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  Algodón
                                                                        
                                                                       
  
      Un hilo del tejido de la historia
    
  Las consecuencias del pecado original
    
  Desde el día en que los primeros hombres fueron expulsados del Paraíso,
 la cuestión del vestido y lo relativo a la alimentación se
convirtieron en el centro de todas las actividades económicas de la
Humanidad. Para confeccionar los primeros vestidos, nuestros antepasados
se sirvieron del pelo de los animales, de su lana y del lino.
    
  En el Nuevo Mundo la historia de los tejidos de algodón se remonta
 mucho más atrás que la de todos los de otras clases, mientras
 en el Antiguo Continente, en cambio, los hombres aprendieron primero a trabajar
 la lana, más tarde, probablemente, el lino y el cáñamo,
 no llegándole el turno al algodón sino en último término.
    
  
   
  
  
  Fig. 111
   
   
      
  El algodón es una planta típica de la
 región de los monzones; en el período de crecimiento necesita
 mucha agua, así como mucho sol durante el de la maduración.
 No puede extrañarnos, por consiguiente, que las primeras noticias
que de esta planta poseemos vayan unidas al nombre del héroe indo
Manú, hijo del dios solar y, en cierto modo, el Noé índico.
Como éste, sobrevivió a un diluvio, tomando tierra con su arca
en la cima de un elevado monte. En las famosas Leyes de Manú se prescribe
 a los sacerdotes la obligación de ceñirse la frente, en el
desempeño de sus funciones rituales, con una triple hebra de algodón,
precepto que todavía hoy es observado con absoluta escrupulosidad.
    
   En aquellos tiempos la patria del cultivo del algodón se hallaba
 en el NO. de la India, reducida probablemente a un área poco extensa
 ; los principios hay que buscarlos en elPunjab, país que sigue siendo
 una de las regiones principales de producción algodonera. Partiendo
 de allí, la planta se difundió por la India, siguiendo luego
 las mismas rutas de tantos otros productos de cultivo : a través
del  Irán y el Asia Anterior hacia el Norte (hacia el Turquestán
 y Transcaucasia) y hacia el Oeste (Asia Menor). La importancia de la India
 como la « Mánchester » del Mundo Antiguo, consistió
 principalmente en la circunstancia de haber sido los hindúes los
primeros  que supieron teñir los tejidos. Ellos fueron los monopolizadores
del  índigo hasta que entró en juego la industria química
 alemana.
    
  En el curso de los últimos siglos que precedieron a nuestra Era, 
el algodón, en su expansión creciente, llegó a las costas
 del Mediterráneo, Palestina y Siria, para penetrar luego en Grecia.
    
  
   
  
  
  Fig. 112
   
   
      
  Los helenos entraron por primera vez en contacto inmediato
 con él durante las campañas de Alejandro Magno. Por su parte
 los romanos conocieron el algodón en el curso de sus guerras en Asia,
 a principios del siglo II antes de Jesucristo.
    
  Es significativo que, en su marcha hacia Occidente, el algodón se
 detuviera en las orillas del Nilo, es decir, en un país que hoy suministra
 las clases de fibra más largas. A juzgar por las apariencias, Egipto
 conoció el algodón en la Antigüedad, si bien lo cultivó
 únicamente como planta de jardín y adorno. Después
debió  de practicar su cultivo a principios de la Edad Media, ya que
los árabes  lo adentraron en Occidente desde el valle del Nilo. No
obstante, en el período  siguiente, el cultivo del algodón
cayó totalmente en olvido,  hasta que en el siglo XIX el gobernador
turco Mehemed Alí decidió  reemprenderlo, viéndose forzado,
para llevar a efecto su propósito,  a someter a duros castigos a los
  fellahin para obligarlos a la producción  de aquella planta,
nueva para ellos, y cuyo valor desconocían por completo. El ingeniero
francés Jumel descubrió la famosa clase   Maco en el
jardín de Maho Bey, donde crecía en calidad de arbusto de adorno;
así se explica que los alemanes llamen Maco a la referida clase,
mientras los franceses la conocen con el nombre de Jumel.
    
  En el transcurso de varios siglos los árabes se enseñorearon
 del Norte de África, llegaron a las costas atlánticas y conquistaron
 España. De este modo llevaron a Europa el arroz, la seda, el azúcar
 de caña, la oveja y el algodón. Este último producto
 llegó a nuestro Continente por dos caminos distintos : a través
 de España y de Sicilia, isla que estuvo en poder de los árabes
 desde el siglo IX al XI. De entonces data la producción algodonera
 en España e Italia, producción que se ha mantenido hasta nuestros
 tiempos. Más tarde sumáronse a dichos dos países, si
 bien en proporción escasa, los balcánicos, los cuales habían
 conocido el algodón por conducto de Turquía. Ya un poco antes
 salían de la India hacia Oriente, primero tejidos de algodón,
 después semillas de esta planta. La difusión se realizó
 lentamente ; documentos chinos nos informan de que el emperador Wu Ti (siglo
 VI antes de Jesucristo) poseía un vestido de algodón, hecho
 consignado como rareza extraordinaria. Para alcanzar categoría considerable
 como rama de la vida económica, empero, fue preciso llegar a los
siglos  XIII y XIV (es decir, aproximadamente la época en que la planta
se  conoció en Europa).
    
    
    Planta tartaria Barometz
    
  Hasta la Edad Media no comenzaron a difundirse por Europa los tejidos de
 algodón ; pues si bien se registra con anterioridad la presencia
de  algunas piezas sueltas, lo cierto es que los verdaderos introductores
en Occidente de aquella fibra fueron los cruzados. En las Cruzadas, los intereses
comerciales desempeñaron papel considerable. Los turcos se habían
adueñado no solamente de los Santos Lugares de la Cristiandad, sino
también de las rutas marítimas que unían Europa con
Oriente ; y no eran únicamente los idealistas religiosos, sino también
las gentes especuladoras quienes se afanaban por acabar con su dominio.
    
  No era solamente en el Asia Menor donde se encontraba el algodón 
; también se habían establecido plantaciones en las fronteras
 del Estado de Jerusalén, creado por los cruzados. Los mercaderes
genoveses,  venecianos y bizantinos, únicos «especuladores »
  (Gewinnler)  de aquella época heroica, importaron entonces
el algodón en  bruto, a la par que telas de la misma fibra.
    
  
   
  
  
  Fig. 113. Planta tartaria Barometz (según Sir Jhon Maundeville)
   
   
      
  El interés por el algodón comenzó
 a crecer en Europa ; y a pesar de existir plantaciones de aquel vegetal
en  España, Sicilia e isla de Malta, y a pesar también de haberlas
 visto en el Asia Menor millares y millares de cruzados, difundiéronse
 por todo nuestro Continente fantásticas narraciones que se mantuvieron
 por espacio de cuatro siglos. Un viajero inglés de fines del siglo
 XIV, sir John Maundeville, nos habla, en su libro The Voiage and Travail
 of Sir John Maundeville, de una oveja-planta de Tartaria, denominada
también   oveja siria o Barometz, la cual da una clase
de frutos parecidos a la calabaza; una vez maduros pueden comerse, y dentro
de ellos se encuentra un animalito de carne y sangre, una especie de corderillo
cubierto de lana. Cómense ambas cosas, fruto y animal; es algo maravilloso.
Yo mismo lo he comido...»
    
  Junto con las leyendas entra en Europa la hilandería de algodón,
 y en el siglo XIV trabajan ya manufacturas de hilados y tejidos en Alemania,
 Inglaterra, Francia y Países Bajos.
    
    
    Europa a la caza del algodón
    
  Uno de los primeros productos que Colón encontró al desembarcar
 en la isla de Guanahaní fué el algodón, el cual le
ofrecieron  los indígenas como presente. A pesar de que el navegante
no se interesaba,  en principio, más que por el oro, no por ello despreció
el obsequio y, más tarde, estableció un impuesto sobre varias
tribus indias, impuesto que debía ser satisfecho en algodón.
Después, los españoles encontraron esta planta por doquier,
en sus correrías a través de Centro y Sudamérica, desde
México al Perú. Cuando, en busca de oro, violaron las sepulturas
peruanas, hallaron en ellas momias amortajadas con telas de algodón.
    
  Los aztecas del antiguo México no conocieron el cáñamo,
 la seda ni la lana ; y si bien existía en su país el lino,
nunca se les ocurrió utilizarlo. Para ellos el pelo de liebre reemplazaba
 la lana, y las fibras de la pita hacían las veces del lino. La materia
 básica de su producción textil constituíala el algodón,
 el cual sabían teñir con gran destreza. Conocían el
añil, la cochinilla y el palo brasil.
    
  Tras unos decenios la cultura algodonera desapareció por completo
 en América ; no obstante, el algodón quedó y su cultivo
 no fué olvidado. Ya en el siglo XVII el empleo de telas de algodón
 se había difundido tanto en Europa, que la demanda de materia prima
 era apreciable. El maravilloso Imperio español, formado, cual por
arte de magia, en menos de un siglo, y que había hecho de la metrópoli
 una de las mayores Potencias que jamás ha visto la Historia, decayó
 casi con la misma rapidez con que se había engendrado. Europa necesitaba
 algodón; sus pedidos debían ser atendidos, y pronto hubo países
 dispuestos a encargarse de aquella función.
    
  Pero ¿por qué los ingleses no se proporcionaban el algodón
 en la tierra de origen del mismo, en la India asiática, patria inicial
 de esta planta? La razón es muy sencilla : en aquellas fechas la
India  no pertenecía a Inglaterra. No hay que olvidar que su dominio
sobre  el Indostán data de tiempos recientes, puesto que comenzó
su  penetración en el siglo XVIII y que la Compañía
de las  Indias Orientales hubo de conquistar paso a paso, acudiendo a pactos
o sirviéndose  de violencias, las bases de los futuros manantiales
de materias primas de  Inglaterra. Nadie pensaba a la sazón en establecer
plantaciones algodoneras  en Egipto. ¿De dónde podía,
pues, venir este artículo?  Solamente de las Indias occidentales,
las cuales no sólo se hallaban  totalmente abiertas a los europeos,
sino que permitían una organización  « racional »
de la producción.
    
    
    La cabaña del tío Tom
    
  Pocas son las explotaciones agrícolas comparables con la algodonera
 en lo que respecta a los trabajos que requieren. El algodón exige
cuidados delicadísimos y, además, la recolección debe
efectuarse exclusivamente a mano. El período de maduración
del algodón dura varios meses, durante los cuales sazonan y se abren
nuevas cápsulas, de cuyo interior el colector ha de ir extrayendo
a mano el algodón, suave y semejante a la nieve. Normalmente, la recolección
se realiza en tres veces, y mientras dura la operación, se ocupan
numerosas personas en las plantaciones. Cierto que una máquina podría
vaciar de una vez todas las cápsulas y repetir la operación
si conviniese ; lo que no puede hacer, empero, es distinguir los capullos
maduros de los verdes. Por eso todavía hoy, cuando han sido ya mecanizados
todos los demás procesos (el más importante de los cuales consiste
 en la separación de las semillas), la recolección sigue practicándose
 en todo el mundo a mano, y las máquinas recolectoras, caras y complicadas
 (1), de poco sirven. En la actualidad, en los Estados Unidos se emplean
2  millones de personas en la recolección del algodón, y el
encarecimiento  de la mano de obra ha sido muchas veces causa de que los
plantadores renunciaran  al cultivo de la referida planta para sustituirlo
por el de otras menos exigentes,  tales como el maíz y el trigo.
    
  Fácil es imaginarse el número de obreros que eran necesarios
 en las plantaciones de las Indias occidentales y Brasil en el siglo XVIII,
 cuando todas las faenas se hacían aún a mano o con instrumentos
 primitivos. Pero la demanda de mano de obra no venía solamente de
las islas, sino también de los Estados Unidos, de Florida, Georgia
y las Carolinas, regiones donde los colonizadores europeos habían
introducido el cultivo del algodón a principios del siglo XVII. Si
al principio la demanda de esclavos para las plantaciones algodoneras no
fue muy grande (aunque se intensificó rápidamente), hay que
tener en cuenta que los reclamaban también los plantadores de caña
y de tabaco. En la necesidad del trabajo esclavizado, el algodón y
la caña de azúcar marchaban juntos, y ambos fueron el motivo
primordial de la enorme incrementación del comercio de esclavos. ¡Cuántas
 cabecitas infantiles se han exaltado al leer las lúgubres narraciones
 del tío Tom! ¡cuántos puños diminutos se han
crispado  movidos por las salvajes crueldades de los propietarios de plantaciones!...
 Y sin embargo, los pequeños campeones de la libertad no sabían
 que los perversos plantadores no eran los causantes de que persistiese la
 esclavitud, sino el azúcar y el algodón, productos que tanto
 necesitaban, como los habían necesitado sus abuelos y abuelitas...
    
  El papel que desempeñaron los españoles en la historia de 
la esclavitud es de sobra conocido. Los portugueses fueron los iniciadores 
del tráfico de hombres, y de ellos lo aprendieron sus vecinos ; luego
 entraron a participar en él los franceses, ingleses y holandeses,
quienes practicaban tan repugnante comercio en forma organizada, sólida
y lucrativa. Los genoveses se asociaron también en la medida de sus
posibilidades, y lo mismo hicieron los alemanes (los Welser de Augsburgo,
llamados Belzares, en España), si bien sólo transitoriamente.
El negocio se hallaba principalmente en manos de los ingleses, quienes adquirían
la mercancía de los árabes y, en menor proporción, de
los turcos, los cuales la extraían de la orilla caucásica del
mar Negro. Los árabes organizaban expediciones de caza perfectamente
metodizadas, invadían las aldeas de los negros, las destruían
y, después de dar muerte a los que se resistían, se llevaban
a los restantes a sus puertos de mar, donde los embarcaban como esclavos.
    
  
   
  
  
  Fig.  114. América importaba esclavos y exportaba algodón,
 azúcar y tabaco
   
   
      
  Allí los traficantes europeos, en sus factorías,
 aguardaban la llegada de la « mercancía ». A veces los
 árabes tenían la osadía de capturar para sí
esclavos  blancos cristianos ; sus piratas se apoderaban de comerciantes
europeos y  se los quedaban en calidad de cautivos. Así cayó
en la esclavitud  el gran pintor del Renacimiento fra Filippo Lippi, a quien
el « sañudo  moro » no sólo devolvió la
libertad, sino que le hizo  conducir a Nápoles después de haber
el artista dibujado su retrato al carbón sobre una pared blanca. Pero
hubo muchos ingleses, franceses y holandeses que, menos geniales, hubieron
de apurar el amargo cáliz de la esclavitud que ellos habían
preparado para otros.
    
  Al principio, el mercado de venta de esclavos fue la India occidental,
hasta  que en el siglo XVII fueron aumentando día tras día
las demandas  de Norteamérica. Los compradores principales eran los
propietarios  de plantaciones de algodón, cuyo cultivo crecía
en aquellas  regiones mucho más rápidamente que en todos los
demás  centros del mundo. La causa de esta expansión rapidísima
eran  los negros, una de las características de cuyo trabajo era la
incapacidad  de pasar de un sistema de labor a otro diferente. Esta «
especialidad  de su naturaleza » persistió hasta su emancipación
; en realidad, sin embargo, es ésta una característica propia
de todo trabajo inferior y forzado. En general, se trataba a los negros como
 al mismo ganado ; en muchos Estados donde la esclavitud estaba legalizada,
 estaba prohibido enseñar a los esclavos a leer y escribir ; y cuando
 en 1808 quedó suprimido el derecho de importación de negros
 de África, en algunos Estados se procedió a una « cría
 » sistemática de individuos de aquella raza. A mediados del
siglo pasado los «criaderos de negros» de Virginia exportaban
anualmente unas 6.000 «cabezas »; en promedio, el comercio abarcaba,
con el incremento de las personas, 25.000 « piezas » al año.
 Forzar a los negros a una clase distinta de trabajo era lo mismo que destinar
 a la carga el caballo de montar. Por eso las explotaciones algodoneras no
 podían cambiar el carácter del cultivo, como hace el agricultor
 europeo, con el fin de que la tierra «descanse». Los plantadores
 absorbían, en el transcurso de unos cuantos años de cultivo
 algodonero, todos los elementos nutritivos del suelo, y cuando las cosechas
 empezaban a menguar notablemente, transportaban las plantaciones a otros
lugares. Era una Economía extensiva típica a base de esclavos
y que no podía subsistir indefinidamente sino a condición de
disponer de reservas ilimitadas de terrenos. Así se explica el afán
de latifundismo de los plantadores. El algodón esclavizó a
los negros, y los negros llevaron las plantaciones algodoneras hasta los
últimos confines de los Estados Unidos.
    
    
    « Cotton is King »
    
  La industria textil no aparece como potente factor económico y político
 hasta fines del siglo XVIII. A partir de aquel momento, los destinos de
las  plantaciones algodoneras van indisolublemente ligados a los de los centros
 fabriles, las Bolsas, los Parlamentos y la « alta política
».
    
  La elaboración del algodón comenzó en Europa casi
simultáneamente  en Italia y España, desde donde el arte del
hilado y del tejido pasó  a Holanda, Alemania y Francia. La primera
ciudad alemana que poseyó  importantes fábricas de tejidos
fue Ulm, cuyos habitantes aprendieron  experimentalmente en 1320, de los
de Constanza, la manera cómo se teje un fustán, tejido que
era entonces una novedad de moda, una tela de urdimbre de hilo con trama
de algodón. De Ulm las fábricas de tejidos pasaron a Augsburgo,
donde la elaboración de fustán  fue la base de la riqueza de
los Fugger. Según la tradición,  en 1530 el alemán Johann
Jürgens inventó un tambor de pedal que vino a reemplazar al movido
a mano en la operación de hilado. Dibujos salidos del lápiz
de Leonardo da Vinci revelan que el tal invento había sido realizado
ya con anterioridad en Italia. Según parece, Jürgens no inventó
el torno de hilar, sino la rueda alada, impulsando con ello de modo considerable
el desarrollo posterior de la técnica  de la hilatura.
    
  El algodón fue introducido en Alemania por mercaderes venecianos 
que lo compraban en Siria y que, por el Brenner, lo hacían llegar a
Nuremberg y, desde allí, a Leipzig, Chemnitz y Breslau. De los Balcanes 
(Macedonia) se remitían partidas menores a Sajonia. Desde el siglo 
XIV hasta la guerra de los Treinta Años Alemania marchó a la 
cabeza de todos los países europeos en la fabricación de tejidos 
de algodón; pero aquel conflicto destruyó por completo la referida 
industria, la cual no comenzó a desarrollarse de nuevo hasta el siglo 
XVIII, siendo esta vez su punto de partida el Electorado de Sajonia y no sufriendo
ya más interrupciones. Formáronse también entonces los
tres principales núcleos de la actualidad: el nordoccidental a ambas
orillas del Rhin, el central en Sajonia y Silesia, y el meridional en Baviera,
Westfalia y Badén.
    
  De la India pasó a Europa no solamente el algodón, sino también
 el arte de elaborarlo. En aquel país y en América se practicaba
 desde tiempos muy remotos el teñido de las telas. El batik,
 tan conocido hoy del mundo femenino europeo, es una invención de
los  nativos de la India holandesa.
    
  Inglaterra no aprendió todo eso hasta tres siglos más tarde
 de haberlo hecho el resto de Europa, especialmente Alemania. Pero cuando,
 en el siglo XVIII, ésta se dispuso a reorganizar su industria, ya
Lancashire llevaba sobre ella la ventaja de un siglo de tranquilo desarrollo,
y el dominio británico de los mares aseguraba el abastecimiento de
la fabricación con materias primas de Ultramar. En aquel siglo tiene
lugar la gran revolución industrial de Inglaterra, llamada a cambiar
todas las características de la Economía universal.y a constituir
el punto de partida de la tempestuosa historia social de nuestros tiempos.
Ella transformó por completo el mundo, habiendo sido uno de sus principales
resortes la mecanización de las manufacturas algodoneras.
    
  La invención de la máquina desgranadora favoreció
ante  todo a América. Antes la separación de las semillas se
practicaba  con ayuda de un instrumento antediluviano del tipo de la churka
india,  con el cual una persona muy diestra podía limpiar de 3 a 4
libras de algodón al día. De los resultados obtenidos por la
introducción  del nuevo aparato podrá juzgarse sabiendo que,
antes del invento, los Estados Unidos producían 3.000 balas; pues
bien: cinco años  después de su aplicación, esta cifra
había sido decuplicada  y, a los veinte años, era doscientas
veces mayor.
    
  El incremento de la producción algodonera yanqui coincidió
 con la introducción de las máquinas hiladoras en la industria
 textil inglesa. El primer nombre que nos lega la tradición es el
de  un alemán establecido en Inglaterra, Ludwig Paul, quien construyó
 y patentó una hiladora. No obstante, no está probado que fuese
 el primero, ya que, según ciertas fuentes informativas, le precedió
 en la idea el inglés John Wyatt. Los creadores de las máquinas
 que vinieron después fueron indudablemente ingleses. Al primero de
 ellos, James Hargreaves, modesto tejedor de Blackburne, no le reportó
 su invento ningún beneficio. Su hiladora era una máquina de
 ocho husos que construyó en 1767, dándole el nombre de Spinning
 Jenny, en honor de sn hija. Trabajando en su perfeccionamiento, elevó
 a 120 el número de husos capaces de ser servidos por un solo obrero.
 Es decir, hablando en otros términos, que había reducido en
 el ciento por uno el número de operarios ; así lo creyeron,
 cuando menos, sus compañeros de trabajo.
    
  La Historia ha probado que se equivocaban. El invento de Hargreaves elevó
 hasta el infinito la posibilidad de venta de las telas de algodón
al abaratarlas. Sin embargo, los obreros no vieron de momento otra cosa sino
 el perjuicio que iba a proporcionarles el invento y, llevados por la cólera
 y la desesperación, invadieron la casa de Hargreaves y destruyeron
 su máquina y otras varias. Cuando, más tarde, otros fabricantes
 adquirieron nuevas hiladoras, viéronse expuestos al mismo peligro.
 Hargreaves se trasladó a otra localidad, donde abrió una pequeña
 manufactura; pero también allí le persiguió el odio
de sus compañeros de profesión. Sus beneficios fueron nulos
y, en cuanto a la gloria, estábale reservada para después de
su muerte, la cual ocurrió en un asilo. Tal fue el primer ejemplo
de aquella «racionalización» que ha llegado a su apogeo
en nuestros días. Ya entonces se dudaba de su utilidad; no obstante,
nada pueden las dudas ante los hechos. Podrá rechazarse la racionalización
 o recomendarla ; lo que no podrá hacerse es detenerla, como lo demostró
 el proceso ulterior. A los dos años de la muerte de Hargreaves, en
 1769, se patentaba una nueva hiladora accionada por fuerza hidráulica,
 la Waterframe, de Arkwright.
    
  El invento de Arkwright halló aplicación inmediatamente.
También  hubo de librar rudos combates, pero la época le era
propicia. Los obreros destruyeron su fábrica, y el inventor perdió
un proceso entablado por motivos de su patente. No obstante, acabó
su vida, comenzada como auxiliar peluquero, siendo noble y millonario y dejando
una fortuna de 500.000 libras esterlinas, es decir, 10 millones de marcos.
Todavía antes de su muerte surgió un nuevo inventor, Samuel
Crompton, tejedor como Hargreaves y que bautizó su máquina
con el nombre de Mule-Jenny  (mula Jenny). Dióle esta singular
denominación a causa de que  el nuevo instrumento venía a constituir
una especie de híbrido  de la Jenny y de la Waterframe.
Crompton aumentó aún  el número de los husos, y a fines
de siglo trabajaban ya en Inglaterra  hiladoras de 400 husos.
    
  A la obra de esos precursores sigue una larga serie de eximias invenciones.
 Todo se racionaliza y mecaniza, y las máquinas son accionadas por
el vapor. Descúbrense nuevos métodos de tejido, teñido,
 blanqueado, torcido ; la Química interviene en la producción.
 Los ingleses marchan a la cabeza, guardando celosamente su hegemonía.
 Hasta 1842 la ley castigaba con la pena de muerte la exportación
de  máquinas textiles de Inglaterra.
    
  Esta clase de prohibiciones nunca ha podido proteger a nadie por mucho
tiempo.  Además, la Europa continental habría llegado a construir
por  cuenta propia máquinas hiladoras y tejedoras, a no haber sido
por las perturbaciones que originó Napoleón. Los caminos de
la guerra se cruzan eternamente con los que sigue el algodón. Bonaparte
prohibió a Europa todo comercio con Inglaterra, con lo cual privó
al Continente de materias primas coloniales. Por espacio de veinte años
vagaron los ejércitos por Europa ; mientras tanto, los barcos ingleses
cruzaban tranquilamente por mares y océanos. Al comenzar la Revolución
 francesa las exportaciones de Inglaterra de géneros de algodón
 ascendían apenas a un millón de libras esterlinas; al final
 de las guerras napoleónicas, el año en que tuvo lugar el Congreso
 de Viena, exportó por un valor de 23 millones de libras, cifra que
 representaba más del tercio de su exportación total. La mitad
 de los envíos británicos de artículos de algodón
 invadieron Europa, la cual se industrializaba. Multitudes de personas dejaban
 los campos para trasladarse a las ciudades; la calle comenzó a desempeñar
 un papel en la política; la moda cesó de limitarse a estar
al servicio de los ricos. Todo el mundo quiere vestir bien ; nadie quiere
ser inferior al vecino.
    
  
   
  
   
   
  
   
Fig. 115
  
   
      
  Todo cede el sitio al algodón : la lana, la
 seda, el hilo. Cotton is King!
    
  En esta época cristaliza la nueva teoría de la libertad de
 comercio y de competencia. Se la ha llamado la Manchester Theorie,
 cuando hubiera sido más propio denominarla «teoría del
 algodón». Es muy natural que partiera de Mánchester,
ciudad que no había de temer competencia alguna, siendo como era la
más fuerte de todas. Predicaba la libre competencia de igual modo
que podría predicarla el tigre en la yungla: ¡rivalice con él
quien pueda! Durante largo tiempo aquella teoría fue aceptada como
artículo de fe, hasta que, finalmente, la Europa continental fue cobrando
inteligencia. Entonces Mánchester varió de sistema : propugnó
una nueva concepción de la política colonial. Hasta entonces
las colonias habían sido fuentes de beneficios para el Estado y mercados
 de adquisición de primeras materias. En el siglo XIX se las convirtió
 en mercados de consumo de productos textiles ingleses. El Imperio crece.
  God save the King!
    
  Los ingleses tomaron todas las medidas imaginables encaminadas a impedir
 la introducción en el Indostán de una industria textil propia,
 mientras los holandeses desarrollaban en sus colonias una política
 similar. Las manufacturas se incrementaron solamente, y en proporción
 inmensa, en Europa, con el consiguiente aumento de las demandas de materias
 primas. En todas partes empezó una carrera en busca de nuevas primeras
 materias. La expoliación de América creció poderosamente,
 hasta que de repente produjéronse acontecimientos que demostraron
la absoluta imposibilidad de depender de un solo país. Nos referimos
a la guerra civil norteamericana.
    
  Su duración fue escasa, pero lo suficientemente larga para suspender
 por completo la importación de los Estados Unidos. Las del Brasil
y el Indostán podían cubrir solamente en parte las necesidades
 de Inglaterra, produciéndose en aquellos años la cotton
famine, cuyo recuerdo conservan aún los británicos actuales.
La guerra americana estalló en 1861. En los años precedentes
se habían presentado en Inglaterra brillantes coyunturas ; por eso
las fábricas poseían grandes reservas de algodón. Los
plantadores de los Estados del Sur intentaron exportar aquel producto, pero
los del Norte estrecharon el bloqueo y apresaron sus buques. En otoño
de 1861 las fábricas inglesas se dieron cuenta de que sus reservas
se terminaban. La fibra de algodón, que en 1861 había costado
a 7 peniques la libra, subió en 1864 a más de 32. En Chestershire,
de 1.678 fábricas sólo trabajaban 497 en toda su capacidad
; las restantes, o bien habían parado temporalmente, o bien habían
cerrado del todo. ¡En tres años las pérdidas se elevaron
a 70 millones de libras esterlinas!
    
    
  Sin inversiones no hay algodón
    
  Superada la crisis que había provocado en los Estados Unidos la
guerra  de Secesión, comenzó para el algodón americano
una nueva  carrera victoriosa. El cultivo ocupó muy pronto una región
inmensa, conocida con el nombre de Cotton Belt. Esta «faja»
rodea el golfo de México y corre paralela al océano Atlántico
 en una extensión de 2.500 kilómetros de longitud y una anchura
 que oscila entre 200 y 800 km., abarcando una superficie equivalente al
triple  de la de Alemania. Del conjunto de las plantaciones de dicha área 
corresponde a cultivos de algodón del 50 al 80 %, siendo el resto principalmente
campos de maíz, planta necesaria para el mantenimiento del ganado
y que, por consiguiente, se halla de modo indirecto al servicio de la explotación
algodonera. Además, cultívanse también en la región
indicada el arroz, la caña de azúcar, la cebada y otras diversas
plantas. Pero todas ellas juntas no representan ni la mitad del valor del
algodón, valor excedido únicamente por la cosecha del maíz
de todo el territorio de los Estados Unidos. En la exportación total
de este país, el primer lugar corresponde al algodón cosechado
en su Cotton Belt.
   
 
 
 
 
 Fig. 116.   La zona algodonera de los Estados Unidos
  
 
   
  La cotton famine coiil contribuyó también 
poderosamente a impulsar el cultivo algodonero en Egipto. Entre 1860 y 1870 
los ingleses iniciaron allí la labor que han continuado hasta nuestros 
días, incluso después de haber reconocido la independencia política
del país del Nilo. El valle inferior de este río es acaso la
región del mundo entero donde la explotación agrícola 
se realiza con más intensidad. En ella el área de cultivo del 
algodón es apenas mayor que la provincia de Brandenburgo, y en esta 
reducida extensión la longitud de los canales alcanza un total de 19.000
km. Para construir semejante red y mantenerla hubo que valerse del «trabajo
de prestación indígena», aunque en modo alguno se acudió
a los capitales egipcios. Ya antes de la guerra los británicos empezaron
su penetración río arriba, en la región de Gezireh,
situada en la «península » formada por la conjunción
del Nilo Blanco y el Azul en el Sudán, al mediodía de Jartum.
No obstante, los trabajos de irrigación en gran escala no se emprendieron
hasta después de la guerra, siendo los resultados obtenidos los siguientes
:
   
 
 
 
 
 Fig. 117.  Zonas de cultivo del Nilo 
 
   
  en 1914 el Sudán había exportado unas 
3.000 toneladas de algodón; en 1937, en cambio, la cifra de exportación 
se elevó a 55.000 toneladas. Otra empresa, más grandiosa todavía, 
de los ingleses, es la construcción del famoso pantano de Assuán, 
el mayor embalse del mundo.
   
 Hoy Egipto no teme oscilaciones que puedan resultar de cosechas buenas y 
malas, y no tendría sentido la interpretación, de José 
del sueño de los siete años de hartura y los siete años 
de hambre. El sistema de riegos pone a Egipto a cubierto de las veleidades 
del clima.
   
 Durante los primeros cien años de dominación en la India los 
ingleses casi no se interesaron por el cultivo del algodón, el cual 
fue abandonado a los indígenas. Desde tiempos muy remotos hallábase 
este cultivo en manos de los labriegos hindúes, gentes paupérrimas, 
poseedoras de extensiones reducidísimas de terrenos, sujetas a pesados 
impuestos y totalmente incapaces de perfeccionar la técnica agrícola. 
El interés se despertó cuando la cotton famine y el crecimiento
de las superficies destinadas al cultivo de esta planta alcanzó su
punto máximo en el último decenio del pasado siglo, para empezar
a decrecer de nuevo y reaccionar otra vez por efecto de la guerra mundial.
La zona del algodón hindú se extiende desde el curso superior
del Ganges y el Indo hasta la punta extremomeridional de la Península. 
Sin embargo, el porvenir de la producción algodonera de la India no 
se halla en el Sur, sino en el Norte, en el valle del Indo, cuyas condiciones 
físicas son muy semejantes a las de Egipto. Únicamente el monzón 
no llega a esta comarca, la cual se ve privada de sus benéficas lluvias.
   
 
 
 
 
 Fig. 118. El algodón y el yute en la India
  
 
   
  En la región comprendida entre el Indo y su 
afluente el Suttley, en el Punjab, existen desde remotas épocas sistemas 
de irrigación artificial; sin embargo, han sido los ingleses quienes 
en fecha recentísima han creado allí una red grandiosa de canales 
capaces de regar una extensión de más de 6 millones de hectáreas. 
Encuéntrase allí la principal de las regiones del trigo, a la
par que se desarrolla, cada día con mayor intensidad, el cultivo del
algodón. La comarca de Sind, en el Indo inferior, promete ser con
el tiempo la más productiva de las zonas algodoneras del Indostán; 
allí, en las cercanías de Sukkar, se ha construido un embalse 
grandioso capaz para regar unos 2 millones de kilómetros cuadrados. 
No menos de 200.000 hectáreas de esta superficie se destinan al cultivo 
del algodón de fibra larga, la más cara de las variedades de 
la planta.
   
 En China existen plantaciones algodoneras en el valle del Yang-tse-Kiang, 
así como también en el Hoang-ho medio y alrededor de Shanghai. 
Más hacia el Este las encontramos también en Corea, donde este 
cultivo tiene la respetable edad de medio milenio, aunque solamente empezó 
a tomar notable desarrollo el día en que el capital textil japonés 
emprendió su explotación por cuenta propia.
   
 De menor importancia son las plantaciones algodoneras de todas las zonas 
de los monzones, así como de Australia, donde las superficies de cultivo 
se han decuplicado en el curso de los últimos quince anos. No obstante, 
en todos esos países el algodón no puede aspirar a porvenir 
alguno; en Indonesia, por cansa de la ausencia de vastos terrenos; en Australia, 
por la escasez de población. También suministran algodón 
los países del Asia Anterior y del Asia Menor, Persia y Turquía, 
así como Siria, aunque en menor cantidad.
   
 Una tierra de gran porvenir en este concepto es el Turquestán, tanto 
el ruso como el chino (Sinkiang), donde el cultivo algodonero se conoce desde 
la dominación árabe (siglos VII al VIII). Ya entoncess existían 
allí grandiosas instalaciones de riego, pero las guerras de los mogoles 
fueron funestas para el Turquestán; todo quedó devastado, y 
la obra de destrucción que habían iniciado los hombres fue continuada
y completada por la arena.
   
 Con la ocupación del Turquestán occidental por los rusos comienza 
un nuevo período histórico para la producción algodonera. 
Entre 1880-1890 tuvo lugar la construcción del ferrocarril, siguiendo 
después la de canales de riego. Antiguas comarcas algodoneras volvieron 
a nueva vida, y ya antes de la guerra la producción del Turquestáii 
cubría la mitad de las demandas de la industria textil rusa. Vinieron 
luego la revolución y la guerra civil; en 1922 apenas se explotaba 
la décima parte de los campos algodoneros ; hubieron de transcurrir 
aún seis o siete años antes de que se restableciera la producción. 
El sistema de irrigación, destruido por la guerra civil, fue renovado 
y ampliado. Además, hoy el cultivo del algodón se desarrolla 
en Transcaucasia, Cáucaso septentrional, Ucrania y Crimea.
   
 No cabe duda de que uno de los puntos donde el algodón tiene más 
brillante porvenir es África. Todas las Potencias europeas se esfuerzan 
por desarrollar en ella el cultivo de tan preciosa planta, tanto en sus propias 
colonias como en las que pertenecieron a Alemania (África oriental 
alemana, Togo, Camerón), donde los germanos habían iniciado 
yá aquel cultivo en gran escala antes de la guerra.
   
   
   El « drama del algodón »
   
 Hubo un tiempo en que ciertas gentes perspicaces, al considerar las estadísticas 
del rendimiento de la producción algodonera de todos los países 
juntos, se dijeron, con gesto de duda: «Si la industria textil sigue 
creciendo al ritmo que hasta ahora, pronto no dispondrá del algodón 
necesario». Hoy nadie se hace ya esta reflexión. En 1926-1927 
se cosecharon en todo el mundo 7 millones de toneladas de algodón ya
limpio, correspondiendo a los Estados Unidos casi las dos terceras partes. 
Cuando los precios empezaron a bajar, una ley vino a limitar en América 
el cultivo de la planta, obteniéndose el «éxito» 
de que en 1934 los terrenos cultivados abarcaron la extensión mínima 
desde 1905.
   
 
 
 
 
 Fig. 119
  
 
   
  Los yanquis reducen sus plantaciones a fin de mantener 
elevados los precios; los demás explotan los precios altos para desarrollar 
su producción ; así resulta que en la actualidad el principal 
de los países exportadores de algodón es el Brasil. También 
la República Argentina y Perú incrementan sus plantaciones ;
pero simultáneamente va disminuyendo la exportación de los Estados
Unidos. Los cultivadores de los Estados del Sur están desesperados;
el Gobierno se ve obligado a idear constantemente nuevos recursos proteccionistas,
al ver que el máximo elemento del comercio norteamericano de exportación
se debilita paulatinamente. Tal es el que los yanquis llaman el «drama
universal del algodón», aunque en realidad es un drama escuetamente
americano.
  
Mientras en Ultramar, en los Estados Unidos, discurre el drama de la materia
prima, en Inglaterra podemos presenciar el de la industria. En ambos casos
se trata d.e un drama auténtico, y aun diríamos mejor de una
tragedia, ya que la decadencia de todo monopolio lleva siempre en sí
los elementos esenciales de la tragedia, principalmente la lucha contra el
destino...
  
 
Fig. 120
  ¿Cómo ocurrió el hecho? No ha
mucho el escritor inglés J. B. Priestley nos lo explicó, después
de recorrer las diversas zonas industriales de su país, entre otras
Lancashire y la orgullosa Mánchester, la  ciudad que un día
«tuvo más  inmundicia y más dinero que otra cualquiera
y que representaba a Inglaterra». «Cuando se permite trabajar
en ella, puede obtenerse una hilandería sin pagar alquiler. Nadie
tiene dinero para comprar fábricas, arrendarlas o ponerlas en explotación.»
  
Tiempo ha que la producción de las fábricas inglesas superó
los límites de lo necesario para cubrir las demandas interiores. Se
levantaron fábricas enormes, se adiestraron centenares de miles de
obreros, con el cálculo, infalible en apariencia, de que en los países
orientales vivían muchos millones de personas que serían consumidores
de los artículos manufacturados. Al principio la previsión
resultó justa; el Oriente pagó por la indiana los precios que
se le pedían, sin entender nada en la fabricación de ella.
Pronto aprendió, sin embargo. Los mismos ingleses se apresuraron a
venderle máquinas, y para aprender su manejo pasaron a Inglaterra
«ciertas gentes quietas, laboriosas, jóvenes y sonrientes».
«Hicieron sus cursos de aprendizaje, no desaprovecharon nada y, despidiéndose
de sus profesores con una sonrisa, desaparecieron en la inmensidad azul.
Unos años después... desaparecía también una
buena parte del comercio de Lancashire con Oriente. »
  
Fig.   121
 
  Europa, considerada en conjunto, ha aumentado un poco,
después de la guerra mundial, el número de sus husos y telares.
Sin embargo, no todos trabajan; el número de los husos en actividad
se ha reducido en un 8 % y en Inglaterra hasta en un ¡25 %! ¿Qué
ocurría, entretanto, en Oriente? El Indostán aumentaba en un
50 % la cifra de sus husos, el japón la quintuplicaba, y China, pese
a su eterna guerra civil, la cuadruplicaba. El número de telares menguaba
en Inglaterra en un 25 %, mientras el Japón lo ¡quintuplicaba!
En 1913 la importación inglesa representó el 97,1 % de la total
hindú, en lo que respecta a telas de algodón, mientras la japonesa
no ascendía más que al 0,3 %; en 1932 Inglaterra cubría
el 48,7 por 100 y el Japón el 47,3 %. En la actualidad, la importación
nipona supera a la británica en cantidades cada día mayores.
Para los ingleses parece que sería lo más acertado asegurarse
el mercado de venta del Indostán a base de comprarle sus algodones
; sin embargo, no pueden lograrlo. La joven industria japonesa demuestra
saber adaptarse mejor que la antigua, inmovilizada por el peso de las tradiciones
técnicas y de los capitales asentados. Para los señorones de
Lancashire es ya tarde para aprender de nuevo; no quieren ni pueden concurrir
a la escuela de Osaka.
  
Otra vez el algodón es factor de política. Él fuerza
al Japón a ir en busca de materias primas a Borneo, Filipinas, Persia,
Turquía y Brasil. Tiempo ha que esta política inquieta a los
Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Holanda. El algodón lo demuele
todo. ¡Qué baluarte podría resistirle cuando en la propia
Inglaterra ha debido capitular ante él el castillo del liberalismo
económico! Mánchester no defiende ya el principio del libre
comercio ; abruma al Gobierno con sus peticiones y no cesa de pedir auxilio.
Después de la guerra, el número de husos disminuyó en
Inglaterra en unos 4 millones, y en nuestros días la Cotton Spinner
Association ha tomado la resolución de parar unos cuantos millones
más.
  
Inglaterra conquistó el Oriente con su algodón; hoy el Oriente
trata de emanciparse de Inglaterra por el mismo medio. Cuando Gandhi, encarcelado
primero, llamado después a conferenciar con el Gobierno británico,
presentóse en Londres con una rueca en la mano, hubo que ver en ello
un símbolo y una advertencia. Gandhi ve en la rueca el arma de la
emancipación ; declaró el boicot a los artículos de
algodón ingleses y prescribió a todas las mujeres hindúes
la obligación de dedicar unas horas diarias a hilar. Se equivoca;
la rueca no puede vencer a la hiladora europea; contra una máquina
puede sólo luchar otra máquina, y así avanza el Oriente,
pese a la agitación de Gandhi.
  
    
    
    (1) ¡Un americano ha hecho patentar una máquina
 recolectora con célula fotoeléctrica!
    
  
   
      
      
    
                 
                     
  
           
            
          
                                        
                             
               
               
                                             
                                               
                       
                                     
     
         
                           
                    
                                      
  "Las riquezas de la tierra, geografía
         económica al alcance de todos" J. Semjonow
                    Barcelona, 1940
                        Traducción de F. Payarols
                             Editorial LABOR S.A.