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		LOS HIJOS: LA EDUCACIÓN. 
Robert Flacelière. “La 
vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles”.Ed. Temas de hoy 
 
 
LA INFANCIA EN ATENAS 
 
El padre de familia gozaba de una libertad casi completa para educar él mismo o 
permitir que otros educaran a sus hijos como considerara oportuno hasta los 
dieciocho años, edad en la que el adolescente se convertía en ciudadano e 
iniciaba su vida cívica mediante el aprendizaje del oficio de las armas.  
 
Las leyes de Solón obligaban a los padres a no enviar a la escuela a los niños 
hasta después del amanecer y a ir a buscarlos antes del anochecer, para evitar 
los peligros del camino a oscuras, y prohibía a los jóvenes y a los extraños que 
entraran en la escuela cuando estuvieran allí los niños, medida para combatir la 
pederastía.  
 
Ni siquiera es seguro que en Atenas la ley obligara a los padres a llevar a los 
niños a la escuela; pero, aunque no hubiera una ley escrita, la costumbre impuso 
claramente la obligación escolar, y su presión era igualmente apremiante. En 
todo caso, tanto si se trataba de la enseñanza de las letras como de la música o 
la gimnasia, el maestro recibe a los alumnos en su propia casa, y no en un 
edificio público construido por cuenta del Estado. Esto es evidente en lo 
referente al gramático y al citarista. En el caso del pedotriba (maestro de 
gimnasia) hay que distinguir las palestras de los efebos y de los adultos que 
existían en los gimnasios públicos, y las palestras reservadas a los niños: 
éstas parecen haber sido palestras privadas, propiedad de los pedotribas.  
 
Se puede afirmar, pues, que en Atenas la educación se dejaba casi por completo a 
la iniciativa privada. Incluso en el caso especial de los “pupilos de la nación”, 
es decir, de los hijos de ciudadanos muertos por la patria, cuyo mantenimiento 
corría a cargo del tesoro público, el Estado se limitaba a pagar la educación de 
sus pupilos a maestros privados.  
 
Normalmente, claro está, eran los padres los que pagaban los gastos de la 
educación de sus hijos. De ello se deduce que los hijos de los ciudadanos 
acomodados o ricos podrían continuar sus estudios hasta la efebía, mientras que 
los pobres tendrían que abandonarlos mucho antes, a menudo en cuanto supieran lo 
más elemental. Algunos niños incluso aprendían tan sólo a leer.  
 
Pero al parecer la educación se amplió a lo largo del siglo V aC: durante el 
último tercio de este siglo, en la época de la guerra del Peloponeso, no hay 
analfabetos, por decirlo de algún modo, entre los personajes de Aristófanes; 
incluso el rústico Estrepsíades de “Las nubes”, y el grosero charcutero 
Agorácrito de “Los caballeros” tienen cierta instrucción.  
 
Si creemos lo que dice Protágoras acerca de la educación en el diálogo de Platón 
que lleva su nombre, la enseñanza del citarista era posterior a la del gramático, 
y después al citarista le sucedía el pedotriba: “En cuanto los niños sabían leer, 
el maestro hacía que recitaran, sentados en taburetes, los versos de los grandes 
poetas y les obligaba a aprenderlos de memoria... Los citaristas a su vez, 
cuando el alumno sabía tocar el instrumento, le daba a conocer otras hermosas 
obras, las de los poetas líricos... y más tarde, se enviaba al niño al pedotriba”.
 
 
Es probable, pues, que la educación intelectual –la musiké-, que incluía tanto 
las letras como la música propiamente dicha, precediera a la enseñanza de la 
gimnasia, mientras que a partir de la edad de catorce años aproximadamente la 
cultura física se impondría sobre la intelectual, aunque sin abandonarla 
totalmente.  
 
En cuanto al pequeño ateniense tenía edad para ir a clase pasaba, al menos en 
las familias acomodadas, con varios esclavos, de la vigilancia de la nodriza a 
la del pedagogo. Este era un esclavo destinado a su persona, que tenía la misión 
de acompañarle a todas partes y de enseñarle buena educación, recurriendo, si 
era necesario, a los castigos corporales, con fustas sobre todo. El pedagogo le 
acompañaba por la mañana a casa del maestro y le llevaba la cartera (tablillas 
de cera para escribir, estilete y libros; más tarde cítara y oboe).  
 
Luego, mientras el niño estaba en la escuela, él lo esperaba bien en una 
habitación especial, o bien en la propia clase. Al haber asistido a la clase, el 
pedagogo podía luego, repetírsela en casa. Los maestros se sentaban en sillas 
con respaldo, con patas curvas , “tronos”, antepasados de las cátedras, mientras 
que los alumnos, los pedagogos y los maestros ayudantes sólo tenían taburetes 
con patas rectas y sin respaldo. No había mesas: era fácil escribir sobre las 
rodillas con las tablillas de cera, que eran rígidas, e incluso colocar sobre 
ellas una hoja de papiro.  
 
Los maestros y sobre todo sus ayudantes, a los que pagaban ellos mismos del 
dinero que recibían de los padres de los alumnos, debían tener sueldos 
miserables. Para encontrar auténticos profesores que tengan el prestigio 
suficiente como para que les retribuyan dignamente sus servicios, habrá que 
esperar a los sofistas de la segunda mitad del siglo V aC. Da la impresión de 
que cualquiera podía convertirse en maestro de escuela, con tal que supiera leer 
y escribir, y no necesitaba ningún “título”. Si el Estado ejercía un control, 
era tan sólo en el aspecto moral, pero no en lo referente a la enseñanza ni a la 
competencia de los maestros.  
 
Los griegos ignoraban la costumbre del descanso semanal, que es de origen judío. 
Los días festivos se alternaban irregularmente, según la fecha de las fiestas 
religiosas de cada ciudad. No obstante, algunos meses, como el de Antesterion (febrero), 
en Atenas tenía tantos días de fiesta que debía parecerse un poco a las 
“vacaciones veraniegas” de nuestros escolares. Además, cada niño, con las 
fiestas familiares y las suyas propias (cumpleaños, ceremonia del corte de pelo 
que señala el final de la infancia, etc.), y los acontecimientos importantes, 
como las bodas, añadía días extra de vacaciones.  
 
El niño empezaba evidentemente por aprender a leer y luego a escribir. En primer 
lugar tenía que saber recitar de memoria las letras del alfabeto, alfa, beta, 
gamma, delta, etc., que grababa en su mente canturreando versos mnemotècnicos. 
En la pedagogía antigua, que era muy rutinaria, no había nada que permitiera 
anunciar nuestro “método global”. Lentamente, se iba de lo más sencillo a lo más 
difícil, de la letra a la sílaba de dos caracteres (beta y alfa = ba), luego a 
la de tres y cuatro letras. No se trataba en absoluto de facilitarle las cosas; 
más bien al contrario, parecían pensar que cuando hubiera vencido la mayor 
dificultad el resto se habría logrado por añadidura.  
 
Luego se abordaba la lectura, enormemente difícil dado que en las ediciones 
normales no había puntuación y ni siquiera las palabras estaban separadas unas 
de otras por espacios en blanco, como podemos observar en inscripciones que se 
han conservado.  
 
El alumno practicaba después la escritura de las letras sobre una tablilla de 
madera. El maestro empezaba dibujando los caracteres sobre la cera, con un trazo 
muy suave, y el alumno los repasaba.  
 
Con unos métodos tan elementales, el aprendizaje de la lectura y la escritura 
podía durar mucho tiempo y requerir incluso tres o cuatro años. En cuanto el 
niño sabía leer y escribir con facilidad tenía que aprender versos de memoria, y 
luego fragmentos cada vez más extensos de los poetas. El primero era el más 
grande de todos, Homero, el autor de la “Ilíada” y “La Odisea”. Los griegos 
consideraban que Homero era el educador ideal, y el gramático no veía en él 
lecciones de estética, sino de moral y de religión y, de una forma más general 
todavía, lecciones vitales, ya que Homero enseñaba todo lo que debía saber un 
hombre digno de tal nombre: las actividades de los tiempos de paz y de los 
tiempos de guerra, los oficios, la política y la diplomacia, la sabiduría, la 
cortesía, el valor, los deberes hacia los padres y hacia los dioses... Al lado 
de Homero, los demás poetas épicos, ocupaban un lugar secundario, pero Hesíodo 
y, en Atenas Solón, también aportan temas de estudio.  
 
La enseñanza se completaba con la aritmética. Se sabe que los griegos escribían 
los números mediante letras del alfabeto. Los cálculos eran difíciles porque 
como los griegos ignoraban el cero no podían dar a las letras que designaban 
cifras un valor por posición. Para los cálculos elementales recurrían a los 
dedos, según las curiosas reglas del cómputo digital y, para cálculos más 
complicados, a fichas de cálculo y al ábaco.  
 
LA ENSEÑANZA DE LA MÚSICA.  
 
Históricamente en Grecia la enseñanza de la música debía ser más antigua que la 
de las letras. Es muy significativo que el mismo nombre de música derive del de 
las Musas, esas diosas que presiden todas las actividades intelectuales y 
artísticas del hombre: es porque para los griegos la música era la parte 
esencial y el mejor símbolo de toda cultura. La música era para los griegos la 
condición previa de toda civilización, y cualquier modificación añadida a la 
técnica musical les parecía peligrosa y capaz de modificar el equilibrio moral 
de todo el cuerpo cívico, de todo el Estado. Sabemos la gran importancia que los 
pitagóricos daban a la música en su concepción de la vida humana y del mundo, 
concepción basada en la armonía universal de los números que rigen los 
intervalos musicales; en este aspecto, Pitágoras y sus discípulos no hicieron 
más que seguir y desarrollar a través de la ciencia una tendencia natural del 
hombre griego. 
 
LA GIMNASIA 
 
No se sabe exactamente a qué edad comenzaba normalmente el joven ateniense a 
ejercitar su cuerpo bajo la dirección del pedotriba, tal vez a los ocho años, 
eso es más probable que fuera hacia los doce, cuando hacía varios años que 
acudía a las clases del gramático y del citarista. Los alumnos del pedotriba se 
dividían en dos “clases”: los “pequeños” (paides), que tenían de doce a quince 
años posiblemente, y los “mayores”, de quince a dieciocho años.  
 
Mientras que la enseñanza de las letras y de la música se podía realizar en 
cualquier sala, la gimnasia requería las condiciones especiales de la palestra. 
Ésta era fundamentalmente un terreno deportivo al aire libre, cuadrado y rodeado 
de muros; en uno o dos lados había unas habitaciones que servían de vestuarios, 
de salas de descanso con bancos, de baños y de almacén de arena y aceite, pues 
el aceite y la arena eran necesarios para los ejercicios físicos de los griegos. 
La palestra estaba adornada con bustos del dios Hermes, patrón de los gimnasios. 
También podía servir de centro para practicar todos los deportes, excepto la 
carrera pedestre, que se debía practicar en un terreno más amplio: el pedotriba 
tenía que llevar entonces a sus alumnos al estadio.  
 
Hay tres rasgos característicos que distinguen a la gimnasia griega: la total 
desnudez del atleta (la palabra gimnasia deriva de gimnos, que significa 
“desnudo”), la costumbre de las unciones de aceite y el acompañamiento del oboe 
durante los ejercicios. La lucha era el deporte por excelencia, el que había 
dado nombre (palé) a la palestra. Los niños comenzaban por mullir el suelo con 
un pico, instrumento que se representaba con frecuencia en los vasos pintados en 
los que aparecen escenas de gimnasia. Se trataba de lograr que cayera el 
adversario mientras el otro permanecía en pie.  
 
Losa pedotribas vigilaban para evitar cualquier exceso. A los pedotribas se les 
animaba no a formar atletas capaces de triunfar en los grandes juegos de Grecia 
sino que se les recomendaba que hicieran practicar todos los deportes a los 
jóvenes. El objetivo era obtener un equilibrio perfecto y no impulsarles a 
alcanzar algún récord en uno de estos deportes. 
 
LOS SOFISTAS  
 
La enseñanza que recibía en la escuela el joven ateniense era elemental y 
primaria. Parece ser que, al menos en la primera parte del siglo V, no existía 
en Atenas ninguna enseñanza superior. Pero en la segunda mitad del siglo 
surgieron innovaciones decisivas en la educación, gracias a la aportación de los 
sofistas. En principio esta palabra no es en absoluto despectiva, sino todo lo 
contrario: designa a los hombres hábiles y sabios a la vez, que son capaces de 
transmitir a otros su ciencia o su experiencia.  
 
En distintas partes de Grecia, y sobre todo en la isla de Cos, había habido ya 
escuelas de medicina. A partir del siglo VI aC los filósofos de Jonia ya se 
habían preguntado cómo estaba formado el universo y algunos de ellos habían 
tenido la audacia de criticar la inmoralidad de los dioses. Pero parece ser que 
los pitagóricos fueron los primeros en crear realmente una escuela de enseñanza 
superior, precursora de nuestras universidades, en la Magna Grecia, en Metaponto 
y en Crotona (actual sur de Italia). En ellas se enseñaba esencialmente 
matemáticas y filosofía. Maestros y discípulos se agrupaban en una especie de 
cofradía religiosa bajo la advocación de las Musas y dedicada al estudio; 
sabemos que posteriormente las escuelas de Platón, de Aristóteles y de Epicuro 
adoptarán la misma forma.  
 
Pero quienes sistematizarán y difundirán los conocimientos nuevos son los 
sofistas. No enseñan en un lugar determinado, ya que estos primeros profesores 
de enseñanza superior son conferenciantes itinerantes, siempre “de gira”. Las 
exhibiciones que habían de su saber y de su talento de oradores les atraía a 
alumnos que se vinculaban a ellos y los seguían de ciudad en ciudad, pues eran 
ante todo educadores. Bajo la denominación general de “filosofía” enseñan todo 
lo que entonces se podía saber y que no se aprendía en la escuela elemental: 
geometría, física, astronomía, medicina, artes y técnicas, y sobre todo, 
retórica y filosofía propiamente dicha.  
 
Por lo tanto, las aspiraciones de los sofistas eran universales. Su finalidad 
común era formar hombres de primer orden, sabios y hábiles a la vez, y sobre 
todo dirigentes de masas, hombres de Estado, la élite de cada ciudad en 
definitiva. Afirmaban que se puede enseñar la areté. Ahora bien, la areté, la 
virtus de los latinos, no es esencialmente la virtud moral, sino el conjunto de 
cualidades que forman al hombre eminente y lo hacen útil e ilustre.  
 
Muchos jóvenes atenienses deseaban más que nada adquirir este saber, condición 
de la areté. Por esta razón, para ellos era aun acontecimiento que un sofista 
famoso llegara a su ciudad.  
 
Los sofistas no eran desinteresados como Sócrates: había que pagar muy bien sus 
lecciones, pero eran los únicos capaces de ofrecer una verdadera cultura general 
y formar oradores. La multitud se burlaría quizás de esos intelectuales 
suntuosamente vestidos, presumidos y pedantes, y eran el blanco favorito de las 
burlas de los poetas cómicos. Esas burlas, precio de la gloria, no impedían que 
los sofistas ganaran mucho dinero y que promovieran cierto humanismo, que 
Sócrates y Platón critican y purifican seguramente, pero que, tal como era, 
contribuyó de manera decisiva al desarrollo de la élite griega.  
 
La objeción más grave que Sócrates y Platón hacían a la enseñanza de los 
sofistas era que la areté a la que aspiraban se burlaba en el fondo de lo que 
actualmente llamamos virtud. Este interés por los estudios entre la élite de las 
ciudades griegas tuvo como consecuencia cierto descuido de la cultura física. 
Los alumnos de los sofistas criticaban la antigua educación que producía atletas 
con un cuerpo espléndido pero de poco cerebro. Así, gracias a los sofistas, el 
elemento intelectual de la educación pasa a ser predominante poco a poco, 
mientras que en la antigua paideia era secundario y estaba supeditado, y en 
Esparta permaneció.   | 
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