La
Mir: La ciudad peonza
«¡Busca un extintor!»
El congresista F. James Sensenbrenner, presidente del Comité para la
Ciencia de la Cámara de representantes, estaba muy descontento. Durante
los últimos cuatro días había deambulado por los salones de las diversas
instalaciones espaciales rusas, intentando averiguar cuál sería la
aportación rusa a la Estación Espacial Internacional. Nadie le daba una
respuesta concreta. La construcción en órbita de la estación estaba
programada originalmente para que comenzase a finales de 1997, con una
rápida secuencia de lanzamientos de tres módulos, a saber, el bloque
funcional de carga (finalmente denominada Zarya), el Nodo 1 (o Unity
como, a fin de cuentas, lo bautizó la NASA), y el módulo de servicio (o
Zvezda, según la denominación de sus constructores rusos).
El Zarya (amanecer en ruso), versión actualizada de los últimos módulos
de la Mir, combinaba los sistemas del Kristall y del Kvant 2 para
proporcionar a la estación guiado, comunicaciones y energía durante la
primera fase de su construcción. Construido por los rusos, la
financiación había corrido a cuenta de la NASA, por lo que los
estadounidenses podían afirmar que se trataba de un proyecto conjunto.
El Unity era el primer módulo fabricado por los estadounidenses y había
sido concebido originalmente como nodo de conexión de los diferentes
módulos de la Freedom. Se trataba de un cilindro achaparrado, con
una longitud de 5,5 m, y seis puertos de acoplamiento, uno en cada
extremo y cuatro alrededor de su circunferencia. Cuando hubiera acoplado
con el Zarya, serviría de puerto a los módulos estadounidenses
posteriores.
El Zvezda (estrella en ruso) era básicamente la Mir 2, una versión
actualizada del bloque base de la Mir. Aportaría el espacio
habitable durante los años de construcción, además de los propulsores
dotados de depósitos recargables que debían mantener la órbita de la
estación. Sin el Zvezda, los otros dos módulos no podrían permanecer en
órbita durante más de quince meses. Al cabo de ese tiempo, el
combustible del Zarya se agotaría y su órbita decaería. El Zvezda, sin
embargo, no estaba terminado. A pesar de sus reiteradas promesas, el
gobierno ruso no había podido financiar su construcción. Sin una fecha
de lanzamiento inminente y fiable para el Zvezda, los otros dos módulos
no podían lanzarse, así que hubo que posponer una y otra vez el comienzo
del ensamblaje en órbita de la estación, primero al mes de abril de
1998, y luego a junio de ese mismo año.
El incumplimiento de las promesas enfureció a Sensenbrenner. Sólo dos
semanas antes, el 7 de febrero de 1997, el primer ministro ruso Viktor
Chernomyrdin se había comprometido, durante un encuentro cara a cara con
el vicepresidente Al Gore, a transferir el 28 de febrero 100 millones de
dólares al programa de la estación espacial. Sin embargo, sólo tres días
después firmó un decreto que sólo proveía garantías de préstamo para la
mitad de esa suma. Cuando Sensenbrenner llegó a Rusia solicitó una copia
del decreto. Al principio, nadie le pudo conseguir la copia y cuando,
finalmente, se la entregaron descubrió que en ella faltaba una página
del texto, que saltaba misteriosamente del artículo 3 al 9.
Cada persona con que se reunía miraba a otro lado. Finalmente,
Sensenbrenner perdió la paciencia. Durante una visita guiada por la
cavernosa fábrica del taller de diseño de Jrunichev —donde se construía
el cohete Protón para el lanzamiento de los módulos rusos—,
Sensenbrenner dio rienda suelta a su enfado. En presencia de numerosos
periodistas y cámaras de televisión, se encaró con Anatoli Kisiliov, el
corpulento director de Jrunichev, y exigió que le precisara cuándo
estaría terminado el Zvezda. Durante diez minutos, mientras las cámaras
grababan cada palabra, Sensenbrenner reprendió a Kisiliov por no haber
terminado el módulo de servicio.
Sudando a raudales, nervioso, Kisiliov intentó capear las críticas de
Sensenbrenner. Tan sólo era un director de fábrica; no era él quien
asignaba los fondos, sino la Duma. Cuando el dinero llegara, sin duda
terminarían de construir el módulo. «No soy el presidente de Rusia. Soy
el presidente de mi compañía», dijo. «No respondo por Rusia».
Sensenbrenner no se lo tragó. «Nadie acepta la responsabilidad por los
retrasos», le dijo a Kisiliov. «La única razón de que hoy haya una
crisis es que tu empresa no ha cumplido con el calendario que Gore y
Chernomyrdin acordaron en julio pasado». Como más tarde declararía a los
reporteros: «Nos acercamos al punto en que todo puede irse al diablo. Si
Rusia no cumple con sus promesas ahora, su gobierno debe saber que ello
afectará a sus relaciones con el resto del mundo en asuntos que van
mucho más allá del espacio».1
Lo que Sensenbrenner desconocía ese día era que el decreto de
Chernomyrdin valía menos incluso que el papel en el que había sido
firmado. Pasó el 28 de febrero y no llegó ni una transferencia, ni
efectivo, ni siquiera un préstamo, nada. El gobierno ruso aún estaba en
bancarrota y, simplemente, no tenía fondos para un nuevo proyecto
espacial. El Zvezda permaneció intacto en el suelo de la fábrica, un
casco vacío con varios meses de retraso respecto al calendario.
Esa misma semana, los seis hombres de la Mir estuvieron a punto
de morir.
Durante dos semanas, las dos tripulaciones habían convivido en la
estación, dedicando su tiempo casi exclusivamente a los experimentos y
las entrevistas de televisión a las que se debía Ewald, el astronauta
alemán.
El domingo 23 de febrero, los seis hombres acababan de cenar juntos en
el bloque base de la estación. Habían sorbido borsch (sopa rusa)
y gelatina de perca de los tubos. Mientras Linenger regresaba al Spektr
para realizar cierto trabajo informático, Lazutkin flotó hasta el módulo
adyacente Kvant para encender una vela de perclorato de litio. En los 13
días transcurridos desde la llegada de Lazutkin, la presencia de seis
personas en la Mir había motivado que encendieran unas tres docenas de
velas.2
Apenas unos segundos después de haber encendido la vela, le sobresaltó
ver que saltaban chispas de la unidad. Un segundo después, apareció una
llamarada anaranjada y rosada de 30 cm, que se abrió paso a través del
revestimiento del cartucho ardiendo con la intensidad de una antorcha.
Durante algunos instantes, Lazutkin la contempló incrédulo. A causa de
la costumbre rusa de ocultar los problemas, nadie le había informado de
que en ese mismo lugar y en 1994 una vela idéntica había estallado en
llamas cuando Polyakov la encendió. Casi con timidez, gritó: «¡Chicos,
tenemos un incendio!».
A dos metros y medio, en el bloque base, los tres rusos y el alemán
siguieron conversando, sin enterarse de lo que sucedía en el Kvant.
Luego, casi simultáneamente, Ewald y Tsibliev vieron la llama y el humo.
«¡Fuego!», gritaron.
Korzun inmediatamente voló hacia el Kvant, abriéndose paso entre los
demás, y se detuvo junto a Lazutkin que intentaba sofocar el incendio
con una toalla, tal y como había hecho Polyakov dos años antes. La
antorcha consumió la toalla como si fuera papel. «¡Busca un extintor!»
gritó Korzun, empujando a Lazutkin hacia el bloque base.
Allí, Tsibliev y Kaleri ya estaban buscando extintores. Merbold, que
estaba menos familiarizado con el funcionamiento de la Mir, se
había apartado a un rincón para no estorbar.
Entre las espesas nubes de humo, que dificultaban ver y respirar, Kaleri
alcanzó a Lazutkin un extintor, y éste se lo pasó a Korzun. El extintor
no funcionaba. Mientras Korzun se las veía y deseaba con el extintor,
gritó: «¡Encontrad las máscaras de oxígeno!».
Restalló la alarma de incendio de la estación.
En el Spektr, Linenger escribía tranquilamente en su ordenador e
ignoraba la situación de emergencia. Cuando escuchó la alarma supuso que
se trataba de un nuevo fallo en el sistema de energía de la estación.
Aunque esos fallos podían resultar peligrosos, llevaba tiempo
descubrirlos. Guardó despacio sus archivos, apagó su ordenador y se
dirigió al adaptador de acoplamiento para ver qué sucedía. Al llegar,
casi se da de bruces con Tsibliev. «¡Fuego!», gritó Tsibliev.
Para entonces, los rusos habían iniciado los procedimientos de
evacuación. Tsibliev y Lazutkin habían subido a bordo de su Soyuz-TM,
acoplada al puerto de proa, y ya activaban sus sistemas. Entretanto,
Kaleri intentaba descargar del ordenador principal de la Mir la
información de vuelo para el regreso a la Tierra.
Mirando a través del bloque base y hacia el Kvant, todo lo que Linenger
podía ver eran llamas y nubes de humo procedentes de la escotilla del
Kvant. Inmediatamente comprendió, al igual que los demás, que la
ubicación del fuego bloqueaba el acceso al puerto de proa donde estaba
acoplada la segunda Soyuz-TM. Con una sola nave salvavidas Soyuz-TM, no
era posible una evacuación completa; si el casco se resquebrajaba al
menos morirían tres hombres.
Mientras los hombres luchaban contra las llamas, la situación empeoró.
La primera máscara de oxígeno que Linenger se puso falló. Un extintor no
funcionó, y los que había en el Priroda estaban atornillados a la pared,
por lo que no podían liberarse sin las herramientas adecuadas. (Se
habían asegurado de esta manera para el lanzamiento, y en el año y medio
transcurrido desde entonces nadie había pensado en desatornillarlos).
Entretanto, Korzun no conseguía apagar las llamas a pesar de haberlas
atacado con tres extintores. Linenger, que se había desplazado hacia el
túnel de acoplamiento entre el Kvant y el bloque base para alcanzarle
los extintores a Korzun y sujetarlo mientras los descargaba, observaba
cómo de las llamas emergían grumos de metal fundido.
Por último, después de arder entre diez y quince
minutos, el fuego pareció extinguirse por sí mismo, como si hubiera
consumido todo el combustible cercano disponible y se hubiera sofocado
en su propio hollín. Salvo quemaduras y magulladuras leves en manos y
brazos, nadie había resultado gravemente herido.
Durante la hora siguiente, los hombres flotaron en silencio sin moverse,
intentando prolongar sus limitadas reservas de mascarillas, mientras
esperaban a que los ventiladores de la Mir disiparan el humo. «El
humo en la estación era tan espeso que no pudimos vernos los dedos de
las manos frente a la cara durante al menos una hora», escribió Linenger
después.3 A diferencia de cuando se declara un incendio en
una casa terrestre, poco podían hacer hasta que el sistema de
ventilación de la Mir extrajera el humo de la atmósfera. Estaban
atrapados, al igual que lo habían estado Grechko y Romanenko veinte años
antes en la Salyut 6. No podían abrir una ventana. Tampoco podían
encontrar un lugar bajo el humo que asciende. En la ingravidez, el humo
lo impregnaba todo; no hay debajo.
Al amanecer, el aire se había aclarado lo suficiente como para que
pudieran prescindir de las máscaras —uno de ellos incluso bromeó con que
el humo hacía que la estación oliera a pavo asado—. Comenzaron a
limpiar; eliminaron todo el hollín. Hablaron con el centro de mando de
Moscú, describiendo la situación y emprendieron la laboriosa tarea de
hacer que la Mir volviera a funcionar a pleno rendimiento.4
Entretanto, los acontecimientos que se produjeron en tierra a raíz del
incendio ilustraron en gran medida las quejas que Sensenbrenner había
manifestado hacía sólo una semana. El incendio se declaró alrededor de
las diez de la noche, hora de Moscú. Sin embargo, el contingente
estadounidense no se enteró de lo sucedido hasta las diez de la mañana
del día siguiente, cuando volvieron al trabajo en el centro de mando de
Moscú. Sólo entonces, los rusos les pusieron al corriente. A
continuación, los rusos intentaron ocultar el problema, declarando que
el incendio había durado sólo noventa segundos. Asimismo, dieron por
terminada la investigación del suceso en sólo tres días, concluyendo que
el incendio había sido un hecho aislado, causado exclusivamente por un
fallo indeterminado en una vela en particular.
Cuando Linenger intentó preguntar al personal de tierra sobre los
efectos que el incendio tendría para la salud, los rusos no le
concedieron tiempo de comunicación. Linenger y Korzun incluso llegaron a
enzarzarse en una discusión a gritos, cuando el estadounidense intentó
interrumpir una sesión de comunicación para pedir explicaciones acerca
del incendio.5
Transmitir su punto de vista a la NASA se hacía aún más difícil porque
la jefatura de la NASA no estaba muy interesada en oír hablar de los
fallos espaciales rusos. En público, la NASA parecía dispuesta a aceptar
la versión rusa de los acontecimientos, afirmando en su propio informe
de prensa que «el incendio, que comenzó el sábado a las 22:35, hora de
Moscú, ardió durante unos noventa segundos. La tripulación estuvo
expuesta a una densa humareda entre cinco y siete segundos y reaccionó
utilizando las máscaras». En el mismo informe de prensa se citaron las
palabras de Frank Culbertson, director de la Fase 1 del programa Shuttle-Mir,
quien afirmaba que «nadie resultó herido», para añadir a continuación
que «los administradores y especialistas en operaciones rusos habían
ofrecido abundante información sobre lo sucedido». Culbertson también
intentó darle la vuelta a los hechos de modo que el incendio pareciera
no tener mayor trascendencia. Le dijo a la prensa que Linenger había
podido reanudar su trabajo científico «más o menos al cabo de un día ...
ha vuelto a lo suyo. Todo transcurre con normalidad. En este sentido,
dice que todo sigue como antes».6
La situación de Linenger difícilmente podía haber vuelto a la
normalidad. De hecho, no pudo conciliar el sueño hasta pasados dos días
del incendio. Durante ese tiempo, practicó reiterados exámenes médicos a
sus compañeros, insistiendo en que la tripulación utilizara a toda hora
las mascarillas porque no podía comprobar el nivel de toxicidad de la
atmósfera de la Mir. «A todos nos costaba mucho dormir», informó.
En numerosas ocasiones también intentó, sin conseguirlo, informar de la
gravedad de la situación a sus colegas de la NASA. A la administración
Clinton no le convenía la opinión de Linenger sobre el incendio. Clinton
había puesto sus miras en la construcción de una estación espacial
internacional en colaboración con los rusos, y un incendio mortífero en
la Mir —que los rusos habían mantenido en secreto y luego se
negaron a investigar en detalle— ofrecería munición a los oponentes del
proyecto.
No es que a los oponentes les faltaran armas. A pesar de las múltiples
promesas, a fin de cuentas, el gobierno de Yeltsin no disponía de
efectivo para terminar la construcción del Zvezda. En la caótica, pero
libre, sociedad rusa que sucedió al colapso de la Unión Soviética, el
gobierno ruso era probablemente el componente más impotente y pobre de
la sociedad. En la media década transcurrida desde el golpe de agosto,
las circunstancias de los ciudadanos comunes habían mejorado
enormemente. Las tiendas estaban repletas de artículos; el trabajo
abundaba. O como me dijo un amigo ucraniano cuando visité Kiev en 1995,
«En 1990 las cosas eran baratas, pero no había nada que comprar. Ahora
las cosas son caras pero las puedes conseguir cuando las necesitas. Todo
lo que tienes que hacer es trabajar duro y ganar dinero».8
Para las autoridades, sin embargo, la situación no era tan buena. El
gobierno de Yeltsin encontraba dificultades al recaudar impuestos, en
parte porque el sistema de recaudación era tan complejo que todos
estaban interesados en evadirlo. Los funcionarios gubernamentales,
designados y electos, nada sabían de los presupuestos y de modo
rutinario gastaban por encima de sus asignaciones.9
El 24 de febrero, el día después del incendio y sólo una semana después
de que Sensenbrenner regresara de Moscú, Yuri Koptev, jefe de la Agencia
Espacial Rusa, dio una conferencia de prensa en Moscú en la que anunció
que, debido a la falta de fondos, la terminación del Zvezda se retrasaba
una vez más hasta diciembre de 1998. Luego llegó el 28 de febrero, y los
50 millones de dólares del préstamo avalado que Chernomyrdin había
prometido no aparecieron.
En Washington, el incumplimiento de estas promesas suscitó una condena
airada. Sensenbrenner, que pronto sería designado presidente del
Subcomité de la Cámara de Representantes para el Espacio y la
Aeronáutica, solicitó la convocatoria de una sesión informativa en el
Congreso. Acto seguido, se programaron sesiones informativas tanto para
la Cámara de Representantes como para el Senado a principios de abril.
En el espacio, los problemas técnicos se acumulaban. Al cabo de unos
días, el 3 de marzo —sólo un día después de que Korzun, Kaleri y Ewald
regresaran a la Tierra—, fallaron los dos regeneradores de oxígeno
Elektron de la Mir. Tras años de reparaciones improvisadas, los
sistemas dijeron basta. Ni Tsibliev ni Lazutkin sabían cómo repararlos.10
Se elaboraron planes a toda prisa para lanzar una unidad de reemplazo.
Entretanto, a la tripulación no le quedó otra opción que utilizar las
velas de perclorato de litio, encendiendo dos o tres diarias en la
última unidad que aún funcionaba del bloque base. Como nadie sabía qué
había provocado el incendio de la vela el 23 de febrero, se ordenó a la
tripulación que sólo utilizara velas con una antigüedad inferior a los
dos años. Además, durante cada encendido, uno de los cosmonautas debería
tener preparado un extintor, por si acaso."
Al día siguiente, Tsibliev efectuó una prueba de acoplamiento valiéndose
sólo del sistema TORU para reacoplar la nave de carga Progress, que
desde principios de febrero había orbitado cerca de la estación. Hasta
ahora, las naves de carga Progress empleaban de modo rutinario el
sistema Kurs para las operaciones de encuentro y acoplamiento. El
sistema TORU sólo se había utilizado en 1994, cuando Malanchenko
consiguió acoplar una nave de carga Progress en un último y desesperado
intento. Sin embargo, el precio de los sistemas Kurs, de fabricación
ucraniana, no había dejado de aumentar. Si la prueba de Tsibliev
funcionaba, quedaría demostrado que el sistema TORU podía dirigir todos
los acoplamientos de las naves de carga Progress, permitiendo a Rusia
dejar de comprar el sistema Kurs.
El 4 de marzo, la Progress fue situada de modo que Tsibliev pudiera
guiarla hasta el puerto de popa de la Mir. Luego, por razones que
aún hoy permanecen sin esclarecer, la cámara del TORU falló. Tsibliev,
cuya hoja de servicios ya incluía una colisión entre la Soyuz y la
Mir, contemplaba impotente su monitor sin señal mientras la nave de
carga se precipitaba inexorablemente hacia ellos.
A pesar de estar situados frente a ventanas distintas, ni Linenger ni
Lazutkin podían ver la Progress. Buscando a toda costa un punto de
referencia, Tsibliev se fue hasta la ventana más cercana y escudriñó la
oscuridad intentando localizar la nave de carga. De repente Lazutkin
gritó, «¡Parece que viene directamente contra nosotros! ¡Se acerca
demasiado rápido! ¡Frena más, Vasili!».
Tsibliev regresó volando al panel de control del TORU y encendió
frenéticamente los propulsores de la Progress, intentando que ésta
virara a un lado. «¿Dio resultado?» le preguntó a gritos a Lazutkin.
«¿Está frenando? ¿Cambia de rumbo?».
Los tres hombres vieron a un mismo tiempo cómo la nave de carga pasaba
volando junto a la Mir, «rugiéndonos», como escribiría Linenger
después. Pensando que la Progress iba a colisionar, Tsibliev les gritó a
Lazutkin y Linenger que se subieran a la nave Soyuz y se prepararan para
una evacuación de emergencia. Dirigiéndose a toda prisa a la Soyuz,
Linenger esperaba sentir en cualquier momento el impacto del metal, y
cómo se resquebrajaba el casco de la Mir.
Los siguientes minutos pasaron en silencio, sin que se produjera la
colisión. Felizmente, la Progress había pasado de largo, a una distancia
que, oficialmente, se estimó en decenas de metros.12
Una vez más, Linenger intentó poner a los funcionarios de la NASA en
conocimiento de lo sucedido; pero de nuevo no obtuvo respuesta alguna.
Al principio, los controladores rusos ocultaron el fallo en el
acoplamiento e informaron a sus socios de la NASA de que simplemente se
había cancelado. Después, cuando Linenger le contó a su equipo de apoyo
estadounidense lo que había sucedido, éstos cerraron filas con los rusos
e intentaron que el incidente pareciera menos peligroso de lo que había
sido. Para Linenger la actitud indolente de la NASA podía traducirse
aproximadamente en un: «Oye, nos hemos enterado de que ha habido algún
problema con el intento de acoplamiento, pero no nos han ofrecido
detalles. ¿Quieres que indaguemos?».13
Los problemas a bordo de la Mir no habían concluido. A finales de
marzo, se produjo un nuevo escape en un circuito de refrigeración del
Kvant 2 y se apagó el sistema Vozduj de eliminación de dióxido de
carbono. Para mantener la atmósfera en condiciones aptas para la
respiración, la tripulación tuvo que utilizar velas de perclorato de
litio y cartuchos de hidróxido de litio, pero las provisiones de ambos
escaseaban.14
El fallo en el sistema de refrigeración provocó que la temperatura de la
estación aumentara hasta los 35 °C. La avería del sistema Vozduj causó
el incremento del nivel de dióxido de carbono, que oscilaba entre el 5 %
y 8 %, un nivel prácticamente tóxico. Los hombres tuvieron que dejar de
hacer ejercicio para evitar que siguiera aumentando. Peor aún, el escape
de anticongelante hizo que la tórrida estación oliera como un taller de
reparaciones.15
En medio de estas dificultades técnicas, se producían también tensiones
humanas, tanto entre los tres tripulantes, como entre éstos y el
personal de tierra. Tsibliev y Lazutkin eran personas sociables, hombres
amables que guardaban sus emociones bien dentro de sí. Además, Tsibliev
se diferenciaba del resto de comandantes rusos en que no le gustaba
mandar. Prefería que la gente sintiera la necesidad de ayudarle.
Sin embargo, Linenger prefería mantenerse aparte y hacer su propio
trabajo científico. El mantenimiento de la estación era responsabilidad
de los rusos, y a Linenger le preocupaba mucho más cumplir los objetivos
de su investigación científica. Además, a Linenger le molestaba la forma
en que Tsibliev y Lazutkin permitían que su trabajo se mezclara con las
horas programadas de sueño, quedándose despiertos hasta las cuatro de la
madrugada para intentar cumplir con el programa y luego durmiendo en las
horas de la tarde.16
La carga del trabajo de reparaciones era tan abrumadora que, hacia el
mes de abril, los rusos comenzaron a necesitar desesperadamente la ayuda
de Linenger, a pesar de su instintivo desdén hacia los extranjeros.
Cuando los controladores de tierra le pidieron que pospusiera su trabajo
científico para concentrarse exclusivamente en las tareas de reparación,
Linenger se negó cortésmente. Acostumbrados a tratar con personas que
obedecían las órdenes de sus superiores, los rusos se tomaron la
negativa como un insulto. ¿Cómo se atrevía a desobedecer órdenes? No
estaba previsto que los extranjeros fuesen tan independientes.
Estas tensiones condujeron a algunas discusiones sobre cuestiones
menores. En cierta ocasión, Linenger y Lazutkin evitaron verse durante
dos días después de discutir sobre dónde había que guardar cierto
equipo. En otra ocasión, Tsibliev se mofó de la negativa de Linenger a
ayudarles durante una conversación con el centro de mando ruso fuera del
alcance de Linenger.17
Linenger consideraba que los conflictos de la tripulación eran menores y
sin importancia. Hasta donde podía apreciar, su relación con los rusos
era excelente, especialmente con Tsibliev. «Nos llevábamos
maravillosamente», escribió Linenger después. «Tsibliev y yo ... no
tuvimos discrepancias dignas de mención en los cuatro meses que pasamos
juntos en la Mir».18
Sin embargo, las relaciones con la Tierra eran mucho más vidriosas.
Basándose en lo que John Blaha le había contado sobre el apoyo que
podría recibir desde la Tierra —opinión que había tenido ocasión de
confirmar durante las primeras semanas de la misión—, Linenger decidió
que no iba a permitir que el equipo de tierra dirigiera hasta el último
detalle sus actividades, sobre todo si consideraba que su consejo era
inútil. Como la comunicación por radio a menudo era difícil y, de todos
modos, no servía para nada, anunció que simplemente dejaría de
utilizarla. El 7 de marzo le dijo a su equipo de tierra: «Pienso que
deberíamos suspender nuestras comunicaciones por voz». Desde ese momento
y por lo general, Linenger limitó su comunicación con los controladores
de tierra estadounidenses a los correos electrónicos. Esperaba que con
esta medida podría obligar a los controladores de la misión a encontrar
soluciones.19
Entretanto, Tsibliev estaba cada vez más molesto con las exigencias que
le planteaban los controladores rusos. No sólo esperaban de él que
mantuviera la estación en funcionamiento, sino también que investigara.
Como tantos otros viajeros espaciales que le precedieron, desde la
última tripulación del Skylab, pasando por Yuri Romanenko en los albores
del funcionamiento de la Mir, hasta los estadounidenses Blaha y
Linenger, sentía que le utilizaban y abusaban de él mediante órdenes
insensatas transmitidas desde la Tierra.20
Reparar la estación se estaba convirtiendo en un trabajo que exigía
jornadas de veinticuatro horas. Los envejecidos sistemas en el bloque
base, el Kvant y el Kvant 2, seguían fallando. Por ejemplo, durante el
mes de marzo los ordenadores del sistema de control de actitud se
bloqueaban a menudo, provocando la secuencia habitual de fallos en
cadena. Cuando los giroscopios se apagaban, la estación rotaba hacia la
posición de gradiente de gravedad y sus paneles solares dejaban de estar
orientados al sol. Las baterías de la estación —muchas de las cuales ya
no podían acumular demasiada energía— se descargaban, haciendo que el
resto de los equipos de la estación dejara de funcionar.
Siempre que esto sucedía, los tres hombres tenían que apagar la estación
para poder canalizar hasta la última gota de la energía producida en los
paneles solares hacia las baterías acumuladoras. Cuando conseguían
recargar las baterías —un proceso que podía llevar varios días, a causa
de la edad de muchos de los paneles solares de la Mir—, la
tripulación reactivaba los sistemas y reiniciaba el ordenador para que
pudiera retomar el control de actitud de la estación.
Entretanto, Tsibliev y Lazutkin tenían que realizar interminables
trabajos de reparación, en jornadas de catorce y dieciséis horas
diarias. Cambiaron piezas en los dos sistemas Rodnik de reciclaje de
agua. Reemplazaron muchas conducciones para impedir que se produjeran
escapes en el circuito de refrigeración. Sustituyeron las baterías
agotadas por otras operativas para acumular tanta energía como fuera
posible.21
El 9 de abril, comenzaron en Washington las sesiones informativas en el
Congreso. Como los funcionarios de la NASA habían suprimido los peores
informes sobre el mal funcionamiento de la Mir —por ejemplo, la
prensa estadounidense no informó del incidente en el que prácticamente
se produjo una colisión— estas sesiones se centraron en el fracaso del
gobierno ruso para cumplir con sus promesas y construir el Zvezda. El
presidente Sensenbrenner resumió la perspectiva estadounidense de manera
muy sucinta en su primera intervención:
En enero de 1996, el viceprimer ministro ruso Oleg Soskovets* nos
prometió, al congresista Jerry Lewis y a mí, que el gobierno ruso
pagaría sus facturas. No lo hizo. En marzo de 1996, la NASA prometió ...
que la cuestión estaría resuelta para mediados de mayo de 1996. No lo
estuvo. En marzo de 1996, el vicepresidente recibió nuevas garantías de
que el gobierno ruso pagaría sus facturas. No lo hizo. En julio de 1996,
el primer ministro ruso Viktor Chernomyrdin le prometió por escrito al
vicepresidente Gore que el gobierno ruso pagaría sus deudas y cumpliría
con ciertos compromisos. No lo hizo. En este mes de febrero, el primer
ministro Chernomyrdin le prometió al vicepresidente Gore que le
entregaría a la Agencia Espacial Rusa 100 millones de dólares antes del
28 de febrero. No lo hizo. El 10 de febrero, el gobierno ruso promulgó
un decreto comprometiendo un calendario de pagos a la Agencia Espacial
Rusa antes del 10 de marzo. No lo hizo.22
* Soskovecs fue despedido sólo unas
semanas más tarde, en abril de 1997, después de que se le vinculara con
una red que malversó millones de dólares del programa espacial ruso.
En el transcurso de estas mismas sesiones de la Cámara de
Representantes, el funcionario de la NASA Wilbur Trafton declaró que, a
causa de los retrasos rusos, el lanzamiento del Zarya se había vuelto a
posponer otros once meses, hasta octubre de 1998. Muchas eran las
promesas de la NASA que aseguraban que la contribución rusa a la
estación no afectaría a los planes estadounidenses, entre ellas el
reiterado testimonio de Dan Goldin ante el Congreso, en el que afirmaba
que la NASA tenía previstos planes de emergencia en caso de que los
rusos se retiraran. Sin embargo, el fracaso de los rusos para cumplir
con lo prometido estaba demorando el lanzamiento de la estación espacial
estadounidense. Trafton también declaró que la NASA había transferido
200 millones de dólares del presupuesto del transbordador espacial a la
financiación de más construcciones rusas, incluyendo la del Zvezda,
cuyos costes los rusos, en principio, se habían comprometido a pagar.
Sensenbrenner y los demás congresistas se quejaron vehementemente de los
retrasos, la transferencia de fondos y la desinformación, que achacaban
tanto a la administración Clinton como al gobierno ruso. Amenazaron con
suspender la financiación de la estación y cancelar el programa.
Al final, los congresistas no hicieron gran cosa. Aprobaron una
resolución (que no fue ratificada ni por la Cámara ni por el Senado) en
la que se exigía que ningún otro astronauta estadounidense viajara a la
Mir hasta que el administrador de la NASA, Dan Goldin,
garantizara personalmente la seguridad de la estación. También fijaron
el 1 de agosto como fecha límite para que Bill Clinton decidiera de una
vez por todas si mantenía a los rusos como socios del proyecto de la
Estación Espacial Internacional.23
Resulta interesante destacar que Sensenbrenner tenía una idea del
programa completamente opuesta a la de Clinton. Como el congresista
declaró durante las sesiones: «Les recuerdo [a la NASA y la Casa Blanca]
que construimos la estación espacial con el objetivo de hacer ciencia y
abrir nuevas fronteras comerciales, no para canalizar la ayuda exterior
hacia la industria aeroespacial rusa, o para financiar bajo cuerda al
gobierno ruso».24 Sin embargo, la ayuda exterior era la única
razón que tenía Clinton para apoyar la estación espacial. Su
administración aceptaría cuanto los rusos quisieran hacer con tal de
mantener vivo el programa conjunto, haciendo de este modo que las
resoluciones del Congreso tuvieran el mismo valor que el decreto del 28
de febrero de Chernomyrdin: menos que nada.
Un día antes de las sesiones del Comité del Congreso, el 8 de abril, una
nave de carga Progress llegó a la Mir con varias toneladas de
suministros. La carga incluía tres extintores para reemplazar los
utilizados durante el incendio, equipamiento de repuesto para intentar
sellar los escapes del sistema de refrigeración, unas cincuenta velas de
perclorato de litio generadoras de oxígeno, y un par de trajes
espaciales para un próximo paseo espacial.
Durante las cinco semanas que precedieron a la llegada del siguiente
transbordador espacial, Tsibliev y Lazutkin trabajaron hasta la
extenuación, intentando reparar los sistemas de reciclaje de la
atmósfera de la estación. Aprovechando piezas de uno de los dos sistemas
Elektron, consiguieron que el otro funcionara al menos temporalmente.
Para disponer de un segundo sistema operativo, los rusos construyeron
rápidamente una nueva unidad y la enviaron a Estados Unidos para que
pudiera ser cargada en la bodega del Atlantis y viajara a la
Mir durante la siguiente misión.
A continuación, el 27 de abril, Jerry Linenger se convirtió en el primer
estadounidense que efectuaba un paseo espacial utilizando un traje
espacial ruso. El y Tsibliev debían instalar un paquete de sensores
ópticos de fabricación estadounidense de poco más de 180 kg de peso y
recuperar algunos materiales experimentales que se habían dispuesto en
el exterior de la Mir durante los últimos años. Mientras se
vestían, Linenger pudo observar de cerca por primera vez la escotilla
del Kvant 2. Se quedó de piedra. Hasta donde podía ver, la escotilla
sólo se mantenía cerrada por un juego de abrazaderas corrientes en forma
de c. Nadie le informó de que sufrió una avería que ya había sido
reparada —todo lo que Tsibliev hizo fue advertirle reiteradamente que
fuera «muy delicado» cuando tocara la escotilla. Linenger no sabía que
las abrazaderas eran sólo un refuerzo, que habían sido instaladas
incluso antes de que Manarov y Afanasyev sustituyeran la bisagra en
1991.25
Tsibliev y Linenger realizaron a continuación un paseo espacial de cinco
horas, durante el cual Tsibliev utilizó la grúa Strela del lado de
estribor para transportar a Linenger y el paquete de sensores ópticos
desde el Kvant 2 al Kristall.
Para Linenger éste fue el paseo de su vida. En un principio, se sintió
abrumado por la sensación de vértigo y riesgo que le producía volar a
casi 30.000 km/h y a 320 km por encima de la Tierra. En ese momento no
era más que un minúsculo objeto en el extremo de una pértiga de 12 m que
le trasladaba de un módulo a otro de la Mir. «Mi corazón se
aceleró. Quería cerrar los ojos para escapar a esta terrible y
persistente sensación de caída. Pálido, me agarré al pasamanos del
extremo de la pértiga como a una tabla de salvación».
Al final se calmó y se puso a trabajar. Para cuando Tsibliev le trajo de
vuelta al Kvant 2 ya disfrutaba de lo lindo. «¡Yujuu!», gritó,
agarrándose al extremo de la Strela mientras ésta le traía de vuelta a
través del vacío del espacio «como una caña de pescar». Si hubiera
podido saludar con un sombrero de vaquero como en cualquier rodeo, lo
hubiera hecho.26
«¡Dios mío, ya está
aquí!»
El 17 de mayo de 1997 el Atlantis llegó a la Mir,
trayendo consigo a Michael Foale, el relevo de Linenger. A pesar de las
quejas de los congresistas y senadores, la NASA se disponía a completar
el programa Shuttle-Mir. El transbordador trajo también casi dos
toneladas de suministros, incluyendo el nuevo regenerador de oxígeno
Elektron, así como nuevas semillas para el invernadero Svet. Con el
Atlantis regresarían a la Tierra los restos del cartucho de vela de
perclorato de litio que se incendió y el regenerador Elektron averiado.
El vuelo de Linenger había durado 132 días. A su regreso, se negó a que
le sacaran en camilla del transbordador. «Saldría andando de ese
transbordador o ... arrastrándome». Al igual que a Thagard y Blaha, le
sorprendió sentirse tan débil. Más tarde, las pruebas revelaron que
había perdido aproximadamente el 12 % de su masa ósea, sobre todo en la
parte inferior de la espina dorsal y en su cadera, lo que se traducía en
una elevada tasa rayana en el 3 %, debida muy posiblemente a los muchos
problemas que entorpecieron su programa de ejercicios.27 Los
estadounidenses estaban aprendiendo lo que los rusos ya sabían: unos
meses de ingravidez cambian el cuerpo humano, y la realización de
ejercicios parecía ser el único método para mitigar esos cambios.
En la Mir, Michael Foale ocupó el lugar de Linenger. La estación le
recordaba a un piso de estudiantes en el que los chicos hubieran estado
viviendo y trabajando durante una década. Su primer objetivo era hacerse
con un sitio para dormir. Como Tsibliev y Lazutkin ya se habían
apoderado de las dos únicas cabinas en el bloque base, Foale eligió el
Spektr como lugar de residencia. Trasladó allí sus enseres personales y
rápidamente se adaptó a la rutina.
A diferencia de Linenger, quien no rechazaba el enfrentamiento con tal
de conseguir lo que quería, Foale era una persona mucho más afable. Su
padre había sido piloto de la RAF. Su madre era de Minneapolis. Foale,
el mayor de tres hermanos, había crecido en bases aéreas de Chipre,
Alemania occidental y Malta viendo cómo su padre volaba en misiones de
vigilancia por los cielos de Oriente Medio y Europa.28 Nada
más comenzar su entrenamiento en Rusia, Foale decidió intentar
congraciarse con los rusos. Él y su esposa a menudo les invitaban a
cenar en su apartamento de la Ciudad de las Estrellas. Asimismo,
visitaban a varias familias rusas en sus propias casas.
En la Mir se ofreció inmediatamente para hacer tanto trabajo de
mantenimiento como Tsibliev y Lazutkin le dieran. Se ofreció para
limpiar los muchos globos de agua que se habían condensado en los
equipos por toda la estación. También insistió en compartir todas las
comidas con los dos rusos, en conversar con ellos a la hora del té y
participar en todas las conversaciones con el centro de mando. «Era una
manera de intimar con la tripulación», explicó más tarde.29
El talante sencillo con que Foale asumía la situación contribuyó a
disipar las tensiones que se habían producido durante el vuelo de
Linenger.
Sin embargo, la situación no había mejorado substancialmente. Para
mediados de junio, al cuarto mes de su misión, Tsibliev ya no podía más.
A diferencia de la primera misión de larga duración que había realizado
junto a Serebrov en 1993, los problemas a los que había tenido que
enfrentarse en este vuelo habían sido difíciles e interminables. Su
compañero, Lazutkin, era un cosmonauta inexperto que no parecía capaz de
hacer las cosas con la misma eficiencia que Serebrov.30
Tsibliev ya no podía apoyarse en la experiencia de Serebrov. Agotado por
el sobreesfuerzo perdió toda capacidad de pensar de manera
independiente. Si no le orientaban, ya no sabía qué hacer.
Sin embargo, Tsibliev no se rindió. Intentaba hacer cuanto le pidiera el
centro de mando. Si le pedían que realizara un experimento de reducción
de sueño, lo hacía. Si le pedían que se extrajera muestras de sangre con
tanta frecuencia que en sus dedos no quedara espacio para otro pinchazo,
lo hacía. Si le pedían que intentara reparar los regeneradores Elektron,
lo hacía. Habida cuenta del estado de deterioro de los sistemas
atmosféricos y eléctricos de la Mir, con su dedicación y duro trabajo,
Tsibliev sin duda salvó la vida de la estación durante esos meses
difíciles.
Por supuesto, se quejaba de la sobrecarga de trabajo. En junio, las
exigencias que el centro de mando les planteaba a él y Lazutkin le
exasperaron por completo. En una ocasión se mostró tan sarcástico y
frustrado que los controladores de tierra se las arreglaron para que
Piotr Klimuk, el héroe de la Salyut 4 durante la firma de los
acuerdos de Helsinki, y en aquel momento general al cargo de la Ciudad
de las Estrellas, le echara una bronca en público. «Un trabajo es un
trabajo», sermoneó a Tsibliev. «Fuiste al espacio a trabajar, no a
descansar y divertirte. Has de saber que mi estancia en los años setenta
tampoco fue de vacaciones. Sé fuerte y aguanta».31
Tsibliev asintió, pero seguía molesto. ¿Cómo se atrevía Klimuk a
insinuar que él no estaba trabajando duro?
En la última semana de junio, el centro de mando le pidió que hiciera
otra prueba de acoplamiento con el sistema TORU. Como siempre, Tsibliev
consintió, pese a que tenía ciertas reservas. El 24 de junio, mientras
los controladores de tierra desacoplaban la nave de carga Progress del
puerto de popa, encendió el TORU.
Desde la fallida prueba de acoplamiento efectuada en el mes de marzo,
los ingenieros de tierra habían llegado a la conclusión de que el fallo
de la cámara de televisión se debía a una interferencia del antiguo
sistema de acoplamiento Kurs. Para prevenir esta interferencia habían
decidido desconectar el sistema Kurs. En vez de utilizar los datos de
radar del Kurs, Tsibliev calcularía la velocidad y la distancia de la
nave de carga sirviéndose de su vista y de un medidor láser portátil.
Este tipo de encuentro y acoplamiento espacial resultaba cuando menos
arriesgado. Los astronautas estadounidenses habían comprendido la
imposibilidad de determinar la distancia sólo visualmente cuando, en la
década de 1960, aprendían a realizar los primeros encuentros y
acoplamientos en el marco del programa Gemini. En 1983, Vladimir Titov
casi estrella su Soyuz-TM 8 contra la Salyut 7 al intentar
calcular a ojo la distancia. Desde entonces, al menos en media docena de
ocasiones, se habían cancelado los intentos de acoplamiento cuando los
ordenadores, o los hombres, carecían de la información necesaria para
completar la maniobra. El propio Tsibliev contaba con dos malas
experiencias al respecto, la primera en 1993, cuando su nave Soyuz
había rozado el Kristall durante la maniobra de desacoplamiento, y la
otra en marzo, durante la primera prueba de acoplamiento de la Progress.
Por si fuera poco, los controladores de tierra habían situado a la nave
de carga en una órbita más alta que la de la Mir. En el momento
en que el monitor de Tsibliev le mostrara la imagen de la Mir
vista desde la Progress, debería intentar localizar la estación
perfilada entre las capas de nubes y formas terrestres.
Cuando Tsibliev descubrió que no se podía fiar de las imágenes de
televisión del TORU porque eran muy ambiguas, situó una vez más a sus
compañeros de tripulación en las diferentes ventanillas para que
buscaran la nave de carga que se avecinaba. Una vez más, la perdieron de
vista. Entonces Tsibliev intentó adivinar la distancia y la velocidad de
la nave de carga., pero una vez más no tenía ni la más remota idea de su
posición durante la mayor parte de la maniobra. Y una vez más, cuando
los hombres pensaban que la Progress debía encontrarse a no menos de 350
m de distancia, Lazutkin vio que se les echaba encima apenas unos
segundos antes del impacto. «¡Dios mío!», gritó. «¡Ya está aquí!».32
Un momento después, la nariz de la nave de carga se precipitó contra el
espacio que había entre el Kvant y el bloque base, luego dio una
voltereta y golpeó con su popa contra el Spektr y uno de sus paneles
solares. Durante un segundo la Progress permaneció allí suspendida.
Luego, volvió a rebotar contra el Spektr, tras lo cual se alejó en
silencio como un iceberg a la deriva.
En el interior, los tres hombres notaron al instante que el impacto
había resquebrajado el casco de la estación. Sintieron el estallido en
sus oídos producto del cambio de presión. Las alarmas se dispararon.
Foale pensó que el escape se había producido en el Kvant. Sin embargo,
Lazutkin había visto que la nave chocaba con el Spektr y sabía dónde
debía encontrarse el escape. A toda velocidad pasó al lado de Foale y
asomó su cabeza al interior Spektr para escuchar el terrorífico zumbido
que producía el aire que se perdía.
Sobrepasado por las circunstancias, Tsibliev permanecía inmóvil en el
bloque base, hablando con el centro de mando de Moscú.
—Todo iba bien —se lamentó—. Pero luego, sabrá Dios por qué, [la
Progress] comenzó a acelerar y se estrelló [contra el Spektr].
—¿Podéis cerrar alguna escotilla?
—No podemos cerrar nada —dijo Tsibliev—. Esto es un desastre y no
podemos cerrar nada.
En los dos años transcurridos desde que Norman Thagard había ayudado a
instalar los cables eléctricos por toda la estación, dieciocho conductos
y cables diferentes se habían tendido a través de la escotilla del
Spektr. En casa, nadie tendería los cables por las puertas en lugar de
hacerlo a través de las paredes. Pero si de todos modos lo hiciera, es
muy posible que las puertas dejaran de cerrar bien, lo que tampoco
resulta demasiado grave. En la Mir sí lo era. Con todos esos
cables y conductos por medio resultaba imposible cerrar herméticamente
la escotilla del Spektr.
Para arrancar a Tsibliev del pánico que le atenazaba, el director de
vuelo, Vladimir Solovyov, le ordenó que abriera inmediatamente las
llaves de paso de los tanques de oxígeno de emergencia, con la esperanza
de mantener la presión de aire de la estación el tiempo suficiente para
que la tripulación pudiera escapar. Tsibliev abandonó la radio y voló
desde el bloque base hasta el Kvant 2, donde se almacenaban los tanques.
Mientras tanto, Lazutkin intentaba frenéticamente desconectar los cables
que corrían por la escotilla del Spektr. Al principio, presa del pánico,
intentó cortarlos con un cuchillo de 10 cm. Cortó un cable de
transmisión de datos y, a continuación, saltaron chispas de un cable
cargado tan pronto como lo tocó con el cuchillo. Cuando vio que cortar
los cables no daría resultado, voló al Spektr y tiró de las conexiones
de los cables para desenchufarlos uno a uno. En algún lugar, cerca de
él, escuchaba el zumbido del aire que se perdía.
Entonces, él y Foale se las vieron y desearon para cerrar una escotilla.
Primero, intentaron cerrar la escotilla dentro del Spektr, pero no lo
lograron porque el aire que se escapaba de la estación hacia el Spektr
tiraba de la escotilla impidiéndolo. Después, Lazutkin agarró una de las
sencillas escotillas planas que estaban sujetas a una pared del
adaptador de acoplamiento. Cuando la colocaban en su sitio, Foale pudo
sentir de inmediato cómo el aire la absorbía y la fijaba en su posición.
«Sin lugar a dudas, hay un escape al otro lado», recuerda haber pensado.
En seguida la diferencia de presión cerró la escotilla herméticamente y,
aliviados, descubrieron que la presión de aire en la Mir se
estabilizaba. La estación se había salvado.33
Sin embargo, la desconexión de los cables del Spektr paralizó el
funcionamiento de la estación. Los cuatro nuevos paneles solares del
Spektr suministraban la mitad de la energía. Con la desconexión de los
cables perdían esa energía. Los experimentos no podían seguir su curso;
el regenerador Elektron del Kvant 2 se quedó sin electricidad. Además,
Foale había perdido todas sus pertenencias, desde las fotos de sus
familiares hasta el cepillo de dientes. Ni siquiera tenía zapatillas. Se
había quedado descalzo. Todo estaba en el Spektr, fuera de su alcance.
El impacto de la Progress también había lanzado la estación a una
rotación incontrolada, con un giro completo cada seis minutos, demasiado
fuerte para que los giroscopios y el sistema de control de actitud
pudieran contrarrestarla.34 Cuando los paneles solares que
todavía funcionaban dejaron de estar orientados hacia el sol, las
baterías se agotaron rápidamente y los sistemas de la Mir
comenzaron a apagarse.
Durante las treinta horas siguientes, la Mir estuvo prácticamente
a la deriva. En las primeras ocasiones en que sobrevolaron la noche
terrestre, literalmente nada funcionó. Ni los ventiladores, ni las
luces, ni los ordenadores. Nada.
Durante aquellos tiempos muertos, los hombres poco podían hacer más que
esperar flotando juntos en el bloque base, bebiendo un poco de coñac,
que uno de ellos había encontrado escondido en una nevera, y charlando
sobre la vida y los viajes espaciales. Foale rememoraba estos momentos
con bastante claridad: «Siempre recordaré estar completamente a oscuras,
sin electricidad, sin ventiladores, y todos nosotros junto a la ventana
grande, mirando las increíblemente complejas auroras, sus remolinos, con
la galaxia cayendo sobre ellas, sin que nosotros pudiéramos hacer nada
más».35
En las primeras ocasiones en que sobrevolaron el día, periódicamente
llegaba luz suficiente a los paneles solares como para que algunos
sistemas empezaran a funcionar. Sin embargo, la rotación incontrolada
imposibilitaba acumular la energía suficiente como para recargar las
baterías.
En ese momento, fue Michael Foale, el estadounidense —el extranjero a
bordo—, quien salvó la situación. En su condición de experto en
proyectar correcciones y maniobras orbitales, Foale convenció tanto a su
comandante Tsibliev como a los controladores de tierra rusos de que la
única forma de recuperar el control de la Mir era encender los
motores de la Soyuz-TM. Trabajando en equipo, como habían hecho
Viktorenko y Serebrov en 1989, Foale y Tsibliev lograron recuperar el
control de la estación. Foale miraba a través de una de las ventanas de
la Mir para ver de qué modo cada encendido afectaba a la rotación
de la estación y transmitir a continuación las instrucciones a Tsibliev,
que permanecía en el panel de mando de la Soyuz-TM, efectuando un
arranque tras otro hasta que la estación estuvo orientada al sol y los
paneles solares pudieron recargar sus baterías. «Algo parecido a navegar
a vela en un gran yate», así se lo describió Foale a su esposa en un
correo electrónico de ese mismo día.36
Sin embargo, el trabajo no había acabado. Para que todas las baterías se
recargaran, era necesario que intercambiaran las baterías inservibles y
las cargadas en el Kvant 2 y el bloque base. Tuvieron que pasar cuarenta
y ocho horas desde la colisión antes de que consiguieran que funcionara
finalmente el lavabo del Kvant 2. «Lo cual era terriblemente
importante», observó divertido Foale tiempo después.37 Por
primera vez en días, pudieron dormir un poco.
Aunque la estación volvía a estar bajo control y la electricidad fluía a
las baterías acumuladoras, la pérdida de los cuatro paneles solares del
Spektr dejó coja a la Mir, que sólo podía disponer de un 50 % de
su capacidad energética. Para mantener la estación en funcionamiento
apagaron tantos sistemas como les fue posible, desconectando todos los
sistemas eléctricos tanto del Kristall como del Priroda, y también un
sistema Elektron operativo en el Kvant 2. Sin electricidad, las
temperaturas en ambos módulos rozaban los cero grados, provocando a su
vez que el agua se condensara en casi todas las superficies.38
Mientras tanto, los ingenieros de tierra rusos, entre ellos Sergei
Krikalev, ideaban un plan para recuperar algo de la energía eléctrica de
los paneles solares del Spektr. Construyeron una escotilla especial, con
enchufes a ambos lados, que permitiría a los cosmonautas volver a
conectar los cables eléctricos del módulo al resto de los sistemas de la
Mir, manteniendo al mismo tiempo la escotilla cerrada. Después de
diseñarla y construirla, Krikalev probó la escotilla en el tanque de
simulaciones.
Al mismo tiempo que Krikalev y los ingenieros resolvían los últimos
detalles de la nueva escotilla, el ordenador del sistema de control de
actitud volvió a bloquearse, por lo que la mitad de los giroscopios dejó
de funcionar y la estación comenzó a derivar libremente. Durante tres
días la tripulación se esforzó por volver a recuperar la energía y la
orientación, empleando de nuevo los motores de la Soyuz-TM para
conseguirlo.
El 5 de julio, llegó la siguiente nave de carga Progress trayendo
consigo la nueva escotilla y algunos enseres personales de Foale, entre
ellos un cepillo de dientes. El plan preveía que se realizara un paseo
espacial interior, durante el cual Tsibliev y Lazutkin deberían sellar
herméticamente el adaptador de acoplamiento múltiple, despresurizarlo,
sustituir la escotilla plana del Spektr por la escotilla especial, y
conectar los cables a ambos lados. Mientras ellos hacían esto, Foale
debería permanecer en la nave Soyuz-TM. Si todo salía bien, los cables
devolverían a la estación un 30 % de su energía.
No fue así, al menos mientras Tsibliev y Lazutkin permanecieron a bordo
de la Mir. El 13 de julio, la sobrecarga, la tensión y las
circunstancias finalmente pasaron factura a Tsibliev. Desde la colisión
había estado luchando contra la depresión y el agotamiento. La sucesión
interminable de fallos y problemas sobrepasaba su capacidad de control.
«Se me parte el corazón», dijo el día de la colisión. «Te despiertas por
la mañana y miras todo esto y es tan condenadamente triste».39
Durante la transmisión diaria de la telemetría médica,
los datos revelaron que había desarrollado una arritmia cardiaca,
similar, pero más grave, a la que Laveikin padeció en 1987, al comienzo
de las operaciones de la Mir. Cuando el corazón de Laveikin falló
por primera vez, los doctores no supieron cómo reaccionar y le ordenaron
que realizara una serie de ejercicios de esfuerzo para estudiar el
estado de su corazón, la peor actividad que pueda realizar un hombre con
un corazón inestable. Como Polyakov observó años después: «Si le
hubieran dejado descansar se habría recuperado». En 1997, los médicos
sabían más. Inmediatamente ordenaron a Tsibliev que abandonara todo el
trabajo.40
A continuación, antes de que pudieran decidir si Tsibliev debía realizar
el paseo espacial interior, se produjo otro desastre. En la tarde del
día siguiente, Lazutkin entró en el adaptador de acoplamiento múltiple y
comenzó a desconectar cables para preparar el paseo espacial. Para
sellar herméticamente el adaptador, debían retirar docenas de cables y
conductos que corrían a través de sus seis escotillas hacia otros
módulos.
Mientras Lazutkin trabajaba, accidentalmente perdió la página de su
manual de instrucciones y desenchufó un cable equivocado, desconectando
el ordenador de orientación de la Mir de los sensores del
Kristall. El sistema volvió a apagarse y todo el complejo cambió una vez
más de rumbo, de modo que los paneles solares dejaron de estar
orientados al Sol.41
En realidad, esta situación podía entrañar mayor gravedad que los
anteriores apagones. En primer lugar, los hombres de la Mir
tardaron horas en conseguir que los controladores de tierra se tomaran
la situación en serio. Una y otra vez comunicaron por radio que estaban
perdiendo el control de la Mir y, una y otra vez, los
controladores de tierra les dijeron que no se preocuparan, que
aguantaran y esperaran mientras ellos intentaban descifrar la escasa
telemetría de la Mir.
En segundo lugar, la sucesión interminable de calamidades había
acobardado a Tsibliev y Lazutkin. Educados en la cultura jerarquizada de
Rusia, se mostraban instintivamente reacios a hacer cualquier cosa sin
que mediaran órdenes superiores. Los desastres de los últimos meses
incrementaron todavía más su temor a emprender cualquier acción por su
cuenta. En lugar de apagar los sistemas de la estación para ahorrar la
energía de las baterías, decidieron esperar a recibir nuevas
instrucciones, dejando así que las baterías se descargaran por completo.42
En tercer lugar, un extraño defecto en el diseño de la nave Soyuz dejó
aislados en el espacio a los tres hombres durante unos doce minutos.
Cuando la nave Soyuz permanecía acoplada a la Mir durante
períodos prolongados, sus baterías internas se desconectaban de sus
paneles solares y la energía de los paneles solares pasaba directamente
a las baterías de la Mir. Sin embargo, el funcionamiento de los
motores de la Soyuz requería electricidad de las baterías internas. Y a
su vez, la reconexión de esas baterías a los paneles solares, para que
pudieran recargarse, requería un suministro de energía por parte de la
estación.
En los cortes eléctricos anteriores, la tripulación había reconectado
las baterías internas de la Soyuz antes de que la energía se agotara. En
esta ocasión, esperaron a recibir órdenes desde tierra, y para cuando
intentaron activar la Soyuz, la estación ya estaba muerta. Cuando en la
segunda ronda por la noche Tsibliev entró en la Soyuz para contactar con
tierra mediante su aparato de radio, se dio cuenta de que su nave
espacial estaba inutilizada y no podía activarse.
Durante casi un cuarto de hora los hombres esperaron a que la estación
entrara en la fase diurna de su órbita. Cuando la Mir salió de la
oscuridad, los paneles solares recibieron luz suficiente para cargar las
envejecidas baterías de la Mir y reconectar la Soyuz. Luego
Tsibliev giró el interruptor y consiguió que las baterías volvieran a
conectarse a sus paneles solares y empezaran a recargarse.43
Para el centro de mando, el error de Lazutkin y los problemas del
corazón de Tsibliev fueron la gota que colmó el vaso. Como Vladimir
Solovyov gritara desesperado cuando se enteró de que Lazutkin había
desenchufado la Mir: «¡Esto no es un parvulario!».44
Se canceló el paseo espacial interior. El centro de mando de Moscú
decidió que lo realizaría la tripulación siguiente. El 15 de agosto,
Tsibliev y Lazutkin regresaron a la Tierra y ambos recibieron duras
críticas por los muchos problemas habidos durante su vuelo. Ellos, a su
vez, responsabilizaron en gran medida de lo sucedido a los equipos
defectuosos, la mala planificación y la falta de apoyo del personal del
centro de tierra.
Entretanto, sus sustitutos Anatoli Solovyov y Pavel Vinogradov
comenzaron su trabajo de reparación en la Mir. Solovyov, aún
considerado el maestro en el mantenimiento de la Mir y los paseos
espaciales, había sido llamado a salvar la estación. Durante los seis
meses siguientes, los dos cosmonautas rusos realizaron siete paseos
espaciales interiores y exteriores para reparar la inutilizada estación
espacial. Comenzaron a trabajar el 15 de agosto. Ese día Solovyov,
Vinogradov y Foale subieron a bordo de la nave Soyuz-TM, volaron
alrededor de la estación y la filmaron para evaluar su estado. El 22 de
agosto, Solovyov y Vinogradov efectuaron un paseo espacial interior,
entrando en el inutilizado Spektr para recuperar el ordenador personal y
algunas fotografías familiares de Foale, y conectar los tres paneles
solares operativos del Spektr con la Mir a través de la escotilla
especial. El 6 de septiembre, Solovyov y Foale realizaron un paseo
espacial de seis horas para inspeccionar el exterior del Spektr.
Mientras Foale manipulaba los mandos de la Strela, Solovyov cortaba
algunas mantas de aislamiento en busca del escape. También utilizó una
pértiga con un gancho para reajustar dos de los paneles solares del
Spektr y mejorar su orientación al sol.
Entretanto, Vinogradov se enfrentaba a las averías recurrentes de la
vieja unidad Elektron del Kvant. Un globo «blanco-marrón de forma
gelatinosa» atascaba uno de sus tubos. Después de eliminarlo, la unidad
comenzó a funcionar de inmediato y a transformar el agua en oxígeno. Por
primera vez en meses, la estación contaba con dos regeneradores Elektron
operativos.45
Después de que Foale regresara a la Tierra, Solovyov y Vinogradov
realizaron un segundo paseo espacial interior para terminar de conectar
los cables eléctricos con la nueva escotilla. Luego, a principios de
noviembre, hicieron dos paseos espaciales y retiraron uno de los viejos
paneles solares del Kvant, sustituyéndolo por el segundo de los dos
paneles solares que el Atlantis había traído a la Mir en 1995.
Para cuando regresó a la Tierra, Solovyov había completado su
decimosexto paseo espacial en su carrera de cosmonauta, un récord que
probablemente nadie supere en años.
Aunque el intento de reparación incluía planes para recuperar el Spektr
mediante la eliminación del panel solar averiado y el sellado del
escape, ésta última operación no pudo realizarse, en parte porque no se
pudo localizar la ubicación exacta de la fuga, y en parte porque otros
problemas más urgentes —como un escape en la cámara estanca y la
reparación del ordenador del sistema de control de actitud de la
estación— tenían prioridad.
Pese a todo, cuando los dos cosmonautas regresaron en febrero de 1988,
la Mir presentaba un estado excelente, probablemente mejor que en
años anteriores. Sus sistemas atmosféricos funcionaban de modo más o
menos fiable y su capacidad eléctrica alcanzaba aproximadamente el 80 %
de la que tenía antes de la colisión y, en cualquier caso, era superior
a la energía disponible antes de la llegada del Spektr en 1995.
Paradójicamente, a pesar de todas las tribulaciones acaecidas durante la
estancia de Michael Foale, el experimento del invernadero del Kristall
siguió funcionando. La energía eléctrica del invernadero no procedía de
los paneles solares del Spektr, sino de los nuevos paneles solares que,
en 1995, Strekaliov, Dezhurov y Thagard habían instalado en el bloque
base y después cableado hasta el Kristall. Incluso cuando todo lo demás
estaba apagado en el Kristall y la temperatura del módulo descendió a
unos cuatro grados, el invernadero seguía ronroneando y sus luces
fluorescentes no sólo alimentaban las plantas sino que iluminaban el
propio módulo.46
Antes de la colisión, Foale había plantado cincuenta y dos semillas que
trajo consigo desde la Tierra. Denominada por los botánicos brassica
rapa, y mostaza silvestre por los legos, la planta produce sabrosas
hojas de un tenue color verde que se pueden cocinar o mezclar en
ensaladas. La mostaza silvestre fue seleccionada porque, al igual que la
arabidopsis, tiene un ciclo vital breve y florece apenas 14 días
después de ser plantada. El plan de Foale era intentar que estas
semillas produjeran dos generaciones de la planta mientras él estuviera
en la Mir. Antes de plantarlas instaló algunos equipos nuevos en
el invernadero Svet. Los sensores desarrollados en la Universidad de
Utah le proporcionaban una idea mucho más precisa de la cantidad de agua
que llegaba a las raíces. Los ventiladores mantenían la atmósfera
circulando y limpia de toxinas como un anticongelante. Instaló un nuevo
lecho de suelo artificial, utilizando productos de jardinería
disponibles en el mercado. Los numerosos intentos previos de cultivar
plantas, tanto por parte de los rusos como de los estadounidenses,
habían mostrado que el agua llegaba mejor a las raíces si los granos del
suelo eran de tamaño variado, desde 1,7 mm hasta 4,3 mm de diámetro.
Plantar las semillas requería que Foale las insertara en una mecha hueca
que, a su vez, se insertaba entre las capas del suelo. Cuando las
plantas crecían, utilizaba unas pinzas para sacar los brotes de la
mecha. Cuando las hojas comenzaron a aparecer, Foale las envolvió en
bolsas especiales de polietileno para filtrar el aire que llegaba hasta
ellas.
Transcurridas unas cuatro semanas —el doble de tiempo que tardarían en
la Tierra—, las plantas habían crecido entre 3 cm y 5 cm, y estaban
listas para ser polinizadas. En ese momento, Foale se convirtió en una
abeja humana. Empleó lo que los jardineros denominan un palo de abeja
para recoger el polen de las plantas y depositarlo sobre los estambres.
«Bzzz, bzzz, bzzz, subes y bajas por los surcos», decía Foale.
Luego se produjo la colisión y la naturaleza del esfuerzo agrícola de
Foale cambió por completo. La pérdida del Spektr significaba que no
podría conseguir más bolsas filtrantes de polietileno. Significaba que
durante largos períodos de tiempo, las plantas flotarían en la oscuridad
sin ventiladores que hicieran circular el aire a su alrededor.
Significaba que tendrían que vivir en un medio mucho más frío que el
originalmente previsto, con temperaturas que a veces rozaban los cero
grados.
Sin embargo, Foale perseveró. Tan sólo unos días después de la colisión,
las plantas produjeron vainas de semillas. «Iguales que las vainas de
guisantes», recordó Foale. «Era evidente que estaban llenas de
semillas».48 En medio del trabajo de reorientación de la
Mir, la recogida de globos de agua condensada y los cambios de
baterías, recolectó cuidadosamente estas vainas, apartando la mitad para
traerlas de regreso a la Tierra con miras a su posterior estudio, y
preparando el resto para replantarlas en el espacio.
Durante las semanas siguientes, cuando las condiciones en la Mir
no podían ser peores, puso a secar las vainas de semillas recolectadas.
Cuando abrió las vainas secas para extraer las semillas que se proponía
plantar, descubrió que, por lo general, eran más pequeñas que las
producidas en la Tierra. Hacia el mes de agosto, contaba con
aproximadamente una docena de semillas. Con cuidado preparó seis mechas
con una semilla cada una y las depositó en el Svet. El resto las puso
aparte para que fueran estudiadas a su regreso a la Tierra.
Durante las cuatro semanas siguientes, Foale las trató como si fueran
bebés, ayudando cuidadosamente a que cada una encontrara la luz,
alimentándolas con la cantidad precisa de agua. En el trasiego de la
llegada de Solovyov y Vinogradov, y de sus paseos espaciales para
arreglar la Mir, Michael Foale luchaba por mantener vivas sus
plantas.
Para el mes de septiembre, cuatro de sus seis semillas habían germinado,
desarrollando hojas y vainas, que produjeron entre quince y veinte
semillas. Aunque le parecía que las semillas eran más grandes y
saludables que las de la primera generación espacial, en su conjunto no
habían prosperado. «Eran tan débiles y finas», observó luego
desilusionado. «Sólo valía la pena plantar dos o tres de ellas». Tras su
regreso, se plantaron seis semillas, que produjeron dos plantas viables,
aunque más pequeñas y menos saludables que las plantas de mostaza
silvestre cultivadas en la Tierra. 49
Durante los veintiséis años transcurridos desde la Salyut 1 y las
muertes de Dobrovolsky, Volkov y Patsayev, los seres humanos habían
intentado cultivar plantas en el espacio. Lo que era fácil y natural en
la Tierra, resultaba difícil y artificial en el espacio. Las plantas se
morían, o se marchitaban después de florecer, o sus semillas eran
estériles, o crecían con malformaciones.
Sin embargo, a pesar de toda su decepción, Foale había logrado algo
verdaderamente importante. Por segunda vez en la historia, una forma de
vida vegetal terrestre había dado vida en el espacio. Al igual que
Valentín Lebedev en 1983, cuando demostró que la arabidopsis
podía florecer en el espacio, Foale había demostrado que las plantas de
mostaza también se podían reproducir ahí. La tecnología requerida podía
ser compleja y sutil, pero las posibilidades de crear un jardín en el
árido espacio se habían duplicado.
En la Tierra, pocos prestaron atención al éxito agrícola de Foale. En
vez de ello, el centro de atención y de enfado estaba en la colisión,
los problemas que ocasionó, y el persistente fracaso de Rusia a la hora
de financiar su parte en el proyecto de la Estación Espacial
Internacional. Mucha gente, tanto dentro como fuera de la NASA, se
cuestionaba si debían enviarse más estadounidenses a la Mir
después del viaje de Michael Foale. Otros querían que Estados Unidos
rompiera su asociación espacial con los rusos.
El congresista Sensenbrenner se prestó a nuevas sesiones en el Congreso.
En el transcurso de éstas, Roberta Gross, inspectora general de la NASA,
describió cómo la agencia había subestimado sistemáticamente la gravedad
del estado de los envejecidos sistemas de la Mir. La agencia
espacial parecía incapaz de analizar la situación de modo imparcial:
«Diversas fuentes han expresado su preocupación sobre la objetividad y/o
adecuación del proceso de evaluación de riesgos y beneficios en relación
a la expresa política nacional de mantener la asociación
ruso-estadounidense».50
En otras palabras, como la política del presidente Clinton era la de
viajar al espacio con los rusos, ningún problema técnico acaecido en el
espacio, con independencia de su peligrosidad, iba a detener el
programa. Y, en realidad, aunque muchos en la NASA se cuestionaban la
continuidad del programa, nadie entre los administradores parecía tener
la menor duda de que David Wolf, el siguiente astronauta del programa
Shuttle-Mir, viajaría a la Mir. Clinton lo había exigido. Dan
Goldin lo quería. Todos en la oficina de la Fase 1 creían en ello.
Para justificar su decisión, Goldin se dirigió a una comisión que él
mismo había creado en 1994. Encabezada por los antiguos astronautas Tom
Stafford y Joe Engle, la comisión Stafford estaba integrada
principalmente por empleados de la NASA. Y Stafford, que había comandado
la parte estadounidense de la misión Apollo-Soyuz de 1975, apostaba
fuertemente por la asociación ruso-estadounidense. O como observara Hoot
Gibson: «Tom Stafford es el equivalente de un portavoz de los intereses
rusos».51 No sorprende que la comisión Stafford diera su
aprobación automática a la continuación de las misiones Shuttle-Mir.
El 24 de septiembre, veinticuatro horas antes de que el Atlantis
despegara y llevara a la Mir al astronauta David Wolf, sustituto
de Foale, Dan Goldin anunció su decisión. El programa continuaría.
«Apruebo la decisión de continuar con la siguiente fase del programa
Shuttle-Mir», dijo. «Es la decisión correcta».52
Paradójicamente, en realidad las relaciones con los rusos habían
mejorado desde el incendio del mes de febrero. Los interminables
problemas, tanto en la Mir como con la financiación del Zvezda,
habían obligado a los rusos a contar con los demás. Cuando se produjo la
colisión, mantuvieron informados a sus colegas estadounidenses del curso
de los acontecimientos. «[Los rusos] fueron mucho más abiertos tras la
colisión», recordaba Keith Zimmerman, uno de los operadores de tierra
durante la misión de Foale. «Después del incendio se dieron cuenta de
que habían metido la pata. Dijeron "¡Vaya! Deberíamos habérselo contado
a los estadounidenses. Nos hemos metido en un lío"».53
Incluso atendieron al consejo de los funcionarios de la NASA y
pospusieron una misión francesa de tres semanas, cuyo lanzamiento estaba
previsto en principio para agosto de 1997. «Tengo serias dudas sobre si
los sistemas de soporte vital, energético y de control de actitud,
podrán resistir la carga de seis tripulantes durante 21 días», escribió
Frank Culbertson a Ryumin en el mes de julio.54 Poco después,
los rusos mostraron su conformidad.
Además, la afluencia de dinero estadounidense, hasta alcanzar la suma de
273 millones de dólares, hizo posible que se reanudaran los trabajos en
el paralizado módulo Zvezda. Pese al trato suspicaz que los rusos
reservaban a los estadounidenses, no podían ignorar la buena voluntad
que demostraba la concesión de dinero. Para el verano de 1997, tanto los
rusos como los estadounidenses se mostraban mucho más convencidos de que
el módulo estaría listo para ser lanzado a finales de 1999 o principios
de 2000.
La colaboración también había enseñado a los rusos a aceptar, o incluso
depender de la ayuda de un extranjero. La primera vez que Foale le dijo
a Solovyov que tenían que utilizar la Soyuz para reorientar la Mir,
el ruso dudó, negándose a tomar cualquier iniciativa hasta recibir
instrucciones desde tierra. Sin embargo, el centro de mando le dijo
inmediatamente que «Michael ha adquirido mucha experiencia en este tipo
de problemas y conoce la técnica. ¿Harás por favor lo que él te
sugiera?».55 Como sucediera a finales de la década de 1970
con la Salyut 6, el compromiso de Rusia con la exploración
espacial les había obligado a dejar de lado su suspicacia natural hacia
los extranjeros y sumarse al resto de la civilización.
Durante los últimos tres años de la Mir en el espacio, la
estación recibió en tres ocasiones la visita de transbordadores. Aunque
el acuerdo original preveía que Foale fuese el último astronauta
estadounidense en visitar la Mir, Estados Unidos accedió a
realizar dos vuelos más de transbordadores y en pagar a Rusia 73
millones de dólares adicionales para financiar el funcionamiento de la
Mir. Este dinero adicional, sumado a los 200 millones
transferidos del programa del transbordador, permitió terminar la
construcción del Zvezda.
En el curso de estos viajes adicionales, otros dos estadounidenses
vivieron en el espacio un total de 271 días. Aunque, una vez más, se
produjeron tensiones —a causa de la insistencia rusa en controlarlo todo
y la poca disposición de los estadounidenses a someterse—, en términos
generales las tripulaciones consiguieron llevarse bien.
Durante sus últimos años, también vivieron en la Mir dos
franceses (uno de ellos durante seis meses), un astronauta eslovaco y un
antiguo miembro del equipo político del presidente Yeltsin.
Incluso Valeri Ryumin, precisamente él, regresó al espacio para vivir en
la Mir durante una semana. Tras pasar años observando desde
tierra los problemas interminables de la estación, decidió, como hiciera
muchos años antes después del desastre de la Salyut 1, que debía
viajar al espacio y ver por sí mismo lo que pasaba. Propuso la idea a
sus jefes de Energía y éstos la aprobaron. Perdió entonces veinte kilos
para ponerse en forma y realizar un viaje de diez días en el
transbordador espacial Discovery.56
Cando se produjeron todos los desastres del vuelo de Tsibliev y Lazutkin
había sido partidario de castigar a la tripulación. Después de todo, él
había vivido en la Salyut 6 durante casi un año y se las había
ingeniado para solventar sus problemas técnicos, y aquélla era una
estación mucho más pequeña y menos capaz.
Sin embargo, cuando estuvo allí su tono cambió. «No sé cómo pueden vivir
aquí», le dijo a Charles Precourt, el comandante del Discovery.
«Es terrible. Peor de lo que me imaginaba. Es increíble. Es inseguro».
Lo que más le sorprendió fue la cantidad de chatarra acumulada que
llenaba cada centímetro de los trasteros de la Mir. «Perdimos el
control del inventario y la bodega al cabo de tres años», dijo molesto.
Y luego, cuando preguntó si podía deshacerse de algo de
basura y algunos cables inútiles que rebosaban tras un panel, el centro
de mando le dijo que no se podía tirar nada. Al igual que todos los que
habían volado al espacio, Ryumin descubrió una vez más que había una
gran diferencia entre lo que el personal de tierra percibía de la
situación en el espacio y la realidad de la misma. «¿Sabes?», dijo,
«cuando no lo ves por ti mismo y te cuentan estas historias, no te
imaginas hasta qué punto todo esto está mal».57
En sus últimos años, los fallos y reparaciones de los sistemas de la
Mir continuaron. En febrero de 1998 un ventilador se sobrecalentó y
comenzó a humear, por lo que tuvo que ser apagado inmediatamente y
reemplazado. Durante un rato la atmósfera de la Mir se llenó de
humo. Como cabía esperar, la problemática escotilla de la cámara estanca
del Kvant 2 siguió dando quebraderos de cabeza y precisó nuevas
reparaciones. En el transcurso de una misión, se canceló un paseo
espacial cuando Nikolai Budarin y Talgat Musabayev rompieron tres llaves
inglesas en un intento fallido por abrir la escotilla. Su paseo espacial
tuvo que esperar dos semanas hasta que llegó la siguiente nave de carga
Progress-M, trayendo consigo una nueva llave.
Sin embargo, no todo fue mal. Tanto los estadounidenses como los rusos
realizaron nuevos paseos espaciales, montando nuevos equipos, cambiando
experimentos, y reparando y sustituyendo los paneles solares. Varias
tripulaciones intentaron en vano encontrar el lugar preciso del escape
en el Spektr. Musabayev y Budarin cambiaron el motor propulsor instalado
en el extremo superior de la viga Sófora, encaramándose a una torre de
14 m de altura que se levantaba sobre lo más alto de una veloz nave
espacial muy por encima de la Tierra.
Se reprodujeron los fallos en el ordenador del sistema de control de
actitud de la estación. Finalmente el problema se solucionó con la
instalación de un pequeño y simple ventilador que refrigeraba el
ordenador. Se supuso que todos los fallos de esos años se habían debido
al sobrecalentamiento de la placa base del ordenador. «En Rusia no
tenemos mucha experiencia con el aire acondicionado», observó con humor
Alexander Serebrov. «Conocemos los sistemas de calefacción». Encontrada
la solución, el ordenador funcionó bien, y prácticamente no tuvo ningún
fallo en los dos últimos años de funcionamiento de la Mir.58
Los sistemas atmosféricos de la Mir necesitaron nuevas
reparaciones, pero en términos generales funcionaron con una mayor
fiabilidad. Con sólo dos hombres a bordo, la exigencia sobre los mismos
fue menor. Si en aquellos años la estación hubiera viajado a Júpiter,
las tripulaciones podrían haber sobrevivido y mantenido la estación en
funcionamiento.
A pesar de todos los fallos que se produjeron en el año 1997, la Mir
demostró que era posible construir una nave espacial interplanetaria. De
hecho, dos meses después del regreso de Ryumin, la estación todavía fue
capaz de mantener a una persona con vida en el espacio durante más de un
año. Sergei Avdeyev llegó a la Mir el 15 de agosto de 1998 y
permaneció en ella 380 días, realizando el segundo vuelo más largo de la
historia después del de Polyakov. Al igual que éste, Avdeyev apenas tuvo
problemas de consideración a su regreso a la Tierra. A su regreso, la
Mir quedó desocupada por primera vez en diez años. En realidad,
cuando Avdeyev y su tripulación regresaron a la Tierra a finales de
1999, por primera vez en casi una década no hubo ningún ser humano en el
espacio.
Un año y medio después, el 23 de marzo del 2001, la Mir fue
finalmente puesta fuera de órbita, y ardió como una inmensa bola de
fuego, mil quinientos fragmentos que se precipitaron sobre un paraje
remoto al sur del océano Pacífico. Aun así, en los últimos dieciocho
meses la estación recibió la visita de otra tripulación, que permaneció
poco menos de dos meses y medio, en un vuelo cuya financiación procedía,
en gran medida, de los fondos reunidos en el intento por hacer de la
Mir una operación comercial.
Cuando la Mir cayó, su masa total sobrepasaba las 120 ton. Había
permanecido en órbita durante más de quince años. Había completado más
de 86.000 órbitas alrededor de la Tierra. Durante su tiempo de vida
útil, 104 personas procedentes de doce países la visitaron, y estuvo
ocupada durante más de doce años y medio en total, incluyendo cuatro
hombres que permanecieron en ella durante más de un año. Mientras
viajaba alrededor de la Tierra, recorrió una distancia de más de 3.500
millones de kilómetros, suficiente para que sus ocupantes realizaran
varios viajes de ida y vuelta a Marte. A pesar de todos los problemas
que tuvo en sus últimos años, nunca murió nadie y, de hecho, nadie
sufrió lesiones de gravedad mientras trabajó a bordo. La estación probó
de forma inequívoca que se disponía de la tecnología para viajar a otros
planetas y que esa tecnología se podía construir.
Si a los seres humanos se les dota de los instrumentos y suministros
necesarios, pueden viajar a cualquier parte.
Los problemas de la Mir nunca sirvieron de
excusa para dejar de enviar hombres y mujeres a la estación. La
exploración del espacio nunca será una empresa fácil. La creación de un
medio completamente artificial construido por el hombre resulta
extremadamente difícil. Las cosas saldrán mal. La maquinaria se romperá.
Los equipos se desgastarán. «El vuelo espacial es duro», comentó Michael
Foale algunos años después. «Lo que estamos haciendo no es una tarea
fácil».59
Sin embargo, que sea difícil no es excusa para dejar de hacerlo. Si
cabe, el propio reto será la razón que nos impulse a actuar, aunque sólo
sea para demostrar que podemos ser mejores de lo que somos. La
cancelación de las últimas misiones Shuttle-Mir no sólo no habría
supuesto ninguna mejora de los programas espaciales de Estados Unidos y
Rusia, sino que en su cobardía habría deparado terribles consecuencias
para la creatividad y la exploración humanas que sólo al cabo de décadas
habríamos podido superar.
No obstante, lo inquietante en el proceso de toma de decisiones de los
miembros de la administración Clinton, tanto en la Casa Blanca como en
la NASA, era la voluntad de ignorar los problemas graves para no
perjudicar la marcha del programa. Si los problemas de gestión habían
provocado la explosión del Challenger en 1986, los miembros del programa
Shuttle-Mir también parecían dispuestos a mentir, manipular, falsear y
mirar a otro lado con tal de no enfrentarse a la difícil realidad.
Bill Clinton obvió los problemas. No le importaba que el programa
estadounidense se viera perjudicado si así podía proporcionar ayuda a
los rusos. Después de haber recortado en miles de millones de dólares el
presupuesto de la Freedom —un dinero que podía haber ido a parar a
compañías estadounidenses—, desvió luego ese mismo dinero hacia Rusia y
Energía para que éstas pudieran recoger los beneficios.
Dan Goldin intentó enfrentarse a los problemas de la Mir, pero
temiendo que el programa espacial sufriera recortes, nunca se refirió a
algunos aspectos esenciales de la participación rusa en el programa de
la estación espacial cuando se dirigía tanto al Congreso como al
público. Y aunque reclamó apoyo para el programa, nunca le dio al
proyecto Shuttle-Mir el apoyo administrativo que realmente necesitaba.
En sus últimos años al frente de la NASA, perdió el control del
presupuesto de la estación espacial, dejando tras de sí tal estado de
caos que hoy nadie puede asegurar que haya dinero suficiente para
terminar la parte estadounidense.
Otros fingieron que ahí no había problema alguno. Cuando Jerry Linenger,
alguien que había estado en la Mir durante uno de sus momentos
más críticos, se cuestionó la seguridad de la estación, la gente de la
NASA se mostró más proclive a calificarlo de «quejica» que a prestar
atención a sus preocupaciones. Por ejemplo, cuando Jim van Laak, el
número dos del programa Fase 1, escuchó el informe de Linenger, en vez
de preocuparse, se enfureció. En lugar de dedicarse a investigar las
quejas de Linenger, van Laak comenzó a controlar las entrevistas de
Linenger con la prensa, al mismo tiempo que intentaba desacreditarle
ante los periodistas. «En mi opinión Jerry Linenger no tiene razón»,
comentó a los periodistas. También prohibió la circulación de
transcripciones o notas de cualquiera de las sesiones informativas de
Linenger.60
Nadie se levantaría para encarar directamente las inquietudes de
Linenger y decir: «Es difícil y hay cosas que han salido mal. Hemos
cometido errores. Pero todavía queremos hacerlo». En vez de ello, todos
se pusieron sus gorras de gestor e hicieron como si los problemas no
existieran.
El espacio, sin embargo, es implacable. Los seres humanos no colonizarán
los planetas y las estrellas mintiendo. En la severa, hostil y fría
oscuridad del inmenso universo que existe más allá de la atmósfera
terrestre, los seres humanos sólo pueden sobrevivir si se enfrentan a la
verdad.
El 20 de noviembre de 1998, mucho antes de que Avdeyev regresara y de
que la Mir fuera destruida, volvió a amanecer sobre Baikonur. Zarya, el
primer módulo de la Estación Espacial Internacional, por fin fue
lanzado. El anhelo humano de vivir en el espacio aún no se había
extinguido.
1. MSNBC Report, 2/97; Space News,
2/24-3/2/97, p. 1.
2. van den Berg, MirNews, n° 251, 3/21/97.
3. Linenger, 2000, p. 217.
4. van den Berg, MirNews, n° 348, 3/2/97; Linenger, 2000, pp.
99-117; Bo-rrough, pp. 123-150.
5. Borrough, pp. 145-146.
6. http://spaceflight.nasa.gov/history/shutle-mir/history/h-f-linenger-fire.htm;
http://spaceflight.nasa.gov/history/h-f-linnenger-fire-cul.htm
7. Burrough, p. 149.
8. Comunicación privada, verano de 1995.
9. Wall Street Journal, 4/18/97, C15.
10. van den Berg, MirNeus, n° 351, 3/21/97; n° 352, 4/3/97.
11. van den Berg, MirNews, n° 352, 4/3/97; Space News, 3/17-23/97,
p. 8.
12. Linenger, 2000, pp. 160-172; Burrough, pp. 157-164.
13. Linenger, 2000, p. 173.
14. van den Berg, MirNews, n° 353, 4/7/97; Space News, 4/7-13/91, p.
4; Burrough, p. 188.
15. New York Times, A/12191; Linenger, 2000, pp. 190-191.
16. Burrough, p. 193-
17. Burrough, pp. 205-206,233-234; entrevista con Linenger, 4/7/03.
Aunque Linenger no oculta que se produjeran algunas desavenencias,
niega la mayor cuando se le pregunta si hubo tensiones entre él y
sus compañeros de tripulación rusos. «Lo que me parecía del todo
increíble es que se pudiera vivir en aquellas condiciones
claustrofóbicas, más propias de una olla a presión, durante meses,
compartiendo encierro con los antiguos enemigos de la Guerra Fría, y
pese a todo sobrellevar la situación» (Comunicación privada,
4/5/03)- También afirma que estuvo presente en el momento en que
Tsibliev hizo los comentarios a los controladores de tierra, aunque
también admite no haber asistido a demasiadas sesiones de
comunicación con tierra.
18. Linenger, 2000, p. 130;
entrevista a Linenger, 4/7/03-19- Burrough, pp. 168-170; entrevista
a Linenger, 4/7/03.
20. van den Berg, MirNews, n° 361, 6/16/97; Burrough, pp. 202-214.
21. van den Berg, MirNews, n° 358, 5/11/97.
22. Declaración preliminar de F. James Sensenbrenner, Jr.,
Presidente de la Comisión de Ciencia, vista: «NASA FY1998
Authorization: The International Space Station, Subcommitte on Space
and Aeronautics, 9 de abril de 1997».
23- Burrough, p. 212; Space News, 4/21-27/97, p. 3. 2 4. Washington
Post, 4/10/97, A18.
25. Entrevista a Linenger, 4/7/03; Burrough, pp. 222-223; Portree y
Trevino, p. 127.
26. Linenger, 2000, pp. 205-207; Burrough, p. 460.
27. Linenger, 2002, disponible en: http://www.pbs.org/wgbh/nova/mir/live.
htm
28. Foale, Colin, p. 191.
29. Foale, Michael, Oral History, Sesión 1, 6-8, 11.
30. Foale, Colin, p. 191.
31. Burrough, p. 358.
32. Burrough, p. 371.
33. Burrough, pp. 363-391; Foale, Michael, Oral History, Sesión 1,
pp. 9-16; nasa News Reléase: 97-214a, 10/25/97.
34. Foale Michael, Oral History, Session 1, pp. 12-13.
35. Foale Colin, p. 140.
36. Foale; Michael, Oral History, pp. 13-15; Foale, Colin, p. 134.
37. Foale Michael, Oral History, p. 16.
38. van den Berg, MirNews, a" 371, 7/20/97.
39. Burrough, p. 417.
40. Foale Coiin, p. 165
41. van den Berg, MirNews, n° 371, 7/20/97.
42. Engelauf, Philip L., Memorándum de la NASA con fecha de 7/28/97.
Asunto: MCC-M Response. Disponible en: http://www.reston.com/nasa /jsc/07.28.97.engleauf.html
43. Foale, Michael, Oral History, p. 4.
44. van den Berg, MirNews, n° 373, 7/28/97.
45. van den Berg, MirNews, n° 378, 8/17/97.
46. Foale, Michael, Oral History, p. 1.
47. Entrevista a Bingham; entrevista a Musgrave; Freeman, Marsha,
2000, p.71.
48. Foale, Colin, p. 141; Freeman, Marsha, 2000, p. 71.
49. Foale, Colin, p. 249; Freeman, Marsha, 2000, p. 74; Informes 17
y 87 presentados en el decimoquinto encuentro anual de la American
Society for Gravitional and Space Biology, 1999; Informes 51 y 112
presentados en el decimoséptimo encuentro anual de la American
Society for Gravitonal and Space Biology, 2001.
50. Gross, carta, 10/12/97, p. 2.
51. Burroughs, p. 463; Oberg, 2002, pp. 141-148.
52. NASA News Reléase: 97-2l4a, 10/25/97.
53. Keith Zimmerman, Oral History, p. 9.
54. Burrough, p. 444.
55. Foale, Colin, pp. 211-212.
56. Ryumm, Oral History, pp. 6-7; Washington Post, 1/21/98; Yahoo,
1/21/98.
57. Comentario de Valeri Ryumin en Flight Readiness Review for STS-86;
Precourt, Oral History, p. 7; van den Berg, MirNews, n° 427, 6/9/98.
58. Entrevista a Serebrov.
59. Foale, Michael, Oral History, pp. 14-15.
60. Burough, pp, 344-345.