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El
iris de los metales
Estaño, el sempiterno acompañante
Inglaterra es el país clásico del estaño ; en el siglo
XVII se encontraba en Cornwall en cantidades enormes. Pero los ingleses desconocían
la hojalata, es decir, el hierro estañado, y tuvieron que trasladarse
a Sajonia si quisieron aprender a elaborarla. Los sajones sabían hacerlo,
a pesar de disponer de mucho menos estaño que los ingleses, a quienes
lo compraban, vendiéndoles, en cambio, la hojalata elaborada. Un inglés
inteligente, Andrews Jarranton, contemporáneo de Dud Dudley, se resolvió
a terminar con aquel estado de cosas, para lo cual se trasladó a las
Erzgebirge, donde fue cordialmente acogido. Los sajones le enseñaron
todos sus artes y, por añadidura, le permitieron llevar a Inglaterra
a los mejores artífices. Es probable que Jarranton quedara admirado
de tanta amabilidad.
El estaño funde a escasa temperatura ; por eso es tan indicado para
soldar. Se emplea para tuberías y cañerías y, en forma
de papel de plata, goza de las simpatías de los aficionados al té
y al chocolate. Únicamente durante un período de la Edad Media
fue preferido como material para la fabricación de vajilla; por lo
demás, se utiliza preferentemente para aleaciones, como aditamento
y elemento auxiliar. Así se le emplea siempre y en todas partes; es
el sempiterno acompañante, por lo cual desempeña una función,
que si es honorable, nada tiene de brillante, tal como corresponde a un metal
tan « mate » de suyo.
No obstante, hubo un tiempo en que el estaño fue el principal de los
objetos de comercio. El hecho tuvo lugar en la remota época en que
empezaban a elaborarse los metales, cuando los antiguos pueblos hubieron
aprendido a fabricar el bronce por la aleación de cobre y estaño.
El primero lo poseían los egipcios y los griegos, en la península
de Sinaí y en la isla de Chipre, respectivamente. Pero ¿de
dónde sacaban el estaño? Los fenicios comerciaban ya con utensilios
de bronce, cuando por vez primera aparecieron en los países del Mediterráneo.
Es también evidente que Asia debe haber sido una de las tierras originarias
del estaño ; alguna región del Asia Menor o del Cáucaso,
acaso el Turquestán, el Sur de Persia o la India. Seguramente las
relaciones comerciales de este último país fueron muy extensas,
y lo mismo cabe decir de las de los pueblos del mar Negro. ¿Procedía
tal vez de allí el estaño? A orillas de los Dardanelos estaba
emplazada Troya, emporio del comercio de aquel mar. ¿Sería
acaso la Iliada el canto de la lucha por la libre exportación
del estaño de Eurasia?
Todas esas preguntas son otros tantos enigmas. Pero lo que sí sabemos
con toda certeza es que los audaces mercaderes fenicios fueron los primeros
en doblar las «columnas de Hércules», es decir, los primeros
que llegaron más allá de Gibraltar, considerado por los griegos
como el fin del mundo. Ya hacia el año 1.000 antes de Jesucristo fundaron
su colonia comercial de Gades, la Cádiz de nuestros días, lo
cual significa que ya entonces penetraron en el Atlántico. De allí
siguieron avanzando hacia el Norte, explorando países brumosos, grises,
desiertos, hasta llegar a las islas que los escritores griegos conocen con
el nombre de « Casitérides », esto es, las «islas
del estaño».
Fig. 202. Los fenicios fueron los hanseatas de la Antigüedad
Todavía hoy los arqueólogos siguen discutiendo
sobre la identificación de dichas islas, y nadie sabe si esta polémica
terminará algún día. Mientras unos sostienen que se
trata de las islas Scilly, situadas frente al extremo meridional de Cornwall,
afirman otros que es la misma Cornwall. También es posible que en
la desembocadura del Loira se efectuase el intercambio del estaño
inglés y del ámbar báltico contra mercancías
aportadas por los fenicios, tales como objetos de bronce, telas y especias.
Fig. 203
Impulsados por un insaciable afán de comercio
y lucro, los fenicios llevaron a cabo las proezas geográficas más
sorprendentes. Revelaron al Mundo Antiguo la brumosa Gran Bretaña;
llevaron sus barcos al Océano, navegando hacia Occidente y descubriendo
las islas Canarias y Madeira. Dos mil cien años antes de Vasco de
Gama circunnavegaron el África de Este a Oeste, y desde el golfo Pérsico
regresaron al Mediterráneo por la vía del Cabo. Si Roma no
hubiese detenido con mano firme su impulso, es muy posible que, en busca
del estaño, hubiesen descubierto América, como la descubrieron
más tarde los españoles impulsados por la sed del oro.
Las minas de estaño de Bohemia y Sajonia eran explotadas ya en la
Antigüedad, y cabe pensar que de allí llegara el metal a los
griegos y a los romanos, aunque no poseamos pruebas fidedignas de este hecho.
En Bohemia el estaño se obtuvo durante largo tiempo por el sistema
del «lavado»; pero el paso a la explotación minera se
dió mucho antes que en Cornwall, allá por el siglo XII. La
primera instalación minera de estaño de la Europa continental
existió en Graupen, cerca de Teplitz.
Arruinada la navegación fenicia, los romanos, que en general prefirieron
siempre las vías terrestres, transportaron el estaño a través
de la Galia. Nunca lograron los latinos salvar en una sola vez el canal de
la Mancha. Acostumbraban hacer escala en la isla de Ictis, la actual isla
de Wight; después, los caballos en veinte días transportaban
la carga hasta el Ródano, y de allí, río abajo, era
conducida a Marsella, donde quedaba depositada. Esta vía prolija de
transporte es altamente característica de los romanos.
Hasta el siglo XVII Inglaterra produjo menos estaño que Sajonia y
Bohemia. El incremento de la producción guardó relación
directa con el creciente número de alemanes de Bohemia que se trasladaban
a la Gran Bretaña, ora cediendo a invitaciones de la reina Isabel,
ora por propia iniciativa y que, establecidos en el país, obtenían
autorización para explotar el estaño, actividad que les reportaba
grandes beneficios.
Actualmente, la fama del estaño de los países europeos puede
decirse que pertenece al pasado, puesto que hoy el mundo importa dicho metal
de Oriente, de Malaca y las Indias neerlandesas, centro, desde hace ya mucho
tiempo, de su producción.
El estaño fue también fuente del poderío de los sultanes
bandoleros de Palembang, quienes lo explotaron en los siglos XVII y XVIII
en la isla de Banka, situada a poca distancia de Sumatra, poco más
o menos frente a la desembocadura del río Moesi, en cuyas aguas pululaban
antaño los cocodrilos en número muy superior al de todas las
demás regiones del mundo.
Habiéndose instalado los holandeses a orillas del Moesi, arremetió
contra ellos el sultán de Palembang, y los cocodrilos pudieron hartarse
hasta la saciedad de carne blanca ; pero al presentarse los ingleses de Batavia,
el sultán huyó, llevándose los tesoros acumulados gracias
al comercio del estaño. En Banka y en la isla contigua de Billitou
los holandeses extrajeron en 1929 no menos de 35.000 toneladas del referido
metal, aproximadamente el décuplo de lo que produjo Inglaterra. No
obstante, el rendimiento de las minas inglesas de Malaca es aún mayor.
Como puede verse, el estaño no es muy amante de Europa; prefiere los
países exóticos. Así lo encontramos abundantemente en
Siam, en la provincia china de Yunnan, en Australia y Tasmania. Finalmente,
uno de los mayores productores es la Nigeria africana. Sea como fuere, los
ingleses se hallan en posesión de los mayores yacimientos transoceánicos
de estaño ; únicamente las ricas minas de Katanga son de propiedad
de los belgas, y aun allí, como ya es sabido, nada puede hacerse sin
la presencia de míster Williams.
El zinc, modelo de modestia
La posición del zinc es más independiente que la del estaño,
particularmente en la construcción, donde es muy utilizado para tejados
y canalones. No olvidemos tampoco aquellas pequeñas bañeras
de zinc en las cuales, si no nos hemos bañado nosotros, bañaron
seguramente nuestros bisabuelos y abuelos a nuestros padres y nuestras madres.
Muy a menudo tenemos que habérnoslas con el zinc sin saberlo, como
cuando nos imaginamos tener en las manos un metal tan distinguido como el
latón, por ejemplo; y en cambio, no es éste otra cosa que una
simple aleación de zinc y cobre. En esta forma se utilizó el
zinc durante mil quinientos años como mínimo, sin sospecharlo
ni remotamente. Es lo que les ocurre con frecuencia a las personas modestas
en la vida; y cuando Goethe dice: « No hay más que los pelagatos
que sean modestos », no se refiere seguramente al honorable y respetabilísimo
zinc.
En ciertas regiones los minerales de cobre se presentan asociados a los de
zinc, como ocurrió en la isla de Rodas en los tiempos antiguos. Los
griegos elaboraban brazaletes con este metal mixto, y las bellas helenas
los tenían en gran estima.
Fig. 204
Más tarde se encontraron los mismos minerales
en Francia, en el Franco Condado y en China. También debieron poseerlos
los romanos, ya que en sus monedas de cobre hay una parte de zinc.
Hasta fines del siglo XVII no encontró un minero del Harz, Johann
Christian Ruberg, un medio para obtener zinc puro. Este metal, tan poco vistoso
al exterior, funde a reducida temperatura, pero no se separa fácilmente
del mineral. Para ello se requiere mucho más calor y, además,
hay que someter dicho mineral a una preparación previa, consistente
en mezclarlo con carbón desmenuzado. Cuando el horno está muy
caliente, el metal se evapora, debiéndose entonces recoger y condensar
los vapores. El procedimiento no es muy del agrado del operario que digamos,
puesto que el mineral de zinc suele contener azufre, substancia muy poco
indicada para mejorar la atmósfera que se respira. De todos
modos, el resultado final es la obtención de un nuevo valioso producto:
el ácido sulfúrico.
Quien se haya percatado de este estado de cosas, comprenderá por qué
la industria del zinc se ha desarrollado principalmente en los Estados Unidos,
Alemania y Bélgica, países en los cuales se encuentra, a poca
distancia de los yacimientos de zinc, tanto minas de hulla como mercados
de salida del metal y del ácido sulfúrico. Los Estados yanquis
de Missouri, Oklahoma y Kansas elaboran, aproximadamente, la mitad de todo
el zinc que se consume en el mundo entero. Antes de la guerra, Alemania venía
en segundo lugar, inmediatamente después de América; pero las
circunstancias cambiaron luego, debido a que el 80 % de los minerales de
zinc alemanes se perdieron para el Reich junto con la alta Silesia. Si prescindimos
de algunos yacimientos de poquísima importancia, podremos afirmar
que únicamente han quedado en poder de Alemania los del Eifel.
Bélgica extrae también mucho zinc en la comarca de Lieja, aparte
de las nuevas reservas que ha adquirido al anexarse parte de las minas germanas
del Oeste. Italia dispone asimismo de mucho zinc, particularmente en Cerdeña,
siguiendo a continuación España y Suecia; los principales productores,
empero, son Australia y México.
China posee zinc en menores cantidades, a pesar de lo cual los chinos aprendieron
a fundir este metal antes que los europeos, y ya en el siglo XVIII llegaba
a nuestro Continente, por vía de la India, el zinc chino en bruto.
Los holandeses cuidaban de su transporte y lo pusieron de moda con la denominación
de Tutenag, palabra cuyo significado no comprenden ni los mismos chinos,
fenómeno que entre ellos ocurre con gran frecuencia con términos
europeizados de su vocabulario. En este caso particular, sin embargo, la
cosa no tiene importancia, debido a que el Tutenag ha pasado ya a
la Historia, y los Budas, gongos y jofainas de los hijos del cielo suelen
fabricarse hoy, en su mayor parte, con latón de procedencia norteamericana.
Níquel y cobalto, dos duendes
Los destinos del níquel son todavía más singulares que
los del zinc. Preséntase casi siempre asociado con otro metal, el
cobalto. Parece ser que algún pueblo de la Antigüedad — supónese
que el romano — lo aplicó al vidrio, dándole así una
maravillosa coloración azul ; los vidrieros de las Erzgebirge lo llaman
«esmalte», y su aplicación artística, practicada
en aquella región en los siglos XVII y XVIII, contribuyó no
poco a la fama universal que se ha conquistado el cristal de Bohemia.
Antes de que en las Erzgebirge aprendieran a utilizar el cobalto para la
coloración del vidrio, nadie sabía qué hacer con él.
Los mineros que buscaban plata, exclamaban al dar con cobalto: «¡Otra
vez una cochinada del duende! ¡Roba la plata y nos deja esta inmundicia
en su lugar!» Y he aquí que al bravo mineral le ha quedado la
mala fama.
Resulta, pues, que el cobalto cobró su triste reputación antes
de que los hombres supieran servirse de él. En cambio, hacía
ya dos mil años que utilizaban el níquel cuando descubrieron
a su asociado, y a pesar de ello diéronle también un apodo
que no deja de ser mortificante cuando no se comprende al acto su significado.
En las operaciones de fundición del cobre, en las montañas
de Sajonia, ocurría a menudo que el mineral no se fundía por
causa de contener alguna substancia extraña, sin que de nada valieran
los esfuerzos de los obreros. A este mineral se le llamaba «cuproníquel»,
y Nickel o Nicker no significaba otra cosa, en su forma primitiva,
que « demonio guasón » o duende. El níquel es un
próximo pariente de las ondinas (en alemán Nixe). Los
mineros ignoraban que la mezcla era un valioso metal que, presente a veces
en el mineral de hierro, acrecienta notablemente el valor de éste.
Los chinos de la provincia de Yunnan explotaban en la Antigüedad minerales
que contenían asociados cobre, zinc y níquel. Al fundirlos,
los chinos obtenían un metal notabilísimo, blanco y brillante,
casi idéntico a la plata, metal que exportaban con el nombre de Packtong,
transportándolo por los caminos de la seda hasta Bactriana, el actual
Turquestán. Allí se acuñaban con él monedas,
es decir, que se hacía lo mismo que se empezó a hacer en Europa
diecisiete o dieciocho siglos después.
En 1751 se obtuvo por primera vez el níquel puro, el cual muy pronto
se utilizó para preparar diversas aleaciones. En 1825 los hermanos
Henninger presentaron en Berlín su «plata nueva», que
tanta aceptación tuvo en Inglaterra, donde fue bautizada con el nombre
de German silver (plata alemana).
Aproximadamente al cabo de veinticinco años del invento de la «
plata nueva », en Suiza se adoptó el níquel para la acuñación
de monedas. A Suiza siguieron los Estados Unidos, Bélgica y Alemania.
Después de otro intervalo de cuarenta años, al finalizar ya
el siglo XIX, en las fábricas Creusot descubrióse que el níquel
presta al acero una consistencia extraordinaria. Krupp y Gruson en Alemania,
Schneider-Creusot en Francia, Armstrong y Vickers en Inglaterra, se lanzaron
entonces a un juego singular, en el cual decían sí y no al
mismo tiempo: crearon acorazados y simultáneamente cañones
capaces de perforarlos. El acero niquelado de Krupp adquirió renombre
universal; después, terminada la guerra, presentó su acero
niquelado inoxidable.
Hoy el consumo de níquel es muy elevado ; en 1840 produjéronse
en todo el mundo 100 toneladas, extraídas todas de minerales austroalemanes
y noruegos. Desde 1887 el primer lugar pasó a Nueva Caledonia, una
lejana isla que aparece en el mapa al Este de Australia y al Norte de Nueva
Zelanda. Cook, que la descubrió en 1774, le dio aquel nombre impresionado
por la semejanza que presentaban sus montañas con las de Escocia,
denominada todavía hoy Caledonia en lenguaje poético, en recuerdo
de los romanos que así la llamaron.
Esta isla es rica en toda suerte de minerales metalíferos ; pero su
mayor tesoro lo constituye el níquel, que, como es natural, se presenta
en compañía de su hermano el cobalto. Garnier, el explorador
francés de la Indochina, descubrió mineral de níquel
en Nueva Caledonia en 1865 ; en honor al ilustre viajero se le dio el nombre
de «garnierita ».
Los bravos canacos lo explotan, suministrándolo a las fábricas
de armas del Japón ; además, exportan una parte a Europa.
Desde 1890 se explotan en el Canadá minerales de níquel; los
depósitos más ricos del mundo se encuentran en la provincia
de Ontario, desde donde se abastece a Europa y América.
En Silesia, en las cercanías de Frankenstein, se sigue aún
explotando la mina Martha, poco importante, y que solamente produce material
para cubrir una reducida parte de las demandas nacionales ; el resto debe
ser importado. Hoy el níquel es muy apreciado y, según expresión
de un perito, «una materia endemoniadamente útil», por
lo que se echa de ver que este mineral tiene indudablemente alguna relación
con el diablo, puesto que incluso para alabarlo hay que hacer intervenir
al «caballero Satanás».
Aplicaciones del plomo
El plomo es un viejo metal ; los indos fundían con él amuletos
y lo empleaban en la preparación de colorantes, si bien éstos
servían más a la estética corporal que a la industria,
ya que los «pintores » no se servían del « minio
» para pintar rejas de hierro, sino que lo aplicaban como colorete
a las mejillas de las damas.
Los griegos emplearon el plomo principalmente en la fundición de la
plata. Lo obtenían en considerables cantidades en las islas de Rodas
y Chipre, así como en Laurion, no lejos de Atenas. Laurion era el
principal centro de producción de plata y plomo, y sus minas, en las
cuales trabajaban 5.000 esclavos, eran una de las fuentes de la riqueza de
Atenas. Todavía hoy existe allí una fundición de plomo
en explotación.
En tiempo de los romanos, 40.000 esclavos laboraban en las minas españolas
de Sierra Morena, bajo la vigilancia de legionarios y el látigo de
los capataces. Estas minas producían cobre, mercurio, plata y plomo.
El mismo Aníbal no fue del todo ajeno a la industria de este último
metal; su esposa Himilka le aportó en concepto de dote algunas minas
de plomo argentífero de las inmediaciones de Linares, en una localidad
que lleva hoy el nombre de Palazuelos. También los romanos encontraron
plomo en la región de Asturias (Norte de España), así
como en la Galia, Bélgica y Germania. En Lahntal, en Siegtal y en
Eifel se conservan restos de las antiguas minas, y sabemos con toda certeza
que en el siglo X se explotó el plomo en el Harz, en el XII en Freiberg
y Ems, y en el XIII en Bohemia (Pibram).
Para los romanos el plomo fue aún un metal totalmente dúctil.
Con él fabricaban tuberías para la conducción de agua,
distintivos y amuletos de toda suerte, y lo utilizaban en la pesca, exactamente
como se hace hoy. En la guerra se empleaba en forma de bolas arrojadizas;
y en cuanto a la Justicia, la única función que estaba destinada
al plomo era la de enviar a los delincuentes a trabajar en sus minas. Hubo
que llegar a la avanzada administración de Justicia medieval para
verter plomo fundido en la boca del condenado.
Una vez inventadas las armas de fuego, este metal pasó a ser un elemento
auxiliar de primer orden en la industria de pertrechos bélicos. Hasta
el siglo XIX las balas de plomo acostumbraron dirimir muchas cuestiones,
tanto entre las Potencias europeas como entre los caballeros particulares.
Con su ayuda Europa sometió al Asia, África, América
y Oceanía.
Un acontecimiento de la historia de los Estados Unidos muestra de modo intuitivo
cómo cambió el plomo su naturaleza. El gobernador de Massachusetts,
Winthrop, a quien hemos conocido ya como uno de los primeros impulsores de
la minería americana, erigió en 1770 una estatua ecuestre de
plomo en honor del rey Jorge III.
Fig. 206
Al estallar la guerra de la Independencia, los yanquis
fundieron caballo y caballero en un caldero enorme, y recibieron a los ingleses
con las balas fabricadas con la efigie de su soberano. Gutenberg, en cambio,
hizo del plomo un arma del espíritu. En la actualidad se utiliza,
para fines de imprenta, una aleación especial de plomo, estaño
y antimonio, el denominado «plomo duro ».
En el siglo XIX ocurrió con la economía del plomo lo que había
ocurrido con casi todos los demás metales : la hegemonía pasó
a los Estados Unidos. Ya en el siglo XVII se había descubierto plomo
en el alto Mississippi. Habíanlo encontrado unos voyageurs
franceses que llegaron del Canadá atravesando los lagos, creyendo
que por el Mississippi alcanzarían la China por una vía más
cómoda. Eran aquellos hombres cazadores de pieles, avezados al manejo
del plomo y que sabían, además, el valor que se concedía
al metal en Francia, donde, al contrario de lo que ocurría en Alemania,
eran muy raros los yacimientos. En 1702 llegaba a Francia el primer cargamento
de mineral de plomo, pero ¡oh, dolor!, al abrir los fardos no salió
más que arena ordinaria.
Por aquellos tiempos toda la región del Mississippi, desde la desembocadura
del río hasta los lagos, era una colonia francesa llamada «Luisiana»
en honor de Luis XIV. El Rey otorgaba las concesiones para la explotación
de los minerales metalíferos de la colonia. La actual residencia de
Ford, Detroit, fue fundada por el francés Antonio de la Mothe Cadillac,
propietario un día de las minas de la región. Los coches Cadillac
son sus ambulantes monumentos. La ciudad de Dubuque, en el Estado de Iowa,
está emplazada en el lugar donde a fines del siglo XVIII Julián
Dubuque extraía el mineral de plomo. Este personaje vivió en
paz y amistad con los indígenas y casó con la hija del jefe
de la tribu piel roja de los Sauk, cuyas tierras encerraban ricas minas.
Esos matrimonios bajo el signo del metal no son ninguna rareza; aproximadamente
al mismo tiempo que Dubuque, si bien en el extremo opuesto del Planeta, el
oficial inglés Light se casaba con la hija de un raja malayo y recibía
en dote la isla de Penang con sus minas de estaño. Pero no son solamente
el plomo y el zinc los metales que poseen la virtud de concertar uniones
matrimoniales; los metales nobles ejercen en este respecto una acción
mucho mayor.
Fig. 207
Nada más lejos de mí que la intención
de denigrar la memoria de Dubuque, quien no prostituyó sus derechos,
como hiciera Light; Dubuque siguió trabajando con sus indios y los
instruyó en el arte de la metalurgia. Los indígenas le amaban,
le consideraban como uno de los suyos, y cuando murió, enterráronle
solemnemente, depositando sus restos en un ataúd de plomo.
Al final de la guerra de la Independencia fue fundada en el Estado de Missouri
la Saint Joseph Lead Cie., hoy la primera explotación de plomo
del mundo. El segundo lugar corresponde a las minas del Colorado. Allí
radica hoy el segundo centro de la industria norteamericana del plomo, Leadville,
la «ciudad del plomo».
Aun cuando la producción de plomo ha menguado en los últimos
años en los Estados Unidos, en 1936 sobrepasó, con sus 334
toneladas, la de todos los demás países, aportando a la producción
universal no menos del 22 %. Si a aquella cifra sumamos las aportaciones
del Canadá, Terranova y México, hallaremos que corresponde
a América del Norte la mitad de la producción mundial. Otro
importante proveedor de plomo es Australia septentrional, y un tercero la
India. En Europa va a la cabeza la Gran Alemania: en el antiguo Reich se
extrajeron en 1936 más de 60.000 toneladas y en la Marca Oriental
6.000. En segundo lugar va Yugoeslavia, muy rica en metales. En cantidades
mayores o menores, casi todos los demás países europeos poseen
minerales de plomo; sólo Francia parece haber sido olvidada por la
madre Naturaleza en este respecto; pero se compensa impulsando la explotación
en sus colonias de Argelia y Túnez. Como puede observarse, el plomo
es solicitado. Sus antiguos cortesanos, los guerreros, han sido sustituidos
por los electricistas, lampistas y pintores, los cuales necesitan cables,
fusibles, tuberías y albayalde.
Aluminio, el aviador
El aluminio es joven, bello y liviano ; su aspecto exterior recuerda la plata,
y se denominó «plata-arcilla» a la primera pieza de aluminio
que fue presentada en la Exposición Universal de París, en
1855. Pero por si fuera poco ese parecido con la plata, los rubíes,
zafiros y otras piedras preciosas deben su brillo y su belleza a la circunstancia
de contener diversas asociaciones alumínicas.
En el mediodía de Francia y no lejos de Marsella se levanta, rodeado
de rocas basálticas, el pueblecillo de Les Baux. Es una aldea de 200
a 300 habitantes, con una antigua iglesia parecida a un castillo y un viejo
castillo semejante a un nido de águilas ; las casitas de los campesinos
parecen palacios del Renacimiento en miniatura. El nombre del pueblecillo
pasó a una de las más ilustres familias de Provenza, que por
espacio de siglos enteros guerreó contra sus vecinos del Norte, Este
y Oeste. Pero eso fue en tiempos pretéritos; después el pueblo
cayó en el olvido, hasta que, de pronto, un nuevo acontecimiento le
dió nueva lama. En sus alrededores se encontró un barro especial
que contiene arcilla y del cual se obtiene el aluminio. Dióse a este
barro el nombre de «bauxita», y pronto su fama se extendió
más allá de Provenza, por todo el mundo.
Los químicos trabajaron durante treinta años para obtener el
aluminio de la bauxita. Sus ensayos e investigaciones avanzaban, y tanto
el inglés Humphrey Davy como el alemán Wöhler sabían
perfectamente lo que llevaban entre manos.
Fig. 208
Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado no consiguió
el francés Deville fabricar aluminio en gran cantidad, siendo él
quien lo presentó a la Exposición parisiense. El metal ofrecía
hermoso aspecto y tenía, además, la ventaja de ser cinco veces
más ligero que el plomo y más ligero que el zinc y el estaño,
a la par que más consistente que ellos. Al. principio no se supieron
estimar en todo su valor las propiedades peculiares del aluminio, debido
a que faltaban aún los que mejor partido habían de sacar de
ellas : el automóvil y el aeroplano. Para la navegación aérea
de la época eran de mayor importancia las cuerdas y las barquillas
de mimbre. Adviértase, no obstante, que aunque hubiesen existido ya
los coches de motor y los aviones, no se habría podido emplear el
nuevo metal en su construcción, por la razón de que entonces
su precio no era muy inferior al del mismo oro: 1 kg. de aluminio costaba
2.400 marcos.
Diez años de trabajos ininterrumpidos llevaron el precio de aquel
metal a 100 marcos el kilogramo, notabilísima rebaja, pero no suficiente
aún para asegurar su venta intensiva. La aplicación de la electrólisis
resolvió verdaderamente el problema, pues que permitió elaborar
aluminio puro a bajo precio, hasta el extremo de que antes de la guerra se
cotizaba a 2,5 marcos el kilogramo.
Con aluminio se fabrican magníficos utensilios de batería de
cocina y otras mil bonitas chucherías y pequeños objetos; en
la electrotecnia, tiende cada día más a reemplazar al cobre
; su principal utilidad, empero, consiste en que, fundiéndolo junto
con otros metales, se obtienen diversos « metales ligeros »,
es decir que, siendo poco pesados, conservan toda su consistencia. ¿Cómo
sobrevolaríamos hoy los Océanos y cruzaríamos los Continentes
si hubiésemos de seguir fabricando los automóviles, los aeroplanos
y especialmente sus motores a base de madera y hierro y no tuviésemos
a nuestra disposición los metales ligeros?
Todo eso lo debemos a la electricidad ; y así no debe extrañarnos
el hecho de que las fábricas de aluminio busquen la proximidad de
las centrales productoras de energía eléctrica. Esta es la
razón de que, por regla general, encontremos las referidas fábricas
a poca distancia de las grandes instalaciones de fuerza hidráulica.
Así en Alemania, por ejemplo, fue montada, poco después de
la guerra, una fábrica de aluminio en las inmediaciones de la central
hidráulica del Inn, en la alta Baviera; en Norteamérica las
fábricas principales trabajan en las proximidades de las cataratas
del Niágara, y en Suiza, Austria, Francia y Norte de Italia se hallan
asimismo emplazadas a poca distancia del agua. Únicamente en Alemania,
donde se ha hecho del lignito la « criada para todo », también
se fabrica el aluminio en las cercanías de centrales de fuerza alimentadas
con carbón, como ocurre en Bitterfeld y Lauta, en la Lusacia. Esta
última fábrica es propiedad del Estado y una de las mayores
del mundo. Gracias a ella Alemania puede producir actualmente más
de l00.000 toneladas anuales de aluminio, mientras que antes de la guerra
su cifra de producción no excedía las 1.000 toneladas.
Pero ¿de dónde se saca la materia prima para la fabricación?
Felices poseedores de bauxita son los franceses, los húngaros, los
yugoslavos, los dálmatas, los italianos (en las cercanías de
Istria) y los rusos (Tijvin, en la comarca de Leningrado). Los mayores yacimientos
del mundo se hallan en los Estados Unidos, en el Mississippi medio ; pero
el consumo que hace aquel país del referido metal es tan enorme, que
se ve obligado a importar grandes cantidades de bauxita de la Guayana, aparte
de comprar a Europa una buena parte de aluminio ya fabricado. La Compañía
de Aluminio de América domina toda la industria de este metal de los
Estados Unidos, Canadá y Noruega. Hoy estos tres países suministran
el 60 % de la producción mundial.
Alemania dispone de poca bauxita ; sus existencias se limitan a los depósitos
de Vogelsberg, en el Hesse superior, pero resultan insuficientes para satisfacer
a las demandas de la industria nacional. Por eso necesita importar grandes
cantidades de bauxita extranjera. No obstante, ha sido posible utilizar otras
materias primas, como por ejemplo el caolín, muy abundante en tierras
germánicas. Cierto que esta circunstancia ha venido a hacer más
compleja la fabricación ; pero no hay más remedio que conformarse,
pues los metales «ligeros » son precisamente aquellos cuya obtención
resulta más « pesada ».
El inquieto azogue
Los alquimistas medievales llamaron al mercurio mater metallorum,
impresionados por la naturaleza enigmática de este vivo metal. El
fluido y frío azogue fija en el hombre su mirada muerta, azulada y
plomiza, en cuyo fondo hay un interrogante y una amenaza a la par. Móvil
y mudo, pesado y ponzoñoso, es en el reino de los metales lo que la
serpiente en el de los animales. Sus vapores son altamente tóxicos,
aunque por fortuna en las minas su acción queda muy disminuida. Pero
¡ay de los obreros que al sacar el mercurio del mineral no estén
protegidos contra el veneno invisible!
Como tantos otros venenos, también el mercurio posee cualidades curativas.
Sus preparados tienen hoy grandísima aplicación en Medicina,
como la tuvieron en la Edad Media e incluso en la Antigua. Los romanos lo
apreciaban por este motivo ; además, habían descubierto ya
que, a excepción del oro, todos los metales flotan en él, debido
a que es el más denso. Todos los metales, menos el hierro y el platino,
se disuelven en el mercurio.
Los romanos explotaban el cinabrio, el rojo mineral del mercurio, en las
minas ibéricas de Sisapo, y lo remitían a Italia. Más
tarde los árabes continuaron la explotación, y el nombre de
Sisapo convirtióse en Almadén, nombre que se ha conservado.
En la Edad Media compraban el mercurio los boticarios, los alquimistas y
los orfebres. Considerábase como un valiosísimo metal; por
eso no es de extrañar que los Fugger lo consignaran en el catálogo
de sus mercancías. Por espacio de más de cien años,
en los siglos XVI y XVII, ellos explotaron por su cuenta las minas de Almadén.
Los Fugger eran gente afortunada; he aquí que siendo concesionarios
de aquellos yacimientos, se le ocurrió al español Bartolomé
de Medina la idea de que puesto que el mercurio disuelve el oro y la plata,
se le puede utilizar para separar esos metales de sus minerales. Al eliminar
después el mercurio de la amalgama, queda libre el metal noble. A
la sazón México era ya la tierra de la plata, y allá
fue remitido el azogue de Almadén. Solamente México consumía
75 toneladas de mercurio al año, aparte de que las demandas de Europa
crecían rápidamente.
En su travesía de España al Nuevo Mundo el mercurio había
de sufrir las acometidas de los vientos contrarios, de las tempestades, de
los piratas franceses e ingleses. Esto indujo a los españoles a buscar
el metal allende el Océano. Sabían que los indígenas
peruanos utilizaban un colorante que, sin duda, debía extraerse del
cinabrio, el rojo mineral del azogue. Siguiendo sus pesquisas, en 1567 Cortés
descubría yacimientos de cinabrio en Huancavélica (Perú).
En el siglo XVII las minas de plata del Perú no eran ya tributarias
de Almadén, y la producción española del metal comenzó
a disminuir.
Además de los competidores americanos le salieron otros europeos.
A fines del siglo XV un tonelero de Idria (Carniola) descubrió allí
minas de cinabrio. Un lansquenete emprendedor no tardó en fundar una
sociedad para la explotación del mercurio. En el espacio de tres siglos
Idria cambió muchas veces de dueño; hoy las minas pertenecen
al Estado italiano, e Italia es el primer productor de mercurio del Mundo.
En el siglo XIX los Estados Unidos pasaron a ser grandes productores de mercurio
; descubrióse cinabrio en California, precisamente mientras la fiebre
de la plata se hallaba en su apogeo. Poco tiempo antes comenzóse a
obtener aquel metal en Rusia, especialmente en la cuenca del Donetz.
Hoy día el mercurio no se utiliza ya para la separación del
oro y la plata ; sus aplicaciones son diversas : el electrotécnico,
el químico, el joyero y el fabricante de materias explosivas se interesan
vivamente por él, y todos saben tratarlo como es debido.
Manganeso, el maestro armero
El manganeso es un metal al que rara vez tiene ocasión de verlo quien
no posea un laboratorio propio. El polvo rojo pardusco que se emplea en los
laboratorios para obtener oxígeno es el peróxido de manganeso,
es decir, una combinación de este metal y aquel gas. Los pintores
llaman «sombra» a su color pardo mate. En la Italia central,
en la frontera de Umbria y Toscana, se eleva la montaña de Monte Amiata,
donde se encierra un mineral que contiene hierro y manganeso y que, por la
acción del aire, adquiere esta coloración especial conocida
con el nombre de «sombra» (umbra). El color que con él
se prepara ha contribuido no poco a la fama de aquellas dos provincias, cuna
de los más ilustres pintores del Renacimiento italiano.
Desde que la « umbra » alemana se fabrica por vía química
a base de lignito, el manganeso ha abandonado a los maestros de la Pintura
para entrar al servicio de los del acero. Se le funde con hierro colado y
se obtiene así el ferromangán. Al mezclar este espécimen
en un caldero con acero hirviente se produce una pasta muy apreciada de los
fabricantes de láminas acorazadas y cañones. Claro está
que otros productores más apacibles, tales como los fabricantes de
herramientas, utilizan también el manganeso.
Resulta, pues, que este metal invisible sirve especialmente al acero, y al
acero en su forma más belicosa y terrible. Es el maestro armero, de
cuyos leales servicios depende a veces la victoria del señor.
Los minerales de manganeso se encuentran con gran profusión ; pero
raramente contienen cantidades apreciables del metal puro, es decir, en unión
del oxígeno y sin otros acompañantes, tales como el fósforo,
por ejemplo. En Alemania hay depósitos de dichos minerales puros en
Ilmenau (bosque de Turingia), Ilfeld (Harz meridional) y Giessen; la explotación,
sin embargo, es de escaso rendimiento. La industria química absorbe
toda esta producción, y el que se necesita para la fabricación
de aceros debe importarse.
Antes de la guerra, Rusia era el primer país productor y exportador
de manganeso. Sus mejores yacimientos estaban en Transcaucasia, cerca de
Chiaturi, a orillas del río Rion, en la misma comarca adonde llegaron
los Argonautas que buscaban el vellocino de oro. También en las cercanías
de Nikopol (Ucrania) se explotan ricos yacimientos de manganeso.
Antes de la guerra sólo la India podía competir con Rusia.
Aquel país cuenta con muchas y muy ricas minas de manganeso, encontrándose
las principales en las proximidades de Nagpur, en las Provincias Centrales.
Cierto que había que transportar el mineral a Bombay, a 800 km. de
distancia ; pero como la mano de obra era barata y la mercancía buena,
el negocio realizado era considerable.
Antes de la guerra, buena parte del manganeso ruso pertenecía al Gelsenkirchner
Bergwerksverein, sociedad alemana; pero también contaban con importantes
explotaciones en Rusia los franceses, holandeses y belgas. Al terminar la
guerra todas aquellas concesiones se perdieron, resultando que desde aquel
momento pasó a ser Inglaterra la nación mejor surtida en manganeso,
gracias a los yacimientos que posee en la India y al que una Sociedad británica
extrae en Egipto, península de Sinaí. Además, los ingleses
se han procurado en estos últimos veinte años importantes minas
en la Costa de Oro en África.
Los norteamericanos no se resignaron a quedarse sin el referido metal, por
lo que sumaron a sus yacimientos del Estado de Montana un control ilimitado
sobre la producción de las minas brasileñas, entre las cuales
descuellan por su riqueza las del Estado de Minas Geraes. Además,
los norteamericanos explotan también los depósitos de Cuba
y algunos de China, y se disponen a intervenir en los de Chile.
El cromo posee todas las cualidades
Los modernos fabricantes de aceros operan con su producto del mismo modo
que lo hace un pastelero con sus tortas. Agregan a la «masa»
ora un espécimen, ora otro. Entre los diversos ingredientes, el cromo
no goza de menos estima que la vainilla en confitería. Este metal,
como el manganeso aumenta la dureza del acero, así como su resistencia
a la oxidación. «También yo lo hago», dice el níquel.
Si, pero en cambio no disminuyes, como el cromo, la acción magnética
del hierro. El acero cromado es insensible al hechizo del imán, circunstancia
muy importante en ciertos casos como en el de la fabricación de muelles
para relojería. Pero eso no es todo ; el cromo acrecienta la capacidad
de resistencia del acero a las altas temperaturas y lo protege contra acciones
químicas.
En 1766 fue descubierto en Siberia un nuevo mineral que, además de
plomo, contenía evidentemente algo más. Presentaba un hermoso
aspecto y tenía todos los colores del arco iris. Hasta al cabo de
treinta años no llegó a manos del afamado químico francés
de la época, Vauquelin, en cuyo laboratorio parisiense iba a trabajar
más tarde el joven Justo Liebig. Vauquelin estudió el
mineral y encontró en él un nuevo metal de una coloración
tan magnífica, que el profesor, para darle nombre, tomó de
la lengua griega la palabra cromo, es decir, color. Para el francés
la Siberia era algo tan frío y tan terrible, que no quiso dar al metal
el nombre de «sibirita». Más tarde pudo comprobarse que
las maravillosas piedras preciosas esmeralda, berilo y serpentina, deben
su belleza al cromo que contienen.
Este rey de la hermosura es, además, «musical». Una adición
de cromo eleva la sonoridad del cobre ; por eso lo utilizan los fabricantes
de cornetas.
El cromo no ha demostrado simpatía especial por Europa; puede decirse
que no se explota más que en Yugoslavia y Grecia y en cantidades mínimas,
en la alta Silesia Escandinavia e islas Shetland. En cambio, la Rusia Soviética
produce mucho más cromo que la Nueva Caledonia, proveedora del Japón
y de Francia, y que Cuba, la cual exporta su producción a los Estados
Unidos. Los turcos extraen mucho mineral de cromo en Bilejik (Anatolia) no
lejos del mar de Mármara. África, empero, excede a todos los
demás Continentes en el aspecto que estamos estudiando; de la Unión
Sudafricana y Rhodesia se extraen las tres cuartas partes del cromo consumidas
por Europa y America. Los ingleses exportan al mundo entero, y particularmente
a los Estados Unidos, el metal que le suministran aquellas posesiones africanas.
Es cosa singular haber dado con un metal que los yanquis no posean ; lo lamentable,
sin embargo, es que Europa lo posea en mínima cantidad.
Poco, ¡pero mucho!
Como entre los hombres, también entre los metales hay los escogidos.
No se utilizan para fines ordinarios, igual a lo que ocurre entre los hombres
con los artistas, poetas y sabios, gentes de raro talento a quienes se exime
de las cotidianas tareas, precisamente por ser tan reducido su número.
Existe un mineral, la carnotita, que se obtiene en lo que fue África
sudoccidental alemana, en la región limítrofe de Rhodesia,
en los Estados Unidos y, principalmente, en el Perú. Dicho mineral
encierra el metal vanadio. Hasta la fecha no se ha conseguido aislarlo en
forma pura ; para lograrlo se procede a base de un « concentrado »
del mineral despojado de otras mezclas. En todo el mundo no llegan a producirse
2.000 toneladas de dicho concentrado.
El molibdeno posee propiedades semejantes a las del vanadio y se obtiene
en cantidades todavía menores. Sus minerales se presentan en varias
localidades, entre ellas en las Erzgebirge. El principal país productor,
empero, son los Estados Unidos, donde en el Colorado existen las mayores
minas del mundo, viniendo en segundo lugar Noruega. Durante la guerra concurrieron
también al mercado Australia y el Canadá. Los japoneses lo
exportan de Corea.
Cuando el taladro, cual un vampiro, se hunde en la carne del acero para devorarlo,
el metal chilla, como si sintiese el dolor, y proyecta al aire las chispas,
verdaderas lágrimas ardientes. Desarróllase entonces una temperatura
tan elevada, que suponiendo que el taladro ordinario pudiese utilizarse,
habría que tirarlo al cabo de dos días. En cambio, si contiene
cromo, vanadio o molibdeno y, además, volframio, puede seguir efectuando
aquel trabajo sin peligro alguno, ya que para la fusión del último
de los metales nombrados se requiere una temperatura de 3.380º. En casi
todos los países europeos se explotan minerales de volframio ; no
obstante, las cuatro quintas partes de la producción mundial corresponden
al Asia: China e India.
Cuando se quiere elaborar un acero insensible a todos los choques y conmociones
(cualidad muy importante en la construcción de vagones de ferrocarril,
por ejemplo), hay que agregar, además, el titanio, cuyos minerales
son suministrados a las grandes fábricas de la Europa occidental y
América, por Noruega, India, el Senegal, el Canadá y Brasil.
Cuando se requiere un metal fácilmente fusible, se prepara una aleación
de estaño, plomo y bismuto, obteniéndose así un producto
que puede ser fundido por la llama de una cerilla. Y este metal blando y
excelente presta un buen servicio a muchas personas que se tragan sus sales
en forma de preparados farmacéuticos o se lo administran como inyecciones.
Claro está que un metal de esta naturaleza, con el cual pueden prepararse
medicamentos, no puede faltar en Alemania, y, en efecto, existen minerales
de bismuto en las Erzgebirge sajonas, si bien los hay en mayor abundancia
en Bolivia y España.
Finalmente, se conoce aún otro metal cuya producción se cifra
por gramos y cuyas propiedades y precio son verdaderamente fantásticos.
Es el radio, descubierto en 1898 por los esposos Curie en el metal del uranio,
en la llamada «blenda». Este mineral se encuentra con frecuencia
junto con otros, en Cornwall y en las Erzgebirge, por ejemplo. Los ingleses
no lo aprovechaban, mientras que los austríacos extraían de
él el metal uranio, de aplicación en la industria vidriera,
debido a que da al cristal una bella tonalidad amarillenta.
Fig. 210
Una vez hubo sido descubierto el radio, el uranio,
en Bohemia, de un producto principal pasó a ser otro secundario, debido
a que empezó a explotarse no por sí mismo, sino por el radio
que contiene. La producción de éste comenzó en 1902
y alcanzó al cabo de siete años la cifra anual de 0,95 gr.
Al principio de la guerra la producción mundial se había elevado
a 2 gr. por año, y en 1915 se consiguieron 4,5 gr.
El segundo centro productor, por orden de importancia, lo constituyen los
Estados Unidos, donde en 1917 se produjeron ya 8 gr. de radio y 15 en 1921.
Los yacimientos del Colorado contienen, según los cálculos
efectuados, unos 200 gramos (los de Bohemia se estiman en 120). También
fueron descubiertos por los belgas depósitos de blenda en la localidad
de Louiwishi, en las cercanías de Elisabethville (Katanga), y aunque
no se sabe todavía su riqueza, se cree que es la mina más rica
del mundo. La producción es enorme; en 1930 alcanzó la gigantesca
cifra de 60 gr. ; pero al año siguiente hubo que restringir la explotación,
debido a que el mercado mundial no estaba en condiciones de absorberla.
El descubrimiento de la mina de Katanga fue de efectos altamente beneficiosos
para muchas personas enfermas. El precio del radio descendió de 120.000
a 70.000 dólares el gramo, y gracias a ello muchos enfermos han podido
ver prolongada su vida, ya que no salvada. Por medio de las irradiaciones
del radio se tratan hoy las dolencias cancerosas, aparte de otras varias.
Desde que comenzó la producción del radio, la cantidad obtenida
en todo el mundo se eleva a 506 gr., de los cuales corresponden a América
250, al Congo belga 180, a Joachimstal 42, a Portugal 15, a Madagascar 8,
a Rusia (Fergana) 6, a Inglaterra 4 y a la Australia meridional 1. Al parecer,
no es mucho; pero en los metales como en los hombres, el valor no lo determina
el peso.
"Las riquezas de la tierra, geografía
económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.