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Nutrientes
La vida humana depende de la digestión
de unos cincuenta nutrientes esenciales que varían desde compuestos
orgánicos complejos hasta elementos minerales. Los nutrientes más
abundantes de la dieta diaria, hidratos de carbono, proteínas y lípidos,
son necesarios porque suministran la energía necesaria para el metabolismo
basal, el crecimiento, y las actividades propias del trabajo y el ocio.
Pero, además, estos compuestos nutrientes cumplen otras funciones
que acentúan o incluso superan su contribución energética.
nutrientes
|
contenido
energético (kJ/g)
|
total
|
aprovechable
|
hidratos de carbono
|
17,4
|
17,0
|
lípidos
|
39,0
|
38,0
|
proteínas
|
23,0
|
17,2
|
etanol
|
29,3
|
29,3
|
Contenido energético
de los nutrientes.
|
Las vitaminas y los minerales no tienen valor energético y, aunque
si se comparan con los tres macronutricntes se necesitan en cantidades
minúsculas (desde unos pocos gramos por día de elementos
alcalinos hasta unos pocos miligramos de algunas vitaminas), son imprescindibles
para mantener la salud del cuerpo. No tiene sentido clasificar los nutrientes
por orden de importancia, pero si lo hiciéramos no habría
ninguna duda sobre cual es el que aporta la mayor cantidad de energía.
Los hidratos de carbono no sólo son los primeros, sino que también
han sido la parte más abundante de la comida de todas las sociedades
tradicionales. Aún proporcionan tres cuartas partes de toda la energía
necesaria en los países pobres, pero esta proporción ha decaído
hasta el 50 por ciento en los países ricos. El consumo humano de
hidratos de carbono está formado por una amplia variedad de cereales
y legumbres procesados —los más frecuentes son el
pan, la
pasta, el arroz cocido, varios tipos de gachas, guisos y productos fermentados—,
tubérculos, frutas, verduras y, en forma de azúcar, miel y
savia concentrada de árbol.
Independientemente de que sean almidones complejos (polisacáridos
compuestos de miles de moléculas de glucosa) o azúcares simples
(monosacáridos como la glucosa y la fructosa o disacáridos
como la sacarosa), el contenido energético de los hidratos de carbono
es de 17 kJ/g. Desgraciadamente, los humanos no podemos digerir la mayoría
de los hidratos de carbono de la biosfera porque carecemos de las enzimas
necesarias para descomponer las moléculas de la lignina de la madera,
la celulosa y la hemicelulosa. Desde los años sesenta se ha empezado
a comprender la importancia en la nutrición de estos hidratos de
carbono indigeribles. En una dieta equilibrada son imprescindibles pequeñas
cantidades diarias de estas fibras, abundantes en las semillas, harinas
integrales, frutas y vegetales.
Composición en aminoácidos del arroz, harina de trigo,
lentejas y leche.
Durante millones de años de evolución
homínida se han consumido en cantidades superiores a las actuales
y aún las necesitamos para prevenir o reducir la incidencia de muchas
enfermedades. Las proteínas, con 23 kJ/g, son un 30 por ciento más
energéticas que los hidratos de carbono, pero su función
principal en la nutrición humana no es suministrar energía
sino los aminoácidos necesarios para la construcción de los
tejidos del cuerpo. En el ser humano el crecimiento normal es imposible
sin la digestión de once aminoácidos diferentes, que después
son utilizados en la formación de las proteínas que constituyen
las estructuras del cuerpo (músculos, huesos y órganos internos),
así como en una serie de transportadores bioquímicos irreemplazables,
catalizadores y protectores (anticuerpos, enzimas, hormonas). Las proteínas
contenidas en los alimentos animales y en las setas son completas, esto es,
tienen todos los aminoácidos en las proporciones adecuadas y son
incompletas (tienen deficiencias en uno o más aminoácidos)
en los alimentos vegetales (principalmente legumbres, cereales y frutos secos).
Cambios nutricionales en Japón después de la Segunda
Guerra Mundial.
Los lípidos, grasas y aceites, son
con mucho los nutrientes más energéticos, con 39 kJ/g.
Contienen tres ácidos grasos esenciales cuya digestión hace
posible el transporte de vitaminas liposolubles (A, D, E y K), la síntesis
de las prostaglandinas necesarias para regular las actividades gástricas
y las de los músculos de fibra lisa, liberar hormonas y la construcción
de las membranas celulares. Los lípidos concentrados se ingieren en
forma de aceites vegetales, mantequilla y manteca. El contenido en lípidos
de la carne, pescado y productos lácteos varía desde trazas
en la pechuga de ave sin piel y en la leche descremada, hasta más
del 50 por ciento en algunas partes del cerdo o en quesos muy cremosos.
Ningún macronutriente se puede digerir completamente. Una persona
con buena salud y una dieta equilibrada puede obtener hasta el 99 por ciento
de la energía disponible de los hidratos de carbono, el 95 por ciento
de las grasas y no más del 92 por ciento de las proteínas.
Hay que tener en cuenta también que más de la quinta parte de
las proteínas consumidas (cerca de 5,2 kJ/g) se elimina por la orina.
Por tanto, la energía neta que realmente se extrae para mantener el
metabolismo basal, el crecimiento y las actividades asociadas
con el trabajo y el ocio es básicamente idéntica
a la densidad energética de los hidratos de carbono, es un poco menor
para los lípidos, pero equivale a menos de tres cuartos del
valor bruto de las proteínas. Estos datos son relevantes porque en
las listas estándar sobre la composición de los alimentos se
obtiene su contenido energético utilizando factores metabólicos
netos y no el contenido energético bruto.
Los micronutrientes, minerales y vitaminas, no proporcionan energía,
pero tienen una importancia insustituible en la formación de los tejidos
y en el mantenimiento de la compleja bioquímica del metabolismo humano.
Por ello, incluso dietas con un exceso de energía pero con carencia
de estos micronutrientes pueden conducir a casos serios de malnutrición.
Una buena salud requiere la ingesta de más de 40 micronutrientes.
Los minerales y las vitaminas necesarios en mayor cantidad son: calcio, fósforo
y hierro y la vitamina C, así como las del grupo B y la D.
El grano
Hay varias razones energéticas que explican el papel predominante
de los cereales y las legumbres en la dieta humana. La principal razón
es que el rendimiento de las cosechas es bastante alto y tienen, además,
una alta densidad energética. El rendimiento de las cosechas de cereal
ha sido siempre mayor, generalmente más del doble, que el de las de
legumbres. Sin embargo, el cultivo de las legumbres tiene la ventaja de
su asociación con las bacterias que fijan el nitrógeno,
son fáciles de cultivar y no requieren prácticamente ningún
abono nitrogenado. La densidad de energía de las semillas maduras
varía en menos del 10 por ciento según el tipo de cultivo. Con
un contenido de humedad del 14 por ciento, el máximo necesario para
un almacenaje seguro, contienen cerca de 15 MJ/kg, que es una densidad de
energía aproximadamente cinco veces mayor que la de los tubérculos
y parecida a la de la carne moderadamente grasa.
Todos los nutrientes principales contribuyen a este alto contenido
energético. Dominan siempre los hidratos de carbono, generalmente
en forma de polisacáridos muy digestivos (almidones). El contenido
en proteínas de los cereales varía entre el 7 por ciento de
algunos arroces y el 16 por ciento de la quinua andino, con un valor medio
del 10 por ciento, que es cinco veces superior al de los tubérculos
y más de un orden de magnitud mayor que el de las verduras.
Los cereales básicos que se cultivan en Europa: trigo, centeno y
cebada.
El contenido medio en proteínas es superior
al 20 por ciento en las legumbres y al 40 por ciento en la soja.
Además, los cereales, que son deficientes en lisina, se complementan
con las legumbres, que tienen poco contenido en metionina, de manera que
se pueden consumir todos los aminoácidos esenciales combinando adecuadamente
ambos alimentos. Las sociedades tradicionales, mayoritariamente vegetarianas,
han utilizado esta combinación miles de años antes de que
se descubriera su fundamento bioquímico. Así, en Asia Oriental
siempre se ha mezclado el cereal básico con soja y judías;
con lentejas, judías y guisantes en la India, Oriente Medio y Europa;
con cacahuetes y frijoles de fraile en África Occidental; y con frijoles
en América. También hay cantidades pequeñas de aceite
en la composición de la mayoría de las variedades cultivadas,
pero su contenido es bastante alto en el maíz, cacahuete y soja.
Entre otras ventajas nutritivas y logísticas está la facilidad
con que se cosechan, la sencillez de su procesado, que debido a su bajo
contenido en humedad se puedan almacenar durante largos períodos
de tiempo, y la versatilidad culinaria. Pero el factor más importante
para que los cereales se convirtieran en el alimento básico de prácticamente
todas las sociedades sedentarias fue su facilidad de recolección
y de almacenamiento, especialmente si se compara con los tubérculos,
raíces y frutos secos, de los que estaba compuesta una parte importante
de la dieta de todos los recolectores.
Cultivo de arroz, el más importante en Asia, según una ilustración
clásica china.
La versatilidad culinaria de los granos es
obvia si repasamos las principales posibilidades de su preparación
y procesado. Se pueden comer enteros como las legumbres, machacados como
la avena, pelados pero enteros como el trigo, molidos con varios grados de
finura como las harinas (trigo sobre todas las demás), molidos y reconstruidos
como sólidos (cereales en el desayuno) o fermentados (la cuajada de
soja, la pasta de soja y la salsa de soja son los ejemplos más conocidos).
La molienda es la preparación predominante de los cereales, no modifica
su densidad energética y aumenta su sabor, pero disminuye su valor
nutritivo porque con ella se le quitan las vitaminas, los minerales y la
fibra, indigerible pero beneficiosa, que se encuentran en la capa exterior
de la semilla.
En lo que se refiere a la forma de cocinarlos, los cereales pueden ser
preparados enteros; molidos para elaborar gachas como el porridge
de avena escocés, el kasha de alforfón ruso y el satinado
congees de arroz con condimentos flotando del Asia oriental; hervidos
en agua caliente en forma de las casi infinitas variedades de pasta europeas
y asiáticas; cocidos en forma de pan se han consumido durante milenios
en todas las civilizaciones occidentales; y en una variedad enorme de preparados
salados y dulces, coronados por los gateaux franceses y los torten
de Viena.
El maíz es la contribución más importante del Nuevo
Mundo a las cosechas de grano mundiales.
El predominio local o regional de un tipo particular
de cereal o legumbre está relacionado principalmente
con las posibilidades medioambientales, tradiciones agrícolas o preferencias
gastronómicas.
Aventando, separación de la paja del
grano, ilustración de una enciclopedia china del siglo XVII.
El trigo se extendió desde Oriente Próximo
hasta llegar a ser el cultivo de cereal más extendido. El arroz,
originario del Sudeste de Asia, es ahora el cereal más cosechado
del mundo. El maíz fue introducido desde América en todos
los continentes y es ahora uno de los granos más utilizados para
destinarlo a pienso. Desde China, la soja se ha extendido por todo el mundo.
El cultivo mundial de muchos otros cereales más bastos como
mijo, cebada, centeno y alforfón, ha ido decayendo. Igual ha pasado
con las legumbres, a excepción de las lentejas indias y la
soja. Aunque muy ricas en proteínas, son de difícil digestión
y escaso sabor. Uno de los cambios más frecuentes en las sociedades
que aumentan su nivel de riqueza es la disminución del consumo de
legumbres.
El consumo por persona de cereales también disminuye con la modernización.
En las sociedades tradicionales, los cereales constituían nueve décimas
partes de toda la energía alimentaria, mientras que hoy en día
sólo son dos tercios en China y menos de la mitad en Norteamérica.
Sin embargo, en las sociedades ricas el cultivo de cereales y legumbres
ha aumentado, pero en vez de comerlos directamente se utilizan como alimento
animal para aumentar la producción de carne. En los primeros años
noventa aproximadamente dos quintos de la producción mundial de cereales
y legumbres se destinaron a la alimentación animal y en los países
ricos la proporción llegó al 60 por ciento.
Pan
Para hacer pan se han utilizado varias clases de cereales y muchos ingredientes
que no proceden de granos. Las tortillas americanas contienen maíz
con zumo de lima; en el norte de Europa se elabora un pan denso y negro
con harina de centeno, con granos enteros de avena, cebada o alforfón;
a las chapatis de la India se le añaden lentejas y coliflor; para
enriquecer los panes de moda, se añaden bananas, melazas, leche,
huevos, frutas y frutos secas, y en el pan normal se utilizan especias y
hierbas para darle sabor.
Grano de trigo.
Los costes de la fabricación del pan disminuyeron con la introducción
de los primeros molinos automatizados. Diseño pionero de Oliver Evans,
1785.
Pero, sin ninguna duda, es la harina de trigo el ingrediente
básico más importante para la elaboración de pan.
Dos de sus proteínas más importantes, la gluteína
y la gliadina, son especiales, no por sus propiedades nutritivas sino por
sus propiedades físicas. Cuando se mezclan con agua forman gluten,
que es un compuesto suficientemente elástico como para que la masa
sin levadura se pueda estirar y dar forma, y la masa con levadura crezca
y, al mismo tiempo, sea tan resistente como para retener las burbujas de
dióxido de carbono formadas durante la fermentación. El pan
con levadura es una mezcla de agua, harina y levadura (Saccharomyces
cerevisiae) fermentada, amasada y cocida, que ha sido un alimento tan
básico en las sociedades tradicionales europeas que en los textos
medievales escritos en latín generalmente se referían colectivamente
a todos los demás alimentos como companagium, acompañamiento
del omnipresente panis servido en todas las comidas.
La laboriosidad de la molienda de la harina fue una de las principales
razones para la introducción de las primeras máquinas primarias
inanimadas: los molinos de agua y los molinos de viento. Hasta después
de 1800 no estuvieron plenamente mecanizadas las tareas necesarias para
la elaboración de la harina (moler, separar, cerner y envasar) y
en 1900 los rodillos de acero casi habían desplazado las muelas tan
laboriosamente fabricadas.
Levadura Saccharomyces.
La levadura se produce actualmente a partir de cultivos
en melaza pero tradicionalmente se recogía de los tanques de cerveza
y de vino.
La mayor parte de las recetas de pan normal establecen, desde el
punto de vista del peso, una parte de agua por 1,7 de harina, lo que, teniendo
en cuenta que la harina contiene un 12 por ciento de humedad, hace que la
cantidad de agua de la masa fresca sea del 45 por ciento. De manera que
la mayor parte del calor, procedente de madera, carbón o electricidad,
empleado en cocer el pan, se utiliza en evaporar parte del agua de
la masa hasta reducir la humedad a menos del 30 por ciento, en las baguettes
ligeras, y del 36 por ciento en las piezas, mucho más pesadas, de
pan de centeno integral. El pan fresco tiene una densidad de energía
relativamente alta y aproximadamente igual al 75 por ciento del mismo peso
en harina. La mayor parte del pan con levadura se fabrica actualmente en
hornos industriales, pero en Asia, África y Sudamérica el pan
sin levadura se elabora en las casas particulares, en hornos de barro, a
la plancha (tortillas mexicanas), frito en aceite (puri indio) o cocido
al vapor (mantou chino).
Variedades de pan.
El coste energético del pan depende de la escala
de la producción. Las piezas de pan blanco de molde que se venden
al público en Nortea mériea, fabricadas en grandes panaderías
industriales, utilizando sistemas estándar de amasado y fermentación,
tienen un costo de 7MJ/kg, que se distribuye en una proporción de
2 a 1 entre la elaboración propiamente dicha y la distribución
al punto de venta. La cocción propiamente dicha requiere menos del
20 por ciento del total. Los costos europeos son muy similares, salvo el
gasto en transporte, debido a que las distancias son menores. El coste específico
de la elaboración de pan casero es hasta cinco veces mayor, pero
obviamente no tiene gastos de envasado ni distribución. Como era
de esperar, el proceso tiene una gran economía de escala, como se
ilustra en el hecho de que la energía necesaria para cocer tres panes
sea solamente un 50 por ciento mayor que la necesaria para un único
pan.
Lípidos y carne
Las grasas animales y vegetales son los nutrientes que tienen
la máxima densidad de energía, y precisamente por esta característica
han sido tan apreciadas en todas las sociedades tradicionales. Las sociedades
de cazadores han preferido dedicarse a la caza de los mamíferos más
grandes, no sólo por que tuvieran más cantidad de carne
sino porque su carne, a diferencia de lo que ocurre con los animales
pequeños, es mucho más rica en grasa. El bisonte proporciona
el doble de energía por unidad de peso que el alce o el ciervo, y lo
mismo pasa con el elefante comparado incluso con los antílopes de
mayor tamaño.
Igualmente, el alto contenido en grasa de las ballenas barbadas del Pacífico
y del salmón han proporcionado la energía básica a las
civilizaciones del noroeste del Pacífico. En algunos asentamientos
aislados habría sido imposible mantener poblaciones de varios miles
de personas de haber dependido exclusivamente de la caza de carne magra. Las
ballenas inmaduras, que son las que más se pescan, tienen un peso medio
de 12 toneladas y un contenido graso de 36 MJ/kg, y la foca mukluk
(piel y grasa) tiene 22 MJ/kg, mientras que durante las migraciones de salmón
las capturas tienen cerca del 15 por ciento de grasa, que es el triple de
la que tiene el bacalao.
En las sociedades mayoritariamente agrícolas, las dietas ricas en
lípidos no solamente proporcionaban una sensación satisfactoria
de saciedad sino que también reflejaban una elevada posición
social. Para los campesinos de las sociedades preindustriales e incluso durante
los primeros tiempos de la industrialización, el aceite, la mantequilla,
la manteca y la carne grasa constituían lujos que sólo podían
permitirse ocasionalmente y que proporcionaban menos del 10 por ciento de
su energía alimentaria total.
En las sociedades modernas se ha sobrecompensado claramente este déficit:
actualmente, los lípidos constituyen entre 1/3 y 4/5 de la energía
total ingerida en EE.UU., Canadá y en la mayoría de los países
europeos, lo que claramente constituye un exceso nutricional. Las normas
dietéticas recomiendan que la cantidad de energía procedente
de los lípidos no supere el 30 por ciento. Recientemente en
el mundo rico, se ha producido una reducción de la ingesta de grasas,
en respuesta a los avisos sobre los peligros que en general supone para la
salud una dieta rica en grasa y, más concretamente, por su incidencia
en la aparición prematura de enfermedades coronarias.
Ácidos grasos en los lípidos alimentarios.
Estas voces de alarma han llegado a provocar un cierto
rechazo de los lípidos en la dieta de algunas personas, pero
los lípidos proporcionan mucho más que una sensación
de saciedad en una comida. Dos de los ácidos grasos de que se componen,
el linoleico y el linolénico, son macronutrientes esenciales
necesarios por su alto contenido energético y, sobre todo, porque tienen
una función bioestructural crítica. Estos ácidos grasos
no pueden ser sintetizados por los vertebrados y, sin embargo, la mayor parte
de las paredes celulares están formadas por lípidos, como la
capa de mielina que recubre las fibras nerviosas. Consecuentemente, es especialmente
importante la ingesta de una cantidad adecuada de lípidos durante
la infancia, dado que después del nacimiento el 60 por ciento del
aumento de la masa cerebral está formado por materia grasa estructural.
Los ácidos grasos también son precursores de las prostaglandinas,
que representan un papel muy importante como reguladoras de las funciones
gástricas, liberación de hormonas, actividad de los músculos
de fibra lisa y transportan las vitaminas A, D, E y K, que no son solubles
en agua.
Ambos ácidos grasos, el linoleico y el linolénico, son compuestos
poliinsaturados en cuyas respectivas moléculas se encuentran dos y
tres enlaces dobles. Debido a estos enlaces sus largas cadenas moleculares,
ambas con 18 carbonos, son curvas, lo que permite que permanezcan en estado
líquido.
Ejemplos de moléculas de ácidos
grasos insaturados (curvada) y saturados (recta).
La mayoría de los aceites vegetales, desde los
de maíz al de cacahuete y desde el de girasol hasta el de soja, son
ricos en ácidos poliinsaturados. Por el contrario, las cadenas moleculares
de los ácidos grasos saturados —mirístico, palmítico
y esteárico—, formadas por 14, 16 y 18 átomos de carbono respectivamente,
no tienen enlaces dobles y son, por tanto, cadenas rectas, dando lugar a la
estructura sólida de la grasa animal. Estos ácidos grasos se
consumen en forma de manteca y sebo, y son también abundantes en el
aceite de coco y palma. El ácido oleico es monoinsaturado y tiene un
solo enlace doble, que es suficiente para mantener líquido el aceite
de oliva.
La hidrogenación se ha utilizado desde finales del siglo XIX para
enderezar las cadenas de carbono —se cambia la configuración cis
de los dobles enlaces a trans— y solidificar así los aceites
insaturados. Desde 1950, ésta parece haber sido la mejor solución
para compaginar la extendida preferencia de la humanidad por las dietas ricas
en grasas, con la necesidad de poner límite a la cantidad de grasas
animales, que están asociadas a una mayor incidencia de las enfermedades
coronarias: el consumo de mantequilla en los países ricos ha disminuido
rápidamente, según aumentaban las ventas de margarina.
En los países occidentales, la energía procedente de los ácidos
grasos trans representa actualmente el 15 por ciento de la toda la
energía de origen graso y un 5 por ciento de la energía de todos
los alimentos, pero hay evidencias cada vez más claras de que esa
proporción puede tener efectos adversos.
Crecimiento y transformación de la ingesta de lípidos en la
dieta norteamericana, entre 1909 y 1990.
Entre los más preocupantes se encuentra el que
rebajan la cantidad de lipoproteínas (colesterol «bueno»),
una reducción del contenido graso de la leche humana, aumento del riesgo
de padecer diabetes y alteraciones en la actividad del sistema enzimático
que metaboliza las sustancias carcinogenosas y los medicamentos. En consecuencia,
el mejor consejo dietético parece ser la reducción de la ingesta
de todos los
lípidos, e incluir en la dieta cantidades moderadas
de grasas saturadas animales y grasas vegetales, mono y poliinsaturadas, siempre
que no estén hidrogenadas.
Leche
Para ser una emulsión con un contenido de más del 85 por ciento
de agua, la
leche tiene una densidad de energía sorprendentemente
alta. La
leche humana, cuyo contenido energético es casi un
20 por ciento mas alto que el de la
leche de vaca o de cabra, no sólo
posee más energía asimilable que la mayoría de las frutas
que se producen en los climas calidos sino que se aproxima a la de las patatas.
De forma parecida a lo que ocurre con los granos, la alta energía de
la
leche procede de la combinación equilibrada de sus principales
nutrientes. Con la excepción de la
leche de reno, que es extraordinariamente
rica en proteínas y lípidos, toda la
leche que se consume
normalmente contiene menos de un 5 por ciento de grasa. La
leche humana
contiene aproximadamente un tercio de las proteínas de la
leche
de vaca (poco más del 1 por ciento) pero casi el doble de hidratos
de carbono.
leche
|
humana
|
vaca
|
energía (KJ/g)
|
3,2
|
2,7
|
agua (%)
|
85
|
87
|
proteína (%)
|
1,1
|
3,5
|
grasas (%)
|
4,0
|
3,5
|
Ca (mg/100 g)
|
33
|
118
|
Vitamina A (IU)
|
240
|
140
|
Comparación entre la leche de vaca y
la humana.
La lactancia materna es, sin duda, la mejor nutrición
para empezar una nueva vida, porque la leche materna es el alimento
literalmente perfecto para el recién nacido. Sin embargo, la leche
animal no es necesariamente el mejor alimento para niños mayores y
adultos. Contiene un azúcar disacárido llamado lactosa, compuesto
de glucosa y galactosa, que es fácilmente digerido por los niños
pequeños porque tienen suficiente lactasa para hidrolizarla. Pero
después del destete, cientos de millones de niños en el mundo
pierden toda o la mayor parte de esta enzima y dejan de poder ingerir alimentos
ricos en lactosa sin sufrir efectos secundarios desagradables, como flatulencia
y retortijones de estómago, o dolorosos, como diarreas, vómitos
y náuseas.
La distribución geográfica de la población con mala
absorción de la lactosa sigue una pauta compleja. Es dominante entre
las poblaciones tradicionalmente nómadas (los inuit, lodos los indios
americanos, los basarwa sudafricanos) y los pueblos subsaharianos así
como los del este y sudeste de Asia, que tradicionalmente no han tenido ganadería
con aprovechamiento lácteo. Los habitantes del noroeste de Europa,
por el contrario, del norte de África y Oriente Próximo, toleran
bien la lactosa. Las diferencias en la incidencia de la deficiencia de lactasa
son enormes, varían entre el más del 90 por ciento entre los
japoneses y chinos hasta menos del 10 por ciento entre los alemanes y suecos.
Sin embargo, la carencia de lactasa no impide el consumo de productos lácteos,
que pueden ser tomados en pequeñas cantidades o en cantidades mayores
cuando están fermentados. La fermentación con Lactobacillus
reduce la lactosa del yogur hasta en un 30 por ciento, los quesos frescos
(rocotta, cottage) pierden generalmente hasta un 70 por ciento y los curados,
tanto los blandos (Camembert o Roquefort) como los duros (Edam o Cheddar)
sólo contienen trazas de este azúcar.
La lactosa, azúcar de la leche, está compuesta de glucosa y
galactosa.
Variaciones en la producción de leche de la vaca Holstein
al aumentar el Período de lactancia.
Con la disminución de la lactancia materna,
debida a la vida urbana y al aumento del empleo femenino, se ha producido
un sorprendente aumento del consumo de leche y otros productos lácteos
incluso en países donde tradicionalmente no se bebía leche.
Es especialmente notable el caso de Japón, donde el consumo per cápita
ha pasado de ser prácticamente nulo en 1945 hasta alcanzar los casi
40 litros en 1990, y el de China, donde cada año aumenta el consumo
de leche en las grandes ciudades. Casi toda la leche que se consume es de
vaca, ya que incluso los más ávidos bebedores de esa emulsión
dulce y suave no encuentran otro tipo de leche tan de su gusto. Los paladares
acostumbrados aprecian la leche de cabra y oveja (en la mayor parte del viejo
mundo y en Latinoamérica), la de búfalo (en el Asia monzónica)
y la de camello (mundo árabe). La leche de yegua sólo se consume
en algunas regiones de Asia central, mientras que el consumo de leche de
reno se reduce a las regiones situadas más al norte de Eurasia (desde
la Laponia escandinava hasta Siberia).
Etanol
Desde la Antigüedad se ha elaborado alcohol por fermentación
de variados hidratos de carbono (generalmente cereales y frutas dulces) y
más por su efecto embriagador que por su interés nutritivo.
Sin embargo, la densidad energética del etanol es mayor que la de
los tres nutrientes fundamentales. Con 29,3 kJ/g tiene un 70 por ciento más
de densidad de energía que los hidratos de carbono digeribles y que
las proteínas, y casi un 80 por ciento de la de los lípidos.
Curiosamente, la dosis habitual de casi todas las bebidas con las que se
acompañan las comidas tienen una cantidad de etanol parecida, independientemente
del tipo que sean.
Un vaso de buena cerveza (350 ml, 4 por ciento de alcohol), un vaso de vino
(120 ml, 12 por ciento de alcohol) o un licor de aperitivo o vino de postre
(75 ml de Jerez, Marsala, Cinnzano o Dubonnet, con un contenido alcohólico
del 18 por ciento), contienen por igual unos 14 ml (o 11,5 g) de alcohol.
Pero su contenido energético no es el mismo, porque contienen diferentes
cantidades de hidratos de carbono —menos del 4 por ciento en la cerveza y
más del 8 por ciento en el Jerez cream. Así, un vaso
de cerveza contiene 540 kJ, uno de vino de mesa 350 kJ y un vaso de Jerez
dulce 470 kJ.
Metabolismo del alcohol en el cuerpo humano.
Contenido alcohólico de algunas bebidas.
Los azúcares más simples y complejos
de las bebidas alcohólicas se metabolizan como cualquier otro hidrato
de carbono, pero el etanol solamente se puede transformar en acetaldehído,
primer paso de su descomposición en ácido acético y
en uno de los compuestos que causan la resaca, mediante alcohol dehidrogenasa.
Esta enzima se encuentra en el hígado y es necesaria para el metabolismo
de las pequeñas cantidades de alcohol producidas durante la digestión
de los hidratos de carbono y las cantidades algo mayores de alcohol que generan
las bacterias intestinales. La tasa de esta reacción está en
torno a 0,1 g de etanol por kg de peso corporal y por hora, esto es, entre
150 y 260 kJ/h (42-72 W) para la mayoría de las personas. Esta tasa
no se puede aumentar ni mediante la ingestión de otros líquidos
o alimentos, ni haciendo ejercicios intensos.
Incidencias del consumo de alcohol en la mortalidad.
Esta constante, bastante perezosa, del metabolismo
del etanol significa que aunque las bebidas alcohólicas pueden
llegar a suministrar una gran parte de la energía que necesitan los
consumidores habituales, nunca pueden llegar a cubrir todas las necesidades
diarias. Un granjero francés en activo, de 50 años de edad,
saludable y sin sobrepeso (70 kg), tendría que metabolizar cerca de
10,5 MJ de energía en alimentos para cubrir sus necesidades diarias.
Su botella diaria de vin ordinaire le proporcionará una quinta
parte de esa necesidad, su hígado podrá fácilmente procesar
esa cantidad de etanol, que supone un poco más de 2/5 de la tasa máxima
de asimilación, y el vino, a diferencia de lo que ocurre con otros
alcoholes, le producirá una protección cardiovascular significativa,
de manera que la probabilidad que tienen de sufrir un ataque al corazón
será menor que la de un escocés que beba la misma cantidad
de alcohol destilado.
En contraste, un alcohólico terminal del mismo peso y edad, llevando
una vida con una actividad mínima puede llegar a consumir tan sólo
7,5 MJ diarios de energía en forma de comida. La cantidad máxima
de alcohol que pueden asimilar es de 170 g de etanol por día, equivalente
a 2/3 de una botella de Wiskhy 80-proof, que suministra 5 MJ, todavía
una tercera parte por debajo de sus necesidades energéticas diarias.
Él puede, desde luego, acabarse la botella de licor todos los días,
pero eso solo acelerará su deterioro físico y mental sin ningún
aporte energético extra.
"Energías" Vaclav Smil
Editorial Crítica S.L., Barcelona, 2001