Article publicat a “La Vanguardia” el 23/05/2002

Bloom dicta su canon catalán


Harold Bloom, uno de los críticos literarios más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, recibió ayer el XIV Premi Internacional Catalunya, dotado con 80.000 euros, de manos del presidente de la Generalitat durante una solemne sesión celebrada en el salón de Sant Jordi. El ensayista norteamericano, que ha sido galardonado por su labor promotora de la literatura -y en especial por su orientador libro "El canon occidental"-, pronunció ayer un discurso en el que hizo una breve semblanza de cinco escritores de las letras catalanas por los que afirma sen-tir un aprecio especial: Ramon Llull, Salvador Espriu, J.V. Foix, Mercè Rodoreda y Joan Perucho (presente en el acto). Previamente, el crítico definió en tono irónico y escéptico los futuros modelos de la narrativa y apostó por la recuperación de lo sublime, de la imaginación y del genio individual del escritor como antídoto a la paradoja que ocasiona la era de la información, en que todoel mundo tiene acceso al conocimiento pero nadie a la sabiduría. Harold Bloom plantea la posibilidad de que se esté volviendo a una nueva novela de caballerías, como en época de Cervantes, en que todo el mundo sabe de todo y nadie es sabio en nada. Al cerrar el acto, el president Jordi Pujol agradeció a Harold Bloom su dedicación a la cultura catalana.

Con Harold Bloom en Barcelona

Antes, al pensar en Falstaff, la primera imagen que a cualquiera le venía a la cabeza era la de Orson Welles en Campanadas a medianoche. Desde que hace unos meses, en una entrevista a este periódico a propósito de su Shakespeare, la invención de lo humano, Harold Bloom comentó entusiasmado que por fin había logrado subirse a un escenario e interpretar al portentoso bufón shakespeariano, cada vez que se piensa en el personaje se lo imagina uno con la cara del gran crítico norteamericano.
Orondo, de rostro melancólico pero actitud jovial, profundamente humano, afable, juguetón, agudo, amante de la literatura y los placeres, Bloom es ese Falstaff que dice "no sólo soy ingenioso, sino la causa de que haya ingenio en los demás". Viste con ese aire campechano que sólo los norteamericanos cultivados saben llevar con dignidad: corbata desanudada, camisa desabrochada y unos tirantes con los colores del Barça que se compró en Oporto y que se ha puesto aquí por pura casualidad.
Lo recogemos en el Pati dels Tarongers de la Generalitat y junto con su esposa nos vamos a dar una vuelta en coche para enseñarles cómo ha cambiado la ciudad desde que estuvieron por primera y única vez en 1959, hace ya cerca de medio siglo. A la pregunta de qué le está pareciendo la Barcelona actual, responde Bloom con ironía: "Bueno, hasta ahora sólo he visto periodistas". Pero él y su mujer han hecho ya alguna escapada para ver edificios de Gaudí y comentan lo escandalizados que están con los añadidos de la Sagrada Família, que es lo que más vivamente recordaban de su anterior visita. "No es que esté en contra de que se acabe la catedral, pero los añadidos resultan tremendamente pesados en comparación con el carácter etéreo de lo construido por Gaudí", asegura Bloom.
Recorremos el puerto, la Vila Olímpica y el puerto olímpico, pero Bloom está desfallecido y pide comer con urgencia. Por momentos parece que pueda caerse en redondo por falta de alimento, así que recalamos en un restaurante frente al mar y, después de ingerir con avidez su primer plato, el crítico resucita y empieza a rememorar su viaje por España en 1959.
Bloom y su esposa llegaron a Madrid procedente de París y durante el trayecto en tren se encontraron con la primera sorpresa. Viajaban en segunda clase y de camino al vagón restaurante descubrieron al pasar por los compartimentos de primera que allí sólo viajaban "fascistas, eclesiásticos y militares con pistolas en la cintura". De Madrid les dejó perplejos la miseria y la cantidad de soldados y policías con ametralladora. Barcelona, en cambio, les pareció "más europea, aunque también se veía a la gente muy infeliz". Ahora están admirados: "La ciudad está irreconocible, es mucho más próspera y vital".Bloom pasa entonces a hablar de los escritores españoles que ama: Cervantes, Fernando de Rojas, Góngora y Unamuno, del que cita de memoria un fragmento; y asegura que también conoce la obra de autores vivos como Mendoza y Marías. De la literatura catalana destaca "La plaça del Diamant" de Rodoreda, "un libro muy conmovedor", además de "un gran retrato de Barcelona". Y está muy ilusionado con el inminente viaje a Mallorca en busca de las huellas de Llull.
Sabio a la antigua usanza, de los que ya no quedan, enciclopédico, perspicaz y apasionado, Bloom se interesa por todo y bombardea a preguntas a sus interlocutores: "¿Qué escritores españoles actuales me recomiendan? ¿qué escritores catalanes? ¿qué porcentaje de la población habla catalán?..." Al llegar a los postres se abstiene, y cuando aparece una tarta tibia de chocolate, Bloom -¿o es Fal-staff quien habla?- exclama: "¡Quién fuera joven y delgado!"
A la pregunta de si hay algo en particular que como norteamericanos les sorprenda de España, Bloom y su esposa responden casi al unísono: "¡Bueno, es que no somos exactamente americanos, somos neoyorquinos, y esa ciudad tiene poco que ver con el resto de Estados Unidos". Ahora viven en New Heaven y bajan de vez en cuando a Nueva York. Comentan cómo se ha ido recuperando la vida urbana tras el 11-S, pero la mueca de ambos denota que la herida sigue abierta.
La pareja vuelve a recordar su primer viaje a Barcelona. Mirándola con aire melancólico, él comenta: "Éramos tan diferentes entonces". Y añade: "Parece que fue hace cien años". Y ella le responde: "Es que lo fue". Pero pese a la edad, el cansancio y el "jet lag", Bloom respira vitalidad. Se despide con un abrazo de oso, reposa su cabeza sobre mi hombro y me dice: "Siento no haberle podido contar más cosas. Pero no se preocupe. Échele imaginación, invénteselo todo". Para tranquilidad del lector, diré que por una vez no he seguido el consejo del maestro y que cuanto aquí se explica es fiel testimonio de un paseo por Barcelona con Harold Bloom.
"El yiddish fue destruido por Hitler en la misma época en que Franco intentaba destruir el catalán"
"En Rodoreda, como en el muy diferente Perucho, hay otra forma de insinuar el dilema posmodernista de la novela"

Bloom compara a Espriu con Paul Celan

(...) El término "narrativa", tal como lo empleamos hoy, tiende a ser equívoco, puesto que por él entendemos la novela occidental, desde Henry Fielding y Laurence Sterne hasta Marcel Proust y el primer Samuel Beckett. Esa forma, aunque no ha muerto, está moribunda; se ahogará en la oceánica Internet. Y, sin embargo, Homero, que sigue siendo uno de los mayores narradores de historias, junto con el yahvista o escritor J, halla su arte en no contar todo lo que ha oído. Ahí, en la transición entre la memoria oral y la escritura, se apodera de nosotros con la autoridad de unas historias sólo parcialmente contadas. (...)
¿Dónde cabrá encontrar la sabiduría? En las narraciones elípticas del futuro, que se parecerán más a Lewis Carroll que a Flaubert y Joyce, espero ver el consejo indirecto y sabio que sólo puede proporcionar la literatura imaginativa. (...) La búsqueda de lo sublime siempre exigirá en el lector el abandono de placeres más fáciles por otros más difíciles. Creo que el futuro pertenece en parte a una especie de literatura elíptica de la sabiduría, quizás con un regreso a Lewis Carroll y los visionarios afines de un mundo a través del espejo. Al mirar un espejo, no se observa la realidad virtual. Lo que se ve es nuestra realidad, pero con muchas cosas que faltan. La sabiduría determinará cuánto debe omitirse en esos caros y elitistas torsos que constituirán nuestras mejores narraciones en el futuro próximo.
(...) Salvador Espriu (1913-1985), un poeta destacado desde cualquier perspectiva internacional, fascina al crítico judío debido a las profundas analogías que abrió entre las experiencias catalana y judía. La pell de brau hace referencia a la forma de España, pero ésta que aparece en la obra como Sefarad, el nombre hebreo utilizado por poetas tan importantes como Samuel Ha-Nagid y Jehuda Ha-Levi. He aquí una misteriosa visión de Dios en Espriu. "No convé que diguem el nom / del qui ens pensa enllà de la nostra por. / Si topem a les palpentes / amb aquest estrany cec / i ens sentim mirats / pel blanc esguard del cec, /on sinó en el buit i en el no-res /fonamentarem la nostra vida?" ¿Quién sino Dios, innombrable por los judíos, podría pensar los catalanes más allá de su justificado miedo durante el obsceno dominio de Franco? No sé cuáles eran los conocimientos de Espriu sobre la cábala, pero el En Sof o Dios de la Cábala es llamado "ayin" o nada. Hay una angustia memorable en la imagen de Espriu del Dios hebreo como un extraño ciego. Al buscar los cimientos de la existencia catalana en el vacío cabalístico de la nada, Espriu nos devuelve a la cábala catalanoprovenzal del rabino Isaac el Ciego, recreador de Dios como En Sof y reinventor de las diez "sefirot", los atributos y potencias divinos. Aunque no recuerdo que Celan estuviera familiarizado con Espriu, me parece que hay entre ellos una auténtica afinidad. Compartían un Dios que era nada y nadie, así como una sensación mutua de que las tradiciones de sus pueblos estaban amenazadas, ya fuera por el fascismo español o por el nazismo germanorrumano. Espriu tiene para mí un atractivo personal, pero aprecio profundamente la eminencia de Foix, quien renovó la relación de la literatura catalana con sus raíces renacentistas, como aquí, en la maravillosa ironía de su "Em plau, d'atzar": "L'antic museu, les madones borroses, / i el pintar extrem d'avui! Càndid rampell: / m'exalta el nou i m'enamora el vell".
(...) "Les històries naturals" de Mercè Rodoreda, ambientada en la década de 1830, la época de las guerras carlistas, sigue siendo, pasados más de cuarenta años, una de las narraciones del futuro. Es una narración sublimemente extravagante que combina un relato de vampiros, la historia y una ironía que parece muy catalana. Concluye con un hilarante índice de nombres propios y sugiere en sí misma una forma elíptica para las narraciones del futuro.
La plaça del Diamant de Rodoreda infunde un "pathos" infinitamente delicado en la sensibilidad de su protagonista, Natàlia. Su angustia, que no consigue expresar, es experimentada con la mayor de las profundidades por el lector lacerado. Hay en La plaça del Diamant un auténtico regreso al Dostoievsky de "Memorias del subsuelo". Ahí, como en el muy diferente Perucho, hay otra forma de insinuar el dilema posmodernista de la novela.
Concluyo con el gran maestro catalán del arte de la memoria, Ramon Llull. El gran estudioso israelí de la cábala Moshe Idel, principal sucesor de Gershom Scholem, ha rastreado la influencia en Llull del rabino y cabalista Ezra de Gerona. Las "sefirot" cabalísticas catalanas contribuyeron a estimular las "dignidades" lulianas, los atributos de la naturaleza divina. En la cábala catalana, la primera "sefirá", Keter o la corona, es también la causa última de todo ser. Para el rabino y gran sabio catalán Moses Ben Nahman (Nahmánides), Keter era una entidad increada, la causa de las otras "sefirot" o dignidades, según el término de Llull. Idel demuestra que los cabalistas gerundenses transmitieron a Llull la doctrina secreta de Nahmánides de la "kavod" o gloria, en tanto que nombre alternativo de Keter. (...) La literatura judía se ha escrito en una diversidad de lenguas; entre ellas, el yiddish, que hablé en mi juventud. Sin embargo, el yiddish fue destruido por Hitler en la misma época en que Franco intentaba destruir el catalán. La literatura hebrea, que renació en Iberia, florece hoy en Jerusalén. La perspicacia de Espriu fue profunda: la lucha catalana por mantener su lengua y su cultura literaria cuenta con una clara analogía en el esfuerzo judío por el mantenimiento de su identidad lingüística y literaria. Esta analogía me proporciona un gran consuelo; y espero, en los años que me quedan, poder asimilar adecuadamente la lengua y la cultura catalanas.

 

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