Article publicat a “La Vanguardia” el 30/10/2002 per Miquel de Palol

Entre Pla y Carner

¿Qué interés tiene una polémica literaria desligada de los individuos que la sustentan? ¿Es ésa la pregunta que debemos hacernos, o bien cabe preguntarse hasta dónde se debe permitir que los conflictos personales mediaticen, y aun ahoguen, cualquier controversia intelectual?
Cotilleo lo hay, sin duda, en el peor sentido del término, maledicencia, especulación sobre los individuos, tanta como se quiera, pero de discusión literaria dilucidatoria y, por lo tanto, constructiva, y hasta imprescindible, andamos más bien escasos. ¿Qué queda, más allá de las anécdotas personales, por ejemplo, del reciente inicio de polémica sobre la presencia y el significado de Carner en la literatura catalana actual? Como siempre, una vez puesto en marcha el mecanismo, lo único que podía tener de interesante, la indagación de fondo, se ha diluido entre las ojerizas particulares, con un agravante que una vez más pone de relieve la pobreza del foro literario: los que debían polemizar, los principales destinatarios de la invectiva anticarneriana, han despreciado el debate inhibiéndose y dejándolo en manos de subalternos que no hacen otra cosa que repetir lo que dijo papá.
Carner siempre me ha parecido –llevo años diciéndolo– un poeta de tercera fila. En una “nouvelle” de hace diez años, y perdonen que me autocite, “L'àngel d'hora en hora”, ya puse en boca de un personaje lo que pienso, aunque en términos propios de una charla de café, por supuesto impropios de un artículo de fondo. No tengo problema en reiterar que incluiría más de una pieza del adalid noucentista en la muestra de mis peores poemas, por ejemplo, ese grotesco –y archiantologado–, hilarante híbrido entre el padrenuestro y “L'auca del Sr. Esteve”, que son las “Cançonetes del Déu nos do”.
En el mismo capítulo, el personaje opinaba también sobre Josep Pla. Llama la atención que una parte sustancial de adeptos de Carner lo sean también de Pla. ¿Estamos ante una muestra de saludable eclecticismo cultural? No tengo nada en contra de quien, sea o no del gremio de la letra, entre sus gustos eleve a autores de distintas tendencias, pero cuando se trata de objetivar tales preferencias pretendiendo establecer a partir de ellas un modelo literario canónico, se debe exigir una cierta coherencia.
A ningún lector atento se le escapa que Carner y Pla representan dos actitudes contrapuestas ante la literatura, y cultivan estilos incompatibles el uno con el otro. Carner es un moréasiano medievalizante a partir de quien –y de otros, pero no lo olvidemos, él era el príncipe– se instituyó el modelo marciano de catalán estándar que ante la mirada más o menos autista de historiadores y filólogos viene fracasando estrepitosamente como punto de encuentro entre lenguaje de la calle y lenguaje literario, y aun como esto último en sí. Juicios de valor al margen, Carner es un poeta de cámara, y en él el estilo, es decir, el detalle, está en la raíz de su naturaleza. Carner es un autor que hay que apreciar a través del microscopio.
El caso de Pla es más complejo. Pla es un payés ilustrado que usa el idioma de manera ecléctica, utilitarista, sin grandes preocupaciones sobre el estilo-en-sí-mismo, más atento a los efectos y a lo que va a decir que al cómo. Su atención a la lengua catalana y su conocimiento de ella no tienen nada que ver con los de Carner. Pla escribe a grandes trazos y con fuertes contrastes, desacomplejado a la hora de pisar terrenos heterodoxos y de usar castellanismos, colorista. Para apreciar a Pla, mejor desde un helicóptero. Pero, ¿es este que hemos leído el auténtico Pla? El editado en la “Obra completa” de Destino ha pasado por una férula correctora que le es extraña, cuando no ha sido directamente traducido del castellano por negros, alguno de ellos ilustre, como, según propia confesión, Porcel. El estilo –o la manera de abordar la cuestión del estilo–, el carácter y los intereses literarios de Pla no tienen nada que ver con los de los noucentistes, pero, cual extraños compañeros de cama, se acaban encontrando en el barco ideológico de la derecha catalanista pero antiseparatista, la que aglutinó la Lliga de Cambó y orbita hoy alrededor del Sr. Pujol, aunque también de sectores socialistas. La obra en catalán de Pla pasó por el cedazo noucentista con el que no tiene nada que ver, y el resultado es un híbrido que según el gusto de uno puede resultar más o menos atractivo, pero que es incoherente, y aunque se perpetrara con su consentimiento, no responde a la concepción planiana de la literatura. Paradójicamente, Pla, el más editado y comentado de los escritores catalanes –no me atrevo a decir el más leído–, es un desconocido del público.
Tras el coqueteo del escritor con el franquismo, se producirá un sonado divorcio, que aún colea, con la célebre y recalcitrante negativa a concederle el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, etcétera, con detalles contradictorios, como el de esconder bajo la alfombra su “Historia de la Segunda República Española”. Que Pla fuera un fascista –o un cínico profascista– no me quita ni un minuto de sueño. ¿Viajan los anglosajones con Joyce como mascota? Es evidente que no. Ni los franceses con Proust. Sí, en cambio, los argentinos con Borges, y ahí está clara la diferencia. La necesidad de los catalanes de tomar a Pla como mascota intelectual –y de forma subsidiaria o secreta a Carner– debiera llevar a reflexión sobre una literatura construida –o deconstruida– a base de adhesiones inquebrantables al pensamiento único. Hasta hace poco era inimaginable un poeta no carneriano, y un literato que pusiera a Pla en tela de juicio. El pequeño fascismo de opinión ha sido practicado de forma sistemática, cainita, con ahínco y con escasas excepciones desde páginas de crítica, desde consejos de redacción de editoriales y desde las cátedras de literatura.
No me interesa en absoluto apedrear a Pla, a Carner ni a nadie. Todos tenemos derecho a exponer preferencias, y un estamento literario dedicado a la rivalidad personal está condenado a la insustancia. Tras una academia vacilante, con una gramática y unos diccionarios que no resisten una mirada crítica, el modelo literario de la lengua catalana no está ni tan sólo en crisis, porque es inexistente, es un pequeño zarzal donde cada cual hace lo que puede. Una vez más se presenta la ocasión de recuperar una polémica para discutirlo, con la pasión, si la hay, dirigida hacia los ingredientes técnicos, hacia las ideas.

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