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El pan nuestro de cada día
Diez   mil años

No hace tanto tiempo que comemos el pan elaborado en la forma en que hoy se prepara y, sin embargo, el trigo común viene sirviendo de alimento al hombre desde épocas remotísimas. Llegó a nosotros procedente del cercano Oriente, es decir, de las regiones ocupadas actualmente por Persia, la parte meridional del Turquestán, Transcaucasia y Turquía. Durante mucho tiempo se creyó que dichos países eran la patria originaria del precioso cereal ; pero hallazgos recientes han venido a demostrar que tanto él como la cebada eran objeto de cultivo en las regiones litorales del Mediterráneo ya durante la época neolítica, es decir, hará unos ocho o diez mil años.

El centeno y la avena, en cambio, llegaron a Europa posteriormente y no cabe duda de que por otro camino. El centeno procedía de las orillas del mar Negro, y las huellas más antiguas que de él se conocen en nuestro Continente se han encontrado en la región intermedia entre los Alpes y los Cárpatos. Un hallazgo testifica también la presencia del centeno en el Sur de Francia unos cinco mil años antes de nuestra Era, si bien los primeros indicios de su cultivo datan de fecha posterior. Resulta muy interesante la relación que existe entre el centeno y el trigo, y que han puesto de relieve los estudios de arqueólogos y botánicos. En los climas cálidos de Asia el centeno crece en estado silvestre entre los trigos, y es probable que, mezclado con éstos como un indeseable llegara a regiones más septentrionales, donde, al encontrarse con condiciones climatológicas más rudas, se emancipó muy pronto, conquistándose una categoría igual a la del trigo. Este hecho parece que tuvo lugar en alguna de las comarcas costeras del mar Negro.

En las antiquísimas tumbas babilónicas y egipcias se han encontrado granos de trigo y de cebada en perfecto estado de conservación. En nuestros museos pueden verse representaciones detalladísimas de cómo los egipcios sembraban, cosechaban, segaban y trillaban. Todos recordamos las narraciones bíblicas, como aquella en que Faraón coloca a José al frente de una oficina de administración y abastecimiento de cereales por cuenta del Estado. En China el trigo se cultivaba ya a principios del tercer milenio antes de Jesucristo.

Nuestros antepasados aprendieron muy pronto a servirse del trigo como substancia alimenticia. Al principio se limitaban a recoger el grano; después, las mujeres prehistóricas supieron ya tostarlo, cosa que representó un gran progreso, si se tiene en cuenta que con esta operación la pulpa se separa fácilmente de la leve cascara y así puede triturarse sin dificultad. El grano triturado daba una harina tosca, precursora de la harina actual. De ella a la preparación de la masa no había más que un paso; pero es probable que para darlo fueron necesarias una a dos docenas de generaciones de amas de casa.


Fig. 7
De la masa se aprendió poco a poco a confeccionar la galleta, para lo cual era suficiente cocer en las cenizas porciones más o menos gruesas de aquélla, obteniéndose de este modo el antecesor de nuestro pan actual. Esas galletas las comieron tanto los europeos de la Edad del Bronce como los antiguos babilonios, egipcios y hebreos. Consistían en una pasta áspera y pesada, con un elevado contenido acuoso; a fin de que se cociera más fácilmente se la cortaba en delgadas láminas. Este tipo de pan no necesitaba « crecer » ; por eso podía elaborarse sin levadura. La propiedad de « crecer » es especialmente característica de la harina de trigo. ¿Por qué? Este cereal contiene, en proporción considerable, una mezcla de determinadas substancias albuminoideas, el « gluten », que da a la masa una consistencia y una elasticidad uniformes y no le permite apelmazarse. Por eso la harina de trigo da un pan más ligero y esponjoso. El centeno contiene menos gluten, y la cebada y la avena lo encierran en cantidad mínima, razón por la cual esos dos cereales últimamente nominados sólo se prestan para fabricar galleta. No se crea, sin embargo, que ésta no resulte sabrosa ; los pueblos del Cáucaso, armenios, georgianos y persas la comen, así como los del Norte de Europa. El lawasch armenio es una lámina larga, delgada, blanca, hecha de masa cocida y cuyo origen, inmediato hay que buscarlo en Babilonia. El vendedor que, en Eriwan, transporta sobre la cabeza su batea de madera repleta de centenares de esas hojas de lawasch, no sospecha seguramente que lleva sobre sí como un capítulo de una buena parte de la historia de la civilización.

Asimismo la galleta escandinava suscita uno de los recuerdos más antiguos de la Edad de la Piedra. Los restos de este pan que se han encontrado en las tumbas de los vikingos en nada se diferencian de la galleta que comen hoy los campesinos suecos y noruegos.

Los griegos y los romanos conocieron todas las especies de cereales propios para la panificación. Los helenos, empero, no apreciaban el centeno y lo consideraban casi como una plaga de los campos. La cebada, en cambio, gozaba de considerable estima; pero el trigo era ya el cereal por excelencia, y como no se producía en el país en la cantidad necesaria, los griegos lo importaban de Egipto, de Siria y de sus colonias del mar Negro. Los romanos al principio tuvieron bastante con su trigo italiano ; pero más tarde hubieron de importarlo también, en grandes cantidades, de Asia, África, España y Sicilia. Roma comía ya pan elaborado con levadura, aunque no se conocían todavía los fermentos. No obstante, este pan blanco fermentado era artículo de lujo, destinado exclusivamente a las mesas opulentas, según puede verse por la narración, que debemos a Petronio, de un opíparo banquete ofrecido por el « nuevo rico » romano Trimalción. El pueblo se alimentaba principalmente de avenate y gachas de mijo, con aditamento de aceitunas, leche y queso y, en días extraordinarios, de vino y carne. Las gachas y la galleta constituían la base de la alimentación de los legionarios romanos, quienes, con el estómago lleno de esas substancias, compuestas de agua en sus tres cuartas partes, conquistaron el mundo.

En la Edad Media predominaron en Europa el centeno, la cebada y la avena, cereales que, junto con las especies extendidas hoy por Oriente, el mijo y el alforfón, constituían la alimentación de los europeos. Hoy las gachas de mijo ya sólo las encontramos en los cuentos. El trigo se cultivaba principalmente en el Sur de Europa, aunque también allí, como en el Centro, el pueblo se alimentaba con gachas y galletas; en cuanto al pan blanco, siguió siendo durante mucho tiempo, para las clases humildes, una verdadera golosina e incluso un medicamento, ya que se suministraba a los enfermos. El francés Rabelais escribió en el siglo XVI sus Aventuras de Gargantúa, donde se explica cómo una vez quisieron unos campesinos comprar pan blanco en la panadería, pero fueron despedidos con desprecio. Entonces uno de los compradores dijo al panadero : « — Vuestra conducta es indigna de un vecino ; y si cuando queráis comprar nuestro trigo, nosotros os contestamos como lo hicisteis vos, ya veremos con qué fabricáis los bollos y panecillos... ». A lo cual replicó, sarcástico, el tendero : « — ¡Vean el gallo cómo alza la cresta! ¿Se le habrá indigestado el mijo? ». Es decir que, según puede verse, los campesinos, a pesar de ser quienes sembraban y cosechaban el trigo, debían comer mijo.

Hacía ya mucho tiempo que se conocía el pan blanco fermentado, cuando empezóse, al fin, a añadir levadura a la pasta para que creciese. La innovación tuvo lugar en época en que ya se elaboraba en Europa la cerveza, y así los panaderos podían procurarse levadura con gran facilidad. Desde entonces el pan ligero, el verdadero pan blanco suplió a la masa ácima y pesada que durante siglos enteros había alimentado a la Humanidad. No obstante, el paso no se dio de modo definitivo hasta una época relativamente reciente. Todavía en 1666 el Gobierno de Francia consultó a la Facultad de Medicina acerca de la inocuidad de la levadura. La consulta fue evacuada en el sentido de que la levadura es perjudicial, por ser un producto de descomposición del agua y la cebada (así explicaban los sabios el fenómeno de la fermentación).

En el curso de los siglos la Humanidad ha ido trazando su «mapa del pan». En los países europeos situados al Oeste del Rhin se consume exclusivamente pan blanco. Los existentes al Este de aquel río constituyen la zona de los tipos de panificación mixta, para pasar insensiblemente, una vez cruzados el Elba y el Oder, a la del pan negro, el cual se consume, en Oriente, hasta el océano Pacífico. Al Este del Vístula alternan con el pan negro las gachas y las sémolas. El pan blanco del Sur de Rusia cede el lugar a la sémola y la galleta de los caucasianos ; de éstas se pasa a las gachas de mijo del Asia anterior, para ir a parar, finalmente, a las gachas de arroz de chinos y japoneses.

Actualmente se calcula en 400 a 500 millones los europeos, americanos e hindúes que se alimentan de trigo, y en 500 a 600 millones los asiáticos que viven de arroz. Además, en el Norte de Europa y Rusia se cuenta de 100 a 150 millones de personas que consumen preferentemente centeno ; en el Sur y Sudeste de Europa, en América y África son de 50 a 70 millones los que se alimentan con maíz; en cuanto al mijo, es el alimento corriente de muchas docenas de millones de hindúes, chinos, japoneses y africanos. En conjunto, puede decirse que la mitad de la población total del Globo se alimenta de trigo y centeno, mientras la otra mitad lo hace de arroz, mijo y maíz.

Pero existen también muchos pueblos que desconocen toda clase de cereales. Los indígenas del Pacífico viven preferentemente de los tubérculos del taro; en el Sur de Asia y ciertas regiones de África y América, son las raíces bulbosas del ñame las que constituyen el principal alimento; las tribus aborígenes de Sudamérica se alimentan con la fécula de los bulbos de la mandioca (la yuca brasileña), de la cual se extrae la tapioca, tan apreciada en los mercados europeos; en Centroamerica los naturales comen plátanos, haciéndolo cuando están aún algo verdes, antes de que la fécula se haya transformado en azúcar ; en África millones de personas viven de la «banana farinácea», la cual sólo cocida es buena y puede convertirse en verdadera harina. En Malaca y en las Indias Holandesas muchos habitantes se nutren del sagú extraído de la médula feculenta de una palmera especial.  La batata, la oca, el olluco, la maranta, etc., son otros tantos tubérculos alimenticios, a los cuales debemos agregar nuestra apreciadísima e indispensable patata.


Cuando Saturno está en Capricornio

Así, pues, en el espacio de los diez mil años a que acabamos de pasar revista, el hombre aprendió a sacar su pan de la tierra. Pues bien ; la historia de esos siglos de aprendizaje dista mucho de ser un idilio ; siempre la mayor parte de la Humanidad ha vivido bajo la amenaza de morirse de hambre.

Como fenómeno colectivo y latente, el hambre, para Europa, ha pasado a la Historia. No se crea, sin embargo, que pertenezca a épocas muy remotas ; toda la Edad Media vivió bajo su signo. En el siglo IX prodújose cuatro veces una carestía general dentro de las fronteras del Imperio de Carlomagno ; en el siglo XI, el fantasma del hambre se presentó dos veces; en el XII, cinco, y una en el XIII. En los períodos intermedios sufrieron de la terrible plaga algunos países, y un estudio especial permite consignar 276 carestías en el curso de seiscientos años, lo cual equivale a decir que casi cada dos años hubo algún pueblo europeo condenado al hambre.

Muy raras veces la carestía se limitaba a un año, debido a que, transcurrido el primero, los campesinos habían perdido generalmente su ganado y no estaban en situación de cultivar los campos para la próxima cosecha. En muchas ocasiones faltaba incluso la semilla, devorada en momentos de angustia. Por regla general, la población consumía todas sus provisiones y después emigraba de la comarca agotada. Al principio se suplía la harina de centeno con la avena; después se pasaba a las berzas y los herbajes, hasta que se perdía por completo la noción de lo que era comestible o lo que no ; entonces las gentes se envenenaban comiendo hongos ponzoñosos, cocíanse sopas con corteza de árboles, y mezclábanse éstas con barro para fabricar pan con la pasta obtenida. En Francia había una montaña que era famosa por su «tierra» nutritiva... En muchas comarcas los conventos remediaban, en lo que cabía, tanta miseria, distribuyendo las existencias que poseían; pero la terrible escasez no podía compensarse con tan reducidos recursos. Los monjes vivían mejor que el pueblo de las tierras inmediatas. De los claustros salían amargas quejas ; los frailes «¡llevaban demasiado tiempo!» comiendo pan negro, no tenían vino e incluso los días de ayuno debían tomar leche, ¡ya que no había pescado! Esas lamentaciones no impresionaban a la población local. En el siglo XII las turbas devastaron el convento de Fulda, y un día en que el obispo Poppo (después papa con el nombre de Dámaso II) llegó a su ciudad de Brixen seguido de un gran cortejo y se dirigía, montado, hacia la iglesia, vióse rodeado del pueblo en actitud hostil. El prelado intentaba rescatarse con dinero, pero las turbas hambrientas lo rehusaban, ya que nada podrían comprar con él; exigían el bien nutrido caballo del obispo. Éste y algunos de su séquito hubieron de apearse, y ante sus ojos los animales fueron sacrificados y despedazados.

Las crónicas nos hablan repetidamente de casos de antropofagia ; en los siglos IX, X y XI son numerosos en Francia, Bélgica y Alemania ; más tarde, históricamente registrados, los hubo en Lituania, Hungría, Bohemia, Polonia y Silesia. También nos hablan de ellos los cronistas de la guerra de los Treinta Años.

Durante los siglos XV, XVI y XVII produjéronse carestías en numerosos países. Mientras la última «verdadera» que sufrió Inglaterra tuvo lugar en el siglo XVI, en Irlanda se registró otra todavía en los años 1846-1847.

En Francia toda una serie de años de hambre precedió a la Revolución de 1789. Para Inglaterra fueron « años de hambre » los de 1800-1801, 1816-1817 y el 1846 ; en todos ellos hubo motines, pillajes y una espantosa mortalidad infantil, todo por causa de aquella tremenda plaga. En 1847 el mismo rey declaró que comía pan elaborado con harina de trigo y centeno a partes iguales, y recomendó a los ciudadanos que siguiesen su ejemplo. No obstante, la mayoría de ellos mal podían obedecer este mandato, puesto que no disponían de ninguna de ambas harinas.

En el siglo XIX, desterrado ya el hambre de la Europa occidental, siguió reinando aún en Rusia, donde cualquier contingencia histórica llevaba consigo la terrible calamidad. La gran revolución social del siglo XVII, aquella «época turbulenta» que dió materia para la ópera dramática Boris Godunof, trajo una espantosa secuela de hambre. «Moría el pueblo, aullando de dolor », dice Puschkin. De entonces acá el azote se ha repetido muchas veces, aunque en forma menos horrible: en el reinado de Pedro el Grande, durante las guerras napoleónicas, después de la emancipación de los siervos y, más recientemente, tras la primera revolución, en 1905. Basta con enumerar las principales carestías que se produjeron durante el pasado siglo, para darse cuenta de la espantosa frecuencia de esta plaga en Rusia. Limitándonos a consignar las fechas más trágicas, citaremos los años de 1820-1821, 1833, 1835, 1839-1840, 1845-1846, 1848, 1855, 1859, 1870, 1880, 1889, 1891-1892, 1897, 1901, 1906 y 1911.

Las regiones de Rusia más ricas en cereales, especialmente la del trigo, se concentran en una faja de terreno castigado con frecuencia por la sequía. La agricultura rusa se hallaba en estado rudimentario y había tanto terreno, que nadie se preocupaba de trabajarlo. Confiábase más en la cantidad que en el producto. Y así, cuando se presentaba la sequía, el hambre era inevitable.

En Rusia las calamidades se ceban despiadadamente. La horrible escasez de los años 1921-1922 fue la consecuencia inmediata de la destrucción de la red ferroviaria y de la Economía rural, motivada por la guerra civil. La Naturaleza fue cruel en aquel año aciago. En la región del Volga la tierra era negra y dura como piedra, y la semilla germinada se abrasaba, literalmente. El hambre se entronizó en 25 gobiernos (provincias), habitados por 90 millones de almas. De ellas 40 millones sufrieron por espacio de dos años ; 5 millones perecieron. Repetíanse las tragedias que nos había legado la tradición medieval.


Fig. 8. Regiones de Rusia afectadas por el hambre en 1921-1922. Los contingentes de hambrientos se expresan en tantos por ciento de la población.
A medida que nos alejamos hacia el Este, las hambres se hacen más frecuentes, siendo tanto más terribles las manifestaciones concomitantes. Los valles del Indo y el Ganges son, tal vez, los más feraces del Globo ; en una extensión de 3.000 km. de longitud el suelo está formado por tierras de aluvión; no se encuentra en él una sola piedra. Y no obstante, todo depende de la lluvia. De Este a Oeste, las precipitaciones atmosféricas decrecen progresivamente y hay años en que, mientras Assam y Bengala se hallan materialmente inundadas, el Punjab, tan fértil como ellas, no recibe una sola gota de agua. Peor es todavía cuando las lluvias caen en tiempo inoportuno en el valle del Ganges medio y en los feraces oasis del Decán; son el signo precursor de una carestía de cuyas proporciones y terrores no pueden tener idea los europeos. En el transcurso del siglo XIX la situación del campesino hindú empeoró notablemente, debido a la implantación, en 1860, del Derecho civil inglés, el cual reconocía al acreedor la facultad de enajenar las tierras cultivables para resarcirse de sus créditos. Además de las inundaciones, ciclones, sequías, plagas de langosta y epizootias, cayó sobre el labriego una verdadera nube de usureros. Resultado de ello fue que 730.000 aldeas hindúes quedaron condenadas al hambre perpetua. Durante todo el sigloXVIII la India sufrió solamente dos grandes carestías (años 1761 y 1769-1770); entre las dos costaron al país 10 millones de vidas humanas. En la primera mitad del siglo XIX prodújose una gran escasez el año1838 ; en cambio, durante la segunda mitad registráronse ocho, las de 1861, 1866, 1869, 1874, 1876-1877, 1897 y 1899-1901.

Además, en el último cuarto del siglo XIX se dieron otros quince casos en que el hambre asoló a provincias aisladas. Todas esas «grandes» y «pequeñas» calamidades causaron la pérdida, según datos oficiales, de 25 millones de personas. En el siglo actual la India ha sufrido hambre en los años 1902, 1905, 1906 y, con una intensidad desmesurada, en 1918 y 1921-1922.

Mientras en la India las carestías deben achacarse casi siempre a la sequía, en China resultan motivadas, además, por las inundaciones. Tampoco allí la plaga se superaba nunca en un año, y lo mismo ocurrió en la Europa medieval y en el antiguo Egipto; los «siete años flacos» de la Biblia reaparecen en las viejas crónicas de China. Este país tuvo su « diluvio » en el siglo XXIII antes de Jesucristo ; el río Amarillo ocasionó una inundación tal, que « las aguas subieron hasta el cielo ». Desde entonces estuvieron realizándose, por espacio de cinco siglos, trabajos encaminados a consolidar las orillas; el gran emperador Yü invirtió nueve años en la construcción de un canal que debía rectificar el cauce del río ; pero al décimo año una gran sequía, que se prolongó por espacio de otros siete, vino a interrumpir los trabajos. Al ver el soberano que los sufrimientos del pueblo se hacían intolerables, decidió sacrificarse para aplacar la cólera de los dioses. ¡Lástima que no hubiera adoptado antes aquella resolución, ya que ella bastó, sin ni siquiera la necesidad de llevarla a cabo, para abrir las esclusas celestiales!

En China, a la pobreza económica del campesino se une el ritmo de la Naturaleza, espantoso por sus efectos. Con. frecuencia el hambre empieza, en el Sur del país, con las inundaciones ; al año siguiente éstas se reproducen en la China central, mientras en el tercero aparece la sequía en el Norte. Resultado de este proceso fue que, en el espacio de dos mil años, casi no hubo uno solo sin que el hambre se dejase sentir. La historia china nos ofrece una enumeración detallada de las medidas que tomó el famoso reformador y emperador Wu-Ti en los siglos II y I antes de Jesucristo para luchar contra la escasez. Organizó almacenes de grano, construyó carreteras y canales, trasladó a otras comarcas a la población sobrante de las regiones castigadas y, finalmente, consiguió consolidar las orillas del río Amarillo. Todas esas providencias resultaron de gran eficacia contra las inundaciones, pero no pudieron preservar al país de las sequías, de las cuales se contaron 583 entre los años 620 y 1643.

Como había ocurrido en la India, también en China el contacto con la civilización europea vino a acrecentar los horrores del hambre. En el espacio de los últimos sesenta años, China sufrió de esta calamidad en 1876-1878,1887, 1892-1894, 1898, 1905-1906, 1910-1911, 1917, 1919-1921 y 1927-1929. Esta última carestía fue, por la extensión que adquirió, una de las más espantosas que registra la Historia. Abarcó todo el territorio de Oriente y llegó incluso al África: hubo hambre en China, Corea, India, Persia, Turquía, Túnez, Kenia y en el Congo belga.


Fig. 9
Tampoco los japoneses se libraron de la triste experiencia del hambre. En el antiguo Imperio esta plaga era muy corriente; baste decir que, durante los ciento cincuenta años que precedieron a la «revolución desde arriba» (1868), la población del país no aumentó. Después de la reforma, las circunstancias cambiaron; con todo, las catástrofes naturales (sismos, tifones, heladas), tan frecuentes en aquellas islas y la mísera condición de sus campesinos han contribuido a las repetidas carestías que se han producido, incluso en fechas muy recientes, en algunas provincias del Imperio.

Cuando la esquelética mano del hambre se dispone a estrangular al pueblo, éste siente su indefensión ante los insondables designios de la Naturaleza. Cada época se ha esforzado por interpretar a su manera el sentido de las calamidades que se cebaban contra ella. En una crónica alemana del siglo XII, las causas del hambre se explican del modo siguiente: «Saturno es muy frío por naturaleza; cuando encuentra al Sol en los signos estivales del Zodíaco, se produce tiempo destemplado y lluvioso ; pero cuando coincide con él en los signos invernales, el frío es doblemente intenso. Al llegar Saturno a Capricornio, en el signo primaveral, ha ocasionado ya siete u ocho años estériles y entonces sobreviene la carestía ».

Es natural que el campesino indio atribuya el hambre a la ira de Siva y que el labriego chino lo achaque a malas artes de los demonios. El europeo ilustrado de nuestros tiempos,  empero,  dirige sus preces a aquellos dioses que tienen por templo la Escuela Superior de Agricultura.


Malthus, Mendel y Liebig


No poseemos datos suficientes para calcular con exactitud el número de seres humano que en el transcurso de La Edad Media sucumbieron víctimas de carestías, guerras y pestes. En aquellos tiempos no se llevaban estadísticas exactas, por lo cual únicamente han llegado hasta nosotros informes bastante incoherentes, pero que, con todo, ofrecen un cuadro desolador. La « peste negra » que se cebó sobre Europa en los años 1348-1349, diezmó su población. La de Inglaterra, de 4 a 5 millones de almas, descendió a la mitad, quedando estacionaria durante los dos siglos que siguieron. ¡Cuan poco poblada estaba la Europa de entonces y con qué lentitud fue creciendo la población! En el siglo XI el Sacro Romano Imperio de Germania contaba unos 5 millones de habitantes; cinco siglos después vivían en el mismo territorio no más de 20 millones.

El incremento de población no emprendió un ritmo acelerado hasta fines del siglo XVII, después que el Absolutismo hubo creado un orden político estable ; entonces el crecimiento adquirió tales proporciones, que Europa se asustó del proceso. Un siglo más tarde Malthus, sacerdote inglés, anunciaba al mundo entero : «¡Hay demasiados seres humanos! »

Para comprender bien su teoría es preciso empezar por representarse las condiciones de vida de su época. La población aumentaba rápidamente en todas partes, pero apenas existía industria para asegurar nuevas bases de sustento ; en cuanto a la capacidad de rendimiento de la agricultura, avanzaba con desesperante lentitud. Las ciudades se veían repletas de una chusma que había huido, hambrienta, de los distritos rurales, y asediaba a las organizaciones benéficas, alborotaba y, cuando se presentaba la ocasión, robaba. El régimen de las cárceles inglesas de la época era severísimo y no podía ser, en realidad, de otro modo, puesto que de lo contrario la innúmera legión de hambrientos se habría hecho encarcelar para comer.

Todo eso lo veía Malthus perfectamente ; pero, en su condición de eclesiástico, debía preocuparse de la situación de los pobres. Además, había visitado otros países, Alemania, Suecia, Rusia, y en todas partes el cuadro había sido poco más o menos el mismo : mucha gente y poco pan.

Sus detenidas reflexiones sobre el aumento de la población lleváronle a la conclusión de que, dentro de un tiempo relativamente corto, el mundo no podría alimentar a sus habitantes. Cierto que la miseria y el vicio obstaculizaban aún ese incremento de la población ; pero si la influencia de la cultura y el bienestar llegaban un día a neutralizar aquella traba, no iba a quedar más que un recurso para impedir la superpoblación : la limitación sistemática de nacimientos.

La teoría de Malthus es muy cruel; la tesis que la fundamenta es: «si no puedes alimentar a tus hijos, no los eches al mundo». Su herética teoría no fué mal recibida de la burguesía europea de la época; cierto es que no faltaron ataques y burlas, pero el autor vio discurrir felizmente su vida, sin tener que sufrir por sus ideas. Murió siendo un respetado profesor y miembro de la Real Academia de Prusia.

Las doctrinas de Malthus ejercieron poderosa influencia sobre la Ciencia y la sociedad europea. No solamente fueron, las promotoras del famoso «sistema de los dos hijos» (el mismo autor dejó dos hijos), sino que provocaron verdadero pánico en catedráticos y legisladores. El terror a la superpoblación llegó tan lejos que, en una obra científica publicada en Halle en 1827, se recomendaba un aparato, sumamente complicado, que debía aplicarse al muchacho al cumplir la edad de catorce años y que debería llevar, «soldado y sellado», hasta el día de su matrimonio, para cuya celebración era preciso estar legalmente autorizado. Los hombres que no pudiesen demostrar que se hallaban en condiciones de alimentar a sus hijos, quedaban condenados a llevar el « simpático » aparato por todo el resto de sus días. El autor del libro no tenía por qué temer que le aplicasen el ingenioso invento, atendido que el talento e ingenio que revelaba su idea eran más que suficientes para demostrar su capacidad de atender a las necesidades de su familia.

¿Qué queda hoy de la teoría de Malthus? La Ciencia ha dado un mentís a su autor al descubrir en nuestro planeta reservas alimenticias en tal proporción que todos los temores suscitados por el sabio inglés quedan completamente desvanecidos. El verdadero mérito de Malthus consistió en haber planteado el problema de la población en toda su envergadura y profundidad.

Sabemos que, ya desde mucho tiempo antes, los agricultores europeos ilustrados trabajaban en el mejoramiento de los métodos de cultivo. El mundo se dió cuenta del valor de estos trabajos, y Alemania entera rindió homenaje a Alberto Thaer, en 1827, en ocasión de cumplir este reformador setenta y cinco años; incluso el genio de Weimar celebró su obra en versos maravillosos. En la fiesta tomó parte el joven Justo Liebig que, a la sazón, sólo contaba veinticuatro años y cuya famosa obra La Química aplicada a la Agricultura y a la Fisiología iba a aparecer doce años más tarde. Este libro contenía precisamente la teoría de las substancias nutritivas minerales de las plantas; teoría que, de haber sido conocida por Thaer, hubiera provocado una revolución radical en la Agricultura. Si bien la importancia del nitrógeno había sido ya establecida antes de Liebig, éste puso de relieve el valor de la potasa y los fosfatos ; solamente después de él comenzó el abono racional del suelo. Abandonóse el sistema tradicional de abonar el suelo sin saber las substancias que cada planta necesita, las que contiene la tierra y las que es preciso suministrarle.

Los resultados obtenidos en el curso de los últimos cincuenta años fueron registrados por Liebig. Y ¡qué resultados! Mientras medio siglo atrás se obtenían en Alemania 13 quintales métricos de trigo por hectárea, antes de la guerra se lograban 24 ; en Holanda los rendimientos subieron, en igual espacio de tiempo, de 17 a 31 quintales métricos. En Alemania, Holanda y Bélgica la cosecha de centeno por hectárea se duplicó.

Resulta, pues, que en el siglo transcurrido desde la muerte de Malthus, se ha producido precisamente lo contrario de lo que él pronosticó, es decir, que el contingente de población ha crecido más lentamente que las existencias de pan.


Fig. 10

En esos cien años la población de Europa ha aumentado en dos veces y media, y las cosechas se han cuadruplicado, lo cual debe atribuirse, no sólo al mejor sistema de abono, sino también al desecamiento de pantanos, a la irrigación de comarcas secas; en una palabra, al ensanchamiento de la superficie cultivable. Pero lo que sí debemos agradecer exclusivamente a Liebig es el hecho de que en el espacio de medio siglo las cosechas se hayan duplicado; eso lo debemos únicamente a aquel caudillo de la Ciencia que, sin acudir a las guerras, duplicó en Europa la base territorial de la Agricultura.

Liebig ayudó al hombre a vencer al suelo. Pero la historia no ha terminado con esto. Una vez el hombre hubo derrotado al suelo la emprendió con el clima, y por nuestros ojos podemos darnos cuenta de cómo va progresando cada día, camino de la victoria. Por segunda vez da la réplica a Malthus. ¿De qué manera?


Fig. 11. ¡También una eminencia de generales!

Cerca de Brno (Brünn) existe un convento de monjes agustinos, rodeado de un jardín maravilloso y umbrío. En este jardín vió transcurrir sus horas de esparcimiento un monje, el hermano Gregorio Mendel. Era profesor del instituto de Brno y fue designado para el cargo únicamente porque el convento tenía el compromiso de suministrar al referido centro docente un determinado número de maestros. Los estudios no habían sido fáciles para el hijo de campesinos Johann Mendel (el nombre de Gregorio lo adoptó al entrar en el claustro). Por dos veces, cuando menos, le suspendieron en Viena en el examen de Ciencias naturales ; pero el hombre era un digno religioso y, más tarde, fué elegido prior de su convento. Ocupábase asiduamente del jardín del monasterio, jardín que estaba por completo bajo su dirección.

Ninguno de cuantos le rodeaban comprendía, ni podía comprender, las actividades del religioso entre sus plantas. Su obra trascendental Ensayos sobre hibridaciones vegetales la dió a la publicidad en las páginas de la revista Verhandlungen des Naturforschenden Vereins in Brünn, publicación muy poco apropiada para granjear a sus colaboradores fama universal. Cuando Mendel falleció, en 1884, una enorme multitud acompañó sus restos mortales, asistiendo también gran número de habitantes de Viena. Ninguno de los que asistían al entierro pudo sospechar que llevaba a la tumba al más grande de los fisiólogos del siglo XIX, el fundador de la doctrina de la herencia.

Fue necesaria una larga labor de investigación para comprender la obra de Mendel. Solamente al cabo de treinta y cinco años, después que los tres sabios Correns, de Vries y Tchermak hubieron llegado a idénticos resultados que Mendel, decidiéronse a revolver los archivos de Brno en busca del trabajo del maestro. Al estudiarlo pudo verse que Mendel, en su jardín, había observado y explorado los más recónditos secretos de la Naturaleza. Mediante cruzamientos de plantas y creación de nuevas especies de ellas (híbridos) llegó a descubrir la ley fundamental en que se basa la transmisión hereditaria de los diversos caracteres. También antes de su tiempo se habían practicado crías de nuevas razas, particularmente animales ; pero se procedía a la buena de Dios, del mismo modo que antes de Liebig se abonaban los terrenos, sin noción de la regularidad que preside estos fenómenos. Después de Mendel la cría pasó a ser una ciencia exacta, y desde entonces, cuando se cruzan dos especies, se sabe de antemano las variedades que pueden obtenerse.

En el siglo XX la doctrina mendeliana de la herencia se ha desarrollado hasta convertirse en una ciencia importantísima. Posee cátedras en todas la Universidades, innúmeras revistas se ocupan de ella, organízanse Congresos y se han elevado no pocos monumentos a la memoria de su fundador. Los estudios sucesivos han ido mostrando los vastísimos horizontes abiertos por el monje del jardín del monasterio de Brno. Mendel probó únicamente cómo se transmiten los caracteres, pero debía surgir la doctrina de las mutaciones para que fuese posible empezar a comprender la ley que preside a la aparición de características nuevas. Hoy, gracias a la Citología, podemos saber cuáles son los verdaderos fundamentos de la herencia. Y cuando los floricultores entraron en acción pudo demostrarse que, en adelante, pueden criarse especies vegetales que responden a unas demandas previamente establecidas.

Los suecos fueron los primeros en lanzarse al terreno de la experimentación, con trigos resistentes a las heladas y de rápida maduración. Siguiéronles los americanos y canadienses, con ensayos en gran escala y resultados sorprendentes. Aparecieron jardineros que resultaban verdaderos « magos ». En California, Luther Burbank consiguió producir un cacto sin fibras ni espinas, una ciruela sin hueso, una zarzamora blanca y transparente del tamaño de una nuez, una nuez grande como una mandarina, una adormidera gigante — la « flor nacional » de California —, un lirio gigante y otro enano. Cruzó la zarzamora con la frambuesa, la ciruela con la almendra, y del cruzamiento de la planta de tabaco (nicotiana) con la petunia obtuvo una flor inconcebible, la nicotunia.

Independientemente de Burbank, trabajó en la pequeña ciudad rusa de Koslov otro jardinero, J. W. Michurin, quien logró producir frutas y verduras capaces de madurar en climas rigurosos, y obsequió a los habitantes del Norte de Rusia con fresas, frambuesas, cerezas y manzanas de Crimea. A ello se debió que fuera cambiado el nombre de la villa de Koslov por el de Michurinsk, en ocasión de cumplir el famoso jardinero sus ochenta años.

Los alemanes tardaron bastante en emprender la aplicación experimental de la doctrina de su compatriota. Antes de la guerra, Alemania era el primer país por sus reservas de semillas, así como fué también el primero en estandartizarlas, de tal modo que las vendía al mundo entero. Con el centeno se consiguieron éxitos magníficos. Ferdinand Jost von Lochow trabajó desde 1879 hasta su muerte, es decir, durante cuarenta y cinco anos, en su propiedad de Petkus, dedicado al mejoramiento de las variedades del centeno, ocupándose también de otras plantas y animales, habiendo pasado por sus manos 45 generaciones de maíz, altramuz, alfalfa y avena, así como muchas de cerdos y caballos. Su mayor triunfo, empero, constitúyelo el famoso centeno de invierno de Petkus. Lochow difundió profusamente la semilla de este cereal, y hoy el 90 % del centeno alemán deriva de la variedad por él creada.

Hasta después de la guerra Alemania no se dedicó en gran escala a las plantaciones experimentales. Actualmente se trabaja en este sentido en muchas localidades ; pero el centro de estos estudios se halla en el Instituto del Emperador Guillermo de Müncheberg (Kaiser-Wilhelm-Institut für Züchtungsforschung). De allí partió la magna campaña que debía conducir a la victoria sobre la Naturaleza. Consignemos algunos ejemplos.

Todos sabemos que la vid sufre de ciertas plagas, particularmente del mildeu. Combatirlo con medios químicos no resuelve radicalmente el problema y, por otra parte, cuesta a los viticultores más de 25 millones de marcos anuales. Hoy se procura obtener un sarmiento capaz de hacer frente a todos los parásitos, para lo cual se cruza la vid alemana, delicada y vulnerable, con la americana, más resistente. Inocúlase luego varias enfermedades a los nuevos tipos resultantes y se elige después los que han salido airosos de la prueba para aplicarlos a la mejor vid alemana, la cual estará ya en condiciones de resistir a todos los ataques del microscópico enemigo.

Este acondicionamiento desempeña importantísimo papel en los ensayos que se realizan en Alemania. Para los países de extensión enorme, parte de la cual está ocupada por desiertos y tundras, es de sumo interés el cultivo de plantas capaces de resistir al frío y a la sequía. En Alemania se persigue una finalidad análoga con las plantaciones de la patata y el tomate « tempranos », resistentes a las heladas. La agricultura germana tiene interés especial en el cultivo de este tipo de patatas, en primer lugar porque es necesaria para el aprovechamiento sistemático de la mano de obra y, en segundo, porque permite prescindir de la importación de la clase «temprana» del Sur. Estos trabajos se realizan asimismo en el Instituto de Müncheberg. Al efecto se procede a la aclimatación de una clase del referido tubérculo que madure en montañas elevadas, como en los Andes, por ejemplo, y que, en consecuencia, pueda madurar en Alemania antes de primavera. Como esta clase da una patata muy pequeña y escaso rendimiento por hectárea, se la cruza con la alemana, mayor y más fecunda.

Este ensayo se halla aún en vías de realización, pero no cabe duda de que dará los resultados apetecidos. Aun sería más interesante, empero, lograr un tipo de patata inmune a las enfermedades. En Alemania, casi la tercera parte de la cosecha se pierde a causa del «cáncer de la patata», de tan desastrosos efectos. Crear una clase inmunizada contra esta enfermedad equivaldría a ahorrar muchos millones a la economía de aquel país.

Al lado de las plantas que sirven de modo inmediato a la alimentación del hombre, los forrajes ocupan hoy lugar preeminente. De la obtención de una cantidad suficiente de ellos depende la producción de la mantequilla, leche, tocino, grasa e incluso lana. Hasta hoy ha sido muy corriente abonar los campos con altramuces, debido a que sus raíces tienen la propiedad de aportar al suelo substancias nitrogenadas. En cambio, su parte herbácea puede decirse que se pierde para la Economía, porque contiene alcaloides amargos e incluso tóxicos. Los ganados no comen altramuces, y aunque se mezcla con ellos otras hierbas, se pierden preciosas substancias albuminoideas. Tratábase, pues, de obtener altramuz sin lupinina (alcaloide del altramuz). Habiéndose observado que, entre los altramuces, se encuentra a veces ejemplares exentos de alcaloides, se procedió a seleccionarlos y crear con ellos una nueva variedad. Para ello fue preciso idear un procedimiento especial de análisis químico, después de lo cual vino una labor ímproba, interminable y cuidadosísima relativa a las posibilidades de selección y cruzamiento Como premio de tanto esfuerzo recolectóse en 1931 el primer quintal de altramuz, y seis años después iban sembradas, en Alemania, más de cien mil hectáreas de este vegetal.

El primer director del referido Instituto, el gran especialista alemán Erwin Bauer, fallecido en 1933, había nacido en Badén y procedía de una región donde el tabaco y la fruta son los principales productos agrícolas. Por eso consignó en su «programa de Müncheberg» la finalidad de obtener variedades resistentes de tabaco y  frutales inmunes a las heladas y a los parásitos. A tal objeto organizóse en el Instituto una. sección especial dedicada exclusivamente a los ensayos sobre frutas; además, funciona allí un « Departamento del tabaco » que realiza sus experimentos en íntima colaboración con el «Instituto de investigación del tabaco» del Reich. Trátase de producir una planta exenta de nicotina, que permita prescindir de las prohibiciones del médico. No obstante, es aún más actual y de necesidad apremiante la producción de frutales y plantas de tabaco capaces de resistir a los múltiples enemigos que las acechan. El tabaco sufre particularmente de los ataques de un parásito que devora sus hojas cual si fuese fuego ; de ahí el nombre de «fuego salvaje» (Wildfeuer) que los alemanes dan a esta enfermedad. Los frutales, especialmente los manzanos, sufren del fusicladio que devora anualmente manzanas por valor de 50 a 60 millones de marcos. Contra esos enemigos se lucha sin descanso ; pero, además, los campeones del frente de aclimatación han de llevar a término «objetivos más fáciles», como son, por ejemplo, volver la famosa ciruela alemana Zwetschge a su antiguo esplendor y obtener frutales resistentes a las heladas. Todos recordamos aún el terrible invierno de 1928-1929 en que los hielos destruyeron en Alemania árboles frutales por valor de 600 millones de marcos.

Esta es, pues, la ciencia que fundó el digno monje agustino de Brno ; la más misteriosa y audaz de todas las ciencias que conocemos y en cuyo fondo no podemos penetrar sin que un ligero estremecimiento sacuda nuestro cuerpo. Los trabajadores técnicos del Instituto de Müncheberg, sin embargo, no retroceden ante nada, ni ante nada se detienen. A través del microscopio escrutan y contemplan hasta aquel «fenómeno prístino» que Goethe buscaba. Ellos ensanchan los espacios terrestres y vencen a los climas. La química agrícola de Liebig, conjugada con la doctrina mendeliana de la adaptación al medio, ha elevado a infinita potencia la capacidad de producción de nuestros campos.

Y ahí se revela el sentido más profundo de la actividad de Mendel. Como Malthus, era también religioso. No obstante, mientras el sacerdote inglés impugnó el mandamiento: «Creced y multiplicaos», el fraile austríaco lo reafirmó y lo sostuvo. « Procread y poblad la Tierra », enseñó, «y el Padre que está en el Cielo cuidará de vuestro sustento, aunque a condición de que os lo creéis y procuréis con el sudor de vuestra frente».


Proveedores y consumidores

En realidad, Europa nunca pudo satisfacer sus necesidades con sus propias existencias de cereales. En la Edad Media su contingente de población era menor que en la actualidad, pero también la superficie de terrenos cultivables era mucho más reducida y cada hectárea daba poco grano. La Hansa importaba trigo de Polonia y de los países Bálticos a Alemania, Holanda, Inglaterra, España y Portugal. Hasta los siglos XVII y XVIII no empezaron a decrecer las cifras de importación de cereales, como consecuencia del aumento de las tierras de cultivo y del perfeccionamiento de la técnica agrícola.

Los granos importados se limitaban casi exclusivamente al trigo. En épocas anteriores, cuando los transportes eran muy costosos, los comerciantes no se atrevían a llevar a grandes distancias los demás cereales. Con frecuencia los pequeños veleros encargados de transportarlos naufragaban, sufrían averías o llegaban con el grano mojado y deteriorado. El peligro de pérdida era grande, pero se arriesgaban a él por el beneficio. Hoy los transportes se han perfeccionado y han bajado tanto, que permiten cargar, además de trigo, otras especies cereales más baratas, como centeno, cebada y maíz; y no ya trillados, sino con la paja. Sin embargo, el trigo sigue siendo el principal de los cereales objeto de comercio ; el incremento que han experimentado en los últimos tiempos las capitales europeas ha aumentado también enormemente el consumo del pan de trigo. El ciudadano condenado a escaso movimiento al aire libre y que come carne, aprecia mucho aquel pan, así como también lo prefiere el obrero industrial.


Fig. 12. Abastecimiento mundial de trigo

En 1931 cruzaron los océanos y circularon por las vías férreas 20 millones de toneladas de trigo y 3 millones de toneladas de harina de este cereal. En cambio, la cifra se elevó, para el maíz, a 12 millones de toneladas, a 4 para la cebada y a 1,5 para el centeno.

Casi todos esos cereales vienen a confluir a Europa, el consumidor principal. En promedio, el europeo de Occidente no come mucho menos trigo que el habitante de Ultramar; pero como el contingente de población de América y Australia es mucho menor que el de Europa, se comprende el excedente de consumo de esta parte del Globo.

El hecho es tanto más notable cuanto que Europa es el continente que más cantidad de cereales produce. La tercera parte de la producción mundial de trigo se recolecta en sus campos; pero, en cambio, consume la mitad del que se recoge en toda la Tierra. Ambas Américas dan casi el 30 % del trigo total, mas no consumen sino una quinta parte de él y exportan el resto. Asia y África consumen el trigo que producen y aun lo importan, si bien en escasa cantidad. Australia, a la que corresponde solamente del 2 al 3 % de la cosecha mundial, puede exportar trigo en grandes proporciones.

Resulta, por consiguiente, que los «graneros» que alimentan al mundo son solo unos cuantos y que, por fortuna, se hallan distribuídos muy acertadamente en los varios continentes. Si, por ejemplo, en una parte del mundo falla la cosecha, en otra, en cambio, es abundante; además, nunca nos encontramos desprovistos de grano fresco, puesto que no hay mes del año en que las doradas mieses no engalanen los campos de una u otra región del Globo.


Los antiguos graneros

El más antiguo de los graneros del mundo se halla diseminado en torno al Mediterráneo. Todos los países colindantes con él por el Sur y por el Este vienen cultivando el trigo desde los tiempos más remotos. Todavía durante el siglo XIX Egipto exportaba este cereal (actualmente lo importa, aunque en reducida cantidad). El trigo crece bien en Marruecos, Argelia y Túnez, y los tres países lo venden al extranjero. También prospera en el Asia Menor, donde, sin embargo, la producción no es hoy abundante.

De todos los países europeos, el más rico en trigo es Francia, cuyas regiones norteñas son también las más adelantadas en la técnica de su cultivo, contrariamente a las meridionales, donde la explotación es aún bastante mediana. Desde el año 1875 al 1925 el rendimiento promedio de las cosechas de Francia subió sólo de 11 a 14 quintales métricos por hectárea; en cambio, en los últimos siete años alcanzó 17 quintales métricos (Alemania, 22 ; Bélgica, 27 ; Holanda, Dinamarca, 31).

En Francia es muy crecido el número de las pequeñas explotaciones rurales y arrendatarios que no se hallan en situación de adquirir maquinaria agrícola ; en cambio, suelo y clima son excelentes, y Francia podría cubrir sus necesidades con el trigo del país y una pequeña importación de Argelia, si el grano indígena no fuera muy «blando» y no fuese muy pobre en gluten.  Esta circunstancia obliga a los franceses a importar trigo « duro » que, mezclado con el del país y molido en las grandes molinerías del Sur, es exportado después a las colonias.

Italia, como Francia, produce mucho trigo, aunque no el suficiente para alimentar a toda su población. Este cereal se cultiva en todos los puntos de la península Apenina, siendo los centros principales la llanura del Po, las laderas orientales de la cordillera y Sicilia. El rasgo más característico de Italia es el cultivo de montaña ;  una cuarta parte de todos sus trigales está emplazada en comarcas montañosas, la mitad en colinas, y sólo la cuarta parte restante está en la llanura


Fig. 13.   Regiones trigueras de Europa

En la provincia de las Marcas, muy montañosa, la tercera parte del suelo son campos de trigo, y si los turistas hubiesen visitado la región, nunca habría surgido la leyenda de anteguerra de la «pereza italiana». No existe allí un palmo de suelo donde asome la tierra o donde la mano del hombre haya podido limpiarlo de piedras, que no esté sembrado de trigo. Desgraciadamente, los italianos no pueden elaborar sus apreciadísimos macarrones únicamente con el trigo indígena que, como el francés, es demasiado « flojo ».

En Alemania el suelo, salvo raras excepciones, no es tan bueno para el cultivo del trigo como el de Francia, para no hablar ya de otros países. Cuando los habitantes de las «tierras negras», americanos o rusos, tienen ocasión de contemplar los trigales alemanes, se quedan admirados de que de unas tierras tan pobres se obtengan cosechas que dejan muy atrás a las de sus feracísimos campos.


Fig. 14.
Gracias a los nuevos métodos de explotación agrícola y a la ampliación de las superficies cultivables, los rendimientos de las cosechas aumentaron en Alemania en una proporción que en el siglo XIX le permitió no solamente satisfacer las demandas del país, sino incluso exportar en cantidad considerable. Hacia el año 1880 todos los terrenos que se prestaban al cultivo del trigo estaban ya destinados a él (cuando menos así lo parecía entonces). Pero la población crecía en gran escala, proseguía el desarrollo de las ciudades, y las demandas de trigo aumentaban de tal manera que la producción indígena no bastaba ya a cubrirlas. Cada día veíase Alemania forzada a importar más trigo, principalmente de Rusia, después de los Estados Unidos, República Argentina y Países danubianos. Terminada la guerra, las cosechas de dicho cereal disminuyeron notablemente, menos por causa de las pérdidas de territorio (Polonia recibió principalmente comarcas de centeno) que como consecuencia de la grave crisis agrícola que se produjo, crisis que afectó especialmente al cultivo del trigo, debido a que éste requiere inversiones de capital superiores a las que exige el del centeno. Teniendo en cuenta esas circunstancias, parece increible que la cosecha de trigo de 1932 sobrepasara en un 7 % la de la Alemania de anteguerra (1913). Si sobre el mapa del Reich de antes de 1914 dibujamos la extensión del actual, sin el Ostmark, veremos que el rendimiento en trigo dentro de las fronteras de hoy excede en un 25 % al de aquella fecha. Actualmente, Alemania importa mucho menos trigo que antes de la gran conflagración; entonces la tercera parte de la demanda se cubría con grano extranjero; en 1936, la importación se limitó solamente a la sexta parte del consumo.

De los países de la Europa septentrional, Holanda, Dinamarca, el Sur de Suecia e Inglaterra cultivan el trigo en poca cantidad. En Inglaterra este cereal prospera principalmente en la parte meridional del país, y la cosecha no basta, ni con mucho, para cubrir la demanda nacional. Produce algo más de 1 millón de toneladas e importa más de 5 millones (en ciertos años casi 6 millones), es decir, la tercera parte del trigo que exportan todos los demás países del mundo juntos.

La gran faja de trigo de Europa empieza en la llanura danubiana (Hungría) y se extiende desde allí hasta el mar Negro, llanura inmensa que, a través de los Balcanes, Bulgaria, Rumania y la Rusia meridional, penetra hasta muy adentro del Ural, constituyendo el granero eurasiático, el mayor del mundo. Allende el Ural continúa, penetrando en la Siberia occidental.


Fig. 15

La sequedad del clima, que aumenta a medida que se avanza hacia Oriente, dificulta la labor del campesino y pone en peligro la cosecha; en cambio, el trigo obtenido es más «fuerte», más duro y con más gluten, tal como lo prefieren los panaderos, pasteleros y fabricantes de pastas para sopa.

Antes de la guerra, Rusia exportaba cantidades enormes de trigo. En otoño, el grano se transportaba en trenes y barcos que descendían por los ríos, a las orillas del mar Negro ; todo el tráfico de otras mercancías quedaba interrumpido en aquella época del año, y aquella avalancha de trigo salía por el Bósforo y los Dardanelos para dirigirse a Europa. Por eso Rusia tenía tanto empeño en ejercer su control sobre los Estrechos, el bloqueo de los cuales, en 1912, cuando la guerra turcoitaliana, costó al Imperio moscovita más de 700 millones de pesetas. Esta circunstancia provoco gran descontento entre los grandes terratenientes y negociantes en cereales ; los Bancos que financiaban la exportación del trigo de Rusia hallábanse principalmente sujetos a la influencia francesa y, por su parte, apoyaban también la agitación encaminada a la conquista de la Hagia Sophia. Así fué cómo el apacible trigo hubo de pagar también su óbolo al demonio de la guerra.


Fig. 16.    El granero de la India

El granero indio podría ser uno de los más ricos del mundo si la técnica agrícola y el nivel cultural del campesino hindú estuviesen a mayor altura. En la India se cultiva el trigo en la región Noroeste y en los valles del Indo y el Ganges, donde los ingleses han construido grandes embalses para el riego. En este país la producción de trigo viene en tercer lugar, inmediatamente después de la de arroz y mijo; la exportación no tiene regla fija, pues mientras unos años alcanza cifras considerables, otros es casi nula. En el fondo, la India sólo se abastece a sí misma y aun en proporción insuficiente.


La epopeya del trigo

La historia de los graneros más recientes es la de la colonización del Nuevo Mundo por medio del cultivo del trigo. Desde la época en que los conquistadores arios llevaron este cereal a la India superior, el trigo ha venido siendo, hasta nuestros días, el compañero inseparable de los colonizadores de nuevas tierras. Este papel del trigo puede seguirse también a lo largo del Mundo Antiguo; por su cultivo colonizáronse el Sur de Rusia, las comarcas del otro lado del Volga y la Siberia occidental. No obstante, aparece con mayor relieve en la historia del Nuevo Continente.

Por ello sabemos la importancia que tenía el maíz para los colonizadores europeos ; durante el primer período, esta planta tuvo valor incalculable. Pero el hombre blanco no dejaba su patria por tierras desconocidas, ni se decidía a sostener una guerra de cien años contra los pieles rojas, ni cruzaba los mares y talaba los bosques vírgenes para trocar precisamente su pan de trigo por gachas de maíz. Solamente cuando hubo creado los enormes graneros de trigo se dió clara cuenta de que aquel país era suyo.

Una vez terminado el cruento « romanticismo indio », los colonos de las costas atlánticas lanzáronse en tropel hacia el interior, hacia el Oeste. Ingleses, alemanes, suecos e irlandeses  emprendieron  la  ruta  a través de las llanuras inmensas, cargados con todos sus efectos y acompañados de sus familias, montados en las entoldadas carretas. Así fueron poblándose los Estados que, por el Este, limitaban con el gran Océano. Pero los mejores trigales de los Estados Unidos se hallan en el Oeste, lejos del mar y de sus húmedos vientos; ahí fué donde se establecieron las gentes que, habiendo actuado como soldados durante la guerra civil, recibieron con la licencia lotes de terreno. Entonces comenzó también a desarrollarse la red ferroviaria, siendo los trenes un nuevo elemento de colonización.


Fig. 17.  La zona triguera de los Estados Unidos.

Al empezar los americanos a exportar trigo, vióse que serían unos peligrosos competidores de Rusia ; a fines del siglo pasado provocaron una baja tal en los precios que eliminaron toda competencia. Si pudieron hacerlo debióse a que allí las tierras podían adquirirse en condiciones de baratura y extensión mucho mejores que en la angosta Europa. Desde el Este hacia el Oeste, el número de granjas aumentaba en progresión constante. Entre los colonos alemanes de Wisconsin la extensión media de las granjas es de 32 hectáreas, en el occidente de Dakota meridional de 185, y en las Praderas y California llega a alcanzar la cifra de 1.000 hectáreas. En haciendas de esta magnitud las máquinas pueden dar un rendimiento formidable, y sabido es que son mucho más usadas que en Europa (no hablemos ya de la Rusia de anteguerra). A principios de siglo trabajaban ya en los Estados Unidos « gavilladoras mecánicas » y segadoras-trilladoras combinadas. Las fotografías antiguas dan una singular idea de esas gigantescas y pesadas máquinas, precursoras de las modernas Combines; 16 caballos tiran del inmenso armatoste ; diríase que son ratas uncidas a una máquina de coser.

Los americanos emplean el abono en menores proporciones que los europeos ; en cambio, son muy ingeniosos en la lucha contra la sequía de las estepas. Hacia el año 1880 empezaron a utilizar el método llamado del dry farming, consistente en labrar ya en otoño el suelo que será sembrado en primavera, pero haciéndolo de modo completamente superficial para que la humedad de las lluvias otoñales y la fusión primaveral de nieves no penetre en el fondo. Antes de la siembra se labra la tierra por segunda vez. Merced a este sistema, los terrenos cultivables han podido avanzar hasta muy adentro de la región de las praderas secas.

También en el Canadá extendióse el trigo de Este hacia Oeste, habiendo sido los franceses los padres de la agricultura canadiense. El fundador de Quebec, Champlain, estableció en 1608 la primera granja a orillas del río San Lorenzo. La agricultura era entonces primitiva ; los colonos poseían poco ganado y carecían de dinero para comprarlo. Cuando la nueva Inglaterra se independizó de la vieja y nacieron los Estados Unidos, parte de los ingleses que se habían mantenido fieles a la Corona británica, los llamados « realistas », se trasladaron a Quebec, llevando consigo ganados y contribuyendo al florecimiento de la agricultura canadiense. Sin embargo, el país no podía desarrollarse por causa de la escasez de habitantes ; en la época en que pasó a manos de los ingleses, la población no excedía de 65.000 almas, agrupadas a lo largo del San Lorenzo. Entonces la región situada entre los lagos y el Hudson, es decir, lo que hoy es Ontario, llamábase « el salvaje Oeste ».

A mediados del siglo pasado, el Canadá exportaba ya de Quebec y Ontario una cantidad considerable de trigo. Como en Inglaterra el trigo canadiense y su harina pagaban aranceles notoriamente inferiores a los del norteamericano, éste era expedido al Canadá y de allí, una vez molido, se remitía a Inglaterra. Este fue el origen de la próspera industria de molinería de Toronto y Montreal.

Poco duró tanta ventura, ya que Inglaterra sacrificó los intereses de sus colonias en aras de la industria metropolitana, la cual necesitaba pan barato para poder seguir pagando ínfimos salarios a sus obreros y, en consecuencia, mantener bajo el coste de las mercancías manufacturadas. Al ser elevados los aranceles de importación para los cereales, los americanos pudieron ya prescindir de la intervención canadiense, y el trigo afluyó a las Islas Británicas procedente de los Estados Unidos, Rusia, India, Francia e incluso de Alemania. Empezaron días aciagos para el Canadá y, especialmente, para sus empresas de molinería.

La « coyuntura » restablecióse durante la guerra entre los Estados del Norte y los del Sur. En aquellos años el trigo penetró intensamente hacia el Oeste del Canadá y, por los años de 1890, había llegado ya, a través de Ontario, hasta Manitoba; veinte años más tarde, Saskatchewan iba a la cabeza en la producción de trigo. La guerra mundial dió nuevo impulso a este cultivo, y en la actualidad Alberta es ya un gran centro de producción del referido cereal.

Pero la expansión del trigo no se produjo solamente hacia el Oeste, sino también hacia el Norte. La historia de este proceso es una verdadera epopeya, un capítulo magnífico de la historia de la Humanidad escrito en los nevados campos de dos continentes por aquel monje alemán que en su jardín de Brno estudió experimentalmente sus «leyes» de hibridación de las plantas.

Las mejores variedades de trigo canadiense, las más apreciadas hoy de todo el mundo, proceden de la clase rusa. El famoso durum fue llevado a América, a fines del siglo último, por los Dujoborzen, secta religiosa rusa a la que el Gobierno perseguía porque sus adeptos se negaban a cumplir el servicio militar.

Las muestras de trigo que los Dujoborzen llevaron a los Estados Unidos atrajeron la atención de un americano que a la sazón actuaba como colaborador científico en la Estación oficial de Ensayos de Manhattan (Kansas). Llamábase M. A. Carlton, aunque sería trabajo inútil buscar sn nombre en la « Biografía General de América » o en otra enciclopedia americana cualquiera. Ni siquiera lo menciona la omnisciente «Britannica». Y en realidad, ¿es que vale la pena de mencionarlo? Después de todo, no hizo otra cosa que introducir en América las variedades «duras» de trigo ruso ghirka, kubanka y charkowka, de las cuales obtuvo el durum, con lo cual creó, así, tal como suena, el granero americano. En busca de un trigo capaz de resistir al rudo clima del Oeste americano y a los parásitos y demás enfermedades del país, recorrió, a expensas suyas y por dos veces, toda Rusia, de donde obtuvo centenares de muestras que estudió luego durante años y años en sus nuevas condiciones de vida, hasta lograr al fin conquistar la pradera para el trigo.

Carlton dedicó a esta labor su vida entera, sacrificando por ella su salud y su fortuna, hasta el punto de verse cargado de deudas y tener que renunciar a su empleo en el Departamento Agrícola. Cuando su hija enfermó mortalmente, no le quedaba al padre dinero para cuidarla.


Fig. 18

El hombre murió, abandonado de todos, en 1925, de malaria, en el Perú, adonde se había trasladado por haber encontrado allí una «colocación» y esperaba poder pagar sus deudas de su sueldo — con el tiempo... Contaba entonces cincuenta y nueve años.

¡Con cuánta holgura no habría podido vivir si no se hubiese apoderado de él, en su juventud, el demonio del trigo!

El arte de la obtención de ciertas clases (selección) llegó en América a un notable grado de desarrollo. Los canadienses concentraron todos sus esfuerzos en conseguir las variedades «duras» y «resistentes» capaces de madurar en el corto período del verano septentrional, siendo otra vez los rusos quienes suministraron los materiales. El escocés Fife llevó de Rusia un tipo de trigo que había de producir el célebre Manitoba, al cual debió el Canadá su fama antes de la guerra.

Después asociáronse las variedades red Fife y marquis, cuyos granos, pequeños y de color rojo oscuro, maduran diez días antes que los del Fife y dan una harina blanca ideal. Del marquis obtúvose luego una nueva clase, el Garnet, que madura aún diez días más pronto.

Esas variedades de maduración rápida brindan al canadiense la posibilidad de ir llevando su agricultura cada vez más hacia el Norte. El mismo concepto de «Norte» empieza ya a modificarse. Las inmensas extensiones de terreno que hasta la fecha se han considerado como eternos páramos, van convirtiéndose en magníficos campos de cultivo. ¿Cómo podía soñar el lapón que había de llegar un día en que los renos le ayudarían a transportar el trigo de sus campos?

Junto con el Canadá, Rusia domina casi toda la zona ártica del Globo. Y hoy los canadienses pagan a los rusos su antigua «deuda»: les brindan las variedades de trigo propias para ser cultivadas en el Norte, y los rusos las reaclimatan en su país y las plantan en las regiones polares de Europa y en Siberia.

Con rapidez inaudita, el trigo argentino se ha conquistado un puesto de primera fila en el mercado mundial. Hacia el año 1880 su producción apenas si bastaba a alimentar la escasa población del país; treinta años más tarde, la República Argentina exporta más trigo que los Estados Unidos de entonces y, después de la guerra, tanto como la Rusia de antes de 1914. Este éxito débese exclusivamente a la colonización del país por emigrados europeos. Todos los ensayos realizados para conseguir una colonización en gran escala fracasaron hasta el día en que entró en escena el ferrocarril. En seguida empezaron los latifundistas argentinos a ceder terreno en arriendo a los colonos. De este modo fue poblándose poco a poco la provincia del Plata, la región por excelencia del trigo en todo el hemisferio austral. En comparación con Europa, en la República Argentina la explotación del suelo es primitiva, aunque se utilizan numerosas máquinas recolectoras; el abono de los campos, empero, es insuficiente y por ello el rendimiento de las cosechas es muy bajo.
En cambio, en ciertos respectos, la República Argentina aventaja a las tierras del Norte. Su cosecha madura en diciembre y los cargamentos llegan a Europa en febrero o marzo, es decir, cinco meses antes de la recolección europea. En aquella época la República Argentina tiene un solo competidor : Australia.

Algunos años Australia exporta tanto trigo como la República Argentina y más que los Estados Unidos, a pesar de que la capacidad productiva de estos países es notablemente superior a la de aquél. En años favorables, la República Argentina ha llegado a exportar el doble. Los resultados que se obtienen en Australia con el cultivo del trigo son asombrosos; el suelo es allí, por lo general, pobre, el país sufre de sequía, y en algunas regiones la explotación agrícola es solamente posible por el método del dry farming.


Fig. 19.  Granero de Sudamérica

Así, por ejemplo, hoy se trabaja en Victoria una extensión de 4 millones de hectáreas que, hasta hace poco, era considerada como desierto. Como las deficiencias del terreno, también la escasez de hombres espoleó el espíritu inventivo. En vista de que, en 1842, la cosecha no pudo ser recogida por falta de mano de obra, el molinero John Ridley ofreció su máquina recolectora, gracias a la cual fue posible, ya el año siguiente, segar 4 hectáreas por día, con sólo el auxilio de dos hombres y dos caballos. Entonces las costumbres australianas eran sencillas, y Ridley, que no se había preocupado de patentar su invento, abrió una pequeña fábrica y se puso a vender sus preciosas máquinas a sus vecinos. De este modo fué encontrado el principio de la Harvester y de la Combines, difundidas hoy por el mundo entero y que, sumamente perfeccionadas y motorizadas, siegan los campos del Canadá, Estados Unidos y Rusia. En la América del Sur estas máquinas siguen denominándose « australianas ».


Fig. 20.    Granero australiano

No les costó poco trabajo también a los australianos el obtener unas variedades de trigo capaces de prosperar en su clima y en su suelo. El joven matemático de Cambridge, Guillermo Farrer, que llegó a Nueva Gales del Sur entre 1880 y 1890, dedicó a esta obra todo el resto de su vida. Obtuvo más de 30 clases diferentes, una de las cuales pudo ser finalmente introducida en todas las explotaciones agrícolas australianas en 1902. Los historiadores de Australia observan que Farrer realizó una empresa que a muy pocos hombres ha sido dado llevar a término : la de transformar el paisaje australiano. Los dorados campos que habían predominado antes fueron reemplazados por otros intensamente bronceados.

De momento, aquí termina para nosotros la «epopeya del trigo». Falta mucho, sin embargo, para que termine definitivamente.



"Las riquezas de la tierra, geografía económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.