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El iris de los metales

Estaño, el sempiterno acompañante

Inglaterra es el país clásico del estaño ; en el siglo XVII se encontraba en Cornwall en cantidades enormes. Pero los ingleses desconocían la hojalata, es decir, el hierro estañado, y tuvieron que trasladarse a Sajonia si quisieron aprender a elaborarla. Los sajones sabían hacerlo, a pesar de disponer de mucho menos estaño que los ingleses, a quienes lo compraban, vendiéndoles, en cambio, la hojalata elaborada. Un inglés inteligente, Andrews Jarranton, contemporáneo de Dud Dudley, se resolvió a terminar con aquel estado de cosas, para lo cual se trasladó a las Erzgebirge, donde fue cordialmente acogido. Los sajones le enseñaron todos sus artes y, por añadidura, le permitieron llevar a Inglaterra a los mejores artífices. Es probable que Jarranton quedara admirado de tanta amabilidad.

El estaño funde a escasa temperatura ; por eso es tan indicado para soldar. Se emplea para tuberías y cañerías y, en forma de papel de plata, goza de las simpatías de los aficionados al té y al chocolate. Únicamente durante un período de la Edad Media fue preferido como material para la fabricación de vajilla; por lo demás, se utiliza preferentemente para aleaciones, como aditamento y elemento auxiliar. Así se le emplea siempre y en todas partes; es el sempiterno acompañante, por lo cual desempeña una función, que si es honorable, nada tiene de brillante, tal como corresponde a un metal tan « mate » de suyo.

No obstante, hubo un tiempo en que el estaño fue el principal de los objetos de comercio. El hecho tuvo lugar en la remota época en que empezaban a elaborarse los metales, cuando los antiguos pueblos hubieron aprendido a fabricar el bronce por la aleación de cobre y estaño. El primero lo poseían los egipcios y los griegos, en la península de Sinaí y en la isla de Chipre, respectivamente. Pero ¿de dónde sacaban el estaño? Los fenicios comerciaban ya con utensilios de bronce, cuando por vez primera aparecieron en los países del Mediterráneo. Es también evidente que Asia debe haber sido una de las tierras originarias del estaño ; alguna región del Asia Menor o del Cáucaso, acaso el Turquestán, el Sur de Persia o la India. Seguramente las relaciones comerciales de este último país fueron muy extensas, y lo mismo cabe decir de las de los pueblos del mar Negro. ¿Procedía tal vez de allí el estaño? A orillas de los Dardanelos estaba emplazada Troya, emporio del comercio de aquel mar. ¿Sería acaso la Iliada el canto de la lucha por la libre exportación del estaño de Eurasia?

Todas esas preguntas son otros tantos enigmas. Pero lo que sí sabemos con toda certeza es que los audaces mercaderes fenicios fueron los primeros en doblar las «columnas de Hércules», es decir, los primeros que llegaron más allá de Gibraltar, considerado por los griegos como el fin del mundo. Ya hacia el año 1.000 antes de Jesucristo fundaron su colonia comercial de Gades, la Cádiz de nuestros días, lo cual significa que ya entonces penetraron en el Atlántico. De allí siguieron avanzando hacia el Norte, explorando países brumosos, grises, desiertos, hasta llegar a las islas que los escritores griegos conocen con el nombre de « Casitérides », esto es, las «islas del estaño».


Fig. 202.    Los fenicios fueron los hanseatas de la Antigüedad

Todavía hoy los arqueólogos siguen discutiendo sobre la identificación de dichas islas, y nadie sabe si esta polémica terminará algún día. Mientras unos sostienen que se trata de las islas Scilly, situadas frente al extremo meridional de Cornwall, afirman otros que es la misma Cornwall. También es posible que en la desembocadura del Loira se efectuase el intercambio del estaño inglés y del ámbar báltico contra mercancías aportadas por los fenicios, tales como objetos de bronce, telas y especias.


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Impulsados por un insaciable afán de comercio y lucro, los fenicios llevaron a cabo las proezas geográficas más sorprendentes. Revelaron al Mundo Antiguo la brumosa Gran Bretaña; llevaron sus barcos al Océano, navegando hacia Occidente y descubriendo las islas Canarias y Madeira. Dos mil cien años antes de Vasco de Gama circunnavegaron el África de Este a Oeste, y desde el golfo Pérsico regresaron al Mediterráneo por la vía del Cabo. Si Roma no hubiese detenido con mano firme su impulso, es muy posible que, en busca del estaño, hubiesen descubierto América, como la descubrieron más tarde los españoles impulsados por la sed del oro.

Las minas de estaño de Bohemia y Sajonia eran explotadas ya en la Antigüedad, y cabe pensar que de allí llegara el metal a los griegos y a los romanos, aunque no poseamos pruebas fidedignas de este hecho. En Bohemia el estaño se obtuvo durante largo tiempo por el sistema del «lavado»; pero el paso a la explotación minera se dió mucho antes que en Cornwall, allá por el siglo XII. La primera instalación minera de estaño de la Europa continental existió en Graupen, cerca de Teplitz.

Arruinada la navegación fenicia, los romanos, que en general prefirieron siempre las vías terrestres, transportaron el estaño a través de la Galia. Nunca lograron los latinos salvar en una sola vez el canal de la Mancha. Acostumbraban hacer escala en la isla de Ictis, la actual isla de Wight; después, los caballos en veinte días transportaban la carga hasta el Ródano, y de allí, río abajo, era conducida a Marsella, donde quedaba depositada. Esta vía prolija de transporte es altamente característica de los romanos.

Hasta el siglo XVII Inglaterra produjo menos estaño que Sajonia y Bohemia. El incremento de la producción guardó relación directa con el creciente número de alemanes de Bohemia que se trasladaban a la Gran Bretaña, ora cediendo a invitaciones de la reina Isabel, ora por propia iniciativa y que, establecidos en el país, obtenían autorización para explotar el estaño, actividad que les reportaba grandes beneficios.

Actualmente, la fama del estaño de los países europeos puede decirse que pertenece al pasado, puesto que hoy el mundo importa dicho metal de Oriente, de Malaca y las Indias neerlandesas, centro, desde hace ya mucho tiempo, de su producción.

El estaño fue también fuente del poderío de los sultanes bandoleros de Palembang, quienes lo explotaron en los siglos XVII y XVIII en la isla de Banka, situada a poca distancia de Sumatra, poco más o menos frente a la desembocadura del río Moesi, en cuyas aguas pululaban antaño los cocodrilos en número muy superior al de todas las demás regiones del mundo.

Habiéndose instalado los holandeses a orillas del Moesi, arremetió contra ellos el sultán de Palembang, y los cocodrilos pudieron hartarse hasta la saciedad de carne blanca ; pero al presentarse los ingleses de Batavia, el sultán huyó, llevándose los tesoros acumulados gracias al comercio del estaño. En Banka y en la isla contigua de Billitou los holandeses extrajeron en 1929 no menos de 35.000 toneladas del referido metal, aproximadamente el décuplo de lo que produjo Inglaterra. No obstante, el rendimiento de las minas inglesas de Malaca es aún mayor.

Como puede verse, el estaño no es muy amante de Europa; prefiere los países exóticos. Así lo encontramos abundantemente en Siam, en la provincia china de Yunnan, en Australia y Tasmania. Finalmente, uno de los mayores productores es la Nigeria africana. Sea como fuere, los ingleses se hallan en posesión de los mayores yacimientos transoceánicos de estaño ; únicamente las ricas minas de Katanga son de propiedad de los belgas, y aun allí, como ya es sabido, nada puede hacerse sin la presencia de míster Williams.


El zinc,  modelo de modestia

La posición del zinc es más independiente que la del estaño, particularmente en la construcción, donde es muy utilizado para tejados y canalones. No olvidemos tampoco aquellas pequeñas bañeras de zinc en las cuales, si no nos hemos bañado nosotros, bañaron seguramente nuestros bisabuelos y abuelos a nuestros padres y nuestras madres.
Muy a menudo tenemos que habérnoslas con el zinc sin saberlo, como cuando nos imaginamos tener en las manos un metal tan distinguido como el latón, por ejemplo; y en cambio, no es éste otra cosa que una simple aleación de zinc y cobre. En esta forma se utilizó el zinc durante mil quinientos años como mínimo, sin sospecharlo ni remotamente. Es lo que les ocurre con frecuencia a las personas modestas en la vida; y cuando Goethe dice: « No hay más que los pelagatos que sean modestos », no se refiere seguramente al honorable y respetabilísimo zinc.

En ciertas regiones los minerales de cobre se presentan asociados a los de zinc, como ocurrió en la isla de Rodas en los tiempos antiguos. Los griegos elaboraban brazaletes con este metal mixto, y las bellas helenas los tenían en gran estima.


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Más tarde se encontraron los mismos minerales en Francia, en el Franco Condado y en China. También debieron poseerlos los romanos, ya que en sus monedas de cobre hay una parte de zinc.

Hasta fines del siglo XVII no encontró un minero del Harz, Johann Christian Ruberg, un medio para obtener zinc puro. Este metal, tan poco vistoso al exterior, funde a reducida temperatura, pero no se separa fácilmente del mineral. Para ello se requiere mucho más calor y, además, hay que someter dicho mineral a una preparación previa, consistente en mezclarlo con carbón desmenuzado. Cuando el horno está muy caliente, el metal se evapora, debiéndose entonces recoger y condensar los vapores. El procedimiento no es muy del agrado del operario que digamos, puesto que el mineral de zinc suele contener azufre, substancia muy poco indicada para mejorar la atmósfera  que se respira. De todos modos, el resultado final es la obtención de un nuevo valioso producto: el ácido sulfúrico.

Quien se haya percatado de este estado de cosas, comprenderá por qué la industria del zinc se ha desarrollado principalmente en los Estados Unidos, Alemania y Bélgica, países en los cuales se encuentra, a poca distancia de los yacimientos de zinc, tanto minas de hulla como mercados de salida del metal y del ácido sulfúrico. Los Estados yanquis de Missouri, Oklahoma y Kansas elaboran, aproximadamente, la mitad de todo el zinc que se consume en el mundo entero. Antes de la guerra, Alemania venía en segundo lugar, inmediatamente después de América; pero las circunstancias cambiaron luego, debido a que el 80 % de los minerales de zinc alemanes se perdieron para el Reich junto con la alta Silesia. Si prescindimos de algunos yacimientos de poquísima importancia, podremos afirmar que únicamente han quedado en poder de Alemania los del Eifel.

Bélgica extrae también mucho zinc en la comarca de Lieja, aparte de las nuevas reservas que ha adquirido al anexarse parte de las minas germanas del Oeste. Italia dispone asimismo de mucho zinc, particularmente en Cerdeña, siguiendo a continuación España y Suecia; los principales productores, empero, son Australia y México.

China posee zinc en menores cantidades, a pesar de lo cual los chinos aprendieron a fundir este metal antes que los europeos, y ya en el siglo XVIII llegaba a nuestro Continente, por vía de la India, el zinc chino en bruto. Los holandeses cuidaban de su transporte y lo pusieron de moda con la denominación de Tutenag, palabra cuyo significado no comprenden ni los mismos chinos, fenómeno que entre ellos ocurre con gran frecuencia con términos europeizados de su vocabulario. En este caso particular, sin embargo, la cosa no tiene importancia, debido a que el Tutenag ha pasado ya a la Historia, y los Budas, gongos y jofainas de los hijos del cielo suelen fabricarse hoy, en su mayor parte, con latón de procedencia norteamericana.


Níquel y cobalto, dos duendes

Los destinos del níquel son todavía más singulares que los del zinc. Preséntase casi siempre asociado con otro metal, el cobalto. Parece ser que algún pueblo de la Antigüedad — supónese que el romano — lo aplicó al vidrio, dándole así una maravillosa coloración azul ; los vidrieros de las Erzgebirge lo llaman «esmalte», y su aplicación artística, practicada en aquella región en los siglos XVII y XVIII, contribuyó no poco a la fama universal que se ha conquistado el cristal de Bohemia.

Antes de que en las Erzgebirge aprendieran a utilizar el cobalto para la coloración del vidrio, nadie sabía qué hacer con él. Los mineros que buscaban plata, exclamaban al dar con cobalto: «¡Otra vez una cochinada del duende! ¡Roba la plata y nos deja esta inmundicia en su lugar!» Y he aquí que al bravo mineral le ha quedado la mala fama.

Resulta, pues, que el cobalto cobró su triste reputación antes de que los hombres supieran servirse de él. En cambio, hacía ya dos mil años que utilizaban el níquel cuando descubrieron a su asociado, y a pesar de ello diéronle también un apodo que no deja de ser mortificante cuando no se comprende al acto su significado. En las operaciones de fundición del cobre, en las montañas de Sajonia, ocurría a menudo que el mineral no se fundía por causa de contener alguna substancia extraña, sin que de nada valieran los esfuerzos de los obreros. A este mineral se le llamaba «cuproníquel», y Nickel o Nicker no significaba otra cosa, en su forma primitiva, que « demonio guasón » o duende. El níquel es un próximo pariente de las ondinas (en alemán Nixe). Los mineros ignoraban que la mezcla era un valioso metal que, presente a veces en el mineral de hierro, acrecienta notablemente el valor de éste.

Los chinos de la provincia de Yunnan explotaban en la Antigüedad minerales que contenían asociados cobre, zinc y níquel. Al fundirlos, los chinos obtenían un metal notabilísimo, blanco y brillante, casi idéntico a la plata, metal que exportaban con el nombre de Packtong, transportándolo por los caminos de la seda hasta Bactriana, el actual Turquestán. Allí se acuñaban con él monedas, es decir, que se hacía lo mismo que se empezó a hacer en Europa diecisiete o dieciocho siglos después.

En 1751 se obtuvo por primera vez el níquel puro, el cual muy pronto se utilizó para preparar diversas aleaciones. En 1825 los hermanos Henninger presentaron en Berlín su «plata nueva», que tanta aceptación tuvo en Inglaterra, donde fue bautizada con el nombre de German silver (plata alemana).

Aproximadamente al cabo de veinticinco años del invento de la « plata nueva », en Suiza se adoptó el níquel para la acuñación de monedas. A Suiza siguieron los Estados Unidos, Bélgica y Alemania. Después de otro intervalo de cuarenta años, al finalizar ya el siglo XIX, en las fábricas Creusot descubrióse que el níquel presta al acero una consistencia extraordinaria. Krupp y Gruson en Alemania, Schneider-Creusot en Francia, Armstrong y Vickers en Inglaterra, se lanzaron entonces a un juego singular, en el cual decían sí y no al mismo tiempo: crearon acorazados y simultáneamente cañones capaces de perforarlos. El acero niquelado de Krupp adquirió renombre universal; después, terminada la guerra, presentó su acero niquelado inoxidable.

Hoy el consumo de níquel es muy elevado ; en 1840 produjéronse en todo el mundo 100 toneladas, extraídas todas de minerales austroalemanes y noruegos. Desde 1887 el primer lugar pasó a Nueva Caledonia, una lejana isla que aparece en el mapa al Este de Australia y al Norte de Nueva Zelanda. Cook, que la descubrió en 1774, le dio aquel nombre impresionado por la semejanza que presentaban sus montañas con las de Escocia, denominada todavía hoy Caledonia en lenguaje poético, en recuerdo de los romanos que así la llamaron.

Esta isla es rica en toda suerte de minerales metalíferos ; pero su mayor tesoro lo constituye el níquel, que, como es natural, se presenta en compañía de su hermano el cobalto. Garnier, el explorador francés de la Indochina, descubrió mineral de níquel en Nueva Caledonia en 1865 ; en honor al ilustre viajero se le dio el nombre de «garnierita ».

Los bravos canacos lo explotan, suministrándolo a las fábricas de armas del Japón ; además, exportan una parte a Europa.

Desde 1890 se explotan en el Canadá minerales de níquel; los depósitos más ricos del mundo se encuentran en la provincia de Ontario, desde donde se abastece a Europa y América.

En Silesia, en las cercanías de Frankenstein, se sigue aún explotando la mina Martha, poco importante, y que solamente produce material para cubrir una reducida parte de las demandas nacionales ; el resto debe ser importado. Hoy el níquel es muy apreciado y, según expresión de un perito, «una materia endemoniadamente útil», por lo que se echa de ver que este mineral tiene indudablemente alguna relación con el diablo, puesto que incluso para alabarlo hay que hacer intervenir al «caballero Satanás».


Aplicaciones del plomo

El plomo es un viejo metal ; los indos fundían con él amuletos y lo empleaban en la preparación de colorantes, si bien éstos servían más a la estética corporal que a la industria, ya que los «pintores » no se servían del « minio » para pintar rejas de hierro, sino que lo aplicaban como colorete a las mejillas de las damas.

Los griegos emplearon el plomo principalmente en la fundición de la plata. Lo obtenían en considerables cantidades en las islas de Rodas y Chipre, así como en Laurion, no lejos de Atenas. Laurion era el principal centro de producción de plata y plomo, y sus minas, en las cuales trabajaban 5.000 esclavos, eran una de las fuentes de la riqueza de Atenas. Todavía hoy existe allí una fundición de plomo en explotación.

En tiempo de los romanos, 40.000 esclavos laboraban en las minas españolas de Sierra Morena, bajo la vigilancia de legionarios y el látigo de los capataces. Estas minas producían cobre, mercurio, plata y plomo. El mismo Aníbal no fue del todo ajeno a la industria de este último metal; su esposa Himilka le aportó en concepto de dote algunas minas de plomo argentífero de las inmediaciones de Linares, en una localidad que lleva hoy el nombre de Palazuelos. También los romanos encontraron plomo en la región de Asturias (Norte de España), así como en la Galia, Bélgica y Germania. En Lahntal, en Siegtal y en Eifel se conservan restos de las antiguas minas, y sabemos con toda certeza que en el siglo X se explotó el plomo en el Harz, en el XII en Freiberg y Ems, y en el XIII en Bohemia (Pibram).

Para los romanos el plomo fue aún un metal totalmente dúctil. Con él fabricaban tuberías para la conducción de agua, distintivos y amuletos de toda suerte, y lo utilizaban en la pesca, exactamente como se hace hoy. En la guerra se empleaba en forma de bolas arrojadizas; y en cuanto a la Justicia, la única función que estaba destinada al plomo era la de enviar a los delincuentes a trabajar en sus minas. Hubo que llegar a la avanzada administración de Justicia medieval para verter plomo fundido en la boca del condenado.

Una vez inventadas las armas de fuego, este metal pasó a ser un elemento auxiliar de primer orden en la industria de pertrechos bélicos. Hasta el siglo XIX las balas de plomo acostumbraron dirimir muchas cuestiones, tanto entre las Potencias europeas como entre los caballeros particulares. Con su ayuda Europa sometió al Asia, África, América y Oceanía.

Un acontecimiento de la historia de los Estados Unidos muestra de modo intuitivo cómo cambió el plomo su naturaleza. El gobernador de Massachusetts, Winthrop, a quien hemos conocido ya como uno de los primeros impulsores de la minería americana, erigió en 1770 una estatua ecuestre de plomo en honor del rey Jorge III.


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Al estallar la guerra de la Independencia, los yanquis fundieron caballo y caballero en un caldero enorme, y recibieron a los ingleses con las balas fabricadas con la efigie de su soberano. Gutenberg, en cambio, hizo del plomo un arma del espíritu. En la actualidad se utiliza, para fines de imprenta, una aleación especial de plomo, estaño y antimonio, el denominado «plomo duro ».

En el siglo XIX ocurrió con la economía del plomo lo que había ocurrido con casi todos los demás metales : la hegemonía pasó a los Estados Unidos. Ya en el siglo XVII se había descubierto plomo en el alto Mississippi. Habíanlo encontrado unos voyageurs franceses que llegaron del Canadá atravesando los lagos, creyendo que por el Mississippi alcanzarían la China por una vía más cómoda. Eran aquellos hombres cazadores de pieles, avezados al manejo del plomo y que sabían, además, el valor que se concedía al metal en Francia, donde, al contrario de lo que ocurría en Alemania, eran muy raros los yacimientos. En 1702 llegaba a Francia el primer cargamento de mineral de plomo, pero ¡oh, dolor!, al abrir los fardos no salió más que arena ordinaria.

Por aquellos tiempos toda la región del Mississippi, desde la desembocadura del río hasta los lagos, era una colonia francesa llamada «Luisiana» en honor de Luis XIV. El Rey otorgaba las concesiones para la explotación de los minerales metalíferos de la colonia. La actual residencia de Ford, Detroit, fue fundada por el francés Antonio de la Mothe Cadillac, propietario un día de las minas de la región. Los coches Cadillac son sus ambulantes monumentos. La ciudad de Dubuque, en el Estado de Iowa, está emplazada en el lugar donde a fines del siglo XVIII Julián Dubuque extraía el mineral de plomo. Este personaje vivió en paz y amistad con los indígenas y casó con la hija del jefe de la tribu piel roja de los Sauk, cuyas tierras encerraban ricas minas. Esos matrimonios bajo el signo del metal no son ninguna rareza; aproximadamente al mismo tiempo que Dubuque, si bien en el extremo opuesto del Planeta, el oficial inglés Light se casaba con la hija de un raja malayo y recibía en dote la isla de Penang con sus minas de estaño. Pero no son solamente el plomo y el zinc los metales que poseen la virtud de concertar uniones matrimoniales; los metales nobles ejercen en este respecto una acción mucho mayor.


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Nada más lejos de mí que la intención de denigrar la memoria de Dubuque, quien no prostituyó sus derechos, como hiciera Light; Dubuque siguió trabajando con sus indios y los instruyó en el arte de la metalurgia. Los indígenas le amaban, le consideraban como uno de los suyos, y cuando murió, enterráronle solemnemente, depositando sus restos en un ataúd de plomo.

Al final de la guerra de la Independencia fue fundada en el Estado de Missouri la Saint Joseph Lead Cie., hoy la primera explotación de plomo del mundo. El segundo lugar corresponde a las minas del Colorado. Allí radica hoy el segundo centro de la industria norteamericana del plomo, Leadville, la «ciudad del plomo».

Aun cuando la producción de plomo ha menguado en los últimos años en los Estados Unidos, en 1936 sobrepasó, con sus 334 toneladas, la de todos los demás países, aportando a la producción universal no menos del 22 %. Si a aquella cifra sumamos las aportaciones del Canadá, Terranova y México, hallaremos que corresponde a América del Norte la mitad de la producción mundial. Otro importante proveedor de plomo es Australia septentrional, y un tercero la India. En Europa va a la cabeza la Gran Alemania: en el antiguo Reich se extrajeron en 1936 más de 60.000 toneladas y en la Marca Oriental 6.000. En segundo lugar va Yugoeslavia, muy rica en metales. En cantidades mayores o menores, casi todos los demás países europeos poseen minerales de plomo; sólo Francia parece haber sido olvidada por la madre Naturaleza en este respecto; pero se compensa impulsando la explotación en sus colonias de Argelia y Túnez. Como puede observarse, el plomo es solicitado. Sus antiguos cortesanos, los guerreros, han sido sustituidos por los electricistas, lampistas y pintores, los cuales necesitan cables, fusibles, tuberías y albayalde.


Aluminio, el aviador

El aluminio es joven, bello y liviano ; su aspecto exterior recuerda la plata, y se denominó «plata-arcilla» a la primera pieza de aluminio que fue presentada en la Exposición Universal de París, en 1855. Pero por si fuera poco ese parecido con la plata, los rubíes, zafiros y otras piedras preciosas deben su brillo y su belleza a la circunstancia de contener diversas asociaciones alumínicas.

En el mediodía de Francia y no lejos de Marsella se levanta, rodeado de rocas basálticas, el pueblecillo de Les Baux. Es una aldea de 200 a 300 habitantes, con una antigua iglesia parecida a un castillo y un viejo castillo semejante a un nido de águilas ; las casitas de los campesinos parecen palacios del Renacimiento en miniatura. El nombre del pueblecillo pasó a una de las más ilustres familias de Provenza, que por espacio de siglos enteros guerreó contra sus vecinos del Norte, Este y Oeste. Pero eso fue en tiempos pretéritos; después el pueblo cayó en el olvido, hasta que, de pronto, un nuevo acontecimiento le dió nueva lama. En sus alrededores se encontró un barro especial que contiene arcilla y del cual se obtiene el aluminio. Dióse a este barro el nombre de «bauxita», y pronto su fama se extendió más allá de Provenza, por todo el mundo.

Los químicos trabajaron durante treinta años para obtener el aluminio de la bauxita. Sus ensayos e investigaciones avanzaban, y tanto el inglés Humphrey Davy como el alemán Wöhler sabían perfectamente lo que llevaban entre manos.


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Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado no consiguió el francés Deville fabricar aluminio en gran cantidad, siendo él quien lo presentó a la Exposición parisiense. El metal ofrecía hermoso aspecto y tenía, además, la ventaja de ser cinco veces más ligero que el plomo y más ligero que el zinc y el estaño, a la par que más consistente que ellos. Al. principio no se supieron estimar en todo su valor las propiedades peculiares del aluminio, debido a que faltaban aún los que mejor partido habían de sacar de ellas : el automóvil y el aeroplano. Para la navegación aérea de la época eran de mayor importancia las cuerdas y las barquillas de mimbre. Adviértase, no obstante, que aunque hubiesen existido ya los coches de motor y los aviones, no se habría podido emplear el nuevo metal en su construcción, por la razón de que entonces su precio no era muy inferior al del mismo oro: 1 kg. de aluminio costaba 2.400 marcos.

Diez años de trabajos ininterrumpidos llevaron el precio de aquel metal a 100 marcos el kilogramo, notabilísima rebaja, pero no suficiente aún para asegurar su venta intensiva. La aplicación de la electrólisis resolvió verdaderamente el problema, pues que permitió elaborar aluminio puro a bajo precio, hasta el extremo de que antes de la guerra se cotizaba a 2,5 marcos el kilogramo.

Con aluminio se fabrican magníficos utensilios de batería de cocina y otras mil bonitas chucherías y pequeños objetos; en la electrotecnia, tiende cada día más a reemplazar al cobre ; su principal utilidad, empero, consiste en que, fundiéndolo junto con otros metales, se obtienen diversos « metales ligeros », es decir que, siendo poco pesados, conservan toda su consistencia. ¿Cómo sobrevolaríamos hoy los Océanos y cruzaríamos los Continentes si hubiésemos de seguir fabricando los automóviles, los aeroplanos y especialmente sus motores a base de madera y hierro y no tuviésemos a nuestra disposición los metales ligeros?

Todo eso lo debemos a la electricidad ; y así no debe extrañarnos el hecho de que las fábricas de aluminio busquen la proximidad de las centrales productoras de energía eléctrica. Esta es la razón de que, por regla general, encontremos las referidas fábricas a poca distancia de las grandes instalaciones de fuerza hidráulica. Así en Alemania, por ejemplo, fue montada, poco después de la guerra, una fábrica de aluminio en las inmediaciones de la central hidráulica del Inn, en la alta Baviera; en Norteamérica las fábricas principales trabajan en las proximidades de las cataratas del Niágara, y en Suiza, Austria, Francia y Norte de Italia se hallan asimismo emplazadas a poca distancia del agua. Únicamente en Alemania, donde se ha hecho del lignito la « criada para todo », también se fabrica el aluminio en las cercanías de centrales de fuerza alimentadas con carbón, como ocurre en Bitterfeld y Lauta, en la Lusacia. Esta última fábrica es propiedad del Estado y una de las mayores del mundo. Gracias a ella Alemania puede producir actualmente más de l00.000 toneladas anuales de aluminio, mientras que antes de la guerra su cifra de producción no excedía las 1.000 toneladas.

Pero ¿de dónde se saca la materia prima para la fabricación? Felices poseedores de bauxita son los franceses, los húngaros, los yugoslavos, los dálmatas, los italianos (en las cercanías de Istria) y los rusos (Tijvin, en la comarca de Leningrado). Los mayores yacimientos del mundo se hallan en los Estados Unidos, en el Mississippi medio ; pero el consumo que hace aquel país del referido metal es tan enorme, que se ve obligado a importar grandes cantidades de bauxita de la Guayana, aparte de comprar a Europa una buena parte de aluminio ya fabricado. La Compañía de Aluminio de América domina toda la industria de este metal de los Estados Unidos, Canadá y Noruega. Hoy estos tres países suministran el 60 % de la producción mundial.

Alemania dispone de poca bauxita ; sus existencias se limitan a los depósitos de Vogelsberg, en el Hesse superior, pero resultan insuficientes para satisfacer a las demandas de la industria nacional. Por eso necesita importar grandes cantidades de bauxita extranjera. No obstante, ha sido posible utilizar otras materias primas, como por ejemplo el caolín, muy abundante en tierras germánicas. Cierto que esta circunstancia ha venido a hacer más compleja la fabricación ; pero no hay más remedio que conformarse, pues los metales «ligeros » son precisamente aquellos cuya obtención resulta más « pesada ».


El inquieto azogue

Los alquimistas medievales llamaron al mercurio mater metallorum, impresionados por la naturaleza enigmática de este vivo metal. El fluido y frío azogue fija en el hombre su mirada muerta, azulada y plomiza, en cuyo fondo hay un interrogante y una amenaza a la par. Móvil y mudo, pesado y ponzoñoso, es en el reino de los metales lo que la serpiente en el de los animales. Sus vapores son altamente tóxicos, aunque por fortuna en las minas su acción queda muy disminuida. Pero ¡ay de los obreros que al sacar el mercurio del mineral no estén protegidos contra el veneno invisible!

Como tantos otros venenos, también el mercurio posee cualidades curativas. Sus preparados tienen hoy grandísima aplicación en Medicina, como la tuvieron en la Edad Media e incluso en la Antigua. Los romanos lo apreciaban por este motivo ; además, habían descubierto ya que, a excepción del oro, todos los metales flotan en él, debido a que es el más denso. Todos los metales, menos el hierro y el platino, se disuelven en el mercurio.

Los romanos explotaban el cinabrio, el rojo mineral del mercurio, en las minas ibéricas de Sisapo, y lo remitían a Italia. Más tarde los árabes continuaron la explotación, y el nombre de Sisapo convirtióse en Almadén, nombre que se ha conservado.

En la Edad Media compraban el mercurio los boticarios, los alquimistas y los orfebres. Considerábase como un valiosísimo metal; por eso no es de extrañar que los Fugger lo consignaran en el catálogo de sus mercancías. Por espacio de más de cien años, en los siglos XVI y XVII, ellos explotaron por su cuenta las minas de Almadén. Los Fugger eran gente afortunada; he aquí que siendo concesionarios de aquellos yacimientos, se le ocurrió al español Bartolomé de Medina la idea de que puesto que el mercurio disuelve el oro y la plata, se le puede utilizar para separar esos metales de sus minerales. Al eliminar después el mercurio de la amalgama, queda libre el metal noble. A la sazón México era ya la tierra de la plata, y allá fue remitido el azogue de Almadén. Solamente México consumía 75 toneladas de mercurio al año, aparte de que las demandas de Europa crecían rápidamente.

En su travesía de España al Nuevo Mundo el mercurio había de sufrir las acometidas de los vientos contrarios, de las tempestades, de los piratas franceses e ingleses. Esto indujo a los españoles a buscar el metal allende el Océano. Sabían que los indígenas peruanos utilizaban un colorante que, sin duda, debía extraerse del cinabrio, el rojo mineral del azogue. Siguiendo sus pesquisas, en 1567 Cortés descubría yacimientos de cinabrio en Huancavélica (Perú). En el siglo XVII las minas de plata del Perú no eran ya tributarias de Almadén, y la producción española del metal comenzó a disminuir.

Además de los competidores americanos le salieron otros europeos. A fines del siglo XV un tonelero de Idria (Carniola) descubrió allí minas de cinabrio. Un lansquenete emprendedor no tardó en fundar una sociedad para la explotación del mercurio. En el espacio de tres siglos Idria cambió muchas veces de dueño; hoy las minas pertenecen al Estado italiano, e Italia es el primer productor de mercurio del Mundo.

En el siglo XIX los Estados Unidos pasaron a ser grandes productores de mercurio ; descubrióse cinabrio en California, precisamente mientras la fiebre de la plata se hallaba en su apogeo. Poco tiempo antes comenzóse a obtener aquel metal en Rusia, especialmente en la cuenca del Donetz.

Hoy día el mercurio no se utiliza ya para la separación del oro y la plata ; sus aplicaciones son diversas : el electrotécnico, el químico, el joyero y el fabricante de materias explosivas se interesan vivamente por él, y todos saben tratarlo como es debido.


Manganeso, el maestro armero

El manganeso es un metal al que rara vez tiene ocasión de verlo quien no posea un laboratorio propio. El polvo rojo pardusco que se emplea en los laboratorios para obtener oxígeno es el peróxido de manganeso, es decir, una combinación de este metal y aquel gas. Los pintores llaman «sombra» a su color pardo mate. En la Italia central, en la frontera de Umbria y Toscana, se eleva la montaña de Monte Amiata, donde se encierra un mineral que contiene hierro y manganeso y que, por la acción del aire, adquiere esta coloración especial conocida con el nombre de «sombra» (umbra). El color que con él se prepara ha contribuido no poco a la fama de aquellas dos provincias, cuna de los más ilustres pintores del Renacimiento italiano.

Desde que la « umbra » alemana se fabrica por vía química a base de lignito, el manganeso ha abandonado a los maestros de la Pintura para entrar al servicio de los del acero. Se le funde con hierro colado y se obtiene así el ferromangán. Al mezclar este espécimen en un caldero con acero hirviente se produce una pasta muy apreciada de los fabricantes de láminas acorazadas y cañones. Claro está que otros productores más apacibles, tales como los fabricantes de herramientas, utilizan también el manganeso.

Resulta, pues, que este metal invisible sirve especialmente al acero, y al acero en su forma más belicosa y terrible. Es el maestro armero, de cuyos leales servicios depende a veces la victoria del señor.

Los minerales de manganeso se encuentran con gran profusión ; pero raramente contienen cantidades apreciables del metal puro, es decir, en unión del oxígeno y sin otros acompañantes, tales como el fósforo, por ejemplo. En Alemania hay depósitos de dichos minerales puros en Ilmenau (bosque de Turingia), Ilfeld (Harz meridional) y Giessen; la explotación, sin embargo, es de escaso rendimiento. La industria química absorbe toda esta producción, y el que se necesita para la fabricación de aceros debe importarse.

Antes de la guerra, Rusia era el primer país productor y exportador de manganeso. Sus mejores yacimientos estaban en Transcaucasia, cerca de Chiaturi, a orillas del río Rion, en la misma comarca adonde llegaron los Argonautas que buscaban el vellocino de oro. También en las cercanías de Nikopol (Ucrania) se explotan ricos yacimientos de manganeso.

Antes de la guerra sólo la India podía competir con Rusia. Aquel país cuenta con muchas y muy ricas minas de manganeso, encontrándose las principales en las proximidades de Nagpur, en las Provincias Centrales. Cierto que había que transportar el mineral a Bombay, a 800 km. de distancia ; pero como la mano de obra era barata y la mercancía buena, el negocio realizado era considerable.

Antes de la guerra, buena parte del manganeso ruso pertenecía al Gelsenkirchner Bergwerksverein, sociedad alemana; pero también contaban con importantes explotaciones en Rusia los franceses, holandeses y belgas. Al terminar la guerra todas aquellas concesiones se perdieron, resultando que desde aquel momento pasó a ser Inglaterra la nación mejor surtida en manganeso, gracias a los yacimientos que posee en la India y al que una Sociedad británica extrae en Egipto, península de Sinaí. Además, los ingleses se han procurado en estos últimos veinte años importantes minas en la Costa de Oro en África.

Los norteamericanos no se resignaron a quedarse sin el referido metal, por lo que sumaron a sus yacimientos del Estado de Montana un control ilimitado sobre la producción de las minas brasileñas, entre las cuales descuellan por su riqueza las del Estado de Minas Geraes. Además, los norteamericanos explotan también los depósitos de Cuba y algunos de China, y se disponen a intervenir en los de Chile.


El cromo posee todas las cualidades

Los modernos fabricantes de aceros operan con su producto del mismo modo que lo hace un pastelero con sus tortas. Agregan a la «masa» ora un espécimen, ora otro. Entre los diversos ingredientes, el cromo no goza de menos estima que la vainilla en confitería. Este metal, como el manganeso aumenta la dureza del acero, así como su resistencia a la oxidación. «También yo lo hago», dice el níquel. Si, pero en cambio no disminuyes, como el cromo, la acción magnética del hierro. El acero cromado es insensible al hechizo del imán, circunstancia muy importante en ciertos casos como en el de la fabricación de muelles para relojería. Pero eso no es todo ; el cromo acrecienta la capacidad de resistencia del acero a las altas temperaturas y lo protege contra acciones químicas.

En 1766 fue descubierto en Siberia un nuevo mineral que, además de plomo, contenía evidentemente algo más. Presentaba un hermoso aspecto y tenía todos los colores del arco iris. Hasta al cabo de treinta años no llegó a manos del afamado químico francés de la época, Vauquelin, en cuyo laboratorio parisiense iba a trabajar más tarde  el joven Justo Liebig. Vauquelin estudió el mineral y encontró en él un nuevo metal de una coloración tan magnífica, que el profesor, para darle nombre, tomó de la lengua griega la palabra cromo, es decir, color. Para el francés la Siberia era algo tan frío y tan terrible, que no quiso dar al metal el nombre de «sibirita». Más tarde pudo comprobarse que las maravillosas piedras preciosas esmeralda, berilo y serpentina, deben su belleza al cromo que contienen.

Este rey de la hermosura es, además, «musical». Una adición de cromo eleva la sonoridad del cobre ; por eso lo utilizan los fabricantes de cornetas.

El cromo no ha demostrado simpatía especial por Europa; puede decirse que no se explota más que en Yugoslavia y Grecia y en cantidades mínimas, en la alta Silesia Escandinavia e islas Shetland. En cambio, la Rusia Soviética produce mucho más cromo que la Nueva Caledonia, proveedora del Japón y de Francia, y que Cuba, la cual exporta su producción a los Estados Unidos. Los turcos extraen mucho mineral de cromo en Bilejik (Anatolia) no lejos del mar de Mármara. África, empero, excede a todos los demás Continentes en el aspecto que estamos estudiando; de la Unión Sudafricana y Rhodesia se extraen las tres cuartas partes del cromo consumidas por Europa y America. Los ingleses exportan al mundo entero, y particularmente a los Estados Unidos, el metal que le suministran aquellas posesiones africanas.

Es cosa singular haber dado con un metal que los yanquis no posean ; lo lamentable, sin embargo, es que Europa lo posea en mínima cantidad.


Poco, ¡pero mucho!

Como entre los hombres, también entre los metales hay los escogidos. No se utilizan para fines ordinarios, igual a lo que ocurre entre los hombres con los artistas, poetas y sabios, gentes de raro talento a quienes se exime de las cotidianas tareas, precisamente por ser tan reducido su número.

Existe un mineral, la carnotita, que se obtiene en lo que fue África sudoccidental alemana, en la región limítrofe de Rhodesia, en los Estados Unidos y, principalmente, en el Perú. Dicho mineral encierra el metal vanadio. Hasta la fecha no se ha conseguido aislarlo en forma pura ; para lograrlo se procede a base de un « concentrado » del mineral despojado de otras mezclas. En todo el mundo no llegan a producirse 2.000 toneladas de dicho concentrado.

El molibdeno posee propiedades semejantes a las del vanadio y se obtiene en cantidades todavía menores. Sus minerales se presentan en varias localidades, entre ellas en las Erzgebirge. El principal país productor, empero, son los Estados Unidos, donde en el Colorado existen las mayores minas del mundo, viniendo en segundo lugar Noruega. Durante la guerra concurrieron también al mercado Australia y el Canadá. Los japoneses lo exportan de Corea.

Cuando el taladro, cual un vampiro, se hunde en la carne del acero para devorarlo, el metal chilla, como si sintiese el dolor, y proyecta al aire las chispas, verdaderas lágrimas ardientes. Desarróllase entonces una temperatura tan elevada, que suponiendo que el taladro ordinario pudiese utilizarse, habría que tirarlo al cabo de dos días. En cambio, si contiene cromo, vanadio o molibdeno y, además, volframio, puede seguir efectuando aquel trabajo sin peligro alguno, ya que para la fusión del último de los metales nombrados se requiere una temperatura de 3.380º. En casi todos los países europeos se explotan minerales de volframio ; no obstante, las cuatro quintas partes de la producción mundial corresponden al Asia: China e India.

Cuando se quiere elaborar un acero insensible a todos los choques y conmociones (cualidad muy importante en la construcción de vagones de ferrocarril, por ejemplo), hay que agregar, además, el titanio, cuyos minerales son suministrados a las grandes fábricas de la Europa occidental y América, por Noruega, India, el Senegal, el Canadá y Brasil.

Cuando se requiere un metal fácilmente fusible, se prepara una aleación de estaño, plomo y bismuto, obteniéndose así un producto que puede ser fundido por la llama de una cerilla. Y este metal blando y excelente presta un buen servicio a muchas personas que se tragan sus sales en forma de preparados farmacéuticos o se lo administran como inyecciones. Claro está que un metal de esta naturaleza, con el cual pueden prepararse medicamentos, no puede faltar en Alemania, y, en efecto, existen minerales de bismuto en las Erzgebirge sajonas, si bien los hay en mayor abundancia en Bolivia y España.

Finalmente, se conoce aún otro metal cuya producción se cifra por gramos y cuyas propiedades y precio son verdaderamente fantásticos. Es el radio, descubierto en 1898 por los esposos Curie en el metal del uranio, en la llamada «blenda». Este mineral se encuentra con frecuencia junto con otros, en Cornwall y en las Erzgebirge, por ejemplo. Los ingleses no lo aprovechaban, mientras que los austríacos extraían de él el metal uranio, de aplicación en la industria vidriera, debido a que da al cristal una bella tonalidad amarillenta.


Fig. 210
Una vez hubo sido descubierto el radio, el uranio, en Bohemia, de un producto principal pasó a ser otro secundario, debido a que empezó a explotarse no por sí mismo, sino por el radio que contiene. La producción de éste comenzó en 1902 y alcanzó al cabo de siete años la cifra anual de 0,95 gr. Al principio de la guerra la producción mundial se había elevado a 2 gr. por año, y en 1915 se consiguieron 4,5 gr.

El segundo centro productor, por orden de importancia, lo constituyen los Estados Unidos, donde en 1917 se produjeron ya 8 gr. de radio y 15 en 1921. Los yacimientos del Colorado contienen, según los cálculos efectuados, unos 200 gramos (los de  Bohemia se estiman en 120). También fueron descubiertos por los belgas depósitos de blenda en la localidad de Louiwishi, en las cercanías de Elisabethville (Katanga), y aunque no se sabe todavía su riqueza, se cree que es la mina más rica del mundo. La producción es enorme; en 1930 alcanzó la gigantesca cifra de 60 gr. ; pero al año siguiente hubo que restringir la explotación, debido a que el mercado mundial no estaba en condiciones de absorberla.

El descubrimiento de la mina de Katanga fue de efectos altamente beneficiosos para muchas personas enfermas. El precio del radio descendió de 120.000 a 70.000 dólares el gramo, y gracias a ello muchos enfermos han podido ver prolongada su vida, ya que no salvada. Por medio de las irradiaciones del radio se tratan hoy las dolencias cancerosas, aparte de otras varias.

Desde que comenzó la producción del radio, la cantidad obtenida en todo el mundo se eleva a 506 gr., de los cuales corresponden a América 250, al Congo belga 180, a Joachimstal 42, a Portugal 15, a Madagascar 8, a Rusia (Fergana) 6, a Inglaterra 4 y a la Australia meridional 1. Al parecer, no es mucho; pero en los metales como en los hombres, el valor no lo determina el peso.



"Las riquezas de la tierra, geografía económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.