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Cobre. Pequeñas monedas, grandes valores.

De los faraones a los instaladores

El cobre no es un metal tan barato como el hierro, pero tampoco es de tan noble abolengo como el oro o la plata. Ocupa un lugar intermedio, algo así como la lana entre el algodón y la seda; sólido, seguro, y si no precisamente una rareza, es insustituible algunas veces. Es amigo de los artistas, de los músicos, de los sacerdotes, de los marinos, de los guerreros, de los sabios y de las amas de casa. Vemos, pues, que el cobre cuenta con muchos y antiguos amigos, puesto que la «Edad del Cobre» se sitúa en la Historia antes de las «del Bronce» y «del Hierro».

Primero fue el cobre, no el bronce. En las tumbas egipcias se han encontrado objetos de adorno de cobre y de oro muy anteriores a los de hierro. El hecho nada tiene de extraño, puesto que aquel metal se encuentra en estado nativo puro con mayor frecuencia que el hierro, que primero debió de caer del cielo en forma de meteoritos.

Cuando el hombre empezó a batir los fragmentos de cobre puro a fin de darles la forma deseada, observó que el metal se endurecía cuanto más se le batía. En las sepulturas caldeas se han encontrado obje-tos de cobre batido que tienen la respetable edad de cinco mil a seis mil años. Lo que no comenzó hasta mucho más tarde fue la obtención del cobre por fundición de su mineral. Había transcurrido ya largo tiempo desde que se practicaba la fundición del cobre, cuando se observó que el metal obtenido en lugares distintos y de minerales diferentes no presentaba características idénticas.


Fig. 193

En muchas localidades el cobre se encuentra asociado con el estaño, combinación que, al unirse en el fuego, da el bronce.

¿Dónde apareció éste por vez primera? Los hallazgos europeos se remontan al siglo XVIII anterior a Jesucristo; los egipcios no son más recientes, acaso más remotos todavía. El cobre asociado con el estaño se encuentra en algunos países nórdicos, en Inglaterra y Alemania, y es probable que se presentara también en otras localidades, siendo de suponer que en ellas naciera la cultura del bronce. En la península de Sinaí, punto de origen del cobre egipcio, no existe estaño ; en cambio éste se extrae, asociado al cobre, en la isla de Chipre. No obstante, el bronce no se exportó de esta isla sino mucho más tarde.

En Norteamérica apenas se ha hallado estaño. Y América no ha tenido la Edad del Bronce; de la del Cobre pasó directamente a la del Hierro. El metal de los pieles rojas fue el cobre; los «rostros pálidos» les dieron a conocer el hierro, el cual subyugó al cobre.

El bronce se reveló como metal plástico ; de ahí la preferencia que le han mostrado siempre los artistas. La humedad no lo oxida y no se altera como el hierro ; es eterno y, por ello, el elemento ideal para monumentos. Además, es más duro que el cobre ; por eso lo apreciaron tanto los guerreros.

El empleo del cobre sufrió una crisis en tiempo de la decadencia del Imperio romano, cuando los artículos de bronce perdieron la aceptación de que habían gozado anteriormente. Los romanos no podían ya erigir monumentos, ni encargar puertas de bronce para sus palacios, ni surtidores o candelabros. Pero la crisis pasó y un nuevo mundo ahondó sus raíces en las ruinas del antiguo. Los templos cristianos quisieron sus puertas de bronce : la más famosa de todas ellas, la del baptisterio florentino, fue construida por Ghiberti en el siglo XV. De más de cuatro siglos antes databa la puerta de bronce de la catedral de Hildesheim, y ésta es todavía mucho más reciente que el rosal milenario. Pero aun anteriormente el bronce había hecho su aparición en interiores y cocinas. Placas conmemorativas de bronce adornaban los cementerios; de bronce eran los utensilios eclesiásticos, y las campanas de bronce sentaban sus reales en los campanarios, acompañadas de plegarias.

El uso generalizado de las campanas data de los siglos VI y VII, y ha dejado profunda huella en las almas cristianas.
Recordemos a Quasimodo, el pobre campanero de Notre-Dame, que conocía cada una de las campanas por su nombre, y el The Evening Bell, the Evening Bell, la poesía que no pudo faltar en nuestras primeras clases de inglés. En el Parsifal de Wagner, nos conmueve el heroico misticismo de las campanas, y Mussorgski nos transmite, en su Boris Godunof, su significación psicológico social. Schiller expresa y condensa en ellas toda la vida humana, con la alegría y el dolor.

No ha sido poco el cobre que han empleado siempre las casas de la moneda ; ya los romanos se interesaron vivamente por esta aplicación del metal. Con la aplicación del vapor a las máquinas le salió al cobre un nuevo y gran consumidor, puesto que ciertas partes de la máquina han de ser precisamente de cobre. En la navegación se viene utilizando desde hace largo tiempo; y cuando los veleros fueron reemplazados por los vapores, el cobre pasó a tener para éstos la misma trascendencia que en otras épocas tuvieron para aquéllos el lino y el cáñamo. Pero el mayor de todos sus consumidores es la electrotecnia : el alambre de cobre.

También las fábricas de municiones tienen mucho que ver con el cobre, si bien de modo hasta cierto punto indirecto. Hubo tiempos en que se fundían las campanas para fabricar cañones; hoy esto no es necesario, ya que nuestros cañones no son de bronce, sino de acero. Además, las armas modernas se han convertido en aparatos muy complicados, y ningún aparato puede prescindir del cobre, ora se trate de la brújula, de un instrumento químico o de la « gran Bertha ».


Minas viejas

Ningún romano, y hasta diremos que ningún europeo de hace un siglo, habría podido soñar siquiera la cantidad de cobre que hoy se explota. En 1929 se fundieron en toda la Tierra, 1.900.000 toneladas del metal, mucho más de lo que fue fundido durante todo el período del Imperio romano. De toda aquella masa, sin embargo, no llegó a Europa más del 15 %. Laas viejas regiones cupríferas de Europa pasaron a segundo plano, por efecto de haber descubierto Colón, si no el cobre, cuando menos América. Una de las paradojas del pasado es que los españoles que iban en busca de oro no pensaron ni por un momento en la explotación de las minas de cobre ; entre los acompañantes de Colón no figuraba un solo técnico en minería. Además, Colón organizó su expedición en puertos que desde hacía miles de años exportaban minerales metalíferos y metales. A no más de 50 km. del puerto de Palos, de donde partió en 1492 el gran navegante, se encuentra la más antigua de las regiones mineras de Europa, Riotinto, cuya plata habían explotado ya los fenicios, y los romanos la plata y el oro. Más tarde empezaron a extraer también el cobre.


Fig. 194.   Las riquezas del subsuelo de la península Ibérica
Con las escorias que quedaron de los hornos de fundición romanos se empiedran todavía carreteras y vías férreas.

La explotación del cobre empezó en Inglaterra (Cornwall) algo más tarde que en España. Hace solamente cuatro siglos que Cornwall era aún el primer país del mundo entre los productores de cobre. Hoy, empero, su producción es insignificante, e Inglaterra depende en absoluto de la importación.

En la Edad Media, Suecia fue también un país de intensa exportación. En la mina de Falún trabaja la empresa minera más antigua del mundo — «Stora Kopparbergs»—, cuyas actividades comenzaron en el siglo XIII. Anno Domini 1347 el rey Magnus II confirmó a Eriksson sus antiguos privilegios. La mina vivió el período de máximo apogeo en el siglo XVII. Entonces el mineral salía de Falún para ser enviado a Amberes, donde coincidía con el cobre procedente de Hungría y del Tirol. Hoy puede decirse que en Falún no queda ya cobre. No obstante, la «Stora Kopparbergs» sigue floreciendo como importante productora de hierro, celulosa y papel.

En los siglos XV y XVI Alemania pasó a ocupar el primer lugar entre los Estados europeos en lo que se refiere a dicho metal, cuyos minerales se extraían de los yacimientos del Harz, las Erzgebirge, de Siegerland y del Tirol. En las posesiones del conde de Mansfeld existían (y siguen existiendo) riquísimas minas de mineral de cobre, en las cuales este metal se presenta asociado con pequeña proporción de plata. Cuéntase que a principios del siglo XV uno de los condes Mansfeld llegó a Venecia, siendo recibido con gran pompa por el Consejo municipal, el cual le felicitó por la excelente calidad de su cobre y le dio como obsequio, si no miente la leyenda, un caballo con silla de oro y herraduras de plata.


De la edad infantil del capitalismo

Antes de convertirse en una lámpara o en una crátera, por ejemplo, el cobre había de pasar por una serie de operaciones. Ante todo había que extraer el mineral de la tierra; después se había de fundir el metal bruto; a continuación se trataba de separar el cobre de las mezclas de plata o de plomo que pudiera contener, es decir, de « refinarlo », operación que recibía el nombre de «licuación », llamándose « refinerías » los centros donde se realizaba. La primera de tales refinerías se instaló en la cuenca de Mansfeld y fue de propiedad del conde del mismo nombre, difundiéndose desde allí el nuevo arte por toda la Turingia y llegando hasta Sajonia. En la segunda mitad del siglo XV funcionaban en Turingia siete grandes refinerías para la elaboración del cobre de Mansfeld. Excepto otra que trabajaba en Hochkirch, donde los Fugger refinaban su mineral húngaro, todas las demás habían sido fundadas por capitalistas nurembergueses.

La fama de Nuremberg se extendía entonces por la Europa entera. Nuremberg era no sólo la ciudad del hierro, sino también la del cobre. El maestro Peter Vischer labró en bronce sus maravillosas obras de arte, y el más célebre ciudadano de Nuremberg, Alberto Durero, guarda con el cobre relación íntima, puesto que fueron precisamente sus grabados en cobre los que más contribuyeron a inmortalizar su apellido. Hans Sachs fue el único que no tuvo relación directa alguna con el referido metal, aunque no sabemos de fijo si usó clavos de cobre en sus zapatos; en todo caso la hipótesis es muy verosímil.

En el último cuarto del siglo XV se produjo con el cobre de Mansfeld un movimiento semejante al que había de tener lugar cuatro siglos más tarde con el del Lago Superior y el de Arizona. Mineros llegados de todo el mundo irrumpieron allí en un momento dado, encontrándose entre ellos el capataz de minas Hans Luther de Möhra, padre de Martín Lutero.

En Nuremberg se hallaban el dinero y los que lo gastaban; en Mansfeld se encontraba el cobre. El doctor Drachstedt, cabeza audaz y aventurera, no pertenecía a ninguno de los dos puntos; procedía de Eisleben, donde ejercía la carrera de Leyes. Pero supo descubrir en Nuremberg gentes acaudaladas, y con su ayuda fundó en Arnstadt una gran refinería de cobre. Desde el primer momento colocóse al frente de la empresa Fürer, auténtico patricio nurembergués, cuya familia llevaba más de dos siglos establecida en la ciudad. Había recibido esmerada educación, que iniciada en la escuela de Humanidades, terminó en los despachos comerciales venecianos. Allí Fürer vio todo cuanto en riquezas, espiritualidad y galanura poseía la Europa de la época.

Vió a los ejércitos franceses dirigirse victoriosos a Napóles y regresar en estado deplorable. Más tarde tomó parte, en su patria, en algunos torneos, luchó en varias guerras alemanas y volvió a Italia con el ejército expedicionario del emperador Maximiliano. Posteriormente fue miembro del Consejo municipal de Nuremberg, escritor diligente, comerciante, fabricante y, como coronación de todo eso, padre de 16 hijos, de los cuales 10 varones ; ¡un verdadero record!

La refinería de Arnstadt, a cuyo frente se hallaba Fürer, dominó hasta 1525 en la cuenca minera de Mansfeld sobre todas las demás empresas de su clase. En aquel año, empero, le surgió un rival; el conde Albrecht Mansfeld organizó, junto con un grupo de comerciantes nurembergueses, una sociedad para la explotación de su propio cobre, y montó en Leutenberg, cerca de Hockeroda, una nueva y grande refinería. El conde Albrecht era hombre de inteligencia y carácter ; supo escoger a su gente y prestar oído a los consejos acertados. Apreció y estimó a Martín Lutero, a pesar de haberle manifestado éste, sin ambages, que el señor conde « había caído en manos de Manmón ».

El principal mercado del cobre era, en la Europa de la época, la ciudad de Amberes. Allí lo enviaban los Fugger por vía Stettin y Danzig, y los suecos por Falún. Al presentarse por primera vez el cobre de Mansfeld, originó una reñida competencia ; los Fugger en particular determinaron la baja de los precios.


Fig. 195.   La ruta del cobre alemán en el siglo XVI

Con su aparato comercial, perfectamente organizado y con el enorme volumen de sus transacciones, ellos solos lanzaron al mercado tanto cobre como todo Mansfeld.

Fürer comprendió perfectamente la situación y propuso a Albrecht Mansfeld asociar las actividades de las fundiciones de Leutenberg y Arnstadt. El conde aceptó con entusiasmo la proposición y fue más lejos todavía : sostuvo la conveniencia de unir no sólo las dos empresas principales, sino todas las sociedades que trabajaban el cobre de Mansfeld ; cerrar los talleres de escasa actividad, aumentar la producción en los restantes, proceder a la reducción del personal ocupado, comprar en común a los campesinos el cobre en bruto. En resumen, el programa completo de una sociedad «de intereses creados» de nuestros días,  ¡y eso hace cuatrocientos añosl Y es de notar que no fue Fürer, sino el conde, quien propuso elevar el precio del cobre simultáneamente con la obra  de « racionalización ».

La cosa parecía ya arreglada ; pero he aquí que la finid i ción de Leutenberg contaba con un importante miembro, Jacobo Welser, sin cuya aquiescencia no cabía pensar en la fundación de un « cártel ». Y Welser era un hombre de recio temple ; sus parientes de Augsburgo hallábanse impregnados de aquel nuevo espíritu que tan bien presentían tanto Fürer como el conde Albrecht. En 1528 enviaron una expedición a las Indias occidentales en busca de cobre y otros minerales, logrando allí una concesión. Sin embargo, la expedición no era de bastante envergadura para lanzarse a la lucha por la conquista del Nuevo Mundo ; además, su objeto, al salir, era no tanto lograr unas ganancias lentamente como procurarse rápidamente un botín. Al cabo de dieciocho años todo había terminado ; sin embargo, esta expedición permite entrever la disposición de ánimo reinante en aquella época entre los negociantes de cobre alemanes. Por lo que se refiere a Jacobo Welser, hay que convenir que era un hombre « a la antigua » : conservador, imbuido de orgullo de patricio y nada dispuesto a tratar de igual a igual con el primer advenedizo cuyos ascendientes habían inclinado la cerviz ante los suyos. Digamos de paso que entre esta clase de nuevos ricos comprendía también a los Fugger.

No hubo modo de persuadirle de entrar en el « cártel ». El hombre no creía en el nuevo espíritu y repugnaba al carácter especulativo que había introducido el conde Albrecht. Para él lo importante no era el montante de los dividendos, sino el « buen crédito y fama honesta ».

Por espacio de diez años persistieron el señor feudal y los comerciantes de Nuremberg en sus esfuerzos por persuadir a Welser; por espacio de diez años siguieron enviandole mensajeros, invitándole en vano a asistir a sus sesiones; escribiéndole memorándums que no eran contestados hasta después de varios meses. Con energía incansable Fürer actuó de mediador entre las dos partes, pero todo fue inútil. El temperamento de aquel anciano era duro como el bronce, y declaró que antes que adquirir «mala fama» abandonaría el negocio.

Al extinguirse, en 1534, su contrato de sociedad, el conde se abstuvo de ofrecerle la renovación del mismo.

El mismo año se constituyó el « cártel », del cual formaron parte siete fundiciones de cobre turingias, que vendieron en adelante en común el metal a Francfort y Amberes, controlaron la calidad de la mercancía e hicieron colectivamente sus compras de plomo y zinc. Los precios adquirieron estabilidad y los dividendos se duplicaron.


El metal de América

El cobre americano llegó a Europa poco después de los viajes de Colón. Ya en 1524 comenzaron los españoles a explotarlo en la isla de Cuba, en la provincia de Santiago, y a remitirlo a la metrópoli.

Aunque el cobre de América no dejó de influir en el mercado europeo, lo cierto es que estaba en él escasamente representado. Europa se abastecía aún de Ríotinto, Cornwall, Falún y Mansfeld. Hay que llegar al siglo XIX para encontrar en primer plano el cobre de América; entonces la situación cambió repentinamente.

El Nuevo Mundo es la patria antigua del cobre. Dondequiera que desembarcasen los exploradores llegados del Antiguo Continente, allí encontraban a los indígenas provistos de artículos de cobre. Los ingleses lo hallaron tanto en la costa atlántica como en los lagos; los rusos, en los esquimales de Alaska; Sebastián Cabot, en los nativos de Terranova.

La primera sociedad que se constituyó en Norteamérica para la explotación del cobre fue obra de John Winthrop, aquel hijo del gobernador de Massachusetts a quien conocimos ya como el explorador de la industria siderúrgica yanqui. Dicha sociedad trabajó de 1709 a 1773 no lejos de East Granby, en Connecticut. Al principio el mineral se expedía a Inglaterra, debido a que estaba prohibido a los colonos dedicarse a la industria de la fundición. Bastante más tarde unos alemanes montaron una fábrica y comenzaron a elaborar cobre en Hannóver, aunque no a orillas del Leine, sino en el Estado de Nueva Jersey. Al finalizar la guerra de la Independencia las minas estaban abandonadas y el Gobierno las utilizó como prisión del Estado.

La pequeña península de Keweenaw que, cual un garfio, penetra en el Lago Superior, era para los pieles rojas lo que el Sinaí había sido para los egipcios. De todos modos,
éstos hubieron de obtener el cobre a base de tratarlo por un método racional, mientras que a los indios les bastaba recogerlo simplemente de la tierra o extraerlo del agua, en cuyo seno se hallaba en fragmentos puros. Los comerciantes ingleses que en el siglo XVIII se presentaron en aquellas comarcas con sus perlas de cristal y sus cortaplumas, se dieron cuenta en seguida de la importancia del hecho.


Fig. 196.    Yacimientos metalíferos del Norte y Centro América

Dos de ellos emprendieron la explotación de cobre, pero al cabo de tres años de esfuerzos renunciaron a aquella actividad. Todo había que traerlo de fuera : las herramientas, los obreros, el whisky ; cada cual debía preocuparse de cazar y pescar y, para colmo de desdichas, transportar el cobre a Montreal, donde se hallaban las fundiciones más próximas. Realmente era demasiado difícil.

Así siguieron las cosas hasta que al cabo de sesenta años apareció en escena Douglas Houghton, alcalde de Detroit. Éste solicitó y consiguió del Gobierno del Estado de Michigan autorización para emprender investigaciones geológicas serias en toda la comarca. Pronto se convencieron los geólogos de que no solamente había cobre en la superficie, sino también en el subsuelo, a bastante profundidad, aunque nadie era capaz de sospechar que las galerías bajarían un día hasta una profundidad de casi 2.000 m.

En 1843 el Gobierno de Michigan decidió proceder a la explotación de los yacimientos de cobre. Aquel Gobierno era de carácter liberal y concertó un pacto con los indígenas, comprometiéndose a indemnizarlos por las tierras cedidas. La tribu de los Chippewa aceptó (difícilmente hubiera podido rehusar) y se trasladó a otra comarca donde podía cazar y pescar a sus anchas, en espera de la ofrecida compensación. Hoy la sigue esperando aún.

La explotación del distrito cedido por los indígenas comenzó en 1846, y el mismo Houghton tomó parte en ella. El año anterior, el velero a bordo del cual navegaba hacia sus futuras posesiones, zozobró víctima de una turbonada y ninguno de sus ocupantes pudo alcanzar la orilla salvadora.

Las primeras minas se abrieron en la parte Norte de la península de Keweenaw, para ensancharse más tarde hacia el Sur, donde se encontraron los mayores filones de cobre puro que han aparecido en todo el Planeta. Uno de los lingotes hallados en 1857 pesaba 420 toneladas y se descubrió a una profundidad de 150 pies. Dieciocho meses tardaron 20 mineros en desprenderlo de las rocas y aserrarlo en trozos. Una vez fundido dio 315 toneladas de cobre refinado.

También se encontró allí plata, en lingotes de una o dos libras, y frecuentemente más pesados aún. Durante largo tiempo estos hallazgos constituyeron un buen beneficio para los obreros, quienes consideraban que no valía la pena de comunicar el descubrimiento a la sociedad.

Un inspector de caminos, Edwin J. Hulbert, adquirió un terreno y se asoció luego varias personas con el fin de financiar nuevas compras. Ésta fue, en 1865, la piedra angular de la Calumet & Hecla Co. Pero en 1884 Hulbert se enemistó con sus socios ; estaba harto de los indios, de los largos inviernos y de las heladas aguas del lago, y así se retiró a Italia, donde pasó una vejez apacible. Hasta el año 1930 la Calumet & Hecla Co. ha satisfecho en total 184 millones de dólares en concepto de dividendos.

En las Montañas Rocosas, junto a las fuentes del Mississippi, nació entre 1880 y 1890 la pequeña colonia de Butte. Unas pocas empresas, originarias todas de California, resolvieron probar fortuna en aquellos parajes. Entonces no era como ahora, que los indios ocupan los territorios que se les han señalado, viviendo en ellos como en una especie de museo ; en 1887 la tribu de los Nez Percés guerreaba contra los exploradores de minas. Por aquel tiempo la mina Anaconda estaba ya en explotación; uno de sus fundadores, W. A. Clark, recorrió en tres horas, a galope tendido, 60 km., reunió a la población de Butte, organizó una columna y al frente de ésta se dirigió al encuentro de los pieles rojas. Llegada la hora del combate, Clark supo llevar a su gente a la victoria. No todos los empresarios yanquis sabrían hoy hacer lo mismo.


Fig.  197 Los primeros accionistas de Anaconda
Entre los fundadores de la Anaconda figuraba también otro personaje muy original, Jorge Heart, llegado a Butte procedente de California, donde había reunido una pequeña fortuna trabajando en una explotación de plata. Atribuíasele un raro «olfato» para el hallazgo de filones. Su hijo heredó aquella cualidad paterna, aunque en otra esfera; hoy se encuentra al frente del mayor trust periodístico del mundo.

Algo más tarde todos los Estados se vieron eclipsados por la fabulosa riqueza cuprífera de Arizona. En esta región, emplazada en la frontera mexicana, junto a California, se produce actualmente el 43 % del cobre de los Estados Unidos. Las exploraciones comenzaron a realizarse en Arizona en 1854, al poco tiempo de haber entrado el país en poder de la República norteamericana. El mineral se transportaba por medio de bueyes y camellos importados expresamente de Arabia, hasta San Diego, a través de los desiertos. Más tarde se expidió a Yuma y, bajando por el río Colorado, hasta el golfo de California, para ser expedido desde allí al Sur de Gales, dando la vuelta a América.

En agosto de 1877 un soldado descubrió unas minas en las inmediaciones de Bisbee, en la misma frontera yanqui-mexicana. Un ingeniero de Pensilvania, James Douglas, fundó allí una de las más importantes sociedades cupríferas del mundo, la Cooper Queen Company, y el valiente vencedor de los indios, Clark, organizó en el famoso Jerome-Distrikt la United Verde Company, empresa que inició sus actividades poco después de 1880 y que hasta 1930 llevaba producidos cobre, plata, plomo y oro por un valor total de 350 millones de dólares.

También entre 1880 y 1890 comenzó, simultáneamente con el aumento de la producción de cobre en el Oeste, el de la «familia cuprífera». En 1864 M. Guggenheim, de Suiza, llegó a Filadelfia. Este individuo comerciaba en encajes y toda suerte de chucherías; después de haber echado un vistazo a la ciudad, abrió una tienda en ella. Los negocios marcharon viento en popa, y al poco tiempo Guggenheim se hallaba en condiciones de prestar 5.000 dólares a un amigo suyo, propietario de un taller de tipografía. El impresor no invirtió el dinero en la ampliación de su industria, como hubiera sido de esperar, sino que lo colocó en una mina de oro y plata de las proximidades de Leadville. Las cosas no prosperaron, y el tipógrafo, para pagar su deuda, ofreció a su amigo Guggenheim la mitad de sus derechos sobre la improductiva mina.

Así fue cómo el mercero suizo se trasladó del Estado de Pensilvania al de Colorado y abandonó el negocio de encajes para emprender el de metales. Su hijo mayor, Daniel, colocóse como tenedor de libros en Leadville. De nuevo consideraron padre e hijo las posibilidades de la nueva residencia, y vieron que si bien cualquiera era capaz de coger la azada y cavar la tierra, para fundir y refinar los minerales metalíferos se requerían ciertos conocimientos. La primera fundición de la sociedad Guggenheim fue montada en 1886. Al poco tiempo falleció el padre; pero los hijos siguieron el negocio, tratando con toda suerte de metales, plata, plomo, zinc y cobre, y así los heroicos exploradores del Arizona avanzaron pisando los talones a los de Guggenheim. Cuando se fundó el trust americano de fundición (Smelter and Refining Co.), pequeña empresa que a la sazón contaba «solamente» con un capital de 100 millones de dólares, Daniel Guggenheim fue nombrado director de la entidad.

El trust trabajó en estrecha cooperación con la banca Morgan, y hoy, con su ayuda, sus herederos son los dueños de la plata, el cobre y el plomo de los Estados Unidos, del oro de Alaska, del cobre de México y del cobre y del nitrato de Chile. Además, poseen Bancos, bosques, barcos y ferrocarriles.


No todo el cobre se concentra en los Estados Unidos

Sin preocuparse de las fronteras nacionales, los yacimientos cupríferos se extienden, al Sur de Arizona, por el territorio mexicano, cuya provincia de Sonora suministra una copiosa producción de cobre a los yanquis, quienes han sabido adueñarse de la mayor parte de las minas situadas en la referida región.

Con idéntico éxito supieron apropiarse los yacimientos cupríferos de Chile. Ya antes de la invasión española los indígenas del país habían recogido todo el cobre puro que encontraron al alcance de la mano. Desde principios del siglo XVII los españoles se dedicaron a la explotación y fundición de los minerales metalíferos más ricos. Durante todo el siglo XIX una flota de Chile (y Perú) estuvo transportando mineral de cobre a Swansea, regresando de Inglaterra con cargamento de carbón. Durante mucho tiempo los veleros se dedicaron a este tráfico, y las leyendas del maldito cabo de Hornos, que los navios habían de doblar forzosamente, viven aún hoy en boca de los navegantes y en las novelas de Jack London. Chile era entonces el primero de los países productores de cobre.

Los yanquis echaron mano del mineral chileno porque no se dejaron desalentar por su «pobreza» ; si el contenido metalífero era escaso, en cambio el mineral se acumulaba formando verdaderas montañas. Guggenheim puso manos a la obra. Todos cuantos habían pasado por Chuquicamata se habían encogido de hombros ante la pobreza del mineral; Guggenheim, en cambio, en lugar de despreciarlo, fundó sobre el terreno una de las más poderosas empresas cupríferas del mundo. En El Teniente, cerca de Rancagua, forzó las inabordables cordilleras, y a una elevación de 13.000 pies sus máquinas arrancaron al suelo masas enormes de mineral. En Porterilos fundó la «Anaconda», tercer distrito cuprífero, que, sin embargo, dista mucho de tener la importancia de los dos anteriores.


Fig. 198.    Riquezas del subsuelo chileno
El éxito coronó los trabajos y Chile es hoy el segundo productor de cobre del Globo ; él solo suministra más que todos los Estados de Europa juntos, y el grupo americano Guggenheim - Morgan dictaría sus condiciones al mundo entero si no le hubiera surgido en África un competidor peligroso.

En lo más recóndito del África ecuatorial, en la región donde confluyen las divisorias de aguas de los ríos Congo, Zambeze y Nilo, es decir, en el «corazón» del Continente negro, se encuentra una de las más ricas reservas minerales del mundo. Extiéndese desde el Norte de Rhodesia hasta el lago Victoria y abarca las posesiones de los ingleses, de los belgas y de las que constituyeron el África oriental alemana. La mayor parte de los yacimientos descubiertos hasta la fecha se halla dentro de las fronteras del Congo belga, en la provincia sudoriental de Katanga.

Las sorprendentes comunicaciones de Livingstone concentraron la atención de Europa sobre el Continente africano. Cecil Rhodes se ocupaba a la sazón en conquistar su Rhodesia. Wissmann fundó el África oriental alemana, y el inglés Cameron fue el primero en recorrer el África ecuatorial de uno a otro Océano. El rey Leopoldo II de Bélgica fue uno de los primeros europeos que se dieron cuenta de la importancia de la cuenca del Congo, y como no ignoraba que habría de habérselas con poderosos rivales, empezó convocando en 1876 una Conferencia internacional en Bruselas, en la cual quedó constituida una Asociación internacional para la explotación y la civilización de África, a cuyo frente situóse ya desde el primer momento la delegación belga, es decir, Leopoldo II.


Fig. 199
Mientras tanto Stanley andaba en busca de capitalistas dispuestos a financiar sus expediciones al África. Leopoldo II le ofreció su apoyo, y durante cuatro años estuvo Stanley explorando la región del Congo, estableciendo en ella bases, estipulando tratados con los jefes de las tribus, combatiendo y descubriendo nuevas tierras. Y entretanto Leopoldo II seguía desarrollando en Europa su juego diplomático.

Este hombre no fue sencillamente un monarca ; había viajado mucho, conocía perfectamente el Oriente y el Occidente, era político sagaz, astuto negociante y perfecto conocedor de hombres y mujeres. Su luenga barba era popular en todos los locales de diversión de Europa ; tenía grandiosas ideas, y opinaba, con Rhodes, que «las ideas sin el dinero de nada sirven ».

Hacía falta, ciertamente, gran talento diplomático para utilizar la situación política de Europa y de África de la manera que lo hizo Leopoldo II. La Conferencia colonial de Berlín, de 1884, presidida personalmente por Bismarck, reconoció la soberanía de la Asociación Internacional sobre la región del Congo. Después los colaboradores de aquella institución y el Parlamento belga proclamaron a Leopoldo II «soberano» de las nuevas tierras. El «Estado independiente del Congo» no estaba vinculado a Bélgica más que por un lazo personal ; había pasado a ser un negocio particular del rey de Bélgica.

Era el plan que el monarca se había trazado. Envió al Congo expediciones e inmediatamente separó una buena porción de África como Domaine de la Couronne ; la superficie que abarcaba venía a ser 75 veces mayor que Bélgica. En aquel dominio se recolectó caucho, se buscaron metales, se explotó el marfil—y se prodigó la civilización. De cómo eso se llevó a cabo, lo sabrá quien lea el famoso informe del cónsul inglés de Roma, sir Roger Casement. En él se nos relata cómo los indígenas eran robados, engañados, arrojados de sus localidades, atormentados y muertos.

A pesar de que durante la guerra mundial los ingleses tacharon a sir Roger de «traidor» y le ahorcaron, la veracidad de su informe no ofrece la menor duda, tanto menos cuanto que no ha faltado quien le considerara un hombre digno y un patriota.

parLa indignación contra los sistemas de Leopoldo II fue tan grande, así en Europa como en América, que el Rey estuvo más que satisfecho de poder vender sus derechosticulares sobre el Congo al Estado belga. En la operación se ganó dos millones de libras esterlinas.

Pero volvamos al cobre. En Europa la existencia de yacimientos en la región de Katanga se conoció hacia el año 1890. Cuando los primeros rumores llegaron a oídos de Rhodes, comprendió que la frontera de la Rhodesia septentrional había sido trazada demasiado al Sur. Pero era ya tarde para reparar el error, puesto que los belgas se habían establecido ya en Katanga. Entonces Rhodes cedió a un cierto R. Williams, un amigo de negocios, la concesión para la busca del cobre en Rhodesia. Williams descubrió al lado mismo de la frontera, pero aún dentro del territorio rhodesiano, minas de cobre que todavía hoy siguen en explotación. Lo que Rhodes ignoraba es que Williams había obtenido también una concesión igual de Leopoldo II para Katanga. La Compañía inglesa comenzó sus trabajos en este último territorio y, finalmente, fundó la Union Minière de Haut-Katanga.


Fig. 200

El grupo inglés de Williams posee el 40 % de las acciones de la Empresa; el resto es de propiedad de Bélgica. Hoy es la mayor de las explotaciones unisociales de cobre del mundo; en 1930 su producción llegó a 140.000 toneladas.

En lo más intrincado y lo más «negro» de África, a una distancia de 2.000 km. de la costa, se trabaja con idéntica « mecanización y racionalización » que en Europa o América. La explotación de los minerales se hace casi a cielo abierto. Varias docenas de gigantescas dragas elevan diariamente miles de toneladas de mineral. Centrales eléctricas construidas ex profeso suministran a las minas la necesaria energía, y alrededor de ellas trabajan enormes  hornos de fundición.

Para el servicio de la Empresa se han montado fábricas de productos químicos ; hay ferrocarriles que comunican Katanga con Rhodesia, con Daressalam, en el océano Indico, con Benguella en el Atlántico y con el Congo y sus afluentes navegables.

Así es romo los metales vencen a la Naturaleza, las razas y las distancias. En las yunglas los adoradores del fuego instalan una fundición de acero ; en el África central las dragas son accionadas por unos hombres que hasta hace poco fueron caníbales ; en las llanuras arenosas de los kirguises, junto al lago salado de Baljasch, el Gobierno soviético monta una nueva industria, las fundiciones de cobre «Kounrad ». Se traza una línea férrea, se dispone la maquinaria y los obreros se concentran, procedentes de 1.000 kilómetros de distancia.

Después de la guerra de 1914 la industria del cobre del Canadá se desarrolló con sorprendente rapidez. El valor del oro, cobre, níquel, plomo y zinc que exporta anualmente aquel país se ha hecho veinte veces mayor en el curso de los últimos veinticinco años. De igual modo que en los Estados Unidos, también en el Canadá se encuentra en las proximidades de los grandes lagos, aparte de los yacimientos que hay en la costa del Pacífico. Como productor de cobre, el Canadá ha alcanzado ya al Congo Belga y a Rhodesia septentrional ; únicamente Chile y los Estados Unidos le llevan la delantera. Hoy el Canadá es tal vez el principal depósito metalífero del Imperio Británico.

Semejantes sorpresas no pueden esperarse en el Japón. Siglos ha que el país del arroz, de los peces y de la seda es también país de cobre. En el Extremo Oriente siempre fue copioso el consumo de este metal; el culto budista no requería menos cobre que el cristiano, y del Extremo Oriente nos llegaron las campanas, los gongos y los platillos. Ya en el año 716 se dictó en el Japón una ley por la cual un delincuente podía salvar su vida entregando al Estado determinada cantidad de cobre, y ya a principios del siglo XVI los japoneses inventaron un procedimiento para fundir el cobre, muy semejante al de Bessemer.

Se extrae cobre de casi todas las islas niponas, aunque la comarca principal es Achio, que, junto con otras cuatro situadas en la isla de Hondo, dan las tres cuartas partes de la producción nacional. Hoy el cobre japonés ya no ocupa, como antaño, un lugar preeminente en el mercado universal; en la actualidad el Imperio nipón importa mucho más de lo que exporta. No obstante, su producción es considerable y, hasta cierto punto, al cobre se debe el alto nivel que ha alcanzado en el Japón la industria electrotécnica. Los alemanes llegaron al mismo resultado a pesar de poseer escaso cobre.

No radica, pues, solamente en el cobre la explicación del enigma ; el metal solo no hace la felicidad. Se requiere la aportación del hombre, el hombre de voluntad de hierro y corazón de oro. Cuando éste falta, incluso el cobre no es más que «sonoro metal y sonante campanilla ».




"Las riquezas de la tierra, geografía económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.