Apunts Jota'O

Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

Índex
Tornar
Aristòtil on de rocs
Aristòtil. Guthrie
Aristòtil. Tejedor
La metafísica
Ètica i Política
L'espia
Itinerari de l'obra

Exposició desenfadada de la vida i obra d'Aristòtil

(o com explicar Aristòtil a "pedrades")

Contrastar dades amb l'apartat "Aristòtil, l'espia"

 

Enllaços

ARISTÒTELES ON DE ROCS


Paul Strathern


INTRODUCCIÓN

Aristóteles escribió sobre todo, desde la forma de las conchas marinas hasta la esterilidad, desde especulaciones sobre la naturaleza del alma hasta la meteorología, pasando por la poesía, el arte y hasta la interpretación de los sueños. Se dice que transformó todos los campos del conocimiento que tocó (aparte de las matemáticas, donde Platón y el pensamiento platónico conservaron su preeminencia). Pero sobre todo, a Aristóteles se le atribuye el mérito de haber fundado la lógica.

VIDA Y OBRAS

Aristóteles nació en Estagira, al norte de Grecia, en la Macedonia griega, en el 384 a.C. En el siglo IV aC., los antiguos griegos consideraban Macedonia de forma un tanto despectivamente por su incultura. Macedonia había sido una pequeña colonia griega fundada por la isla de Andros, en el Egeo.

El padre de Aristóteles, Nicómaco, había sido médico personal de Amintas, rey de Macedonia y abuelo de Alejandro Magno. De resultas de esta relación, que se había convertido en amistad, parece que el padre de Aristóteles llegó a hacerse rico adquiriendo propiedades alrededor de Estagira y en otros puntos de Grecia. El joven Aristóteles fue criado en una atmósfera de saberes médicos, pero su padre murió cuando él era todavía un muchacho y Aristóteles fue entonces llevado a Atarneo, una ciudad griega en la costa de Asia Menor, donde su primo Proxeno se hizo cargo de su educación.

Al igual que muchos herederos, Aristóteles se puso enseguida a gastar todo el dinero recibido. Una leyenda dice que lo fundió todo en vino, mujeres y fiestas y que se arruinó de tal modo que tuvo que alistarse por un tiempo en el ejército, después de lo cual regresó a Estagira para dedicarse a la medicina; más tarde, a la edad de treinta años, lo dejó todo y se fue a Atenas para estudiar en la Academia con Platón, donde permaneció ocho años. Hagiógrafos medievales posteriores, decididos a santificar a Aritóteles, ignoraron o vilipendiaron estas impensables calumnias. Pero no podía faltar otra leyenda, más aburrida pero también más verosímil, sobre la juventud de Aristóteles, según la cual ingresó directamente en la Academia a los diecisiete años, aunque algunas de las fuentes de esta historia aluden también a un breve interludio de vino y mujeres, como buen señorito calavera.

En todo caso, Aristóteles se asentó temprano en la Academia para un periodo de intenso estudio, y se hizo notar rápidamente como la mente más brillante de su generación; empezó como estudiante, pero fue pronto invitado al círculo de colegas de Platón. Parece ser que al comienzo Aristóteles veneraba a Platón; ciertamente, absorbió toda la doctrina platónica enseñada en la Academia y su propia filosofía habría de estar firmemente afincada en sus principios.

Pero Aristóteles era demasiado brillante para ser un simple seguidor de nadie, ni siquiera de Platón; siempre que Aristóteles discernía lo que parecía ser una contradicción (o, Dios no lo quiera, un fallo) en las obras de su maestro, creía que era su deber intelectual el hacérselo notar. Esta costumbre irritó pronto a Platón, y aunque no parece que se hayan enemistado, hay datos que sugieren que las dos más grandes cabezas de su época encontraron conveniente guardar cierta distancia. Se sabe que Platón se refirió alguna vez a Aristóteles como “esa cabeza con patas” y que llamó a su casa “el taller de lectura”; este último comentario se debe a la famosa colección de pergaminos antiguos que poseía Aristóteles, que tenía el hábito de comprar todos los pergaminos raros de obras antiguas que caían en sus manos, y fue así uno de los primeros ciudadanos en disfrutar de una biblioteca privada.

Se sabe que el joven académico recibía considerables rentas de sus propiedades heredadas y que pronto se dio a conocer en Atenas por sus maneras cultivadas y por su estilo de vida refinado, si bien un tanto profesoral. La tradición dice que era un sujeto flaco, zanquilargo, que hablaba azí, ceceando, y que, quizá como compensación, se convirtió en un elegante a la última moda en sandalias y togas, y que ornaba sus dedos de enjoyados anillos del mejor gusto. Hasta Platón, que no era precisamente un indigente, le envidiaba su biblioteca. Pero, no obstante su confortable y refinado modo de vida, las primeras obras de Aristóteles –perdidas- eran, principalmente, diálogos que versaban sobre la innoble futilidad de la existencia y sobre los gozos del más allá.

Aristóteles tenía una inclinación natural por lo práctico y lo científico, lo que le indujo a mirar las ideas de Platón desde un punto de vista cada vez más realista.

Platón pensaba que el mundo particular que percibimos alrededor de nosotros consiste en meras apariencias, y que la realidad última está en un mundo trascendente de ideas semejantes a “formas” o “ideales”. Los objetos singulares del mundo obtienen su realidad sólo por su participación en el esencial mundo de las ideas. Así, este gato negro que veo echado en una silla es un gato solamente porque participa de la idea fundamental (o forma) de lo gatuno y es negro solo en tanto que participa de la idea (o ideal) de lo negro. La única realidad verdadera reside más allá del mundo que percibimos, en el esencial mundo de las ideas.

Mientras que la manera de ver el mundo propias de Platón era esencialmente religiosa, la de Aristóteles tendía hacia lo científico, lo cual no le hacía proclive a desechar, por irreal, el mundo que nos rodea. Sin embargo, sí persistió en la división de las cosas en substancias primarias y secundarias, sólo que para Aristóteles las substancias primarias eran los objetos singulares del mundo y las secundarias las ideas o formas; al principio vaciló sobre cuál de esas substancias era de hecho la realidad última, en parte por respeto a Platón. (Aunque sólo fuera por el hecho de que era su viejo profesor quien había, después de todo, dado origen a esta concepción). Pero Aristóteles se fue convenciendo cada vez más de que vivía en un mundo real y se fue apartando de la visión de Platón.

Con los años, Aristóteles volvió virtualmente del revés la filosofía de Platón, aunque, a pesar de ello, sus teorías metafísicas son ostensiblemente una adaptación de las de Platón. Donde Platón veía las formas como ideas con una existencia separada, Aristóteles consideraba las formas (o “universales”, como las llamó) más bien como esencias incorporadas a la substancia del mundo, sin existencia independiente. Aristóteles propuso varios argumentos devastadores contra la Teoría de las Ideas de Platón, pero no parece haberse dado cuenta de que esas críticas eran igualmente devastadores para su propia Teoría de los Universales. Pero tampoco nadie más parece haberse apercibido de esto, con el resultado de que las teorías de Platón, en gran medida como la doctrina modificada por Aristóteles, llegaron a ser la filosofía dominante en el mundo medieval).

Platón murió el año 347 a.C., dejando así vacante el puesto de rector de la Academia. Una media docena de los más capaces colegas de Platón era de la opinión de que no había sino un hombre adecuado para posición tan prestigiosa, aunque, por desgracia, cada uno pensaba en un hombre distinto (en él mismo, por lo general), y Aristóteles no era una excepción; para disgusto suyo, el cargo recayó finalmente en Espeusipo, primo de Platón. Espeusipo era famoso por tener tan mal genio que en una ocasión arrojó su perro a un pozo porque ladraba cuando él daba sus clases; se dice también que inventó un arnés para el trasporte de teas y que, finalmente, se administró eutanasia a si mismo después de haber sido objeto de ridículo público en una discusión en el ágora con Diógenes el Cínico….. De modo que Aristóteles abandonó muy enojado Atenas, en compañía de su amigo Xenócrates (otro candidato frustrado).

Aristóteles navegó a través del Egeo hasta Atarneo, donde había pasado su juventud y que era gobernado a la sazón por el eunuco Hermias, un mercenario griego que había conseguido tomar el poder en este pequeño rincón de Asia Menor. En una visita a Atenas, Hermias había quedado muy impresionado por lo que había visto en la Academia y recibió a Aristóteles con los brazos abiertos. Hermias estaba decidido a hacer de Atarneo un centro de la cultura griega y Aristóteles se dispuso a aconsejarle sobre los mejores medios para conseguirlo.

La filosofía política de Aristóteles consistía, en su mayor parte, en un examen de los diferentes tipos de estado y de los mejores métodos de gobierno. Su comprensión de la política era profunda, lo que le inducía a adoptar una actitud pragmática, en abierto contraste con la concepción idealista de Platón. En “La República”, Platón había descrito cómo debería regir su utopía (como cualquier otra utopía, en realidad poco más que una tiranía) un filósofo-rey. Aristóteles, por su parte, describió cómo gobernar un estado real, trazando líneas efectivas de acción, que a menudo son casi maquiavélicas. Aristóteles conocía cómo funcionaba la política, y sabía que debía ser eficaz si había de servir de algo. Esto no quiere decir que estuviera desprovisto de ideales.

Aristóteles se aproximaba ya a la mediana edad y, a pesar de su dandismo (que no ha podido tener mucho campo de acción, con solo togas y sandalias donde ejercitarse) era visto como el tipo profesoral seco como un palo: pero entonces, para sorpresa de todos los que le conocían, Aristóteles se enamoró. El objeto de su amor era una joven llamada Pitia, de quien se sabe que era de la casa de Hermias. Poco después de su matrimonio, Aristóteles fundó una escuela en Assos, y tres años más tarde se trasladó a Mitilene, en la isla de Lesbos, donde fundó otra escuela. Pero entonces estaba Aristóteles muy interesado en la clasificación de animales y plantas: sus sitios favoritos para la caza de especimenes eran los lugares frecuentados por animales en las playas del golfo de Yera, casi cerrado al mar, cuyas aguas azules y tranquilas bajo el monte Olimbos son hoy tan idílicas como han debido ser en aquel tiempo; las laderas se cubren en primavera de una alfombra multicolor de flores y, en época de Aristóteles, había seguramente en las montañas jabalíes, linces y hasta osos: el primer paraíso naturalista para el primera naturalista.

En sus obras sobre la naturaleza intentó Aristóteles descubrir una jerarquía de clases y especies, pero le abrumó el enorme volumen de sus investigaciones; estaba convencido de que la naturaleza tenía un propósito y de que cada característica particular de un animal estaba en él para una función. “La naturaleza no hace nada en vano”, aseveró. Habrían de transcurrir más de dos milenios antes de que la biología avanzara más allá de su concepción, con la noción de evolución de Darwin.

Ya entonces había alcanzado Aristóteles la reputación de ser el principal intelectual de toda Grecia. Filipo de Macedonia había invadido recientemente Grecia, uniendo en un solo país soberano las ciudades estado en continua riña, y propuso a Aristóteles que hiciera de preceptor de su hijo Alejandro. Como el padre de Aristóteles había sido médico personal y amigo del padre de Filipo, Aristóteles era considerado como uno más de la familia, así que se sintió obligado a aceptar la oferta real y emprendió de mala gana el viaje a Pella, la capital de Macedonia.

Hoy en día, Pella es poco más que un yacimiento de piedras, algunos mosaicos y media docena de columnas, al lado de la muy transitada carretera principal de Salónica a la frontera occidental de Grecia, y es un lugar sorprendentemente anodino, si se considera que fue la primera capital de la antigua Grecia y que, después de que Alejandro Magno se lanzara a su megalómana campaña para conquistar el mundo, pudo incluso haber sido la primera (y última) capital del mundo conocido.

Lo que sí se conoce es que, en pago de sus servicios, Aristóteles pidió a Filipo que reconstruyera su lugar de nacimiento, Estagira, que había sido accidentalmente reducida a escombros durante una de las campañas recientes de Filipo en la Península Calcídica; hay también evidencia de que Alejandro, durante su gran expedición de conquista, envió una selección de plantas desconocidas y un zoo de animales exóticos para que su antiguo preceptor los clasificara.

Pero antes de dejar Pella, Aristóteles recomendó a Alejandro su primo Calístenes para el empleo de intelectual de la corte. Este acto de generosidad pudo resultarle fatal. Calístenes era algo bocazas y Aristóteles, antes de partir, le aconsejó que no hablara demasiado en la corte. Calístenes acompañó, como historiador oficial, a Alejandro en su campaña de vencedor del mundo. Cuando se abrían camino batallando a través de Persia, parece que las habladurías de Calístenes le hicieron caer en la acusación de traición, con lo que Alejandro le encerró en una jaula portátil. Mientras Calístenes se arrastraba en su jaula al lado del ejército, su cuerpo se iba llenando de llagas e insectos, hasta que finalmente Alejandro sintió tanto asco al verlo que lo lanzó a un león. Parece ser que Alejandro culpó a Aristóteles de la traición de Calístenes. Se dice que Alejandro estuvo a punto de firmar la sentencia de muerte de Aristóteles, pero al fin se olvidó de todo esto y, en su lugar, se dispuso a conquistar la India.

Después de pasar cinco años en Estagira, Aristóteles regresó a Atenas. El año 339 a.C. murió Espeusipo y quedó de nuevo vacante el puesto de rector de la Academia. Esta vez, el cargo le fue asignado a un viejo amigo de Aristóteles, Xenócrates, un individuo conceptuado como austero y digno, a pesar de que en una oportunidad se le había concedido la corona de oro “por su proeza en la bebida en la Fiesta de los Jarros” (Xenócrates moriría veinte años más tarde al tropezar una noche y caer dentro de un tonel de agua.).

Aristóteles se irritó tanto por haber sido de nuevo postergado que decidió fundar una escuela rival propia, la cual estableció en un gran gimnasio fuera de las murallas de la ciudad, al lado del monte Licabeto. El gimnasio estaba adscrito al vecino Templo de Apolo Liceo (Apolo en forma de lobo), y, por esta razón, la escuela fue llamada Liceo. El nombre vive hasta el día de hoy, muy apropiadamente en la palabra francesa “lycée”. En el Liceo original de Aristóteles se enseñaba una gran variedad de materias.

El Liceo se asemejaba a una moderna universidad mucho más que la Academia: cada diez días se elegía un nuevo principal del consejo de estudiantes; facultades distintas competían en la captación de estudiantes; y hasta se hicieron intentos por fijar un horario. El Liceo investigaba en las diferentes ciencias y transmitía sus descubrimientos a los discípulos, mientras que la Academia estaba más interesada en proporcionarles una base en política y leyes para que pudieran llegar a ser los futuros gobernantes de la ciudad.

Las diferencias entre el Liceo y la Academia ilustran con justeza las que hay entre las filosofías de Aristóteles y Platón: mientras que Platón escribió “La República”, Aristóteles prefería recoger copias de las constituciones de todas las ciudades-estado griegas y seleccionar los mejores puntos de entre ellas. El Liceo era la escuela donde acudían las ciudades-estado cuando deseaban escribir una nueva constitución. Ninguna trató de instaurar la república.

Por desgracia, el exhaustivo estudio de la política por parte de Aristóteles se había vuelto ya prácticamente sin objeto, nada menos que por obra de su discípulo. La faz del mundo estaba cambiando de manera irreversible: el nuevo imperio de Alejandro acabó con la época de las ciudades-estado.

Aristóteles daba sus clases mientras caminaba con sus discípulos; de ahí que a sus seguidores se les llamara peripatéticos (los que caminan de arriba abajo), aunque hay quien sostiene que recibieron ese nombre porque el maestro enseñaba en la arcada cubierta del gimnasio (conocida como Peripatos).

Como los logros más significativos de Aristóteles fueron en el campo de la lógica, llegó a ver en ella el fundamento sobre el cual basar todo el saber. Platón había entendido que el conocimiento avanzaba por medio de la dialéctica (argumentación conversacional de preguntas y respuestas) y Aristóteles formalizó y adelantó este método con el descubrimiento del silogismo. Según Aristóteles, el silogismo mostraba que “establecidas ciertas cosas, se puede demostrar que otra sigue necesariamente”. Por ejemplo, al hacer los dos enunciados siguientes:

“Todos los hombres son mortales”,
“Todos los griegos son hombres”

Se puede inferir que:

“Todos los griegos son mortales”

Esto es lógicamente necesario e innegable.

Aristóteles llamó su lógica “analítica”, que quiere decir “desatar”. Toda ciencia o campo del conocimiento debía comenzar por una serie de principios o axiomas, de modo que las verdades podrían deducirse (o ser desatadas) a partir de éstos por la lógica. Los axiomas definían el campo de actividad del objeto, separándolo de elementos irrelevantes o incompatibles. La biología y la poesía, por ejemplo partían de premisas mutuamente excluyentes; así, las bestias mitológicas no formaban parte de la biología y ésta no tenía que escribirse en forma de poema. Tal visión lógica liberó campos enteros del conocimiento, proporcionándoles el potencial para descubrir nuevas verdades.

El pensamiento de Aristóteles fue la filosofía durante muchos siglos; se la consideró en la Edad Media como el evangelio, impidiendo así posteriores desarrollos. El pensamiento de Aristóteles construyó el edificio intelectual del mundo medieval, aunque no fue culpa suya que finalmente se convirtiera en una prisión. El propio Aristóteles no habría permitido esto. Sus obras están sembradas de las inconsistencias propias de una mente en desarrollo, continuamente en cuestión. … Aristóteles fue profesor toda su vida y nunca buscó un empleo oficial y, sin embargo, ningún hombre, en toda la historia de la humanidad, ha producido un efecto tan duradero sobre el mundo.

Aristóteles parece haber sido un hombre bueno; creyó que la finalidad de la humanidad era la búsqueda de la felicidad, que definió como la realización de lo mejor de lo que somos capaces. Pero, ¿qué es eso mejor? Según Aristóteles, la razón es la más alta facultad del hombre, por lo tanto, “el mejor (y el más feliz) de los hombres emplea el mayor tiempo posible en la actividad más pura de la razón, que es el pensar teorético”. Es ésta una visión profesoral bastante inocente de la felicidad: el hedonismo como una búsqueda puramente teorética. Se le podría replicar que el discípulo de Aristóteles, Alejandro, buscó la realización de lo mejor de que era capaz, infligiendo en el proceso sufrimientos y muerte a innumerables miles de hombres, pero también se podría argumentar que Aristóteles intentó poner un límite a tales excesos con su famosa doctrina de la Media Áurea. Según esta doctrina, toda virtud es la media entre dos extremos.

Durante los años últimos de Aristóteles murió su mujer, Pitia. Evidentemente, le iba el matrimonio puesto que se casó entonces con su criada Herpilis, que habría de ser la madre de su primer hijo, Nicómaco. En el 323 a. C. llegaron noticias a Atenas de que Alejandro había muerto en Babilonia, al final de un prolongado asalto a la bebida con sus generales. Los atenienses se habían siempre sentido humillados por la dominación de los primitivos macedonios y dieron rienda suelta a sus sentimientos a la muerte de Alejandro. Aristóteles, que había nacido en Macedonia y que era famoso por haber sido preceptor de Alejandro, fue víctima de una ola de pasiones anti-macedonias. Fue procesado con cargos falsos de impiedad. El populacho reclamaba víctimas y Aristóteles habría sido con seguridad condenado a muerte; pero no estaba hecho de la misma pasta que Sócrates y no sentía inclinación por el martirio, así que, prudentemente, se escapó de la ciudad, para evitar que Atenas “pecara dos veces contra la filosofía”.

No fue ésta, sin embargo, una decisión fácil, puesto que implicaba abandonar su amado Liceo para siempre. Privado de su biblioteca y del acceso a sus archivos personales, el avejentado profesor se retiró a una propiedad, en Calcis, que había heredado de su padre. Esta ciudad está situada a unos cuarenta y cinco kilómetros al norte de Atenas, en la larga isla de Eubea, en el punto en que un estrecho canal la separa de tierra firme. Las aguas de este canal presentan un fenómeno inexplicado: a pesar de que el Egeo es un mar prácticamente sin mareas, una corriente rápida corre a lo largo del canal y cambia de dirección, por ninguna razón conocida, hasta una docena de veces al día. Una persistente leyenda local dice que Aristóteles pasó muchos días torturando su mente en busca de una explicación del fenómeno y que, al verse, por primera vez en su vida, derrotado, saltó al agua y se ahogó.

Otras fuentes más fiables registran que Aristóteles murió el 322 a.C. a la edad de sesenta y tres años, un año después de su llegada a Calcis; se dice que murió de una enfermedad del estómago, aunque hay quien pretende que se suicidó con un extracto venenoso sacado del acónito; el acónito se usaba a veces como medicina, lo cual me sugiere, más que el suicidio, una sobredosis accidental o bien eutanasia autoadministrada; aunque es muy posible que su amarga frustración por la pérdida del Liceo le perturbara hasta el punto de considerar que la vida no merecía la pena.

El testamento de Aristóteles comienza con las inmortales palabras: “Todo irá bien, pero en caso de que algo sucediera…“ Prosigue dando instrucciones para el cuidado de sus hijos y concediendo la libertad a sus esclavos; informa entonces a su albacea de que, si Herpilis desea casarse otra vez, “debería ser dada a alguien no indigno”. El autor de este documento se revela como un hombre prosaico, decente, en ningún modo pervertido por ser el vehículo de un genio extraordinario; termina su testamento con la petición de que se destine parte del dinero que lega para erigir estatuas de Zeus y Atenea de tamaño natural en Estagira.

EPÍLOGO

Al verse obligado a huir de Atenas el 323 a.C., Aristóteles dejó el Liceo a cargo de Teofrasto. Según algún escrito de la época, Teofrasto se había enamorado del hijo de Aristóteles, que había sido discípulo suyo, pero Aristóteles no pensó, al parecer, que ello descalificara a su sucesor. Teofrasto preservó la continuidad del Liceo después de la partida de su fundador y la Escuela Peripatética de filósofos hizo pronto honor a su nombre, desperdigándose por todo el mundo clásico y expandiendo la filosofía de Aristóteles por doquier.

Sin embargo, hubieron de transcurrir tres siglos hasta que sus obras fueron recopiladas en la forma en que hoy las conocemos. El “opus” de Aristóteles puede dividirse en dos grupos: lo que escribió para su publicación y las notas de clase en el Liceo (cuya publicación no estaba prevista). El primer grupo se ha perdido sin remedio, de modo que las únicas obras de Aristóteles que han llegado hasta nosotros son las del segundo grupo, que originalmente estaban en forma fragmentada en cientos de rollos. Fueron organizadas en libros distintos por Andrónico de Rodas, el último director del Liceo. A Andrónico debemos que la palabra “metafísica” sirviera de título a un grupo de las obras de Aristóteles; éstas no tenían título originalmente y simplemente estaban situadas después de los trabajos sobre física, así que Andrónico las llamó simplemente “después de la física”, que en griego antiguo se dice “metafísica”. Las obras de esta sección consistían en los tratados de Aristóteles sobre ontología y la naturaleza última de las cosas, y estos temas fueron pronto identificados con la etiqueta que se había puesto al conjunto: metafísica, de manera que esta palabra, que a lo largo de los siglos ha llegado a ser sinónimo de la propia filosofía, no tenía originalmente nada que ver con la filosofía de que se ocupaba. Al igual que la propia filosofía, comenzó con un error y así ha continuado floreciendo siempre desde entonces.

Durante la época clásica, Aristóteles no era tenido por uno de los grandes filósofos griegos (a la par de Sócrates o Platón); en tiempos de Roma, se le consideraba un gran lógico, pero el resto de su filosofía resultó eclipsado por (o absorbido en) el neoplatonismo en evolución, que, a su vez, fue absorbido en su mayor parte, con el transcurso de los siglos, por el cristianismo.

Los pensadores cristianos se apercibieron de la utilidad de la lógica aristotélica y así fue como Aristóteles pasó a ser la autoridad suprema para el método filosófico.

La lógica aristotélica fue la base de todo debate teológico coherente a lo largo de la Edad Media. Jóvenes y prometedores intelectuales monásticos se dedicaban a hacer filigranas con los razonamientos lógicos y las mentes más brillantes usaban esta pericia en la caza de herejías. La intachable teológicamente lógica de Aristóteles se hizo parte del canon cristiano.

En paralelo con el desarrollo, en la Europa cristiana, del pensamiento de Aristóteles, ocurrió otro, igualmente importante, en Oriente, que había de ejercer honda influencia en la Europa medieval.

El corpus de la obra de Aristóteles permaneció perdido para el mundo occidental durante los tempranos siglos del primer milenio d.C.; sólo los sabios de oriente Medio continuaban estudiando toda su filosofía. El siglo VII vio el surgimiento del Islam y la consiguiente expansión árabe con la conquista del Medio Oriente. Los intelectuales musulmanes reconocieron rápidamente los méritos de las obras de Aristóteles, no viendo en ellas conflicto con su fe religiosa, y se pusieron a interpretarlas para sus propios fines. Las enseñanzas de Aristóteles fueron absorbidas hasta el punto que casi toda la filosofía musulmana se derivaba de interpretaciones de su pensamiento. Los árabes fueron los primeros en entender que Aristóteles era uno de los grandes filósofos. Mientras que el mundo occidental se hundía en la Alta Edad Media, el mundo islámico continuaba desarrollándose intelectualmente. Un índice de esta rica herencia son las palabras que hemos tomado de los árabes, tales como álgebra, alcohol y alquimia, así como todo nuestro sistema de numeración.

Dos grandes sabios musulmanes se dedicaron a desarrollar la filosofía de Aristóteles. Ibn Sina (más conocido como Avicena) nació en Persia a finales del siglo X. Avicena fue uno de los más grandes filósofos-científicos del mundo musulmán; sus voluminosas obras de medicina se cuentan entre las mejores jamás escritas y representaron nobles intentos de librar la medicina de la charlatanería de la que no había podido del todo sacudirse. Intentó una tarea similar con las obras de Aristóteles; observó varios problemas que Aristóteles había pasado por alto e incluso les dio las soluciones que el mismo Aristóteles habría dado de haberlos notado. Sus intentos por hacer más sistemático el pensamiento de Aristóteles son magistrales y atan muchos cabos sueltos, si bien, por desgracia, cerraba opciones que Aristóteles había deseado dejar abiertas.

El otro gran comentarista musulmán de Aristóteles fue Averroes, que vivió en la España musulmana en el siglo XII y que fue el médico y filósofo personal del califa de Córdoba. Averroes estaba convencido de que la filosofía, y en particular la filosofía de Aristóteles, era el camino real hacia la verdad; las revelaciones de la fe eran una forma inferior de llegar a Dios; la razón era muy superior a la fe.

Averroes escribió una corriente incesante de comentarios e interpretaciones a la obra de Aristóteles. Averroes dio algunas respuestas a Aristóteles, aduciendo incluso argumentos de Aristóteles en apoyo de su punto de vista (a menudo en contradicción con el de Aristóteles).

Éste fue justamente el tipo de aproximación que sedujo a los sabios cristianos medievales, que enseguida se apercibieron de su utilidad para la persecución de herejes. Traducciones de los comentarios de Averroes sobre Aristóteles circularon por París, el gran centro del saber de la época; pero no pasó mucho tiempo sin que los “averroístas”, como se les llamaba, se encontraran con problemas. Si bien Aristóteles había sido aceptado por la iglesia cristiana, estas nuevas enseñanzas basadas en él parecían sospechosamente heterodoxas. En el conflicto entre razón y fe no se podía dudar de la supremacía de la fe. Los averroístas se enfrentaron a la perspectiva de acusación de herejía y la única manera como pudieron defenderse fue usando razonamientos de la misma fuente que la de la herejía, esto es, los escritos de Averroes.

Fue Tomás de Aquino, el sabio medieval más eminente, quien supo agenciar una componenda. La razón debe en verdad ser libre de seguir sus propias leyes inexorables, pero sólo dentro de los límites de la fe. La razón sin la fe no es nada. Tomás de Aquino sentía una honda atracción por Aristóteles y supo reconocer su inmenso valor; dedicó gran parte de su vida a reconciliar la filosofía de Aristóteles con la de la Iglesia y, al final, tuvo éxito en establecer el aristotelismo como la base de la teología cristiana. Éste fue el comienzo y, a la vez, el final del aristotelismo. La Iglesia Católica declaró que las enseñanzas de Aristóteles –tal como eran interpretadas por Tomás de Aquino- eran la Verdad, y solo podían ser negadas bajo acusación de herejía. (Situación que permanece vigente hasta el día de hoy). Gran parte de la filosofía de Aristóteles se refería al mundo natural y era, por tanto, científica. La ciencia, como la filosofía, hace afirmaciones que parecen ser verdaderas, pero que con el tiempo resultan erróneas; tienen que ser modificadas a medida que aumenta nuestra comprensión del mundo. Al declarar que las obras de Aristóteles eran libros sagrados, la Iglesia se metió a sí misma en un rincón (un rincón de la tierra plana, por cierto). El conflicto que se avecinaba entre la Iglesia y los descubrimientos científicos era, por tanto, inevitable.

Aristóteles no era responsable del conflicto entre razón y fe, conflicto que no fue resuelto satisfactoriamente en el pensamiento occidental hasta el siglo XX. Aunque el pensamiento aristotélico haya fenecido, el propio Aristóteles ha seguido desempeñando un cierto papel en la filosofía moderna. Thomas Kuhn, filósofo de la ciencia contemporáneo y profundo admirador de Aristóteles, se asombró de que un genio tan inmenso pudiera cometer errores tan de bulto. Por ejemplo, a pesar de que algunos filósofos anteriores a él se habían apercibido que la tierra orbitaba alrededor del sol, Aristóteles estuvo siempre seguro de que la tierra era el centro del universo (un error que obstaculizó gravemente el conocimiento astronómico durante más de un milenio y medio). El pensamiento científico sufrió igualmente por la creencia de Aristóteles en que el mundo consta de cuatro elementos primarios: tierra, aire, fuego y agua. El estudio que hizo Kuhn de los errores de Aristóteles le llevaron a formular su noción de paradigma, que revolucionó la filosofía de la ciencia (y que ha tenido aplicación también en campos muy distantes).

Según Kuhn, Aristóteles fue conducido a error por la manera como él y sus contemporáneos veían el mundo; el paradigma de su pensamiento. Los antiguos griegos veían el mundo como consistiendo esencialmente en cualidades: forma, fin, etc.. Al ver el mundo de esta manera, los antiguos griegos tenían que llegar a muchas conclusiones erróneas, como las que menoscababan incluso el pensamiento de Aristóteles.

La consecuencia que inevitablemente hay que sacar de la noción de paradigma de Kuhn es que no hay una manera “verdadera” de ver el mundo (ni científica ni filosóficamente). Las conclusiones a las que llegamos dependen simplemente del paradigma que adoptamos: la manera como decidimos pensar sobre el mundo. En otras palabras, no existe una verdad última
.

 

 

Per comentaris i suggeriments: joancampeny@yahoo.es