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El
   pan nuestro de cada día
                          
                  
           
                  
  Diez   mil
   años
        
      No hace tanto tiempo que comemos el pan elaborado en la forma en que
 hoy   se prepara y, sin embargo, el trigo común viene sirviendo de
 alimento   al hombre desde épocas remotísimas. Llegó
 a nosotros   procedente del cercano Oriente, es decir, de las regiones ocupadas
 actualmente   por Persia, la parte meridional del Turquestán, Transcaucasia
 y Turquía.   Durante mucho tiempo se creyó que dichos países
 eran la patria   originaria del precioso cereal ; pero hallazgos recientes
 han venido a demostrar   que tanto él como la cebada eran objeto
de  cultivo en las regiones   litorales del Mediterráneo ya durante
la  época neolítica,   es decir, hará unos ocho o diez
mil  años.
        
      El centeno y la avena, en cambio, llegaron a Europa posteriormente
y  no  cabe duda de que por otro camino. El centeno procedía de las
orillas   del mar Negro, y las huellas más antiguas que de él
se conocen    en nuestro Continente se han encontrado en la región
intermedia entre   los Alpes y los Cárpatos. Un hallazgo testifica
también la  presencia del centeno en el Sur de Francia unos cinco
mil años antes  de nuestra Era, si bien los primeros indicios de su
cultivo datan de fecha  posterior. Resulta muy interesante la relación
que existe entre el  centeno y el trigo, y que han puesto de relieve los
estudios de arqueólogos  y botánicos. En los climas cálidos
de Asia el centeno crece  en estado silvestre entre los trigos, y es probable
que, mezclado con éstos   como un indeseable llegara a regiones más
septentrionales, donde,  al encontrarse con condiciones climatológicas
más rudas, se  emancipó muy pronto, conquistándose una
categoría igual  a la del trigo. Este hecho parece que tuvo lugar
en alguna de las comarcas  costeras del mar Negro.
        
      En las antiquísimas tumbas babilónicas y egipcias se
han   encontrado  granos de trigo y de cebada en perfecto estado de conservación.
  En  nuestros museos pueden verse representaciones detalladísimas
de  cómo  los egipcios sembraban, cosechaban, segaban y trillaban.
Todos  recordamos  las narraciones bíblicas, como aquella en que Faraón
  coloca  a José al frente de una oficina de administración
y  abastecimiento  de cereales por cuenta del Estado. En China el trigo se
cultivaba  ya a principios  del tercer milenio antes de Jesucristo.
        
      Nuestros antepasados aprendieron muy pronto a servirse del trigo como 
 substancia  alimenticia. Al principio se limitaban a recoger el grano; después,
   las mujeres prehistóricas supieron ya tostarlo, cosa que representó
   un gran progreso, si se tiene en cuenta que con esta operación
la   pulpa se separa fácilmente de la leve cascara y así puede
triturarse   sin dificultad. El grano triturado daba una harina tosca, precursora
de la  harina actual. De ella a la preparación de la masa no había
   más que un paso; pero es probable que para darlo fueron necesarias
   una a dos docenas de generaciones de amas de casa.
        
      
           
      
       
           
      Fig. 7
      
           
                  
  De la masa se aprendió poco a poco a confeccionar
   la galleta, para lo cual era suficiente cocer en las cenizas porciones
más   o menos gruesas de aquélla, obteniéndose de este
modo el antecesor   de nuestro pan actual. Esas galletas las comieron tanto
los europeos de la  Edad del Bronce como los antiguos babilonios, egipcios
y hebreos. Consistían   en una pasta áspera y pesada, con un
elevado contenido acuoso; a fin  de que se cociera más fácilmente
se la cortaba en delgadas  láminas. Este tipo de pan no necesitaba
« crecer » ; por  eso podía elaborarse sin levadura. La
propiedad de « crecer » es especialmente característica
de la harina de trigo. ¿Por  qué? Este cereal contiene, en
proporción considerable, una mezcla de determinadas substancias albuminoideas,
el « gluten », que da a la masa una consistencia y una elasticidad
uniformes y no le permite  apelmazarse. Por eso la harina de trigo da un
pan más ligero y esponjoso.  El centeno contiene menos gluten, y la
cebada y la avena lo encierran en cantidad mínima, razón por
la cual esos dos cereales últimamente  nominados sólo se prestan
para fabricar galleta. No se crea, sin embargo,  que ésta no resulte
sabrosa ; los pueblos del Cáucaso, armenios,  georgianos y persas
la comen, así como los del Norte de Europa. El    lawasch armenio
es una lámina larga, delgada, blanca, hecha  de masa cocida y cuyo
origen, inmediato hay que buscarlo en Babilonia. El  vendedor que, en Eriwan,
transporta sobre la cabeza su batea de madera repleta  de centenares de esas
hojas de lawasch, no sospecha seguramente que  lleva sobre sí
como un capítulo de una buena parte de la historia  de la civilización.
        
      Asimismo la galleta escandinava suscita uno de los recuerdos más 
  antiguos de la Edad de la Piedra. Los restos de este pan que se han encontrado 
  en las tumbas de los vikingos en nada se diferencian de la galleta que comen
  hoy los campesinos suecos y noruegos.
        
      Los griegos y los romanos conocieron todas las especies de cereales 
propios   para la panificación. Los helenos, empero, no apreciaban 
el centeno   y lo consideraban casi como una plaga de los campos. La cebada, 
en cambio,   gozaba de considerable estima; pero el trigo era ya el cereal 
por excelencia,   y como no se producía en el país en la cantidad 
necesaria,  los griegos lo importaban de Egipto, de Siria y de sus colonias 
del mar Negro.   Los romanos al principio tuvieron bastante con su trigo italiano
; pero más  tarde hubieron de importarlo también, en grandes
cantidades, de Asia,  África, España y Sicilia. Roma comía
ya pan elaborado  con levadura, aunque no se conocían todavía
los fermentos. No obstante, este pan blanco fermentado era artículo
de lujo, destinado  exclusivamente a las mesas opulentas, según puede
verse por la narración,  que debemos a Petronio, de un opíparo
banquete ofrecido por el «  nuevo rico » romano Trimalción.
El pueblo se alimentaba principalmente  de avenate y gachas de mijo, con
aditamento de aceitunas, leche y queso y,  en días extraordinarios,
de vino y carne. Las gachas y la galleta constituían la base de la
alimentación de los legionarios romanos, quienes, con el estómago
lleno de esas substancias, compuestas de agua en sus tres cuartas partes,
conquistaron el mundo.
        
      En la Edad Media predominaron en Europa el centeno, la cebada y la
avena,    cereales que, junto con las especies extendidas hoy por Oriente,
el mijo   y el alforfón, constituían la alimentación
de los europeos.    Hoy las gachas de mijo ya sólo las encontramos
en los cuentos. El   trigo se cultivaba principalmente en el Sur de Europa,
aunque también   allí, como en el Centro, el pueblo se alimentaba
con gachas y galletas;   en cuanto al pan blanco, siguió siendo durante
mucho tiempo, para  las clases humildes, una verdadera golosina e incluso
un medicamento, ya que se suministraba a los enfermos. El francés
Rabelais escribió   en el siglo XVI sus Aventuras de Gargantúa,
donde se explica   cómo una vez quisieron unos campesinos comprar
pan blanco en la panadería,   pero fueron despedidos con desprecio.
Entonces uno de los compradores dijo   al panadero : « — Vuestra conducta
es indigna de un vecino ; y si cuando   queráis comprar nuestro trigo,
nosotros os contestamos como lo hicisteis   vos, ya veremos con qué
fabricáis los bollos y panecillos...   ». A lo cual replicó,
sarcástico, el tendero : «   — ¡Vean el gallo cómo
alza la cresta! ¿Se le habrá   indigestado el mijo? ».
Es decir que, según puede verse, los   campesinos, a pesar de ser
quienes sembraban y cosechaban el trigo, debían   comer mijo.
        
      Hacía ya mucho tiempo que se conocía el pan blanco fermentado,
   cuando empezóse, al fin, a añadir levadura a la pasta para
  que creciese. La innovación tuvo lugar en época en que ya
se  elaboraba en Europa la cerveza, y así los panaderos podían
 procurarse levadura con gran facilidad. Desde entonces el pan ligero, el
verdadero pan blanco suplió a la masa ácima y pesada que durante
siglos enteros había alimentado a la Humanidad. No obstante, el paso
no se dio de modo definitivo hasta una época relativamente reciente.
Todavía en 1666 el Gobierno de Francia consultó a la Facultad
de Medicina acerca de la inocuidad de la levadura. La consulta fue evacuada
en el sentido de que la levadura es perjudicial, por ser un producto de descomposición
   del agua y la cebada (así explicaban los sabios el fenómeno
   de la fermentación).
        
      En el curso de los siglos la Humanidad ha ido trazando su «mapa 
 del  pan». En los países europeos situados al Oeste del Rhin 
 se consume  exclusivamente pan blanco. Los existentes al Este de aquel río
  constituyen  la zona de los tipos de panificación mixta, para pasar
  insensiblemente,  una vez cruzados el Elba y el Oder, a la del pan negro,
  el cual se consume,  en Oriente, hasta el océano Pacífico.
 Al Este del Vístula  alternan con el pan negro las gachas y las sémolas.
  El pan blanco del Sur de Rusia cede el lugar a la sémola y la galleta
  de los caucasianos  ; de éstas se pasa a las gachas de mijo del
Asia   anterior, para ir  a parar, finalmente, a las gachas de arroz de chinos
y  japoneses.
        
      Actualmente se calcula en 400 a 500 millones los europeos, americanos 
 e  hindúes que se alimentan de trigo, y en 500 a 600 millones los 
asiáticos  que viven de arroz. Además, en el Norte de Europa 
y Rusia se cuenta  de 100 a 150 millones de personas que consumen preferentemente 
centeno ; en el Sur y Sudeste de Europa, en América y África 
son de 50 a 70 millones los que se alimentan con maíz; en cuanto al 
mijo, es el alimento corriente de muchas docenas de millones de hindúes, 
chinos,  japoneses y africanos. En conjunto, puede decirse que la mitad de 
la población  total del Globo se alimenta de trigo y centeno, mientras 
la otra mitad lo  hace de arroz, mijo y maíz.
       
     Pero existen también muchos pueblos que desconocen toda clase 
de  cereales. Los indígenas del Pacífico viven preferentemente
 de los tubérculos del taro; en el Sur de Asia y ciertas regiones
  de África y América, son las raíces bulbosas del ñame
  las que constituyen el principal alimento; las tribus aborígenes
de  Sudamérica se alimentan con la fécula de los bulbos de
la mandioca  (la yuca brasileña), de la cual se extrae la tapioca,
tan apreciada  en los mercados europeos; en Centroamerica los naturales comen
 plátanos,  haciéndolo cuando están aún algo
verdes,  antes de que  la fécula se haya transformado en azúcar
; en  África  millones de personas viven de la «banana farinácea»,
 la  cual sólo cocida es buena y puede convertirse en verdadera harina.
  En Malaca y en las Indias Holandesas muchos habitantes se nutren del sagú
  extraído de la médula feculenta de una palmera especial. 
  La batata, la   oca, el olluco, la maranta, etc.,
son   otros tantos tubérculos alimenticios, a los cuales debemos agregar
  nuestra apreciadísima e indispensable patata.
       
       
       Cuando Saturno está en Capricornio
       
     Así, pues, en el espacio de los diez mil años a que acabamos 
  de pasar revista, el hombre aprendió a sacar su pan de la tierra. 
 Pues bien ; la historia de esos siglos de aprendizaje dista mucho de ser 
un idilio ; siempre la mayor parte de la Humanidad ha vivido bajo la amenaza 
 de morirse de hambre.
       
     Como fenómeno colectivo y latente, el hambre, para Europa, ha 
pasado   a la Historia. No se crea, sin embargo, que pertenezca a épocas 
muy   remotas ; toda la Edad Media vivió bajo su signo. En el siglo 
IX prodújose  cuatro veces una carestía general dentro de las 
fronteras del Imperio  de Carlomagno ; en el siglo XI, el fantasma del hambre 
se presentó  dos veces; en el XII, cinco, y una en el XIII. En los 
períodos intermedios  sufrieron de la terrible plaga algunos países, 
y un estudio especial  permite consignar 276 carestías en el curso 
de seiscientos años,  lo cual equivale a decir que casi cada dos años 
hubo algún pueblo europeo condenado al hambre.
       
     Muy raras veces la carestía se limitaba a un año, debido 
 a  que, transcurrido el primero, los campesinos habían perdido generalmente 
  su ganado y no estaban en situación de cultivar los campos para la
  próxima cosecha. En muchas ocasiones faltaba incluso la semilla, 
devorada  en momentos de angustia. Por regla general, la población 
consumía  todas sus provisiones y después emigraba de la comarca 
agotada. Al  principio se suplía la harina de centeno con la avena; 
después  se pasaba a las berzas y los herbajes, hasta que se perdía 
por completo  la noción de lo que era comestible o lo que no ; entonces 
las gentes  se envenenaban comiendo hongos ponzoñosos, cocíanse 
sopas con  corteza de árboles, y mezclábanse éstas con 
barro para  fabricar pan con la pasta obtenida. En Francia había una 
montaña  que era famosa por su «tierra» nutritiva... En 
muchas comarcas  los conventos remediaban, en lo que cabía, tanta miseria,
distribuyendo  las existencias que poseían; pero la terrible escasez
no podía  compensarse con tan reducidos recursos. Los monjes vivían
mejor que  el pueblo de las tierras inmediatas. De los claustros salían
amargas  quejas ; los frailes «¡llevaban demasiado tiempo!»
comiendo  pan negro, no tenían vino e incluso los días de ayuno
debían  tomar leche, ¡ya que no había pescado! Esas lamentaciones
no  impresionaban a la población local. En el siglo XII las turbas
devastaron  el convento de Fulda, y un día en que el obispo Poppo
(después  papa con el nombre de Dámaso II) llegó a su
ciudad de Brixen  seguido de un gran cortejo y se dirigía, montado, 
hacia la iglesia,  vióse rodeado del pueblo en actitud hostil. El prelado
intentaba rescatarse  con dinero, pero las turbas hambrientas lo rehusaban,
ya que nada podrían  comprar con él; exigían el bien
nutrido caballo del obispo.  Éste y algunos de su séquito hubieron
de apearse, y ante sus  ojos los animales fueron sacrificados y despedazados.
       
     Las crónicas nos hablan repetidamente de casos de antropofagia
 ;  en los siglos IX, X y XI son numerosos en Francia, Bélgica y Alemania 
  ; más tarde, históricamente registrados, los hubo en Lituania, 
  Hungría, Bohemia, Polonia y Silesia. También nos hablan de 
 ellos los cronistas de la guerra de los Treinta Años.
       
     Durante los siglos XV, XVI y XVII produjéronse carestías 
 en  numerosos países. Mientras la última «verdadera» 
  que sufrió Inglaterra tuvo lugar en el siglo XVI, en Irlanda se registró
 otra todavía en los años 1846-1847.
      
    En Francia toda una serie de años de hambre precedió a
la  Revolución de 1789. Para Inglaterra fueron « años
de hambre » los de 1800-1801, 1816-1817 y el 1846 ; en todos ellos
hubo motines, pillajes y una espantosa mortalidad infantil, todo por causa
de aquella tremenda plaga. En 1847 el mismo rey declaró que comía 
pan elaborado con harina de trigo y centeno a partes iguales, y recomendó 
a los ciudadanos que siguiesen su ejemplo. No obstante, la mayoría 
de ellos mal podían obedecer este mandato, puesto que no disponían 
de ninguna de ambas harinas.
      
    En el siglo XIX, desterrado ya el hambre de la Europa occidental, siguió
  reinando aún en Rusia, donde cualquier contingencia histórica
  llevaba consigo la terrible calamidad. La gran revolución social
del  siglo XVII, aquella «época turbulenta» que dió
 materia para la ópera dramática Boris Godunof, trajo
 una espantosa secuela de hambre. «Moría el pueblo, aullando
de dolor », dice Puschkin. De entonces acá el azote se ha repetido
 muchas veces, aunque en forma menos horrible: en el reinado de Pedro el
Grande,  durante las guerras napoleónicas, después de la emancipación
  de los siervos y, más recientemente, tras la primera revolución,
  en 1905. Basta con enumerar las principales carestías que se produjeron
  durante el pasado siglo, para darse cuenta de la espantosa frecuencia de
 esta plaga en Rusia. Limitándonos a consignar las fechas más
 trágicas, citaremos los años de 1820-1821, 1833, 1835, 1839-1840,
 1845-1846, 1848, 1855, 1859, 1870, 1880, 1889, 1891-1892, 1897, 1901, 1906
 y 1911.
      
    Las regiones de Rusia más ricas en cereales, especialmente la
del   trigo, se concentran en una faja de terreno castigado con frecuencia
por  la sequía. La agricultura rusa se hallaba en estado rudimentario
y  había tanto terreno, que nadie se preocupaba de trabajarlo. Confiábase
 más en la cantidad que en el producto. Y así, cuando se presentaba
 la sequía, el hambre era inevitable.
      
    En Rusia las calamidades se ceban despiadadamente. La horrible escasez
 de  los años 1921-1922 fue la consecuencia inmediata de la destrucción
  de la red ferroviaria y de la Economía rural, motivada por la guerra
  civil. La Naturaleza fue cruel en aquel año aciago. En la región
  del Volga la tierra era negra y dura como piedra, y la semilla germinada
 se abrasaba, literalmente. El hambre se entronizó en 25 gobiernos
(provincias), habitados por 90 millones de almas. De ellas 40 millones sufrieron
por espacio de dos años ; 5 millones perecieron. Repetíanse
las tragedias que nos había legado la tradición medieval.
      
    
       
    
     
       
    
       
Fig. 8. Regiones de Rusia afectadas por el
hambre en 1921-1922. Los contingentes de hambrientos se expresan en tantos
por ciento de la población.
    
       
            
  A medida que nos alejamos hacia el Este, las hambres
  se hacen más frecuentes, siendo tanto más terribles las manifestaciones
  concomitantes. Los valles del Indo y el Ganges son, tal vez, los más
  feraces del Globo ; en una extensión de 3.000 km. de longitud el
suelo  está formado por tierras de aluvión; no se encuentra
en él  una sola piedra. Y no obstante, todo depende de la lluvia.
De Este a Oeste,  las precipitaciones atmosféricas decrecen progresivamente
y hay años  en que, mientras Assam y Bengala se hallan materialmente
inundadas, el Punjab,  tan fértil como ellas, no recibe una sola gota
de agua. Peor es todavía  cuando las lluvias caen en tiempo inoportuno
en el valle del Ganges medio  y en los feraces oasis del Decán; son
el signo precursor de una carestía  de cuyas proporciones y terrores
no pueden tener idea los europeos. En el  transcurso del siglo XIX la situación
del campesino hindú empeoró  notablemente, debido a la implantación,
en 1860, del Derecho civil  inglés, el cual reconocía al acreedor
la facultad de enajenar  las tierras cultivables para resarcirse de sus créditos.
 Además  de las inundaciones, ciclones, sequías, plagas de
langosta  y epizootias,  cayó sobre el labriego una verdadera nube
de usureros.  Resultado de  ello fue que 730.000 aldeas hindúes quedaron
condenadas  al hambre perpetua. Durante todo el sigloXVIII la India sufrió
solamente  dos grandes carestías (años 1761 y 1769-1770); entre
las dos  costaron al país 10 millones de vidas humanas. En la primera
mitad  del siglo XIX prodújose una gran escasez el año1838
; en cambio,  durante la segunda mitad registráronse ocho, las de
1861, 1866, 1869,  1874, 1876-1877, 1897 y 1899-1901.
      
    Además, en el último cuarto del siglo XIX se dieron otros 
 quince casos en que el hambre asoló a provincias aisladas. Todas esas
 «grandes» y «pequeñas» calamidades causaron 
 la pérdida, según datos oficiales, de 25 millones de personas. 
 En el siglo actual la India ha sufrido hambre en los años 1902, 1905, 
 1906 y, con una intensidad desmesurada, en 1918 y 1921-1922.
      
    Mientras en la India las carestías deben achacarse casi siempre
 a  la sequía, en China resultan motivadas, además, por las
inundaciones.  Tampoco allí la plaga se superaba nunca en un año,
y lo mismo  ocurrió en la Europa medieval y en el antiguo Egipto;
los «siete  años flacos» de la Biblia reaparecen en las
viejas crónicas  de China. Este país tuvo su « diluvio
» en el siglo XXIII  antes de Jesucristo ; el río Amarillo ocasionó
una inundación  tal, que « las aguas subieron hasta el cielo
». Desde entonces  estuvieron realizándose, por espacio de cinco
siglos, trabajos encaminados  a consolidar las orillas; el gran emperador
Yü invirtió nueve  años en la construcción de un
canal que debía rectificar  el cauce del río ; pero al décimo
año una gran sequía,  que se prolongó por espacio de
otros siete, vino a interrumpir los  trabajos. Al ver el soberano que los
sufrimientos del pueblo se hacían  intolerables, decidió sacrificarse
para aplacar la cólera de  los dioses. ¡Lástima que no
hubiera adoptado antes aquella resolución,  ya que ella bastó,
sin ni siquiera la necesidad de llevarla a cabo,  para abrir las esclusas
celestiales!
      
    En China, a la pobreza económica del campesino se une el ritmo 
de  la Naturaleza, espantoso por sus efectos. Con. frecuencia el hambre empieza,
  en el Sur del país, con las inundaciones ; al año siguiente
  éstas se reproducen en la China central, mientras en el tercero
aparece   la sequía en el Norte. Resultado de este proceso fue que,
en el espacio   de dos mil años, casi no hubo uno solo sin que el
hambre se dejase   sentir. La historia china nos ofrece una enumeración
detallada de  las medidas que tomó el famoso reformador y emperador
Wu-Ti en los  siglos II y I antes de Jesucristo para luchar contra la escasez.
Organizó   almacenes de grano, construyó carreteras y canales,
trasladó   a otras comarcas a la población sobrante de las
regiones castigadas   y, finalmente, consiguió consolidar las orillas
del río Amarillo.   Todas esas providencias resultaron de gran eficacia
contra las inundaciones,   pero no pudieron preservar al país de las
sequías, de las cuales  se contaron 583 entre los años 620
y 1643.
      
    Como había ocurrido en la India, también en China el contacto
  con la civilización europea vino a acrecentar los horrores del hambre.
  En el espacio de los últimos sesenta años, China sufrió
  de esta calamidad en 1876-1878,1887, 1892-1894, 1898, 1905-1906, 1910-1911,
  1917, 1919-1921 y 1927-1929. Esta última carestía fue, por
 la extensión que adquirió, una de las más espantosas
 que registra la Historia. Abarcó todo el territorio de Oriente y
llegó   incluso al África: hubo hambre en China, Corea, India,
Persia, Turquía,   Túnez, Kenia y en el Congo belga.
      
    
       
    
     
       
    Fig. 9
    
       
            
  Tampoco los japoneses se libraron de la triste experiencia
  del hambre. En el antiguo Imperio esta plaga era muy corriente; baste decir
  que, durante los ciento cincuenta años que precedieron a la «revolución
  desde arriba» (1868), la población del país no aumentó.
  Después de la reforma, las circunstancias cambiaron; con todo, las
  catástrofes naturales (sismos, tifones, heladas), tan frecuentes
en  aquellas islas y la mísera condición de sus campesinos
han contribuido a las repetidas carestías que se han producido, incluso 
 en fechas muy recientes, en algunas provincias del Imperio.
     
   Cuando la esquelética mano del hambre se dispone a estrangular
al  pueblo, éste siente su indefensión ante los insondables
designios  de la Naturaleza. Cada época se ha esforzado por interpretar
a su manera el sentido de las calamidades que se cebaban contra ella. En
una crónica  alemana del siglo XII, las causas del hambre se explican
del modo siguiente:  «Saturno es muy frío por naturaleza; cuando
encuentra al Sol  en los signos estivales del Zodíaco, se produce
tiempo destemplado  y lluvioso ; pero cuando coincide con él en los
signos invernales,  el frío es doblemente intenso. Al llegar Saturno
a Capricornio, en  el signo primaveral, ha ocasionado ya siete u ocho años
estériles  y entonces sobreviene la carestía ».
     
   Es natural que el campesino indio atribuya el hambre a la ira de Siva
y  que el labriego chino lo achaque a malas artes de los demonios. El europeo
 ilustrado de nuestros tiempos,  empero,  dirige sus preces a aquellos
 dioses que tienen por templo la Escuela Superior de Agricultura.
     
     
   Malthus, Mendel y Liebig
     
   No poseemos datos suficientes para calcular con exactitud el número 
 de seres humano que en el transcurso de La Edad Media sucumbieron víctimas 
 de carestías, guerras y pestes. En aquellos tiempos no se llevaban 
 estadísticas exactas, por lo cual únicamente han llegado hasta 
 nosotros informes bastante incoherentes, pero que, con todo, ofrecen un cuadro
 desolador. La « peste negra » que se cebó sobre Europa
 en los años 1348-1349, diezmó su población. La de Inglaterra,
 de 4 a 5 millones de almas, descendió a la mitad, quedando estacionaria
 durante los dos siglos que siguieron. ¡Cuan poco poblada estaba la
Europa de entonces y con qué lentitud fue creciendo la población!
En el siglo XI el Sacro Romano Imperio de Germania contaba unos 5 millones
de habitantes; cinco siglos después vivían en el mismo territorio
 no más de 20 millones.
     
   El incremento de población no emprendió un ritmo acelerado 
 hasta fines del siglo XVII, después que el Absolutismo hubo creado 
 un orden político estable ; entonces el crecimiento adquirió 
 tales proporciones, que Europa se asustó del proceso. Un siglo más 
 tarde Malthus, sacerdote inglés, anunciaba al mundo entero : «¡Hay 
 demasiados seres humanos! »
     
   Para comprender bien su teoría es preciso empezar por representarse 
 las condiciones de vida de su época. La población aumentaba 
 rápidamente en todas partes, pero apenas existía industria 
para asegurar nuevas bases de sustento ; en cuanto a la capacidad de rendimiento 
 de la agricultura, avanzaba con desesperante lentitud. Las ciudades se veían 
 repletas de una chusma que había huido, hambrienta, de los distritos 
 rurales, y asediaba a las organizaciones benéficas, alborotaba y, 
cuando se presentaba la ocasión, robaba. El régimen de las cárceles
inglesas de la época era severísimo y no podía ser,
en realidad, de otro modo, puesto que de lo contrario la innúmera legión
de hambrientos se habría hecho encarcelar para comer.
     
   Todo eso lo veía Malthus perfectamente ; pero, en su condición 
 de eclesiástico, debía preocuparse de la situación de
 los pobres. Además, había visitado otros países, Alemania,
 Suecia, Rusia, y en todas partes el cuadro había sido poco más
 o menos el mismo : mucha gente y poco pan.
     
   Sus detenidas reflexiones sobre el aumento de la población lleváronle 
 a la conclusión de que, dentro de un tiempo relativamente corto, el
 mundo no podría alimentar a sus habitantes. Cierto que la miseria 
y el vicio obstaculizaban aún ese incremento de la población 
; pero si la influencia de la cultura y el bienestar llegaban un día 
 a neutralizar aquella traba, no iba a quedar más que un recurso para 
 impedir la superpoblación : la limitación sistemática 
 de nacimientos.
     
   La teoría de Malthus es muy cruel; la tesis que la fundamenta es: 
 «si no puedes alimentar a tus hijos, no los eches al mundo». 
Su herética teoría no fué mal recibida de la burguesía 
 europea de la época; cierto es que no faltaron ataques y burlas, pero
 el autor vio discurrir felizmente su vida, sin tener que sufrir por sus
ideas.  Murió siendo un respetado profesor y miembro de la Real Academia
de  Prusia.
     
   Las doctrinas de Malthus ejercieron poderosa influencia sobre la Ciencia 
 y la sociedad europea. No solamente fueron, las promotoras del famoso «sistema 
 de los dos hijos» (el mismo autor dejó dos hijos), sino que 
provocaron verdadero pánico en catedráticos y legisladores. 
El terror a la superpoblación llegó tan lejos que, en una obra 
científica publicada en Halle en 1827, se recomendaba un aparato, sumamente
complicado, que debía aplicarse al muchacho al cumplir la edad de
catorce años y que debería llevar, «soldado y sellado»,
hasta el día de su matrimonio, para cuya celebración era preciso
estar legalmente autorizado. Los hombres que no pudiesen demostrar que se
hallaban en condiciones de alimentar a sus hijos, quedaban condenados a llevar
el « simpático » aparato por todo el resto de sus días.
El autor del libro no tenía por qué temer que le aplicasen
el ingenioso invento, atendido que el talento e ingenio que revelaba su idea
eran más que suficientes para demostrar su capacidad de atender a
las necesidades de su familia.
     
   ¿Qué queda hoy de la teoría de Malthus? La Ciencia
 ha dado un mentís a su autor al descubrir en nuestro planeta reservas 
 alimenticias en tal proporción que todos los temores suscitados por 
 el sabio inglés quedan completamente desvanecidos. El verdadero mérito 
 de Malthus consistió en haber planteado el problema de la población 
 en toda su envergadura y profundidad.
     
   Sabemos que, ya desde mucho tiempo antes, los agricultores europeos ilustrados 
 trabajaban en el mejoramiento de los métodos de cultivo. El mundo 
se dió cuenta del valor de estos trabajos, y Alemania entera rindió 
 homenaje a Alberto Thaer, en 1827, en ocasión de cumplir este reformador 
 setenta y cinco años; incluso el genio de Weimar celebró su 
 obra en versos maravillosos. En la fiesta tomó parte el joven Justo 
 Liebig que, a la sazón, sólo contaba veinticuatro años 
 y cuya famosa obra 
La Química aplicada a la Agricultura y a la 
Fisiología iba a aparecer doce años más tarde. Este 
libro contenía precisamente la teoría de las substancias nutritivas 
minerales de las plantas; teoría que, de haber sido conocida por Thaer, 
hubiera provocado una revolución radical en la Agricultura. Si bien 
la importancia del nitrógeno había sido ya establecida antes 
de Liebig, éste puso de relieve el valor de la potasa y los fosfatos 
; solamente después de él comenzó el abono racional del
suelo. Abandonóse el sistema tradicional de abonar el suelo sin saber
las substancias que cada planta necesita, las que contiene la tierra y las
que es preciso suministrarle.
     
   Los resultados obtenidos en el curso de los últimos cincuenta años 
 fueron registrados por Liebig. Y ¡qué resultados! Mientras medio
 siglo atrás se obtenían en Alemania 13 quintales métricos 
 de trigo por hectárea, antes de la guerra se lograban 24 ; en Holanda 
 los rendimientos subieron, en igual espacio de tiempo, de 17 a 31 quintales 
 métricos. En Alemania, Holanda y Bélgica la cosecha de centeno 
 por hectárea se duplicó.
     
   Resulta, pues, que en el siglo transcurrido desde la muerte de Malthus,
 se ha producido precisamente lo contrario de lo que él pronosticó, 
 es decir, que el contingente de población ha crecido más lentamente 
 que las existencias de pan.
     
 
   
     
   
   
   Fig. 10
    
     
         
  En esos cien años la población de Europa 
 ha aumentado en dos veces y media, y las cosechas se han cuadruplicado, lo
 cual debe atribuirse, no sólo al mejor sistema de abono, sino también
 al desecamiento de pantanos, a la irrigación de comarcas secas; en
 una palabra, al ensanchamiento de la superficie cultivable. Pero lo que
sí  debemos agradecer exclusivamente a Liebig es el hecho de que en
el espacio  de medio siglo las cosechas se hayan duplicado; eso lo debemos
únicamente  a aquel caudillo de la Ciencia que, sin acudir a las guerras,
duplicó  en Europa la base territorial de la Agricultura.
     
   Liebig ayudó al hombre a vencer al suelo. Pero la historia no ha
 terminado con esto. Una vez el hombre hubo derrotado al suelo la emprendió
 con el clima, y por nuestros ojos podemos darnos cuenta de cómo va
 progresando cada día, camino de la victoria. Por segunda vez da la
 réplica a Malthus. ¿De qué manera?
     
   
     
   
   
   Fig. 11. ¡También una eminencia de generales!
    
     
         
  Cerca de Brno (Brünn) existe un convento de monjes 
 agustinos, rodeado de un jardín maravilloso y umbrío. En este 
 jardín vió transcurrir sus horas de esparcimiento un monje, 
 el hermano Gregorio Mendel. Era profesor del instituto de Brno y fue designado 
 para el cargo únicamente porque el convento tenía el compromiso 
 de suministrar al referido centro docente un determinado número de 
 maestros. Los estudios no habían sido fáciles para el hijo 
de campesinos Johann Mendel (el nombre de Gregorio lo adoptó al entrar 
 en el claustro). Por dos veces, cuando menos, le suspendieron en Viena en 
 el examen de Ciencias naturales ; pero el hombre era un digno religioso y,
 más tarde, fué elegido prior de su convento. Ocupábase 
 asiduamente del jardín del monasterio, jardín que estaba por 
 completo bajo su dirección.
     
   Ninguno de cuantos le rodeaban comprendía, ni podía comprender, 
 las actividades del religioso entre sus plantas. Su obra trascendental Ensayos 
 sobre hibridaciones vegetales la dió a la publicidad en las páginas 
 de la revista Verhandlungen des Naturforschenden Vereins in Brünn, 
 publicación muy poco apropiada para granjear a sus colaboradores fama
 universal. Cuando Mendel falleció, en 1884, una enorme multitud acompañó
 sus restos mortales, asistiendo también gran número de habitantes
 de Viena. Ninguno de los que asistían al entierro pudo sospechar
que  llevaba a la tumba al más grande de los fisiólogos del
siglo  XIX, el fundador de la doctrina de la herencia.
     
   Fue necesaria una larga labor de investigación para comprender
la  obra de Mendel. Solamente al cabo de treinta y cinco años, después 
 que los tres sabios Correns, de Vries y Tchermak hubieron llegado a idénticos 
 resultados que Mendel, decidiéronse a revolver los archivos de Brno 
 en busca del trabajo del maestro. Al estudiarlo pudo verse que Mendel, en 
 su jardín, había observado y explorado los más recónditos 
 secretos de la Naturaleza. Mediante cruzamientos de plantas y creación 
 de nuevas especies de ellas (híbridos) llegó a descubrir la 
 ley fundamental en que se basa la transmisión hereditaria de los diversos
 caracteres. También antes de su tiempo se habían practicado
 crías de nuevas razas, particularmente animales ; pero se procedía
 a la buena de Dios, del mismo modo que antes de Liebig se abonaban los terrenos,
 sin noción de la regularidad que preside estos fenómenos.
Después  de Mendel la cría pasó a ser una ciencia exacta,
y desde entonces,  cuando se cruzan dos especies, se sabe de antemano las
variedades que pueden  obtenerse.
     
   En el siglo XX la doctrina mendeliana de la herencia se ha desarrollado
 hasta convertirse en una ciencia importantísima. Posee cátedras
 en todas la Universidades, innúmeras revistas se ocupan de ella,
organízanse  Congresos y se han elevado no pocos monumentos a la memoria
de su fundador.  Los estudios sucesivos han ido mostrando los vastísimos
horizontes  abiertos por el monje del jardín del monasterio de Brno.
Mendel probó  únicamente cómo se transmiten los caracteres,
pero debía  surgir la doctrina de las mutaciones para que fuese posible
empezar a comprender  la ley que preside a la aparición de características
nuevas.  Hoy, gracias a la Citología, podemos saber cuáles
son los verdaderos  fundamentos de la herencia. Y cuando los floricultores
entraron en acción  pudo demostrarse que, en adelante, pueden criarse
especies vegetales que responden a unas demandas previamente establecidas.
     
   Los suecos fueron los primeros en lanzarse al terreno de la experimentación, 
 con trigos resistentes a las heladas y de rápida maduración. 
 Siguiéronles los americanos y canadienses, con ensayos en gran escala 
 y resultados sorprendentes. Aparecieron jardineros que resultaban verdaderos 
 « magos ». En California, Luther Burbank consiguió producir 
 un cacto sin fibras ni espinas, una ciruela sin hueso, una zarzamora blanca 
 y transparente del tamaño de una nuez, una nuez grande como una mandarina, 
 una adormidera gigante — la « flor nacional » de California —,
 un lirio gigante y otro enano. Cruzó la zarzamora con la frambuesa, 
 la ciruela con la almendra, y del cruzamiento de la planta de tabaco (nicotiana) 
 con la petunia obtuvo una flor inconcebible, la nicotunia.
     
   Independientemente de Burbank, trabajó en la pequeña ciudad 
 rusa de Koslov otro jardinero, J. W. Michurin, quien logró producir 
 frutas y verduras capaces de madurar en climas rigurosos, y obsequió 
 a los habitantes del Norte de Rusia con fresas, frambuesas, cerezas y manzanas 
 de Crimea. A ello se debió que fuera cambiado el nombre de la villa 
 de Koslov por el de Michurinsk, en ocasión de cumplir el famoso jardinero 
 sus ochenta años.
     
   Los alemanes tardaron bastante en emprender la aplicación experimental 
 de la doctrina de su compatriota. Antes de la guerra, Alemania era el primer 
 país por sus reservas de semillas, así como fué también 
 el primero en estandartizarlas, de tal modo que las vendía 
al mundo entero. Con el centeno se consiguieron éxitos magníficos. 
 Ferdinand Jost von Lochow trabajó desde 1879 hasta su muerte, es decir,
 durante cuarenta y cinco anos, en su propiedad de Petkus, dedicado al mejoramiento
 de las variedades del centeno, ocupándose también de otras
plantas y animales, habiendo pasado por sus manos 45 generaciones de maíz,
 altramuz, alfalfa y avena, así como muchas de cerdos y caballos.
Su  mayor triunfo, empero, constitúyelo el famoso centeno de invierno
de Petkus. Lochow difundió profusamente la semilla de este cereal,
y hoy el 90 % del centeno alemán deriva de la variedad por él
 creada.
     
   Hasta después de la guerra Alemania no se dedicó en gran 
escala  a las plantaciones experimentales. Actualmente se trabaja en este 
sentido  en muchas localidades ; pero el centro de estos estudios se halla 
en el Instituto  del Emperador Guillermo de Müncheberg (Kaiser-Wilhelm-Institut 
für  Züchtungsforschung). De allí partió la magna 
campaña  que debía conducir a la victoria sobre la Naturaleza. 
Consignemos algunos ejemplos.
     
   Todos sabemos que la vid sufre de ciertas plagas, particularmente del
  mildeu.  Combatirlo con medios químicos no resuelve radicalmente
el problema  y, por otra parte, cuesta a los viticultores más de 25
millones de  marcos anuales. Hoy se procura obtener un sarmiento capaz de
hacer frente  a todos los parásitos, para lo cual se cruza la vid
alemana, delicada  y vulnerable, con la americana, más resistente.
Inocúlase luego  varias enfermedades a los nuevos tipos resultantes
y se elige después  los que han salido airosos de la prueba para aplicarlos
a la mejor vid alemana,  la cual estará ya en condiciones de resistir
a todos los ataques del  microscópico enemigo.
     
   Este acondicionamiento desempeña importantísimo papel en 
los  ensayos que se realizan en Alemania. Para los países de extensión 
 enorme, parte de la cual está ocupada por desiertos y tundras, es 
de sumo interés el cultivo de plantas capaces de resistir al frío 
 y a la sequía. En Alemania se persigue una finalidad análoga 
 con las plantaciones de la patata y el tomate « tempranos », 
resistentes a las heladas. La agricultura germana tiene interés especial 
en el cultivo de este tipo de patatas, en primer lugar porque es necesaria 
para el aprovechamiento sistemático de la mano de obra y, en segundo, 
porque permite prescindir de la importación de la clase «temprana» 
 del Sur. Estos trabajos se realizan asimismo en el Instituto de Müncheberg. 
 Al efecto se procede a la aclimatación de una clase del referido tubérculo
 que madure en montañas elevadas, como en los Andes, por ejemplo,
y  que, en consecuencia, pueda madurar en Alemania antes de primavera. Como
esta clase da una patata muy pequeña y escaso rendimiento por hectárea,
 se la cruza con la alemana, mayor y más fecunda.
     
   Este ensayo se halla aún en vías de realización,
pero  no cabe duda de que dará los resultados apetecidos. Aun sería 
 más interesante, empero, lograr un tipo de patata inmune a las enfermedades. 
 En Alemania, casi la tercera parte de la cosecha se pierde a causa del «cáncer 
 de la patata», de tan desastrosos efectos. Crear una clase inmunizada 
 contra esta enfermedad equivaldría a ahorrar muchos millones a la 
economía de aquel país.
     
   Al lado de las plantas que sirven de modo inmediato a la alimentación 
 del hombre, los forrajes ocupan hoy lugar preeminente. De la obtención 
 de una cantidad suficiente de ellos depende la producción de la mantequilla, 
 leche, tocino, grasa e incluso lana. Hasta hoy ha sido muy corriente abonar 
 los campos con altramuces, debido a que sus raíces tienen la propiedad
 de aportar al suelo substancias nitrogenadas. En cambio, su parte herbácea
 puede decirse que se pierde para la Economía, porque contiene alcaloides
 amargos e incluso tóxicos. Los ganados no comen altramuces, y aunque
 se mezcla con ellos otras hierbas, se pierden preciosas substancias albuminoideas.
 Tratábase, pues, de obtener altramuz sin lupinina (alcaloide
 del altramuz). Habiéndose observado que, entre los altramuces, se
encuentra a veces ejemplares exentos de alcaloides, se procedió a
seleccionarlos y crear con ellos una nueva variedad. Para ello fue preciso
idear un procedimiento especial de análisis químico, después
de lo cual vino una labor ímproba, interminable y cuidadosísima
relativa a las posibilidades de selección y cruzamiento Como premio
de tanto esfuerzo recolectóse en 1931 el primer quintal de altramuz,
y seis años después iban sembradas, en Alemania, más
de cien mil hectáreas de este vegetal.
    
  El primer director del referido Instituto, el gran especialista alemán
 Erwin Bauer, fallecido en 1933, había nacido en Badén y procedía
 de una región donde el tabaco y la fruta son los principales productos
 agrícolas. Por eso consignó en su «programa de Müncheberg»
 la finalidad de obtener variedades resistentes de tabaco y  frutales
 inmunes a las heladas y a los parásitos. A tal objeto organizóse
 en el Instituto una. sección especial dedicada exclusivamente a los
 ensayos sobre frutas; además, funciona allí un « Departamento
 del tabaco » que realiza sus experimentos en íntima colaboración
 con el «Instituto de investigación del tabaco» del Reich.
 Trátase de producir una planta exenta de nicotina, que permita prescindir
 de las prohibiciones del médico. No obstante, es aún más
 actual y de necesidad apremiante la producción de frutales y plantas
 de tabaco capaces de resistir a los múltiples enemigos que las acechan.
 El tabaco sufre particularmente de los ataques de un parásito que
devora sus hojas cual si fuese fuego ; de ahí el nombre de «fuego
salvaje» (Wildfeuer) que los alemanes dan a esta enfermedad.
Los frutales, especialmente los manzanos, sufren del fusicladio que devora
anualmente manzanas por valor de 50 a 60 millones de marcos. Contra esos
enemigos se lucha sin descanso ; pero, además, los campeones del frente
de aclimatación han de llevar a término «objetivos más
fáciles», como son, por ejemplo, volver la famosa ciruela alemana
  Zwetschge a su antiguo esplendor y obtener frutales resistentes
a las heladas. Todos recordamos aún el terrible invierno de 1928-1929
en que los hielos destruyeron en Alemania árboles frutales por valor
de 600 millones de marcos.
    
  Esta es, pues, la ciencia que fundó el digno monje agustino de Brno
 ; la más misteriosa y audaz de todas las ciencias que conocemos y
en cuyo fondo no podemos penetrar sin que un ligero estremecimiento sacuda
nuestro cuerpo. Los trabajadores técnicos del Instituto de Müncheberg,
 sin embargo, no retroceden ante nada, ni ante nada se detienen. A través
 del microscopio escrutan y contemplan hasta aquel «fenómeno
prístino» que Goethe buscaba. Ellos ensanchan los espacios terrestres
y vencen a los climas. La química agrícola de Liebig, conjugada
con la doctrina mendeliana de la adaptación al medio, ha elevado a
infinita potencia la capacidad de producción de nuestros campos.
    
  Y ahí se revela el sentido más profundo de la actividad de
 Mendel. Como Malthus, era también religioso. No obstante, mientras
 el sacerdote inglés impugnó el mandamiento: «Creced
y  multiplicaos», el fraile austríaco lo reafirmó y lo
sostuvo.  « Procread y poblad la Tierra », enseñó,
«y  el Padre que está en el Cielo cuidará de vuestro
sustento, aunque a condición de que os lo creéis y procuréis
con el sudor de vuestra frente».
    
    
    Proveedores y consumidores
    
  En realidad, Europa nunca pudo satisfacer sus necesidades con sus propias
 existencias de cereales. En la Edad Media su contingente de población
 era menor que en la actualidad, pero también la superficie de terrenos
 cultivables era mucho más reducida y cada hectárea daba poco
 grano. La Hansa importaba trigo de Polonia y de los países Bálticos
 a Alemania, Holanda, Inglaterra, España y Portugal. Hasta los siglos
 XVII y XVIII no empezaron a decrecer las cifras de importación de
cereales, como consecuencia del aumento de las tierras de cultivo y del perfeccionamiento
 de la técnica agrícola.
    
  Los granos importados se limitaban casi exclusivamente al trigo. En épocas
 anteriores, cuando los transportes eran muy costosos, los comerciantes no
 se atrevían a llevar a grandes distancias los demás cereales.
 Con frecuencia los pequeños veleros encargados de transportarlos
naufragaban,  sufrían averías o llegaban con el grano mojado
y deteriorado.  El peligro de pérdida era grande, pero se arriesgaban
a él por el beneficio. Hoy los transportes se han perfeccionado y
han bajado tanto,  que permiten cargar, además de trigo, otras especies
cereales más  baratas, como centeno, cebada y maíz; y no ya
trillados, sino con la paja. Sin embargo, el trigo sigue siendo el principal
de los cereales objeto de comercio ; el incremento que han experimentado
en los últimos tiempos las capitales europeas ha aumentado también
enormemente el consumo del pan de trigo. El ciudadano condenado a escaso
movimiento al aire libre y que come carne, aprecia mucho aquel pan, así
como también  lo prefiere el obrero industrial. 
    
  
   
  
  
  Fig. 12. Abastecimiento mundial de trigo
   
   
      
  En 1931 cruzaron los océanos y circularon por
 las vías férreas 20 millones de toneladas de trigo y 3 millones
 de toneladas de harina de este cereal. En cambio, la cifra se elevó,
 para el maíz, a 12 millones de toneladas, a 4 para la cebada y a
1,5  para el centeno.
    
  Casi todos esos cereales vienen a confluir a Europa, el consumidor principal.
 En promedio, el europeo de Occidente no come mucho menos trigo que el habitante
 de Ultramar; pero como el contingente de población de América
 y Australia es mucho menor que el de Europa, se comprende el excedente de
 consumo de esta parte del Globo.
    
  El hecho es tanto más notable cuanto que Europa es el continente 
que más cantidad de cereales produce. La tercera parte de la producción
 mundial de trigo se recolecta en sus campos; pero, en cambio, consume la
mitad del que se recoge en toda la Tierra. Ambas Américas dan casi
el 30 % del trigo total, mas no consumen sino una quinta parte de él
y exportan el resto. Asia y África consumen el trigo que producen
y aun lo importan, si bien en escasa cantidad. Australia, a la que corresponde
solamente del 2 al 3 % de la cosecha mundial, puede exportar trigo en grandes
proporciones.
    
  Resulta, por consiguiente, que los «graneros» que alimentan 
al mundo son solo unos cuantos y que, por fortuna, se hallan distribuídos
 muy acertadamente en los varios continentes. Si, por ejemplo, en una parte
 del mundo falla la cosecha, en otra, en cambio, es abundante; además,
 nunca nos encontramos desprovistos de grano fresco, puesto que no hay mes
 del año en que las doradas mieses no engalanen los campos de una
u  otra región del Globo.
    
    
    Los antiguos graneros
    
  El más antiguo de los graneros del mundo se halla diseminado en
torno  al Mediterráneo. Todos los países colindantes con él
 por el Sur y por el Este vienen cultivando el trigo desde los tiempos más
 remotos. Todavía durante el siglo XIX Egipto exportaba este cereal
 (actualmente lo importa, aunque en reducida cantidad). El trigo crece bien
 en Marruecos, Argelia y Túnez, y los tres países lo venden
al extranjero. También prospera en el Asia Menor, donde, sin embargo,
 la producción no es hoy abundante.
    
  De todos los países europeos, el más rico en trigo es Francia,
 cuyas regiones norteñas son también las más adelantadas
 en la técnica de su cultivo, contrariamente a las meridionales, donde
 la explotación es aún bastante mediana. Desde el año
 1875 al 1925 el rendimiento promedio de las cosechas de Francia subió
 sólo de 11 a 14 quintales métricos por hectárea; en
cambio, en los últimos siete años alcanzó 17 quintales
métricos (Alemania, 22 ; Bélgica, 27 ; Holanda, Dinamarca,
31).
    
  En Francia es muy crecido el número de las pequeñas explotaciones
 rurales y arrendatarios que no se hallan en situación de adquirir
maquinaria agrícola ; en cambio, suelo y clima son excelentes, y Francia
podría cubrir sus necesidades con el trigo del país y una pequeña
importación de Argelia, si el grano indígena no fuera muy «blando»
 y no fuese muy pobre en gluten.  Esta circunstancia obliga a los franceses
 a importar trigo « duro » que, mezclado con el del país
 y molido en las grandes molinerías del Sur, es exportado después
 a las colonias.
    
  Italia, como Francia, produce mucho trigo, aunque no el suficiente para 
alimentar a toda su población. Este cereal se cultiva en todos los 
puntos de la península Apenina, siendo los centros principales la llanura
del Po, las laderas orientales de la cordillera y Sicilia. El rasgo más
característico de Italia es el cultivo de montaña ;  una
cuarta parte de todos sus trigales está emplazada en comarcas montañosas,
la mitad en colinas, y sólo la cuarta parte restante está en
la llanura 
    
  
   
  
  
  Fig. 13.   Regiones trigueras de Europa
   
   
      
  En la provincia de las Marcas, muy montañosa,
 la tercera parte del suelo son campos de trigo, y si los turistas hubiesen
 visitado la región, nunca habría surgido la leyenda de anteguerra
 de la «pereza italiana». No existe allí un palmo de suelo
 donde asome la tierra o donde la mano del hombre haya podido limpiarlo de
 piedras, que no esté sembrado de trigo. Desgraciadamente, los italianos
 no pueden elaborar sus apreciadísimos macarrones únicamente
 con el trigo indígena que, como el francés, es demasiado «
 flojo ».
    
  En Alemania el suelo, salvo raras excepciones, no es tan bueno para el
cultivo  del trigo como el de Francia, para no hablar ya de otros países.
Cuando  los habitantes de las «tierras negras», americanos o
rusos, tienen  ocasión de contemplar los trigales alemanes, se quedan
admirados de  que de unas tierras tan pobres se obtengan cosechas que dejan
muy atrás  a las de sus feracísimos campos.
    
  
   
   
  Fig. 14.
  
   
      
  Gracias a los nuevos métodos de explotación
 agrícola y a la ampliación de las superficies cultivables,
los rendimientos de las cosechas aumentaron en Alemania en una proporción
 que en el siglo XIX le permitió no solamente satisfacer las demandas
 del país, sino incluso exportar en cantidad considerable. Hacia el
 año 1880 todos los terrenos que se prestaban al cultivo del trigo
estaban ya destinados a él (cuando menos así lo parecía
entonces). Pero la población crecía en gran escala, proseguía
el desarrollo de las ciudades, y las demandas de trigo aumentaban de tal
manera que la producción indígena no bastaba ya a cubrirlas.
Cada día veíase Alemania forzada a importar más trigo,
principalmente de Rusia, después de los Estados Unidos, República
Argentina y Países danubianos. Terminada la guerra, las cosechas de
dicho cereal disminuyeron notablemente, menos por causa de las pérdidas
de territorio (Polonia recibió principalmente comarcas de centeno)
que como consecuencia de la grave crisis agrícola que se produjo,
crisis que afectó especialmente al cultivo del trigo, debido a que
éste requiere inversiones de capital superiores a las que exige el
del centeno. Teniendo en cuenta esas circunstancias, parece increible que
la cosecha de trigo de 1932 sobrepasara en un 7 % la de la Alemania de anteguerra
(1913). Si sobre el mapa del Reich de antes de 1914 dibujamos la extensión
del actual, sin el Ostmark, veremos que el rendimiento en trigo dentro de
las fronteras de hoy excede en un 25 % al de aquella fecha. Actualmente,
Alemania importa mucho menos trigo que antes de la gran conflagración;
entonces la tercera parte de la demanda se cubría con grano extranjero;
en 1936, la importación se limitó solamente a la sexta parte
del consumo.
    
  De los países de la Europa septentrional, Holanda, Dinamarca, el 
Sur de Suecia e Inglaterra cultivan el trigo en poca cantidad. En Inglaterra
 este cereal prospera principalmente en la parte meridional del país,
 y la cosecha no basta, ni con mucho, para cubrir la demanda nacional. Produce
 algo más de 1 millón de toneladas e importa más de
5  millones (en ciertos años casi 6 millones), es decir, la tercera
parte  del trigo que exportan todos los demás países del mundo
juntos.
    
  La gran faja de trigo de Europa empieza en la llanura danubiana (Hungría)
 y se extiende desde allí hasta el mar Negro, llanura inmensa que,
a través de los Balcanes, Bulgaria, Rumania y la Rusia meridional,
penetra hasta muy adentro del Ural, constituyendo el granero eurasiático,
el mayor del mundo. Allende el Ural continúa, penetrando en la Siberia
 occidental.
    
  
   
  
  
  Fig. 15 
   
   
      
  La sequedad del clima, que aumenta a medida que se
 avanza hacia Oriente, dificulta la labor del campesino y pone en peligro
la cosecha; en cambio, el trigo obtenido es más «fuerte»,
 más duro y con más gluten, tal como lo prefieren los panaderos,
 pasteleros y fabricantes de pastas para sopa.
    
  Antes de la guerra, Rusia exportaba cantidades enormes de trigo. En otoño,
 el grano se transportaba en trenes y barcos que descendían por los
 ríos, a las orillas del mar Negro ; todo el tráfico de otras
 mercancías quedaba interrumpido en aquella época del año,
 y aquella avalancha de trigo salía por el Bósforo y los Dardanelos
 para dirigirse a Europa. Por eso Rusia tenía tanto empeño
en  ejercer su control sobre los Estrechos, el bloqueo de los cuales, en
1912,  cuando la guerra turcoitaliana, costó al Imperio moscovita
más  de 700 millones de pesetas. Esta circunstancia provoco gran descontento
entre  los grandes terratenientes y negociantes en cereales ; los Bancos
que financiaban  la exportación del trigo de Rusia hallábanse
principalmente  sujetos a la influencia francesa y, por su parte, apoyaban
también  la agitación encaminada a la conquista de la Hagia
Sophia. Así fué cómo el apacible trigo hubo de pagar
también su óbolo al demonio de la guerra.
    
  
   
  
  
  Fig. 16.    El granero de la India
   
   
      
  El granero indio podría ser uno de los más
 ricos del mundo si la técnica agrícola y el nivel cultural
del campesino hindú estuviesen a mayor altura. En la India se cultiva
el trigo en la región Noroeste y en los valles del Indo y el Ganges,
donde los ingleses han construido grandes embalses para el riego. En este
país la producción de trigo viene en tercer lugar, inmediatamente
después de la de arroz y mijo; la exportación no tiene regla
fija, pues mientras unos años alcanza cifras considerables, otros
es casi nula. En el fondo, la India sólo se abastece a sí misma
y aun en proporción insuficiente.
    
    
    La epopeya del trigo
    
  La historia de los graneros más recientes es la de la colonización
 del Nuevo Mundo por medio del cultivo del trigo. Desde la época en
 que los conquistadores arios llevaron este cereal a la India superior, el
 trigo ha venido siendo, hasta nuestros días, el compañero
inseparable  de los colonizadores de nuevas tierras. Este papel del trigo
puede seguirse  también a lo largo del Mundo Antiguo; por su cultivo
colonizáronse  el Sur de Rusia, las comarcas del otro lado del Volga
y la Siberia occidental.  No obstante, aparece con mayor relieve en la historia
del Nuevo Continente.
    
  Por ello sabemos la importancia que tenía el maíz para los
 colonizadores europeos ; durante el primer período, esta planta tuvo
 valor incalculable. Pero el hombre blanco no dejaba su patria por tierras
 desconocidas, ni se decidía a sostener una guerra de cien años
 contra los pieles rojas, ni cruzaba los mares y talaba los bosques vírgenes
 para trocar precisamente su pan de trigo por gachas de maíz. Solamente
 cuando hubo creado los enormes graneros de trigo se dió clara cuenta
 de que aquel país era suyo.
    
  Una vez terminado el cruento « romanticismo indio », los colonos
 de las costas atlánticas lanzáronse en tropel hacia el interior,
 hacia el Oeste. Ingleses, alemanes, suecos e irlandeses  emprendieron 
 la  ruta  a través de las llanuras inmensas, cargados con
 todos sus efectos y acompañados de sus familias, montados en las
entoldadas  carretas. Así fueron poblándose los Estados que,
por el Este,  limitaban con el gran Océano. Pero los mejores trigales
de los Estados  Unidos se hallan en el Oeste, lejos del mar y de sus húmedos
vientos;  ahí fué donde se establecieron las gentes que, habiendo
actuado  como soldados durante la guerra civil, recibieron con la licencia
lotes de  terreno. Entonces comenzó también a desarrollarse
la red ferroviaria,  siendo los trenes un nuevo elemento de colonización.
    
  
   
  
  
  Fig. 17.  La zona triguera de los Estados Unidos.
   
   
      
  Al empezar los americanos a exportar trigo, vióse
 que serían unos peligrosos competidores de Rusia ; a fines del siglo
 pasado provocaron una baja tal en los precios que eliminaron toda competencia.
 Si pudieron hacerlo debióse a que allí las tierras podían
 adquirirse en condiciones de baratura y extensión mucho mejores que
 en la angosta Europa. Desde el Este hacia el Oeste, el número de
granjas  aumentaba en progresión constante. Entre los colonos alemanes
de Wisconsin  la extensión media de las granjas es de 32 hectáreas,
en el  occidente de Dakota meridional de 185, y en las Praderas y California
llega  a alcanzar la cifra de 1.000 hectáreas. En haciendas de esta
magnitud  las máquinas pueden dar un rendimiento formidable, y sabido
es que  son mucho más usadas que en Europa (no hablemos ya de la Rusia
de anteguerra). A principios de siglo trabajaban ya en los Estados Unidos
« gavilladoras mecánicas » y segadoras-trilladoras combinadas.
Las fotografías antiguas dan una singular idea de esas gigantescas
y pesadas máquinas, precursoras de las modernas Combines; 16
caballos tiran del inmenso armatoste ; diríase que son ratas uncidas
a una máquina de coser.
    
  Los americanos emplean el abono en menores proporciones que los europeos
 ; en cambio, son muy ingeniosos en la lucha contra la sequía de las
 estepas. Hacia el año 1880 empezaron a utilizar el método
llamado  del dry farming, consistente en labrar ya en otoño
el suelo  que será sembrado en primavera, pero haciéndolo de
modo completamente  superficial para que la humedad de las lluvias otoñales
y la fusión  primaveral de nieves no penetre en el fondo. Antes de
la siembra se labra  la tierra por segunda vez. Merced a este sistema, los
terrenos cultivables  han podido avanzar hasta muy adentro de la región
de las praderas secas.
    
  También en el Canadá extendióse el trigo de Este hacia
 Oeste, habiendo sido los franceses los padres de la agricultura canadiense.
 El fundador de Quebec, Champlain, estableció en 1608 la primera granja
 a orillas del río San Lorenzo. La agricultura era entonces primitiva
 ; los colonos poseían poco ganado y carecían de dinero para
 comprarlo. Cuando la nueva Inglaterra se independizó de la vieja
y  nacieron los Estados Unidos, parte de los ingleses que se habían
mantenido  fieles a la Corona británica, los llamados « realistas
»,  se trasladaron a Quebec, llevando consigo ganados y contribuyendo
al florecimiento  de la agricultura canadiense. Sin embargo, el país
no podía  desarrollarse por causa de la escasez de habitantes ; en
la época en que pasó a manos de los ingleses, la población
no excedía  de 65.000 almas, agrupadas a lo largo del San Lorenzo.
Entonces la región  situada entre los lagos y el Hudson, es decir,
lo que hoy es Ontario, llamábase  « el salvaje Oeste ».
    
  A mediados del siglo pasado, el Canadá exportaba ya de Quebec y
Ontario  una cantidad considerable de trigo. Como en Inglaterra el trigo
canadiense  y su harina pagaban aranceles notoriamente inferiores a los del
norteamericano,  éste era expedido al Canadá y de allí,
una vez molido,  se remitía a Inglaterra. Este fue el origen de la
próspera industria de molinería de Toronto y Montreal.
    
  Poco duró tanta ventura, ya que Inglaterra sacrificó los
intereses  de sus colonias en aras de la industria metropolitana, la cual
necesitaba  pan barato para poder seguir pagando ínfimos salarios
a sus obreros  y, en consecuencia, mantener bajo el coste de las mercancías
manufacturadas.  Al ser elevados los aranceles de importación para
los cereales, los  americanos pudieron ya prescindir de la intervención
canadiense, y  el trigo afluyó a las Islas Británicas procedente
de los Estados  Unidos, Rusia, India, Francia e incluso de Alemania. Empezaron
días  aciagos para el Canadá y, especialmente, para sus empresas
de molinería.
    
  La « coyuntura » restablecióse durante la guerra entre
 los Estados del Norte y los del Sur. En aquellos años el trigo penetró
 intensamente hacia el Oeste del Canadá y, por los años de
1890,  había llegado ya, a través de Ontario, hasta Manitoba;
veinte  años más tarde, Saskatchewan iba a la cabeza en la
producción  de trigo. La guerra mundial dió nuevo impulso a
este cultivo, y en  la actualidad Alberta es ya un gran centro de producción
del referido  cereal.
    
  Pero la expansión del trigo no se produjo solamente hacia el Oeste,
 sino también hacia el Norte. La historia de este proceso es una verdadera
 epopeya, un capítulo magnífico de la historia de la Humanidad
 escrito en los nevados campos de dos continentes por aquel monje alemán
 que en su jardín de Brno estudió experimentalmente sus «leyes»
 de hibridación de las plantas.
    
  Las mejores variedades de trigo canadiense, las más apreciadas hoy
 de todo el mundo, proceden de la clase rusa. El famoso durum fue
llevado  a América, a fines del siglo último, por los Dujoborzen,
 secta religiosa rusa a la que el Gobierno perseguía porque sus adeptos
 se negaban a cumplir el servicio militar.
    
  Las muestras de trigo que los Dujoborzen llevaron a los Estados
Unidos  atrajeron la atención de un americano que a la sazón
actuaba  como colaborador científico en la Estación oficial
de Ensayos  de Manhattan (Kansas). Llamábase M. A. Carlton, aunque
sería  trabajo inútil buscar sn nombre en la « Biografía
General  de América » o en otra enciclopedia americana cualquiera.
Ni  siquiera lo menciona la omnisciente «Britannica». Y en realidad,
 ¿es que vale la pena de mencionarlo? Después de todo, no hizo
 otra cosa que introducir en América las variedades «duras»
 de trigo ruso ghirka, kubanka y charkowka, de las cuales
 obtuvo el durum, con lo cual creó, así, tal como suena,
 el granero americano. En busca de un trigo capaz de resistir al rudo clima
 del Oeste americano y a los parásitos y demás enfermedades
del país, recorrió, a expensas suyas y por dos veces, toda
Rusia, de donde obtuvo centenares de muestras que estudió luego durante
años y años en sus nuevas condiciones de vida, hasta lograr
al fin conquistar la pradera para el trigo.
    
  Carlton dedicó a esta labor su vida entera, sacrificando por ella
 su salud y su fortuna, hasta el punto de verse cargado de deudas y tener
que renunciar a su empleo en el Departamento Agrícola. Cuando su hija
enfermó mortalmente, no le quedaba al padre dinero para cuidarla.
    
  
   
  
  
  Fig. 18
   
   
      
  El hombre murió, abandonado de todos, en 1925,
 de malaria, en el Perú, adonde se había trasladado por haber
 encontrado allí una «colocación» y esperaba poder
 pagar sus deudas de su sueldo — con el tiempo... Contaba entonces cincuenta
 y nueve años.
    
  ¡Con cuánta holgura no habría podido vivir si no se 
hubiese apoderado de él, en su juventud, el demonio del trigo!
    
  El arte de la obtención de ciertas clases (selección) llegó
 en América a un notable grado de desarrollo. Los canadienses concentraron
 todos sus esfuerzos en conseguir las variedades «duras» y «resistentes»
 capaces de madurar en el corto período del verano septentrional,
siendo  otra vez los rusos quienes suministraron los materiales. El escocés
 Fife llevó de Rusia un tipo de trigo que había de producir
el célebre Manitoba, al cual debió el Canadá
su fama antes de la guerra.
    
  Después asociáronse las variedades red Fife y marquis,
 cuyos granos, pequeños y de color rojo oscuro, maduran diez días
 antes que los del Fife y dan una harina blanca ideal. Del marquis
 obtúvose luego una nueva clase, el Garnet, que madura aún
 diez días más pronto.
    
  Esas variedades de maduración rápida brindan al canadiense
 la posibilidad de ir llevando su agricultura cada vez más hacia el
 Norte. El mismo concepto de «Norte» empieza ya a modificarse.
 Las inmensas extensiones de terreno que hasta la fecha se han considerado
 como eternos páramos, van convirtiéndose en magníficos
 campos de cultivo. ¿Cómo podía soñar el lapón
 que había de llegar un día en que los renos le ayudarían
 a transportar el trigo de sus campos?
    
  Junto con el Canadá, Rusia domina casi toda la zona ártica
 del Globo. Y hoy los canadienses pagan a los rusos su antigua «deuda»:
 les brindan las variedades de trigo propias para ser cultivadas en el Norte,
 y los rusos las reaclimatan en su país y las plantan en las regiones
 polares de Europa y en Siberia.
    
  Con rapidez inaudita, el trigo argentino se ha conquistado un puesto de 
primera fila en el mercado mundial. Hacia el año 1880 su producción
 apenas si bastaba a alimentar la escasa población del país;
 treinta años más tarde, la República Argentina exporta
 más trigo que los Estados Unidos de entonces y, después de
la guerra, tanto como la Rusia de antes de 1914. Este éxito débese
 exclusivamente a la colonización del país por emigrados europeos.
 Todos los ensayos realizados para conseguir una colonización en gran
 escala fracasaron hasta el día en que entró en escena el ferrocarril.
 En seguida empezaron los latifundistas argentinos a ceder terreno en arriendo
 a los colonos. De este modo fue poblándose poco a poco la provincia
 del Plata, la región por excelencia del trigo en todo el hemisferio
 austral. En comparación con Europa, en la República Argentina
 la explotación del suelo es primitiva, aunque se utilizan numerosas
 máquinas recolectoras; el abono de los campos, empero, es insuficiente
 y por ello el rendimiento de las cosechas es muy bajo.
    
  
   
      
  En cambio, en ciertos respectos, la República
 Argentina aventaja a las tierras del Norte. Su cosecha madura en diciembre
 y los cargamentos llegan a Europa en febrero o marzo, es decir, cinco meses
 antes de la recolección europea. En aquella época la República
 Argentina tiene un solo competidor : Australia.
    
  Algunos años Australia exporta tanto trigo como la República
 Argentina y más que los Estados Unidos, a pesar de que la capacidad
 productiva de estos países es notablemente superior a la de aquél.
 En años favorables, la República Argentina ha llegado a exportar
 el doble. Los resultados que se obtienen en Australia con el cultivo del
trigo son asombrosos; el suelo es allí, por lo general, pobre, el
país sufre de sequía, y en algunas regiones la explotación
agrícola es solamente posible por el método del dry farming.
  
    
  
   
  
  
  Fig. 19.  Granero de Sudamérica 
   
   
      
  Así, por ejemplo, hoy se trabaja en Victoria
 una extensión de 4 millones de hectáreas que, hasta hace poco,
 era considerada como desierto. Como las deficiencias del terreno, también
 la escasez de hombres espoleó el espíritu inventivo. En vista
 de que, en 1842, la cosecha no pudo ser recogida por falta de mano de obra,
 el molinero John Ridley ofreció su máquina recolectora, gracias
 a la cual fue posible, ya el año siguiente, segar 4 hectáreas
 por día, con sólo el auxilio de dos hombres y dos caballos.
 Entonces las costumbres australianas eran sencillas, y Ridley, que no se
había preocupado de patentar su invento, abrió una pequeña
fábrica y se puso a vender sus preciosas máquinas a sus vecinos.
De este modo fué encontrado el principio de la Harvester y
de la Combines, difundidas hoy por el mundo entero y que, sumamente
perfeccionadas y motorizadas, siegan los campos del Canadá, Estados
Unidos y Rusia. En la América del Sur estas máquinas siguen
denominándose « australianas ».
    
  
   
  
  
  Fig. 20.    Granero australiano
   
   
      
  No les costó poco trabajo también a
los australianos el obtener unas variedades de trigo capaces de prosperar
en su clima y en su suelo. El joven matemático de Cambridge, Guillermo
 Farrer, que llegó a Nueva Gales del Sur entre 1880 y 1890, dedicó
 a esta obra todo el resto de su vida. Obtuvo más de 30 clases diferentes,
 una de las cuales pudo ser finalmente introducida en todas las explotaciones
 agrícolas australianas en 1902. Los historiadores de Australia observan
 que Farrer realizó una empresa que a muy pocos hombres ha sido dado
 llevar a término : la de transformar el paisaje australiano. Los
dorados  campos que habían predominado antes fueron reemplazados por
otros intensamente bronceados.
    
  De momento, aquí termina para nosotros la «epopeya del trigo».
 Falta mucho, sin embargo, para que termine definitivamente.
    
    
    
  
   
      
  
            
          
                   
                              
  
            
                          
                                     
                    
                                            
                
        
                       
                    
  "Las riquezas de la tierra, geografía
      económica al alcance de todos" J. Semjonow
              Barcelona, 1940
                  Traducción de F. Payarols
                       Editorial LABOR S.A.