4

Etapa exponencial

La entrada en esta fase, como en los casos anteriores, se produce por un cambio de escala, al llegar hechos que comportan una ruptura respecto de la situación existente; ahora, el cambio viene por el crecimiento exponencial en la productividad (que se multiplica con referencia a la situación anterior, y se acelera muchísimo, en proporción geométrica) y por la discontinuidad.
En el estadio lineal y proporcional, la Escritura lo unificaba todo y todo se producía con las condiciones de linealidad, centralidad, jerarquía y analítica que le son propias; pero

ahora han aparecido, y demostrado ser más eficaces, otros lenguajes de carácter parcial y discontinuo, que participan en procesos productivos antes reservados a la Escritura:

las técnicas de visualización médicas (los escáners), el multimedia, los lenguajes informáticos, la publicidad, el Windows… Estos lenguajes participan, conjuntada y alternadamente, en diferentes procesos, por ejemplo: un médico usa un programa informático para hacer una ecografía renal que funciona bajo el entorno Windows , manejando determinadas ondas ultrasónicas que se convierten en imágenes en la pantalla y que, luego, trata, mediante un programa gráfico que le permite medir y manipular el documento resultante; y todo ello usando una máquina, el ordenador, que funciona, en la base, mediante un código númerico, lo que se llama el lenguaje-máquina.


Hechos significativos de este nivel de desarrollo son la central de energía atómica, que obtiene muchísima más energía que la imaginable con cualquier tecnología anterior (con toda su problemática) y las máquinas digitales, los ordenadores, que permiten acelerar y multiplicar los procesos hasta extremos imprevisibles hace muy poco tiempo.


Hoy la Naturaleza ya no es aquella fuente insaciable que daba todos los frutos: hemos de tomar conciencia de que se trata de un bien limitado y que no es posible seguir explotándola como lo hemos hecho; se trata de administrar la escasez, teniendo en cuenta las necesidades del medio ambiente. Por otra parte, la población no puede crecer al ritmo que tenía, y ha de controlarse, lo que se produce en los países más industriales pero es difícil en los otros.


El incremento exponencial de la productividad se debe a cambios en la estructura tecnológica del trabajo. Las máquinas, mediante recursos informáticos, van incorporando todos aquellos conocimientos rutinarios que antes necesitaban los trabajadores para hacer sus tareas.

Vamos a ver algunos ejemplos: las máquinas registradoras conocen el precio de los productos, señalan el cambio del cliente, llevan el control de ingresos y del inventario y establecen el balance final del día (entre otras funciones); el factor humano, de momento, se limita a controlar los productos y cobrar, muy pronto el cliente estará solo en lo que hoy es la caja y sistemas automáticos regularán la transacción. Hay líneas de Metro (por ejemplo, en París desde hace muchos años, y en Barcelona) que funcionan sin conductor: sistemas automáticos regulan la marcha de los trenes con total seguridad. También hay máquinas que hacen análisis de sangre y orina, mejor y más deprisa que los seres humanos. Tengamos también en cuenta los sistemas automáticos de telefonía, sin operadores, los cajeros automáticos, los peajes de las autopistas o los correctores ópticos de cuestionarios de elección múltiple.


Estos factores incrementan la mediación entre nosotros y los hechos, desapareciendo el trato directo: el granjero ya no ordeña a sus vacas y el cliente no habla con el empleado del banco. El nuevo sistema es más eficaz y veloz, descarta errores humanos, y nos aísla como personas puesto que los contactos son entre nosotros y las máquinas: aumentan las relaciones y desaparecen los interlocutores.


Así pues, en este estadio, el elemento económico fundamental no es la tierra o la Naturaleza, como en las fases circular y lineal, o los productos manufacturados de la Industria, en la fase proporcional, sino el conocimiento, las formas de mediación, que hemos incorporado a las máquinas.

Por otra parte se produce la crisis de la Escritura por el uso de lenguajes diversos especializados; ya no puede hacer frente a las necesidades de productividad y han de desarrollarse sistemas de comunicación alternativos, como los lenguajes informáticos que, con eficacia, resuelven las nuevas necesidades; estos lenguajes tienen una validez parcial y no general y sólo pueden usarse en determinadas fases de un proceso; así, diversas lógicas se unen para coordinarse en el funcionamiento de un organismo complejo; es algo parecido a la estructura de los seres vivos, que poseen diferentes órganos (por ejemplo, cerebro, pulmón, hígado, riñón) funcionando según criterios diferentes, pero todos coordinados en beneficio general.


Así pues no existe una norma de validez general, no hay un estándar.

En el sistema anterior, el principio rector fundamental era el de centralización: había un elemento jerárquico que dirigía todo el proceso; la Escritura servía bien para dar cohesión al conjunto desde esa perspectiva autoritaria, mediante la linealidad, haciendo derivar todo de un punto. Ahora no hay esta continuidad sino muchas discontinuidades y cambios de lenguaje, de método de trabajo, con pluralidad de alternativas, y sin el carácter único o unívoco del sistema anterior basado en la Escritura.


Hoy, con tantas especializaciones y mediaciones, el elemento esencial no es dirección (¿para dirigir qué?) si no coordinación y el énfasis se pone en la síntesis, mientras que el sistema antiguo era analítico.

El elemento rector no puede determinar, a la vez y competentemente, lo que debe hacer un técnico informático, otro telemático y aún otro médico, físico o químico; es el momento de coordinar , cada uno responsable de su parte, los esfuerzos y funciones de los muy diferentes, e incluso contrapuestos, elementos de un equipo de trabajo.


La situación provoca un cambio en las destrezas necesarias para trabajar. Las tareas rutinarias (que son casi todas) se automatizan y sólo hay demanda de aquellas de control o creativas.

Ciertamente es necesario supervisar el trabajo de las máquinas, para someter la incertidumbre y, sobretodo, hace falta gente que tenga la capacidad de crear nuevas soluciones para los nuevos problemas y mejorar las técnicas existentes a medida que aparecen nuevas posibilidades; solamente estas tareas de control e invención (o creatividad) tienen posibilidades en el mercado de trabajo.


La digitalización es un elemento esencial en nuestra nueva fase exponencial discontinua. El lenguaje de la Informática no tiene su base en la Escritura sino en la Matemática, en los números (que también llamamos dígitos); la Informática impone el marco al que se van trasladando todas las actividades y por ello se considera que estamos en un estadio digital.

La Informática tiene dos cualidades intrínsecas; por una parte acelera todos los procesos en los que interviene, que adquieren una fluidez imposible de obtener antes; además tiene la capacidad de multiplicarlos, en proporción geométrica; ambos hacen que el rasgo exponencial de nuestra época arraigue con fuerza en la estructura productiva.


De otra parte, hay un tercer rasgo propio de la relación entre el usuario y sistema informático que es la interactividad, de carácter discontinuo y comunicativo.

Permite que la relación entre el usuario y la máquina sea, en la práctica, como un diálogo; esto hace que el usuario, continuamente, tenga que elegir diferentes opciones de entre toda la información que la máquina, o el sistema, algorítmicamente le presenta, descartando unas partes y eligiendo otras, en una relación comunicativa discontinua, no lineal; siempre es conductista puesto que las alternativas han sido determinadas por los autores del multimedia, previendo las derivaciones; de todos modos, hoy, con la red del Internet, en una relación on-line, abierta, es posible salir de una estructura determinada, por ejemplo, una web, y pasar a cualquier otra.
La interactividad permite adaptar, con muchas posibilidades, la relación persona-máquina y tiene grandes consecuencias de carácter comunicativo; el mundo del multimedia, de los videojuegos y consolas, no sólo mueve miles de millones sino que ha creado legiones de adictos que consumen buena parte de sus posibilidades de comunicación en esos productos;

es un mundo nuevo, para lo bueno y para lo malo, el que estos recursos nos permiten.


La digitalización también nos permite crear
realidades virtuales, simulando cualquier cosa con todos los requisitos de la realidad excepto la existencia. Es posible prever la insolación que podría tener un edificio antes de construirlo, o el impacto que el cambio en el lecho de un río puede provocar en la vida de un valle; las consecuencias, de carácter económico (productividad), para el ocio, o de cualquier otro tipo, de tales expectativas son evidentes y no se han dado antes con esa perfección (todo lo más se construían maquetas o se hacían algunos prototipos en laboratorios).


La ubicuidad virtual es otro rasgo esencial de nuestra etapa discontinua. Cada uno está en su lugar y todos estamos conectados a la red global, mediante la radio y la televisión y los sistemas telemáticos, del teléfono, de voz o de datos, como el correo electrónico o el Internet.

Así, todos sabemos todo aquello que ocurre en cualquier parte y todos podemos ponernos en contacto con cualquier persona, institución o base de datos, de forma instantánea y a buen precio. Ya no es necesario viajar al otro lado del mundo para hablar con alguien: puede hacerse, cómodamente, sin moverse de casa; incluso es posible mantener relaciones asincrónicas: uno deja su mensaje en el buzón de otro (u otros) y recibe la respuesta cuando al otro le va bien; es como el antiguo correo, sólo que instantáneo. Las condiciones de trabajo también se ven afectadas por la ubicuidad virtual: no es necesario acudir al trabajo; muy a menudo es posible hacer la tarea en casa, con el ordenador y las conexiones telemáticas; así ganamos tiempo, ahorramos dinero en locales y desplazamientos y podemos trabajar distribuyéndonos las tareas como mejor nos convenga.
Vamos viendo como

las diferentes características de la época se combinan entre sí: especialización, discontinuidad, parcialización, interconexión, globalidad…, formando un todo solidario.


Así, la Humanidad ha pasado del nomadeo a la sedentarización hasta llegar a la ubicuidad virtual, en la que la posición no es importante y lo único que cuenta es la conexión dentro de la red global: alguien, que viaje continuamente, siempre estará en el mismo lugar si puede tener acceso a la red.


Los nuevos recursos, como la virtualidad, el correo electrónico, la interactividad, ciertamente podían existir, de forma muy rudimentaria, en los estadios previos (maquetas, correo normal, relación humano-máquina…) pero en un estado más bien conceptual que operativo y es ahora cuando han desplegado, gracias a la digitalización, todo su potencial; su generalización indica, también, un cambio de escala, rompiendo con la práctica anterior.


La especialización lleva a la aparición de pequeños mundos, ámbitos con lenguajes muy determinados y privativos,

como el de tantas ciencias y técnicas (Medicina, Economía, Lingüística Estructural…) o hobbies (juegos de rol, bonsais, Hípica); sólo los iniciados son capaces de entender sus lenguajes y hacerse valer en ese ámbito (caso de los abogados, cuando conculcan la justicia mediante la perversión del lenguaje). También el mercado crea un lenguaje que le permite incrementar su productividad mediante un sistema de códigos, muy especializados, transmitidos telemáticamente a gran velocidad, para comprar, o vender, lo que sea, en óptimas condiciones.

Pero ninguno de estos pequeños mundos es autosuficiente y todos se incluyen en el grande globalizado, formando parte de una misma red. Así, como los diferentes órganos se integran en un cuerpo, así las diferentes especialidades sólo tienen sentido en el tejido global.


La especialización nos ha abocado a la crisis del estándar, exige variedad normativa, impone la relatividad y provoca un fortalecimiento del ámbito individual: ya no es posible pensar en un mismo plato para todos, en nada; el negocio exige que los bienes y servicios puedan adaptarse a las necesidades de los diferentes clientes y los que no aceptan este supuesto pierden beneficios y fracasan. Se trata de adaptar, al consumo y a la vida, lo que ya es propio de las condiciones esenciales de producción.


Nuestra situación es de permanente estado de flujo;

todo está cambiando continuamente, llegan nuevas técnicas, ideas, productos; todo ello para mantener, y acrecentar, el altísimo nivel de productividad.

Esto produce una crisis del principio de permanencia, que los humanos tanto deseamos, y cuestiona, por consiguiente, los de centralización y jerarquía, que dependen de él.

Y es difícil comprender que los procesos, para llegar a sus fines, cada vez mejor, necesitan de esos cambios continuos; más abajo se verá como esta mutabilidad suscita innovaciones en nuestros sistemas de aprendizaje.
También la organización política recibe el embate de los cambios.

El sistema demócrata liberal, que da a todos el mismo derecho de voto, ha llevado a crear una burocracia que, al margen de los electores y siguiendo su propia lógica parcial, la de sobrevivir como élite, forma el gobierno;

el deseo de igualdad ha llevado a la mediocridad; de otra parte los medios de comunicación de masas determinan el devenir de la política que se convierte en una mediocracia más que en un sistema de gobierno; incluso las campañas electorales se organizan como si se tratara de vender un producto más, un detergente o una opción de gobierno, qué más da.
No se ven, hoy por hoy, alternativas al sistema pero la evolución de la actividad productiva permite indicar hacia la posible aparición de formas políticas en las que la autogestión y la coordinación de esfuerzos sea el factor importante; seria un modelo distinto al actual, que, en teoría, delega el poder a un grupo que ejerce la autoridad de forma centralizada, vertical y lineal, según los rasgos determinantes de la Escritura.
El sistema también es causa de cambios sociales; por ejemplo, en la comunicación;

el aumento de mediación da mucha importancia a sistemas de comunicación indirectos,

como el correo electrónico, el Internet y los sistemas de telefonía celular, esto es: los móviles; ello lleva a la crisis de la comunicación personal, al cara a cara, prefiriéndose formas de contacto parciales que comprometen sólo una parte de nuestra personalidad, dejando a salvo el resto.


Esta falta de compromiso global también lleva a la incomunicación personal y a la angustia, puesto que los humanos desean, y a la vez temen, aquella disponibilidad general que ahora pueden evitar.


Esta sociedad tiende al individualismo (cada vez hay más personas que viven solas y hay más parejas que no tienen hijos), como el trabajo a la especialización, y al particularismo, rechazándose las pautas generales; así, aparecen nuevas religiones y toman carta de naturaleza formas de relación, sexual, por ejemplo, ayer minoritarias e, incluso, prohibidas.


También los cambios llegan a la Educación; antes el proceso educativo se hacía de una vez para siempre, en la infancia y juventud, enseñándose todo lo que se iba a necesitar de por vida; ahora no pueden enseñarse contenidos o técnicas, que enseguida dejarán de usarse, sino destrezas muy generales que permitan implementarse en el aprendizaje de las técnicas más variadas. Y la educación es permanente, acudiendo la gente a los centros de formación cuando necesitan aprender alguna destreza nueva que le es útil en el mercado de trabajo (desde una lengua al uso de un programa informático).

 

volver