A todos nos gusta repartir nuestras propias responsabilidades. En lo que atañe al tema que plantemos, este hecho universal explicaría una de las mayores falacias que atañen/rodean/bordean la tarea de escribir: para escribir es necesario tener vía directa con las musas. Y es que escribir de forma correcta y eficaz/eficiente es cosa nuestra, nada tiene que ver con la generosidad de la gracia divina, con la disponibilidad de ciertos “seres privilegiados/divinos” para codearse con nosotros, viles mortales. Por suerte, para escribir dependemos exclusivamente de nosotros; más concretamente de nuestra maña/capacidad para elaborar un producto (el texto), como quien elabora un cocido manchego o quien se atreve con un plato creativo al estilo Adrià del Bullí, como quien cose un botón o quien un traje de domingo, como quien maneja el taladro para colgar un cuadro o quien se atreve a “montar” un “taquillón” para el recibidos/ un armario para la habitación de los niños /o una cómoda para la salita.
Y es que escribir bien es componer/elaborar por escrito textos correctos, adecuados, no ambiguos, que cumplan los objetivos para los que fueron pensados. La desventaja de esta idea es que, si no alcanzamos nuestro objetivo, no podemos pasar la culpa a nadie, si acaso a nuestra pereza; la ventaja, que escribir se convierte en una habilidad alcanzable por todos tras un periodo de formación de escritura y de práctica.