Partiendo de los resultados de la investigación científica, el profesor Jesús Mosterín en la obra La naturalesa humana, reflexiona i debate sobre aquello que constituye lo básico de los humanos. Una antropología filosófica fundamentada en las más recientes aportaciones sobre evolución, genoma i cerebro; potenciándose mútuamente, el libro ofrece síntesis científica y reflexión filosófica.

Se habla de qué es la vida, describiendo las características más generales. Se hace referencia, en sentido aristotélico, al alma (ánima) de los animales y del animal humano. Otro capítulo se centra en los genes del genoma, presentando el Proyecto Genoma Humano y analizando la estructura de este genoma. En el capítulo sobre la mente, el cerebro y la conducta introduce diferentes perspectivas desde las cuales se ha intentado explicar la mente.

Se tractan, también, temes como el lenguage y la naturaleza humana, la cultura y la naturaleza, las diferencias entre hombres y mujeres, reproducción y eugenesia, muerte y eutanasia. Cerrando el libro, un capítulo sobre la conciencia moral i otro sobre la chispa de divinidad en los humanos.



 
     

Del capítulo "Mente, cerebro y conducta":

      «El organismo que soy yo actúa, es un agente, y la aparente coherencia de su actuación parece implicar un principio unificado de decisión, que sería yo. Sin embargo, si observamos lo que ocurre cuando actuamos, con frecuencia nos encontramos con un conflicto entre varios principios (o fuentes o programas) distintos de nuestra acción. Cada uno de nosotros, en cuanto iniciador de acciones, en cuanto agente, es como una empresa solo parcialmente centralizada, en que diversos directivos y comités enfocan los problemas desde puntos de vista distintos, disponen de información diferente y pueden llegar a conclusiones contrapuestas. A veces se llega a un consenso y otras veces un directivo o un comité se impone sobre los demás, o incluso se cae en la parálisis por falta de decisión. A trancas y barrancas, la empresa va tomando sus decisiones y actuando. También yo soy varios yoes, a la hora de decidir. Mis diversos centros de decisión se alternan entre sí o entran en franco conflicto, imponiéndose unos a otros o llegando a un consenso, según las circunstancias.

El fumador, el alcohólico o el drogadicto quiere conscientemente dejar de fumar, de beber o de drogarse, pero por otro lado no quiere y, en efecto, no lo deja. Quiero mantener la calma, mas pierdo los estribos y digo o hago cosas que no quería hacer y de las que luego me arrepiento. Decido levantarme a las siete de la mañana y pongo el despertador a esa hora, pero, cuando suena, no me levanto, sino que lo paro, me doy media vuelta y sigo durmiendo.

De hecho, nuestra acción está controlada y dirigida por nuestro encéfalo, que no es un sistema diseñado de un modo unitario, sino el resultado chapucero de la superposición sucesiva de "cerebros" distintos en diversas etapas de nuestra historia evolutiva Cada uno de ellos capta aspectos diferentes de la realidad, tiene sus propias metas y sigue estrategias distintas. Aunque interconectados e intercomunicados, no siempre actúan al unísono. En general, se da la división del trabajo y solo uno de ellos es responsable de ciertos asuntos, pero a veces se interfieren unos con otros y toman decisiones contradictorias. La asimilación de programas culturales distintos y a veces incompatibles es otra fuente de conflictos. También aquí nuestro yo -incluso referido a un organismo determinado- se manifiesta como un haz de yoes distintos, productos de otras tantas estructuras encefálicas diferentes y solo parcialmente integradas.»


Del capítulo "Una chispa divina":

      «En diversas épocas, algunos individuos han tratado de autoliberarse mediante la reflexión filosófica y la conciencia cósmica. ¿De qué nos libera la liberación filosófica? Nos libera de la ignorancia y de los prejuicios, de las preocupaciones minúsculas, de los temores infundados, de los afanes vacíos, de las ataduras tribales, de las actitudes mentales que nos impiden alcanzar la plenitud posible de nuestra vida y la unión intelectual con el Universo. Con nuestras gafas sucias solo podemos ver de cerca. Limpiarnos las gafas equivale a liberar nuestra visión. Después de la experiencia intelectual liberadora, después de la contemplación de la inmensidad cósmica, podemos volver a la vida cotidiana en la serenidad de quien baja de la cumbre, observar con displicencia las minúsculas querellas del campamento, introducir un poco de racionalidad en los menudos problemas de la aldea.»


      «Participamos de la conciencia del Universo. Somos la conciencia del Universo. Cuando pienso en mí, no digo que mi córtex cerebral piensa; digo que yo pienso, aun a sabiendas de que solo una parte de mí -mi córtex- realiza esta actividad de pensar. Cuando pienso en el Universo, puedo con igual razón decir que el Universo piensa, aunque sabiendo naturalmente que solo una minúscula parte del Universo -mi córtex ahora- está realizando esta actividad de pensar. Yo pienso en el Universo; es decir, a través de mí, el Universo se piensa a sí mismo. (...)

El Universo es el máximo individuo, la entidad omniabarcadora; es lo más grande con lo que podemos identificamos y en lo que podemos intencionalmente integramos. El Universo es todo, es el todo, y, en la medida en que la palabra 'Dios' tenga sentido no supersticioso, el Universo es Dios. El Universo con el que nos identificamos, y al que cada vez conocemos mejor a través de nuestra ciencia, nos abarca, nos incluye, nos sostiene, nos llena de admiración, reverencia y fervor. Lo que sentimos ante el Universo es un sentimiento panteísta, que es el único tipo de religiosidad compatible con la racionalidad y con la ciencia.»

MOSTERÍN, Jesús. La naturaleza humana. Madrid: Espasa Calpe, 2006. (Págs 188-189, 388, 401-402)