1. Los valores de la modernidad 2. Siglo XX: un mundo de civilizaciones 2.1 Reconfiguración del planeta 2.2 Civilizaciones no occidentales 3. Actitud posmoderna 4. Exigencias éticas mínimas compartidas 4.1 Necesidad de una ética mínima 4.2 ¿Qué exigencias mínimas? |
1. Los valores de la modernidad Durante la Revolución Francesa se proclamaron unos ideales o valores universales. La igualdad, la libertad y la fraternidad ya no eran derechos restringidos a un sector poblacional o a una parte de la humanidad, sino derechos universales.
Pero el proyecto de la modernidad, diseñado fundamentalmente en los siglos XVII y XVIII, emprendió un equívoco camino a lo largo del siglo XIX y parte del XX. EL hombre moderno, transformado en colonizador, legitimó su expansión en cualquier parte del planeta argumentando que sus valores, valores universales, se habían de imponer como tales, que la civilización occidental, la "civilización", tenía que dominar y devenir realmente universal. Los valores, las instituciones y la cultura de Occidente se exportaron por todas partes; esta era, precisamente, una tarea a la cual el hombre blanco no podía renunciar: era su misión histórica. El mismo Rudyard Kipling, autor del popular Libro de la selva, transmite esta concepción del típico colonial cuando defiende que el bien de la colonia radica en la aceptación de la avanzada cultura occidental. El libro enseña que en la India sólo hay dos universos aceptables: la civilización de los colonizadores y el virginal orden selvático; la milenaria civilización nativa está básicamente ignorada o menospreciada. Kipling se lamenta de la ingratitud de los indígenas que rechazan o se rebelan contra la civilización superior. Simultáneamente, otros hombres modernos denunciaban estos afanes de sus coetáneos. Sospechaban que detrás de los grandes ideales había intereses económicos y tendencias depredadoras. Karl Marx, hombre moderno, fue uno de los críticos de esta situación. Friedrich Nietzsche, mucho más radicalmente, sospechaba del camino que había seguido toda la cultura occidental. |
2. Siglo XX: un mundo de civilizaciones 2.1 Reconfiguración del planeta Tras la Primera Guerra Mundial, Europa y EE.UU. gobernaban, en forma de territorios coloniales o con control indirecto, casi la mitad del planeta: la civilización occidental se imponía. Terminada la Segunda Guerra Mundial, el mapa se transformó notablemente. En las primeras décadas se implantó la política de bloques, el bloque occidental encabezado por EE.UU. y el bloque comunista encabezado por la ]URSS. En las décadas posteriores, las de la guerra fría, el planeta incorporó un tercer bloque, el de los estados no alineados. Esta panorámica se descompuso en los lustros finales del siglo XX.
Pero, para otros muchos, este dominio de la civilización es sólo aparente y, en todo caso, este dominio no se da en los aspectos más profundamente vitales. La Obra que en 1997 publicó Samuel Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, es una de las argumentaciones más decisivas en favor de la tesis del nacimiento y consolidación de un mundo pluricivilitzacional. |
2.2 Civilizaciones no occidentales En pleno siglo XX, los pueblos no occidentales anhelaban el bienestar, la tecnología y la cohesión política de las sociedades occidentales; diseñaban su crecimiento imitando los valores y las instituciones. En las dos décadas finales del siglo XX se ha invertido la situación: los pueblos no occidentales retornan a sus orígenes, ya no pueden esperar que Occidente los otorgue poder y riqueza. Se rechaza una cultura occidental que, en teoría, tiene como punto de referencia una ética universal y incondicional, mientras que, en la práctica, se comporta siguiendo una ética ajustada a los propios intereses. Es un rechazo de la occidentoxicación y una declaración de independencia cultural respeto de Occidente que van asociados a un resurgimiento religioso: en las propias y antiguas religiones muchos pueblos han encontrado su más profunda identidad. No sólo el resurgimiento islámico es un testimonio de la emergencia de un mundo pluricivilitzacional, sino también la afirmación asiática. Tanto en China, sede de la milenaria civilización confuciana, como en Japón o en mismo mundo hindú se dan procesos de indigenización, es decir, de retorno a las más propias raíces culturales.
El resurgir islámico actual se presenta como un rechazo de la corrupción y falta de valores de Occidente, aspira a una religión pura, auténtica y exigente, predica el trabajo, el orden y el dominio de un mismo. Es una reforma, un despertar que quiere ser global, una "reislamización" de toda la sociedad.
Para los asiáticos, su prosperidad económica es prueba de su superioridad moral y, consecuentemente, sus valores, bien pueden devenir valores universales, no los valores decadentes de Occidente como por ejemplo el individualismo, el consumo desmesurado o la falta de autoridad. El islam y China encarnan grandes tradiciones culturales y, a sus propios ojos, son infinitamente superiores a la de Occidente. En nombre de estas tradiciones no sólo menosprecian las instituciones democráticas sino que tildan de occidentales los mismos derechos humanos. En sus tradiciones la igualdad o la libertad no son un valor. |
3. Actitud posmoderna El reconocimiento de que nuestro planeta es un mundo pluricivilitzacional, los estudios de diferentes antropólogos sobre los valores propios de otros culturas, los abusos de los occidentales en el dominio de otros pueblos, el hundimiento del optimismo respeto al progreso humano, etc. han llevado a cuestionarse los ideales de la modernidad, especialmente, la confianza en las posibilidades de la razón como herramienta capaz de resolver los conflictos entre los humanos y de establecer aquello que es éticamente válido para todos. Así, en las últimas décadas del siglo XX, ha surgido una nueva sensibilidad o una nueva actitud, la posmoderna, que tiene como característica clave asumir el debilitamiento de la razón frente a los grandes cuestiones: la razón no puede fundamentar unos valores universales.
Los pensadores posmodernos, en contra de los modernos, no dan ninguna posibilidad a los intentos de establecer unas mínimas exigencias éticas universales. Esta sensibilidad posmoderna recoge la posición de muchos antropólogos según la cual las maneras de vivir y los ideales o valores más diversos de la humanidad tienen igual validez. Un relativismo cultural que tiende en remarcar las innegables diferencias debilitando la fuerza de lo mucho que hay en común. |
4. Exigencias éticas mínimas compartidas 4.1 Necesidad de una ética mínima En diferentes momentos históricos se ha argumentado en favor y en contra de la necesidad y de la posibilidad de exigencias éticas válidas para todo el mundo. Hoy, la reflexión sobre la necesidad de una ética mínima compartida o universal es consecuencia de la doble tendencia dominante en nuestro mundo pluricultural, la centrípeta hacia la afirmación de aquello que es más propio y la centrífuga hacia el aumento de relaciones multiculturales, es decir, la tendencia a la indigenización o al retorno a aquello que se considera cultura autóctona y la tendencia a la globalización de las comunicaciones. La búsqueda de aquello que es común a las diferentes sociedades va a hacer más amigables las inevitables relaciones y los intercambios. Sin un consensoético, sin un mínimo de valores y actitudes básicas compartidas, será difícil que funcione el orden económico y jurídico que todos los Estados pretenden establecer. Pero, ¿es posible una ética mínima? En todas las culturas y en todas las civilizaciones se dan normas éticas y valores asumidos por los sus correspondientes miembros. Ciertamente, los contenidos de estas pautas varían, pero si nos fijamos ya no en la norma moral concreta sino en el principio ético que la inspira, entonces disminuyen las diferencias. Todas las sociedades tienen unas necesidades básicas compartidas y un sistema de valores que satisface estas necesidades.
Desde una perspectiva filosófica podemos argumentar que la razón humana es una capacidad que los humanos tenemos en común y que hace posible, utilizando argumentos, ir más allá del punto de vista particular. Esta razón compartida nos permite hablar de una humanidad compartida: entre los humanos no pueden haber diferencias tan grandes que hagan imposible unas exigencias mínimas compartidas. Una ética mínima compartida puede ser asumida, pese a las discrepancias dogmáticas, por todas aquellas religiones que se hallan en las raíces de las civilizaciones de nuestro mundo. El Parlamento de las Religiones del Mundo aprobó en Chicago, el 4 de septiembre de 1993, una Declaración hacia una ética mundial que da testimonio de esta posibilidad. |
4.2 ¿Qué exigencias mínimas?
Unida a la regla de oro, una segunda exigencia: considerar al otro, a todo ser humano, un sujeto con dignidad y derechos. Un ser que tiene un valor en sí mismo; que es fin, no un medio o un instrumento en utilizar. Una tercera exigencia: poner en el consenso, no en la lucha, la vía para resolver los problemas y conflictos humanos. Una pauta ética que, de cumplirse, evitaría muchos padecimientos humanos. |