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«El otro lado de la discusión viene representado por
aquéllos que no niegan la existencia de la libertad, sino que, al contrario,
la acentúan y reclaman con respecto a la diversidad. Éste es un
concepto hoy muy aceptado en el lenguaje político, cultural o social.
A veces, pero, se hace una defensa retórica y acrílica, como si
se tratase de un valor absoluto, incontestable, como si la diversidad,
paradójicamente, fuera de una pieza y se tuviera que entender siempre
del mismo modo. Se pasa por alto que la diversidad presenta matices muy
interesantes. A menudo no nos damos cuenta de que con esta palabra tapamos
y disimulemos una distinción importante entre la diversidad que es, de
hecho, una diferencia, y la diversidad que es una desigualdad.
Así, la diversidad que hay entre un niño y una niña, un blanco y un negro,
un joven y un viejo, un homosexual y un heterosexual, un creyente y un
ateo, o un comunista y un capitalista, es la diversidad de la diferencia:
y es que las diferencias que hay entre ellos tienen su origen o bien en
la naturaleza misma o bien en la elección que ha hecho alguien y que no
perjudica los otros. En cambio, la diversidad que hay entre un pobre y
un rico, un letrado y un analfabeto, un maleducado y una persona respetuosa,
un violento y un pacífico, es la diversidad de la desigualdad:
las relaciones que se establecen entre ellos son relaciones de desigualdad,
que tienen su origen en condiciones de vida, en relaciones sociales o
en opciones personales que benefician unos y perjudican otros.
La distinción entre diferencia y desigualdad
es importante, pero no siempre hay coincidencia a la hora de aplicarla.
Puede pasar que, ante los mismos hechos -de experimentos con animales,
de mala educación o de ablación de clítoris, ponemos por caso-, unos vean
los hechos como ejemplos de diferencias -culturales, sociales o
étnicas- que se tienen que respetar y otros, en cambio, los consideren
casos de desigualdades injustas que conviene superar. La distinción
ayuda a hacer evidente que no basta en constatar que en el mundo hay diversidad.
Siempre conviene aún ver de qué diversidad se trata: una sociedad
que defienda a los valores de la libertad y la igualdad, parece ser que
también habría que preciar y respetar las diferencias, que enriquecen,
pero que, en cambio, tendría que hacer lo posible para superar las desigualdades,
que condicionan gravemente la libertad de muchos.
De hecho, la igualdad sólo es incompatible con la diversidad
cuando identificamos igualdad con uniformidad. En cambio,
el dilema desaparece cuando se quiere plantear la igualdad en libertad.
Estas opciones -tanto de personas como de grupos-, no acostumbran a ser
sólo teóricas, sino que, cuando van en serio, siempre llegan a la práctica.
Y es que la historia de la humanidad también es la historia de la lucha
de intereses y de poderes. Por ello, las cuestiones en qué hay implicadas
la libertad, la igualdad o la justicia no son nunca fáciles.»
TERRICABRAS, Josep Ma. I a tu, què t’importa? Els valors. La
tria personal i l’interès col·lectiu. Barcelona: La campana,
2002. (Págs. 113-119)
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