El homo
habilis había ganado, quizá incosncientemente la carrera
de la evolución. Pero hace alrededor de 1,7 millones de años
las diferencias
acumuladas ya eran tan grandes que a los nuevos ejemplares los antropólogos
los consideraron como una nueva especie, a la que llamaron Homo erectus,
es decir "el hombre que camina erguido". Esta denominación
es un tan to equívoca, porque hace pensar que justo entonces el
hombre se irguió sobre sus piernas;lo que pasa es que los fósiles
de H. erectus fueron descubiertos antes que todos los demás,
y los antropólogos no podían saber que el erectus
no era el primer protohumano erguido. En cuanto a nuestro primo el A.
robustus, se extinguió por completo hace 1,2 millones de años,
y el misterioso Tercer Hombre -si es que existió- debe haber desaparecido
más o menos por la misma época.
En cuanto
a la pregunta de por qué H. erectus sobrevivió y
en cambio A. robustus no, sólo podemos arriesgar especulaciones,
no lo sabemos con entera certeza. Una posibilidad es que entre ellos no
había competencia posible: H. erectus comía tanto
carne como vegetales, y su cerebro más grande le permitía
poner más ingenio en la búsqueda de esa comida vegetal de
la cual el A. robustus dependía por completo. También
es posible que, además de dejarlo sin comida, el erectus ayudara
al robustus a rodar hacia la extinción por el sencillo expediente
de matarlo para comérselo.
Esta enorme conmoción dejó al erectus como el único
actor protohumano en el gran teatro africano, un escenario en el cual
nuestros parientes vivientes más cercanos (gorilas y chimpancés)
aún siguen confinados. Pero hace alrededor de un millón
de años el H. erectus comenzó a expandir sus horizontes:
sus huesos y sus herramientas de piedra muestran que llegó a Cercano
Oriente, luego a Lejano Oriente (donde está representado por los
famosos fósiles conocidos como hombre de Pekín y hombre
de Java), en algún momento a Europa. Siguió evolucionando
en nuestra dirección: su cerebro era cada vez más grande
y su cráneo cada vez más redondeado.
Hace alrededor de 500.000 años esos seres ya eran tan parecidos
a nosotros y tan diferentes de los anteriores erectus, que los antropólogos
comienzan a considerarlos una especie diferente... La nuestra. Les llaman
Homo sapiens "<el hombre sabio"), si bien todavía
tenían algunas diferencias anatómicas con nosotros, como
los cráneos más gruesos y los arcos superciliares (esos
rebordes óseos que se palpan por debajo de las cejas) mucho más
prominentes que hoy día.
¿Fue nuestro meteórico ascenso al nivel de sapiens, hace
medio millón de años, el brillante clímax de la historia
de la Tierra, el glorioso momento en que el arte y la tecnología
más sofisticada finalmente estallaron en nuestro hasta entonces
aburrido planeta?
De ningún modo: la aparición del H. sapiens fue un
suceso sin pena ni gloria. El Gran Salto Adelante, tal como lo proclamarían
en el futuro las pinturas rupestres, las primeras viviendas y los arcos
y flechas, aún debió esperar centenares de miles de años.
Las herramientas de piedra siguieron siendo casi tan bastas como las que
el H. erectus había estado usando durante un millón
de años, y el aumento del tamaño de su cerebro no tuvo de
momento ningún efecto dramático sobre su modo de vida. Ese
largo vagabundear del erectus y de los primeros sapiens fuera de su Africa
natal fue un período de cambios culturales casi insignificantes.
¿Cómo
era la vida durante el millón y medio de años que duró
el emerger del erectus y luego del sapiens? Las únicas herramientas
de esta época que se han conservado hasta nuestros tiempos son
implementos de piedra a los que, caritativamente, podría calificarse
de muy bastos. Las primeras herramientas de piedra varían en su
forma y tamaño, y los antropólogos han utilizado estas diferencias
para clasificarlas y darles diferentes nombres, tales como "hacha
de mano", "cuchillo" o "raspador". Pero estos
nombres disimulan el hecho de que ninguna de esas herramientas mantenía
una forma o un tamaño consistente que permitiera adjudicarles una
función específica. Las marcas en esos instrumentos demuestran
que eran usados para cortar carne, huesos, pieles, madera u otras partes
de las plantas, y quizás un determinado instrumento fuera usado
preferentemente para una tarea, pero considerando el conjunto, tal parece
que casi cualquier herramienta de casi cualquier forma y tamaño
era usada para casi cualquier tarea, de modo que las categorías
de clasificación de los científicos apenas son una división
arbitraria dentro de una colección continua de formas de piedra.
Las pruebas
en sentido negativo también son significativas. Todas las herramientas
de piedra primitivas estaban hechas para ser sostenidas directamente con
la mano, y no muestran ningún signo de haber sido montadas sobre
otros materiales para darles mayor comodidad, efectividad o aumentar su
brazo de palanca, como sucede ahora cuando montamos la cabeza de acero
de un hacha sobre un largo mango de madera. Tampoco se han encontrado
en esta época restos de instrumentos de hueso, ni de cuerdas con
las que se pudieron construir redes de pesca, ni de anzuelos.
¿Qué tipo de comida podían conseguir nuestros antepasados
contando tan sólo con esas herramientas tan primitivas, y cómo
se las arreglaban para obtenerla? Para contestar a estas preguntas, los
textos de Antropología usualmente insertan un largo capítulo
titulado "El hombre cazadon o cosa por el estilo, que se centra en
un hecho comprobado: los babuinos, chimpancés y otros primates
cazan pequeños vertebrados sólo de vez en cuando, pero en
cambio las tribus actuales que parecen supervivientes directos de la Edad
de Piedra -como los bosquimanos- se dedican habitualmente a la caza de
grandes animales.
No hay dudas de que nuestros remotos antepasados también comían carne. La cuestión importante es cuánta carne comían realmente. ¿La habilidad para cazar grandes animales se fue desarrollando lentamente durante el último millón y medio de años, o fue sólo desde el Gran Salto Adelante -hace apenas 35.000 añosque esa carne pasó a formar una parte importante de nuestra dieta?
Los antropólogos habitualmente responden a esto diciendo que desde hace mucho tiempo hemos sido buenos cazadores de animales grandes, pero la verdad es que no tenemos ninguna prueba contundente de nuestras habilidades cazadoras hasta hace unos 100.000 años, y parece que aún entonces los humanos eran cazadores mediocres. De modo que parece razonable suponer que los cazadores anteriores a ellos eran aún menos efectivos y conseguían peores resultados. Aún así, la mística del Gran Abuelo Cazador está ahora tan arraigada en nosotros que se hace difícil abandonar nuestra antigua creencia en su trascendental importancia. Se supone que la caza de grandes animales fue lo que indujo a los machos protohumanos a cooperar unos con otros, a desarrollar el lenguaje y cerebros más grandes, a reunirse en pandillas y a compartir el alimento conseguido gracias al esfuerzo en común. Incluso las mujeres habrían sido moldeadas por la cacería: suprimieron los signos externos de ovulación mensual -tan conspicuos en las hembras de chimpancé- de modo de no empujar a los hombres a un frenesí de competencia sexual que arruinaría el sano espíritu de cooperación para la caza.
Pero los estudios de las actuales tribus cazadoras-recolectoras, que cuentan con armas mucho más efectivas que las del primitivo H. sapiens, demuestran que la mayor parte de las calorías que ingiere una familia proviene de los vegetales que recogen las mujeres. Los hombres atrapan ratas y otra caza menor por el estilo, que ellos no consideran digna de ser mencionada jamás en los heróicos relatos de campamento que cuentan en torno de las hogueras. Ocasionalmente consiguen algún animal grande, que contribuye significativamente a mejorar la cantidad de proteínas en la dieta. Pero sólo en el Artico, donde es muy difícil conseguir alimentos vegetales, la caza mayor constituye la principal fuente de alimentos. Y los humanos no llegaron al Artico hasta hace unos 30.000 años.
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Artículo de Jared Diamond, revista DISCOVER, 1989, recuperado de la revista ALGO, Javier Arrimada, agosto de 2003