El siglo XVIII: el último siglo del Antiguo Régimen

 

La interpretación de los hechos

 

INTRODUCCIÓN

                     El siglo XVIII corresponde a los inicios de la industrialización, al desarrollo de la burguesía y a la crisis del Antiguo Régimen debido a la difusión de las ideas ilustradas (tanto en la versión revolucionaria como en la reformista). Es el último siglo de la Edad Moderna. La evolución histórica de España en el siglo XVIII es aproximadamente parecida a la evolución histórica del siglo XVIII en el resto de Europa con un ligero retraso respeto a la Europa Occidental. Esto se debe a la lenta difusión de las ideas de la Ilustración, en este caso de carácter reformista,  tal como corresponde al tímido progreso  económico y a la escasa evolución social  que se da.

                      La lenta difusión de las ideas ilustradas es consecuencia de la poca recepción social que éstas tuvieron, en parte por la escasa burguesía (que, en general, va a aceptarlas) y la oposición mayoritaria de los privilegiados. Carlos III será el máximo representante del Despotismo Ilustrado español quien asumió parte de las ideas ilustradas para desarrollar las reformas necesarias con el fin de consolidar la monarquía absoluta (de reciente instauración en toda España). Será la monarquía, pues, quien impulsará la Ilustración, obviamente, rechazando las ideas mas revolucionarias, como el ataque a la Religión, a los intereses de los privilegiados y al absolutismo. Todo esto supondrá el surgimiento de un movimiento de oposición, ideológico y social, a ciertos aspectos del Antiguo Régimen.

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La recuperación económica

          Contrariamente al estancamiento del siglo XVII, especialmente en Castilla, el siglo XVIII es un siglo de expansión, de recuperación, en correspondencia a la favorable coyuntura internacional. Hay un aumento demográfico (se pasa de 7 a 11 millones de habitantes), aunque continúan las altas tasas de natalidad (42 por mil) y de mortalidad (38 por mil), o sea que se mantiene la demografía tradicional. No obstante, se inicia un proceso de distribución de la población parecida al actual puesto que la población periférica empieza a ser mayor que la que vive en el centro peninsular.
          Este incremento de población supondrá un aumento de la demanda y de los precios agrícolas y la respuesta es la de toda economía agraria tradicional (71% de la población activa a finales de siglo): la roturación de más tierras. lo que permitió un aumento de la producción de alimentos que, a la vez, sostendrá el aumento de población. En Catalunya y en otras zonas minoritarias de la España periférica, pero, el incremento agrícola vino acompañado de la intensificación de mejoras tecnológicas (ya iniciadas a finales del siglo anterior), como la rotación de cultivos, y el consiguiente abandono del barbecho y la introducción de plantas forrajeras o de la patata. Es decir, se iniciaba la revolución agraria, o sea, el paso a una agricultura de mercado capitalista.
           La comercialización de los excedentes agrícolas permitió un cierto incremento del comercio interior, favorecido por la supresión de las aduanas interiores (1717), aunque muy lento puesto que a los pocos y malos caminos que dificultaban el transporte, se añadía la escasez del poder adquisitivo de la mayoría de la población. También aumentó el comercio colonial, acompañado del aumento de las Compañías Privilegiadas de Comercio (protegidas por el Estado) de vascos y catalanes, y favorecido por el Decreto de Libertad de Comercio con América (1778), que permitió acumular grandes beneficios a la burguesía mercantil catalana que ya desde hacía tiempo se dedicaba muy lucrativamente a la exportación de aguardientes y vinos a Inglaterra. A pesar del aumento del comercio exterior, la balanza de pagos continúa siendo deficitaria.
           La expansión económica es también de la producción industrial (14% de la población activa al 1787), especialmente de la industria textil (mientras se mantiene el estancamiento de la industria minera y metalúrgica). El incremento de la producción de tejidos se produjo tanto en la industria de manufacturas de lujo tradicional (caso de las fábricas reales) como de la nueva industria algodonera de fabricación de indianas radicada en Catalunya. En este caso, se trata de una industria nueva, que introduce tecnología nueva gracias al capital acumulado en la agricultura y el comercio y que tiene características de tipo capitalista (mano de obra asalariada, interés en obtener máximos beneficios, espíritu competitivo, de riesgo, de innovaciones...). Es el inicio de la Revolución Industrial. Y es así como se inicia un largo periodo de transición de la economía agraria a la economía industrial, que en el caso de España fue muy lento, un largo periodo en el que destaca el desequilibrio entre la economía agraria del interior peninsular y la economía industrial periférica que durará hasta la segunda mitad del siglo XX y que tendrá importantes repercusiones en la historia de España.

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                                                                            La evolución social

          Al compás de la evolución económica, la sociedad estamentalespañola continúa en lenta transición. Una sociedad de labradores (80% de la población), en la que solamente los arrendatarios a largo plazo (mayoritarios en Catalunya) escapan de una  vida miserable (especialmente los jornaleros, mayoritarios en la mitad sur). El resto del tercer estamento la componen una minoría de burgueses (5%), que aumentan en número y riqueza (sobre todo a la zona periférica), aparecen por primer golpe la burguesía industrial, y los artesanos que, en Catalunya, viven el proceso contrario, disminuyendo en número y en nivel de vida por la competencia de la industria capitalista. Un nuevo grupo social surge en el tercer estamento: son los obreros de esta industria que tienen un nivel de  vida de pobreza. Los estamentos privilegiados forman, como siempre, una minoría, e irán disminuyendo a lo largo de la centuria (al 1797, la nobleza constituye el 3’8% y los clérigos el 1,6% de la población). La alta nobleza y las altas jerarquías eclesiásticas conocen un incremento de sus riquezas por la compra de tierras y el aumento de las rentas agrícolas debido al aumento demográfico, mientras que este factor provoca, entre los labradores, el efecto contrario: aumenta el precio de los arrendamientos a corto plazo y disminuyen los jornales. Esta evolución social no supone, excepto en el caso de Catalunya, a penas cambios en la estructura de la sociedad. La transición hacia una sociedad clasista basada en la riqueza será  lentísima: la movilidad social será difícil incluso para la rica burguesía que verá, en parte, truncadas sus expectativas de ascensión social lo  que, entre otros factores, favorecerá la postura crítica contra la sociedad estamental que continúa premiando los privilegios heredados por encima de la valoración individual basada en la creación de riqueza.

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La evolución política

               
Los Borbones del siglo XVIII

             En una visión general, la Guerra de Sucesión supuso, a nivel exterior, la pérdida definitiva de la hegemonía de Castilla en Europa y, a nivel interior, el triunfo del proyecto político de Felipe IV, la unificación del Estado  español y la implantación del absolutismo. La oposición de Inglaterra a Felipe V y a Francia explica la derrota internacional, y, una vez rotas las alianzas exteriores, especialmente la ruptura de la alianza de Inglaterra con la Generalitat catalana, debido a que el archiduque Carlos (Carlos III) hereda la corona imperial, explica la victòria interna. A partir del triunfo militar, será necesario consolidar la dinastía y la unificación, será necesario un amplio programa reformista que permita rentabilizar la centralización administrativa para garantizar el apoyo de la población a la monarquía absolutista.

                El programa reformista se inicia con Felipe V, pero se acentúa fundamentalmente con Carlos III, el Déspota ilustrado español más representativo. Se favorecerá la evolución económica (de la agricultura, limitando los privilegios de la Mesta, del comercio, liberalizándolo, de la industria capitalista y artesana), se incrementará el regalismo en las relaciones Estado-Iglesia (la censura pasará a manos de un funcionario del Estado, se limitará el monopolio religioso de la enseñanza con la expulsión de los jesuitas), se promociona la movilidad social, se introducen nuevas ciencias en las Universidades. El equipo ilustrado de Carlos III (desde Floridablanca a Jovellanos), apoyado por una minoría de nobles de eclesiásticos y por la burguesía, trata de asegurar la monarquía absoluta practicando una política reformista en un difícil equilibrio de defensa de los intereses de los privilegiados y los de la débil burguesía, de aceptación de las nuevas ideas racionalistas sin atacar los principios religiosos de la mentalidad tradicional predominante, reformando pero sin criticar los principios sociales y políticos del Antiguo Régimen. Pero a medida que las medidas reformistas iban adelante, la oposición de la nobleza y el clero aumentaba, con lo cual se limitaban o se veían inviables o ineficaces en la práctica las reformas impulsadas desde la monarquía, con lo cual las esperanzas de la burguesía reformista se convertían en decepción. Y a medida que se aproxima 1789, la situación se va haciendo más tensa. Cuando estalla la Revolución Francesa, el nuevo monarca, Carlos IV, se enfrenta a una situación muy difícil, y esto precipitará la crisis del Antiguo Régimen en España.

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