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«La humanidad entera no es está sino de casos
particulares, la vida es creadora de diferencias y ninguna «reproducción»
da nunca copias exactas. Todo el mundo, sin excepciones, posee una identidad
compuesta. [...]
Es justamente eso lo que caracteriza la identidad de cada cual: que es
compleja, única, insustituible, imposible de confundirse con ninguna otra.
Si insisto tanto es por culpa de esta costumbre aún tan extendido y a
mi entender muy pernicioso, y que hace que nos limitemos a decir, para
afirmar nuestra identidad, «soy árabe», «soy francés», «soy negro», «soy
serbio», «soy musulmán», «soy judío»; quién muestra, como lo he hecho
yo, sus múltiples pertenencias, inmediatamente es acusado de querer «disolver»
su identidad en un cuadro informe en que se borran todos los colores.
[…]
Para medir lo que es verdaderamente innato entre los elementos de la identidad,
sólo es preciso hacer un ejercicio mental eminentemente revelador: imaginar
un recién nacido que al nacer fuera alejado de su medio y situado en otro
entorno; comparar entonces las diferentes «identidades» que podría adquirir,
los combates que tendría que librar y los que le serían ahorrados... Esta
persona, no es preciso decirlo, no tendría ningún recuerdo de «su» religión
de origen, ni de «su» nación ni de «su» lengua, y podría verse luchando
encarnizadamente contra quienes habrían tenido que ser los suyos.
Es innegable que lo que determina la pertenencia de una persona a un grupo
dado es esencialmente la influencia del otro; la influencia de quienes
tiene cerca —padres, compatriotas, correligionarios—, los cuales intentan
hacérselo suyo, y la influencia de quienes tiene enfrente, los
cuales ponen empeño para excluirlo. Cada uno de nosotros ha de abrirse
paso entre los caminos en los que es empujado y los que le son prohibidos
o llenos de trampas bajo los pies; nadie no es de golpe sí mismo, nadie
no se limita a «tomar conciencia» de lo que es, sino que deviene lo que
es; no se limita a «tomar conciencia» de su identidad, sino que la adquiere
despacio.
El aprendizaje comienza muy pronto, desde muy pequeños. Cada uno es modelado,
voluntariamente o no, por los suyos, los cuales le forman, le inculcan
creencias familiares, ritos, actitudes, convenciones, la lengua materna,
está claro, y también terrores, aspiraciones, prejuicios, enconos, así
como diferentes sentimientos de pertenencia y de no pertenencia.»
MAALOUF, Amin. Las identidades que matan. Para una mundialización
que respete la diversidad. Barcelona: Ediciones La Campana,
1999. (págs. 30-31, 34-35)
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