemente,
de la ciencia y de la tecnología. Desde la fusión termonuclear
hasta el almacenamiento en el subsuelo del gas carbónico que despiden
las centrales de carbón: desde la "civilización del hidrógeno"
hasta los satélites solares, esos nuevos gurús y sus seguidores
nos proponen un amplio abanico de "soluciones" al problema energético
mundial.
Los voluntariosos impulsores de esas soluciones, más o menos verosímiles
según las leyes de la física, les atribuyen ciertas características
evidentemente seductoras:
- una capacidad potencial para resolver -definitivamente o casi, y
durante siglos o para la eternidad- los crecientes problemas energéticos
a los que deberá enfrentarse la humanidad:
- un carácter totalmente inocuo respecto al medio ambiente,
una muy escasa probabilidad de incidentes y la seguridad de que los accidentes
que pudieran ocurrir serán benignos;
- un coste muy bajo, en cuanto se superen las etapas indispensables
para demostrar su factibilidad y su desarrollo industrial.
Aún falta, por supuesto, hallar los recursos financieros para superar
esas etapas... Pero teniendo en cuenta la magnitud de lo que está
en juego, se trata apenas de una gota de agua, pues en un plazo que va de
30 a 100 años, según sea la tecnología propuesta, la
humanidad estará totalmente a cubierto de cualquier preocupación
energética. ¿Cómo no dejarse convencer por perspectivas
tan seductoras?
Como todo el mundo -o casi- admite sin discusión la dimensión
del problema en cuestión, el debate se centra en las posibilidades
de éxito, en el plazo requerido, en el coste de la operación
y hasta en el país que tendrá el privilegio y el honor de contar
con los primeros prototipos. Ya ocurre con el International Thermonuclear
Experimental Reactor (ITER), el famoso proyecto de fusión termonuclear:
frente a la negativa de Estados Unidos y de Japón de participar en
esa aventura, el gobierno francés acaba de duplicar su oferta inicial
de 457 millones de euros para financiar la construcción del reactor
en la localidad de Cadarache. Esa suma de 914 millones de euros representa,
al ritmo actual, más de treinta años de financiación
de las investigaciones que se desarrollan en Francia sobre las energías
renovables.
En cambio, nadie en Francia parece haberse preguntado ni una sola vez por
qué Japón y Estados Unidos -que sin embargo participaban en
ese proyecto desde un principio- lo han abandonado discretamente. ¡Y
es justamente ahí donde se halla el problema! Resulta positivo especular
sobre las posibilidades de éxito, pero es más importante analizar
las consecuencias. Para obtener la reacción prevista en el ITER, hay
que proceder a la fusión de dos átomos, uno de deuterio. que
se encuentra en muy pequeña cantidad en el agua de mar; y otro de
tritio, inexistente en la Tierra y que se piensa producir a partir de litio.
Así -por fusión- se obtienen helio y neutrones de enorme energía,
que luego es necesario captar y posteriormente transformar en calor para
generar vapor o gas a alta temperatura. Por último, hay que bajar
la presión de ese gas y nacerlo pasar por una turbina, para producir
electricidad. ¿Pero, cuál será el coste energético?
Las publicaciones de los partidarios de ese proyecto no dicen nada sobre
ese punto crucial.
Se omite también decir que un reactor de ese tipo producirá
neutrones diez veces más poderosos que los de los reactores de fisión.
Es decir, que van a fragilizar rápidamente las paredes del reactor,
que habrá que cambiar regularmente. Pero el impacto de los neutrones
sobre el metal lo transforman en un producto radiactivo... Cada vez que se
cambien las paredes (cerca de una quinta parte por año) se obtendrá
una masa de materiales cuya radiactividad será similar a la del corazón
de una central nuclear actual de fisión. Finalmente, se evita debatir
sobre los medios para prevenir los riesgos de proliferación que genera
el tritio, componente muy apreciado en pequeñas cantidades (unos pocos
gramos) de las bombas atómicas "modernas"...
En caso de "éxito", como se puede ver, la solución propuesta
podría plantear problemas aún más temibles que los iniciales,
es decir, el aprovisionamiento mundial de energía. Y sobre todo, nadie
considera que se logre una difusión masiva de la tecnología
de fusión antes de finales del presente siglo, mientras que. si se
desea evitar la catástrofe, la puesta en marcha de acciones contra
el cambio climático es de una urgencia absoluta.
En busca del hidrógeno
¿Qué se puede decir sobre el hidrógeno y la pila de
combustible? Por cierto, las investigaciones han permitido realizar importantes
avances en los últimos 10 años. Las pilas de combustible transforman
el hidrógeno en electricidad con rendimientos muy superiores a los
de los motores de gasolina: 60%. frente a 35% ó 40% en el caso de
estos últimos. Pero, en la mayoría de los casos, se olvida
señalar que el hidrógeno no existe en estado libre en la naturaleza,
y que por lo tanto es necesario extraerlo, sea de los hidrocarburos, sea
del agua, y que eso requiere un gasto de energía y un coste importante,
lo que crearía nuevos problemas.
A partir del metano se podría obtener hidrógeno con un rendimiento
del orden del 60%: es decir, que se consumiría un recurso fósil
que conviene economizar. Además, la reacción genera gas carbónico,
lo que se pretende evitar. Es necesario gastar cerca de 5 Kwh de calor para
obtener l m3 de hidrógeno, susceptible a su vez de suministrar
3 Kwh de calor por combustión, o 1.8 Kwh de electricidad en una pila
de combustible. A partir del agua, lo más simple es descomponerla
por medio de electricidad, por electrólisis, para separar el oxígeno
del hidrógeno. Pero con las técnicas actuales se necesitan
alrededor de 5 Kwh de electricidad para obtener l m3 de hidrógeno.
A su vez. la producción de electricidad necesaria implica pérdidas.
Si la electricidad es de origen fósil, el gasto total de energía
por m3 alcanza de 7,7 a 9 Kwh, con una emisión asociada
de 2,4 a 2,8 kilogramos de CO2. Si es de origen nuclear, no hay
emisión, pero... existen los riesgos específicos de la actividad
nuclear. Si la electricidad fuera de origen renovable, quedaría exenta
de las dos críticas precedentes, pero deja en suspense el problema
del rendimiento global, de la intermitencia y de la dispersión de
algunas de esas fuentes (solar, eólica) que son difíciles de
adaptar a los procedimientos industriales de fabricación de hidrógeno.
En síntesis, el balance de la operación no es para nada tan
brillante como nos dicen. Ello no significa de ninguna manera que no exista
ninguna razón para desarrollar esa innovación: sin duda, se
vislumbran áreas de utilización, tanto en los transportes como
en la producción descentralizada de electricidad, pero es casi seguro
que en los próximos 50 años las mismas serán limitadas.
La misma problemática se presenta para la captación y el almacenamiento
en el subsuelo del gas carbónico (CO2) producido por las
centrales térmicas de carbón o de gas. Esto suele presentarse
como la solución milagrosa y al alcance de la mano, para esconder
las emisiones bajo la alfombra y evitar el recalentamiento climático
sin restringir la energía. Se podrá almacenar una buena parte
del CO2 producido por esas centrales, pero a condición
de admitir un aumento en el consumo de energías fósiles del
20% al 30% (y por lo tanto, un aumento de gas carbónico) necesarias
para separar el CO2 de los humos y para el transporte hasta los
pozos petrolíferos secos donde se planea almacenarlo.
A primera vista, teniendo en cuenta el crecimiento de la demanda de electricidad
en el mundo -que casi con seguridad será satisfecha a partir de energías
fósiles- si esta técnica se difundiera sistemáticamente
a nivel mundial concerniría al 20% de las emisiones acumuladas de
CO2 del siglo venidero (es decir, 10% de las emisiones totales
de gas de efecto invernadero). Pero cuando se analiza la capacidad de almacenamiento
de los pozos petrolíferos (la técnica que mejor se domina actualmente)
es necesario moderar el entusiasmo, por dos razones. La primera, es la localización
de esos pozos. En efecto, los mapas donde figuran las centrales térmicas
y los de los pozos petrolíferos, coinciden muy poco, salvo en ciertas
re giones del mundo (como Estados Unidos): los sitios con capacidad de almacenamiento
de Oriente Próximo y de Rusia están a miles de kilómetros
de los grandes conglomerados humanos o industriales europeos o asiáticos,
donde estarán implantadas la mayoría de las centrales.
Países como China o la India, que aumentarán la cantidad de
sus centrales de carbón, disponen de muy escasa capacidad de almacenamiento
en los campos de hidrocarburos en relación con sus emisiones de Co2.
Por otra parte, el almacenamiento debe respetar la dinámica de depreciación
(1) de los pozos en actividad. Si se tienen en cuenta esas limitaciones,
se ve que la cantidad de CO2 que realmente puede ser almacenada
se reduce enormemente, para llegar a unos pocos puntos porcentuales de las
emisiones acumuladas del siglo XXI. Claro que cabe pensar en otros sitios
de almacenamiento, como los acuíferos salinos, los yacimientos carboníferos
no explotados y hasta las fosas oceánicas, pero allí se entra
en un terreno de incertidumbre sobre los riesgos ambientales. Eso, evidentemente,
no significa que el sistema de captación-almacenamiento de CO2
no sea una buena solución industrial puntual, pero tiene pocas posibilidades
de modificar en profundidad el problema de la reducción de las emisiones
de CO2, tarea indispensable en el curso del presente siglo.
Multiplicar los bosques
Un último ejemplo: el almacenamiento de CO2 por la biomasa.
La idea es simple y ni siquiera implica una revolución tecnológica:
plantar árboles en todos los sitios donde sea posible. Mientras crecen,
se almacena Co2. Pero, por supuesto, algún día,
50 o 100 años después, habrá que talarlos para que no
acaben pudriéndose en el lugar. Con ellos se podrán hacer vigas
o muebles, y continuar así almacenando el carbono por un tiempo, o
bien usarlos para alimentar el fuego. CO2 emanará de nuevo
hacia la atmósfera, pero será absorbido por los nuevos bosques
jóvenes y de esa manera se economizan combustibles fósiles.
Pero, ¿dónde crecerán los nuevos bosques? A poco de
estudiar el problema se cae en la cuenta de que para disponer de los cientos
de millones de hectáreas necesarias para ello, en particular en África,
en América Latina y en Asia, es imprescindible que el rendimiento
agrícola de esas regiones alcance niveles comparables a los de Europa.
Para que resulte significativo a nivel mundial, ese plan requiere una gran
intensificación de la agricultura de los países en vías
de desarrollo. Eso tendrá algunas consecuencias positivas, pero tendrá
también efectos perversos, por ejemplo, sobre el empleo de 2.000 millones
de campesinos. Enseguida se ve que la importancia real de la solución
"almacenamiento en la biomasa" depende de consideraciones que la superan
totalmente.
Dos constataciones a través de esos ejemplos: la fascinación
por el progreso técnico parece hacer desaparecer todo sentido crítico
y una excesiva inclinación a decir "no hay más que hacer esto
o aquéllo"... pero de preferencia no donde uno vive. Los medios se
apropian rápidamente de esas utopías, a menudo con la complicidad
de los grandes organismos de investigación, más que contentos
de "hacer soñar" al grueso de la población. Por su parte, los
políticos se deleitan con el tema. La utopía del "futuro radiante"
les ha servido durante mucho tiempo como trampolín electoral. Hoy
en día, en una sociedad occidental que, a pesar de los considerables
avances de que goza, por ejemplo, en materia de esperanza de vida, se deja
arrastrar por la ansiedad generalizada, es más bien de nuestros temores
de lo que los políticos proponen protegernos.
Entonces, frente a riesgos enormes, capaces de poner en tela de juicio nuestro
modo de vida, los dirigentes políticos no encuentran nada más
eficaz que prometer una salida de la crisis a través de la ciencia
y de la técnica, aunque haya que esperar 50 u 80 años. Pueden
permitirse presentar un cuadro alarmista de las catástrofes que nos
acechan, materializando así nuestras peores pesadillas. Pero son a
la vez capaces de brindar inmediatamente una respuesta conceptualmente simple,
de fuerte contenido científico, lo que es garantía de seriedad.
Esa respuesta les permite, trasladando a la ciencia y a los demás
la solución del problema, evitar cuestionar los modos de vida actuales
de sus electores...
Ésta es la verdadera cuestión. Porque aun en caso de éxito,
las respuestas que brindan esas nuevas tecnologías seguirán
siendo parciales y demasiado tardías. Para conjurar nuestras pesadillas,
antes que nuevos encantamientos y nuevos profetas, lo que necesitamos son
otras opciones de vida en sociedad: modificar desde ahora nuestros modos
de vida y de consumo, lanzar programas serios para controlar el gasto de
energía, en síntesis, implicar a los ciudadanos y a los consumidores
-todos lo somos- en una reflexión y en una acción colectiva.
Es ostensiblemente más difícil... Se ve perfectamente con el
aumento del precio del petróleo, al cual el gobierno francés
responde con una total ausencia de política para economizar energía
en los transportes, con desgravaciones para las profesiones electoralmente
sensibles y con el anuncio de un aumento del 100% de la participación
francesa en el ITER. Le parece más realista y más eficaz reforzar
la investigación sobre la fusión -que quizás permita
dentro de 80 años disminuir la presión sobre los combustibles-
que incitar desde ahora y seriamente a los fabricantes de coches a producir
vehículos de menor consumo, lo que son capaces de hacer perfectamente,
y a los automovilistas a utilizar un poco más sus piernas o los transportes
públicos.
(1) En referencia a la pérdida de valor de un
yacimiento petrolífero debido a su explotación.
* Presidente de la asociación Global Chance