Durante el período comprendido entre 1922 y 1945, en los países bajo regímenes totalitarios, la arquitectura y las otras artes visuales se convirtieron en expresión de las ideologías de aquellos regímenes, en aparatos al servicio del Estado.
El arte se ponía a disposición de objetivos propagandísticos: el arte podía -y debía- enseñar, informar y inculcar el sistema de valores del Estado.
Los regímenes estimulaban a hacer obras de estilo académico antiguo o realistas, preferentemente de grandes dimensiones y llenas de clichés heróicos y sentimentales. El arte oficial incluía imágenes donde el heroismo y la muerte eran protagonistas principales, donde se mostraba la supeditación y el sacrificio del individuo por la victoria del partido y la nación.
Llamadas -auténticas o inventadas- a la historia nacional eran decisivas en la creación de estos mitos, ya que los dictadores medían sus creaciones en relación con los triunfos del pasado.
Las artes visuales -incluyendo los carteles de propaganda- se complementaban con los desfiles diseñados, los rituales y las ceremonias... Símbolos de todo tipo, desde banderas hasta eslógans.
En general, se trataba de un realismo totalitario basado en una arquitectura monumental y neoclásica, y una pintura y escultura realistas.
Pero detrás de la pretendida belleza de sus obras de arte se ocultaban regímenes inhumanos y policíacos que costaron a la Humanidad millones de muertos y de inválidos, destrucción y sufrimiento, e incluso el holocausto.
"Kirov en un desfile deportivo" (A.Samokhvàlov, 1935, URSS)