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La Mir: La ciudad peonza
 
«¡Busca un extintor!»

El congresista F. James Sensenbrenner, presidente del Comité para la Ciencia de la Cámara de representantes, estaba muy descontento. Durante los últimos cuatro días había deambulado por los salones de las diversas instalaciones espaciales rusas, intentando averiguar cuál sería la aportación rusa a la Estación Espacial Internacional. Nadie le daba una respuesta concreta. La construcción en órbita de la estación estaba programada originalmente para que comenzase a finales de 1997, con una rápida secuencia de lanzamientos de tres módulos, a saber, el bloque funcional de carga (finalmente denominada Zarya), el Nodo 1 (o Unity como, a fin de cuentas, lo bautizó la NASA), y el módulo de servicio (o Zvezda, según la denominación de sus constructores rusos).

El Zarya (amanecer en ruso), versión actualizada de los últimos módulos de la Mir, combinaba los sistemas del Kristall y del Kvant 2 para proporcionar a la estación guiado, comunicaciones y energía durante la primera fase de su construcción. Construido por los rusos, la financiación había corrido a cuenta de la NASA, por lo que los estadounidenses podían afirmar que se trataba de un proyecto conjunto.

El Unity era el primer módulo fabricado por los estadounidenses y había sido concebido originalmente como nodo de conexión de los diferentes módulos de la Freedom. Se trataba de un cilindro achaparrado, con una longitud de 5,5 m, y seis puertos de acoplamiento, uno en cada extremo y cuatro alrededor de su circunferencia. Cuando hubiera acoplado con el Zarya, serviría de puerto a los módulos estadounidenses posteriores.

El Zvezda (estrella en ruso) era básicamente la Mir 2, una versión actualizada del bloque base de la Mir. Aportaría el espacio habitable durante los años de construcción, además de los propulsores dotados de depósitos recargables que debían mantener la órbita de la estación. Sin el Zvezda, los otros dos módulos no podrían permanecer en órbita durante más de quince meses. Al cabo de ese tiempo, el combustible del Zarya se agotaría y su órbita decaería. El Zvezda, sin embargo, no estaba terminado. A pesar de sus reiteradas promesas, el gobierno ruso no había podido financiar su construcción. Sin una fecha de lanzamiento inminente y fiable para el Zvezda, los otros dos módulos no podían lanzarse, así que hubo que posponer una y otra vez el comienzo del ensamblaje en órbita de la estación, primero al mes de abril de 1998, y luego a junio de ese mismo año.

El incumplimiento de las promesas enfureció a Sensenbrenner. Sólo dos semanas antes, el 7 de febrero de 1997, el primer ministro ruso Viktor Chernomyrdin se había comprometido, durante un encuentro cara a cara con el vicepresidente Al Gore, a transferir el 28 de febrero 100 millones de dólares al programa de la estación espacial. Sin embargo, sólo tres días después firmó un decreto que sólo proveía garantías de préstamo para la mitad de esa suma. Cuando Sensenbrenner llegó a Rusia solicitó una copia del decreto. Al principio, nadie le pudo conseguir la copia y cuando, finalmente, se la entregaron descubrió que en ella faltaba una página del texto, que saltaba misteriosamente del artículo 3 al 9.

Cada persona con que se reunía miraba a otro lado. Finalmente, Sensenbrenner perdió la paciencia. Durante una visita guiada por la cavernosa fábrica del taller de diseño de Jrunichev —donde se construía el cohete Protón para el lanzamiento de los módulos rusos—, Sensenbrenner dio rienda suelta a su enfado. En presencia de numerosos periodistas y cámaras de televisión, se encaró con Anatoli Kisiliov, el corpulento director de Jrunichev, y exigió que le precisara cuándo estaría terminado el Zvezda. Durante diez minutos, mientras las cámaras grababan cada palabra, Sensenbrenner reprendió a Kisiliov por no haber terminado el módulo de servicio.

Sudando a raudales, nervioso, Kisiliov intentó capear las críticas de Sensenbrenner. Tan sólo era un director de fábrica; no era él quien asignaba los fondos, sino la Duma. Cuando el dinero llegara, sin duda terminarían de construir el módulo. «No soy el presidente de Rusia. Soy el presidente de mi compañía», dijo. «No respondo por Rusia».

Sensenbrenner no se lo tragó. «Nadie acepta la responsabilidad por los retrasos», le dijo a Kisiliov. «La única razón de que hoy haya una crisis es que tu empresa no ha cumplido con el calendario que Gore y Chernomyrdin acordaron en julio pasado». Como más tarde declararía a los reporteros: «Nos acercamos al punto en que todo puede irse al diablo. Si Rusia no cumple con sus promesas ahora, su gobierno debe saber que ello afectará a sus relaciones con el resto del mundo en asuntos que van mucho más allá del espacio».1

Lo que Sensenbrenner desconocía ese día era que el decreto de Chernomyrdin valía menos incluso que el papel en el que había sido firmado. Pasó el 28 de febrero y no llegó ni una transferencia, ni efectivo, ni siquiera un préstamo, nada. El gobierno ruso aún estaba en bancarrota y, simplemente, no tenía fondos para un nuevo proyecto espacial. El Zvezda permaneció intacto en el suelo de la fábrica, un casco vacío con varios meses de retraso respecto al calendario.

Esa misma semana, los seis hombres de la Mir estuvieron a punto de morir.

Durante dos semanas, las dos tripulaciones habían convivido en la estación, dedicando su tiempo casi exclusivamente a los experimentos y las entrevistas de televisión a las que se debía Ewald, el astronauta alemán.

El domingo 23 de febrero, los seis hombres acababan de cenar juntos en el bloque base de la estación. Habían sorbido borsch (sopa rusa) y gelatina de perca de los tubos. Mientras Linenger regresaba al Spektr para realizar cierto trabajo informático, Lazutkin flotó hasta el módulo adyacente Kvant para encender una vela de perclorato de litio. En los 13 días transcurridos desde la llegada de Lazutkin, la presencia de seis personas en la Mir había motivado que encendieran unas tres docenas de velas.2

Apenas unos segundos después de haber encendido la vela, le sobresaltó ver que saltaban chispas de la unidad. Un segundo después, apareció una llamarada anaranjada y rosada de 30 cm, que se abrió paso a través del revestimiento del cartucho ardiendo con la intensidad de una antorcha.

Durante algunos instantes, Lazutkin la contempló incrédulo. A causa de la costumbre rusa de ocultar los problemas, nadie le había informado de que en ese mismo lugar y en 1994 una vela idéntica había estallado en llamas cuando Polyakov la encendió. Casi con timidez, gritó: «¡Chicos, tenemos un incendio!».

A dos metros y medio, en el bloque base, los tres rusos y el alemán siguieron conversando, sin enterarse de lo que sucedía en el Kvant. Luego, casi simultáneamente, Ewald y Tsibliev vieron la llama y el humo. «¡Fuego!», gritaron.

Korzun inmediatamente voló hacia el Kvant, abriéndose paso entre los demás, y se detuvo junto a Lazutkin que intentaba sofocar el incendio con una toalla, tal y como había hecho Polyakov dos años antes. La antorcha consumió la toalla como si fuera papel. «¡Busca un extintor!» gritó Korzun, empujando a Lazutkin hacia el bloque base.

Allí, Tsibliev y Kaleri ya estaban buscando extintores. Merbold, que estaba menos familiarizado con el funcionamiento de la Mir, se había apartado a un rincón para no estorbar.

Entre las espesas nubes de humo, que dificultaban ver y respirar, Kaleri alcanzó a Lazutkin un extintor, y éste se lo pasó a Korzun. El extintor no funcionaba. Mientras Korzun se las veía y deseaba con el extintor, gritó: «¡Encontrad las máscaras de oxígeno!».

Restalló la alarma de incendio de la estación.

En el Spektr, Linenger escribía tranquilamente en su ordenador e ignoraba la situación de emergencia. Cuando escuchó la alarma supuso que se trataba de un nuevo fallo en el sistema de energía de la estación. Aunque esos fallos podían resultar peligrosos, llevaba tiempo descubrirlos. Guardó despacio sus archivos, apagó su ordenador y se dirigió al adaptador de acoplamiento para ver qué sucedía. Al llegar, casi se da de bruces con Tsibliev. «¡Fuego!», gritó Tsibliev.

Para entonces, los rusos habían iniciado los procedimientos de evacuación. Tsibliev y Lazutkin habían subido a bordo de su Soyuz-TM, acoplada al puerto de proa, y ya activaban sus sistemas. Entretanto, Kaleri intentaba descargar del ordenador principal de la Mir la información de vuelo para el regreso a la Tierra.

Mirando a través del bloque base y hacia el Kvant, todo lo que Linenger podía ver eran llamas y nubes de humo procedentes de la escotilla del Kvant. Inmediatamente comprendió, al igual que los demás, que la ubicación del fuego bloqueaba el acceso al puerto de proa donde estaba acoplada la segunda Soyuz-TM. Con una sola nave salvavidas Soyuz-TM, no era posible una evacuación completa; si el casco se resquebrajaba al menos morirían tres hombres.

Mientras los hombres luchaban contra las llamas, la situación empeoró. La primera máscara de oxígeno que Linenger se puso falló. Un extintor no funcionó, y los que había en el Priroda estaban atornillados a la pared, por lo que no podían liberarse sin las herramientas adecuadas. (Se habían asegurado de esta manera para el lanzamiento, y en el año y medio transcurrido desde entonces nadie había pensado en desatornillarlos). Entretanto, Korzun no conseguía apagar las llamas a pesar de haberlas atacado con tres extintores. Linenger, que se había desplazado hacia el túnel de acoplamiento entre el Kvant y el bloque base para alcanzarle los extintores a Korzun y sujetarlo mientras los descargaba, observaba cómo de las llamas emergían grumos de metal fundido.
 
Por último, después de arder entre diez y quince minutos, el fuego pareció extinguirse por sí mismo, como si hubiera consumido todo el combustible cercano disponible y se hubiera sofocado en su propio hollín. Salvo quemaduras y magulladuras leves en manos y brazos, nadie había resultado gravemente herido.

Durante la hora siguiente, los hombres flotaron en silencio sin moverse, intentando prolongar sus limitadas reservas de mascarillas, mientras esperaban a que los ventiladores de la Mir disiparan el humo. «El humo en la estación era tan espeso que no pudimos vernos los dedos de las manos frente a la cara durante al menos una hora», escribió Linenger después.3 A diferencia de cuando se declara un incendio en una casa terrestre, poco podían hacer hasta que el sistema de ventilación de la Mir extrajera el humo de la atmósfera. Estaban atrapados, al igual que lo habían estado Grechko y Romanenko veinte años antes en la Salyut 6. No podían abrir una ventana. Tampoco podían encontrar un lugar bajo el humo que asciende. En la ingravidez, el humo lo impregnaba todo; no hay debajo.

Al amanecer, el aire se había aclarado lo suficiente como para que pudieran prescindir de las máscaras —uno de ellos incluso bromeó con que el humo hacía que la estación oliera a pavo asado—. Comenzaron a limpiar; eliminaron todo el hollín. Hablaron con el centro de mando de Moscú, describiendo la situación y emprendieron la laboriosa tarea de hacer que la Mir volviera a funcionar a pleno rendimiento.4

Entretanto, los acontecimientos que se produjeron en tierra a raíz del incendio ilustraron en gran medida las quejas que Sensenbrenner había manifestado hacía sólo una semana. El incendio se declaró alrededor de las diez de la noche, hora de Moscú. Sin embargo, el contingente estadounidense no se enteró de lo sucedido hasta las diez de la mañana del día siguiente, cuando volvieron al trabajo en el centro de mando de Moscú. Sólo entonces, los rusos les pusieron al corriente. A continuación, los rusos intentaron ocultar el problema, declarando que el incendio había durado sólo noventa segundos. Asimismo, dieron por terminada la investigación del suceso en sólo tres días, concluyendo que el incendio había sido un hecho aislado, causado exclusivamente por un fallo indeterminado en una vela en particular.

Cuando Linenger intentó preguntar al personal de tierra sobre los efectos que el incendio tendría para la salud, los rusos no le concedieron tiempo de comunicación. Linenger y Korzun incluso llegaron a enzarzarse en una discusión a gritos, cuando el estadounidense intentó interrumpir una sesión de comunicación para pedir explicaciones acerca del incendio.5

Transmitir su punto de vista a la NASA se hacía aún más difícil porque la jefatura de la NASA no estaba muy interesada en oír hablar de los fallos espaciales rusos. En público, la NASA parecía dispuesta a aceptar la versión rusa de los acontecimientos, afirmando en su propio informe de prensa que «el incendio, que comenzó el sábado a las 22:35, hora de Moscú, ardió durante unos noventa segundos. La tripulación estuvo expuesta a una densa humareda entre cinco y siete segundos y reaccionó utilizando las máscaras». En el mismo informe de prensa se citaron las palabras de Frank Culbertson, director de la Fase 1 del programa Shuttle-Mir, quien afirmaba que «nadie resultó herido», para añadir a continuación que «los administradores y especialistas en operaciones rusos habían ofrecido abundante información sobre lo sucedido». Culbertson también intentó darle la vuelta a los hechos de modo que el incendio pareciera no tener mayor trascendencia. Le dijo a la prensa que Linenger había podido reanudar su trabajo científico «más o menos al cabo de un día ... ha vuelto a lo suyo. Todo transcurre con normalidad. En este sentido, dice que todo sigue como antes».6

La situación de Linenger difícilmente podía haber vuelto a la normalidad. De hecho, no pudo conciliar el sueño hasta pasados dos días del incendio. Durante ese tiempo, practicó reiterados exámenes médicos a sus compañeros, insistiendo en que la tripulación utilizara a toda hora las mascarillas porque no podía comprobar el nivel de toxicidad de la atmósfera de la Mir. «A todos nos costaba mucho dormir», informó.

En numerosas ocasiones también intentó, sin conseguirlo, informar de la gravedad de la situación a sus colegas de la NASA. A la administración Clinton no le convenía la opinión de Linenger sobre el incendio. Clinton había puesto sus miras en la construcción de una estación espacial internacional en colaboración con los rusos, y un incendio mortífero en la Mir —que los rusos habían mantenido en secreto y luego se negaron a investigar en detalle— ofrecería munición a los oponentes del proyecto.

No es que a los oponentes les faltaran armas. A pesar de las múltiples promesas, a fin de cuentas, el gobierno de Yeltsin no disponía de efectivo para terminar la construcción del Zvezda. En la caótica, pero libre, sociedad rusa que sucedió al colapso de la Unión Soviética, el gobierno ruso era probablemente el componente más impotente y pobre de la sociedad. En la media década transcurrida desde el golpe de agosto, las circunstancias de los ciudadanos comunes habían mejorado enormemente. Las tiendas estaban repletas de artículos; el trabajo abundaba. O como me dijo un amigo ucraniano cuando visité Kiev en 1995, «En 1990 las cosas eran baratas, pero no había nada que comprar. Ahora las cosas son caras pero las puedes conseguir cuando las necesitas. Todo lo que tienes que hacer es trabajar duro y ganar dinero».8 Para las autoridades, sin embargo, la situación no era tan buena. El gobierno de Yeltsin encontraba dificultades al recaudar impuestos, en parte porque el sistema de recaudación era tan complejo que todos estaban interesados en evadirlo. Los funcionarios gubernamentales, designados y electos, nada sabían de los presupuestos y de modo rutinario gastaban por encima de sus asignaciones.9

El 24 de febrero, el día después del incendio y sólo una semana después de que Sensenbrenner regresara de Moscú, Yuri Koptev, jefe de la Agencia Espacial Rusa, dio una conferencia de prensa en Moscú en la que anunció que, debido a la falta de fondos, la terminación del Zvezda se retrasaba una vez más hasta diciembre de 1998. Luego llegó el 28 de febrero, y los 50 millones de dólares del préstamo avalado que Chernomyrdin había prometido no aparecieron.

En Washington, el incumplimiento de estas promesas suscitó una condena airada. Sensenbrenner, que pronto sería designado presidente del Subcomité de la Cámara de Representantes para el Espacio y la Aeronáutica, solicitó la convocatoria de una sesión informativa en el Congreso. Acto seguido, se programaron sesiones informativas tanto para la Cámara de Representantes como para el Senado a principios de abril.

En el espacio, los problemas técnicos se acumulaban. Al cabo de unos días, el 3 de marzo —sólo un día después de que Korzun, Kaleri y Ewald regresaran a la Tierra—, fallaron los dos regeneradores de oxígeno Elektron de la Mir. Tras años de reparaciones improvisadas, los sistemas dijeron basta. Ni Tsibliev ni Lazutkin sabían cómo repararlos.10 Se elaboraron planes a toda prisa para lanzar una unidad de reemplazo.

Entretanto, a la tripulación no le quedó otra opción que utilizar las velas de perclorato de litio, encendiendo dos o tres diarias en la última unidad que aún funcionaba del bloque base. Como nadie sabía qué había provocado el incendio de la vela el 23 de febrero, se ordenó a la tripulación que sólo utilizara velas con una antigüedad inferior a los dos años. Además, durante cada encendido, uno de los cosmonautas debería tener preparado un extintor, por si acaso."
Al día siguiente, Tsibliev efectuó una prueba de acoplamiento valiéndose sólo del sistema TORU para reacoplar la nave de carga Progress, que desde principios de febrero había orbitado cerca de la estación. Hasta ahora, las naves de carga Progress empleaban de modo rutinario el sistema Kurs para las operaciones de encuentro y acoplamiento. El sistema TORU sólo se había utilizado en 1994, cuando Malanchenko consiguió acoplar una nave de carga Progress en un último y desesperado intento. Sin embargo, el precio de los sistemas Kurs, de fabricación ucraniana, no había dejado de aumentar. Si la prueba de Tsibliev funcionaba, quedaría demostrado que el sistema TORU podía dirigir todos los acoplamientos de las naves de carga Progress, permitiendo a Rusia dejar de comprar el sistema Kurs.

El 4 de marzo, la Progress fue situada de modo que Tsibliev pudiera guiarla hasta el puerto de popa de la Mir. Luego, por razones que aún hoy permanecen sin esclarecer, la cámara del TORU falló. Tsibliev, cuya hoja de servicios ya incluía una colisión entre la Soyuz y la Mir, contemplaba impotente su monitor sin señal mientras la nave de carga se precipitaba inexorablemente hacia ellos.

A pesar de estar situados frente a ventanas distintas, ni Linenger ni Lazutkin podían ver la Progress. Buscando a toda costa un punto de referencia, Tsibliev se fue hasta la ventana más cercana y escudriñó la oscuridad intentando localizar la nave de carga. De repente Lazutkin gritó, «¡Parece que viene directamente contra nosotros! ¡Se acerca demasiado rápido! ¡Frena más, Vasili!».

Tsibliev regresó volando al panel de control del TORU y encendió frenéticamente los propulsores de la Progress, intentando que ésta virara a un lado. «¿Dio resultado?» le preguntó a gritos a Lazutkin. «¿Está frenando? ¿Cambia de rumbo?».

Los tres hombres vieron a un mismo tiempo cómo la nave de carga pasaba volando junto a la Mir, «rugiéndonos», como escribiría Linenger después. Pensando que la Progress iba a colisionar, Tsibliev les gritó a Lazutkin y Linenger que se subieran a la nave Soyuz y se prepararan para una evacuación de emergencia. Dirigiéndose a toda prisa a la Soyuz, Linenger esperaba sentir en cualquier momento el impacto del metal, y cómo se resquebrajaba el casco de la Mir.

Los siguientes minutos pasaron en silencio, sin que se produjera la colisión. Felizmente, la Progress había pasado de largo, a una distancia que, oficialmente, se estimó en decenas de metros.12

Una vez más, Linenger intentó poner a los funcionarios de la NASA en conocimiento de lo sucedido; pero de nuevo no obtuvo respuesta alguna. Al principio, los controladores rusos ocultaron el fallo en el acoplamiento e informaron a sus socios de la NASA de que simplemente se había cancelado. Después, cuando Linenger le contó a su equipo de apoyo estadounidense lo que había sucedido, éstos cerraron filas con los rusos e intentaron que el incidente pareciera menos peligroso de lo que había sido. Para Linenger la actitud indolente de la NASA podía traducirse aproximadamente en un: «Oye, nos hemos enterado de que ha habido algún problema con el intento de acoplamiento, pero no nos han ofrecido detalles. ¿Quieres que indaguemos?».13

Los problemas a bordo de la Mir no habían concluido. A finales de marzo, se produjo un nuevo escape en un circuito de refrigeración del Kvant 2 y se apagó el sistema Vozduj de eliminación de dióxido de carbono. Para mantener la atmósfera en condiciones aptas para la respiración, la tripulación tuvo que utilizar velas de perclorato de litio y cartuchos de hidróxido de litio, pero las provisiones de ambos escaseaban.14

El fallo en el sistema de refrigeración provocó que la temperatura de la estación aumentara hasta los 35 °C. La avería del sistema Vozduj causó el incremento del nivel de dióxido de carbono, que oscilaba entre el 5 % y 8 %, un nivel prácticamente tóxico. Los hombres tuvieron que dejar de hacer ejercicio para evitar que siguiera aumentando. Peor aún, el escape de anticongelante hizo que la tórrida estación oliera como un taller de reparaciones.15

En medio de estas dificultades técnicas, se producían también tensiones humanas, tanto entre los tres tripulantes, como entre éstos y el personal de tierra. Tsibliev y Lazutkin eran personas sociables, hombres amables que guardaban sus emociones bien dentro de sí. Además, Tsibliev se diferenciaba del resto de comandantes rusos en que no le gustaba mandar. Prefería que la gente sintiera la necesidad de ayudarle.

Sin embargo, Linenger prefería mantenerse aparte y hacer su propio trabajo científico. El mantenimiento de la estación era responsabilidad de los rusos, y a Linenger le preocupaba mucho más cumplir los objetivos de su investigación científica. Además, a Linenger le molestaba la forma en que Tsibliev y Lazutkin permitían que su trabajo se mezclara con las horas programadas de sueño, quedándose despiertos hasta las cuatro de la madrugada para intentar cumplir con el programa y luego durmiendo en las horas de la tarde.16

La carga del trabajo de reparaciones era tan abrumadora que, hacia el mes de abril, los rusos comenzaron a necesitar desesperadamente la ayuda de Linenger, a pesar de su instintivo desdén hacia los extranjeros. Cuando los controladores de tierra le pidieron que pospusiera su trabajo científico para concentrarse exclusivamente en las tareas de reparación, Linenger se negó cortésmente. Acostumbrados a tratar con personas que obedecían las órdenes de sus superiores, los rusos se tomaron la negativa como un insulto. ¿Cómo se atrevía a desobedecer órdenes? No estaba previsto que los extranjeros fuesen tan independientes.

Estas tensiones condujeron a algunas discusiones sobre cuestiones menores. En cierta ocasión, Linenger y Lazutkin evitaron verse durante dos días después de discutir sobre dónde había que guardar cierto equipo. En otra ocasión, Tsibliev se mofó de la negativa de Linenger a ayudarles durante una conversación con el centro de mando ruso fuera del alcance de Linenger.17

Linenger consideraba que los conflictos de la tripulación eran menores y sin importancia. Hasta donde podía apreciar, su relación con los rusos era excelente, especialmente con Tsibliev. «Nos llevábamos maravillosamente», escribió Linenger después. «Tsibliev y yo ... no tuvimos discrepancias dignas de mención en los cuatro meses que pasamos juntos en la Mir».18

Sin embargo, las relaciones con la Tierra eran mucho más vidriosas. Basándose en lo que John Blaha le había contado sobre el apoyo que podría recibir desde la Tierra —opinión que había tenido ocasión de confirmar durante las primeras semanas de la misión—, Linenger decidió que no iba a permitir que el equipo de tierra dirigiera hasta el último detalle sus actividades, sobre todo si consideraba que su consejo era inútil. Como la comunicación por radio a menudo era difícil y, de todos modos, no servía para nada, anunció que simplemente dejaría de utilizarla. El 7 de marzo le dijo a su equipo de tierra: «Pienso que deberíamos suspender nuestras comunicaciones por voz». Desde ese momento y por lo general, Linenger limitó su comunicación con los controladores de tierra estadounidenses a los correos electrónicos. Esperaba que con esta medida podría obligar a los controladores de la misión a encontrar soluciones.19

Entretanto, Tsibliev estaba cada vez más molesto con las exigencias que le planteaban los controladores rusos. No sólo esperaban de él que mantuviera la estación en funcionamiento, sino también que investigara. Como tantos otros viajeros espaciales que le precedieron, desde la última tripulación del Skylab, pasando por Yuri Romanenko en los albores del funcionamiento de la Mir, hasta los estadounidenses Blaha y Linenger, sentía que le utilizaban y abusaban de él mediante órdenes insensatas transmitidas desde la Tierra.20

Reparar la estación se estaba convirtiendo en un trabajo que exigía jornadas de veinticuatro horas. Los envejecidos sistemas en el bloque base, el Kvant y el Kvant 2, seguían fallando. Por ejemplo, durante el mes de marzo los ordenadores del sistema de control de actitud se bloqueaban a menudo, provocando la secuencia habitual de fallos en cadena. Cuando los giroscopios se apagaban, la estación rotaba hacia la posición de gradiente de gravedad y sus paneles solares dejaban de estar orientados al sol. Las baterías de la estación —muchas de las cuales ya no podían acumular demasiada energía— se descargaban, haciendo que el resto de los equipos de la estación dejara de funcionar.

Siempre que esto sucedía, los tres hombres tenían que apagar la estación para poder canalizar hasta la última gota de la energía producida en los paneles solares hacia las baterías acumuladoras. Cuando conseguían recargar las baterías —un proceso que podía llevar varios días, a causa de la edad de muchos de los paneles solares de la Mir—, la tripulación reactivaba los sistemas y reiniciaba el ordenador para que pudiera retomar el control de actitud de la estación.

Entretanto, Tsibliev y Lazutkin tenían que realizar interminables trabajos de reparación, en jornadas de catorce y dieciséis horas diarias. Cambiaron piezas en los dos sistemas Rodnik de reciclaje de agua. Reemplazaron muchas conducciones para impedir que se produjeran escapes en el circuito de refrigeración. Sustituyeron las baterías agotadas por otras operativas para acumular tanta energía como fuera posible.21

El 9 de abril, comenzaron en Washington las sesiones informativas en el Congreso. Como los funcionarios de la NASA habían suprimido los peores informes sobre el mal funcionamiento de la Mir —por ejemplo, la prensa estadounidense no informó del incidente en el que prácticamente se produjo una colisión— estas sesiones se centraron en el fracaso del gobierno ruso para cumplir con sus promesas y construir el Zvezda. El presidente Sensenbrenner resumió la perspectiva estadounidense de manera muy sucinta en su primera intervención:
En enero de 1996, el viceprimer ministro ruso Oleg Soskovets* nos prometió, al congresista Jerry Lewis y a mí, que el gobierno ruso pagaría sus facturas. No lo hizo. En marzo de 1996, la NASA prometió ... que la cuestión estaría resuelta para mediados de mayo de 1996. No lo estuvo. En marzo de 1996, el vicepresidente recibió nuevas garantías de que el gobierno ruso pagaría sus facturas. No lo hizo. En julio de 1996, el primer ministro ruso Viktor Chernomyrdin le prometió por escrito al vicepresidente Gore que el gobierno ruso pagaría sus deudas y cumpliría con ciertos compromisos. No lo hizo. En este mes de febrero, el primer ministro Chernomyrdin le prometió al vicepresidente Gore que le entregaría a la Agencia Espacial Rusa 100 millones de dólares antes del 28 de febrero. No lo hizo. El 10 de febrero, el gobierno ruso promulgó un decreto comprometiendo un calendario de pagos a la Agencia Espacial Rusa antes del 10 de marzo. No lo hizo.22
 
* Soskovecs fue despedido sólo unas semanas más tarde, en abril de 1997, después de que se le vinculara con una red que malversó millones de dólares del programa espacial ruso.

En el transcurso de estas mismas sesiones de la Cámara de Representantes, el funcionario de la NASA Wilbur Trafton declaró que, a causa de los retrasos rusos, el lanzamiento del Zarya se había vuelto a posponer otros once meses, hasta octubre de 1998. Muchas eran las promesas de la NASA que aseguraban que la contribución rusa a la estación no afectaría a los planes estadounidenses, entre ellas el reiterado testimonio de Dan Goldin ante el Congreso, en el que afirmaba que la NASA tenía previstos planes de emergencia en caso de que los rusos se retiraran. Sin embargo, el fracaso de los rusos para cumplir con lo prometido estaba demorando el lanzamiento de la estación espacial estadounidense. Trafton también declaró que la NASA había transferido 200 millones de dólares del presupuesto del transbordador espacial a la financiación de más construcciones rusas, incluyendo la del Zvezda, cuyos costes los rusos, en principio, se habían comprometido a pagar.

Sensenbrenner y los demás congresistas se quejaron vehementemente de los retrasos, la transferencia de fondos y la desinformación, que achacaban tanto a la administración Clinton como al gobierno ruso. Amenazaron con suspender la financiación de la estación y cancelar el programa.

Al final, los congresistas no hicieron gran cosa. Aprobaron una resolución (que no fue ratificada ni por la Cámara ni por el Senado) en la que se exigía que ningún otro astronauta estadounidense viajara a la Mir hasta que el administrador de la NASA, Dan Goldin, garantizara personalmente la seguridad de la estación. También fijaron el 1 de agosto como fecha límite para que Bill Clinton decidiera de una vez por todas si mantenía a los rusos como socios del proyecto de la Estación Espacial Internacional.23

Resulta interesante destacar que Sensenbrenner tenía una idea del programa completamente opuesta a la de Clinton. Como el congresista declaró durante las sesiones: «Les recuerdo [a la NASA y la Casa Blanca] que construimos la estación espacial con el objetivo de hacer ciencia y abrir nuevas fronteras comerciales, no para canalizar la ayuda exterior hacia la industria aeroespacial rusa, o para financiar bajo cuerda al gobierno ruso».24 Sin embargo, la ayuda exterior era la única razón que tenía Clinton para apoyar la estación espacial. Su administración aceptaría cuanto los rusos quisieran hacer con tal de mantener vivo el programa conjunto, haciendo de este modo que las resoluciones del Congreso tuvieran el mismo valor que el decreto del 28 de febrero de Chernomyrdin: menos que nada.

Un día antes de las sesiones del Comité del Congreso, el 8 de abril, una nave de carga Progress llegó a la Mir con varias toneladas de suministros. La carga incluía tres extintores para reemplazar los utilizados durante el incendio, equipamiento de repuesto para intentar sellar los escapes del sistema de refrigeración, unas cincuenta velas de perclorato de litio generadoras de oxígeno, y un par de trajes espaciales para un próximo paseo espacial.

Durante las cinco semanas que precedieron a la llegada del siguiente transbordador espacial, Tsibliev y Lazutkin trabajaron hasta la extenuación, intentando reparar los sistemas de reciclaje de la atmósfera de la estación. Aprovechando piezas de uno de los dos sistemas Elektron, consiguieron que el otro funcionara al menos temporalmente. Para disponer de un segundo sistema operativo, los rusos construyeron rápidamente una nueva unidad y la enviaron a Estados Unidos para que pudiera ser cargada en la bodega del Atlantis y viajara a la Mir durante la siguiente misión.

A continuación, el 27 de abril, Jerry Linenger se convirtió en el primer estadounidense que efectuaba un paseo espacial utilizando un traje espacial ruso. El y Tsibliev debían instalar un paquete de sensores ópticos de fabricación estadounidense de poco más de 180 kg de peso y recuperar algunos materiales experimentales que se habían dispuesto en el exterior de la Mir durante los últimos años. Mientras se vestían, Linenger pudo observar de cerca por primera vez la escotilla del Kvant 2. Se quedó de piedra. Hasta donde podía ver, la escotilla sólo se mantenía cerrada por un juego de abrazaderas corrientes en forma de c. Nadie le informó de que sufrió una avería que ya había sido reparada —todo lo que Tsibliev hizo fue advertirle reiteradamente que fuera «muy delicado» cuando tocara la escotilla. Linenger no sabía que las abrazaderas eran sólo un refuerzo, que habían sido instaladas incluso antes de que Manarov y Afanasyev sustituyeran la bisagra en 1991.25

Tsibliev y Linenger realizaron a continuación un paseo espacial de cinco horas, durante el cual Tsibliev utilizó la grúa Strela del lado de estribor para transportar a Linenger y el paquete de sensores ópticos desde el Kvant 2 al Kristall.

Para Linenger éste fue el paseo de su vida. En un principio, se sintió abrumado por la sensación de vértigo y riesgo que le producía volar a casi 30.000 km/h y a 320 km por encima de la Tierra. En ese momento no era más que un minúsculo objeto en el extremo de una pértiga de 12 m que le trasladaba de un módulo a otro de la Mir. «Mi corazón se aceleró. Quería cerrar los ojos para escapar a esta terrible y persistente sensación de caída. Pálido, me agarré al pasamanos del extremo de la pértiga como a una tabla de salvación».

Al final se calmó y se puso a trabajar. Para cuando Tsibliev le trajo de vuelta al Kvant 2 ya disfrutaba de lo lindo. «¡Yujuu!», gritó, agarrándose al extremo de la Strela mientras ésta le traía de vuelta a través del vacío del espacio «como una caña de pescar». Si hubiera podido saludar con un sombrero de vaquero como en cualquier rodeo, lo hubiera hecho.26
 
 
«¡Dios mío, ya está aquí!»
 
El 17 de mayo de 1997 el Atlantis llegó a la Mir, trayendo consigo a Michael Foale, el relevo de Linenger. A pesar de las quejas de los congresistas y senadores, la NASA se disponía a completar el programa Shuttle-Mir. El transbordador trajo también casi dos toneladas de suministros, incluyendo el nuevo regenerador de oxígeno Elektron, así como nuevas semillas para el invernadero Svet. Con el Atlantis regresarían a la Tierra los restos del cartucho de vela de perclorato de litio que se incendió y el regenerador Elektron averiado.

El vuelo de Linenger había durado 132 días. A su regreso, se negó a que le sacaran en camilla del transbordador. «Saldría andando de ese transbordador o ... arrastrándome». Al igual que a Thagard y Blaha, le sorprendió sentirse tan débil. Más tarde, las pruebas revelaron que había perdido aproximadamente el 12 % de su masa ósea, sobre todo en la parte inferior de la espina dorsal y en su cadera, lo que se traducía en una elevada tasa rayana en el 3 %, debida muy posiblemente a los muchos problemas que entorpecieron su programa de ejercicios.27 Los estadounidenses estaban aprendiendo lo que los rusos ya sabían: unos meses de ingravidez cambian el cuerpo humano, y la realización de ejercicios parecía ser el único método para mitigar esos cambios.

En la Mir, Michael Foale ocupó el lugar de Linenger. La estación le recordaba a un piso de estudiantes en el que los chicos hubieran estado viviendo y trabajando durante una década. Su primer objetivo era hacerse con un sitio para dormir. Como Tsibliev y Lazutkin ya se habían apoderado de las dos únicas cabinas en el bloque base, Foale eligió el Spektr como lugar de residencia. Trasladó allí sus enseres personales y rápidamente se adaptó a la rutina.

A diferencia de Linenger, quien no rechazaba el enfrentamiento con tal de conseguir lo que quería, Foale era una persona mucho más afable. Su padre había sido piloto de la RAF. Su madre era de Minneapolis. Foale, el mayor de tres hermanos, había crecido en bases aéreas de Chipre, Alemania occidental y Malta viendo cómo su padre volaba en misiones de vigilancia por los cielos de Oriente Medio y Europa.28 Nada más comenzar su entrenamiento en Rusia, Foale decidió intentar congraciarse con los rusos. Él y su esposa a menudo les invitaban a cenar en su apartamento de la Ciudad de las Estrellas. Asimismo, visitaban a varias familias rusas en sus propias casas.

En la Mir se ofreció inmediatamente para hacer tanto trabajo de mantenimiento como Tsibliev y Lazutkin le dieran. Se ofreció para limpiar los muchos globos de agua que se habían condensado en los equipos por toda la estación. También insistió en compartir todas las comidas con los dos rusos, en conversar con ellos a la hora del té y participar en todas las conversaciones con el centro de mando. «Era una manera de intimar con la tripulación», explicó más tarde.29 El talante sencillo con que Foale asumía la situación contribuyó a disipar las tensiones que se habían producido durante el vuelo de Linenger.

Sin embargo, la situación no había mejorado substancialmente. Para mediados de junio, al cuarto mes de su misión, Tsibliev ya no podía más. A diferencia de la primera misión de larga duración que había realizado junto a Serebrov en 1993, los problemas a los que había tenido que enfrentarse en este vuelo habían sido difíciles e interminables. Su compañero, Lazutkin, era un cosmonauta inexperto que no parecía capaz de hacer las cosas con la misma eficiencia que Serebrov.30 Tsibliev ya no podía apoyarse en la experiencia de Serebrov. Agotado por el sobreesfuerzo perdió toda capacidad de pensar de manera independiente. Si no le orientaban, ya no sabía qué hacer.

Sin embargo, Tsibliev no se rindió. Intentaba hacer cuanto le pidiera el centro de mando. Si le pedían que realizara un experimento de reducción de sueño, lo hacía. Si le pedían que se extrajera muestras de sangre con tanta frecuencia que en sus dedos no quedara espacio para otro pinchazo, lo hacía. Si le pedían que intentara reparar los regeneradores Elektron, lo hacía. Habida cuenta del estado de deterioro de los sistemas atmosféricos y eléctricos de la Mir, con su dedicación y duro trabajo, Tsibliev sin duda salvó la vida de la estación durante esos meses difíciles.

Por supuesto, se quejaba de la sobrecarga de trabajo. En junio, las exigencias que el centro de mando les planteaba a él y Lazutkin le exasperaron por completo. En una ocasión se mostró tan sarcástico y frustrado que los controladores de tierra se las arreglaron para que Piotr Klimuk, el héroe de la Salyut 4 durante la firma de los acuerdos de Helsinki, y en aquel momento general al cargo de la Ciudad de las Estrellas, le echara una bronca en público. «Un trabajo es un trabajo», sermoneó a Tsibliev. «Fuiste al espacio a trabajar, no a descansar y divertirte. Has de saber que mi estancia en los años setenta tampoco fue de vacaciones. Sé fuerte y aguanta».31

Tsibliev asintió, pero seguía molesto. ¿Cómo se atrevía Klimuk a insinuar que él no estaba trabajando duro?

En la última semana de junio, el centro de mando le pidió que hiciera otra prueba de acoplamiento con el sistema TORU. Como siempre, Tsibliev consintió, pese a que tenía ciertas reservas. El 24 de junio, mientras los controladores de tierra desacoplaban la nave de carga Progress del puerto de popa, encendió el TORU.

Desde la fallida prueba de acoplamiento efectuada en el mes de marzo, los ingenieros de tierra habían llegado a la conclusión de que el fallo de la cámara de televisión se debía a una interferencia del antiguo sistema de acoplamiento Kurs. Para prevenir esta interferencia habían decidido desconectar el sistema Kurs. En vez de utilizar los datos de radar del Kurs, Tsibliev calcularía la velocidad y la distancia de la nave de carga sirviéndose de su vista y de un medidor láser portátil.

Este tipo de encuentro y acoplamiento espacial resultaba cuando menos arriesgado. Los astronautas estadounidenses habían comprendido la imposibilidad de determinar la distancia sólo visualmente cuando, en la década de 1960, aprendían a realizar los primeros encuentros y acoplamientos en el marco del programa Gemini. En 1983, Vladimir Titov casi estrella su Soyuz-TM 8 contra la Salyut 7 al intentar calcular a ojo la distancia. Desde entonces, al menos en media docena de ocasiones, se habían cancelado los intentos de acoplamiento cuando los ordenadores, o los hombres, carecían de la información necesaria para completar la maniobra. El propio Tsibliev contaba con dos malas experiencias al respecto, la primera en 1993, cuando su nave Soyuz había rozado el Kristall durante la maniobra de desacoplamiento, y la otra en marzo, durante la primera prueba de acoplamiento de la Progress. Por si fuera poco, los controladores de tierra habían situado a la nave de carga en una órbita más alta que la de la Mir. En el momento en que el monitor de Tsibliev le mostrara la imagen de la Mir vista desde la Progress, debería intentar localizar la estación perfilada entre las capas de nubes y formas terrestres.

Cuando Tsibliev descubrió que no se podía fiar de las imágenes de televisión del TORU porque eran muy ambiguas, situó una vez más a sus compañeros de tripulación en las diferentes ventanillas para que buscaran la nave de carga que se avecinaba. Una vez más, la perdieron de vista. Entonces Tsibliev intentó adivinar la distancia y la velocidad de la nave de carga., pero una vez más no tenía ni la más remota idea de su posición durante la mayor parte de la maniobra. Y una vez más, cuando los hombres pensaban que la Progress debía encontrarse a no menos de 350 m de distancia, Lazutkin vio que se les echaba encima apenas unos segundos antes del impacto. «¡Dios mío!», gritó. «¡Ya está aquí!».32

Un momento después, la nariz de la nave de carga se precipitó contra el espacio que había entre el Kvant y el bloque base, luego dio una voltereta y golpeó con su popa contra el Spektr y uno de sus paneles solares. Durante un segundo la Progress permaneció allí suspendida. Luego, volvió a rebotar contra el Spektr, tras lo cual se alejó en silencio como un iceberg a la deriva.

En el interior, los tres hombres notaron al instante que el impacto había resquebrajado el casco de la estación. Sintieron el estallido en sus oídos producto del cambio de presión. Las alarmas se dispararon. Foale pensó que el escape se había producido en el Kvant. Sin embargo, Lazutkin había visto que la nave chocaba con el Spektr y sabía dónde debía encontrarse el escape. A toda velocidad pasó al lado de Foale y asomó su cabeza al interior Spektr para escuchar el terrorífico zumbido que producía el aire que se perdía.

Sobrepasado por las circunstancias, Tsibliev permanecía inmóvil en el bloque base, hablando con el centro de mando de Moscú.

—Todo iba bien —se lamentó—. Pero luego, sabrá Dios por qué, [la Progress] comenzó a acelerar y se estrelló [contra el Spektr].
—¿Podéis cerrar alguna escotilla?
—No podemos cerrar nada —dijo Tsibliev—. Esto es un desastre y no podemos cerrar nada.

En los dos años transcurridos desde que Norman Thagard había ayudado a instalar los cables eléctricos por toda la estación, dieciocho conductos y cables diferentes se habían tendido a través de la escotilla del Spektr. En casa, nadie tendería los cables por las puertas en lugar de hacerlo a través de las paredes. Pero si de todos modos lo hiciera, es muy posible que las puertas dejaran de cerrar bien, lo que tampoco resulta demasiado grave. En la Mir sí lo era. Con todos esos cables y conductos por medio resultaba imposible cerrar herméticamente la escotilla del Spektr.

Para arrancar a Tsibliev del pánico que le atenazaba, el director de vuelo, Vladimir Solovyov, le ordenó que abriera inmediatamente las llaves de paso de los tanques de oxígeno de emergencia, con la esperanza de mantener la presión de aire de la estación el tiempo suficiente para que la tripulación pudiera escapar. Tsibliev abandonó la radio y voló desde el bloque base hasta el Kvant 2, donde se almacenaban los tanques.

Mientras tanto, Lazutkin intentaba frenéticamente desconectar los cables que corrían por la escotilla del Spektr. Al principio, presa del pánico, intentó cortarlos con un cuchillo de 10 cm. Cortó un cable de transmisión de datos y, a continuación, saltaron chispas de un cable cargado tan pronto como lo tocó con el cuchillo. Cuando vio que cortar los cables no daría resultado, voló al Spektr y tiró de las conexiones de los cables para desenchufarlos uno a uno. En algún lugar, cerca de él, escuchaba el zumbido del aire que se perdía.

Entonces, él y Foale se las vieron y desearon para cerrar una escotilla. Primero, intentaron cerrar la escotilla dentro del Spektr, pero no lo lograron porque el aire que se escapaba de la estación hacia el Spektr tiraba de la escotilla impidiéndolo. Después, Lazutkin agarró una de las sencillas escotillas planas que estaban sujetas a una pared del adaptador de acoplamiento. Cuando la colocaban en su sitio, Foale pudo sentir de inmediato cómo el aire la absorbía y la fijaba en su posición. «Sin lugar a dudas, hay un escape al otro lado», recuerda haber pensado.

En seguida la diferencia de presión cerró la escotilla herméticamente y, aliviados, descubrieron que la presión de aire en la Mir se estabilizaba. La estación se había salvado.33

Sin embargo, la desconexión de los cables del Spektr paralizó el funcionamiento de la estación. Los cuatro nuevos paneles solares del Spektr suministraban la mitad de la energía. Con la desconexión de los cables perdían esa energía. Los experimentos no podían seguir su curso; el regenerador Elektron del Kvant 2 se quedó sin electricidad. Además, Foale había perdido todas sus pertenencias, desde las fotos de sus familiares hasta el cepillo de dientes. Ni siquiera tenía zapatillas. Se había quedado descalzo. Todo estaba en el Spektr, fuera de su alcance.

El impacto de la Progress también había lanzado la estación a una rotación incontrolada, con un giro completo cada seis minutos, demasiado fuerte para que los giroscopios y el sistema de control de actitud pudieran contrarrestarla.34 Cuando los paneles solares que todavía funcionaban dejaron de estar orientados hacia el sol, las baterías se agotaron rápidamente y los sistemas de la Mir comenzaron a apagarse.

Durante las treinta horas siguientes, la Mir estuvo prácticamente a la deriva. En las primeras ocasiones en que sobrevolaron la noche terrestre, literalmente nada funcionó. Ni los ventiladores, ni las luces, ni los ordenadores. Nada.

Durante aquellos tiempos muertos, los hombres poco podían hacer más que esperar flotando juntos en el bloque base, bebiendo un poco de coñac, que uno de ellos había encontrado escondido en una nevera, y charlando sobre la vida y los viajes espaciales. Foale rememoraba estos momentos con bastante claridad: «Siempre recordaré estar completamente a oscuras, sin electricidad, sin ventiladores, y todos nosotros junto a la ventana grande, mirando las increíblemente complejas auroras, sus remolinos, con la galaxia cayendo sobre ellas, sin que nosotros pudiéramos hacer nada más».35

En las primeras ocasiones en que sobrevolaron el día, periódicamente llegaba luz suficiente a los paneles solares como para que algunos sistemas empezaran a funcionar. Sin embargo, la rotación incontrolada imposibilitaba acumular la energía suficiente como para recargar las baterías.

En ese momento, fue Michael Foale, el estadounidense —el extranjero a bordo—, quien salvó la situación. En su condición de experto en proyectar correcciones y maniobras orbitales, Foale convenció tanto a su comandante Tsibliev como a los controladores de tierra rusos de que la única forma de recuperar el control de la Mir era encender los motores de la Soyuz-TM. Trabajando en equipo, como habían hecho Viktorenko y Serebrov en 1989, Foale y Tsibliev lograron recuperar el control de la estación. Foale miraba a través de una de las ventanas de la Mir para ver de qué modo cada encendido afectaba a la rotación de la estación y transmitir a continuación las instrucciones a Tsibliev, que permanecía en el panel de mando de la Soyuz-TM, efectuando un arranque tras otro hasta que la estación estuvo orientada al sol y los paneles solares pudieron recargar sus baterías. «Algo parecido a navegar a vela en un gran yate», así se lo describió Foale a su esposa en un correo electrónico de ese mismo día.36

Sin embargo, el trabajo no había acabado. Para que todas las baterías se recargaran, era necesario que intercambiaran las baterías inservibles y las cargadas en el Kvant 2 y el bloque base. Tuvieron que pasar cuarenta y ocho horas desde la colisión antes de que consiguieran que funcionara finalmente el lavabo del Kvant 2. «Lo cual era terriblemente importante», observó divertido Foale tiempo después.37 Por primera vez en días, pudieron dormir un poco.

Aunque la estación volvía a estar bajo control y la electricidad fluía a las baterías acumuladoras, la pérdida de los cuatro paneles solares del Spektr dejó coja a la Mir, que sólo podía disponer de un 50 % de su capacidad energética. Para mantener la estación en funcionamiento apagaron tantos sistemas como les fue posible, desconectando todos los sistemas eléctricos tanto del Kristall como del Priroda, y también un sistema Elektron operativo en el Kvant 2. Sin electricidad, las temperaturas en ambos módulos rozaban los cero grados, provocando a su vez que el agua se condensara en casi todas las superficies.38

Mientras tanto, los ingenieros de tierra rusos, entre ellos Sergei Krikalev, ideaban un plan para recuperar algo de la energía eléctrica de los paneles solares del Spektr. Construyeron una escotilla especial, con enchufes a ambos lados, que permitiría a los cosmonautas volver a conectar los cables eléctricos del módulo al resto de los sistemas de la Mir, manteniendo al mismo tiempo la escotilla cerrada. Después de diseñarla y construirla, Krikalev probó la escotilla en el tanque de simulaciones.

Al mismo tiempo que Krikalev y los ingenieros resolvían los últimos detalles de la nueva escotilla, el ordenador del sistema de control de actitud volvió a bloquearse, por lo que la mitad de los giroscopios dejó de funcionar y la estación comenzó a derivar libremente. Durante tres días la tripulación se esforzó por volver a recuperar la energía y la orientación, empleando de nuevo los motores de la Soyuz-TM para conseguirlo.

El 5 de julio, llegó la siguiente nave de carga Progress trayendo consigo la nueva escotilla y algunos enseres personales de Foale, entre ellos un cepillo de dientes. El plan preveía que se realizara un paseo espacial interior, durante el cual Tsibliev y Lazutkin deberían sellar herméticamente el adaptador de acoplamiento múltiple, despresurizarlo, sustituir la escotilla plana del Spektr por la escotilla especial, y conectar los cables a ambos lados. Mientras ellos hacían esto, Foale debería permanecer en la nave Soyuz-TM. Si todo salía bien, los cables devolverían a la estación un 30 % de su energía.

No fue así, al menos mientras Tsibliev y Lazutkin permanecieron a bordo de la Mir. El 13 de julio, la sobrecarga, la tensión y las circunstancias finalmente pasaron factura a Tsibliev. Desde la colisión había estado luchando contra la depresión y el agotamiento. La sucesión interminable de fallos y problemas sobrepasaba su capacidad de control. «Se me parte el corazón», dijo el día de la colisión. «Te despiertas por la mañana y miras todo esto y es tan condenadamente triste».39
 
Durante la transmisión diaria de la telemetría médica, los datos revelaron que había desarrollado una arritmia cardiaca, similar, pero más grave, a la que Laveikin padeció en 1987, al comienzo de las operaciones de la Mir. Cuando el corazón de Laveikin falló por primera vez, los doctores no supieron cómo reaccionar y le ordenaron que realizara una serie de ejercicios de esfuerzo para estudiar el estado de su corazón, la peor actividad que pueda realizar un hombre con un corazón inestable. Como Polyakov observó años después: «Si le hubieran dejado descansar se habría recuperado». En 1997, los médicos sabían más. Inmediatamente ordenaron a Tsibliev que abandonara todo el trabajo.40

A continuación, antes de que pudieran decidir si Tsibliev debía realizar el paseo espacial interior, se produjo otro desastre. En la tarde del día siguiente, Lazutkin entró en el adaptador de acoplamiento múltiple y comenzó a desconectar cables para preparar el paseo espacial. Para sellar herméticamente el adaptador, debían retirar docenas de cables y conductos que corrían a través de sus seis escotillas hacia otros módulos.
Mientras Lazutkin trabajaba, accidentalmente perdió la página de su manual de instrucciones y desenchufó un cable equivocado, desconectando el ordenador de orientación de la Mir de los sensores del Kristall. El sistema volvió a apagarse y todo el complejo cambió una vez más de rumbo, de modo que los paneles solares dejaron de estar orientados al Sol.41

En realidad, esta situación podía entrañar mayor gravedad que los anteriores apagones. En primer lugar, los hombres de la Mir tardaron horas en conseguir que los controladores de tierra se tomaran la situación en serio. Una y otra vez comunicaron por radio que estaban perdiendo el control de la Mir y, una y otra vez, los controladores de tierra les dijeron que no se preocuparan, que aguantaran y esperaran mientras ellos intentaban descifrar la escasa telemetría de la Mir.

En segundo lugar, la sucesión interminable de calamidades había acobardado a Tsibliev y Lazutkin. Educados en la cultura jerarquizada de Rusia, se mostraban instintivamente reacios a hacer cualquier cosa sin que mediaran órdenes superiores. Los desastres de los últimos meses incrementaron todavía más su temor a emprender cualquier acción por su cuenta. En lugar de apagar los sistemas de la estación para ahorrar la energía de las baterías, decidieron esperar a recibir nuevas instrucciones, dejando así que las baterías se descargaran por completo.42

En tercer lugar, un extraño defecto en el diseño de la nave Soyuz dejó aislados en el espacio a los tres hombres durante unos doce minutos. Cuando la nave Soyuz permanecía acoplada a la Mir durante períodos prolongados, sus baterías internas se desconectaban de sus paneles solares y la energía de los paneles solares pasaba directamente a las baterías de la Mir. Sin embargo, el funcionamiento de los motores de la Soyuz requería electricidad de las baterías internas. Y a su vez, la reconexión de esas baterías a los paneles solares, para que pudieran recargarse, requería un suministro de energía por parte de la estación.

En los cortes eléctricos anteriores, la tripulación había reconectado las baterías internas de la Soyuz antes de que la energía se agotara. En esta ocasión, esperaron a recibir órdenes desde tierra, y para cuando intentaron activar la Soyuz, la estación ya estaba muerta. Cuando en la segunda ronda por la noche Tsibliev entró en la Soyuz para contactar con tierra mediante su aparato de radio, se dio cuenta de que su nave espacial estaba inutilizada y no podía activarse.

Durante casi un cuarto de hora los hombres esperaron a que la estación entrara en la fase diurna de su órbita. Cuando la Mir salió de la oscuridad, los paneles solares recibieron luz suficiente para cargar las envejecidas baterías de la Mir y reconectar la Soyuz. Luego Tsibliev giró el interruptor y consiguió que las baterías volvieran a conectarse a sus paneles solares y empezaran a recargarse.43

Para el centro de mando, el error de Lazutkin y los problemas del corazón de Tsibliev fueron la gota que colmó el vaso. Como Vladimir Solovyov gritara desesperado cuando se enteró de que Lazutkin había desenchufado la Mir: «¡Esto no es un parvulario!».44 Se canceló el paseo espacial interior. El centro de mando de Moscú decidió que lo realizaría la tripulación siguiente. El 15 de agosto, Tsibliev y Lazutkin regresaron a la Tierra y ambos recibieron duras críticas por los muchos problemas habidos durante su vuelo. Ellos, a su vez, responsabilizaron en gran medida de lo sucedido a los equipos defectuosos, la mala planificación y la falta de apoyo del personal del centro de tierra.

Entretanto, sus sustitutos Anatoli Solovyov y Pavel Vinogradov comenzaron su trabajo de reparación en la Mir. Solovyov, aún considerado el maestro en el mantenimiento de la Mir y los paseos espaciales, había sido llamado a salvar la estación. Durante los seis meses siguientes, los dos cosmonautas rusos realizaron siete paseos espaciales interiores y exteriores para reparar la inutilizada estación espacial. Comenzaron a trabajar el 15 de agosto. Ese día Solovyov, Vinogradov y Foale subieron a bordo de la nave Soyuz-TM, volaron alrededor de la estación y la filmaron para evaluar su estado. El 22 de agosto, Solovyov y Vinogradov efectuaron un paseo espacial interior, entrando en el inutilizado Spektr para recuperar el ordenador personal y algunas fotografías familiares de Foale, y conectar los tres paneles solares operativos del Spektr con la Mir a través de la escotilla especial. El 6 de septiembre, Solovyov y Foale realizaron un paseo espacial de seis horas para inspeccionar el exterior del Spektr. Mientras Foale manipulaba los mandos de la Strela, Solovyov cortaba algunas mantas de aislamiento en busca del escape. También utilizó una pértiga con un gancho para reajustar dos de los paneles solares del Spektr y mejorar su orientación al sol.

Entretanto, Vinogradov se enfrentaba a las averías recurrentes de la vieja unidad Elektron del Kvant. Un globo «blanco-marrón de forma gelatinosa» atascaba uno de sus tubos. Después de eliminarlo, la unidad comenzó a funcionar de inmediato y a transformar el agua en oxígeno. Por primera vez en meses, la estación contaba con dos regeneradores Elektron operativos.45

Después de que Foale regresara a la Tierra, Solovyov y Vinogradov realizaron un segundo paseo espacial interior para terminar de conectar los cables eléctricos con la nueva escotilla. Luego, a principios de noviembre, hicieron dos paseos espaciales y retiraron uno de los viejos paneles solares del Kvant, sustituyéndolo por el segundo de los dos paneles solares que el Atlantis había traído a la Mir en 1995. Para cuando regresó a la Tierra, Solovyov había completado su decimosexto paseo espacial en su carrera de cosmonauta, un récord que probablemente nadie supere en años.

Aunque el intento de reparación incluía planes para recuperar el Spektr mediante la eliminación del panel solar averiado y el sellado del escape, ésta última operación no pudo realizarse, en parte porque no se pudo localizar la ubicación exacta de la fuga, y en parte porque otros problemas más urgentes —como un escape en la cámara estanca y la reparación del ordenador del sistema de control de actitud de la estación— tenían prioridad.

Pese a todo, cuando los dos cosmonautas regresaron en febrero de 1988, la Mir presentaba un estado excelente, probablemente mejor que en años anteriores. Sus sistemas atmosféricos funcionaban de modo más o menos fiable y su capacidad eléctrica alcanzaba aproximadamente el 80 % de la que tenía antes de la colisión y, en cualquier caso, era superior a la energía disponible antes de la llegada del Spektr en 1995.

Paradójicamente, a pesar de todas las tribulaciones acaecidas durante la estancia de Michael Foale, el experimento del invernadero del Kristall siguió funcionando. La energía eléctrica del invernadero no procedía de los paneles solares del Spektr, sino de los nuevos paneles solares que, en 1995, Strekaliov, Dezhurov y Thagard habían instalado en el bloque base y después cableado hasta el Kristall. Incluso cuando todo lo demás estaba apagado en el Kristall y la temperatura del módulo descendió a unos cuatro grados, el invernadero seguía ronroneando y sus luces fluorescentes no sólo alimentaban las plantas sino que iluminaban el propio módulo.46

Antes de la colisión, Foale había plantado cincuenta y dos semillas que trajo consigo desde la Tierra. Denominada por los botánicos brassica rapa, y mostaza silvestre por los legos, la planta produce sabrosas hojas de un tenue color verde que se pueden cocinar o mezclar en ensaladas. La mostaza silvestre fue seleccionada porque, al igual que la arabidopsis, tiene un ciclo vital breve y florece apenas 14 días después de ser plantada. El plan de Foale era intentar que estas semillas produjeran dos generaciones de la planta mientras él estuviera en la Mir. Antes de plantarlas instaló algunos equipos nuevos en el invernadero Svet. Los sensores desarrollados en la Universidad de Utah le proporcionaban una idea mucho más precisa de la cantidad de agua que llegaba a las raíces. Los ventiladores mantenían la atmósfera circulando y limpia de toxinas como un anticongelante. Instaló un nuevo lecho de suelo artificial, utilizando productos de jardinería disponibles en el mercado. Los numerosos intentos previos de cultivar plantas, tanto por parte de los rusos como de los estadounidenses, habían mostrado que el agua llegaba mejor a las raíces si los granos del suelo eran de tamaño variado, desde 1,7 mm hasta 4,3 mm de diámetro.

Plantar las semillas requería que Foale las insertara en una mecha hueca que, a su vez, se insertaba entre las capas del suelo. Cuando las plantas crecían, utilizaba unas pinzas para sacar los brotes de la mecha. Cuando las hojas comenzaron a aparecer, Foale las envolvió en bolsas especiales de polietileno para filtrar el aire que llegaba hasta ellas.

Transcurridas unas cuatro semanas —el doble de tiempo que tardarían en la Tierra—, las plantas habían crecido entre 3 cm y 5 cm, y estaban listas para ser polinizadas. En ese momento, Foale se convirtió en una abeja humana. Empleó lo que los jardineros denominan un palo de abeja para recoger el polen de las plantas y depositarlo sobre los estambres. «Bzzz, bzzz, bzzz, subes y bajas por los surcos», decía Foale.

Luego se produjo la colisión y la naturaleza del esfuerzo agrícola de Foale cambió por completo. La pérdida del Spektr significaba que no podría conseguir más bolsas filtrantes de polietileno. Significaba que durante largos períodos de tiempo, las plantas flotarían en la oscuridad sin ventiladores que hicieran circular el aire a su alrededor. Significaba que tendrían que vivir en un medio mucho más frío que el originalmente previsto, con temperaturas que a veces rozaban los cero grados.

Sin embargo, Foale perseveró. Tan sólo unos días después de la colisión, las plantas produjeron vainas de semillas. «Iguales que las vainas de guisantes», recordó Foale. «Era evidente que estaban llenas de semillas».48 En medio del trabajo de reorientación de la Mir, la recogida de globos de agua condensada y los cambios de baterías, recolectó cuidadosamente estas vainas, apartando la mitad para traerlas de regreso a la Tierra con miras a su posterior estudio, y preparando el resto para replantarlas en el espacio.

Durante las semanas siguientes, cuando las condiciones en la Mir no podían ser peores, puso a secar las vainas de semillas recolectadas. Cuando abrió las vainas secas para extraer las semillas que se proponía plantar, descubrió que, por lo general, eran más pequeñas que las producidas en la Tierra. Hacia el mes de agosto, contaba con aproximadamente una docena de semillas. Con cuidado preparó seis mechas con una semilla cada una y las depositó en el Svet. El resto las puso aparte para que fueran estudiadas a su regreso a la Tierra.

Durante las cuatro semanas siguientes, Foale las trató como si fueran bebés, ayudando cuidadosamente a que cada una encontrara la luz, alimentándolas con la cantidad precisa de agua. En el trasiego de la llegada de Solovyov y Vinogradov, y de sus paseos espaciales para arreglar la Mir, Michael Foale luchaba por mantener vivas sus plantas.

Para el mes de septiembre, cuatro de sus seis semillas habían germinado, desarrollando hojas y vainas, que produjeron entre quince y veinte semillas. Aunque le parecía que las semillas eran más grandes y saludables que las de la primera generación espacial, en su conjunto no habían prosperado. «Eran tan débiles y finas», observó luego desilusionado. «Sólo valía la pena plantar dos o tres de ellas». Tras su regreso, se plantaron seis semillas, que produjeron dos plantas viables, aunque más pequeñas y menos saludables que las plantas de mostaza silvestre cultivadas en la Tierra. 49

Durante los veintiséis años transcurridos desde la Salyut 1 y las muertes de Dobrovolsky, Volkov y Patsayev, los seres humanos habían intentado cultivar plantas en el espacio. Lo que era fácil y natural en la Tierra, resultaba difícil y artificial en el espacio. Las plantas se morían, o se marchitaban después de florecer, o sus semillas eran estériles, o crecían con malformaciones.

Sin embargo, a pesar de toda su decepción, Foale había logrado algo verdaderamente importante. Por segunda vez en la historia, una forma de vida vegetal terrestre había dado vida en el espacio. Al igual que Valentín Lebedev en 1983, cuando demostró que la arabidopsis podía florecer en el espacio, Foale había demostrado que las plantas de mostaza también se podían reproducir ahí. La tecnología requerida podía ser compleja y sutil, pero las posibilidades de crear un jardín en el árido espacio se habían duplicado.

En la Tierra, pocos prestaron atención al éxito agrícola de Foale. En vez de ello, el centro de atención y de enfado estaba en la colisión, los problemas que ocasionó, y el persistente fracaso de Rusia a la hora de financiar su parte en el proyecto de la Estación Espacial Internacional. Mucha gente, tanto dentro como fuera de la NASA, se cuestionaba si debían enviarse más estadounidenses a la Mir después del viaje de Michael Foale. Otros querían que Estados Unidos rompiera su asociación espacial con los rusos.

El congresista Sensenbrenner se prestó a nuevas sesiones en el Congreso. En el transcurso de éstas, Roberta Gross, inspectora general de la NASA, describió cómo la agencia había subestimado sistemáticamente la gravedad del estado de los envejecidos sistemas de la Mir. La agencia espacial parecía incapaz de analizar la situación de modo imparcial: «Diversas fuentes han expresado su preocupación sobre la objetividad y/o adecuación del proceso de evaluación de riesgos y beneficios en relación a la expresa política nacional de mantener la asociación ruso-estadounidense».50

En otras palabras, como la política del presidente Clinton era la de viajar al espacio con los rusos, ningún problema técnico acaecido en el espacio, con independencia de su peligrosidad, iba a detener el programa. Y, en realidad, aunque muchos en la NASA se cuestionaban la continuidad del programa, nadie entre los administradores parecía tener la menor duda de que David Wolf, el siguiente astronauta del programa Shuttle-Mir, viajaría a la Mir. Clinton lo había exigido. Dan Goldin lo quería. Todos en la oficina de la Fase 1 creían en ello.

Para justificar su decisión, Goldin se dirigió a una comisión que él mismo había creado en 1994. Encabezada por los antiguos astronautas Tom Stafford y Joe Engle, la comisión Stafford estaba integrada principalmente por empleados de la NASA. Y Stafford, que había comandado la parte estadounidense de la misión Apollo-Soyuz de 1975, apostaba fuertemente por la asociación ruso-estadounidense. O como observara Hoot Gibson: «Tom Stafford es el equivalente de un portavoz de los intereses rusos».51 No sorprende que la comisión Stafford diera su aprobación automática a la continuación de las misiones Shuttle-Mir.

El 24 de septiembre, veinticuatro horas antes de que el Atlantis despegara y llevara a la Mir al astronauta David Wolf, sustituto de Foale, Dan Goldin anunció su decisión. El programa continuaría. «Apruebo la decisión de continuar con la siguiente fase del programa Shuttle-Mir», dijo. «Es la decisión correcta».52

Paradójicamente, en realidad las relaciones con los rusos habían mejorado desde el incendio del mes de febrero. Los interminables problemas, tanto en la Mir como con la financiación del Zvezda, habían obligado a los rusos a contar con los demás. Cuando se produjo la colisión, mantuvieron informados a sus colegas estadounidenses del curso de los acontecimientos. «[Los rusos] fueron mucho más abiertos tras la colisión», recordaba Keith Zimmerman, uno de los operadores de tierra durante la misión de Foale. «Después del incendio se dieron cuenta de que habían metido la pata. Dijeron "¡Vaya! Deberíamos habérselo contado a los estadounidenses. Nos hemos metido en un lío"».53

Incluso atendieron al consejo de los funcionarios de la NASA y pospusieron una misión francesa de tres semanas, cuyo lanzamiento estaba previsto en principio para agosto de 1997. «Tengo serias dudas sobre si los sistemas de soporte vital, energético y de control de actitud, podrán resistir la carga de seis tripulantes durante 21 días», escribió Frank Culbertson a Ryumin en el mes de julio.54 Poco después, los rusos mostraron su conformidad.

Además, la afluencia de dinero estadounidense, hasta alcanzar la suma de 273 millones de dólares, hizo posible que se reanudaran los trabajos en el paralizado módulo Zvezda. Pese al trato suspicaz que los rusos reservaban a los estadounidenses, no podían ignorar la buena voluntad que demostraba la concesión de dinero. Para el verano de 1997, tanto los rusos como los estadounidenses se mostraban mucho más convencidos de que el módulo estaría listo para ser lanzado a finales de 1999 o principios de 2000.

La colaboración también había enseñado a los rusos a aceptar, o incluso depender de la ayuda de un extranjero. La primera vez que Foale le dijo a Solovyov que tenían que utilizar la Soyuz para reorientar la Mir, el ruso dudó, negándose a tomar cualquier iniciativa hasta recibir instrucciones desde tierra. Sin embargo, el centro de mando le dijo inmediatamente que «Michael ha adquirido mucha experiencia en este tipo de problemas y conoce la técnica. ¿Harás por favor lo que él te sugiera?».55 Como sucediera a finales de la década de 1970 con la Salyut 6, el compromiso de Rusia con la exploración espacial les había obligado a dejar de lado su suspicacia natural hacia los extranjeros y sumarse al resto de la civilización.

Durante los últimos tres años de la Mir en el espacio, la estación recibió en tres ocasiones la visita de transbordadores. Aunque el acuerdo original preveía que Foale fuese el último astronauta estadounidense en visitar la Mir, Estados Unidos accedió a realizar dos vuelos más de transbordadores y en pagar a Rusia 73 millones de dólares adicionales para financiar el funcionamiento de la Mir. Este dinero adicional, sumado a los 200 millones transferidos del programa del transbordador, permitió terminar la construcción del Zvezda.

En el curso de estos viajes adicionales, otros dos estadounidenses vivieron en el espacio un total de 271 días. Aunque, una vez más, se produjeron tensiones —a causa de la insistencia rusa en controlarlo todo y la poca disposición de los estadounidenses a someterse—, en términos generales las tripulaciones consiguieron llevarse bien.

Durante sus últimos años, también vivieron en la Mir dos franceses (uno de ellos durante seis meses), un astronauta eslovaco y un antiguo miembro del equipo político del presidente Yeltsin.

Incluso Valeri Ryumin, precisamente él, regresó al espacio para vivir en la Mir durante una semana. Tras pasar años observando desde tierra los problemas interminables de la estación, decidió, como hiciera muchos años antes después del desastre de la Salyut 1, que debía viajar al espacio y ver por sí mismo lo que pasaba. Propuso la idea a sus jefes de Energía y éstos la aprobaron. Perdió entonces veinte kilos para ponerse en forma y realizar un viaje de diez días en el transbordador espacial Discovery.56

Cando se produjeron todos los desastres del vuelo de Tsibliev y Lazutkin había sido partidario de castigar a la tripulación. Después de todo, él había vivido en la Salyut 6 durante casi un año y se las había ingeniado para solventar sus problemas técnicos, y aquélla era una estación mucho más pequeña y menos capaz.

Sin embargo, cuando estuvo allí su tono cambió. «No sé cómo pueden vivir aquí», le dijo a Charles Precourt, el comandante del Discovery. «Es terrible. Peor de lo que me imaginaba. Es increíble. Es inseguro». Lo que más le sorprendió fue la cantidad de chatarra acumulada que llenaba cada centímetro de los trasteros de la Mir. «Perdimos el control del inventario y la bodega al cabo de tres años», dijo molesto.
 
Y luego, cuando preguntó si podía deshacerse de algo de basura y algunos cables inútiles que rebosaban tras un panel, el centro de mando le dijo que no se podía tirar nada. Al igual que todos los que habían volado al espacio, Ryumin descubrió una vez más que había una gran diferencia entre lo que el personal de tierra percibía de la situación en el espacio y la realidad de la misma. «¿Sabes?», dijo, «cuando no lo ves por ti mismo y te cuentan estas historias, no te imaginas hasta qué punto todo esto está mal».57

En sus últimos años, los fallos y reparaciones de los sistemas de la Mir continuaron. En febrero de 1998 un ventilador se sobrecalentó y comenzó a humear, por lo que tuvo que ser apagado inmediatamente y reemplazado. Durante un rato la atmósfera de la Mir se llenó de humo. Como cabía esperar, la problemática escotilla de la cámara estanca del Kvant 2 siguió dando quebraderos de cabeza y precisó nuevas reparaciones. En el transcurso de una misión, se canceló un paseo espacial cuando Nikolai Budarin y Talgat Musabayev rompieron tres llaves inglesas en un intento fallido por abrir la escotilla. Su paseo espacial tuvo que esperar dos semanas hasta que llegó la siguiente nave de carga Progress-M, trayendo consigo una nueva llave.

Sin embargo, no todo fue mal. Tanto los estadounidenses como los rusos realizaron nuevos paseos espaciales, montando nuevos equipos, cambiando experimentos, y reparando y sustituyendo los paneles solares. Varias tripulaciones intentaron en vano encontrar el lugar preciso del escape en el Spektr. Musabayev y Budarin cambiaron el motor propulsor instalado en el extremo superior de la viga Sófora, encaramándose a una torre de 14 m de altura que se levantaba sobre lo más alto de una veloz nave espacial muy por encima de la Tierra.

Se reprodujeron los fallos en el ordenador del sistema de control de actitud de la estación. Finalmente el problema se solucionó con la instalación de un pequeño y simple ventilador que refrigeraba el ordenador. Se supuso que todos los fallos de esos años se habían debido al sobrecalentamiento de la placa base del ordenador. «En Rusia no tenemos mucha experiencia con el aire acondicionado», observó con humor Alexander Serebrov. «Conocemos los sistemas de calefacción». Encontrada la solución, el ordenador funcionó bien, y prácticamente no tuvo ningún fallo en los dos últimos años de funcionamiento de la Mir.58

Los sistemas atmosféricos de la Mir necesitaron nuevas reparaciones, pero en términos generales funcionaron con una mayor fiabilidad. Con sólo dos hombres a bordo, la exigencia sobre los mismos fue menor. Si en aquellos años la estación hubiera viajado a Júpiter, las tripulaciones podrían haber sobrevivido y mantenido la estación en funcionamiento.

A pesar de todos los fallos que se produjeron en el año 1997, la Mir demostró que era posible construir una nave espacial interplanetaria. De hecho, dos meses después del regreso de Ryumin, la estación todavía fue capaz de mantener a una persona con vida en el espacio durante más de un año. Sergei Avdeyev llegó a la Mir el 15 de agosto de 1998 y permaneció en ella 380 días, realizando el segundo vuelo más largo de la historia después del de Polyakov. Al igual que éste, Avdeyev apenas tuvo problemas de consideración a su regreso a la Tierra. A su regreso, la Mir quedó desocupada por primera vez en diez años. En realidad, cuando Avdeyev y su tripulación regresaron a la Tierra a finales de 1999, por primera vez en casi una década no hubo ningún ser humano en el espacio.

Un año y medio después, el 23 de marzo del 2001, la Mir fue finalmente puesta fuera de órbita, y ardió como una inmensa bola de fuego, mil quinientos fragmentos que se precipitaron sobre un paraje remoto al sur del océano Pacífico. Aun así, en los últimos dieciocho meses la estación recibió la visita de otra tripulación, que permaneció poco menos de dos meses y medio, en un vuelo cuya financiación procedía, en gran medida, de los fondos reunidos en el intento por hacer de la Mir una operación comercial.

Cuando la Mir cayó, su masa total sobrepasaba las 120 ton. Había permanecido en órbita durante más de quince años. Había completado más de 86.000 órbitas alrededor de la Tierra. Durante su tiempo de vida útil, 104 personas procedentes de doce países la visitaron, y estuvo ocupada durante más de doce años y medio en total, incluyendo cuatro hombres que permanecieron en ella durante más de un año. Mientras viajaba alrededor de la Tierra, recorrió una distancia de más de 3.500 millones de kilómetros, suficiente para que sus ocupantes realizaran varios viajes de ida y vuelta a Marte. A pesar de todos los problemas que tuvo en sus últimos años, nunca murió nadie y, de hecho, nadie sufrió lesiones de gravedad mientras trabajó a bordo. La estación probó de forma inequívoca que se disponía de la tecnología para viajar a otros planetas y que esa tecnología se podía construir.

Si a los seres humanos se les dota de los instrumentos y suministros necesarios, pueden viajar a cualquier parte.
 
Los problemas de la Mir nunca sirvieron de excusa para dejar de enviar hombres y mujeres a la estación. La exploración del espacio nunca será una empresa fácil. La creación de un medio completamente artificial construido por el hombre resulta extremadamente difícil. Las cosas saldrán mal. La maquinaria se romperá. Los equipos se desgastarán. «El vuelo espacial es duro», comentó Michael Foale algunos años después. «Lo que estamos haciendo no es una tarea fácil».59

Sin embargo, que sea difícil no es excusa para dejar de hacerlo. Si cabe, el propio reto será la razón que nos impulse a actuar, aunque sólo sea para demostrar que podemos ser mejores de lo que somos. La cancelación de las últimas misiones Shuttle-Mir no sólo no habría supuesto ninguna mejora de los programas espaciales de Estados Unidos y Rusia, sino que en su cobardía habría deparado terribles consecuencias para la creatividad y la exploración humanas que sólo al cabo de décadas habríamos podido superar.

No obstante, lo inquietante en el proceso de toma de decisiones de los miembros de la administración Clinton, tanto en la Casa Blanca como en la NASA, era la voluntad de ignorar los problemas graves para no perjudicar la marcha del programa. Si los problemas de gestión habían provocado la explosión del Challenger en 1986, los miembros del programa Shuttle-Mir también parecían dispuestos a mentir, manipular, falsear y mirar a otro lado con tal de no enfrentarse a la difícil realidad.

Bill Clinton obvió los problemas. No le importaba que el programa estadounidense se viera perjudicado si así podía proporcionar ayuda a los rusos. Después de haber recortado en miles de millones de dólares el presupuesto de la Freedom —un dinero que podía haber ido a parar a compañías estadounidenses—, desvió luego ese mismo dinero hacia Rusia y Energía para que éstas pudieran recoger los beneficios.

Dan Goldin intentó enfrentarse a los problemas de la Mir, pero temiendo que el programa espacial sufriera recortes, nunca se refirió a algunos aspectos esenciales de la participación rusa en el programa de la estación espacial cuando se dirigía tanto al Congreso como al público. Y aunque reclamó apoyo para el programa, nunca le dio al proyecto Shuttle-Mir el apoyo administrativo que realmente necesitaba. En sus últimos años al frente de la NASA, perdió el control del presupuesto de la estación espacial, dejando tras de sí tal estado de caos que hoy nadie puede asegurar que haya dinero suficiente para terminar la parte estadounidense.

Otros fingieron que ahí no había problema alguno. Cuando Jerry Linenger, alguien que había estado en la Mir durante uno de sus momentos más críticos, se cuestionó la seguridad de la estación, la gente de la NASA se mostró más proclive a calificarlo de «quejica» que a prestar atención a sus preocupaciones. Por ejemplo, cuando Jim van Laak, el número dos del programa Fase 1, escuchó el informe de Linenger, en vez de preocuparse, se enfureció. En lugar de dedicarse a investigar las quejas de Linenger, van Laak comenzó a controlar las entrevistas de Linenger con la prensa, al mismo tiempo que intentaba desacreditarle ante los periodistas. «En mi opinión Jerry Linenger no tiene razón», comentó a los periodistas. También prohibió la circulación de transcripciones o notas de cualquiera de las sesiones informativas de Linenger.60

Nadie se levantaría para encarar directamente las inquietudes de Linenger y decir: «Es difícil y hay cosas que han salido mal. Hemos cometido errores. Pero todavía queremos hacerlo». En vez de ello, todos se pusieron sus gorras de gestor e hicieron como si los problemas no existieran.

El espacio, sin embargo, es implacable. Los seres humanos no colonizarán los planetas y las estrellas mintiendo. En la severa, hostil y fría oscuridad del inmenso universo que existe más allá de la atmósfera terrestre, los seres humanos sólo pueden sobrevivir si se enfrentan a la verdad.

El 20 de noviembre de 1998, mucho antes de que Avdeyev regresara y de que la Mir fuera destruida, volvió a amanecer sobre Baikonur. Zarya, el primer módulo de la Estación Espacial Internacional, por fin fue lanzado. El anhelo humano de vivir en el espacio aún no se había extinguido.
1. MSNBC Report, 2/97; Space News, 2/24-3/2/97, p. 1.
2. van den Berg, MirNews, n° 251, 3/21/97.
3. Linenger, 2000, p. 217.
4. van den Berg, MirNews, n° 348, 3/2/97; Linenger, 2000, pp. 99-117; Bo-rrough, pp. 123-150.
5. Borrough, pp. 145-146.
6. http://spaceflight.nasa.gov/history/shutle-mir/history/h-f-linenger-fire.htm; http://spaceflight.nasa.gov/history/h-f-linnenger-fire-cul.htm
7. Burrough, p. 149.
8. Comunicación privada, verano de 1995.
9. Wall Street Journal, 4/18/97, C15.
10. van den Berg, MirNeus, n° 351, 3/21/97; n° 352, 4/3/97.
11. van den Berg, MirNews, n° 352, 4/3/97; Space News, 3/17-23/97, p. 8.
12. Linenger, 2000, pp. 160-172; Burrough, pp. 157-164.
13. Linenger, 2000, p. 173.
14. van den Berg, MirNews, n° 353, 4/7/97; Space News, 4/7-13/91, p. 4; Burrough, p. 188.
15. New York Times, A/12191; Linenger, 2000, pp. 190-191.
16. Burrough, p. 193-
17. Burrough, pp. 205-206,233-234; entrevista con Linenger, 4/7/03. Aunque Linenger no oculta que se produjeran algunas desavenencias, niega la mayor cuando se le pregunta si hubo tensiones entre él y sus compañeros de tripulación rusos. «Lo que me parecía del todo increíble es que se pudiera vivir en aquellas condiciones claustrofóbicas, más propias de una olla a presión, durante meses, compartiendo encierro con los antiguos enemigos de la Guerra Fría, y pese a todo sobrellevar la situación» (Comunicación privada, 4/5/03)- También afirma que estuvo presente en el momento en que Tsibliev hizo los comentarios a los controladores de tierra, aunque también admite no haber asistido a demasiadas sesiones de comunicación con tierra.
18. Linenger, 2000, p. 130; entrevista a Linenger, 4/7/03-19- Burrough, pp. 168-170; entrevista a Linenger, 4/7/03.
20. van den Berg, MirNews, n° 361, 6/16/97; Burrough, pp. 202-214.
21. van den Berg, MirNews, n° 358, 5/11/97.
22. Declaración preliminar de F. James Sensenbrenner, Jr., Presidente de la Comisión de Ciencia, vista: «NASA FY1998 Authorization: The International Space Station, Subcommitte on Space and Aeronautics, 9 de abril de 1997».
23- Burrough, p. 212; Space News, 4/21-27/97, p. 3. 2 4. Washington Post, 4/10/97, A18.
25. Entrevista a Linenger, 4/7/03; Burrough, pp. 222-223; Portree y Trevino, p. 127.
26. Linenger, 2000, pp. 205-207; Burrough, p. 460.
27. Linenger, 2002, disponible en: http://www.pbs.org/wgbh/nova/mir/live. htm
28. Foale, Colin, p. 191.
29. Foale, Michael, Oral History, Sesión 1, 6-8, 11.
30. Foale, Colin, p. 191.
31. Burrough, p. 358.
32. Burrough, p. 371.
33. Burrough, pp. 363-391; Foale, Michael, Oral History, Sesión 1, pp. 9-16; nasa News Reléase: 97-214a, 10/25/97.
34. Foale Michael, Oral History, Session 1, pp. 12-13.
35. Foale Colin, p. 140.
36. Foale; Michael, Oral History, pp. 13-15; Foale, Colin, p. 134.
37. Foale Michael, Oral History, p. 16.
38. van den Berg, MirNews, a" 371, 7/20/97.
39. Burrough, p. 417.
40. Foale Coiin, p. 165
41. van den Berg, MirNews, n° 371, 7/20/97.
42. Engelauf, Philip L., Memorándum de la NASA con fecha de 7/28/97. Asunto: MCC-M Response. Disponible en: http://www.reston.com/nasa /jsc/07.28.97.engleauf.html
43. Foale, Michael, Oral History, p. 4.
44. van den Berg, MirNews, n° 373, 7/28/97.
45. van den Berg, MirNews, n° 378, 8/17/97.
46. Foale, Michael, Oral History, p. 1.
47. Entrevista a Bingham; entrevista a Musgrave; Freeman, Marsha, 2000, p.71.
48. Foale, Colin, p. 141; Freeman, Marsha, 2000, p. 71.
49. Foale, Colin, p. 249; Freeman, Marsha, 2000, p. 74; Informes 17 y 87 presentados en el decimoquinto encuentro anual de la American Society for Gravitional and Space Biology, 1999; Informes 51 y 112 presentados en el decimoséptimo encuentro anual de la American Society for Gravitonal and Space Biology, 2001.
50. Gross, carta, 10/12/97, p. 2.
51. Burroughs, p. 463; Oberg, 2002, pp. 141-148.
52. NASA News Reléase: 97-2l4a, 10/25/97.
53. Keith Zimmerman, Oral History, p. 9.
54. Burrough, p. 444.
55. Foale, Colin, pp. 211-212.
56. Ryumm, Oral History, pp. 6-7; Washington Post, 1/21/98; Yahoo, 1/21/98.
57. Comentario de Valeri Ryumin en Flight Readiness Review for STS-86; Precourt, Oral History, p. 7; van den Berg, MirNews, n° 427, 6/9/98.
58. Entrevista a Serebrov.
59. Foale, Michael, Oral History, pp. 14-15.
60. Burough, pp, 344-345.



"Adiós a la Tierra, Estaciones espaciales, superpotencias rivales y los viajes interplanetarios" Robert Zimmerman
Editorial Melusina S.L., Barcelona, 2005
www.melusina.com