La última invasión de Portugal
El Tratado de Fontainebleau, por el que Napoleón se repartió Portugal con España, resultó ser una trampa. Los españoles salimos peor parados que los portugueses.
La geografía fronteriza portuguesa está llena, todavía hoy, de ciudades fortificadas estilo Vauban, faraónicas obras de ingeniería militar que sugieren el miedo a un terrible invasor, como el que motivó la Gran Muralla de China. No es paranoia lusitana, es que España invadió Portugal cinco veces en medio siglo, desde que Carlos III lo hiciera durante la Guerra de los Siete Años hasta la invasión hispano-francesa de 1807.
Casi todas las invasiones siguieron pautas parecidas. Los conflictos internacionales, en los que Portugal se alineaba con Inglaterra y España con Francia, sumados a los problemas bilaterales, propiciaban la ofensiva española. En el campo de batalla los portugueses no ofrecían mucha resistencia y se producía la ocupación de parte del territorio luso por el ejército español. Pero luego, en el frente diplomático, donde intervenían ya las grandes potencias, España devolvía lo conquistado y aquí no ha pasado nada, salvo que el sentimiento nacional portugués se hiciese un poco más desconfiado y hostil hacia el vecino ibérico.
No hay que pensar, sin embargo, que Portugal era siempre una víctima inocente y España una potencia agresora. La falta de combatividad que los portugueses mostraban en la Península Ibérica, se invertía en América, donde los bandeirantes o paulistas, los portugueses del sur del Brasil cuya gesta colonizadora se canta como una gloria en el país vecino, practicaban un expansionismo agresivo y la cacería de esclavos en Paraguay entre los indios que eran súbditos y protegidos del rey de España. Los agravios sufridos al otro lado del Atlántico se resolvían entonces en la Península Ibérica.
La última invasión, sin embargo, iba a ser distinta a todas, porque fue el genio, a veces diabólico, de Napoleón quien la concibió. Aparentemente, supondría la desaparición del mapa de Portugal. En realidad, fue España quien perdió su independencia, y le costaría cinco años de terrible guerra recuperarla.
El plan se gestó en Fontainebleau, donde durante el mes de octubre de 1807 el embajador español negoció el tratado que lleva ese nombre. Napoleón quería neutralizar a Portugal, tradicional aliado de Inglaterra, y para eso resultaba imprescindible la cooperación de España. Para convencer a Madrid, Napoleón ofreció dividir Portugal en tres partes. El llamado reino de Lusitania septentrional sería para la hija de Carlos IV, María Luisa, reina de Etruria, como indemnización por dejarla sin su reino de Etruria (antes Parma), que Napoleón había decidido anexionar al de Italia. La parte meridional se convertiría en el principado del Algarve, del que sería soberano Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV que ejercía de todopoderoso primer ministro. Así se contentaba tanto a la familia real como al Gobierno de España.
En cuanto a la parte central de Portugal y sus posesiones de ultramar, quedaban en reserva para posteriores negociaciones. Ni que decir tiene que esta cláusula hubiera sido fuente de tremendos conflictos entre España y Francia, si el plan se hubiera desarrollado normalmente. Para llevar a cabo el descuartizamiento de Portugal, un ejército francés de unos 25.000 hombres al mando de Junot entró en España por Bayona. A las fuerzas galas debían sumarse 30.000 españoles divididos en tres cuerpos. Uno invadiría Portugal por el norte a través del Miño; otro entraría en el sur por Badajoz; un tercero se sumaría al contingente francés. Napoleón temía que fuerzas británicas procedentes de Dinamarca llegasen por mar a Lisboa antes que las suyas, por lo que ordenó a Junot que echase por el camino más corto y cortase la Península Ibérica casi en línea recta, en vez de invadir por Badajoz, como aconsejaba Godoy, que ya lo había hecho por allí cinco años antes, en la llamada Guerra de las naranjas. Era una decisión fácil de tomar sobre el mapa, pero en la realidad resultó costosísima, por lo duro del terreno. Los franceses llegaron destrozados a Alcántara, en la frontera hispano-portuguesa, pero aun así siguieron adelante porque nadie osaba contradecir a Napoleón. De todas maneras, daba lo mismo su mal estado, porque los portugueses, como en las anteriores invasiones españolas, no ofrecieron resistencia.