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Etapa exponencial
La entrada en esta fase, como en los casos
anteriores, se produce por un cambio de escala, al llegar hechos
que comportan una ruptura respecto de la situación existente;
ahora, el cambio viene por el crecimiento exponencial en la productividad
(que se multiplica con referencia a la situación anterior,
y se acelera muchísimo, en proporción geométrica)
y por la discontinuidad.
En el estadio lineal y proporcional, la Escritura lo unificaba
todo y todo se producía con las condiciones de linealidad,
centralidad, jerarquía y analítica que le son propias;
pero
ahora han aparecido, y demostrado ser más eficaces, otros lenguajes de carácter parcial y discontinuo, que participan en procesos productivos antes reservados a la Escritura:
las técnicas de visualización médicas (los escáners), el multimedia, los lenguajes informáticos, la publicidad, el Windows Estos lenguajes participan, conjuntada y alternadamente, en diferentes procesos, por ejemplo: un médico usa un programa informático para hacer una ecografía renal que funciona bajo el entorno Windows , manejando determinadas ondas ultrasónicas que se convierten en imágenes en la pantalla y que, luego, trata, mediante un programa gráfico que le permite medir y manipular el documento resultante; y todo ello usando una máquina, el ordenador, que funciona, en la base, mediante un código númerico, lo que se llama el lenguaje-máquina.
Hechos
significativos de este nivel de desarrollo son la central de energía
atómica, que obtiene muchísima más energía
que la imaginable con cualquier tecnología anterior (con
toda su problemática) y las máquinas digitales,
los ordenadores, que permiten acelerar y multiplicar los procesos
hasta extremos imprevisibles hace muy poco tiempo.
Hoy la Naturaleza ya no es aquella fuente insaciable que daba
todos los frutos: hemos de tomar conciencia de que se trata de
un bien limitado y que no es posible seguir explotándola
como lo hemos hecho; se trata de administrar la escasez, teniendo
en cuenta las necesidades del medio ambiente. Por otra parte,
la población no puede crecer al ritmo que tenía,
y ha de controlarse, lo que se produce en los países más
industriales pero es difícil en los otros.
El incremento
exponencial de la productividad se debe a cambios en la estructura
tecnológica del trabajo. Las máquinas, mediante
recursos informáticos, van incorporando todos aquellos
conocimientos rutinarios que antes necesitaban los trabajadores
para hacer sus tareas.
Vamos a ver algunos ejemplos: las máquinas registradoras conocen el precio de los productos, señalan el cambio del cliente, llevan el control de ingresos y del inventario y establecen el balance final del día (entre otras funciones); el factor humano, de momento, se limita a controlar los productos y cobrar, muy pronto el cliente estará solo en lo que hoy es la caja y sistemas automáticos regularán la transacción. Hay líneas de Metro (por ejemplo, en París desde hace muchos años, y en Barcelona) que funcionan sin conductor: sistemas automáticos regulan la marcha de los trenes con total seguridad. También hay máquinas que hacen análisis de sangre y orina, mejor y más deprisa que los seres humanos. Tengamos también en cuenta los sistemas automáticos de telefonía, sin operadores, los cajeros automáticos, los peajes de las autopistas o los correctores ópticos de cuestionarios de elección múltiple.
Estos
factores incrementan la mediación entre nosotros y los
hechos, desapareciendo el trato directo: el granjero ya no ordeña
a sus vacas y el cliente no habla con el empleado del banco. El
nuevo sistema es más eficaz y veloz, descarta errores humanos,
y nos aísla como personas puesto que los contactos son
entre nosotros y las máquinas: aumentan las relaciones
y desaparecen los interlocutores.
Así pues, en este estadio, el elemento económico
fundamental no es la tierra o la Naturaleza, como en las fases
circular y lineal, o los productos manufacturados de la Industria,
en la fase proporcional, sino el conocimiento, las formas de mediación,
que hemos incorporado a las máquinas.
Por otra parte se produce la crisis de la Escritura por el uso de lenguajes diversos especializados; ya no puede hacer frente a las necesidades de productividad y han de desarrollarse sistemas de comunicación alternativos, como los lenguajes informáticos que, con eficacia, resuelven las nuevas necesidades; estos lenguajes tienen una validez parcial y no general y sólo pueden usarse en determinadas fases de un proceso; así, diversas lógicas se unen para coordinarse en el funcionamiento de un organismo complejo; es algo parecido a la estructura de los seres vivos, que poseen diferentes órganos (por ejemplo, cerebro, pulmón, hígado, riñón) funcionando según criterios diferentes, pero todos coordinados en beneficio general.
Así
pues no existe una norma de validez general, no hay un estándar.
En el sistema anterior, el principio rector fundamental era el de centralización: había un elemento jerárquico que dirigía todo el proceso; la Escritura servía bien para dar cohesión al conjunto desde esa perspectiva autoritaria, mediante la linealidad, haciendo derivar todo de un punto. Ahora no hay esta continuidad sino muchas discontinuidades y cambios de lenguaje, de método de trabajo, con pluralidad de alternativas, y sin el carácter único o unívoco del sistema anterior basado en la Escritura.
Hoy,
con tantas especializaciones y mediaciones, el elemento esencial
no es dirección (¿para dirigir qué?) si no
coordinación y el énfasis se pone en la síntesis,
mientras que el sistema antiguo era analítico.
El elemento rector no puede determinar, a la vez y competentemente, lo que debe hacer un técnico informático, otro telemático y aún otro médico, físico o químico; es el momento de coordinar , cada uno responsable de su parte, los esfuerzos y funciones de los muy diferentes, e incluso contrapuestos, elementos de un equipo de trabajo.
La situación
provoca un cambio en las destrezas necesarias para trabajar. Las
tareas rutinarias (que son casi todas) se automatizan y sólo
hay demanda de aquellas de control o creativas.
Ciertamente es necesario supervisar el trabajo de las máquinas, para someter la incertidumbre y, sobretodo, hace falta gente que tenga la capacidad de crear nuevas soluciones para los nuevos problemas y mejorar las técnicas existentes a medida que aparecen nuevas posibilidades; solamente estas tareas de control e invención (o creatividad) tienen posibilidades en el mercado de trabajo.
La digitalización
es un elemento esencial en nuestra nueva fase exponencial discontinua.
El lenguaje de la Informática no tiene su base en la Escritura
sino en la Matemática, en los números (que también
llamamos dígitos); la Informática impone el marco
al que se van trasladando todas las actividades y por ello se
considera que estamos en un estadio digital.
La Informática tiene dos cualidades intrínsecas; por una parte acelera todos los procesos en los que interviene, que adquieren una fluidez imposible de obtener antes; además tiene la capacidad de multiplicarlos, en proporción geométrica; ambos hacen que el rasgo exponencial de nuestra época arraigue con fuerza en la estructura productiva.
De otra
parte, hay un tercer rasgo propio de la relación entre
el usuario y sistema informático que es la interactividad,
de carácter discontinuo y comunicativo.
Permite que la relación entre el
usuario y la máquina sea, en la práctica, como un
diálogo; esto hace que el usuario, continuamente, tenga
que elegir diferentes opciones de entre toda la información
que la máquina, o el sistema, algorítmicamente le
presenta, descartando unas partes y eligiendo otras, en una relación
comunicativa discontinua, no lineal; siempre es conductista puesto
que las alternativas han sido determinadas por los autores del
multimedia, previendo las derivaciones; de todos modos, hoy, con
la red del Internet, en una relación on-line, abierta,
es posible salir de una estructura determinada, por ejemplo, una
web, y pasar a cualquier otra.
La interactividad permite adaptar, con muchas posibilidades, la
relación persona-máquina y tiene grandes consecuencias
de carácter comunicativo; el mundo del multimedia, de los
videojuegos y consolas, no sólo mueve miles de millones
sino que ha creado legiones de adictos que consumen buena parte
de sus posibilidades de comunicación en esos productos;
es un mundo nuevo, para lo bueno y para lo malo, el que estos recursos nos permiten.
La digitalización también nos permite crear realidades virtuales,
simulando cualquier cosa con todos los requisitos de la realidad
excepto la existencia. Es posible prever la insolación
que podría tener un edificio antes de construirlo, o el
impacto que el cambio en el lecho de un río puede provocar
en la vida de un valle; las consecuencias, de carácter
económico (productividad), para el ocio, o de cualquier
otro tipo, de tales expectativas son evidentes y no se han dado
antes con esa perfección (todo lo más se construían
maquetas o se hacían algunos prototipos en laboratorios).
La ubicuidad
virtual es otro rasgo esencial de nuestra etapa discontinua. Cada
uno está en su lugar y todos estamos conectados a la red
global, mediante la radio y la televisión y los sistemas
telemáticos, del teléfono, de voz o de datos, como
el correo electrónico o el Internet.
Así, todos sabemos todo aquello que
ocurre en cualquier parte y todos podemos ponernos en contacto
con cualquier persona, institución o base de datos, de
forma instantánea y a buen precio. Ya no es necesario viajar
al otro lado del mundo para hablar con alguien: puede hacerse,
cómodamente, sin moverse de casa; incluso es posible
mantener relaciones asincrónicas: uno deja su mensaje
en el buzón de otro (u otros) y recibe la respuesta cuando
al otro le va bien; es como el antiguo correo, sólo que
instantáneo. Las condiciones de trabajo también
se ven afectadas por la ubicuidad virtual: no es necesario acudir
al trabajo; muy a menudo es posible hacer la tarea en casa, con
el ordenador y las conexiones telemáticas; así ganamos
tiempo, ahorramos dinero en locales y desplazamientos y podemos
trabajar distribuyéndonos las tareas como mejor nos convenga.
Vamos viendo como
las diferentes características de la época se combinan entre sí: especialización, discontinuidad, parcialización, interconexión, globalidad , formando un todo solidario.
Así,
la Humanidad ha pasado del nomadeo a la sedentarización
hasta llegar a la ubicuidad virtual, en la que la posición
no es importante y lo único que cuenta es la conexión
dentro de la red global: alguien, que viaje continuamente, siempre
estará en el mismo lugar si puede tener acceso a la red.
Los nuevos recursos, como la virtualidad, el correo electrónico,
la interactividad, ciertamente podían existir, de forma
muy rudimentaria, en los estadios previos (maquetas, correo normal,
relación humano-máquina
) pero en un estado
más bien conceptual que operativo y es ahora cuando han
desplegado, gracias a la digitalización, todo su potencial;
su generalización indica, también, un cambio de
escala, rompiendo con la práctica anterior.
La especialización
lleva a la aparición de pequeños mundos, ámbitos
con lenguajes muy determinados y privativos,
como el de tantas ciencias y técnicas (Medicina, Economía, Lingüística Estructural ) o hobbies (juegos de rol, bonsais, Hípica); sólo los iniciados son capaces de entender sus lenguajes y hacerse valer en ese ámbito (caso de los abogados, cuando conculcan la justicia mediante la perversión del lenguaje). También el mercado crea un lenguaje que le permite incrementar su productividad mediante un sistema de códigos, muy especializados, transmitidos telemáticamente a gran velocidad, para comprar, o vender, lo que sea, en óptimas condiciones.
Pero ninguno de estos pequeños mundos es autosuficiente y todos se incluyen en el grande globalizado, formando parte de una misma red. Así, como los diferentes órganos se integran en un cuerpo, así las diferentes especialidades sólo tienen sentido en el tejido global.
La especialización nos ha abocado a la crisis del estándar,
exige variedad normativa, impone la relatividad y provoca un fortalecimiento
del ámbito individual: ya no es posible pensar en un mismo
plato para todos, en nada; el negocio exige que los bienes y servicios
puedan adaptarse a las necesidades de los diferentes clientes
y los que no aceptan este supuesto pierden beneficios y fracasan.
Se trata de adaptar, al consumo y a la vida, lo que ya es propio
de las condiciones esenciales de producción.
todo está cambiando continuamente, llegan nuevas técnicas, ideas, productos; todo ello para mantener, y acrecentar, el altísimo nivel de productividad.
Esto produce una crisis del principio de permanencia, que los humanos tanto deseamos, y cuestiona, por consiguiente, los de centralización y jerarquía, que dependen de él.
Y es difícil comprender que los procesos,
para llegar a sus fines, cada vez mejor, necesitan de esos cambios
continuos; más abajo se verá como esta mutabilidad
suscita innovaciones en nuestros sistemas de aprendizaje.
También la organización política recibe el
embate de los cambios.
El sistema demócrata liberal, que da a todos el mismo derecho de voto, ha llevado a crear una burocracia que, al margen de los electores y siguiendo su propia lógica parcial, la de sobrevivir como élite, forma el gobierno;
el deseo de igualdad ha llevado a la mediocridad;
de otra parte los medios de comunicación de masas determinan
el devenir de la política que se convierte en una mediocracia
más que en un sistema de gobierno; incluso las campañas
electorales se organizan como si se tratara de vender un producto
más, un detergente o una opción de gobierno, qué
más da.
No se ven, hoy por hoy, alternativas al sistema pero la evolución
de la actividad productiva permite indicar hacia la posible aparición
de formas políticas en las que la autogestión y
la coordinación de esfuerzos sea el factor importante;
seria un modelo distinto al actual, que, en teoría, delega
el poder a un grupo que ejerce la autoridad de forma centralizada,
vertical y lineal, según los rasgos determinantes de la
Escritura.
El sistema también es causa de cambios sociales; por ejemplo,
en la comunicación;
el aumento de mediación da mucha importancia a sistemas de comunicación indirectos,
como el correo electrónico, el Internet y los sistemas de telefonía celular, esto es: los móviles; ello lleva a la crisis de la comunicación personal, al cara a cara, prefiriéndose formas de contacto parciales que comprometen sólo una parte de nuestra personalidad, dejando a salvo el resto.
Esta
falta de compromiso global también lleva a la incomunicación
personal y a la angustia, puesto que los humanos desean, y a la
vez temen, aquella disponibilidad general que ahora pueden evitar.
Esta
sociedad tiende al individualismo (cada vez hay más personas
que viven solas y hay más parejas que no tienen hijos),
como el trabajo a la especialización, y al particularismo,
rechazándose las pautas generales; así, aparecen
nuevas religiones y toman carta de naturaleza formas de relación,
sexual, por ejemplo, ayer minoritarias e, incluso, prohibidas.
También los cambios llegan a la Educación; antes
el proceso educativo se hacía de una vez para siempre,
en la infancia y juventud, enseñándose todo lo que
se iba a necesitar de por vida; ahora no pueden enseñarse
contenidos o técnicas, que enseguida dejarán de
usarse, sino destrezas muy generales que permitan implementarse
en el aprendizaje de las técnicas más variadas.
Y la educación es permanente, acudiendo la gente a los
centros de formación cuando necesitan aprender alguna destreza
nueva que le es útil en el mercado de trabajo (desde una
lengua al uso de un programa informático).