El llibre del professor Ignacio Izuzquiza, Filosofía del presente. Una teoría de nuestro tiempo, presenta, amb un gran esforç de síntesi, conceptes bàsics i instruments de reflexió que ens apropen a la comprensió de rellevants trets del nostre món. És un assaig que convida a la reflexió filosòfica sobre temes tan variats i vigents com ara el poder dels mitjans de comunicació, la incidència de la tecnologia en la nostra vida, el canvi de visió de la natura que ha implicat la física quàntica, o els efectes de la revolució en biologia genètica.

Primerament, l'autor ens indica alguns dels esdeveniments del passat i algunes actituds que han incidit en el paisatge del present. Analitza, també, els tres poders dominants: la indústria, la tecnologia i l'economia. Una constant en l'assaig és la constatació de la complexitat de nostre present; un món interconnectat, amb incerteses i riscos, obsessionat per la pressa, en el que la imatge té un pes quasi absolut. Destaquem, per la poca freqüència en llibres de filosofia, la referència a la revolució quàntica, a la teoria de la relativitat i a la revolució digital.

Dels molts fragments que podríem oferim, seleccionem un primer sobre l'avorrida uniformitat del nostre present; un segon sobre la tecnologia i la dependència que crea; un tercer sobre la revolució digital.



 



 
     

      «Las últimas décadas del siglo XX han impuesto una creciente uniformidad en los modos de vida, en las costumbres sociales, en el funcionamiento de las instituciones. Esta uniformidad, que tiene grados, parece ser una referencia constante a comienzos del siglo XXI. En todas las ciudades se vive de un modo parecido, las marcas son las mismas en todos los lugares, se visten ropas semejantes, hay bebidas universales y en todas las publicaciones se encuentran los mismos anuncios. Es una consecuencia de que el mundo se ha hecho más pequeño, de que las distancias se han contraído: un triunfo de la llamada globalización, hoy posible gracias a las telecomunicaciones y a la revolución digital.

  Esta uniformidad se encuentra impulsada por la convergencia de la economía, la industria y la tecnología hacia objetivos comunes. Es decir, que la globalización impone un espacio de creciente uniformidad. En él todo parece repetido. Esta monotonía universal, que llega a ser agobiante, hace que se repitan las mismas tendencias, marcas, modas, tiendas, comportamientos y objetivos en todas partes.»


      «El avance tecnológico tiene una inmediata incidencia en la experiencia cotidiana y transforma muchos de los rasgos de la vida ordinaria. Basta pensar lo que supone el invento de la lavadora o de la plancha para imaginar el cambio en los trabajos del hogar. El uso del frigorífico ha modificado pautas de alimentación y los hábitos de la compra diaria. Y la adopción progresiva del ordenador ha modificado operaciones cotidianas y transforma los criterios de organización hasta límites insospechados.

  Pero el progresivo empleo de la tecnología introduce también un factor de dependencia. Cuando se utiliza un aparato que cumple sus funciones de modo eficaz, se pasa a depender de él. Nunca los seres humanos han sido tan dependientes de la tecnología como lo son hoy día. Basta pensar el trastorno que supone la rotura de la lavadora o la ausencia del televisor en las veladas familiares; y no digamos nada de las consecuencias que puede tener un fallo en el sistema informático para el funcionamiento de una empresa u organización importantes.

  Tal dependencia es cada vez más refinada y se hace mayor cuanto más sofisticado sea el aparato que se utiliza. Se trata de una esclavitud de nuevo tono, que tiene consecuencias fundamentales y que se convierte en un rasgo importante de nuestra sociedad. Y es una dependencia que aumenta a la misma velocidad a la que aumenta la creatividad tecnológica. Hoy día somos, entre otras cosas, los aparatos que utilizamos.»


      «En el universo digital convergen sueños y aspiraciones muy antiguos de la humanidad. Por un lado, la posibilidad de encontrar un lenguaje formal de carácter universal, al que pueda ser traducido todo contenido. Junto a ello, la posibilidad de realizar grandes cálculos y de aumentar la capacidad de calcular hasta niveles insospechados.

  Pero, sobre todo, el deseo de imitar el comportamiento del cerebro humano y de los mecanismos de la mente. Es decir, el deseo de simular (y de dominar mediante esa simulación) lo que es el rasgo más característico de la especie humana: su capacidad de razonamiento abstracto. Algo que se alcanza al simular el modo de funcionamiento del cerebro. Por ello no es extraño que en el núcleo de la revolución informática se encuentre presente el estudio del cerebro y el nuevo espacio de análisis abierto por las actuales neurociencias. Y tras estos sueños, todos ellos antiguos, muchos otros: el diseño de máquinas inteligentes, el deseo de dominar la realidad y el impulso para lograr una unidad entre el ser humano y la máquina que debería redundar en una mayor potencia de las posibilidades del ser humano.»

IZUZQUIZA, Ignacio. Filosofía del presente. Una teoría de nuestro tiempo. Madrid: Alianza Ensayo, 2003. Pàgs, 92, 115-6, 220