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El Tao: la fuente y el curso de la Vida

El «Tao»: la esencia, la verdad y el sentido último del mundo.

Las grandes tradiciones sapienciales han hablado de un Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, e Inteligencia rectora del Cosmos. El Cosmos entero era la evidencia de ese Principio único, su manifestación. El mundo mismo es su rostro, su evidencia. Este Principio único fue denominado por el pensamiento griego antiguo Logos. El pensamiento índico lo denominó Brahmán. El pensamiento extremo-oriental, Tao. La sabiduría hermética, a su vez, lo ha designado frecuentemente como el Todo.

Las grandes tradiciones sapienciales y la sabiduría perenne así lo apuntan y actualmente la ciencia más vanguardista con los más recientes descubrimientos sobre las entrañas más íntimas de la Realidad así parece confirmarlo (ver aquí). Existe un principio rector, una «Inteligencia universal única», «Razón» universal, «Logos», «Tao» que a todo abarca, todo lo penetra, todo lo baña, está en todo y todo lo rige. Designa la ley universal, la base del mundo, su orden y armonía. Esa Razón/Logos/Tao existe desde el principio, representa la gran unidad de la Realidad, la Inteligencia que dirige, ordena y da armonía al «devenir» en la Naturaleza y el Cosmos. Está presente en todas las cosas, inteligencia rectora que da orientación, sentido, razón, a todo cuanto existe y es. Representa la base del mundo, las leyes universales que regentan el mundo, la necesidad universal, el destino, la razón universal, la ley del ser. Fuerza creadora, mediadora entre Dios y todo lo creado. Es la inteligencia que ordena, dirige y se encarga de dar la armonía al devenir de los cambios que transcurren a lo largo del tiempo en la misma existencia de todo cuanto es. Todo se ejecuta según ese principio rector, que es eterno, universal y necesario. Sería el que gobierna el universo y al ser humano, el que posibilita la armonía y el orden de todas las cosas en el fluir de esa corriente continua y únca que es la Vida. Cuando un ente se aparta de ese principio rector Razón/Logos/Tao pierde el sentido de su existencia. Cuando el ser humano pierde el sentido de su propia existencia es porque se ha apartado de ese principio rector.

La filosofía perenne es la visión del mundo compartida por los principales maestros y sabios espirituales que en el mundo han sido, que en todo tiempo y lugar han sostenido unas verdades de naturaleza universal que constituyen el legado de su experiencia más honda de la Realidad y que coinciden en las mismas verdades profundas con respecto a la condición humana y la esencia última de esa Realidad. Unas verdades que, aunque difieran en las formas culturales de expresarlas, constituyen un fondo de sabiduría común de la Humanidad. Ese fondo común de sabiduría universal contiene las claves esenciales para dar un mayor sentido a nuestra existencia. Esa sabiduría ancestral viene sosteniendo desde tiempos inmemoriables  que ante la Realidad estamos soñando y que hemos de despertar del sueño profundo en el que estamos instalados. En contra de nuestra creencia habitual esa sabiduría nos advierte que lo que hemos tomado por «Realidad» no es más que un sueño, y no es la forma real del Ser, sino algo ilusorio. Que de la Realidad de cuanto existe sólo percibimos el mundo de las formas externas, de las apariencias, de los fenómenos… y que hemos de trascender esa visión superficial y epidérmica para intentar penetrar y percibir el fondo último, la esencia última de la Realidad, percatarse de aquello que todo lo fundamenta, informa y sostiene, aquello que la sabiduría perenne en diversas culturas ha denominado con distintos nombres: Tao, Logos, Esencia, Razón o Realidad última, Absoluto, Dios…

El campo de energía quántica que penetra todo el universo (Campo A) y que acaba de ser descubierto por la ciencia es la misma realidad que las antiguas tradiciones han designado con distintos nombres: “El espíritu de Dios”, la energía universal, la conciencia cósmica, el Chi, el prana, el plano etérico, etc. Todas las grandes tradiciones sapienciales han hablado de un Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, e Inteligencia rectora del cosmos. La sabiduría perenne ha intentado percibir y percatarse de ese fondo último subyacente a toda la Realidad, la esencia última de esa Realidad, aquello que todo lo informa y sostiene... Ese Principio único fue denominado por el pensamiento griego antiguo «Logos». El pensamiento índico lo denominó «Brahmán». La sabiduría hermética lo ha designado frecuentemente como el «Todo». El pensamiento extremo-oriental, «Tao». Uno de los términos empleados para expresar ese principio subyacente a toda la Realidad es la palabra china «Tao». «Tao» es la noción central del taoísmo, una sabiduría y un modo de vida que surge en China en tomo al siglo VI a. C. y cuyos principales representantes son Lao Tse, autor del lacónico, enigmático y bellísimo Tao Te King, y Chuang Tzu, autor de la obra que lleva su nombre. El taoísmo — quizá una de las manifestaciones más profundas, depuradas y sutiles que haya encontrado la filosofía sapiencial—, surgió en China en una época en que la filosofía perenne emergía con fuerza en todo el mundo entonces conocido. Así, nos encontramos con que, entre los siglos VIII y V a. C. nace en Grecia la filosofía; este período comprende el pensamiento de los presocráticos (Heráclito, Pitágoras, Anaxágoras, etc.) y las figuras de Sócrates y Platón. En China, como hemos señalado, aparece en este periodo el taoísmo y también el confucianismo. En el mundo indico, ésta es la época de las Upanishad — unos textos de gran profundidad que serán la fuente de los principales despliegues del pensamiento de la India—, del Buda y de Mahavira. En el antiguo Irán vive entonces Zarathustra y, en Palestina, es el tiempo de los profetas. Este período histórico fue denominado por el filósofo Karl Jaspers «época axial»: la época-eje del pensamiento de la humanidad.

«Tao» es una noción intraducible, aunque habitualmente se haga equivaler a Naturaleza, Camino, Vía o Sentido. «Tao», un término que nos permite una comprensión diferente de la realidad... El «Tao» es el Camino o Vía por el que procede el universo; la Naturaleza íntima de todo lo que es; el Sentido, la Fuente y el Curso de la Vida. «Tao» es la esencia primordial o al aspecto fundamental de la Realidad, del universo y el ser humano; es el orden natural de la existencia. Es la unidad absoluta de donde emana el incesante flujo que da origen a todas las cosas y procesos del universo. La constante que abarca todos los aspectos de la realidad. Hay un flujo en el universo que se llama Tao. El Tao fluye lentamente, pero nunca para, manteniendo las cosas del universo en orden y equilibrio. El «Tao» es la ley de todo. Es el principio cosmogónico y ontológico de todas las cosas. Así, para los taoístas el Tao constituye la fuente, el patrón y la sustancia de todo lo existente. El Tao todo lo penetra. El Tao representa una guía para la vida correcta y virtuosa. La sabiduría perenne no sostiene que el Tao sea algo que está oculto «detrás» del mundo del devenir, como si el Tao y el mundo fueran dos realidades diferentes. Afirma, por el contrario, que el cosmos es sólo la manifestación exterior y cambiante del Tao, su rostro visible, su apariencia. El mundo no es una realidad sustancial. Hay una única realidad esencial que sostiene al mundo: el Tao. Todo es expresión del Tao, de la Inteligencia global. Esa Inteligencia única (Tao) es el entramado mismo de las cosas. El Tao, el Logos, no es una energía o fuerza ciega, es Vida y es Inteligencia. Es Logos o Razón, afirmaba la Grecia antigua. Es Mente viviente, sostiene la enseñanza hermética. Es Conciencia, nos dice el pensamiento de la India. Hay una única Inteligencia —nos enseña la sabiduría—, de la cual nuestra inteligencia particular es expresión. Tanto el mundo natural como el mundo humano son manifestación del Tao. Nada hay inconsciente o muerto. Todo está vivo; todo es inteligente.

Todos somos uno. Todos estamos interconectados. Todos somos interdependientes. Estamos unidos por ese fondo común que todo lo penetra. La Realidad no simplemente está constituida por lo que aparece a primera vista. Existen otras dimensiones de la misma. Existen realidades fácilmente perceptibles por nuestros sentidos y otras que se nos presentan ocultas, que permanecen escondidas a una mirada superficial… Sin embargo, la misma ciencia va demostrando que la realidad invisible es inmensamente más grande que la que nuestros sentidos son capaces de captar. Más allá de las «formas» que percibimos, hay otra cara de la «Realidad», que permanece oculta a los sentidos y a nuestra mente. Existen otros niveles de la realidad más allá de las «formas» fenoménicas y de las «apariencias», dimensiones que trascienden esas formas pero que las fundamentan y sostienen. Explícitamente, en el nivel de la realidad accesible a nuestra mente ordinaria, cada cosa, cada fenómeno, cada acontecimiento, cada uno de nosotros, somos singulares, diferentes. Sin embargo, implícitamente, en nuestra esencia, compartimos un fondo común, estamos unidos, somos interdependientes, constituimos parte del todo, somos uno. Somos uno con el cosmos, con todo lo que existe, tengamos consciencia o no de ello. Despertar a la auténtica dimensión de lo real implica percibir que el yo y las cosas no están separados entre sí, sino que forman parte de un todo... En el reconocimiento de esta Unidad, integración e interdependencia que late entre las cosas radica el comienzo de la sabiduría, de la verdadera vida y la puerta a la plenitud. Descubrir, pues, que somos uno con la totalidad de la Vida, es sabernos básicamente plenos, «totales».

Se trataría, pues, de tomar conciencia sobre cuál es nuestra relación con la totalidad de cuanto existe, de que cada uno de nosotros formamos parte de esa esencia común o Realidad última en la que todo y todos estamos interrelacionados.

Antes que el cielo y la tierra, existía ya algo completo en sí mismo, quieto y profundo.
Solitario, inmutable, autosuficiente e inagotable.
Se le podría llamar la Madre misteriosa.
No se conoce su nombre.
Yo lo describo como el Tao.
(Lao Tse, Tao Te King, XXV)

El Tao es aquello de lo que uno no puede desviarse;
aquello de lo que uno puede desviarse no es el Tao.
(Chung Jung)

El Tao: principio único, sustancial, inmutable, permanente de la Realidad

Existen nociones como «energía» «tiempo» que los mismos científicos dan por supuestas, aunque en realidad son casi indemostrables. No hemos percibido la energía, pero sí sus expresiones (la luz, el calor, el movimiento...); no han percibido el tiempo, pero están continuamente atestiguando sus efectos.

Análogamente, todas las grandes tradiciones sapienciales han hablado de un Principio único, esencia y sustento último de cuanto es, e Inteligencia rectora del cosmos. No lo veían. Era invisible, inefable. Pero a la vez, si lo veían: el cosmos entero, el mundo en toda su gradación — desde las realidades más groseras hasta las más sutiles — era la evidencia de ese Principio único, su manifestación. El mundo mismo es su rostro, su evidencia. Este Principio único fue denominado por el pensamiento griego antiguo Logos. El pensamiento índico lo denominó Brahmán. El pensamiento extremo-oriental, Tao. La sabiduría hermética, a su vez, lo ha designado frecuentemente como el Todo. Esta última tradición nos dice:

Bajo y tras del universo de tiempo, espacio y cambio, ha de encontrarse siempre la realidad sustancial, la verdad fundamental. (El Kybalion)

Las realidades materiales, los organismos vivos, nuestros estados mentales..., todo aquello que constituye lo que denominamos «mundo», está en permanente cambio. Nuestra vida anímica es un perpetuo flujo de pensamientos, emociones, impulsos y estados. Nuestro cuerpo es un proceso de mutación constante, en continua interacción con el entorno. Todo nace y muere, asciende y declina, se organiza y se desintegra. Unas cosas surgen de otras y en otras se resuelven. Cuando las cosas parecen durar y permanecer, dicha permanencia es sólo el equilibrio logrado en virtud de una constante y aceleradísima mutación. En el cosmos nada es, todo deviene, todo está siempre dejando de ser o llegando a ser. La única constante de este grandioso espectáculo que llamamos universo es la impermanencia, el cambio, la fugacidad.

Las manifestaciones que constituyen este mundo mudable han de ser la expresión externa o la apariencia de algo que no deviene, sino que es, de una realidad sustancial y permanente, es decir, que es en sí y por sí, autosuficiente y completa en sí misma. El mundo fenoménico no es, deviene. El Tao es. Lo que deviene (el mundo fenoménico) tiene su razón de ser en lo que es (el Tao) y, a su vez, el Tao tiene en sí mismo la razón de su existencia.

El Tao visible o el rostro del Tao / La realidad, expresión visible del Tao

La sabiduría perenne no sostiene que el Tao sea algo que está oculto «detrás» del mundo del devenir(1), como si el Tao y el mundo fueran dos realidades diferentes. Afirma, por el contrario, que el cosmos es sólo la manifestación exterior y cambiante del Tao, su rostro visible, su apariencia. El mundo no es una realidad sustancial. Hay una única realidad: el Tao.

Tao, Via, camino, Flujo, Sentido Un ejemplo puede sernos útil en este punto: Conocemos a una persona siempre en y a través de su apariencia. Al conocerla, de hecho, no percibimos directamente a la persona en sí; percibimos un cierto color de piel, ciertos rasgos, ciertos gestos, cierto tono de voz... Todo esto no equivale a la persona: no la agota ni la compendia. Ahora bien, sería ridículo decir que, a partir de esta apariencia que percibimos, «deducimos» la realidad de la persona; como sería ridículo decir que aquello con lo que nos relacionamos y charlamos es un conjunto de rasgos y gestos. Obviamente, nos relacionamos con la persona en cuestión, pues la apariencia es siempre el aparecer de algo; en este caso, es la evidencia de la persona. La persona es más originaria que su apariencia, si bien no existe como algo separado de ella.

Análogamente, el mundo no es una realidad de la que se deduzca otra distinta a la que denominamos «Tao». El mundo es el rostro o la apariencia del Tao. El Tao es evidente: no es un principio teórico, una hipótesis especulativa, ni el resultado de ninguna deducción. La evidencia del Tao es su expresión: el mundo.

El Tao es permanente, aunque no es estático o extraño al devenir. Siguiendo con nuestro ejemplo, la persona permanece a través de los cambios que experimenta su apariencia, pero no es ajena a esas modificaciones; no se agota, se desparrama o se diluye con ellas. Es algo así como la fuente y el sentido de dichos movimientos, el horizonte desde el que éstos adquieren sentido, expresividad y unidad.

El Tao, movimiento de la existencia misma.

Análogamente, el Tao no es algo separado del movimiento de la existencia. Es el horizonte invisible que otorga coherencia y sentido al devenir y que, no apareciendo, posibilita que lo que aparece, el mundo manifiesto, tenga unidad, hondura y expresividad.

El Tao, lejos de ser extraño al devenir, es su fuente y su curso, el ritmo y el proceso mismo de la vida. Es la melodía que hilvana la sinfonía cósmica (cuando asumimos la impermanencia y movilidad de toda cosa, condición y situación; que todo lo que asciende, desciende, y que todo lo que tiene un comienzo, tarde o temprano, se desvanece y alcanza su fin).

Comprende la naturaleza del Tao el que respeta su ritmo y participa de su danza, no el que se aferra a sí mismo, a ciertos seres, cosas, estados o instantes, y los cristaliza, impidiendo su libre desenvolvimiento.

Ésta ha sido la intuición del Principio único que han compartido las distintas tradiciones de sabiduría. El “Ser” es aquello que es, es permanente, es “en sí” y “por sí”. El mundo fenoménico y cambiante ha de ser distinto del “Ser”. La sabiduría nos dice que el devenir y la apariencia son la manifestación y evidencia de ese Principio único: son su rostro.

El «sentido común» y el razonamiento lógico siempre operan con categorías contrarias y mutuamente excluyentes, siempre operan con dualidades: o esto, o lo otro. La filosofía especulativa ha confundido esta dualidad lógica, relativa a los conceptos, con una dualidad real; ha confundido lo que es verdad en el plano abstracto de la lógica con lo que es evidente para la mirada directa, previa a toda conceptualización y abstracción. Ha olvidado, con demasiada frecuencia, lo más evidente y directo: la íntima unidad de ser y devenir, de forma visible y esencia invisible, de apariencia y realidad. La sabiduría practica siempre una mirada directa y simple a la realidad. La sabiduría no especula, sólo mira la realidad con detenimiento y con profundidad.

Cuando el mundo ya no es el rostro del Tao sino su velo

La palabra «apariencia» tiene dos significados para nosotros: a) la apariencia entendida como lo directamente perceptible en algo; b) la apariencia entendida como «aparentar», como lo ilusorio o lo que incita al engaño. Para la sabiduría, el mundo es la apariencia (lo que se percibe, el aspecto que percibimos) del Tao.

Ahora bien, también la filosofía perenne ha aludido a la capacidad que tiene la realidad fenoménica —cuando no es percibida adecuadamente— para ser fuente de ilusión, para cautivar y absorber nuestra mente y nuestros sentidos, haciéndonos olvidar que la «apariencia» es únicamente eso, apariencia: la expresión de algo que está más allá de ella misma. Cuando así sucede, cuando el mundo pierde ante nuestros ojos su transparencia y su profundidad y otorgamos carácter autónomo y absoluto a lo que sólo son «gestos y rasgos» del Principio único, las cosas dejan de ser la evidencia del Tao y pasan a ser su velo: la sede de la ilusión. La realidad fenoménica es apariencia ilusoria siempre que se olvida que el mundo es real sólo en virtud de la Realidad única que lo constituye, sostiene y posibilita.

Según la filosofía perenne, es nuestro deseo de aferramiento a las cosas y a nosotros mismos, lo que nos hace víctimas de este olvido. Un deseo de aferramiento que, a su vez, se origina en nuestra ignorancia. Pues no es posible asir lo que sólo es apariencia cambiante, lo que en sí mismo carece de sustancia propia y de permanencia. En nuestra ignorancia, creemos que sí es posible; para ello, fijamos y cosificamos esa apariencia en nuestra mente revistiéndola de aparente autonomía y consistencia. Puesto que el Tao es evasivo para nuestros modos ordinarios de percepción, lo confundimos con lo que sí podemos ver y percibir, y buscamos equívocamente «corriendo tras las apariencias» la plenitud que sólo su Principio y su Raíz nos podría proporcionar. Pero, paradójicamente, al querer aferrar las cosas de este modo las perdemos, pues era el Tao invisible el que les otorgaba realidad y expresividad, y era a través del cambio como encauzaban su sentido y su belleza.

Para que el mundo sea ante nuestros ojos la evidencia de la Realidad, y no su velo, es preciso advertir que las «cosas» que componen el mundo manifiesto son sólo «colorido y aspecto exterior», y no realidad interior; son la manifestación de «algo», y no el «algo» que ahí se manifiesta; son rostro, y no quien en dicho rostro se revela; son superficie o apariencia, y no sustancia o esencia.

El lenguaje y el pensamiento conceptual no nos proporcionan un conocimiento de las cosas en su intimidad. Nos permiten describirlo, catalogarlo, dividirlo, organizarlo, dominarlo y manejarlo. Nos ayudan a desenvolvernos en el ámbito de la apariencia. Pero no nos dan a conocer la naturaleza esencial del mundo ni de ninguna de las cosas del mundo. La filosofía sapiencial no dice que haya que desdeñar el mundo fenoménico para acceder a la Realidad que supuestamente se oculta «detrás» de él. Afirma, por el contrario, que la apariencia es la evidencia de la Realidad; cuando no dotamos a los conceptos y a las palabras, a las convenciones abstractas del pensamiento, de sustancia propia. Conocemos a una persona a través de su apariencia. Pero una persona no es un tono de piel, cierta fisonomía, cierto tono de voz... ni la suma de todo ello. El secreto, el sentido y la verdad de unos gestos y rasgos no podemos encontrarlos en los mismos gestos y rasgos, sino en la persona que los anima y a través de ellos se expresa. Del mismo modo, el secreto o la realidad íntima del mundo visible o manifiesto no radica en el mundo mismo sino en el Tao. La esencia, la verdad y el sentido del mundo es el Tao.

Fuente: M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada

(1) Devenir: la sucesión de acontecimientos de manera continuada que son los que determinan la evolución del ser humano y del mundo en el que vive. La filosofía entiende el devenir como un proceso de cambio que, en ocasiones, se opone a ser. De acuerdo a esta concepción, la realidad nunca es fija o estática, sino que se trata de algo dinámico. Lo que es ahora pronto dejará de serlo y pasará a ser otra cosa. El presente siempre es efímero y el devenir no es más que un proceso de ser. Por eso suelen oponerse las ideas de ser (fijo) y devenir (cambio).




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Sección: INTERIORITAT, ESPIRITUALITATS, SAVIESA


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