Ni de letras, ni de ciencias


  

Título y subtítulo del libro de Edgar Morin, La mente bien ordenada. Para organizar los conocimientos y aprender en vivir, expresan bien el centro de su contenido. ¿Qué es preciso para tener el "mente clara" o la "cabeza bien hecha"? No tener una cabeza llena de conocimientos, sino una cabeza que disponga de una aptitud general para plantearse y tratar problemas, una cabeza que disponga de principios de organización que permitan reunir los saberes y darles sentido.

De los muchos retos que se tienen que afrontar, como el de la excesiva parcelación de las disciplinas, el fundamental es el de la reforma del pensamiento, reforma que tiene que ver con nuestra capacidad de organizar el conocimiento. Es preciso sustituir un pensamiento que aísla y separa por un pensamiento que distingue y conecta; es preciso sustituir un pensamiento disyuntivo y reduccionista por un pensamiento de la complejidad, en el sentido originario de la palabra 'complexus': aquello que se ha tejido conjuntamente.

Todo el libro es una muestra de la conveniencia y de las ventajas que comporta un pensamiento de la complejidad: nos lleva a una más completa visión de la condición humana, nos ayuda saber vivir mejor, nos prepara para hacer frente a las incertidumbres, nos capacita para captar las implicaciones de los acontecimientos.



 
   

     «Actualmente la cultura no sólo está cortada en piezas sueltas, sino también dividida en dos bloques. La gran disyunción entre la cultura de las humanidades y la cultura científica, iniciada el siglo XIX y agravada a lo largo del siglo XX, comporta graves consecuencias para ambas. La cultura humanística es una cultura genérica que, mediante la filosofía, el ensayo, la novela, nutre la inteligencia general, afronta los grandes interrogantes humanos, estimula la reflexión sobre el saber y favorece la integración personal de los conocimientos. La cultura científica, de naturaleza bien distinto, separa los campos del conocimiento; produce admirables descubrimientos, teorías geniales, pero no una reflexión sobre el destino humano y sobre el futuro de la misma ciencia. La cultura de las humanidades tiende a volverse como un molino falto del grano de los descubrimientos de la ciencia sobre el mundo y sobre la vida, que habrían de alimentar los grandes interrogantes; la ciencia, privada de reflexión sobre los problemas generales y globales, se vuelve incapaz de plantearse a sí misma y de concebir los problemas sociales y humanos que suscita.

El mundo técnico y científico ve la cultura de las humanidades sólo como un ornamento o un lujo estético, cuando, de hecho, ésta favorece lo que Simon llama el 'general problem solving', o sea, la comprensión general que la mente humana aplica a los casos particulares. El mundo de las humanidades sólo ve en la ciencia uno conjunto de saberes abstractos o amenazadores.»

MUERAN, Edgar. Tenir el cap clar. Per organitzar els coneixements i aprendre a viure. Barcelona: La campana, 2001. (Pág. 18-19)

     


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