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3. Los grandes temas de Zaratustra
3.1 La muerte de Dios La expresión Dios ha muerto significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas, de las ideas inmutables y de los ideales que guiaban la vida humana. Dios representa todo aquello que es suprasensible, representa todos los idealismos, representa las grandes creencias o verdades que atraviesan toda la historia de Occidente. Los viejos y más elevados ideales ya no impulsan las vidas de las personas, han perdido su fuerza. La muerte de Dios equivale al derribo de los pilares de nuestra civilización: todos los valores de ésta descansan en la presuposición que el sentido de este mundo está fuera de él. Dios personifica esta presuposición. Ahora vivimos el final de una civilización que se basa en la mentira de un sentido único y fijo de les cosas. Dios ha muerto: no es que no existiese, es que ha muerto. Su asesinato inaugura un tiempo nuevo: un tiempo sin ideales, principios o valores erigidos por sobre nuestro. Delante la muerte de Dios sólo se se dan dos posiciones: la del último hombre, la del hombre que vive el fin de la civilización o la del superhombre, la del nuevo dios terrenal que dice sí a la vida. Nietzsche ve en su propio tiempo el reino del último hombre, del hombre que vive la triste fin de una civilización en la cual habían imperado grandes valores ahora ya muertos. Es el reino del hombre empobrecido, del hombre sin grandes objetivos, sólo con pequeños intereses; es el reino de el hombre que se ve precipitado al nihilismo. El nihilismo es el estado del hombre falto de objetivos por los que merezca la pena luchar, falto de fuerza para superarse. Es el hombre de la vida moderna, que está de vuelta de todo y sólo busca la comodidad y su placer diario. Pero el nihilismo es mucho más. La afirmación de Dios, la afirmación de mundos ultraterrenales como el platónico, el mismo cristianismo con sus valores morales que niegan la vida son otras formas de nihilismo. La afirmación de Dios es nihilista porque es la afirmación de un nihil, de una nada enmascarada; platonismo y cristianismo son formas de nihilismo porque defienden que las tendencias vitales o instintivas son una nada. 3.2 El superhombre La doctrina del superhombre se fundamenta en la muerte de Dios. El superhombre será el nuevo dios terrenal, será el sentido de la tierra, el hombre que será «capaz de dar a luz una una estrella»; el polo opuesto al último hombre. En su camino, el superhombre se opondrá a toda difamación del mundo, a todo menosprecio por el cuerpo, a todo ascetismo. Debe dar un nuevo sentido al mundo: nuevos valores no trasmundanos. Esta creación de nuevos valores será el gran riesgo del superhombre, y no cuenta con ningún soporte fuera de él mismo; será el gran creador de valores fundamentados en la vida.
![]() ¿Cuáles son las cualidades del superhombre? Nietzsche no lleva a cabo una caracterización de este ser superior, sólo hace insinuaciones. Será un espíritu libre y corazón libre que no cede ante nada, pero que participa de la inocencia y espontaneidad del niño. ¿Con qué cuenta el superhombre para crear nuevos valores? Con la voluntad de poder. 3.3 La voluntad de poder
La voluntad de poder se opone a la voluntad de igualdad. Cuanto más poderosa y creadora es una vida, más impone jerarquía y desigualdad; cuanto más débil e impotente, más impone igualdad. Los predicadores de la igualdad son aquéllos que, como las tarántulas, están llenos de veneno, de un veneno que quiere asesinar toda vida noble y superior. La voluntad de igualdad es el intento de reducir lo que es original y excepcional a ordinario y mediocre. Nietzsche polemiza contra la identificación de igualdad con justicia, identificación bien viva en la Revolución Francesa, en las propuestas socialistas y comunistas, en todas las democracias y en lo mismo cristianismo. 3.4. El eterno retorno Del superhombre, Zaratustra habla a todo el mundo; de la muerte de Dios y de la voluntad de poder, a pocos; del eterno retorno, sólo a sí mismo. Es su pensamiento menos elaborado. En un mundo donde todo pasa, donde todo se transforma, donde toda forma nueva de vida es destruida, perdura y se repite —eternamente— el acto creador. El eterno retorno o circularidad del tiempo comporta no una visión lineal del tiempo sino una visión cíclica. En un horizonte lineal destacan pasado y futuro; pero éstos se funden en una visión cíclica: la distinción entre pasado y futuro no las hace el tiempo, sino cada uno de nosotros desde su punto de vista. Aquí, lo único que cuenta es el instante creador, un instante que, como un relámpago, alumbra todo el paisaje del tiempo. Entonces, el instante decide sobre la eternidad, o sea, lo que se hace vale por siempre, como el que compone una ley científica con validez universal.
La voluntad de poder y el eterno retorno no implican que imperen formas de vida cada vez mejores, que las especies crezcan en perfección, sino que el mundo, eternamente, se ve dominado por la voluntad de aceptarse y de repetirse, una voluntad que es una eterna necesidad. Éste es el amor fati de Nietzsche, el amor al destino, la estimación de lo que es necesario. Es la aceptación, por parte de la voluntad, del destino enigmático del mundo. |