3. Productos y promesas

    La publicidad forma parte integrante del sistema de producción y de distribución al servicio de todos. Los fabricantes de bienes y proveedores de servicios necesitan informar y recordar aquello que ofrecen. La información es útil para la economía de la producción; los consumidores tienen que poder elegir entre diferentes opciones. La publicidad tiene un efecto estabilizador de la ocupación, asegurando la venta regular de la producción. La publicidad es el fundamento de la competencia en el mercado; estimula el desarrollo y la innovación.

Esta sería una vertiente positiva de la publicidad: cumple una función social informativa y estabilizadora de la vida económica, es motor del desarrollo económico, es un impulso dinámico del mercado. Ahora bien, la publicidad va más allá: vende mucho más que el producto que anuncia. Ciertamente, un anuncio concreto pide al receptor que compre un objeto identificable, pero el anuncio trae mensajes implícitos. Por ejemplo, el mensaje que este objeto o producto conferirá un determinado reconocimiento social; en este caso, el mensaje publicitario va dirigido más a la autoimagen del comprador que a las calidades funcionales del objeto comprado.

La publicidad vende productos; pero la publicidad vende, especialmente, promesas. Se venden promesas de juventud, promesas de belleza, de vitalidad, de prestigio,… Como a menudo se ha repetido, "el alma de un anuncio es una promesa, una gran promesa". Muchos espots, con caras llenas de sonrisas y con una actitud eufórica, son una promesa de felicidad fácil. Con la compra del objeto promocionado, se ofrece una promesa de éxito social o sexual: el éxito de los triunfadores gracias al producto. Unas veces es la Coca-Cola, otras la Pepsi-Cola, quién nos vende la promesa de libertad; una libertad que, sorprendentemente, se obtiene haciendo lo que se quiere que haga todo el mundo, es decir, comprando la bebida anunciada.
 

La más elemental reflexión muestra que entre el producto anunciado y el valor prometido hay poca relación. Pero la publicidad no apela a nuestra racionalidad sino a nuestra emotividad; si la publicidad aportara argumentos racionales, sería fácil encontrar contraargumentos.


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Llena los vacíos con las palabras adecuadas y comprueba. Si quieres ayuda, señala un espacio y pide que se introduzca la primera letra de la palabra o, si hace falta, las siguientes.

«La publicidad trata de conocer las posibilidades y las debilidades del cliente potencial para sacar partido de ellas. Más que ofrecer argumentos para la compra, más que basar los anuncios en las cualidades intrínsecas del producto, valoras funcionales, se trata de anunciar el producto asociándolo a valores del receptor.»

« “No se compran zapatos, sino pies bonitos”. “No se compra crema, sino belleza”. No se venden productos, sino . Los productos se convierten en sómbolos. Es como una competición en la que se está llegando cada vez más lejos. En la estrategia publicitaria abundan los eslóganas que demuestran lo lejos que se puede legar en la burla de la

Fragmentos extraídos de: FERRÉS, Joan. “Televisión subliminal”. Barcelona: Paidós, 2000. Págs. 225 y 255.