1950-1960


La década de los 50 se abre con la primera protesta pública, la huelga de tranvías en Barcelona. Sin embargo, a pesar del estado de sometimiento del pueblo español, el Régimen consigue el desbloqueo. En 1953 firma el tratado de amistad y cooperación con EE.UU. A ello contribuyó la "guerra fría" que hizo del Régimen un aliado de EE.UU., ambos visceralmente anticomunistas, y de los gobiernos conservadores europeos. Dos años más tarde, España es admitida como miembro de pleno derecho en la ONU.

El cine en la Cataluña de los años 50 se desarrolla en un contexto de gran expansión económica, con un importante -y caótico- crecimiento industrial debido a la nueva política económica y a la situación política internacional. Tal expansión acaeció hasta 1957 debido al aumento de la producción industrial, a consecuencia de una política económica más liberal. La ayuda crediticia de "Mr.Marshall", los EE.UU, contribuyó al éxito del crecimiento.

En Cataluña, este crecimiento industrial ocasionó una enorme demanda laboral traducida en una nueva penetración inmigratoria. En toda esta década 433.429 personas llegan a la província de Barcelona, concretamente a la capital catalana y su cinturón industrial.
Sin embargo, en 1958 llega la crisis económica. La agitación en aumento, instigada desde los movimientos democráticos, no tiene freno. A finales de 1959 comienza la campaña de la "p" (protesta) contra "el mal gobierno, la corrupción y el encarecimiento del coste de la vida". Y con ella otra: la campaña exigiendo la dimisión de Luis de Galinsoga, director de La Vanguardia, quien, molesto por haber oído un sermón en catalán, afirmó que "todos los catalanes son una mierda".

Pero la presión democrática en auge no logra que el cine de la segunda mitad de los 50 realizado en Cataluña -y en el Estado- pueda mostrar en la pantalla tales avances a causa de la represión que aún se cierne sobre todos los sectores de la sociedad.

Durante esta década, sigue destacando la actividad productiva de Iquino, a través de su firma IFI, que proporcionó la continuidad de la industria cinematográfica -y de sus gentes- en Barcelona. Junto al factor productivo, hay que añadir su interés por reintroducir temas catalanes en algunas de las películas e intentar -por vez primera en toda la postguerra- usar la lengua catalana en un film argumental. Dentro de tales propósitos, "El Judas" (1952), de Iquino, supuso un paso importante, frustrado el mismo día del estreno al ser tajantemente prohibido, por la cuestión del idioma.

Nuevos nombres irían ensanchando el panorama cinematográfico catalán de estos años, en su mayoría al servicio de IFI: Enrique Gómez ("Mi hija Verónica", 1951), Rafael J.Salvia ("Concierto mágico", 1952), Xavier Setó ("Bronce y luna", 1952), Miquel Lluch ("La montaña sin ley", 1953), Antonio de Santillán ("El presidio", 1954), Joan Lladó ("Los gamberros", 1954), Joan Fortuny ("Huyendo de sí mismo", 1953), Josep Lluis Pascual ("Elena", 1954), Joan Xiol ("Milagro en la ciudad", 1954), José L.Gamboa ("Perseguidos", 1951), José Luis Pérez de Rozas ("Cuando el valle se cubre de nieve", 1956), José A. de la Loma ("Las manos sucias", 1957), Antonio Isasi ("La huida", 1955) y Alfonso Balcázar ("La encrucijada", 1959).

Algunos directores comenzaban a demostrar nuevas inquietudes estéticas. Es el caso de Julio Coll que destaca por su cinta "Distrito quinto" (1957), adaptación de la obra de Josep M.Espinàs, "Es perillós fer-se esperar". Es la década del "thriller" celtíbero en la pantalla. La intención narrativa del "thriller" de los años 50 era contar una buena intriga criminal. La diferencia de esta cinta de Coll con respecto a títulos anteriores estaba en que los primeros films de la década ponían el centro de interés narrativo en el "policía-chico de la película", mientras que en el film de Coll recae en el delincuente. El mismo autor dirige "Un vaso de whisky" (1958), donde se profundiza en la narración, en el lenguaje cinematográfico y en la interpretación, y donde, por primera vez en el cine español, se insinúa la existencia de un "gigolo" nacional.

Por su parte, otros autores tienden a la preocupación por lo social dentro de una Barcelona mostrada desde una óptica diferente; es el caso de Rovira Beleta en "Hay un camino a la derecha" (1953), film que representa el tímido nacimiento de la introspección psicológica en la cinematografía española.

El "pan y circo" del país, el fútbol (catarsis política nacional), también inspiró a diversos cineastas: al mismo Rovira Beleta ("Once pares de botas", 1954), a Xavier Setó ("Saeta rubia", 1956), dedicada a Alfredo Di Stefano, y a Arturo Ruiz Castillo ("Los ases buscan la paz", 1955), quien narra los avatares del futbolista húngaro Kubala, constantemente hostigado por agentes comunistas para que haga de espía en Barcelona. Mezcla de biografía, espionaje, fútbol y guerra fría, el film encajaba perfectamente con el momento político español ya mencionado de alianza anticomunista con las democracias conservadoras.

Dos debutantes: Josep Maria Forn ("Yo maté", 1955), fundador de Teide Films, y Pere Balañà ("El casco blanco", 1960). Por su parte, Josep M.Argemí crea las Ediciones Cinematográficas Argemí, ECA Films, y dirige para la pantalla "Cristina" (1959), basada en el mito de Pigmalión, y "Gaudí" (1960), biografía del genial arquitecto catalán. Siguen las fundaciones: En 1960 Josep Virós funda Pirene Films S.A. y produce su propia novela, Verde maduro, de 1957, en doble versión, catalana y castellana. Dirigida por Rafael Gil se trata de una tragedia rural en los Pirineos. La cinta no obtuvo permiso para estrenar su versión en catalán... hasta 1968 y tras una larga pugna legal.

A lo largo de esta década, varios cineastas foráneos llegan a Barcelona para rodar en sus estudios. Es el caso de Ruiz Castillo, Forqué, Nieves Conde, Pedro Lazaga, Antonio del Amo, Romero Marchent, etc. La industria cinematográfica de Barcelona produce una quincena de films anuales (casi el 25% del total español). Ello no quita que algún estudio desaparezca, como los Trilla que dejan de funcionar en 1956. También, Barcelona sigue siendo el centro de contratación de la producción extranjera. A nivel de exhibición, Barcelona cuenta, en 1960, con 154 salas. Un gran esfuerzo, pues, para una industria amenazada -como todo- por el centralismo estatalista.

Por contra, la normalización cultural y lingüística es aún una asignatura pendiente ya que se sigue arrastrando la política iniciada en 1939 de limpieza étnica en lo cultural y lingüístico. Es cierto que bajo el franquismo se hicieron películas basadas en obras literarias catalanas. No obstante, ello no quiere decir que hubiera la voluntad de hacer un cine sobre la "identidad" catalana, debido a que el régimen político lo prohibía y porque las necesidades económicas de la industria cinematográfica no lo pedían.

"La herida luminosa" (Tulio Demicheli, 1956), basada en el melodrama religioso homónimo ("La ferida lluminosa") de Josep Maria de Sagarra, es una de los escasas películas donde la literatura catalana está presente; en este caso el drama religioso sintoniza con los sentimientos de la época, estimulados desde el poder. Así y todo, el film tuvo que estrenarse sólo en castellano, ante la negativa de la Administración de permitir una versión en catalán.

La notable expansión económica de 1957 tuvo su eco en la pantalla. "Historias de la Feria" (Francesc Roviera Beleta, 1958) sitúa su historia en la Feria Internacional de Muestras -exponente siempre de las novedades industriales- donde el señor Bosch es la viva personificación del poderoso industrial catalán del momento, a quien el régimen antiobrerista ya le iba bien.

La década de los 50 finaliza con la habitual disociación entre la cruda realidad política y social en el país, y las historias que aparecen en las pantallas, y que "distraen" al público sobre los asuntos públicos.

Se trata de un cine -al igual que el realizado en el resto del Estado- definido en las declaraciones de las Conversaciones de Salamanca (1956) como "políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico".