Article apregut a “El País” el 25/03/02 per Vicenç Villatoro

Gaudí y Verdaguer, aplaudidos y olvidados


Hemos decidido, muy juiciosamente, dedicar el año 2002 a aplaudir las obras de Gaudí y de Verdaguer. Hemos decidido también, no sé si tan juiciosamente, continuar haciendo arquitectura y literatura como si Gaudí y Verdaguer no hubiesen existido, sin hacernos cargo de su herencia estética. Los aplaudimos como parte de nuestro patrimonio y como una parte destacada, importante, capaz de atraer el interés foráneo por nuestra cultura. Pero en el canon actual de la arquitectura y de la literatura catalana no tienen lugar los valores estéticos que presiden la obra de Gaudí y de Verdaguer.
Gaudí y Verdaguer tienen cosas en común. Los dos participan de una concepción de la actividad artística como desmesura, más romántica que clásica. Trabajan en la frontera con el exceso, en la frontera estricta del buen gusto. A veces la cruzan para ser geniales y a veces la cruzan para equivocarse solemnemente. La historia ha juzgado que eran transgresiones geniales algunas que sus contemporáneos juzgaron equivocadas. En cualquier caso, ambos conectaron con un gusto popular, masivo, con una sensibilidad dramática y potente, más que con los círculos exquisitos y glaciales. Gaudí y Verdaguer son calidez, son desmesura, son sentimiento trágico, son intensidad dramática. Además son referentes técnicos, descubridores. Verdaguer construye una lengua literaria a partir de una lengua popular viva y de una lengua culta de lector. Gaudí da soluciones plásticas y técnicas al servicio de una imaginación que deplora la simetría porque considera que es sólo un sistema para tener que inventar la mitad. Ambos practican también una cierta desmesura ideológica: su visión del cristianismo y de la catalanidad no es en ninguno de los dos casos contenida y centrista, sino vehemente y vivida a fondo. Y en los dos casos hay una relación entre la propia desmesura ideológica y la desmesura estética. Construyen su obra precisamente porque tienen estas posiciones vitales.
El canon de la cultura catalana de los últimos años nace de moldes estéticos extremadamente distantes de los de Gaudí y Verdaguer. En arquitectura, nuestro canon es una especie de minimalismo contenido, una imagen de modernidad escueta, que abomina de toda posibilidad gaudiniana- de exceso y de desmesura, que prefiere la frialdad intelectual a la calidez sentimental. En literatura, el canon efectivo de nuestra producción más reciente -no las listas de ventas- premia también un cierto intelectualismo glacial, recela de la sentimentalidad y del dramatismo, busca un lenguaje sin excesos ni barroquismos. En el canon de la cultura catalana actual, heredero del canon noucentista, que decidió un día que éste era un país de seny y de moderación, de pequeñas exquisiteces, y que la desmesura no se correspondía con nuestro carácter, Gaudí y Verdaguer hoy no gustarían. Como no gustaban en su momento a los noucentistes que establecieron los moldes ideológicos de la catalanidad.
Normalmente, los aniversarios se celebran cuando creemos que aquello que estamos celebrando nos sirve para el presente. Ciertamente, Gaudí nos sirve para el presente como reclamo turístico. Ciertamente, Verdaguer puede ser reivindicado desde el presente por la construcción de una lengua literaria. Pero el aniversario puede provocarnos una reflexión más amplia: resulta que los grandes éxitos de nuestra cultura, de cara al exterior y de cara al gran público interior, no nos los dan las expresiones culturales contenidas, frías, moderadas, medidas, clasicistas, sino las expresiones culturales -Gaudí y Verdaguer, pero también los castellers o Miró- más telúricas, más arraigadas, más desmesuradas, más dramáticas. Nuestros verdaderos éxitos, en proyección exterior y en conquista de un público cultural interior, son más modernistas que noucentistes. En literatura, tengo la sensación de que una parte del éxito de las grandes aportaciones de baleares y valencianos es y ha sido precisamente que no han quedado encajonados por el canon noucentista de la mesura y el buen gusto. Ciertamente, la mesura es garantía de corrección y en la desmesura está siempre el riesgo del ridículo. Pero también la posibilidad de lo excepcional. Gaudí y Verdaguer nos lo recuerdan. Podemos reivindicarlos no sólo arqueológicamente, patrimonialmente, turísticamente, sino también como el recordatorio de que hay otra vía estética. Y de que, encima, es la vía estética que mejor nos ha funcionado.

 

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