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La suerte del dólar se juega en Pekín

IBRAHIM WARDE*

La presencia en Europa del presidente de Estados Unidos George W. Bush del 21 al 26 de febrero expresó una voluntad de acercamiento a los países miembros de la Unión Europea. Aunque las diferencias sobre Irán o la venta de armas a Pekín, por ejemplo, no han desaparecido, la Casa Blanca sabe que debe transigir con los dirigentes europeos y chinos. Las orientaciones de estos últimos determinan, en parte al menos, las tasas de interés, el curso del dólar y la gravedad del déficit comercial estadounidense. De ahora en adelante, China se propone sacar ventaja, incluso en el plano diplomático, para su nuevo poderío económico y financiero.


"La moneda es nuestra, pero el problema es de ustedes" (1). La célebre expresión de John Connally, que fuera secretario adjunto del Tesoro en la presidencia de Richard Nixon, data de 1971, pero podría aplicarse a la política del dólar de la primera administración de George W. Bush. Preocupados prioritariamente por la "lucha contra el terrorismo" y por la guerra en Irak, los dirigentes estadounidenses prestaron escasa atención a los grandes temas económicos internacionales. Si bien proclamaron su apego a una moneda fuerte, tanto como para no incitar a los especuladores a perjudicar demasiado al dólar, de hecho dejaron la cuestión al "mercado", lo que les permitía ocultar el problema de los "déficits gemelos" (presupuestario y comercial) que han aumentado masivamente.

En materia presupuestaria, la administración Bush había heredado excedentes cercanos a los 240.000 millones de dólares en 2000. La recesión de 2001 (que redujo las entradas fiscales), las masivas reducciones de impuestos votadas por el Congreso republicano, (imaginando que los excedentes se habían vuelto estructurales), junto al nuevo aumento del presupuesto de la defensa y de la seguridad interna, consecutivos a los atentados del 11 de septiembre, transformaron ese apreciable exceso en considerable déficit -sobre todo en un periodo en que se reactivaba el crecimiento- que llegó en 2004 a 412.000 millones de dólares, es decir, 3,6% del Producto Nacional Bruto (PNB). Paralelamente, el déficit comercial, que no había dejado de aumentar durante tres años consecutivos, alcanzó el récord histórico de 618.000 millones de dólares (5,3 % del PNB), lo que representaba un aumento del 24,4 % respecto al año anterior.

Todas las reuniones del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá, Italia) y otras grandes conferencias internacionales trataron el tema de los "déficits gemelos". Pero las soluciones habitualmente propuestas para reequilibrar las cuentas de Estados Unidos implicaban medidas dolorosas (aumento de impuestos, reducción de gastos militares, estímulo al ahorro), contrarias a las grandes líneas políticas de la administración Bush.

Estados Unidos compra un 50% más de lo que vende al exterior. Son las inversiones internacionales las que -por medio de la adquisición de bonos del Tesoro- financian el tren de vida de la primera potencia económica mundial. Ese ajuste por la vía del dólar tiene la ventaja de trasladar los costes al resto del mundo, pues equivale a apropiarse del crecimiento, el empleo y el ahorro de los demás países. Un dólar anémico favorece la competitividad de los productos fabricados en Estados Unidos, hace que la compra de activos estadounidenses resulte atractiva para los inversores extranjeros (dado que son más baratos) y devalúa la deuda externa, estimada en 3 billones de dólares.

No es frecuente que el país custodio de la moneda de reserva sea a la vez el más endeudado. En 1913 el Reino Unido, en la cumbre de su esplendor imperial, era simultáneamente el primer acreedor del planeta. Posteriormente, se desgastaría durante medio siglo defendiendo, sin ningún resultado pero a costa de un debilitamiento de su poderío industrial, el valor de la libra esterlina. La bajada del dólar como herramienta, nueva versión de lo que en su tiempo el general de Gaulle llamaba "privilegio exorbitante" de Estados Unidos -el de emitir una moneda de la cual los demás países no reclaman una contrapartida, en tanto que sus bancos centrales crean reservas de ella- permitiría teóricamente que los dos déficits estadounidenses, el presupuestario y el comercial, se redujeran de manera indolora.

A ese análisis se sumaron consideraciones de tipo electorales. Al acercarse los comicios de noviembre de 2004, las encuestas indicaban que la mayoría de los electores consideraba al senador demócrata John Kerry como el candidato más apto para mejorar la situación económica del país. Como el resultado electoral se anunciaba incierto, el presidente Bush necesitaba imperativamente buenas cifras de crecimiento y de empleo, que sólo podía lograr por medio de un dólar subvaluado (2).

Sin embargo, fue en las semanas siguientes a la reelección del presidente cuando la caída del dólar, que ya era importante, tuvo su mayor aceleración. En el curso del mes de diciembre de 2004, el dólar batió prácticamente cada día un nuevo récord en baja, hasta llegar poco antes de Navidad al suelo histórico de 1,35 dólares por euro. Entre 2002 y 2004, el billete verde perdió 20% de su valor frente a la moneda europea. Las previsiones de fin de año, rituales y no siempre fiables, eran las mismas para banqueros y economistas: en 2005 el dólar registraría una caída aún más espectacular.

Varios factores permiten entender ese pronóstico. La reelección de George W. Bush da cabida al presagio de que tanto el aventurerismo en política exterior como la falta de rigor presupuestario habrán de continuar. Más aún teniendo en cuenta que el presidente -a pesar de un margen de reelección modesto (tres puntos más que su rival)- dijo sentirse investido de un "mandato" para realizar reformas audaces y costosas. Además se mostró dispuesto a "arriesgar su capital político" para aplicar medidas controvertidas, como la privatización parcial del sistema federal de jubilaciones (que en una primera etapa costará al tesoro estadounidense cientos de miles de millones de dólares) (3).

La falta de confianza en el dólar se explica también por el fracaso de la política de reducción del déficit exterior "a través del mercado". Se esperaba que el dólar bajo favoreciera a los exportadores estadounidenses y perjudicara a los importadores. Pero en lugar de tender a un reequilibrio de las cuentas, esa política aumentó los déficits y puso de manifiesto la fragilidad estructural de la economía estadounidense. Los operadores financieros consideraron que el dólar no había bajado suficientemente. Algunos sugirieron incluso que, para reducir el déficit comercial en un 50%, la moneda estadounidense debería perder aún un 30% de su valor, con lo que valdría apenas 0,55 euros...

Esto viene provocando inquietud entre los poseedores de billetes verdes, en particular en los bancos centrales que hasta ahora sostenían abnegadamente esa moneda. En 2003, los bancos centrales habían financiado el déficit corriente estadounidense en un 83%, absorbiendo sin cambiarlos los dólares adquiridos como contrapartida de las compras de Estados Unidos en el exterior. Así, los bancos centrales asiáticos poseerían actualmente 2 billones de dólares en su haber ¿Por qué China, Japón y otros países acumularon tantos activos en una moneda cuyo valor disminuye sin cesar?: para tratar de impedir un aumento de su propia divisa en el mercado cambiario, lo que hubiera ocurrido si vendían el exceso de dólares en su poder. Así fue como esos países protegían la competitividad de sus exportaciones. Y como invirtieron sus dólares en obligaciones del Tesoro estadounidense, contribuyeron así a mantener muy bajas las tasas de interés en Estados Unidos. Al cabo de ese extraño ciclo, el déficit comercial estadounidense financia... el endeudamiento de Estados Unidos y la muy escasa proclividad al ahorro de sus ciudadanos.

Pero como reacción a la caída del dólar, algunos bancos centrales decidieron reducir sus compras de esa divisa en beneficio de otras, en particular del euro. Ese cambio estratégico tiene su explicación: sufrir ciertas pérdidas para fomentar las exportaciones es una cosa, pero pagar los platos rotos de una caída permanente es otra. El 19 de noviembre, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, causó sensación al afirmar que los inversores extranjeros se cansarían un día de la acumulación de déficits y que era inevitable una "pérdida de interés por los activos en dólares" (4). Pocos días después, Yu Yongding, miembro del comité monetario del Banco Central de China, dijo que su país había "reducido una parte relativa de sus reservas cambiarias mantenidas en bonos del Tesoro estadounidense, aunque no su monto absoluto, como medida precautoria ante la debilidad del dólar".

Esa tendencia acaba de ser confirmada por una encuesta en 77 bancos centrales, publicada por Central Banking Publications: en los últimos cuatro meses de 2004, más de dos tercios de los establecimientos interrogados habían disminuido una parte relativa del dólar en su cartera (que sigue siendo desmesurada, cercana al 70% del total, pero que hace unos treinta años era del 80%). Para Nick Carver, uno de los autores de ese estudio, "el entusiasmo de los bancos centrales por el dólar parece haberse enfriado. Estados Unidos ya no puede contar con su apoyo incondicional" (5). Los países productores de petróleo, que realizan una buena parte de sus compras en la zona del euro, tampoco están felices de ver que el aumento del precio de su materia prima se vea tan erosionado por la baja de la moneda en la que facturan. Por lo demás, ciertos Estados árabes temen que algún día se congelen sus haberes en Estados Unidos en nombre de la lucha contra el terrorismo.

La política cambiaria es una ciencia inexacta, llena de efectos perversos. A partir de un cierto límite, los efectos negativos de una devaluación se imponen a las ventajas. Incapaces de detener la caída de su divisa, los dirigentes estadounidenses descubren que el arma del dólar podría volverse contra ellos. Para mantener el valor de su moneda Estados Unidos necesita de un aporte diario de 1.800 millones de dólares. Y cuando el crédito se ve afectado, el dólar deja de ser simplemente "el problema de los otros". Una tendencia a anticipar su permanente caída puede desatar reacciones en cadena: los inversionistas extranjeros reclamarán rendimientos más elevados para comprar o conservar dólares, o para suscribir bonos del Tesoro. Cuanto mayor es el riesgo de depreciación, mayor debe ser esa prima, bajo la forma de tasa de interés. Pero una fuerte alza de las tasas tiene graves efectos sobre las inversiones y sobre el consumo, en particular en Estados Unidos, donde la compra a crédito está más generalizada que en otros lados. Por ejemplo, puede generar una caída del mercado inmobiliario, que hasta ahora se veía favorecido por tasas de interés históricamente bajas. Y como los sistemas económico y monetario están muy imbricados, una recesión en Estados Unidos tendría consecuencias sobre la economía mundial.

Europa, y en menor medida Japón, fueron casi los únicos que pagaron el precio de la caída del dólar. En Europa, la fuerte subida del euro no benefició a casi nadie, a pesar de que el primer presidente del Banco Central Europeo (BCE) Wim Duisenberg tuvo como lema: "un euro fuerte para una Europa fuerte" (6). La primera parte de ese doble deseo se cumplió... Pero su actual sucesor, Jean-Claude Trichet, se queja de la caída "brutal" del dólar que afectó seriamente la competitividad de los industriales del Viejo Continente. En 2004, el crecimiento en la zona euro fue uno de los más bajos del mundo. Los optimistas inveterados hallaron sin embargo una ventaja en la subida del euro: un menor impacto de la fuerte subida del petróleo, que se negocia en dólares. En noviembre de 2004, el entonces ministro francés de economía, Nicolás Sarkozy, había estimado que la sobrevaluación de la moneda europea "no tenía únicamente aspectos negativos".

Desde que en 1994 China vinculó su moneda (el renminbi, "moneda del pueblo", nombre oficial del yuan) al billete verde, Pekín hace causa común con Washington en el plano monetario. La caída del dólar le permitió mantener su competitividad respecto de Estados Unidos, y aumentarla con relación al resto del mundo. La asimetría de las relaciones chino-estadounidenses es impresionante: el déficit con China es de 207.000 millones de dólares (más de un tercio del total) (7). En Estados Unidos, algunas personas se alegran de la afluencia de productos a precios que desafían toda competencia: el gigante de la distribución Wal-Mart, que es a la vez el principal empleador del país, importa hasta el 70% de sus productos del antiguo Imperio Medio. Pero un número creciente de empresas, de trabajadores y de responsables políticos estadounidenses consideran que se trata de una forma de competencia desleal, y piden a su gobierno que exija que China deje flotar su divisa. Hace veinte años, la política monetaria y comercial de Washington estaba obsesionada por Japón, por sus exportaciones de automóviles y de productos electrónicos, por la cotización del yen...

La posición oficial de los dirigentes estadounidenses, reiterada infinidad de veces, es que el yuan estaría subvaluado en un 40%, y que el banco central chino debería dejar de intervenir masivamente para regular la cotización de su moneda. La respuesta de Pekín es ambigua: el debate parece haber comenzado en las esferas del poder, pero las señales que se emiten siguen siendo contradictorias. Ciertos dirigentes chinos aseguran que su país trata de flexibilizar sus mercados de capitales, con la intención de aflojar y hasta de suprimir la relación fija que existe entre el dólar y el yuan. Según el viceprimer ministro, Huang Ju, Pekín desea avanzar por etapas "para reformar el régimen cambiario del yuan" sin anunciar no obstante un calendario específico, pues antes que nada se trata de crear "un medio macroeconómico estable para fijar un mecanismo de mercado y un sistema operativo sano" (8).

Otros descartan cualquier cambio. Así, Yi Gang, director del Departamento de política monetaria del Instituto de Emisión, afirma que Pekín continuará su "política monetaria de nivel de cambio unificado y de flotación controlada" para "preservar la estabilidad y fomentar el crecimiento de la economía china". El director del Banco Central de China, Zhu Xiao-chuan, invitado a hablar ante los ministros de Economía del G7 el 4 de febrero pasado, concluyó el debate negándose a responder a la pregunta que mantiene la incertidumbre en los mercados.

Porque Pekín se propone hacer valer su derecho a la soberanía monetaria. Sus niveles de crecimiento excepcionales (9,5% de promedio anual entre 1997 y 2004) y el gigantesco potencial de su mercado de 1.300 millones de habitantes, lo convierten en una meta codiciada por todas las multinacionales. Verdadera potencia económica, China representa actualmente el 4% de la economía mundial, cuando en 1976 sólo representaba el 1%. Según ciertas estimaciones, antes de 2020, el 15% de la producción mundial provendrá de China.

Ese país ya no desea ser el taller del mundo, sino la locomotora de la economía internacional, y hasta una verdadera potencia tecnológica y científica. Actualmente ya está en el centro de todos las grandes apuestas económicas, desde las deslocalizaciones hasta el aumento de los precios de las materias primas, pasando por la reactivación de la economía japonesa. La adquisición por parte del grupo chino Lenovo de la división de ordenadores personales del gigante estadounidense IBM, es una buena muestra de las ambiciones de un Estado que ya ha lanzado con éxito más de 40 satélites, y que prevé realizar vuelos espaciales habitados cada dos años, además de un programa lunar.

Los dirigentes chinos son conscientes de los peligros que un cambio en la situación monetaria implicaría para su economía. Los signos de inestabilidad abundan: inflación, especulación inmobiliaria, debilidad del sector bancario, subdesarrollo de los mercados de capitales. Si se toma en cuenta la profundización de las diferencias sociales y la falta de democracia, es posible imaginar el peligro de una explosión política (9). Y se entiende la prudencia de las élites, preocupadas antes que nada por evitar una súbita desaceleración del crecimiento, que tendría consecuencias económicas y políticas incalculables, incluso en las relaciones con Estados Unidos. Pues se olvida muy a menudo que en varios asuntos delicados -Irán, Corea del Norte, Taiwán- Pekín sigue enfrentado a Washington.

Todo el mundo -salvo posiblemente los especuladores- sabe que una gestión concertada de las monedas es preferible a la política de cada uno por su lado. Sin embargo, la mayoría de los análisis de la situación monetaria internacional sugieren que existe una lógica de confrontación. Se trataría de un "equilibro del terror monetario", de una alianza entre Europa y Japón para realizar intervenciones conjuntas en el mercado cambiario, y hasta de una "enorme alianza" que opondría un eje China-Estados Unidos al resto del mundo, y en virtud de la cual Washington compraría a China sus productos, mientras que China financiaría los déficits estadounidenses (10). La posibilidad de que algunos países decidan ejecutar sus amenazas -que Japón ceda una parte importante de su cartera de bonos del Tesoro estadounidense, o que Washington adopte represalias contra China- hace temblar periódicamente a los operadores de los mercados financieros.

Las intervenciones concertadas de los "cuatro grandes" (Estados Unidos, Europa, China y Japón) podrían frenar la especulación y reducir la turbulencias, como ocurrió con el acuerdo del Hotel Plaza, que marcó un hito en las relaciones monetarias internacionales. El 22 de septiembre de 1985, los ministros de Economía y los directores de los bancos centrales de los países del G5 (Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Francia, Alemania Federal), reunidos en ese hotel neoyorquino, habían decidido que "era deseable una nueva revaluación ordenada de las demás monedas frente al dólar", y afirmaban que "estaban dispuestos a cooperar más intensamente para estimularla cuando fuera necesario". Esa elíptica declaración marcó el comienzo de una baja coordinada en la cotización del dólar, dirigida por James Baker, secretario del Tesoro bajo la presidencia de Ronald Reagan (11).

Actualmente, un acuerdo de ese tipo resulta poco probable. El unilateralismo existente, al igual que diversas consideraciones "ideológicas" militan contra el principio mismo de una concertación. Pero, sobre todo, ninguno de los responsables económicos actuales está en condiciones de desempeñar el papel que había desempeñado Baker. Hace veinte años, el Departamento del Tesoro gozaba de un prestigio internacional que ya no posee. Paul O'Neill, el primer titular de ese cargo elegido por George W. Bush, fue rápidamente despedido a causa de su independencia. En un libro donde relata su experiencia en Washington, O'Neill describe al actual presidente como alguien que ignora la realidad económica y se comporta con su gabinete como "un ciego rodeado de sordos" (12). Desde que comenzó la guerra en Irak, Bush, preocupado por las grandes cruzadas por la libertad, se interesa menos todavía por estas cuestiones secundarias...

Por otra parte, la reelección de Bush, en noviembre de 2004, ha aumentado su tendencia a rodearse sólo de obsecuentes. La cualidad esencial para alcanzar una nominación política parece ser la lealtad y no la capacidad. El secretario del Tesoro, John Snow, se ve eclipsado en los procesos de decisión por los consejeros políticos del presidente. Por su parte, Alan Greenspan, a los 79 años, encara el último año al frente de la Reserva Federal. La batalla por la sucesión ya comienza. Y los candidatos deben satisfacer condiciones casi imposibles: obtener la total confianza del presidente (que es quien elige al titular de ese cargo), lo que los obliga a defender fervorosamente medidas económicas difícilmente justificables, y lograr a la vez la confianza de los "mercados" (13). Frente a esta especie de ausencia del poder económico, quienes lograron "vender" la guerra de Irak y obtener la reelección del presidente, tratan de convencer a la población de que su política presupuestaria y financiera es la correcta.

Desde el 20 de enero de 2005, fecha oficial de entrada en funciones de la nueva administración Bush, los "déficits gemelos" son objeto de un nuevo discurso y de una nueva estrategia. La política de indiferencia calculada (benign neglect) respecto del dólar, había ido demasiado lejos: existe realmente el riesgo de una caída en picada del dólar. Se afirma además que la reducción de los déficits ya no se hará por medio de la devaluación del dólar, sino gracias a un fuerte crecimiento, inducido por nuevas bajas de impuestos. Para el presidente Bush, "a largo plazo, la mejor forma de reducir el déficit consiste en hacer avanzar la economía" para lo cual se tomarán "las medidas capaces de hacerla más sólida, más innovadora y más competitiva".

Actualmente, el déficit comercial es interpretado como la prueba de la relativa buena salud de la economía estadounidense, y por lo tanto ya no requiere especial atención: corresponde a los otros en particular a los europeos reactivar a su vez el crecimiento en sus propios países por medio de reducciones de impuestos y políticas que favorezcan las inversiones. Para John Snow, "el déficit comercial refleja dos cosas: nuestra economía registra una tasa de crecimiento rápida, más fuerte que las de nuestros socios comerciales. Los ingresos de las familias están en alza, al igual que el empleo, por lo que contamos con mayores entradas disponibles, una parte de las cuales se utiliza en comprar bienes a nuestros socios comerciales" (14). Asimismo, Alan Greenspan, que antes lamentaba la magnitud de los déficits, actualmente utiliza un discurso inverso, destinado a sostener el dólar: "La creciente flexibilidad de la economía estadounidense facilitará sin duda un ajuste sin consecuencias graves para toda la actividad económica".

Igual que durante el primer mandato de George W. Bush, la política oficial consiste en afirmar la necesidad de una moneda fuerte, pero esta vez los actos apuntan verdaderamente a evitar una nueva caída del dólar. El 2 de febrero de 2005, el comité de política monetaria de la Reserva Federal llevó su tasa de interés a 2,5%. El aumento del rendimiento de las inversiones en Estados Unidos permite sostener el dólar frente al euro, en momentos en que el consejo de directores del Banco Central Europeo decidía mantener su tasa de interés en 2%.

En el plano presupuestario, el presidente Bush ha reiterado su intención de "reducir el déficit a la mitad" por medio de una política "de rigor" que debe alcanzar a todos los sectores, salvo la seguridad y la defensa (que recibirá 19.000 millones de dólares más que el año precedente). El proyecto de presupuesto 2006 reduce drásticamente o suprime más de 150 programas gubernamentales que la administración considera "ineficaces, redundantes o no prioritarios". En la mira están varios programas sociales, en particular los destinados a los niños y a los indigentes: su monto en valor absoluto se ve incluso reducido de un año al otro.

Pero el andamiaje presupuestario de la Casa Blanca se apoya en hipótesis fantasiosas y excluye algunos de los gastos más importantes. No figuran las operaciones militares en Irak y en Afganistán, que absorben enormes sumas de las finanzas estadounidenses (15). Ni tampoco los 754.000 millones de dólares que a lo largo de diez años deberán destinarse, como mínimo, a la privatización del sistema de jubilaciones.

Simultáneamente, la administración Bush y sus aliados parlamentarios apuestan por un fuerte aumento de la recaudación, gracias a una... disminución de los impuestos. El presidente ha propuesto que permanezcan las enormes reducciones de impuestos (del orden de 1,8 billones de dólares) votadas durante su primer mandato para estimular el consumo y el crecimiento. En 2004, la recaudación fiscal representó apenas el 16,3% del Producto Interior Bruto, lo que representa su nivel más bajo desde 1959, contra el 21% registrado cuatro años antes, en una época en que el presupuesto aún resultaba excedentario...

Para algunos altos responsables sigue siendo más urgente bajar los impuestos que el déficit presupuestario. El vicepresidente Richard Cheney, que piensa llevar adelante las grandes reformas de política interna, está convencido: "Ya lo demostró Ronald Reagan: el déficit no tiene ninguna importancia" (16).

(1) Barry Eichengreen, Globalizing Capital: A History of the International Monetary System, Princeton University Press 1996.
(2) Por otra parte, eso no le impidió ser el primer presidente de Estados Unidos desde Herbert Hoover en 1932, que se presentó a la reelección después de que su primer mandato arrojara un saldo negativo en la creación de empleos.
(3) Si el proyecto logra sus objetivos, los trabajadores podrán destinar una parte de las retenciones que se efectúan sobre sus salarios a la formación de un capital privado destinado a su propia jubilación. El Estado, que entonces dejará de recibir las aportaciones, necesitará créditos para pagar las jubilaciones de los actuales beneficiarios (se habla de una suma de 754.000 millones de dólares en diez años).
(4)  Larry Elliott, "US risks a downhill dollar disaster", The Guardian, Londres. 22 11 2004.
(5)  Mark Tran, "Move to euro hits US finances", The Guardian, 24 1 2005.
(6) Willem F. Duisenberg, "The first lustrum of the ECB", discurso pronunciado durante el International Frankfurt Banking Evening, Francfort, 16-6-2003 : http://www.ecb.inl
(7) David E. Sanger, "U.S. Faces More Tensions Abroad as dollar Slides". The New York Times, Nueva York, 25-1-2005.
(8)  William Pesek. Jr, "Dollar skeptics in Asia have prominent company", International Herald Tribune, Nueva York, 3-2-2005.
(9) Ver el dossier "China: del maoismo a gran potencia capitalista", en Le Monde diplomatique, edición española octubre 2004.
(10) Ver Eric Le Boucher, "La très grande alliance entre les Etats-Unis et la Chine contre le reste du monde", Le Monde, 25 1-2004; Pierre-Antoine Delhommais, "L"équilibre de la terreur monétaire" ", Le Monde, 5 - 1 - 2005.
(II)  El dólar, que había pasado de 4,15 francos en el primer trimestre de 1980 a 9,96 francos en el primer trimestre de 1985, cayó luego a 7,21 francos en el primer trimestre de 1986 y a 6,13 francos en el primer trimestre 1987. Con relación al marco alemán los valores respectivos fueron de 1,77 marcos, 3,26 marcos, 2,35 marcos y 1,84 marcos. Cf. por el valor del dólar respecto de 18 monedas diferentes, trimestre por trimestre, de 1972 a 2002, Jean Marcel Jeanneney y Georges Pujáis (bajo la dirección de) Les économies de l'Europe occidentale el leur environnement international de 1972 à nos jours, Fayard, 2005.
(12)  Ron Suskind, The Price ol Loyalty: George W. Bush, the White House, and Ihe Education ol Paul O'Neill, Simon and Scbusler, Nueva York, 2004.
(13) Paul Krugman, "The Greenspan Succession", The New York Times, 25-1-2005.
(14)  Elizabeth Becker, "Trade Déficit At New High, Reinforcing Risk to Dollar", The New York Times, 13-1-2003.
(15) En el curso del año suelen presentarse al Congreso varias modificaciones al presupuesto. La más reciente reclamaba 81.000 millones de dólares, no contabilizados en el presupuesto ya aprobado, para financiar la presencia estadounidense en Irak y Afganistán.
(16) Ron Suskind, op. cit.
* Profesor asociado en la Fletcher School of Law and Diplomacy (Medford, Massachusetts) autor de The Financial War on Terror, I.B. Tauris, Londres, 2005.



Una historia agitada

MARTINE BULARD*


Tanto si el dólar sube como si baja, parece siempre acarrear consecuencias negativas para el resto de economías. Ello se debe a su posición única, por ahora, de moneda de pago internacional y moneda de reserva. Un "privilegio exorbitante", prácticamente nunca cuestionado desde el final de la II Guerra Mundial.

Julio de 1944. Todo se decidió entre el 1 y el 22 de julio de 1944, durante la primera conferencia financiera internacional de Naciones Unidas, reunida en Bretton Woods, una pequeña ciudad de New Hampshire, Estados Unidos. Se crearon dos instituciones: El Fondo Monetario Internacional (FMI) (1) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), que se convertiría luego en el Banco Mundial. Según el nuevo sistema monetario, cada Estado debía asegurar la convertibilidad de su moneda y una paridad fija en oro o en dólares estadounidenses, con un margen de fluctuación del 1%.

Oficialmente, se trataba de impedir las fluctuaciones de las monedas y de las crisis anteriores a la guerra. En los hechos, el sistema consagraba la potencia de Estados Unidos y del dólar, más aún cuando la Unión Soviética, segundo gran vencedor de la guerra, se contentó con enviar un observador: no estaba en condiciones, económicas ni financieras, de hacer contrapeso y decidió no participar del sistema.

La plaza del dólar se amplía con las ayudas financieras para la reconstrucción de Europa, llamadas Plan Marshall. Estados Unidos multiplica las inversiones en el extranjero (menos de 10.000 millones en 1946; 19.000 millones en 1950; 40.000 millones en 1959) y cubre el déficit de la balanza de pagos emitiendo dólares. Sin embargo, en los años sesenta, las necesidades de financiación ligadas a la guerra de Vietnam, y el ascenso de Alemania y Japón como potencias industriales cambian el panorama. A partir de 1961, para intentar mantener el sistema, se organiza un pool del oro con los principales bancos centrales, que por entonces mantienen la cotización del oro en 35 dólares la onza comprando en caso de baja y vendiendo en caso de alza. Los terceros países se hacen cargo de la paridad fija del billete verde. Francia se retira del pool en 1967. Un año más tarde se crea un doble mercado: fluctuante para los particulares y fijo (a 35 dólares la onza de oro) para los bancos centrales.

15 de agosto de 1971. El presidente estadounidense Richard Nixon anuncia la eliminación total de la convertibilidad del dólar en oro. Este autoritarismo monetario sobreviene tras el fracaso de una serie de medidas destinadas a enfrentar la debilidad del dólar. Ya hay en esa época, más billetes verdes para las reservas que oro en el banco central estadounidense.

Enero 1976. Los acuerdos de Jamaica consagran el fin del sistema de paridad fija y del patrón oro. El dólar, que valía 5,5 francos franceses en 1971, ya no vale más que 4. Este desliz, que en un primer momento permitió a los estadounidenses exportar una mayor cantidad de mercancías y de conquistar cotas de mercado, ya no cumple con ese rol. Los déficits estadounidenses se acumulan. La recuperación esperada no llega.

13 de marzo de 1979. Creación del Sistema Monetario Europeo (SME) para reducir los márgenes de fluctuación de las monedas europeas entre ellas. Al mismo tiempo -y sin relación directa con la creación del SME-, la Reserva Federal estadounidense pone en marcha una política monetarista de "dólar fuerte", principalmente con una fuerte alza de las tasas de interés (más de 20% en 1980). Ello permite atraer capitales y relanzar las inversiones internas. A un cambio de aproximadamente 4 francos franceses en 1979, el dólar roza los 10 francos en el primer trimestre de 1985.

Septiembre de 1985. Tras las primeras crisis ligadas a la deuda (en América Latina) y las sucesivas quiebras de los fondos de pensión estadounidenses, los acuerdos del Plaza (nombre del hotel de Nueva York donde se reúnen los ministros de Finanzas de los cinco países más ricos) apuntan a hacer bajar el dólar de manera acordada: baja de las tasas de interés estadounidenses, venta del dólar por parte de los bancos centrales, que lo compraron a precio fuerte y por lo tanto pagan la factura... El dólar vuelve a bajar.

Pero la desregulación financiera se acelera (liberación de los movimientos de capitales...) y las crisis se multiplican: crack de los junk bond en Estados Unidos (1989), crisis monetaria en Europa, devaluación del franco francés y de la lira italiana, y salida de la libra esterlina del SME (1992-1993): crisis mexicana, argentina (1994); crisis asiáticas (1997). Japón propone entonces crear una zona monetaria asiática, pero debe renunciar: China es muy débil y Estados Unidos, vía FMI, utiliza su veto.

1 de enero de 1999. Lanzamiento del euro, que el 1 de enero de 2002 reemplaza las monedas nacionales de los países de la Unión Europea. En la lógica del Tratado de Maastricht (1992), el objetivo es crear un "euro fuerte" a la imagen del dólar fuerte de los años ochenta. La caída del dólar lleva al euro a su máximo y debilita un crecimiento europeo ya reducido por causa de anemia salarial y de desregulación social.

Actualmente, las tres cuartas partes de los intercambios comerciales del mundo se realizan en dólares.

(1) En 2004, Estados Unidos posee el 17% de los derechos de voto dentro del FMI, la Unión Europea dispone del 30% de los votos, más que la minoría de bloqueo si quisiera usarla.

*De la redacción de Le Monde diplonatique, París.
LE MONDE Diplomatique
Edición española
Valencia, marzo 2005