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La seda. Magnificencia y poder
El árbol, la oruga y el hombre
Todos conocemos la seda, aunque no todos nos vistamos de ella. Lo que seguramente
algunos desconocen es el modo cómo este artículo se produce.
Para la obtención de un tejido de seda se requiere la colaboración
de tres seres: la morera, la oruga del Bombix mori, que vive sobre
ella y, naturalmente, el hombre, con sus «órganos» complementarios,
empezando por los instrumentos primitivos de un campesino chino y acabando
en las fábricas de múltiples pisos de las sociedades anónimas
europeas.
El árbol atrae a la mariposa, la cual deposita en él sus huevos.
De los huevos salen orugas que se alimentan de las hojas del árbol.
La oruga devora y devora sin reposo durante cinco semanas aproximadamente,
creciendo y desarrollándose. Ya «adulta», segrega dos finísimos
hilos de seda por dos aberturas situadas en su cabeza, haciéndolo de
tal modo que con el movimiento ambas hebras se entrelazan formando una cápsula
alargada, el capullo, el cual acaba por cubrir el animal y aprisionarlo por
completo. Esta operación exige de tres a cuatro días, transcurridos
los cuales la oruga se transforma en crisálida.
Entonces entra en acción el hombre, quien somete los capullos a los
efectos del vapor de agua, hasta que muere la crisálida que encierran.
Sécanse entonces los referidos capullos y son depositados en recipientes
especiales llenos de agua caliente, donde se deshacen. La hebra propiamente
dicha se desprende de la corteza que la rodea y ella es la que da el hilo
de seda. Claro está que este hilo ha de someterse todavía a
una larga serie de delicadas operaciones antes de llegar a la fábrica
de hilados.
Pero volvamos a la morera. Este árbol crece en toda el Asia Anterior,
entre los mares Mediterráneo, Negro y Caspio, así como también
en la India, China y Japón. Sus frutos son dulces y tan nutritivos,
que los perros persas, cuando están hambrientos, se hartan hasta saciarse
con los caídos del árbol. El gusano de seda, en cambio, los
desprecia, y con razón, ya que no bastarían ni con mucho a satisfacer
su apetito; así es que se come las hojas, particularmente las de las
ramas tiernas. Por algo ha escogido la oruga este árbol precisamente;
es que posee la propiedad de crecer continuamente, sacando nuevos brotes
no bien los viejos han sido cortados. La morera penetró en Egipto
relativamente pronto, durante la época romana, procedente de Siria;
en cambio, no llegó a Europa hasta fines de la Edad Media. Efectuáronse
ensayos encaminados a aclimatarla en los países nórdicos, y
en Potsdam pueden verse todavía algunas que mandó plantar Federico
el Grande. No obstante, este árbol no se ha desarrollado por cima
del Sur de Francia, Italia y Sur de Hungría.
Rutas de la seda
Europa recibió del Oriente también la seda como ha recibido
de él otras tantas cosas buenas o malas. Su patria es China ; allí
era ya cultivada sistemáticamente mucho tiempo antes de Jesucristo.
La exportación del capullo estuvo prohibida por espacio de largo tiempo,
bajo penas draconianas. China guardó celosamente su monopolio, como
lo hicieron en posteriores milenios cuantos tuvieron la fortuna de poseer
con carácter exclusivo algo que tuviese valor real.
Pero los chinos tenían, además, otro motivo para justificar
la prohibición. Podían desautorizar la referida exportación
por lo mismo que actualmente muchos Estados prohiben la de sus valores monetarios.
Los capullos venían a ser las « divisas » chinas; los agricultores
debían satisfacer los tributos en capullos, es decir, que en China
existía el sistema de «impuestos en natura ». Consecuencia
lógica de ello era el « monopolio del comercio exterior ».
A la par que impedían la salida de los capullos, los Emperadores
chinos se esforzaban por agrandar el área de los mercados de venta
de los tejidos de seda. Durante muchos siglos China exportó este artículo,
y desde aquellos remotos tiempos la seda viene desempeñando en el comercio
internacional el destacadísimo papel que ha conservado hasta nuestros
días. Hoy la exportación de la seda bruta ocupa el primer lugar
en el tráfico de venta de China y Japón al extranjero, mientras
la de tejidos de seda constituye el artículo principal de la exportación
francesa, el segundo, en cuanto a valor, de la italiana y el primero de la
importación de los Estados Unidos.
En la Antigüedad la importancia de la seda fue todavía mayor
que en la actualidad ; y no solamente su importancia comercial, sino también
la políticocultural. Por mediación de la seda establecióse
el primer contacto entre los círculos culturales indochino y grecorromano.
Este hecho se produjo cuando las caravanas que transportaban la seda china
llegaron a Siria después de cruzar los interminables caminos del Asia
interior. China venía intentando, desde mucho tiempo antes, penetrar
en los mercados del Oeste de su país ; los mercados de aquellas ricas
tierras que, una vez derrumbado el Imperio de Alejandro Magno, arrastraban
una existencia aislada y tempestuosa. Tales eran el reino de los Partos, Persia,
Armenia y Bactriana.La región del Hoang-ho estaba separada por impenetrables
montañas y desiertos de aquellos países, que son los que constituyen
hoy Persia, Afganistán y Turquestán, y sólo a fuerza
de enormes desvíos consiguieron las caravanas llegar al Turquestán
y al fértil y espacioso valle de Fergana. Esas fueron las famosas
«rutas de la seda»; a su través llevaron a Occidente su
valioso artículo las caravanas de camellos. Fueron tres y partieron
aproximadamente del lugar donde se pierde hoy en el desierto el último
sector occidental de la Gran Muralla. Allí, hacia Su-Cheu, conducían
las rutas del valle del Hoang-ho, dirigiéndose al Turquestán.
Fig. 126. Rutas de la seda
En los albores de nuestra Era, las puertas de China
se hallaban, en Occidente, en el Turquestán chino de nuestros días.
Las rutas de la seda no podían aspirar a una verdadera importancia
comercial mientras estuviesen amenazadas por las tribus mogólicas nómadas
del Norte, las cuales atacaban y pillaban las caravanas chinas. El peligro
no desapareció, cuando menos en el sector oriental (el más
importante), hasta el siglo III antes de Jesucristo, en que fué construida
la muralla china. Esta obra legendaria suele provocar hoy la risa ; pero
hay que tener presente que fué erigida, no como protección contra
los ejércitos modernos, sino para hacer frente a las hordas de jinetes
mogoles. En sn época fué la última palabra de la técnica
militar, y se alza boy todavía incólume, al cabo de dos milenios,
después de haber realizado su misión histórica, misión
consistente no sólo en proteger la frontera política de China,
sino también su comercio.
Fig. 127
En realidad, el camino del Oeste no quedó expedito
a las caravanas hasta el momento en que éstas pudieron avanzar seguras,
bajo la protección de la Gran Muralla, hacia la cuenca del Tarim y,
de allí, hacia el valle de Fergana. A las expediciones mercantiles
siguieron los ejércitos chinos, y en el siglo I antes de Jesucristo
China conquistaba el Turquestán oriental. De este modo el centro más
importante del comercio sedero quedó sometido al control chino; desde
allí la ruta se dirigió a través de la Partia, Asiria
y Mesopotamia, hasta los puertos sirios de exportación, Tiro y Berito.
De esos puertos la seda era transportada a Roma. Al principio viéronse
allí telas ligeras, semitransparentes, usadas por el mundo de la moda,
«incluso por los hombres afeminados », como dicen los historiadores
latinos. En los primeros tiempos los romanos no usaron seda pura ; sus hebras
tenían mezcla de hilo y lana. El primero en vestir toga de pura seda
fue el emperador Heliogábalo, sirio de origen
y que impuso en Roma el gusto oriental. Más tarde, en tiempo
de la invasión de los bárbaros, el gusano de seda penetró
en las costas del Mediterráneo, gracias, claro está, a una mujer.
Es de advertir que siempre han sido las mujeres quienes han abierto el camino
a la seda. Según cuenta la leyenda, una princesa china, casada por
motivos políticos, fue enviada al oasis Jotan, en la cuenca
del Tarim, a reunirse con su marido. Ocultos entre el cabello, la mujer se
llevó de su patria huevos de la oruga de la seda.
Fig. 128
De Siria el animal pasó a Bizancio, escondido
en los báculos huecos de unos astutos monjes griegos. Ya en el siglo
VI la producción de seda es una importante rama industrial del Imperio
bizantino y su principal partida de exportación. De Bizancio, la oruga
pasó a Italia y Sicilia en el curso del siglo VII, y al mismo tiempo
los árabes la introdujeron en España, único país
de Europa que, en el siglo X, fabricaba tejidos de seda. Trescientos años
más tarde Italia había pasado a ocupar el lugar de España.
Desde Sicilia la producción sedera se extendió hacia el Norte,
estableciéndose en Lombardía y Venecia; Genova, Florencia,
Venecia y Siena se convirtieron en otros tantos centros de producción
de seda. En el curso de los siglos XIII y XIV la oruga se asentó en
Francia, comenzando su incursión por la Provenza. Aqu, como en Bizancio,
su calvario fue bendecido por la Iglesia católica; el papa Clemente
V, obligado a trasladar temporalmente su sede a Aviñón, plantó
de moreras los alrededores de la ciudad. A partir del siglo XVI los monarcas
franceses demostraron un vivo interés por la producción sedera;
Enrique IV mandó plantar moreras en las comarcas de Paris, Lyón,
Orleans y Tours, y los pimpollos se llevaron ya del Sur de Francia, ya de
Italia.
Francia e Italia fueron hasta, mediados del siglo XVIII los dos países
monopolizadores de la industria sedera europea. En otros Estados el desarrollo
de dicha actividad coincidió con el afianzamiento del Absolutismo
ilustrado y de la teoría mercantilista. El Absolutismo se mostró
decidido defensor de la lana, lo cual se comprende perfectamente, ya que
se trataba de un artículo indispensable para el Ejército. Pero
¿y la seda? Ni Luis XIV ni Federico el Grande vistieron con ella a
sus soldados. ¿Qué motivo los indujo, pues, a impulsar la manufactura
sedera?
Lujo y razón de Estado
Cada materia tiene su carácter propio y está llamada a desempeñar
una función particular. El mármol es indicado para las estatuas,
el granito para los pedestales. « Dulce sabe a los desposados el moscatel;
el alcanfor se esparce en los ataúdes », dice el poeta. Lo mismo
cabe afirmar de las telas. El algodón sirve para utilidad general,
la lana para el bienestar confortable, pero la seda es ya el lujo y siempre
lo fue.
Claro está que el «lujo» es un concepto relativo; hubo
épocas en que el algodón fue considerado en China como un lujo,
y otras en que el azúcar fue un lujo para Europa. En las islas Hawai,
donde en los años de cosecha, abundante se ceban los cerdos con ananás,
nuestra patata era tenida como artículo de lujo. La seda, empero,
lo ha sido siempre, por mucho que nos remontemos en la Historia; y lo que
mejor demuestra este hecho es la legislación suntuaria que encontramos
por doquier, tanto en Egipto como en Grecia y Roma. Cuando, reinando Alejandro
Magno, se puso de moda en Grecia el uso de prendas de seda, el hecho se consideró
como nociva ostentación oriental y falta grave a las buenas costumbres.
En Roma todos los Emperadores, sin excepción, se esforzaron por limitar
el uso de la seda y otros artículos suntuarios, y por conseguirlo
lucharon incluso dechados de modestia de la talla de Nerón. De poco
servían las prohibiciones, como se desprende de su repetición
estereotipada ; en realidad, no podían surtir efecto si se tiene en
cuenta que el Emperador en persona, y con mayor frecuencia aún la
Emperatriz, daban el ejemplo contrario en muchas circunstancias.
Durante la Edad Media y desde Carlomagno no cesaron las tentativas encaminadas
a reprimir el lujo, dictadas por la preocupación de mantener la diferencia
de clases. Ya en la Italia del siglo XIII hubo quejas porque el estamento
burgués llevaba vestidos de calidad tan buena como los propios de
clases sociales más elevadas, hasta el punto de que se hacía
casi imposible distinguir a las personas de la « nobleza » de
las « del estado llano ». El Renacimiento, con sus vestidos suntuosos
y decorativos, aumentó notablemente las demandas de seda ; aquélla
fue la época del máximo esplendor de su comercio y manufactura
en Italia. En el siglo XV prohibióse en Sajonia a todas las señoras
y señoritas de la nobleza llevar colas de longitud superior a 2 varas,
y en Módena se erigió en la plaza del Ayuntamiento una estatua
de mujer, de mármol, cuyo vestido llevaba la cola de la longitud prescrita
por la ley, y la policía de la ciudad tenía orden de conducir
a las damas junto a la estatua para comprobar el cumplimiento de las disposiciones
dictadas. De todos modos, se debe reconocer que este método era más
considerado que el que empleaban los policías en las playas norteamericanas,
los cuales comprobaban, centímetro en mano, la longitud de los trajes
de baño de las señoras. También encendieron las iras
fiscales los calzones bombachos de los hombres ; en Dinamarca, el Gobierno
amenazó con acortar en plena calle los pantalones de los petrimetres.
Carlos IX prohibió a las damas el uso de la « almohadilla trasera
» (Hinterpolster), si bien hubo de ceder finalmente en consideración
de la «almohadilla de las caderas» (Hüftenpolster),
la cual fue creciendo hasta el extremo de que no hubo otro remedio que limitarla
también a un perímetro de 2 varas.
Cierto que todas esas medidas perjudicaban al comercio de la seda, el cual
se defendió en cuanto le fue posible y muchas veces con éxito.
El incremento de los brocados muestra lo intenso que era ya en la Edad Media
el afán de lujo. La confección de esta clase de tejidos comenzó
en Italia en los siglos XII y XIII, siendo fundada la primera «manufactura
real » en Palermo, desde donde; las telas eran enviadas a todo el mundo
entonces conocido. ¿Quiénes fueron los que usaron aquel artículo
de lujo? Siquiera nombraremos a uno de ellos. Cuando Carlos el Temerario,
duque de Borgoña, acudió en 1474 a Tréveris paro entrevistarse
con el emperador Federico III, llevaba un séquito formado por 3.000
caballeros de la nobleza, 5.000 del estado llano y 6.000 peones. Los 8.000
caballeros llevaban sobre las corazas sobrevestes de seda y terciopelo y,
en cuanto al. duque, vestía capa, de brocado adornada con piedras
preciosas, de un valor de 200.000 ducados. Este mismo Carlos llevaba, en
ocasión de la batalla de Granson, un guardarropa integrado por 400
cajas; y en consideración a la sencillez de la vida de campaña,
«solamente» llevaba 100 vestidos de brocado. ¡Cómo
palidece ante esto el tan ponderado lujo romano, si se recuerda que la emperatriz
Agripina causó sensación al presentarse en una recepción
ataviada con un vestido totalmente bordado de oro!
Bastante más tarde, ya en el siglo XVII, la producción de los
brocados pasó a Lyón y Ginebra, donde esta industria subsiste
aún en nuestros días. Hoy, el « oro » que entra
en las telas no es, por regla general, más que cobre dorado y, en
raros casos, plateado. Antaño, empero, las telas se trabajan con oro
auténtico ; de otro modo Luis XIV no se hubiera visto obligado a limitar
el empleo del noble metal en las manufacturas de tejidos.
En España, Femando e Isabel combatieron el lujo, para lo cual prohibieron
el uso de brocados y telas de oro y seda, contribuyendo de este modo considerablemente
a la ruina de la producción sedera española. La prohibición
encontró imitadores en todos los países, y la Iglesia católica
apoyó esta política por motivos religiosos.
Fig. 129
El lujo ha tenido siempre muchos adversarios teóricos,
casi tantos como adeptos prácticos. Los hombres como Maquiavelo y
Ricardo Wagner, que confesaron repetidamente su amor y aprecio por el lujo,
han sido muy escasos. Si Pascal prefería el hábito «de
crin» de los monjes a la seda, Rousseau iba aún más lejos
al recomendar a la «Humanidad no contaminada» las pieles de oveja
o las hojas de plátano. Sin embargo, ésta era una protesta
tardía. En la Europa del siglo XVIII todos los Gobiernos que se sucedían
se esforzaban en introducir en sus respectivos países industrias propias,
particularmente las de lana y seda. La posibilidad la dieron los mismos franceses,
al promulgar Enrique IV el Edicto de Nantes, por el cual reconocía
en Francia la libertad religiosa. De este modo protegía el Rey la
manufactura nacional de seda, industria en la que eran verdaderos maestros
los protestantes. Cuando, un siglo más tarde, fue revocado el Edicto,
los hugonotes huyeron en masa de Francia, buscando refugio en Inglaterra,
los Países Bajos, las tierras del Rhin y Suiza, con gran satisfacción
de los Gobiernos de esos Estados. El Absolutismo ilustrado vió (y
no se equivocó) la máxima garantía de su poderío
político en el desarrollo de la industria. Hoy todo el mundo comprende
por qué Federico el Grande impulsó con tanto tesón esta
rama de la actividad humana; actualmente, todos los países del mundo
practican, en el fondo, la misma política. Lo que muchos no comprendieron
hasta hace poco es la razón que impulsó al monarca prusiano
a interesarse tanto por la industria sedera. Suponíase que quiso dar
a la monarquía el máximo esplendor y no quedarse a un nivel
inferior al de Francia. No cabe duda de que estas razones influyeron en su
ánimo ; no en vano llevaban los Reyes coronas de oro y capas de armiño;
y tenía profunda significación, especialmente en una época
en que los balances de los Bancos nacionales se tenían menos en cuenta
que el brillo exterior de las Cortes reales. Federico sabía que no
necesitaba vestir de seda él mismo, pero sí poseer este artículo,
y sabía, además, otra cosa : que, en la Industria, para alcanzar
el máximo de capacidad técnica, hay que desarrollar todas sus
ramas, sin descuidar una sola. En su afán de contribuir a la prosperidad
de su país, emanciparlo de la importación exterior y dotarlo
de un nuevo artículo de exportación, procuró Federico
desenvolver las ramas industriales ya existentes en Prusia e implantar las
que no poseía aún. Y no pudiendo crear la industria de radio
o de aviación, contentóse con establecer la de la seda.
Los maestros franceses difundieron por todos los Estados europeos el arte
de tejer la seda. La « exportación » de aquellos técnicos
estaba prohibida en Francia ; pero todos los Gobiernos rivalizaban por adquirirlos
y asegurarse sus servicios. Rusia envió una Comisión secreta
con la única misión de mandar de contrabando maestros a San
Petersburgo. A principios del siglo XVIII trabajaban ya en Leipzig un millar
de telares y se habían constituido modestos centros de industria sedera
en el Palatinado, en Munich y Viena, en Dinamarca, Suecia y Rusia. Según
Schmoller, durante el siglo mencionado no hubo capital alemana donde no se
efectuaran ensayos encaminados a crear una industria sedera propia ; no obstante,
sólo en el Berlín de Federico el Grande se lograron resultados
positivos. También alcanzó notable desarrollo esta industria
en Crefeld, contribuyendo no poco a ello el efectivo monopolio de los hermanos
de Leyen, mennonitas holandeses. Enrique de Leyen comenzó su obra
el año 1668. Desde el punto de vista económico, la industria
de Crefeld tuvo mayor vitalidad que la de Berlín ; superó todas
las crisis, tanto políticas como económicas, y en la actualidad
es el centro más importante de la manufactura de seda de Alemania.
Ya Federico Guillermo I llevó a cabo algunos ensayos destinados a
desarrollar en Berlín la industria sedera; pero las bases definitivas
de ésta débense a Federico el. Grande, quien la apoyó
con todo entusiasmo, contratando maestros de Holanda, Italia y Francia y
formando a sus propias expensas para aquella técnica numerosos educandos
del Orfanato de Potsdam. La importación de terciopelo estaba prohibida,
y las demás telas de seda se hallaban sujetas a elevados derechos
arancelarios. Fueron adoptadas severas medidas para reprimir el contrabando,
aunque no fue posible extirparlo. Los fabricantes contaban con el apoyo financiero
del Estado, el cual pudo desprenderse de la suma de 2 millones de escudos,
más de lo que había invertido en otra industria cualquiera.
No hay que admirarse de esta esplendidez ; Colbert, en Francia, destinó
5 millones de libras al mismo objeto.
La floreciente iniciativa de Federico quedó arruinada por las guerras
napoleónicas y de la independencia. Aquella industria, joven aún
y artificialmente creada, no pudo hacer frente a la competencia extranjera
al faltarle el apoyo del Estado.
No obstante, la época de Federico dejó por herencia la tradición
industrial, la técnica y la experiencia emprendedora. A partir de
1830 la industria sedera desarrollóse siguiendo nuevos caminos. Los
telares mecánicos, particularmente el modelo de Jacquard, se habían
ya adoptado en todas partes. Por entonces adquiría incremento el Wuppertal,
y en la segunda mitad del siglo XIX pasó a primer plano Bielefeld,
donde algunas manufacturas de tejidos de lino habían sido transformadas
en otras sederas. A fines de siglo, cuando la importación de artículos
de seda se vió dificultada por la elevación de las tarifas
aduaneras, muchas empresas de Suiza se trasladaron a Badén y Wurtemberg.
De la inconsecuencia femenina
La importancia de la industria sedera no se redujo por la general democratización
que dió al traste con el Absolutismo; antes al contrario, cuando la
Revolución francesa hubo abierto nuevos cauces a la burguesía
triunfante y cada día más rica, el crecimiento de aquella industria
progresó con gran rapidez. No en vano está íntimamente
vinculado con la Revolución el invento del telar de Jacquard, llamado
a impulsar extraordinariamente, no sólo la producción de tejidos
de seda, sino también la de tejidos de lana. Jacquard había
tomado parte en el movimiento renovador, si bien en sentido negativo, ya
que combatió contra el ejército de la Convención. Pero
lo importante del caso es que si pudo llevar a la práctica su invento,
gracias al cual era posible tejer mecánicamente telas estampadas,
lo debió a Carnot, el famoso organizador del ejército revolucionario
que entonces era miembro del Directorio. La burguesía francesa afianzó
la fama de la moda, cuyo centro, en el siglo XIX, fue París. Desde
entonces la industria se ha venido sirviendo de la moda para ampliar sus
mercados. En la Roma antigua las modas nacían en las recepciones imperiales
y en los grandes balnearios; las mujeres romanas pedían a sus maridos
túnicas como las que habían visto llevar a la Emperatriz. Pues
bien ; las francesas del siglo XVIII seguían ciegamente los caprichos
de las favoritas reales, aunque muchas veces aquellas creaciones únicamente
tenían razón de ser para la que las había ideado. Así,
si se introdujeron los zapatos a la poulaine, fue sólo para
disimular la forma defectuosa de ciertos pies. Madame de Pompadour calzó
tacón alto a fin de aparentar más elevada talla, ya que la
que había sido un tiempo señorita Pez, (su verdadero nombre
era Poisson) y que tan encumbrada se vio por loa caprichos del Destino, considerábase
a sí propia demasiado pequeña y poco vistosa. Lo miriñaques
se pusieron de moda el día en que la emperatriz Eugenia quiso ocultar
de este modo una alteración de su figura, producida por el embarazo,
alteración de la cual no tiene por qué avergonzarse la mujer.
Esta absurda innovación determinó ipso facto el incremento
de la industria del encaje en Valenciennes y Plauen y aumentó la venta
de la seda.
En el siglo XIX la moda sale generalmente del teatro ; los sastres famosos
la conciben y se la apropian y los fabricantes la realizan. Una renombrada
actriz francesa ideaba un vestido especial para una sola pose en uno
de sus papeles ; había de estar apoyada por espacio de unos minutos
contra una columna, pongamos por caso, y el vestido tenía la misión
de dar más relieve a su figura. Aquel vestido iba a contar al día
siguiente con millares de imitadoras ; las modistas trabajaban de firme y
los pedidos llovían en los talleres; la nueva moda quedaba «creada».
Del vestido que llevase Sarah Bernhardt en un estreno dependía la
prosperidad y el trabajo de millares de personas y la producción industrial
de ciudades enteras. En esta época nace la famosa haute couture
francesa, las casas de moda que enviarán sus modelos a todo el mundo.
El renombre de que gozó París como «legislador de la
moda» representó para Francia beneficios económicos enormes.
En 1924 exportó telas de seda por valor de 3.000 millones de francos,
suma que, al cambio de entonces, equivalía a la de 800 a 900 millones
de francos oro.
El gusano y la fábrica
En el fondo, nunca la industria sedera ha dependido directa e inmediatamente
del gusano de seda. En Europa, la producción de telas comenzó
antes de la cría del Bombix mori. Durante corto tiempo existió
un nexo entre ambas ramas de la Economía, y no es un hecho casual
que la industria sedera se desarrollara intensamente en los países
que disponían de plantaciones de moreras. En el curso de los años
solamente Italia estuvo en situación de abastecerse con la seda de
producción propia e incluso de exportarla. Los Estados Unidos, con
todo y su vasta industria sedera, nunca han tenido una verdadera producción
del gusano; y viceversa, los países patria del insecto, China y Japón,
así como los del Asia Anterior, no han poseído la referida
industria, en el sentido europeo, hasta época muy reciente.
Las nueve décimas partes de la producción mundial de seda en
bruto proceden del Asia oriental, donde la necesaria baratura de la mano
de obra concurre con condiciones climatológicas particularmente favorables.
Para la fabricación de esas telas, de precio excesivamente elevado,
se necesita, como observa un ilustrado francés, «una población
tan densa como pobre», condición que encontramos en el Japón
y China; en ambos países la producción sedera se halla concentrada
en las regiones pobladas más densamente. En esas comarcas de los dos
Estados extremoorientales el 99 % de la población campesina tiene
por ocupación principal la cría del gusano de seda, el cual
sostiene, aunque míseramente, a la mitad de la población campesina,
o sea a la cuarta parte de la total del Japón.
Mientras en China el cultivo del gusano de seda ha decaído en estos
últimos siglos por efecto del hundimiento político del país,
en el Japón no sólo se ha mantenido, sino que se ha desarrollado
considerablemente. Mediante atinada inspección y selección
de los huevos del insecto, los japoneses han obtenido una oruga fuerte y
sana. Hacia el año 1850 los criadores europeos del gusano de seda
recibieron un rudo golpe : una epidemia que se declaró entre aquellos
insectos y que amenazó con la destrucción total de su cría
en Francia e Italia. Este período duró unos quince años,
hasta que vino a salvar la situación Pasteur, el famoso bacteriólogo,
quien enseñó a los criadores a seleccionar los huevos con ayuda
del microscopio. A pesar de todo, la sericicultura habría desaparecido
si del Japón no se hubiesen enviado huevos sanos para mejorar la cría.
La oruga japonesa salvó en aquella ocasión la existencia económica
de muchos millares de europeos.
Fig. 130
Un hecho característico de los dos países
del Extremo Oriente es el escaso desarrollo que ha alcanzado su propia industria.
El principal artículo de exportación del Imperio japonés
lo constituye la seda bruta. Solamente después de la Gran Guerra surgieron
allí hilanderías propias, y si bien se difundieron con relativa
rapidez, aun hoy no se elabora en el país ni la tercera parte de lo
que rinde su producción; todo el resto va a parar al extranjero, destinadas
las nueve décimas partes a los Estados Unidos.
La dependencia del Japón por lo que respecta al abastecimiento de
seda bruta es un hecho con el que deben contar todos los países, los
cuales tendrían enorme interés por emanciparse de tal monopolio.
A este fin los franceses realizaron ensayos encaminados a fomentar la cría
del gusano de seda en la Indochina, donde las condiciones son favorables.
Los americanos, por su parte, han optado por seguir otro camino. Considerando
imposible establecer dicho cultivo en América por causa del elevado
coste de la mano de obra, procuran fomentarlo en China. Los chinos aceptan
gustosos su apoyo, tan poco oneroso para los otorgantes, si se considera
que la exportación sedera china se encuentra principalmente en manos
de Compañías yanquis y europeas.
Persia y Rusia fomentan la producción .sedera sin contar con auxilio
exterior alguno y esforzándose para recoger en un futuro próximo
el fruto de sus trabajos.
Fig. 131
Turquía nos ofrece un cuadro tan interesante
como triste de la decadencia de la producción sedera. Antes de la
guerra las regiones más importantes de este cultivo eran Adrianópolis,
en la Turquía europea, y Brussa en la asiática y sus comarcas
adyacentes. Durante la guerra grecoturca de 1920-1921 la industria sedera
sufrió considerablemente, y los daños se acrecentaron como
consecuencia de la posterior regulación definitiva de las relaciones
nacionales, cuando la totalidad de la población griega establecida
en el país fue expulsada de Turquía y obligada a trasladarse
a Grecia. Entonces empezó a desarrollarse en esta nación la
producción de la seda, y gracias a ella tal vez los griegos puedan
resarcirse de las pérdidas sufridas.
Del lado del Oeste, los únicos países importantes por su producción
de seda son Italia, Francia y España. Hasta nuestro siglo Italia no
ha perdido el primer lugar que ocupó como proveedora mundial de seda
en bruto ; hoy la sobrepasan el Japón y China. No obstante, lo que
perdió como productora lo recuperó en otro aspecto, ya que
desarrolló extraordinariamente su industria. El comercio de Milán
llegó a ser igual y aun superior al de Lyón, ciudad que hasta
entonces era el centro del tráfico mundial de la seda.
Hoy son los Estados Unidos quienes ocupan el primer lugar del mundo en la
industria sedera. Cuando, a mediados del pasado siglo, se redujeron en Inglaterra
los aranceles proteccionistas, América se apresuró a importar,
empezando desde aquel momento el ascenso de la industria de la seda, que
se concentra en las mismas comarcas textiles orientales de la costa atlántica
donde se halla también la industria lanera y la algodonera. Hoy ningún
país puede rivalizar con los Estados Unidos; ellos elaboran las tres
cuartas partes de la seda en bruto que produce el mundo, siendo Nueva York
el mayor comprador de dicha primera materia.
Fig. 132
Toda moda está condicionada por el instinto
de imitación que, como sostienen algunos psicólogos, tiene
sus raíces en la naturaleza humana. En los países europeos,
sin embargo, la imitación no cristaliza en la unificación.
Todas las señoras quieren vestir «a la moda», pero conservando
su carácter de individualidad. Entre las americanas este afán
desempeña, al parecer, un papel de menor importancia. Ciertos viajeros
europeos llegan a afirmar que todas las mujeres norteamericanas tienen «la
misma cara», afirmación que nos resistimos a tomar en serio.
Sin embargo, gentes de toda formalidad, como son los fabricantes de sedas
de Nueva Jersey, confiesan que la unanimidad de los gustos americanos les
simplifica extraordinariamente la elaboración de standards
de telas y artículos manufacturados, abaratándolos en consecuencia.
Esos fabricantes agregan que, en su concepto, las americanas son las mujeres
más encantadoras y originales del mundo, aunque eso sea tal vez una
« atención a la clientela ».
"Las riquezas de la tierra, geografía
económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.