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Los recursos más sofisticados del mundo del arte y del entretenimiento
que desde siempre estaban al servicio del mundo del ocio y del mundo lúdico
están, hoy, al servicio de la publicidad: seducir artística
y bellamente con objeto de vender. Se ha dicho que actualmente la mejor
fotografía se ve a los anuncios de la televisión o a los
anuncios de la publicidad estàtica.
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Un objetivo manifiesto de la publicidad
es el de persuadir, es decir, el de convencer al receptor; pero a
menudo la publicidad pretende seducir más que no persuadir.
Persuadir y seducir son actividades parecidas pero con remarcables
diferencias. En la persuasión se ofrecen razones (buenas
o malas) y argumentos; el receptor puede defenderse y su capacidad
de elección no queda anulada. En la seducción toman
primacía los sentimientos y las emociones; se pretende
fascinar y cautivar (hacer cautivo). |
La seducción es un
tipo de comunicación ambivalente: la atracción seductora
es un deslumbramiento muchas veces engañoso. Una persona
seduce cuando se expresa con un lenguaje enmascarado que evita la
transparencia. Igualmente, la publicidad es un lenguaje seductor
que pretende atraer de una manera enmascarada. El receptor, como
la persona seducida, no puede, al final del proceso, vivir sin el
que lo ha seducido. La seducción es hace con tanta delicadeza
que el sujeto que la vive no la vive como seducción. |
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La publicidad, con la seducción, deviene un juego de trampas,
de ingenio, de subterfugios y de piruetas largamente estudiadas y analizadas
por los especialistas. Es tanto su poder que, al fin, el sujeto queda
convencido que tiene que comprar un determinado producto y que realmente
lo necesita para poder vivir y para ser feliz. El sujeto llega a
creer que compra el producto de manera espontánea y natural, cree
que la decisión emerge de él mismo, cuando en el fondo
no es otra cosa que la respuesta esperada a un conjunto de estímulos
pensados con premeditación.
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