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Los primeros humanos estaban absolutamente identificados
con el mundo natural, pero a medida que fueron adquiriendo conciencia
de sus posibilidades, se quisieron desligar. El individuo permanece, en
una primera etapa, fuertemente atado al mundo natural y social y va saliendo
progresivamente. [...]
En la historia de la vida de un individuo se identifica el mismo proceso.
El nacimiento supone, en cierto modo, abandonar una dependencia absoluta
con respecto a la madre, para adquirir una de relativa. La evolución,
la educación, la maduración, no comporta otra cosa que continuar dicho
proceso que se inicia en el momento del alumbramiento. Cuanto más crece
el niño, más desarrolla la búsqueda constante de libertad e independencia.
Mientras el individuo no es capaz de cortar el cordón umbilical que le
liga con su familia, sus amigos o, incluso, con una clase social determinada,
no es capaz de experimentar una libertad real. La existencia humana comienza,
pues, cuando se supera esta determinación primordial, ya sea biológica
o psicológica o social para alcanzar la libertad.
El mito bíblico de la expulsión del hombre del paraíso nos ofrece un relato
especialmente sugerente en este sentido. El mito identifica el comienzo
de la historia de la humanidad con un acto de elección. El hombre y la
mujer viven en una especie de paraíso original: no tienen que trabajar,
no sufren, no se pelean. Sólo han de vigilar de no comer, por prohibición
divina, los frutos de un árbol frutero que hay justo en medio del jardín
del Edén. Como es de suponer, llevados por las ganas de hacer aquello
que no debemos hacer —que identifican nuestra especie— acaban comiéndose
la fruta. Un acto de libertad que significa la rebelión contra la autoridad
de Dios y que es castigado duramente. Actuar contra los mandamientos de
la autoridad, cometer un pecado, es, pero, el primer acto que identifica
esencialmente la mujer y el hombre -en este sentido tal vez sería interesante
recordar el papel protagonista que tiene Eva a la hora de tomar esta decisión.
Un acto de desobediencia civil que, como tantas veces posteriormente,
significará el comienzo de una historia, una nación, un nuevo mito, una
vida... La misma dirección que emprendió Prometeo cuando robó el
fuego a los Dioses y que supuso, implícitamente, un alejamiento de la
naturaleza para acercarse a la cultura, la sociabilidad y la libertad.
MUÑOZ REDON, Josep. El libro de les preguntas desconcertantes.
Barcelona: Empúries, 1999.
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