El progreso técnico no ha comportado más felicidad


  

El interés original de Sigmund Freud, la curación de los trastornos psíquicos, la llevó a la creación de una teoría general de la vida psíquica y de la naturaleza humana. Posteriormente, el psicoanálisis le ayudó a explorar y entender otra realidad: la sociedad y la cultura. Intuyó una profunda analogía entre los fenómenos psíquicos, o sea, las enfermedades mentales, y los fenómenos culturales, es decir, las enfermedades sociales.

Freud analizó su entorno y, a pesar de los muchos avances científicos y técnicos que se habían producido, a pesar del progreso, evaluó que sus coetáneos no eran felices. La civilización, concluye, no se preocupa por la felicidad de los humanos. Su mirada está llena de pesimismo; el título del libro que publicó el 1930 pero que escribió el 1929, año de la gran depresión económica, lo expresa suficientemente: El malestar en la cultura.

El malestar en la cultura, 1930


 
  

     «Porque podríamos objetar: ¿acaso no constituye un logro positivo de placer, un innegable aumento de la sensación de felicidad, el hecho de poder escuchar tantas veces como desee la voz del hijo que vive a centenares de kilómetros de mi lugar de residencia? ¿O que mi amigo me comunique, inmediatamente después de haber desembarcado, que ha sobrellevado bien el largo y penoso viaje? ¿Acaso no tiene importancia que la medicina haya conseguido reducir tanto la mortalidad infantil y el riesgo de infección de las parturientas y que se llegue a prolongar la media de la longevidad humana en un número considerable de años? Y todavía podríamos añadir una larga lista de estos beneficios que hemos de agradecer a la tan menospreciada era del progreso técnico y científico; sin embargo, ya oímos la voz de la crítica pesimista que nos recuerda que la mayoría de estas satisfacciones sería como aquella "distracción barata" que recomendaba cierta anécdota y que consistía en sacar en las frías noches de invierno la pierna desnuda de debajo de la manta y, después, volverla a cubrir. Si no existiera el ferrocarril, que permite superar las distancias, el niño nunca tendría que abandonar la población natal y, por lo tanto, tampoco tendríamos la necesidad de escuchar su voz por teléfono. Y, si no existiera la navegación transoceánica, el amigo tampoco habría emprendido el viaje marítimo y yo no necesitaría el telegrama para apaciguar mis temores. ¿De qué me sirve la reducción de la mortalidad infantil si, precisamente por culpa de ello, nos hemos de reprimir a la hora de engendrar criaturas, de modo que, a fin de cuentas, no criamos más niños que en la épocas anteriores al dominio de la higiene, pero sí que nuestra vida sexual en el matrimonio se halla sometida a difíciles condiciones y probablemente actúa en contra de la benéfica selección natural? Y, finalmente, ¿para qué esta larga vida, si acaba resultando tan penosa, carente de alegrías y tan llena de sufrimientos que sólo podemos dar la bienvenida a la muerte como una liberación?»

FREUD, Sigmund. El malestar en la cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1970.



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