La jornada de trabajo sin límites


  

A menudo se ha hablado de las inhumanas condiciones de trabajo que generó la Revolución industrial. Unas condiciones y un sistema económico, el capitalismo, que Karl Marx analizó y [condenó en su gran obra El Capital. El capítulo octavo, titulado La jornada de trabajo, tal vez el capítulo que más zarandea y conmueve al lector, nos da detalles de estas inhumanas condiciones que tantas personas tuvieron que soportar.
Reproducimos, primero, un fragmento del diario de Londres Daily Telegraph, del 17 de enero de 1860: que Marx reproduce en el capítulo. En segundo lugar, el fragmento que expone la concepción según la cual la jornada de trabajo son las veinticuatro horas completas del día menos las imprescindibles de reposo para poder volver a comenzar.

El Capital


 
  

     «El señor Broughton, juez de condado, en un mitin que se celebró en la sala de actos municipal de Nottingham el 14 de enero de 1860, y que él presidía, manifestó que entre la parte poblacional ciudadana ocupada en la fabricación de randas y blondas había un nivel de padecimientos y privaciones desconocido en el resto del mundo civilizado... A las 2, a las 3 o a las 4 de la madrugada, niños de 9 y 10 años son arrancados de la camas sucios, y obligados a trabajar hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche por la triste subsistencia, mientras se los consumen los miembros, se los contrae el cuerpo, las características del rostro se los desfiguran y toda la persona se envara en un torpor de piedra que sólo mirarlos hace espeluznar. No nos ha sorprendido que el señor Mallet y otros fabricantes se alzasen para protestar contra cualquier discusión... El sistema, tal y como lo ha descrito el reverendo Montagu Valpy, es un sistema de esclavitud ilimitada, esclavitud en los aspectos social, físico, moral e intelectual... !Qué se puede pensar de una ciudad que celebra una reunión pública por pedir que el tiempo de trabajo diario para hombres se limite a 18 horas!... Ya hacemos discursos contra los plantadores de Virgínia y Carolina. Pero quién puede decir que su mercado de negros, con todos los horrores del látigo y el trafico de carne humana, es más repulsivo que éste carnicería lenta de hombres que tiene lugar para que se fabriquen velos y cuellos duros a beneficio de los capitalistas

     «¿Qué es una jornada de trabajo?» ¿Cuál es el montante de tiempo durante la cual el capital tiene derecho a consumir la fuerza de trabajo que paga por su valor diario? ¿Hasta qué punto se puede prolongar la jornada de trabajo más allá del tiempo de trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo? Ya hemos visto como contesta el capital estas preguntas: la jornada de trabajo son las 24 horas completas del día, deducidas las pocas horas de reposo sin las cuales la fuerza de trabajo se ve totalmente imposibilitada de volver a hacer su servicio. De entrada, es evidente que el obrero, durante todo su día de vida, no es otra cosa sino fuerza de trabajo, y que, por tanto, todo su tiempo disponible es de derecho y por naturaleza tiempo de trabajo, y pertenece, pues, a la autovalorización del capital. Tiempo para la educación humana, para el desarrollo intelectual, para el cumplimiento de las funciones sociales, para las relaciones sociales, para el libre ejercicio de las fuerzas vitales físicas e intelectuales, incluso el tiempo festivo del domingo -aunque sea en el país de los santificadores del sàbat-, todo puros cuentos! Pero en su impulso desmesuradamente ciego, en su hambre insaciable de trabajo excedente, como un hombre lobo, el capital no sólo pasa por encima de los límites morales máximos de la jornada de trabajo, sino también de los puramente físicos. Usurpa el tiempo del crecimiento, del desarrollo y del mantenimiento sano del cuerpo. Roba el tiempo necesario para consumir el aire fresco y mirar la luz del sol. Va arañando horas de comida e incorpora todas las migajas y mendrugos que puede al proceso de producción, de manera que la comida se da al obrero, que ahora se ha convertido en un simple medio de producción, como quién pone carbón a la caldera de vapor y sebo o aceite en las máquinas. Reduce el sueño, tan saludable para recuperar, renovar y refrescar la fuerza vital, a aquellas horas de envaramiento indispensables para revifar un organismo totalmente agotado. En lugar de ser la conservación normal de la fuerza de trabajo que determine los límites de la jornada de trabajo, aquí es al revés, es el consumo diario mayor posible de fuerza de trabajo, por más morboso, violento y penoso que pueda ser, lo que determina los límites del tiempo de libranza del obrero. El capital no se preocupa de la duración de la vida de la fuerza de trabajo. Lo único que le interesa es el máximo de fuerza de trabajo que se puede realizar en una jornada de trabajo. Y consigue este objetivo acortando la duración de la fuerza de trabajo tal y como un empresario agrícola codicioso consigue un rendimiento más alto del suelo robándole la fertilidad.

MARX, Karl. El capital., Barcelona: Ediciones 62, 1983. (Volumen. I, págs. 286-7 y 308-0)



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