1939-1950


La ocupación militar de Cataluña por el bando fascista ocasionó el exilio de muchos de sus habitantes y también de sus cineastas progresistas. Siguiendo las órdenes sobre el Régimen Especial de Ocupación se confiscó cualquier cosa que pudiera servir para producir películas y se cerraron las salas de espectáculo hasta finalizado el mes de agosto de 1939. Pasada esta fecha, los cines se fueron reabriendo progresivamente pero sólo para exhibir películas previamente revisadas por una comisión del Departamento de Cinematografía del Servicio Nacional de Propaganda del Ministerio del Interior. Se trataba de títulos españoles (sin "manchas" de ideología republicana) y extranjeras, completados por documentales de propaganda del Régimen franquista, donde el héroe habitual, el Caudillo, recordaba a algún personaje escapado de las viejas películas de capa y espada. Durante los pases era obligatorio saludar a la romana cuando los retratos de Franco y José Antonio aparecían ante el público, comenzando el ritual de los himnos de turno bajo pena de detención, amonestación o cachete si se hacía caso omiso.

En su afán de españolización, el Régimen ordenó poner nombres españoles a todos los cines con nombres extranjeros; así, el barcelonés Spring se pasó a llamar Murillo. Continuando con la parodia nacional, en los programas o pasquines publicitarios de las películas se tenía que poner "Año de la Victoria", recordatorio propio de los sistemas totalitarios, de un signo u otro, propensos a las crónicas celebraciones, completadas en ocasiones por ceremonias colectivas donde lo que se homenajeaba era, en el fondo, su propio miedo a la libertad. La españolización se refleja también en estas palabras del Delegado Nacional de Propaganda en funciones, Manuel López Torres: "El cine ha de ponerse al servicio del Estado para cumplir los fines que le son particulares, dentro de las normas y consignas del Movimiento (...) Es necesario incorporar al cine (...) el sentido político del Movimiento de forma que en toda película, cualquiera que sea su argumento, se aliente el espíritu auténticamente español que ha de saber reflejarse en los distintos modos de reaccionar o de conducirse ante los problemas humanos que se planteen".

En el campo de la producción, los estudios Orphea y Lepanto fueron saqueados y su material trasladado en camiones militares a destinos desconocidos. A pesar de los transtornos de la ocupación, se pusieron en marcha nuevas producciones o se pudieron terminar otras ya comenzadas. Es el caso de "Eran tres hermanos", de Francesc Gargallo, o "La linda Beatriz", de Josep M.Castellví, sencillas comedias de 1939. No es de extrañar que el Régimen no obstaculizara la continuidad de la producción: la existencia del cine le servía como estrategia política, y no sólo como instrumento ideológico, sino también como medio evasivo con el que -junto al fútbol y los toros- "distraer" las masas de la vida política o de los problemas de la represión y el hambre de la inmediata postguerra. No obstante, hasta 1942 no se recupera el ritmo de producción del período republicano.

La producción se vio favorecida por la enorme política proteccionista del Gobierno que buscaba autoabastecerse -entre otros muchos productos- de films, a consecuencia del aislamiento internacional del Régimen que le llevó a la autarquía.

A realizadores ya conocidos como Castellví, Fogués, Gaspar, Iquino, Marquina, Puche y Vidal, de la generación de antes de la guerra, se le unen de nuevos: Manuel Blay, Joan Fortuny, Francesc Gibert, Pere Pujades, Ramon Quadreny, Gonzalo Pardo, Fèlix de Pomés, Armand Seville y Alejandro Ulloa. Sus productos son comedias de escaso interés y sin gran éxito pero que contribuyen a la recuperación de la producción en estos tiempos difíciles.

Cierto sector de la burguesía catalana interesada en dedicarse al cine hizo sus primeros films de la postguerra a pesar de no tener permitido intervenir en la vida política y económica desde el final de la guerra. Al contrario de la clase financiera en el poder, que no demostraba interés por el cine, este sector, no directamente vinculado a la Administración, posibilitó una producción continuada, siguiendo modelos cosmopolitas alejados del cine de Cruzada nacional.

El cine hecho en Barcelona en aquella época debe su continuidad especialmente a dos hombres: Pardo Delgrás e Ignacio F.Iquino. El primero consiguió un buen éxito de público con "La tonta del bote" (1940), según una idea de Pilar Millán Astray. Pero fue Iquino quien, con su tenacidad, consiguió una sistematización industrial del cine barcelonés.
Para ello, no dudó en dirigir productos intrascendentes, "comerciales", para el gran público, complementos en los programas dobles de los cines de pueblos y barriadas, hechos con escaso presupuesto y en poco tiempo. Entre los títulos de esta época, hay que destacar "Un enredo de familia" y "El hombre de los muñecos", ambos de 1943. Iquino, con la ayuda de su cuñado Francesc Ariza, un empresario industrial, funda su propia productora, Emisora Films. Ambos pensaban que era posible fundar una especie de CIFESA madrileña en Barcelona. Entre 1943-45, sus films -desiguales pero aceptables- contribuyeron a que todo un conjunto de actores, guionistas y técnicos que más tarde harían escuela, pasara por Emisora Films; es más, la productora generaba trabajo continuado para los estudios Orphea, Diagonal (ex-Lepanto) y Kinefon, y para los laboratorios Cinefoto.

El resurgir de los estudios y laboratorios en Barcelona llegó a interesar a directores madrileños que, ocasionalmente, iban a la ciudad condal para filmar algunos de sus títulos. Es el caso de Campa, Neville, Mihura u Orduña. El primero, Aureliano Campa, fue un madrileño de origen que llegó a rodar en Barcelona -a principios de los años 40- doce películas, casi todas ellas producidas en colaboración con CIFESA, que destinó la producción de sus films de segunda categoría a Barcelona.

La clase media urbana catalana fue el sector más importante de público cinematográfico, el mayor consumidor de cine, tanto del mercado local como estatal. Quizá por ello las compañías norteamericanas ven en Cataluña el mejor sitio con un mercado parecido al europeo y se instalan en Barcelona, a través de unas filiales. A pesar de ello, las productoras catalanas se ven obligadas a sortear trabas y más trabas de la Administración central, como en el caso de los permisos de rodaje y la asignación de recursos; así, sólo reciben el 25% de los premios concedidos por el Estado y menos de una cuarta parte de la protección asignada a la producción nacional. A pesar de las dificultades y de la mediocridad de los films, hay una voluntad de que el cine sobreviva como industria, con un público propio, y no gracias a la Administración. Otro ejemplo de discriminación hacia la industria del cine en Cataluña desde 1939 fue su menor producción: En 1944, frente a las 55 productoras ubicadas en Madrid, en Barcelona sólo existen 18.

Entre 1946-50, a la tradicional comedia sentimental y evasiva se le unen el género pseudohistórico y el folklórico. Con todo, para Cataluña, como comunidad, es un buen momento porque varios cineastas del centro de España se interesan por aspectos suyos, como son su geografía, sus autores, sus temas... Prueba de ellos son los títulos: "Costa Brava" (1946) de Julio Fleischner, "Mariona Rebull" (1947) de José L. Sáenz de Heredia y "El señor Esteve" (1948) de Edgard Neville. También se da un tímido regreso de temas catalanes tratados por cineastas catalanes: "Don Juan de Serrallonga" (1948) de Ricard Gascón o "El tambor del Bruch" (1948) de Iquino. Este último film lo realizó Iquino con su nueva propia productora, IFI Producciones Cinematográficas.

Durante este período hace irrupción una nueva generación de directores: Miquel Iglesias, autor de "Las tinieblas quedaron atrás" (1948) y "La ley del mar" (1950); Francesc Rovira Beleta que filma para CIFESA "Doce horas de vida" (1948) y "39 cartas de amor" (1949); y Julio Salvador, realizador del "thriller" "Apartado de Correos 1001" (1950), cinta de carácter realista y de ágil montaje, a partir de un guión de Julio Coll.

Estela Films es una productora que aparece a finales de 1948 y que se propone -por vez primera, con conciencia política en toda la historia del cine en Cataluña- realizar películas que se ajusten a las realidades e intereses de la comunidad catalana. Pero una serie de presiones políticas y económicas hicieron que parte de los financieros se asustaran y cayeran en el chantaje de ir a Madrid a cambio de ventajas económicas. El proyecto no pasó de unos cuantos cortometrajes y de una cinta de dibujos animados.

En Barcelona se filmaron las primeras películas españolas en color: en 1945, de dibujos animados y, en 1948, con actores, concretamente en Cinefotocolor, procedimiento técnico de invención autóctona a cargo de Aragonès y Pujol. Esta última se trataba de En un rincón de España, de Jerónimo Mihura.

En el terreno de la exhibición y de la producción, en 1948 existen 127 salas de cine en Barcelona y 18 productoras. Los estudios Lepanto dejan de funcionar en 1943 y los Diagonal trabajaron entre 1942 y 1948.